sábado, 2 de diciembre de 2023

De Henry Kissinger






Henry Kissinger: lector, estratega y celebridad
RAUDEL ÁVILA SOLÍS
30 nov 2023 - Letras Libres - harendt.blogspot.com

Henry Kissinger, el político e intelectual más polémico de nuestro tiempo, acaba de morir a los 100 años. En meses recientes, las revistas y periódicos más prestigiosos de la prensa occidental han publicado infinidad de artículos sobre su vida y obra para discutir su centenario; desde las revistas de la izquierda más ortodoxa y rancia como The Nation o Jacobin condenando categóricamente al personaje, hasta el semanario Der Spiegel, celebrando el origen alemán de Kissinger, pasando por el análisis de periódicos más serios como Financial Times, Le Monde y Washington Post. Desde luego, las publicaciones y think tanks especializados en temas internacionales como Foreign Affairs, The Economist, Foreign Policy, el Council on Foreign Relations o el Atlantic Council también se dieron una fiesta con mesas redondas, coloquios y ponencias para discutir el legado de quien probablemente fue el más controvertido ex secretario de Estado de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz.
Fue una lluvia de reflexiones muy provechosas para tocar una inmensa variedad de temas en las relaciones internacionales. La izquierda se pronunció para satanizar una vez más al “arquitecto del golpe de estado en Chile” y “al genocida de Vietnam”. Por su parte, los académicos de la escuela realista homenajearon al exponente más destacado de la realpolitik, al teórico del equilibrio entre las potencias que estableció relaciones entre Estados Unidos y China. Finalmente, los políticos evitaron pronunciarse en términos morales y optaron por contratar sus servicios como consultor (uno de los más caros del planeta) para hacerse fotografiar con él, y aparentar un conocimiento e interés por la política mundial que casi nunca tienen, pero que los reviste de un aire de estadistas sofisticados. Kissinger era el ajonjolí de todos los moles, a quien todos citaban para figurar como conocedores de política exterior. En este texto quiero pasar revista rápidamente a las tres dimensiones de Kissinger: el intelectual, el político y estratega de política exterior y el consultor como celebridad.
Nadie que haya pasado por los cursos de la doctora Soledad Loaeza en El Colegio de México puede olvidarlos. En su mejor momento, la cátedra de Loaeza sobre historia de Europa hacía gala de erudición, cultura, rigor intelectual y elegancia. En su lista de lecturas obligatorias hubo una que dejó en mí una impresión indeleble: Un mundo restaurado: la política del conservadurismo en una época revolucionaria.
Es la tesis doctoral de Kissinger que se convirtió en libro y se consagró como obra maestra para explicar las negociaciones diplomáticas posteriores a las guerras napoleónicas. Kissinger no nada más era un intelectual de primer orden, que explicaba con facilidad los intríngulis del Congreso de Viena, sino un escritor de prosa envidiable; un ensayista dotado de recursos literarios de los que muy pocos historiadores disponen. Por sus páginas desfilaban cual personajes de novela estadistas de la talla de Castlereagh o Metternich. Ese libro constituyó para mí un hallazgo fascinante: se podía escribir muy bien, pero con conocimiento profundísimo de la política mundial, aportar interpretaciones originales y arrojar luz sobre la vida pública contemporánea. La obra me descubrió una veta intelectual riquísima en el estudio biográfico y psicológico de los grandes estadistas mundiales, así como su manejo de la política exterior. Y, aunque el sistema internacional estaba marcado por la anarquía propia de la ausencia de una autoridad mundial, eso no significaba que fuera imposible conseguir la paz mediante el equilibrio de intereses entre potencias. Para eso, pensé, estudiaba uno relaciones internacionales. Para lograr una visión de conjunto de la política mundial como la de Kissinger. Dicen que Víctor Hugo gritaba a los seis años “yo quiero ser Chateaubriand o nada”. No dudo que muchísimos estudiantes de relaciones internacionales hayan pensado alguna vez “yo quiero ser Kissinger o nada”.
En otro curso de la licenciatura leí completa su monumental Diplomacia, uno de esos libros que constituyen un curso semestral por sí mismos, cuyas observaciones lo persiguen a uno durante años y años. Es, como su nombre lo indica, una voluminosa historia mundial de la diplomacia, pero aderezada con las reflexiones de Kissinger que complementan la mera reconstrucción historiográfica. Es muy superior al otro libro del mismo título escrito por el egregio diplomático británico Harold Nicholson. La obra de Kissinger seguirá siendo parte de los cursos de estudiantes de relaciones internacionales durante los años por venir y tardará mucho tiempo en ser superada, ya sea en enfoque o en alcance.
Durante mi vida profesional seguí topándome con los libros de Kissinger. En el tiempo que participé como asesor de la Presidencia de la República, los libros China y Orden mundial de Kissinger desataron importantes debates a escala internacional. Debates restringidos a ciertos círculos, claro está, pero muy significativos a la hora de considerar el futuro de la política exterior. En ellos, Kissinger ya plantea sus inquietudes sobre el acuerdo que deberá establecerse entre las dos grandes potencias de nuestro tiempo: Estados Unidos y China. Vuelve a sus clásicos y propone, igual que en Un mundo restaurado, la prioridad de alcanzar el equilibrio de intereses entre estos dos gigantes. Cualquier arreglo entre los grandes es preferible a las destructivas consecuencias de su pleito, parece dar a entender Kissinger. El orden mundial del siglo XXI ya no podrá estar regido exclusivamente por Estados Unidos, pero tampoco estará marcado necesariamente por su declive. Consecuentemente, dentro de la rivalidad y competencia natural por la hegemonía económica, la convivencia armónica entre norteamericanos y chinos es indispensable. De otra manera, la humanidad se expone a una guerra de proporciones desconocidas y posiblemente, a la extinción.
Estos libros fueron exhaustivamente reseñados en la prensa mundial por gente de la talla de Hillary Clinton o Jonathan Powell, el ex jefe de gabinete de Tony Blair. Powell en particular criticaba el enfoque personalista de Kissinger. Kissinger cree que la diplomacia del siglo XXI puede funcionar igual que la del siglo XIX, pero pasa por alto que ya existen otros actores como las transnacionales, las ONG, las redes sociales, la opinión pública internacional y que los gigantes digitales tienen tanto o más poder que el Estado. No se trata de que ya no tengamos estadistas y diplomáticos, dice Powell, es que ya no tienen el mismo poder ni protagonismo que antes. No basta con una cumbre de los titulares de gobierno de las mayores economías del mundo, es insuficiente para resolver problemas de la dimensión que enfrentamos. Es la crítica más atinada y constante a la doctrina realista de las relaciones internacionales: el Estado ya no lo puede todo. Y sin embargo, se mueve. Sin esas cumbres, sin el encuentro y el cultivo de relaciones y conversaciones presenciales entre líderes de las grandes potencias, sabemos que todo lo demás fracasará. A pesar de los avances de las telecomunicaciones, nada se compara con una charla cara a cara entre jefes de estado. Por eso el enfoque de Kissinger mantiene vigencia y lo siguen leyendo aún sus críticos.
