miércoles, 26 de febrero de 2025

De las viñetas de humor de hoy miércoles, 26 de febrero de 2025

 































martes, 25 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy martes, 25 de febrero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 25 de febrero de 2025. Nunca ha habido una humanidad que desconociese la guerra; se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, lo que quiere decir que nunca ha habido un momento de la historia mundial libre de conflictos armados: en algún lugar del globo siempre hay grupos que se matan entre sí. En la segunda, un archivo del blog de marzo de 2019 se podía leer lo siguiente: Un día él se sienta a su lado, la mira, le aparta el pelo de la cara y le dice, por primera vez, “te amo”. Siente que un anzuelo tira desde el exacto lugar donde tiene el corazón. Sonríe, cierra los ojos. Pero sabe que no hay nada más allá de eso que acaba de obtener y que en breve empezará el hastío... El poema del día, en la tercera, comienza con estos versos: "Esta luz, este fuego que devora,/este paisaje gris que me rodea,/este dolor por una sola idea,/esta angustia de cielo, mundo y hora". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De las guerras de ahora y de siempre

 







Las esperanzas pacificadoras de la filosofía de la Ilustración se han visto truncadas una y otra vez. Tras el sangriento siglo XX, resulta especialmente desolador contemplar la continuidad de los conflictos armados. Después de haber enterrado a millones de muertos, cabría esperar de nuestra especie un mayor acopio de sabiduría, sin embargo, afirma en la revista Ethic [El mundo en guerra, 20/02/2025] el politólogo Manuel Arias Maldonado, seguimos asistiendo a la triste recurrencia de la guerra.

Nunca ha habido una humanidad que desconociese la guerra; lo que quiere decir que nunca ha habido un momento de la historia mundial libre de conflictos armados: en algún lugar del globo siempre hay grupos que se matan entre sí. Incluso si damos por buena la tesis de Steven Pinker, según la cual puede discernirse una reducción continuada del empleo de la violencia en el curso de las interacciones humanas, el hecho bruto es que la guerra no ha desaparecido de nuestro horizonte. Ni siquiera en el continente europeo: la incursión rusa en territorio ucraniano y el conflicto armado subsiguiente ha hecho sonar de nuevo el silbido de las balas en nuestro patio trasero. Y nos preguntamos, alarmados, cómo es eso todavía posible.

Sin embargo, no hay que remontarse a la primera mitad del siglo XX —con dos devastadoras guerras mundiales que comienzan en territorio europeo— para encontrar un precedente; la violenta descomposición de Yugoslavia conoció episodios atroces y las potencias occidentales tuvieron que enviar bombarderos para poner fin al conflicto. Tanto las guerras balcánicas como el genocidio de Ruanda sirvieron así de advertencia a los contemporáneos sobre los límites de la paz poscomunista; poco después, los terroristas islámicos derribaron las Torres Gemelas. Si la Historia había terminado, como anunció Fukuyama propiciando una interpretación desviada de su razonable argumento sobre la superioridad de la democracia, tenía una extraña manera de hacerlo.

Adviértase en todo caso que la novedad relativa que trae consigo la guerra de Ucrania es el retorno inesperado de la agresión de un Estado soberano (aunque no democrático) sobre otro (más bien democrático). De acuerdo con la tipología propuesta por el filósofo Thomas Hobbes hace ya cuatro siglos, el dictador Putin habría emprendido una guerra de doctrina (nacionalista) que es asimismo una guerra de adquisición (de territorio y recursos). No obstante, se trata de un tipo de conflicto al que los europeos nacidos después de 1950 nos habíamos desacostumbrado. Y un tipo, también, que encaja con la definición tradicional de la guerra —siguiendo el clásico estudio de Hedley Bull— como violencia organizada entre unidades políticas. Esta modalidad ha perdido protagonismo desde la segunda posguerra mundial y siempre ha sido rara entre regímenes democráticos.

