El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
lunes, 28 de octubre de 2024
domingo, 27 de octubre de 2024
De las entradas del blog de hoy domingo, 27 de octubre de 2024
Del miedo
En última instancia, el consejo del miedo es una u otra forma de subordinación, pues solo reclama soberanía personal quien ha vencido la tentación de vivir aterrado, abierta o secretamente, se comenta en la revista Ethic [La niebla del miedo, 22/10/2024] citando el libro ‘Frente al miedo’ (Página Indómita, 2024), del filósofo Antonio Escohotado. De ahí que no sea realista esperar ni de la propaganda ni de los gobernantes recetas eficaces contra la hipocondría y el recelo. Mientras pagamos a tanto traficante de seguridad, como rebaños de ovejas custodiados por lobos, podríamos atender un momento a lo substancial del asunto. Jünger nos lo explica: «Librar del miedo al ser humano es mucho más importante que proporcionarle armas o proveerle de medicamentos. El poder y la salud están en quien no siente miedo».
Al sobreentender nosotros que las amenazas preceden siempre a los temores, dejamos que el miedo campe consentidamente por sus respetos, multiplicando vigilantes a un ritmo que carece de proporción alguna con el crecimiento demográfico. Por mucha riqueza que haya, no se divisa un término a la insolidaridad promotora del crimen, ni mejor seguro que seguir fortaleciendo mecanismos de control y punición. Según parece, el evidente progreso en muchos órdenes no compensa desfases en socialización, crisis económicas, incultura popular, espantosas megápolis y causas análogas.
Sin perjuicio de todo esto, Jünger trata de ir más al fondo, proponiendo que ningún rearme podrá mitigar las causas del miedo. El temor inconcreto y omnipresente «solo podrá disminuir cuando el individuo encuentre un nuevo acceso a la libertad». Nos quedamos algo perplejos, pensando qué implicará ese nuevo acceso a la libertad, expuesto por un hombre vigoroso y creativo a un lustro escaso de su centenario. Pero lo cierto es que Jünger ha sido muy explícito en cuanto a las condiciones de tal acceso. A caballo entre la metáfora y una crónica textual de su propia vida, ofrece a nuestra consideración la figura del Emboscado.
Si preguntamos quién es tal sujeto, la respuesta dice: alguien que siente y actúa como persona singular soberana. Suena extraño a primera vista, no menos quizá que vago y hasta arriesgado. Para ser exactos, suena a muy probablemente delictivo, considerando que nadie llega al Bosque sin «reservarse la decisión» en ciertos campos, campos donde la propaganda urge con gran vehemencia a delegar dicha decisión. Concretamente, uno no será un emboscado mientras decidan por él en medicina, ética y acatamiento a las leyes; tampoco lo será mientras no plantee como cuestión exclusivamente suya su propiedad y el modo de afirmarla. De los protectores y vigilantes institucionales el Emboscado exige algo sencillo en extremo: recurrir a su ayuda cuando lo crea conveniente él, no cuando lo crean ellos conveniente. […]
El Emboscado decide no solo en medicina, sino en ética y acatamiento a las leyes. Cabría pensar que esto olvida a «los demás» y la «totalidad», si no fuera porque supone justamente lo contrario. Reservarse la decisión es exigir que esta les sea reservada a los demás y a la totalidad, sin otros posibles perjudicados que el armador Leviatán y su crucero de lujo, el segurísimo Titánic, que imponen condiciones discutibles al paisaje. El Emboscado no quiere salir de la coacción como quien se opone a una en nombre de otra, como quien huye hacia algún desierto o como quien anda poseído de misantropía. El Bosque no es un lugar geográfico determinado, ni nada finalmente distinto del punto donde pernocta un corazón reñido con cualquier forma de crueldad. También puede decirse que el Emboscado jura odio eterno a la crueldad en general, fuere cual fuere su objeto.
Ahora bien, ¿qué se ve desde la emboscadura? Junto con la necesidad de desoír toda norma impuesta por violencia, la de aprender a hacerlo evitando una fulminación definitiva. Este texto es un fragmento de ‘Frente al miedo’ (Página Indómita, 2024), del filósofo Antonio Escohotado.