Ya en su última etapa, Kissinger publicó dos libros fascinantes en los que parecía dialogar con la crítica. El primero de ellos, The age of AI and our human future, es un libro en coautoría con Erich Schmidt y Daniel Huttenlocher sobre los peligros y oportunidades de la inteligencia artificial. En otras palabras, un reconocimiento de Kissinger de que los gigantes digitales tendrán la palabra en la definición del futuro de la humanidad. Schmidt fue director ejecutivo de Google, y en algún punto de la conversación Kissinger le pregunta: “¿de verdad nunca pensaron en la preocupante posibilidad de que sus modelos de inteligencia artificial se utilizaran para fines bélicos?”. Schmidt torea la pregunta y evade una respuesta contundente, pero lo sorprendente es que parece ser que no, de hecho, nunca lo consideraron. Kissinger logra evidenciar la falta de visión del mundo de los más grandes inventores de nuestro tiempo. En otra época, los gigantes de la ciencia y la tecnología tenían una conciencia y una formación humanística de la que hoy carecen. Piense usted en Einstein o en Oppenheimer, el recientemente biografiado por Hollywood. Los innovadores de la actualidad no parecen percatarse de las implicaciones humanas de lo que hacen.
Por eso, en el que sería su último libro, Liderazgo: seis estudios sobre estrategia mundial,Kissinger volvió a insistir sobre su tema favorito: los grandes líderes. Ya no se ocupa de sus figuras históricas predilectas, sean Richelieu, Bismarck, Castlereagh o Metternich. Habla de los grandes estadistas que trató en su vida y las lecciones de liderazgo que aprendió de ellos: Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Richard Nixon, Anwar El-Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. Esta obra de Kissinger no aporta información nueva o desconocida sobre ninguno de estos personajes. Su mérito reside en otra parte. En la conclusión del libro, después de la reconstrucción de la trayectoria política de cada estadista, Kissinger se pregunta cómo se formaron. Cómo desarrollaron esa visión de Estado, ese sentido político que trasciende la coyuntura. La respuesta es asombrosa por simple: leyendo. Todos ellos eran grandes lectores, con capacidad de concentración en grandes libros de historia, literatura y filosofía. No las novelas de aeropuerto de las autoras contemporáneas, ni los libros de coyuntura política de los analistas de moda. No, se refiere a las grandes obras de la literatura y el pensamiento universal. Hombres y mujeres con capacidad de abstracción y perspectiva histórica, eso que no permite la inmediatez de nuestra época. Tan diferentes como fueron entre ellos, todos venían de una clase media lectora. Una conciencia del pasado, presente y futuro que no puede construirse en las redes sociales. La preocupación de Kissinger se resume más o menos en que nuestra época, sustentada en las redes sociales, “está llena de influencers, pero no tiene líderes.” Y sin líderes, sin gente capaz de ver más allá de lo inmediato o reaccionar con mayor detenimiento y reflexión ante el peligro, la humanidad no podrá enfrentar los riesgos de extinción que se ciernen sobre ella. La prudencia es resultado de la reflexión.
El estratega de la política exterior. Todo el mundo sabe que Kissinger fue consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado de los presidentes Nixon y Ford. Lo que no todo el mundo sabe es que ya desde su etapa como académico en Harvard hacía política en los pasillos de la Casa Blanca. Lo mismo con el presidente Eisenhower o Kennedy que con los más recientes, como Bush padre, Clinton y probablemente Obama, en tanto que siempre fue consejero de Hillary Clinton. Es difícil imaginar que en la administración Biden nadie haya buscado su opinión. Durante décadas, Kissinger se convirtió en un auténtico gurú de las relaciones internacionales, ya no por su prestigio académico o intelectual, sino por haber sido artífice del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China, las dos naciones decisivas de nuestro tiempo.
Los críticos de Kissinger se concentran en menudencias como que en su juventud fue demócrata y luego se pasó al partido republicano cuando así convino a sus intereses. Los estudiosos serios enfatizan más bien su capacidad para ofrecer recomendaciones de Estado, útiles con independencia de cuál bando ideológico ocupara el poder. Y es que Kissinger sirvió lo mismo para diseñar propuestas de política exterior de Estados Unidos que para fungir como puente secreto o público con jefes de estado de otras naciones, todo esto sin necesidad de ocupar un cargo público. Los presidentes y los gobiernos solicitaban sus servicios con nombramiento oficial o sin él. La red de amistades y conexiones que Kissinger tejió a lo largo de las décadas no tiene paralelo en el mundo de la política internacional. Quienes no lo conocían querían conocerlo. Quienes no confíaban en el gobierno estadounidense en turno exigían un canal de comunicación vía Kissinger.
Ahora bien, Kissinger no se formó en el vacío. Fue parte de una tradición de grandes secretarios de Estado norteamericanos que uno puede trazar desde William Henry Seward, secretario de Estado de Lincoln, hasta Madeleine Albright, pasando por Dean Acheson y James Baker. Es parte de una herencia que se extiende desde los albores de la república estadounidense con diplomáticos de la talla de Benjamin Franklin hasta, muy cerca de nosotros, Richard Holbrooke. Por eso, su libro Diplomacia está dedicado no a su pareja, a sus padres o a sus hijos, sino a los integrantes del servicio exterior estadounidense. Esto habla más de la grandeza de la república de ese país que de los muchos méritos de Kissinger. ¿Cuántas naciones del mundo nombrarían como consejero de seguridad nacional o jefe de su diplomacia a un hombre nacido en otro país? Kissinger, como Madeleine Albright, no nació en Estados Unidos. No obstante, ambos eran las personas indicadas para el cargo, meritocracia al más puro estilo liberal.
Si uno suma la riqueza de la tradición diplomática de estadounidense con el talento propio de Kissinger, obtiene una mezcla fascinante. Un político con fama de maquiavélico, siniestro y hasta “genocida”, según la izquierda. Un estratega internacional con fama de imbatible según sus exageradísimos aduladores. Era, en mi opinión, un gran lector. Cuando hace la descripción de lo que tienen en común los grandes estadistas de su libro Liderazgo, Kissinger parece hacer una descripción de sí mismo. Si a eso le sumamos sus innumerables viajes por el planeta y sus grandes interlocutores, es más fácil entender con qué tipo de personaje estamos tratando. Raymond Aron confiesa en sus memorias cierta envidia hacia el “joven Kissinger”, quien le llamaba “maestro”, pues las ideas de Kissinger siempre salían de las páginas de los libros y lograban convertirse en políticas públicas adoptadas por los gobiernos. ¿No es esa la aspiración encubierta de todos los intelectuales?