Sin embargo, seríamos víctimas de una perniciosa ilusión óptica si creyésemos que la guerra clásica es la única posible; el mismo Clausewitz señalaba que cada tiempo posee sus variantes. Y la nuestra no está dominada por la acción estatal; si nos ciñésemos a esa definición, tendríamos dificultades para encontrar guerras propiamente dichas. Por el contrario, ¿acaso el Estado Islámico no libró una guerra santa contra el resto del mundo? ¿No se hacen la guerra Hamás e Israel? ¿No se encuentra Sudán en estado de guerra? ¿Y hacen o no hacen la guerra las bandas terroristas que, aun con menor intensidad que en los años 60 y 70, siguen actuando con fines diversos en distintos lugares del mundo? Al igual que el ser humano que las declara o padece, la guerra tiene mil caras.

Dicho esto, la pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué continúa habiéndolas? Es un interrogante que cobra fuerza tras el salvaje siglo XX, que empieza con una Gran Guerra que se lleva por delante a 37 millones de personas y luego vive una Segunda Guerra Mundial que acaba con otros 60, incluyendo de paso el exterminio de los judíos europeos y la deflagración de dos bombas atómicas sobre suelo japonés. «Nunca pensé que la muerte derrumbara a tantos», dicen los versos de La tierra baldía que T. S. Eliot publicó en 1922 —sigo la traducción de Sanz Irles— en referencia a lo que entonces se vivió como la apoteosis del belicismo. Y aunque el novelista H. G. Wells profetizó que aquella guerra inesperada acabaría con todas las guerras, quien acertó fue el primer ministro británico David Lloyd George cuando señaló irónicamente —durante la Conferencia de Paz de París de 1919— que «esta guerra, al igual que la siguiente, es una guerra que acaba con la guerra». Solo veinte años después, Europa estaba en llamas y el Imperio japonés se disponía a atacar suelo estadounidense: la pedagogía del horror se había demostrado inútil. No era la primera vez; no sería la última.

Aquellas trincheras europeas fueron la genuina tumba de las esperanzas ilustradas; o, si se prefiere, representaron el brusco fin de las desmesuradas expectativas que el siglo XIX había depositado en la perfectibilidad de nuestra especie. Frente a la cautela que exhiben los escritos de Kant, Montesquieu o Hume, conscientes todos ellos del arduo camino que había de recorrer el animal humano, el hiperracionalismo decimonónico fue demasiado lejos o lo hizo demasiado rápidamente: los europeos tenían la sagrada misión de civilizar a los salvajes y algún día todos hablaríamos esperanto. ¡Religión de la humanidad! Para Hegel, la guerra misma podía ser un instrumento civilizatorio: las épocas de felicidad —escribió para escándalo de nuestro Rafael Sánchez Ferlosio— son páginas en blanco en el libro de la Historia. De ahí que viera en el Napoleón que entraba victorioso en Jena en 1806 nada menos que al representante del espíritu montado a caballo: un gobernante que repartía por igual mandobles y códigos civiles. En el mundo entero, los nacionalistas le tomaron la palabra y lucharon contra el imperio que los oprimía o la metrópoli que los colonizaba. Por desgracia para los redactores de breviarios morales, a veces sus líderes tenían razón; a veces no hay otra manera de librarse del tirano que ejercitando la resistencia armada contra él. Y como las propias democracias saben, no pocas veces la política —de la fundación de repúblicas al cambio de régimen— es la continuación de la guerra por otros medios.

Es dudoso que la guerra llegue jamás a abandonarnos; allí donde haya un conflicto o surja el interés por crearlo —ya lo muevan la animosidad tribal, la búsqueda de recursos o el integrismo doctrinal o religioso— aparece también la tentación de recurrir a la violencia organizada. Sabemos desde Kant que el belicismo es menos probable entre países democráticos; Montesquieu nos enseñó que el anudamiento de los intereses económicos ayuda a prevenirlas. En cuanto a la doctrina de la guerra justa, la experiencia es tan clara —solo es justa si constituye la única manera de frenar a quien ejerce una violencia injusta— como difusa su aplicación práctica. ¡No es mucho! Después de haber enterrado a millones de muertos, cabría esperar de nuestra especie un mayor acopio de sabiduría. Pero con eso habremos de manejarnos: sin miedo ni esperanza, en el camino sin final hacia la imposible paz perpetua.