[ARCHIVO DEL BLOG] Los muertos. Publicado el 04/11/2019
El poema de cada. Hoy, Persépolis, de Marjane Satrapi (1969)
No sé cuántos de vosotros os habéis sentido extraños en vuestro país después de volver de un viaje muy largo. Y cuando digo extraños quiero decir casi extranjeros, como si todo lo vivierais como marcianos, como si hubierais mudado de cerebro y las calles, aun siendo las mismas, fueran distintas. Como si vuestros padres y amigos fueran completos desconocidos.
A mí me pasó. Y me pasó de una forma violenta porque mis padres me enviaron a Austria y después a Francia con 15 años, cuando en Teherán las cosas empezaron a ponerse cada vez más difíciles. —Te queremos tanto que queremos que te marches a Austria —me dijeron— y cogí un puñado de tierra del jardín de Irán para llevarme en la maleta.
"Me rapé el pelo y me agujereé las orejas, hice todo lo que en Irán estaba prohibido hacer. Pero poco a poco descubrí que mis amigos no eran como los revolucionarios de Irán, eran revolucionarios de libro, marxistas de sofá."
En Austria y en Francia no tenía que ponerme el velo que en Teherán empezó a ser obligatorio en 1980, a raíz del triunfo de la Revolución islámica de 1979. En Francia los jóvenes podían tener un póster de Iron Maiden, un pin de Michael Jackson y unas Nike sin que las guardianas de la revolución los pararan por la calle para llevarlos al comité. Aunque, y esto es un megasecreto, yo también tenía un póster de Iron Maiden que trajo mi padre de Turquía cosido al interior del abrigo, ¡parecía un monstruo amorfo pasando los controles del aeropuerto de Teherán con esa espalda tan ancha!
Al llegar a Francia me hice amiga de un grupo de punkis y revolucionarios franceses. Pensaba que estar con ellos era como luchar por mi país fuera de él. Me rapé el pelo y me agujereé las orejas, hice todo lo que en Irán estaba prohibido hacer. Pero poco a poco descubrí que mis amigos no eran como los revolucionarios de Irán, eran revolucionarios de libro, marxistas de sofá. No eran como mi tío, que estaba preso por expresar sus ideas, ni como el padre de mi mejor amiga que había desaparecido, ni como mi amiga Neda a la que habían asesinado con 16 años. ¿Contra qué tenían que rebelarse en Francia mis amigos y los otros jóvenes si todos podían caminar por la calle sin ser inspeccionados y podían leer y escuchar la música que les gustaba e ir al cine?, ¿contra qué o quién tenían que pelear los padres si sus hijos estaban a salvo?
Durante aquella época no había nadie de Irán en Francia con quien poder hablar de mi país. Cada vez que hablaba con mis padres por teléfono sentía que los traicionaba; ellos allí, metidos de lleno en esa guerra y yo lejos de casa, fumando y saliendo sin parar. Rebelde sin causa. Pero también sentía que eran ellos los que me habían abandonado. No quería saber nada de ellos ni ver las noticias. Sentía vergüenza de ser iraní; me dolía la televisión, me dolía Teherán, me dolía la guerra. Me dolía no formar parte de ella y verla desde lejos. Me dolía ver a mis amigos franceses marchar el fin de semana a casa con sus padres. Pero lo que más me dolía era estar sola en un país extranjero, haber sido obligada a marchar, porque el silencio que acompaña a la soledad del que huye de la guerra es el más ensordecedor de los bombardeos. Es un silencio que grita, que araña, que te llena de culpa como se llena la boca al meter en ella un polvorón.
Así que, a pesar de que en Francia podía llevar pantalones rotos y el pelo verde, podía fumar canutos y podía besar a mi novio en la calle, echaba de menos el mar Caspio, las historias revolucionarias de mi tío y el olor a jazmín del sujetador de mi abuela. Echaba de menos mi habitación y mi escondite de chapas y discos. Decidí entonces, después de romper con mi segundo novio francés, que quería volver a casa tras cuatro años. Quería comerme el mundo como cuando era pequeña, y estaba dispuesta a cubrir mi cabeza con un velo y a renunciar a ciertas comodidades con tal de estar junto a los míos, junto a la tierra del jardín de casa que aún me acompañaba.