Kissinger disponía de un sentido práctico asombroso. Realista, dicen unos, cínico, dicen sus malquerientes. En la mejor tradición weberiana, para él la ética que cuenta es la de los resultados. Se trata de mantener la paz y los equilibrios globales. Nada más. A él no le interesa la política de planeación urbana del saneamiento de parques y transporte público. Como decía Charles de Gaulle, “el estadista se ocupa de la política exterior, la administración pública es para los empleados de intendencia.” Kissinger tuvo esa capacidad de la cual disponían los políticos de otras épocas para olfatear las costumbres y el estilo de cada pueblo. Cuando analizaba o trabajaba con otro país, entendía su ethos y se sumergía en su historia antes de tratar con sus dirigentes. Procuraba derivar una comprensión del interés nacional y estratégico de los aliados y rivales con la misma precisión con la cual analizaría los de Estados Unidos. Sabía detectar con exactitud las fortalezas y debilidades de sus interlocutores para negociar con mayor destreza. Es verdad que su conexión con el Departamento de Estado y la red universitaria norteamericana, la mejor del planeta, ponía a su disposición una serie de recursos analíticos a los que muy poca gente puede acceder. ¿Quién se negaría a tomarle una llamada a Henry Kissinger? Solamente los así llamados intelectuales de la izquierda latinoamericana.
Cierto que su relación con los intelectuales públicos de Estados Unidos tampoco fue la más afortunada. Repudiado moralmente lo mismo por Gore Vidal que por Cristopher Hitchens, el desprecio que les inspiró el político realista no es suficiente para descalificar al autor de libros trascendentes, pero los impulsó a manchar una reputación y una influencia que secretamente anhelaban para ellos. Se dice que es una fortuna que Tucídides y Maquiavelo fracasaran en sus carreras políticas personales, pues de otro modo no hubieran escrito obras tan valiosas. Sin embargo, Kissinger fue exitosísimo en la política y sus libros seguirán leyéndose mucho tiempo después de su muerte, lo mismo por estudiantes y especialistas en relaciones internacionales que por lectores interesados en la historia y estrategia diplomática. No nada más sus libros: la gente estudiará su biografía y sus documentos como funcionario para entender mejor el secreto de sus exitosísimas gestiones internacionales. Ya está ocurriendo con destacadísimos historiadores de la talla de Niall Ferguson, quien está escribiendo la biografía de Kissinger en varios tomos.
El consultor como celebridad. En las últimas décadas, la fama pública y privada de Kissinger se cimentó sobre su labor como consultor internacional, una ocupación que le reportó decenas de millones de dólares en ganancias. Pocos políticos han transitado tan lucrativamente del sector público al privado con clientes en todo el planeta. Tanto es así que su modelo ha sido más o menos imitado por otros de sus sucesores, como la propia Madeleine Albright. No se trataba de un servicio de consultoría al estilo de las consultoras tercermundistas, meras gestoras de tráfico de influencias. Kissinger, desde luego, explotaba su red de relaciones en diferentes países, pero particularmente ofrecía sus conocimientos para diseñar modelos de política exterior acordes a la circunstancia mundial contemporánea. Se dice que se las arregló para venderle sus servicios incluso a rivales estadounidenses tan significativos como Rusia y China. De nuevo, se proponía a sí mismo como puente de comunicación entre competidores y hasta enemigos internacionales.
Entre quienes presumen fotografías con Kissinger en la actualidad se cuentan lo mismo Angela Merkel que otros consultores que pretenden imitar su éxito como estrategas globales. Los reporteros de la prensa internacional, sea de The Economist o Financial Times, se peleaban por entrevistarlo y acudían en la fecha y hora que se les indicaba a sus oficinas en Nueva York o en cualquier otro lugar del mundo para conseguir un encabezado con una cita suya sobre la política internacional de nuestros días. Kissinger no era nada más un consultor, sino una celebridad. A pesar de su crítica constante de los influencers de las redes sociales, él mismo fue un influencer de los medios masivos de comunicación. Es cierto que en últimos tiempos esa influencia había disminuido. También es verdad que con el tiempo aparecieron numerosos competidores para sus servicios, pero el hecho es que la suya fue la figura del consultor mediático por excelencia. Son muchísimos los ex presidentes y ex jefes de gobierno que ya quisieran un porcentaje de la fama, y sobre todo, de las ganancias como consultor que Kissinger facturaba cotidianamente.
Desde luego que esto plantea numerosos dilemas éticos para los estudiosos. ¿Qué tan en serio pueden tomarse las palabras de un intelectual que hace negocios con un gobierno u otro al declarar cualquier cosa? Y es que ahí está el secreto de su éxito comercial también. Cuando opinaba en cualquier foro de la alta política o los negocios, Kissinger transmitía la impresión de ofrecer recomendaciones imparciales por el bien de la estabilidad mundial. Los más avezados observadores sabían que esto no siempre es verdad, pero subrayo, únicamente los más avezados. De paso, se las arreglaba para adornar sus declaraciones con algún detalle de erudición elegante. Una cita de Dostoievsky o Tolstoi si hablaba de Rusia, una referencia a algún acontecimiento sucedido a alguna dinastía china hace un par de milenios, cosas semejantes. Muy pocos tienen esos detalles en la actualidad, pues la cultura de Kissinger no es impostada ni pagada a sus colaboradores, sino un distintivo real del personaje.
Ignoro si Kissinger cobraba por los innumerables comentarios en la contraportada de libros de otros especialistas en relaciones internacionales o estrategia geopolítica. Las memorias de ex secretarios de Estado, las biografías de grandes estadistas internacionales (sea Bismarck o Lee Kuan Yew), las confesiones de ex ministros de Defensa o simplemente un nuevo tratado sobre la globalización y la estabilidad mundial aparecen hoy con sendos comentarios en cintillas, listones o impresos en la contraportada firmados por Henry Kissinger. Las grandes editoriales saben que eso es una garantía de ventas masivas. El artilugio comercial es tan evidente y abusivo que ya no sabe uno si Kissinger en verdad tenía tiempo de leer tantos libros. No obstante, es verdad que esas recomendaciones se vuelven guías de lectura para mantenerse al día en los temas trascendentales de las relaciones internacionales. No importa si son las opiniones del ex primer ministro australiano Kevin Rudd sobre el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China (The avoidable war: The dangers of a catastrophic conflict between The U.S. and Xi Jinping´s China) o las reflexiones del analista geopolítico Robert D. Kaplan acerca de la importancia de leer los clásicos de la tragedia griega para entender las relaciones internacionales (The tragic mind: Fear, fate and the burden of power). Todos por igual querían un elogio de Kissinger a sus libros o, de ser posible, una reseña completa.
En suma, Kissinger representó lo mejor y lo menos presumible de la cultura estadounidense en el mundo globalizado. La formación académica e intelectual de primerísimo orden propia de las mejores universidades del planeta, la experiencia política internacional al más alto nivel y también el negocio a toda costa y en todo trance. Fue también un ejemplo de la hegemonía intelectual, política, financiera y militar de Estados Unidos. Kissinger fue una figura imprescindible para la comprensión de nuestro tiempo. No sabemos si en cien años habrá quien siga leyendo a sus críticos. Estamos seguros, eso sí, de que quien quiera estudiar esta época deberá analizar la vida y obra de Henry Kissinger. Raudel Ávila Solís es historiador.