[ARCHIVO DEL BLOG] Los amantes. Publicado el 20/03/2019











Un día él se sienta a su lado, la mira, le aparta el pelo de la cara y le dice, por primera vez, “te amo”. Siente que un anzuelo tira desde el exacto lugar donde tiene el corazón. Sonríe, cierra los ojos. Pero sabe que no hay nada más allá de eso que acaba de obtener y que en breve empezará el hastío..., escribe la periodista y escritora argentina Leila Guerriero.
Él está en pareja, comienza diciendo Guerriero, usted también. Se ven desde hace algunos meses. Es la clase de hombre que le gusta, un homme blessé, un animal que se lame cicatrices: huérfano de niño, muerta su primera mujer, lleno de enormes frustraciones, triste. Harto de su matrimonio pero blindado a cualquier afecto. Para usted, estar con él es como comer chocolates a puñados. Siente una atracción corrupta, adictiva. Compre ropa interior nueva, sólo para él, y note que eso, más que excitarlo, lo emociona. Un día, mientras esté mirando la televisión con su pareja, piense en él y pregúntese cómo sería vivir juntos. Fantasee largo rato con eso. Sienta una emoción profunda e, inmediatamente después, reconozca en usted la voz realista y desengañada que le dice que es una fantasía estrafalaria, ridícula, infantil. Pero, cada vez que se encuentren, lleve la conversación, con metáforas y rodeos, hacia la idea de “cómo sería si”. Sienta que de a poco, con movimientos de remero hábil, logra que él comience a pensar seriamente en eso. Él ha empezado a reírse mucho —y le dice que no se reía desde hacía tiempo, y usted siente un regocijo inflamado—, y ha vuelto a escribir —y le dice que no escribía desde hacía tiempo, y usted siente un orgullo insectívoro, perverso—. Cada tanto mírelo largamente, con miradas cargadas de martirio, sin decirle nada. Después, acurrúquese en su abrazo como si dijera “Dios, cómo estamos sufriendo por esto”. Sepa qué ha ido a buscar, espérelo como a un gran pez salido de las profundidades. Un día —están en el hotel, ya vestidos, por irse—, él se sienta a su lado, la mira, le aparta el pelo de la cara y le dice, por primera vez, “te amo”. Sienta que un anzuelo tira desde el exacto lugar donde tiene el corazón. Sonría, cierre los ojos. Sepa que no hay nada más allá de eso que acaba de obtener. En breve empezará el hastío. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 















Del poema de cada día. Hoy, Llagas de amor, de Federico García Lorca

 






LLAGAS DE AMOR



Esta luz, este fuego que devora,

este paisaje gris que me rodea,

este dolor por una sola idea,

esta angustia de cielo, mundo y hora,


este llanto de sangre que decora

lira sin pulso ya, lúbrica tea,

este peso del mar que me golpea,

este alacrán que por mi pecho mora,


son guirnalda de amor, cama de herido,

donde sin sueño, sueño tu presencia

entre las ruinas de mi pecho hundido.


Y aunque busco la cumbre de prudencia

me da tu corazón valle tendido

con cicuta y pasión de amarga ciencia.



Federico García Lorca (1898-1936)

poeta español












De las viñetas del blog de hoy martes, 25 de febrero de 2025

 












































lunes, 24 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy lunes, 24 de febrero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 24 de febrero de 2025. No hay ninguna parte del mundo donde se viva menos mal que aquí, en Europa, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, y muy especialmente en ese milagro de convivencia civilizada que se llama la Unión Europea. En la segunda, un archivo del blog de marzo de 2019 se decía lo siguiente: Tendemos a olvidar que la Unión Europea resulta convincente justamente allí donde, tras duras negociaciones, llega a soluciones que solo una unión de países es capaz de proponer, pero que, al mismo tiempo, producen beneficios para las ciudadanas y los ciudadanos de cada uno de los Estados miembros. El poema del día, en la tercera, comienza con estos versos: "Nací en el sur de Europa, donde todos los pueblos se quedaron./Soy hija del camino, el azar y la distancia./Amo el decir callado de los que piensan hondo/y el tintineo feliz de quienes sueñan". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt