martes, 5 de diciembre de 2023

De la comprensión del pasado

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, de los historiadores J.M. Fradera y J.M. Portillo, va de la comprensión del pasado. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Comprender el pasado para comprometer el futuro
JOSEP MARIA FRADERA y JOSÉ MARÍA PORTILLO VALDES
29 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

1714, una fecha que parece hoy una referencia lejana. Sin embargo, ha sido repetidamente mencionada en los debates últimos en Cataluña para proyectarse heroica en el reciente debate de investidura de Pedro Sánchez. Los nacionalistas vascos sitúan su 1714 en 1839 para reivindicar el restablecimiento de una “nación foral”. Lo sorprendente del caso es que, siendo tanta la insistencia de la cita de estos dos momentos, nadie parece interesado en una reconsideración de tan remotas justificaciones para defender posiciones políticas actuales.
La explicación es bien sencilla. La tensión nacionalista de la última década se sustentó en buena medida en un relato que situaba su origen remoto en el mito de una guerra entre derechos históricos y despotismo monárquico. Lo ocurrido en Cataluña a comienzos del siglo XVIII o el resultado de la guerra carlista en el País Vasco son leídos por el nacionalismo como el final de una Monarquía compuesta y el avance inexorable de un Estado centralista. Sin necesidad de mayores precisiones, acontecimientos tan remotos y, en principio, tan ajenos a la mayoría de la población, sirven para cubrir con una pátina de verdad antigua (y, por ello, se supone que incontestable) reivindicaciones que tienen que ver con la política de hoy. El resultado de ello está a la vista. Los llamados nacionalismos periféricos repiten incansables esa canción, que ha sonado con más estridencia en Cataluña y con mayor “contención foral” en el País Vasco, pero el problema, al final, es el de España: el incómodo marco donde se reproduce una y otra vez la querella de las identidades y las periódicas crisis políticas que la han tallado. Las tradiciones inventadas siempre son, en definitiva, una mezcla de hechos que son innegables solo en un marco interpretativo nacionalista para creyentes.
Conviene por tanto alejarse de una interpretación basada en constataciones tan manidas. España como marco de conjunto no fue siempre desafiada por nostalgias del pasado, sino que la realidad es siempre más compleja. Por una parte, la construcción del Estado moderno desde el siglo XVIII no puede entenderse como un proceso ininterrumpido. Más bien al contrario, terminó en una crisis de grandes proporciones con la quiebra del imperio español y la invasión napoleónica, una crisis de la que nacen tanto las repúblicas americanas como la España liberal de la Constitución de Cádiz. Por otro lado, dos procesos en paralelo dieron forma a la España contemporánea: la afirmación del liberalismo a partir de aquel momento (de manera definitiva desde 1837) y el tránsito de una economía regionalizada y muy vinculada al mercado americano a otra asentada sobre el mercado interno. Lo fundamental aquí es que vascos y catalanes, así como castellanos, andaluces y todos los demás no fueron sujetos pacientes, sino protagonistas efectivos tanto del pacto político como del estructural, con las contradicciones que uno puede esperar en ambos planos. Por ejemplo, frente a los deseos de una mayor vinculación con Inglaterra y Francia de andaluces y vascos, los catalanes fueron unos decididos defensores del mercado “nacional”, que así lo denominaron siempre, y de la preservación de las muy ricas posesiones antillanas (esclavitud incluida).