 





Del desamor cantado

 







Rosalía o la Jurado, no es el mismo amor
NURIA LABARI
02 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Desde que Rosalía apareció en los Premios Grammy Latinos cantando la mítica Se nos rompió el amor, que el maestro Manuel Alejandro escribió para Rocío Jurado, no he podido dejar de ver su actuación en bucle. Y de reproducir vídeos de la Jurado con la misma voracidad. Y cuanto más las escuchaba, más me costaba entender cómo dos cantos al desamor pueden llegar a ser tan distintos (y espléndidos) compartiendo un mismo texto. ¿Cuál es la diferencia entre las dos? Me pregunté si sería la voz, la música, la época o el talento de cada una. Y finalmente llegué a la conclusión de que la diferencia radical es el desamor del que cada una se duele. Porque si la Jurado cantaba el fin de su amor, Rosalía parecía anunciar el fin del amor para toda la humanidad.
La rotura del corazón es eso que le sucede al yo enamorado. Por eso el arte de la Jurado expresaba la desesperación, la angustia y el exceso de dolor como pruebas evidentes de que el ego no solo se había introducido en el relato amoroso sino que era quien tenía la voz cantante. Porque el desgarro amoroso no habla necesariamente del fin de un sentimiento sino, en ocasiones, de una herida en la vanidad narcisista. De hecho es de lo que se habla la mayoría de las veces en una cultura como la nuestra, que exalta el amor como una forma de consumo y de reconocimiento y que, precisamente por eso, está acabando con la posibilidad de sentirlo.
El amor del yo funciona como una forma de identificación social tan consolidada que lo más importante de la pareja es lo que dice de nosotros, como si fuera un accesorio. ¿Es lo suficientemente guapo para mí? ¿Lo suficientemente listo? ¿Lo suficientemente joven? ¿Ocupa la posición social adecuada para ser un espejo de la mía? Es decir, el amor no es un placer y un dolor de la vida, sino que en nuestra cultura se ha convertido en lo que mide el valor de la identidad de cada persona. Es por eso por lo que el yo de Rocío Jurado (o el de Shakira, por nombrar un sentimiento cercano) se inflama cuando canta hasta convertirse en un ego en llamas. Y en concierto.
Y de pronto aparece Rosalía con una interpretación que no admite el desgarro ni el exceso. Y que, sin embargo, nos desarma. Porque Rosalía se extingue sobre el escenario. Su canto es una aniquilación, solo que quien se duele esta vez no es el ego sino el ser. Un dolor sordo que nos hace recordar que ese amor apasionado y enfebrecido no era lo que pensábamos. Que a lo mejor, ni siquiera era amor sino una construcción social de los pies a la cabeza, una estafa. Rosalía nos recuerda que al amor se va con todo, con el riesgo y con el alma. Pero sentencia que ese salto de fe ya no es posible. Murió.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Retirarnos del amor? ¿Tener relaciones líquidas a lo Zygmunt Bauman? ¿Intentar el poliamor? Quizá sean maneras de intentar desvincularnos de una forma de amor ególatra, de ese amor que es, en realidad, un culto al yo y una autopista directa no solo al dolor, sino también a la falta de sentido. El duelo de Rosalía funciona pues como una toma de conciencia, capaz de advertirnos que tenemos el ego tan inflamado que el amor se nos ha roto, definitivamente, de tanto usarlo… O, como bien matiza ella, de no usarlo. Nuria Labari es escritora.












De la defensa de España

 






España defendida
ANA IRIS SIMÓN
02 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

España está en crisis diplomática con Israel a raíz de las palabras del presidente Sánchez. Palabras tibias que piden un alto el fuego donde debería pedirse el fin de una ocupación, que pretenden que Israel mate menos o mejor, pero reconociendo su derecho a matar, que hablan de “insoportable número de muertes” donde deberían hablar de genocidio, que equiparan a invasor e invadido. Y, sobre todo, palabras vacías que no incluyen ninguna medida de presión; todo lo contrario, acompañan millonarias compraventas españolas a la industria armamentística israelí. Pero, pese a todo, palabras necesarias en un Occidente donde casi nadie se atreve a la más mínima crítica a Israel, no vayan a acusarnos de terroristas. O peor aún: de antisemitas.
Los que hemos criticado la vergonzosa sumisión de Sánchez a Washington, a Rabat o a Waterloo, ahora debemos reconocer su valentía frente a Tel Aviv. Pero hay una derecha que no se entera de nada y dice que esta crisis diplomática es otra metedura de pata internacional del presidente, como cuando se cargó la tradicional buena relación con Argelia. No es cierto: la relación de Israel con España es mala desde tiempos de Franco. Sánchez la pifió con Argelia desoyendo la opinión de la ONU sobre el Sáhara, mientras que aquí se enfrenta a Israel haciendo valer el derecho internacional de la ONU.
Esa derecha que falsamente le acusa de desprestigiar a España en el extranjero está en buena medida comprada por el dinero sionista, cosa que callan mientras denuncian que la izquierda está financiada por Soros. Callan también ahora sobre lo que machaconamente habían bautizado como “cultura de la cancelación”, porque ya no es “la progresía” la canceladora sino los sionistas, que pretenden “cancelar” en España a políticos y periodistas. Primero fueron a por Belarra y no dijimos nada porque no somos de Podemos. Luego fueron a por Sánchez y no dijimos nada, porque no somos del PSOE. Pero, ¿quién quedará para decir algo sobre un Marruecos que se ha convertido en socio prioritario de Israel, o sobre los anglos, que mantienen su colonia en Gibraltar igual que sus socios israelíes mantienen sus colonias en Palestina, o sobre Puigdemont y los independentistas, que no buscan el favor de Rusia sino de Israel?
Nuestras derechas acabarán callando sobre todo lo que les pida Netanyahu, en vista de que no están siendo capaces de cerrar filas con y por España en un momento en que Israel está inventándose las gravísimas acusaciones de que estamos favoreciendo a Hamás. Y va más allá: dice que Hamás (una facción que solo opera en la región palestina) es lo mismito que ISIS o Al Qaeda (yihadistas de ámbito global) y, por lo tanto, o aplaudimos que Israel asesine un niño cada 15 minutos o acabaremos sufriendo las consecuencias en forma de atentados en Madrid y Barcelona. Estas palabras son, como mínimo, un desprestigio intolerable hacia España. Una amenaza en el peor de los casos, sabiendo que provienen de la patria del Mossad, expertos en bombardear a sus aliados en “operaciones de falsa bandera”. Como decía Quevedo, España ha de estar defendida “de los tiempos de ahora y de las calumnias de los noveleros y sediciosos”. La pregunta es quién está dispuesta a defenderla de todos ellos. Quién está dispuesto a ser patriota antes que político. Ana Iris Simón es escritora.