Al volver a casa me pasó lo que os contaba al principio. Me sentía una extranjera en Irán al igual que me había sentido una iraní en Francia. Había estado lejos de la guerra pero había librado otra guerra yo sola, de los 14 a los 18 años que es cuando los padres y los médicos dicen que empezamos a madurar y a formarnos, ¿a qué mundo pertenecía entonces?, ¿por qué mis amigas habían cambiado tanto?, ¿por qué las cosas eran tan distintas en Francia y en Teherán?, ¿por qué estaba tan triste si estaba en ca sa?
En Francia casi todo el mundo hacía lo mismo dentro y fuera de casa, salvo ir en pelotas, pero no en Irán. Una de las diferencias más significativas era precisamente esa, la existencia de dos mundos en Teherán, el del interior de las casas y el del exterior. El mundo contenido y negro de las calles y el mundo ruidoso y colorido del interior de las casas. El mundo de las restricciones y el de fiestas y la melena al viento. De hecho, el maquillaje que llevaban mis amigas no era tanto para resaltar sus ojos y sus labios como para dar una patada al orden. Era un maquillaje de guerra, un acto revolucionario, un arma en forma de barra de labios.
Es probable que vosotros no hayáis vivido una guerra, que la hayáis visto en la tele y leído en los libros o que os la hayan contado vuestros abuelos y bisabuelos. Es probable que no tengáis que convivir con dos mundos tan distintos fuera y dentro de vuestra casa. Pero tenéis algo en común conmigo, como mis amigos los seudorevolucionarios franceses, porque siempre hay una revolución que librar. Puede ser una revolución pequeñita, como decirle a alguien que te molesta que no vuelva a llamarte, como meter un voto en una urna, como saludar a alguien que finge no haberte visto, como pintarte los labios de negro. Una revolución a pequeña escala. La mía ha sido escribir este libro y ponerlo en tus manos, para que recorras conmigo la historia de mi país. Marjane Satrapi (1969). Escritora y dibujante iraní. Premio Princesa de Asturias 2024.
sábado, 26 de octubre de 2024
De las entradas del blog de hoy sábado, 26 de octubre de 2024
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 26 de octubre de 2024. La primera de las entradas de hoy va del rumbo perdido en el que navega Europa. La segunda de ellas, un archivo del blog de septiembre de 2008, se centraba en la doble moral de la que hacían gala algunos presentadores y cadenas desinformativas. La tercera es un bello poema que comienza con estos versos: Di a la leve melancolía del arrepentimiento /que se apodera de la tarde del domingo, / que no dejaré que tu encanto sea mancillado. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt
Del rumbo perdido de Europa
Oriente Próximo está muy lejos. A juzgar por las acciones de los gobiernos europeos, no parece que la sangre derramada ahí nos salpique, afirma en la revista Ethic [El secuestro de Europa, 21/10/2024] el politólogo Víctor Lapuente. También África parece distante, a pesar de que apenas nos separa una lengua de mar. Se hunden cayucos frente a las costas canarias y los políticos europeos, en lugar de cooperar solidariamente en ayudar y asistir, compiten sobre quién es más duro contra la inmigración ilegal.
Las lágrimas de los migrantes naufragados son gotas en un océano de indiferencia. Es difícil imaginar gente con mayor ilusión por la vida que aquellos y aquellas que cogen sus escasas pertenencias para subirse a una barca precaria, capitaneada por mafiosos sin escrúpulos, para emprender la ruta marítima más mortífera del mundo. Y es casi imposible figurarse destino más cruel que morir en esas aguas sin, como ocurre a menudo, tan siquiera dejar un cuerpo al que dar descanso y al que los tuyos puedan honrar un día. Los muertos sin cadáver son la imagen de la tragedia silente más grave de nuestro tiempo.
Pero la mayoría de representantes políticos europeos, descontando algunos gestos y acciones encomiables, sobre todo en los pueblos costeros griegos, italianos o españoles en contacto directo con el drama, han decidido poner sus esfuerzos en granjear el apoyo de los votantes potencialmente más intolerantes hacia la inmigración. Al principio, fueron solo los partidos de extrema derecha, pero luego le siguieron las formaciones de la derecha tradicional, pero también algunos socialdemócratas. Y ahora hasta tenemos un partido de extrema izquierda con tintes xenófobos que va al alza en las encuestas en Alemania. Se ha generalizado la percepción, como en EE.UU., de que los inmigrantes nos están invadiendo y, frente a esa (falsa) amenaza poco puede hacer la (verdadera) tragedia: la muerte en masa de quienes quieren venir a ganarse el pan aquí.
En el extremo oriental del continente, los truenos de los imprecisos cohetes de las milicias chiíes y de las precisas bombas israelíes ahogan los llantos de los civiles en Beirut, el sur del Líbano o Gaza y cualquier rincón donde los cazas y los satélites y drones geolocalizan un objetivo militar, una infraestructura o un comandante militar, aunque esté rodeado de inocentes. Tampoco aquí hay respuesta coherente y contundente de la UE, a pesar de las palabras, por lo general acertadas del Alto Representante Josep Borrell quien, en los estertores de su mandato, mantiene un compromiso ético encomiable.
Pero Europa continúa la construcción de muros. De dos tipos. Por un lado, con el ímpetu de la ultraderecha estamos erigiendo una auténtica fortaleza europea, que limita crecientemente el acceso tanto a las personas como a los bienes de fuera. Lejos quedan los años de la globalización donde, además de unas políticas más aperturistas, teníamos también unos discursos más aperturistas. Ahora, el foco se pone en la protección. Y eso dificulta el crecimiento tanto económico como social o incluso cultural. Como es conocido en biología, cuando los organismos priorizan defenderse, no crecen.
Por otro lado, junto a esos muros reales frente al mundo exterior, los europeos estamos levantando otros ficticios, entre nosotros. Entre las tribus políticas en las que se divide cada país. Son muros por diferencias que, miradas con perspectiva, son mayormente ridículas. Por ejemplo, en España tanto los unos como los otros argumentan que el futuro de la democracia depende de si una audiencia provincial archiva o delimita la causa abierta por un juez de instrucción contra la esposa del presidente o si el tribunal supremo rechaza la amnistía por malversación a los responsables del procés. En comparación con los problemas que retumban en el exterior de la fortaleza europea, estas son cuitas minúsculas, motas de polvo en el universo de los problemas humanos.
Y esa es, la tragedia de fondo de Europa: construimos muros ficticios entre nosotros y muros reales frente al resto del mundo. Nos peleamos por lo irrelevante, embriagados de polarización, y nos aislamos tanto de los grandes problemas que nos rodean como de los que realmente tenemos en casa. Intoxicados del discurso tribal del odio, no somos capaces de distinguir lo importante de lo trivial. El moderno rapto de Europa es que nos hemos secuestrado a nosotros mismos. Víctor Lapuente es politólogo.
[ARCHIVO DEL BLOG] Doble moral. Publicado el 05/09/2008.
Del poema de cada día. Hoy, Tan real como la vida, de Ruth Stone (1915-2011)
TAN REAL COMO LA VIDA
Di a la leve melancolía del arrepentimiento
que se apodera de la tarde del domingo,
que no dejaré que tu encanto sea mancillado
por esas lágrimas que mojaron
los primeros diez años de junio.
Junio fue mi cumpleaños, probablemente desde entonces
hasta donde puedo recordar, el domingo fue lento
como una mantis religiosa trepando por un roble
y las lágrimas, como el té, tuvieron causa formal para fluir.
No me arrepentiré del mundo estereoscópico
visto a través de las ventanas dominicales
desconcertadas por profundidades que se superponen a la consternación.
Pero sí diré, he visto muchas fotografías,
tan reales como la vida, y he guardado
un recorte sobre montañistas que se congelaron.
Ruth Stone (1915-2011)
Poetisa estadounidense