Fue con encajes de este estilo como se conformó el Estado nación del siglo XIX. Si Antoni de Capmany, liberal historicista y un perfecto conocedor del mundo anterior a la guerra de Sucesión, fue uno de los grandes personajes del Cádiz de 1812, los catalanes y vascos del ochocientos formaron parte de manera regular de los partidos liberales, moderados y progresistas. También lo fueron de aquellos que se mantuvieron fuera del sistema, como los carlistas y ultracatólicos o de los que lo desafiaron, como los republicanos, demócratas o socialistas. No ha de extrañar así que Jaume Balmes, un eclesiástico catalán, fuera el más sólido teórico de un pacto que diese solidez a una España capaz de resistir el peso hegemónico de la influencia francesa en Europa.
Es cierto que las limitaciones representativas del parlamentarismo y las insuficiencias económicas y fiscales del siglo XIX contribuyeron al florecimiento de regionalismos fuertes que, en algunos casos, pocos, derivaron en nacionalismos. Conviene no perder de vista, sin embargo, que todo ello debe observarse en un mundo español cada vez más integrado por razones económicas, por el desarrollo de las comunicaciones o la repatriación de recursos y de capital humano procedente de las colonias americanas y de Filipinas tras la derrota frente a Estados Unidos en 1898, así como por las vinculaciones económicas de algunas regiones y sectores con las grandes economías europeas. Las masivas migraciones interiores, consecuencia de la misma modernización, contribuyeron desde finales del siglo XIX de manera notable a esa integración del espacio nacional.
Entendida como relación entre diferentes sociedades, la historia española es, por tanto, tan problemática como puede serlo la de los países vecinos, las de los países que participaron con costes elevadísimos en las dos guerras mundiales. Es crucial notar que las historias de las sociedades peninsulares no son procesos aislados (que eventualmente las enfrentan entre sí en disputas por la soberanía, la nación o la desigualdad de oportunidades propia del capitalismo en todas partes), sino comprensibles solamente en el marco del conjunto peninsular. Somos la historia de esa relación, de sus progresos y tragedias. Por supuesto, las que padecieron otras sociedades (indígenas americanos, filipinos, africanos esclavizados o rifeños) y también las que sufrimos nosotros mismos. La guerra fratricida de 1936 a 1939, la divisoria entre vencedores y perdedores, solo puede entenderse como cosa de todos, atañó a todos. Siendo el franquismo una feroz defensa de los privilegios establecidos y una brutal expresión del nacionalismo español incubado en paralelo a los nacionalismos llamados absurdamente periféricos, cooptó afines en todas partes. El precio más alto lo pagaron las lenguas y culturas de los otros, junto con las libertades y derechos de todos. El triunfo de la democracia, la amnistía de 1977 y la Constitución del año siguiente fueron para todos el mayor logro desde Cádiz, como ya lo había sido el antifranquismo que sembró el terreno.
Como dijo nuestro colega Pablo Fernández Albaladejo, esa es la “materia de España”, de ese pasado estamos hechos. No verlo así a estas alturas resulta cuando menos chocante. Hacernos echar la vista atrás, hasta 1714 o 1839, para hablarnos de enfrentamientos seculares mal resueltos es un ejercicio de desorientación que los historiadores no podemos aceptar. No por lo menos los que firman este texto con la evidente voluntad de participar en un debate público del máximo interés: cómo queremos que sea la España del siglo XXI y su Estado. Para ello creemos que nos sobran apologías históricas, también las del imperio o de las dinastías reinantes, y nos falta pensamiento historiográfico, necesariamente crítico. Es lo que los historiadores podemos y debemos ofrecer.








