De Joker a Napoleón

 








Del alma de Joker al espíritu de Napoleón
OLIVIA MUÑOZ-ROJAS
02 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Para Siegfried Kracauer, teórico asociado a la Escuela de Fráncfort, las películas expresan, si bien de manera confusa, nuestras preocupaciones y aspiraciones, revelando las fuerzas inconscientes que operan bajo la superficie de la vida social. Se estrena estos días Napoleón, la última película de Ridley Scott protagonizada por Joaquin Phoenix, que busca ofrecer un retrato del controvertido personaje histórico que mantuvo en jaque a Europa a principios del siglo XIX. La cinta ha generado críticas heterogéneas, especialmente en Francia. Más allá de su indiscutible calidad audiovisual y su discutible rigor histórico, podría afirmarse que el estreno de Napoleón encaja bien en los tiempos que vivimos. Estos contrastan con los que acompañaron al estreno de Joker en 2019, apenas un lustro atrás, cuando Joaquin Phoenix interpretaba al desquiciado Arthur Fleck en la precuela de Batman dirigida por Todd Philips. En Joker, Fleck acaba instigando una violenta revuelta contra los ricos de Gotham. Aquella fue para muchos la película del año y Phoenix recibió un Óscar por su magistral actuación. Durante esas fechas, se sucedían las protestas en todo el mundo —desde París hasta Santiago de Chile, pasando por Hong Kong y Beirut—. Con motivaciones distintas, económicas, políticas, de género, climáticas, en conjunto, expresaban un malestar global subyacente, larvado desde la Gran Recesión. Muchos de los afectados por los excesos de la globalización económica se identificaban con la historia de Fleck y, durante las últimas protestas de los chalecos amarillos en Francia aquel año, algunos de los manifestantes se maquillaron como el guasón en clara alusión a la película.
La pandemia y su gestión por parte de los gobiernos en todo el mundo desde marzo de 2020 pusieron fin abruptamente a esta efervescencia colectiva y sus posibles excesos. Durante décadas, se había anunciado el fin del Estado dada su aparente debilidad frente a los poderes económicos y financieros y, sin embargo, la realidad demostró que el Estado conserva el monopolio de la violencia y posee una capacidad de acción significativa. Los gobiernos se ampararon en él para controlar a las poblaciones en aras de la salud pública, utilizando frecuentemente medios autoritarios. A excepción del movimiento Black Lives Matter que cobró fuerza en el verano de 2020 y generó protestas antirracistas en muchos lugares del mundo, el clamor de las calles se ha convertido en un eco lejano, sustituido por el ruido de las armas y la retórica belicista.
La película de Scott alterna entre el personaje de Napoleón Bonaparte, su gradual ascenso a al poder y las múltiples batallas que dirigió. En un guiño a la teoría de Hegel, que veía en el líder de origen corso la encarnación del espíritu de su tiempo, podríamos interpretar el estreno de la cinta de Scott como el reflejo del particular espíritu que va imprimiéndose en el nuestro. Resulta tentador identificar en la particular dialéctica de la historia concebida por Hegel, y más tarde reinterpretada por Marx, algunas dinámicas propias de nuestro tiempo. Guardando todas las proporciones, podríamos asociar la Revolución francesa con los años de revueltas previos a la pandemia y la breve época del Terror, con su Ley de los Sospechosos, con la etapa de vigilancia sanitaria extrema en la que los Estados recurrieron al miedo para controlar a la población. Siguiendo con el paralelismo, el momento actual, en el que la ciudadanía, agotada tras la experiencia de los confinamientos y abrumada por nuevas dificultades económicas y geopolíticas, parece haber perdido el entusiasmo revolucionario es, pues, propicio al surgimiento de líderes o partidos que, como Napoleón, pretenden imponer el orden desde arriba y buscar la paz a través de la guerra. Esta propensión autocrática ya existía antes de la pandemia. La diferencia entre el mundo prepandémico en el que se estrenó Joker y el mundo actual en el que se estrena Napoleón es que el contrapeso que suponía la presencia en la calle de una diversidad de movimientos de emancipación y protesta ciudadana, desde el movimiento feminista hasta los chalecos amarillos, ya no está.
A pesar del leve toque woke que Scott le imprime a su película, al mostrarnos a un Bonaparte con una mirada desvalida ante una Josefina retadora —”tú no eres nada sin mí”— o visiblemente emocionado cuando habla de su madre, el universo napoleónico que emerge ante nosotros sigue siendo predominantemente masculino, atrapado en escenas de sangre, fuego y plomo. Aunque no estemos exactamente en ese contexto, se percibe en el momento actual la fragilidad de las transformaciones alcanzadas en materia de derechos para las mujeres, las minorías étnicas y sexuales. En poco tiempo, la defensa y la seguridad nacional han pasado a ocupar un lugar privilegiado en la agenda política y mediática de muchos países cuando no lo hacían hace apenas un lustro. No obstante, siguiendo la lógica hegeliana, esperamos, ojalá más pronto que tarde, presenciar el resurgimiento y la reorganización de nuevas voluntades colectivas emancipadoras que sean capaces de aprender de los errores pasados y logren nuevos consensos para una mejor convivencia y mayor bienestar de todos. Olivia Muñoz-Rojas es socióloga. 











De lo atractivo de Europa

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, del historiador Timothy Garton Ash, va lo atractivo de Europa. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











El problema de Europa es que es demasiado atractiva
TIMOTHY GARTON ASH
28 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El poder blando europeo puede socavar el poder blando de Europa. El profesor de Harvard Joseph Nye define el poder blando como la capacidad de atracción de un país. Una encuesta mundial reciente ha vuelto a confirmar que Europa lo tiene de sobra. Cuando se pregunta a personas de países tan diversos como Turquía, Arabia Saudí, Corea del Sur, Sudáfrica y Brasil dónde les gustaría vivir aparte de su propio país, la mayoría eligen Estados Unidos o Europa. En cambio, casi nadie quiere vivir en China o Rusia.
Y ese es precisamente el problema de Europa. Es tan atractiva que millones de personas desearían venir a vivir aquí. Y lo intentan cientos de miles, que arriesgan la vida en endebles embarcaciones a través del Mediterráneo o en otras rutas peligrosas. “Europa o la muerte”, decía uno. Pero el miedo a la inmigración masiva y descontrolada está haciendo que muchos votantes europeos opten por partidos populistas xenófobos que no se limitan a explotar el pánico por el peligro que ven para la civilización sino que hacen todo lo posible por fomentarlo.
2023 recuerda cada vez más a 2015. La crisis de los refugiados que comenzó ese año impulsó con claridad el voto a Alternative a para Alemania (AfD) en Alemania y al Partido Liberal de Austria, para no hablar del Brexit. Ahora, la AfD vuelve a tener buenos resultados en las encuestas, incluso en regiones prósperas de Alemania occidental como Baviera y Hesse. En Austria, el Partido de la Libertad encabeza los sondeos de opinión. Esta semana, el Partido de la Libertad del populista antiislámico Geert Wilders logró un triunfo sorprendente en las elecciones nacionales de los Países Bajos. Y el próximo mes de junio se celebran las elecciones al Parlamento Europeo.
Frente a esta tendencia, los partidos mayoritarios también están proponiendo medidas cada vez más duras para controlar la inmigración ilegal. Un jefe de Gobierno europeo me dijo hace poco que, en su opinión, Europa tendría que hacer “algo intolerable” para abordar este problema. Estuve a punto de responderle: ¿no lo estamos haciendo ya? ¿No es intolerable que los guardacostas griegos sean sospechosos de rechazar embarcaciones de refugiados, lo cual infringe el principio tradicional de no devolución? ¿No es intolerable que la UE haya permitido que las fuerzas libias se lleven de vuelta a espantosos campos de internamiento a quienes intentan emigrar? ¿No es intolerable que el Gobierno italiano de Giorgia Meloni esté impidiendo que ni siquiera los barcos de rescate de ONG privadas puedan salvar a personas de morir ahogadas en el Mediterráneo? ¿No es intolerable que el Gobierno británico piense seriamente en retirarse del Convenio Europeo de Derechos Humanos, solo para enviar a unos cientos de solicitantes de asilo a Ruanda?
La gente de todo el mundo ve que la maravillosa libertad de circulación de la que disfrutan los europeos en el espacio Schengen se compra a costa de las restricciones con las que se topan los demás para venir a Europa. No hay más que preguntar a cualquier turco o indio cuál ha sido su experiencia em el intento de obtener un visado Schengen o un visado para el Reino Unido. Por si fuera poco, la estridente retórica de los populistas de extrema derecha como la exministra del Interior británica Suella Braverman —que califica la inmigración ilegal de “invasión” y a los manifestantes contra las acciones militares de Israel en Gaza de “turbas propalestinas”— amenaza con enfurecer cada vez más a los millones de personas inmigrantes que ya viven en Europa.
El poder blando de Europa no consiste solo en la prosperidad, el Estado de bienestar y la calidad de vida. También tiene que ver con la libertad, el Estado de derecho, la tolerancia y el respeto a los derechos humanos. En esa misma encuesta llevada a cabo en todo el mundo, muchos entrevistados afirman que la Rusia de Vladímir Putin no forma parte de Europa “en lo que respecta a sus principios políticos actuales”. Europa se asocia a una serie de valores. Pero no resulta creíble como continente de principios si la propia Europa los quebranta, precisamente en los lugares donde la gente del resto del mundo entra en contacto con ella: sobre todo en las fronteras, pero también en la acogida de solicitantes de asilo y en la provocadora y errónea calificación de las personas de origen inmigrante que ya están dentro de esas fronteras.
No cabe duda de que hay que gestionar la migración a Europa. El eslogan de la campaña del Brexit —”¡Recuperemos el control!”— fue todo un hallazgo porque llegaba a lo más hondo del miedo de los votantes: que la inmigración se hubiera desbordado. Ahora, el expresidente alemán Joachim Gauck está hablando de Kontrollverlust, la pérdida de control, que nos suena. Si, en los próximos seis meses, los gobiernos europeos no consiguen transmitir a sus electores la sensación de que la migración está controlada, es posible que las elecciones europeas del próximo junio representen un brusco giro de la UE hacia la derecha iliberal. Ahora bien, la inmigración debe gestionarse de manera segura, humana y legal, o Europa traicionará sus propios principios.
Si Europa no es capaz de hacerlo y emprende una deriva en un sentido u otro, la manera de afrontar las consecuencias de su “capacidad de atracción” empezará a socavar otro aspecto importante de su poder blando: los valores. Este es el dilema.
 







































[ARCHIVO DEL BLOG] Una cuestión moral. [Publicada el 02/12/2008]











Leo en la prensa de hoy que el Gran Duque de Luxemburgo, Enrique de Nassau, se opone por razones morales a sancionar y promulgar la ley aprobado por el Parlamento de su país reconociendo el derecho a la eutanasia de sus ciudadanos. Contra lo que pueda parecer -y aún estando a favor de ese derecho- me parece correcta la postura del gran duque de exponer razones morales para negar su sanción.
Dicho esto, la reflexión que me hago es la siguiente: ¿Los criterios morales del jefe del estado, órgano sancionador de las leyes, deben prevalecer sobre la voluntad soberana del pueblo expresada a través del Parlamento? Evidentemente, no. Y ante ello, a partir de ahí, sólo caben dos soluciones: la abdicación del monarca, o su destitución por el Parlamento.
La primera, que espero sea la que adopte el gran duque Enrique, pondría fin al enfrentamiento entre la soberanía popular luxemburguesa encarnada en el Parlamento y el monarca como Jefe del Estado. La segunda, de no producirse la abdicación, entiendo que debería llevar al primer ministro a la dimisión o a solicitar la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones de acuerdo con la Constitución de Luxemburgo, celebradas las cuales el nuevo Parlamento debería votar la destitución del monarca o la abolición de la monarquía y la consiguiente proclamación de la república. La democracia tiene mecanismos suficientes como para resolver la disyuntiva entre moralidad y legalidad, respetando ambas. Y me gustaría creer que así lo harán los luxemburgueses. Sean felices. Tamaragua. HArendt























Enrique de Nassau




"El Gran Duque de Luxemburgo se opone a la legalización de la eutanasia" (Agencias)

Enrique Nassau alega motivos morales para oponerse a una proposición aprobada este año por el Parlamento. Después de que el Parlamento de Luxemburgo aprobara la legalización de la eutanasia, el Gran Duque de Luxemburgo se ha negado a ratificar la norma, requisito para que entre en vigor. Como argumento, el soberano ha invocado a los valores morales y de conciencia en un discurso retransmitido por radio .