[ARCHIVO DEL BLOG] La condena pendiente de ETA (y la hipocresía del nacionalismo vasco). [Publicada el 14/02/2018]












Este es un texto políticamente no correcto, escribe en El Mundo María Teresa Pagazaurtundúa Ruiz​ (1965), política, activista y escritora española, y diputada del Parlamento Europeo, donde es portavoz de Unión Progreso y Democracia, que se define a sí misma como una socialdemócrata defensora de la libertad, la justicia y la igualdad.
El 8 de febrero, comienza diciendo, tras el asesinato de Joxeba Pagazaurtundúa, podríamos haber maldecido y marchado para siempre, envueltos en el frío y la niebla. No nos fuimos entonces. El 10 de febrero, desde Andoain, nos dirigimos directamente a ciertos sectores de aquella Euskadi cruel del año 2003.
Malditos -dijimos- vosotros los asesinos. En segundo lugar, malditos los chivatos que aconsejaron la muerte, y con ellos los falsos patriotas que alimentaron la locura. Después iban los ciegos por permitir a los falsos patriotas y a los locos y a los asesinos un espacio repitiendo la existencia de un conflicto como si cupiera un lugar intermedio entre el verdugo y la víctima. Todo lo que escribo es literal, tal y como lo pronunciamos en aquella tarde oscura de invierno en Andoain.
Nos equivocamos al pensar que eran ciegas tantas personas influyentes fuera del entorno político de ETA que, admitían la palabra fetiche conflicto y la estrategia de equidistancia, que conllevaba el chantaje moral y político hacia los perseguidos por el terrorismo nacionalista vasco. Por si no lo recuerdan ya el conflicto era la palabra que cimentaba la justificación antidemocrática última de los asesinos y de todo su sistema de persecución política y de control social. Nos equivocamos al calificar de ciegos a los que, de alguna manera, admitían el mantra del conflicto pensando que era efecto del miedo, de los prejuicios compartidos en la familia política nacionalista vasca, o de la propaganda y pereza ideológicas. Nuestra ingenuidad derivaba seguramente de que vivíamos en la trinchera de los perseguidos y resistentes.
Quince años más tarde no nos quedan dudas de que los gobernantes nacionalistas que hacían seguidismo del marco narrativo del conflicto entre Euskadi y España, y cosas parecidas, no estaban ciegos en absoluto. Seguían una estrategia de fondo, para poner tiempo después, en ese espacio intermedio, la palabra sufrimiento compartido, retirar a los muertos y establecer por ley el edén vasco. Es una indecencia de fondo, pero con la correlación política suficiente y todos los recursos públicos a favor, no hay alma buena en Euskadi y Navarra que no utilice la nueva palabra mágica.
Al hilo de la nueva palabra de moda, este año hemos detectado mucho interés en preguntarnos por los aspectos humanos de la familia, especialmente, sobre su viuda e hijos, como buscando esa descripción del sufrimiento, de la ausencia, y ya, en la medida de lo posible, algún mensaje hermoso, catártico, de superación personal. Justamente para endulzar comunitariamente la nueva mirada del presente sobre el sucio pasado.
Pues bien, debemos indicar, sin embargo, que no hay nada más político en Euskadi y Navarra que despolitizar a las víctimas del terrorismo nacionalista vasco de ETA. La política debe realizarse mirando hacia el futuro. Sin duda es así. Pero también lo es que las sociedades deben enfrentarse a sus heridas para sanarlas de forma que les ayude a regenerarse. El caso vasco puede otorgar lecciones sobre las formas en las que se crean y expanden fenómenos tóxicos en las sociedades, fenómenos de dominio, de radicalización violenta, de distorsión cognitiva colectiva, de deslegitimación del Estado de derecho.
También de los procesos de respuesta democrática desde la propia comunidad: porque también podemos resaltar la no venganza de las víctimas de ETA, su esfuerzo por visibilizar su dignidad completa y el mérito de los ciudadanos e intelectuales que, contracorriente -pagando caro por ello-, dieron la cara en contra del terrorismo y en favor del Estado de derecho.
Existe un gran esfuerzo desde los poderes públicos vascos por privatizar el significado político de las víctimas del terrorismo nacionalista vasco de ETA. Eludir la mirada al pasado incómodo y la exigencia de responsabilidades sociales y políticas no ayuda. Creemos que los acosadores y asesinos, y su entorno político, deben reconocer que nos persiguieron para cambiar a toda la sociedad vasca y convertirla obligatoriamente en nacionalista vasca. Reconocer esta fundamental cuestión no supone una humillación, sino una oportunidad de regeneración para ellos.
En otro caso, si a Joxeba le quitamos sus palabras y su crítica -lúcida y desgarrada- al poder político vasco... Si borramos el ecosistema de acoso, persecución, miedo y proselitismo en cada rincón del País Vasco y Navarra... Si dejamos de llamar a los terroristas nacionalistas vascos por no molestar en los nuevos tiempos... Si nos hacemos los despistados con las décadas de propaganda intensiva de los políticos de los partidos de ETA como inductores de la captación de miles de niños para el terror... entonces Joxeba Pagazaurtundúa y su vida como ciudadano comprometido con la libertad de pensamiento político, con la ley, con la democracia constitucional española se desvanece y se convierte en una víctima vacía, irreal, fantasmagórica. En este momento de la política pública vasca y navarra, podemos considerar políticamente no correcto algo tan simple como que los poderes públicos dejen de utilizar el sufrimiento -mayoritariamente el nuestro- como pretexto para que ETA y sus siglas políticas se escaqueen de asumir su responsabilidad social, histórica y política. Y gracias a esta operación eludir desde el nacionalismo gobernante la mirada sobre sus ambivalencias y dureza con los perseguidos.
Quince años después de los días terribles que siguieron al asesinato de Joxeba, exigimos algo simple: la condena pendiente de Otegi y los suyos del terrorismo de ETA, de toda su historia, sin cesiones, ni maquillajes. Y exigimos que los Estados español y francés ejecuten la disolución de ETA, sin permitirles circos mediáticos. Lo exigimos porque no merecemos sufrir la humillación brutal de ver el teatro consentido. Eso que se llama la doble victimización, que hemos sufrido no dos, sino cientos de veces y de días. Lo exigimos porque es la oportunidad histórica de cerrar bien esta página terrible de nuestra historia y para poder enterrar bien a los muertos. Es lo mínimo que la decencia exige. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