El Gran Duque Enrique todavía no se había manifestado sobre una ley que el Parlamento dio su visto bueno tras una votación muy ajustada y a pesar de la oposición del partido socialcristiano (CSV) del primer ministro, Jean-Claude Juncker. La Constitución del país confiere al Gran Duque la potestad para promulgar y sancionar las leyes. Aunque no es habitual que el soberano se niegue a ratificar una norma aprobada en la cámaras, existen excepciones. Por ejemplo, en Bélgica, país vecino de Luxemburgo, el rey Balduino se manifestó en contra de la ley que regulaba el aborto en 1990.

La ley en cuestión contempla que para excluir la comisión de delito en caso de que un médico ayude a morir a una persona deben darse una serie de circunstancias precisas. En concreto, el paciente ha de ser mayor de edad o menor emancipado, tener un diagnóstico irreversible y un sufrimiento físico o psíquico "constante e insoportable sin perspectiva de mejora" y exponer de manera voluntaria y reiterada, sin presión externa, su deseo de morir. El médico tendrá que informar adecuadamente al enfermo de su situación y sus posibilidades terapéuticas y deberá, además, consultar a otro profesional sobre el carácter grave e incurable de la afección. El texto instaura, además, el "testamento vital", en el que el enfermo hará constar por escrito su voluntad y que se archivará en un registro controlado por la Dirección de Salud Pública.

En la Unión Europea, Bélgica y Holanda han despenalizado la eutanasia. Luxemburgo iba a ser el siguiente país en contemplar el derecho a la muerte digna en su legislación.
(El País, 02/12/08)





viernes, 1 de diciembre de 2023

De Occidente y sus batallas perdidas

 






¿Perderá Occidente todas sus batallas?
WOLFGANG MÜNCHAU
01 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

David Cameron acaba de prometer que el Reino Unido apoyará a Ucrania durante “el tiempo que haga falta”. Para alguien con una vida política estimada en aproximadamente un año, se trata de una promesa que raya en el delirio. Siempre hay unas elecciones o algún otro acontecimiento inoportuno en el lado equivocado del horizonte temporal de nuestros aliados.
El futuro en Ucrania y Oriente Próximo brinda muchas posibilidades. Una victoria gloriosa es una de ellas. Pero también lo es la derrota total. Occidente podría perder sus guerras subsidiarias tanto en Ucrania como en Israel, y también su batalla económica contra China. El escenario del desastre total no es una predicción, pero sí una hipótesis plausible.
¿Cómo es esto siquiera posible? Occidente es mucho más rico que China o que Rusia. Tiene ejércitos superiores. Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en tecnología, con un montón de artilugios de alta tecnología en fase de desarrollo. Tenemos sistemas políticos estables. ¿Por qué no zanja esto el debate?
Hay varias razones. El tejido social de Occidente se ha ido desintegrando. El ascenso de Donald Trump y el Brexit no fueron las singularidades que los defensores liberales del statu quo habían pronosticado. Brasil tuvo a Jair Bolsonaro. Argentina acaba de elegir a Javier Milei, el ultralibertario que quiere abolir el banco central. Trump vuelve a ser un serio aspirante a la presidencia de Estados Unidos. Considero que la combinación de crisis financieras, rescates monetarios, austeridad fiscal y globalización excesivamente entusiasta son las razones profundas de la inestabilidad política colectiva de Occidente.
En segundo lugar, la participación de Occidente en la producción económica mundial no ha dejado de caer, desde el 60% en 1980 hasta alrededor del 40% en la actualidad. (Fíjense en que utilizo la medida de Paridad del Poder Adquisitivo del Fondo Monetario Internacional. Hay diferentes medidas). Se prevé que seguirá descendiendo. Lo que no se ha desinflado son nuestros egos y tampoco nuestra sensación de que seguimos dirigiendo el mundo.
En tercer lugar, nuestro uso excesivo de la coacción económica ha provocado rechazo, tanto por parte de aquellos a los que van dirigidas nuestras sanciones como por parte de los países no alineados. Tampoco están funcionando. Los artículos de lujo occidentales siguen estando ampliamente disponibles en las tiendas de Moscú y San Petersburgo. Llegan en camiones desde terceros países de Asia Central y Oriente Próximo. El tope al precio del petróleo ruso que ha impuesto Occidente tampoco funciona porque Rusia y sus compradores han encontrado la manera de eludirlo. El objetivo original de las sanciones era impedir que Vladímir Putin financiara su guerra contra Ucrania. Casi dos años después del inicio del conflicto, Rusia se ha convertido en una economía de guerra que pronto podría superar a Occidente en suministros militares a Ucrania. Esto es exactamente lo contrario de lo que habían predicho los expertos occidentales. Las sanciones han resultado ser un fracaso absoluto, consecuencia de la arrogancia y la ignorancia.
En cuarto lugar, seguimos subestimando la capacidad de nuestro adversario. China respondió a las sanciones estadounidenses sobre los semiconductores de alto rendimiento fabricando los suyos propios. Recuerdo bien la sorpresa que expresaron las autoridades estadounidenses a finales de agosto cuando descubrieron que Huawei había sido capaz de utilizar un microchip avanzado en su último teléfono inteligente. Chris Miller, autor del libro La guerra de los chips (Península), se mofaba de China por su intento fallido de construir una fábrica de semiconductores. Su relato también subestimaba a China. Si cada año aceptamos decenas de miles de dólares y libras de estudiantes chinos que se matriculan en prestigiosas universidades del Reino Unido y Estados Unidos, no hay que sorprenderse de que aprendan algo. El año pasado hubo 150.000 solo en el Reino Unido.
China ya ha tomado la delantera en el campo de los vehículos eléctricos. En pocos años, el país asiático habrá superado a Alemania y a Japón como mayor exportador mundial de automóviles. Podemos distinguir un patrón aquí, reflejado en la política, los negocios y el mundo académico. Los líderes y los intelectuales occidentales infravaloran las partes del mundo que no conocen.
Juntos, estos fracasos suman. En Ucrania, el desenlace de la guerra está totalmente por decidir. Giorgia Meloni se delató cuando admitió en una llamada que le hizo un bromista que todo el mundo en Occidente estaba cansado, y que ella tenía un plan para acabar con la guerra.
Es posible que Putin haya escuchado el comentario con interés. Creo que su curso de acción más racional sería seguir luchando el mayor tiempo posible. Para empezar, los belicistas están más seguros en sus puestos de trabajo mientras dure la guerra. En segundo lugar, al haber reformulado el propósito de la guerra como una batalla contra Occidente, no tendría sentido que se conformara con una adquisición de territorio y aceptara la idea de que el resto de Ucrania se convirtiera en miembro de la OTAN y de la UE. En el presidente Xi Jinping, Putin ha encontrado un nuevo socio en la batalla contra Occidente, si bien es un socio con más poder. Y por último, ¿por qué llegar a un acuerdo antes de las elecciones estadounidenses? Si ganara Trump, Putin conseguiría sin duda un trato mejor. Especialmente ahora que Occidente está distraído con Israel, tendría sentido que Putin resistiera.
Por otro lado, Occidente ha ido perdiendo aliados en el mundo no alineado. Las antiguas colonias africanas de Francia se rebelan. La UE ha perdido Oriente Próximo. Estados Unidos ha perdido partes de Latinoamérica. Estas solían ser asociaciones estratégicas. China se ha convertido en el primer inversor en Chile. Y China y Rusia se han mostrado muy activas en África. Ya no juegan en nuestro equipo.
Me viene a la mente Norma Desmond, la estrella de cine entrada en años de Sunset Boulevard y uno de los personajes más delirantes jamás creados por Hollywood. “Antes eras grande”, le dice Joe Gillis. “Soy grande”, responde ella. “Son las películas las que se han quedado pequeñas”. Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com