lunes, 4 de diciembre de 2023

De predicar a favor del viento

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Sergio del Molino, va de predicar a favor del viento. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Lo incómodo es predicar siempre a favor del viento
SERGIO DEL MOLINO
29 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Me dijo que estaba cancelado en Estados Unidos porque ya no hay sitio en su país para un escritor judío de 71 años. Por elegancia, no pregunté las causas, no fuera a echar sal a una herida, pero sospeché que las razones por las que Lawrence Weschler —otrora insignia de The New Yorker y de las mecas del periodismo literario, como The Atlantic o Vanity Fair— ande autopublicándose sus reportajes en internet tiene algo que ver con su escritura: Weschler es el artista de la ambigüedad. En sus historias, como en El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson, el libro que le presenté la semana pasada en Madrid, las certezas se corrompen en un juego de trampantojos. Uno termina sus libros con la misma estupefacción con la que los empieza, sin saber quién carajos es Mr. Wilson ni de qué va su gabinete, porque Weschler no ha venido a explicar el mundo ni a redimirlo en consignas, sino a contarlo. En esta época tan sobrada de certezas y de apóstoles, un escritor como él le habla, por fuerza, al desierto.
Se dice que lo difícil es mantener un criterio propio frente a la presión ambiental, pero lo natural es ser como Weschler. O como Carlos Alsina, que el lunes recibió el premio Cerecedo con un discurso contra el género reclinatorio del periodismo y contra los nuevos curas que mandan callar a todos los que no les gustan. Lo fatigoso es hablar siempre a favor del viento, pues las ráfagas cambian sin aviso. El probo predicador de izquierdas puede verse reducido a un charlatán facha sin saber por qué, y el líder de la resistencia antisanchista puede ser excomulgado al menor síntoma de aquiescencia con el Gobierno. Los puros que tiran las primeras piedras deberían saber que serán devorados por su propio público, pues confiarse al aplauso de una grey justiciera equivale a mitinear ante una masa de zombis: es cuestión de tiempo que te hinquen el diente.
Esta preocupación no afecta a quienes van por libre, atentos a su propio criterio y guiados por la convicción de que, de cerca, todos somos raros. Hay que compadecer a quienes se empeñan en encajar en los moldes virtuosos de geometría imposible donde no cabe una contradicción. Cuando se les rompan, a lo mejor redescubren el placer de pensar por sí mismos, sin miedo a la furia de los amigos. Descubrirán también que el desierto está más poblado de lo que parece y que la brisa se disfruta más cuando no te importa de qué lado sopla.
































[ARCHIVO DEL BLOG] Trump/Hitler: Demasiadas similitudes como para obviarlas. [Publicada el 17/02/2017]