De la antigualla de una España federal

 






Hacia un Estado federal, aquella excentricidad
JOSÉ ANDRÉS ROJO
01 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

La idea de poder compartido. La exigencia de lealtad federal. La igualdad entre ciudadanos y la igualdad entre territorios. La voluntad de estar unidos en la diversidad. El pacto como pegamento entre los que son distintos. El reconocimiento y la tolerancia mutuos basados en la solidaridad, la equidad, la cohesión. La igualdad de oportunidades. La confianza entre todos a la hora de repartir los recursos. La corresponsabilidad fiscal. Etcétera. Ana Carmona, catedrática de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla, comentó que “hay un déficit de cultura federal en España”, que no se nos educa en el respeto a la diversidad. Victor Ferreres, catedrático de Derecho Constitucional en la Pompeu Fabra, explicó que en España “el Estado es fuertemente asimétrico” y que hay políticos en algunas comunidades que consideran: “Yo tengo que tener más derechos porque soy más distinto que tú”. El caso es que en Madrid hubo una cita el pasado martes en la que se habló sobre si es posible un desarrollo federal en la Constitución y, a cualquiera que se asomara, aquello tuvo que parecerle una excentricidad. “¡Están locos, esos romanos!”, decía Obélix. Pues ocurrió algo así, la Asociación de Periodistas Europeos, la Fundación Diario Madrid y el Cercle d’Economia convocaron para tratar el asunto en su ciclo España plural, Catalunya plural y los periodistas Neus Tomàs e Iñaki Ellakurría dieron juego a los dos expertos en los entresijos de la Constitución española para que hablaran sobre una hipótesis que ahora mismo resulta ya antigua, como si se hablara de Tartessos (pongamos por caso). A los que asistieron se les iba poniendo cara de frikis, de bizarros, de extravagantes arqueólogos que se entretienen en explorar unos viejos y herrumbrosos pecios.
La palabra federalismo o la hipótesis (o proyecto) de un horizonte (o modelo) federal no aparecen, de hecho, en el programa con que los socialistas se presentaron a las elecciones del 23-J. Cuando se habla, por ejemplo, de financiación autonómica o local, lo que se dice ahí es que el partido va a situar a las personas en el centro del debate. “Solo si pensamos en satisfacer sus necesidades y aspiraciones podremos lograr el consenso político y territorial para hacer realidad un sistema de financiación aceptable para todos”.
Fue en 2013 cuando los socialistas impulsaron un documento, Hacia una estructura federal del Estado, que se conoció como la Declaración de Granada. Luego lo complementaron en 2017 con la Declaración de Barcelona, que titularon Por el catalanismo y la España federal. Las dos todavía estuvieron en el programa del PSOE de las elecciones de noviembre de 2019.
Hubo mucho trabajo dentro del partido en esas ocasiones, mucho diálogo, mucho consenso (al final), y voluntad de rigor y ganas de negociar a partir de unas ideas, un proyecto. Todo aquello ha quedado, por decirlo de alguna manera, devorado por este tiempo que avanza a grandes zancadas. Como si en cuatro años se hubiera hecho mudanza, para abandonar un mundo de referencias e instalarse en otro radicalmente distinto. Todavía no se sabe muy bien cuál es, y qué peso tienen en ese nuevo escenario la igualdad, la diversidad, la lealtad institucional, el reparto de los recursos. Habrá que ir viendo. La buena noticia es que todavía hay lugares en que se puede conversar sobre Tartessos, sobre la España federal. Lo dicho, esas antiguallas.













Del empoderamiento con bragas y sujetadores

 







Empoderarte con bragas y sujetadores
NAJAT EL HACHMI
01 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

La publicidad se ha adueñado del lenguaje emancipatorio de las luchas sociales vaciándolo de contenido y, lo que es peor, pervirtiendo su sentido original. Si en su momento las marcas que se dirigían al público femenino no tenían reparos en asustarnos con la soledad, la falta de amor y el destierro si no comprábamos sus productos, ahora nos dicen que el maquillaje o la lencería nos empoderan. ¿Para qué esforzarte por llegar a ocupar sitios de responsabilidad, tener independencia económica o acceder al saber y el conocimiento o conquistar tu propia libertad si comprándote las bragas de Jennifer López puedes tener tanto poder como ella? Sin duda, la cantante es poderosa, pero, disculpen la obviedad, no por su ropa interior, sino porque es una mujer rica y famosa. Con talento, sí, pero a nadie se le escapa que parte de su riqueza viene del esfuerzo, tiempo y dinero que dedica a su apariencia externa, lo cual demuestra que seguimos en un sistema en el que la explotación sexual de los seres humanos de segunda, las mujeres, no solo no es cuestionada, sino que es un valor absoluto de la cultura hegemónica occidental.
Beyoncé y Rosalía nos dirán que son feministas y las letras de sus canciones inspirarán a las nuevas luchadoras por la igualdad, pero siguen integradas en una estructura que antepone la capacidad de excitar a los hombres a cualquier otro “don” que puedan tener. Ellas mismas juegan bien ese juego, aunque luego se quejen cuando se las sexualiza sin permiso, como le pasó a la catalana con el fotomontaje de JC Reyes. Solo me exploto yo, vendrían a decir las cantantes-vedettes de nuestro tiempo; solo yo tengo derecho a sacar pasta, mucha pasta, de poner cachondos a los hombres. He aquí, según algunos publicistas y colaboradoras de este sistema de dominación, el summum de la liberación y el empoderamiento.
Y antes que alguien me venga con el manido tópico de que las feministas odiamos el sexo, más bien es todo lo contrario: porque nos parece algo demasiado importante para convertirlo en mercancía, nos negamos a aceptar el denigrante papel de aprovecharnos de las necesidades sexuales de los hombres para ganar poder, porque el sexo es un espacio compartido que solo puede ser gozoso si es gratuito, deseado y se da entre iguales. Es vil y ofensivo pretender que sigamos como siempre, conformándonos con unas migajas de los privilegios que tienen ellos a base de enfundarnos en ásperos e insostenibles sujetadores de encajes de poliéster. Nayat El Hachmi es escritora.