"No se puede estar medio de acuerdo con el nuevo presidente de Estados Unidos. No dramaticen y júzguenlo por sus actos. A algunos les da tanto miedo que los consideren izquierdistas que relativizan el fenómeno Trump con ciertas dosis de hipocresía. Hay que desconfiar de esta relativización. Sé que es peligroso, pero aun así voy a comparar la situación actual con la de los años veinte y treinta, y con un fenómeno que entonces se llamó la traición de los intelectuales, es decir, de aquellos intelectuales que siempre hallaban argumentos para desdramatizar el fascismo en alza. No hay razones para inquietarse, decían. La economía va bien, el caos de la república de Weimar no durará. No podemos volver a pecar de colaboracionismo ideológico —y desconfío del término, pues es muy delicado— por pura cobardía ideológica".
Esta terrible advertencia, escribe la editorialista jefe del periódico belga Le Soir, Béatrice Delvaux, en un reciente artículo en El País, las ha pronunciado nada menos que el expresidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, un hombre conocido por su extrema prudencia y diplomática gestión. En la entrevista que Van Rompuy concedió a la revista belga Knack, sigue comentando Delvaux, el expresidente del Consejo (la Jefatura de Estado, colegiada, de la Unión Europea) se sorprendía de "su propia vehemencia". Pero, según explicaba, "cólera es una palabra demasiado suave para describir lo que he sentido durante estos últimos meses. El Brexit y la elección de Donald Trump me escandalizan; puede que, en primer lugar, por el lenguaje que han adoptado los políticos. Los políticos revestidos de autoridad que se permiten insultar, que despiertan sentimientos que mucha gente experimenta en silencio, y de este modo los legitiman (...). En política, una palabra siempre es un acto”.
¿Relativizar a Trump es entonces una forma de colaboracionismo ideológico?, se pregunta la periodista. Van Rompuy, añade, pone al mundo político europeo entre la espada y la pared. No se puede estar un poco de acuerdo con el nuevo presidente norteamericano, ni esperar a ver qué hace... So pena de dejar que el monstruo crezca y descubrir demasiado tarde que nos ha devorado, a nosotros junto con nuestros valores, nuestras democracias y nuestra paz.
Numerosos historiadores comparten la opinión de Herman van Rompuy, sigue diciendo Béatrice Delvaux. Si es posible hacer una comparación válida entre Trump y Hitler, esta radica en la relativización del peligro que ambos líderes representan en el momento de su ascensión al poder. El historiador belga Marc Reynebeau recuerda que, con ocasión del advenimiento de Trump, su periódico, De Standaard, escribió que se trataba de un “payaso que juega al estadista”. Lo cual, como señala Reynebeau, "recuerda a lo que hace 84 años escribía The Daily Telegraph Herald, el mayor diario británico de la época, sobre Hitler tras su designación como canciller y al inicio de su conquista del poder". Aquel periódico no se tomó a Hitler en serio, como tampoco el resto de la prensa británica, escéptica con respecto a quien veían como un "demagogo fanfarrón". De hecho, le concedieron el beneficio de la duda y decidieron darle una oportunidad.
En su entrevista a Knack, sigue diciendo, Herman van Rompuy cargaba contra la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), el partido nacionalista flamenco (coaligado en el ámbito federal con su propio partido, el socialdemócrata Cristiano Demócrata y Flamenco —CDV—), dos de cuyos ministros estrella relativizaron inmediatamente la denegación del visado estadounidense. Jean Jambon, ministro federal de Interior, llamó a situar estas medidas "en su contexto", mientras que el secretario de Estado para el Asilo, Théo Francken, tuiteaba que no había que reaccionar con "histeria", sino observar los "hechos". El presidente del partido, Bart de Wever, aún no ha dicho nada, pero su partido ha conminado a sus miembros a no emitir opiniones hasta que lleguen las conclusiones del servicio de estudios de la casa. Todo ello para disgusto del primer ministro (liberal francófono) Charles Michel, obligado a reservar su indignación al escenario europeo y a callársela en casa para no ofender a su todopoderoso socio nacionalista. Así pues, Bélgica va a pedir explicaciones y a celebrar el debate de forma "puntual y racional".
Durante unas conferencias sobre Auschwitz, sigue comentando Delvaux, Timothy Snyder, el gran historiador norteamericano, declaraba que veía en la toxicidad de las palabras y los actos de Trump el preludio de lo que estudió sobre los años treinta. En otro artículo, el historiador británico James McDougall nos alertaba sobre nuestra época: "No, no son los años treinta, pero sí, es fascismo". "En política, dice Van Rompuy, una palabra siempre es un acto". Los líderes europeos deberían tomar buena nota, concluye su artículo Beatrice Delvaux. 
Y yo, añado por mi cuenta, que se dan demasiadas similitudes entre Hitler y Trump, salvando las distancias, como para obviarlas y no prestarles la atención pertinente. Y los primeros gestos para con Trump de la premier británica Theresa May y de nuestro presidente Mariano Rajoy, recuerdan bastante a los de su colega Neville Chamberlain y el general Franco para con Hitler en un no tan lejano 1940. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt