En la entrada de ayer escribí, en tono de humor, sobre la cuestión catalana. No es asunto que se preste a la broma. Lo hice a sabiendas de que hoy iba a tratarlo en toda su seriedad y complejidad. Como el "pleito" de Cataluña, lo definió Francesc Cambó en la segunda década del siglo XX. Y Ortega y Gasset dejó dicho, en los años 30 de ese mismo siglo que el problema catalán era algo sin solución y que solo cabía conllevarlo. ¿Esa es la única solución?, ¿conllevarlo?
"Muchos catalanistas no quieren vivir aparte de España, es decir, que, aun sintiéndose muy catalanes, no aceptan la política nacionalista, ni siquiera el Estatuto, que acaso han votado. Porque esto es lo lamentable de los nacionalismos, ellos son un sentimiento, pero siempre hay alguien que se encarga de traducir ese sentimiento en concretísimas fórmulas políticas: las que a ellos, a un grupo exaltado, les parecen mejores. Los demás coinciden con ellos, por lo menos parcialmente, en el sentimiento pero no coinciden en las fórmulas políticas; lo que pasa es que no se atreven a decirlo, no osan manifestar su discrepancia, porque no hay nada más fácil, faltando, claro está, a la verdad, que esos exacerbados los tachen entonces de anticatalanes. Los que discrepan son arrollados, pero saben perfectamente de muchos, muchos catalanes catalanistas, que en su intimidad hoy no quieren la política concreta que les ha sido impuesto por una minoría". Son palabras del filósofo Ortega y Gasset, en 1932, en el debate del Estatuto de Cataluña por las Cortes de la II República.
El sociólogo y catedrático de universidad Emilio Lamo de Espinosa, presidente del Real Instituto Elcano, pronunció en noviembre pasado en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, dentro del ciclo "España y Cataluña", una conferencia titulada "El lugar de España en Cataluña". Revista de Libros la publicó íntegramente hace unas semanas y puede leerse en el enlace anterior. Se iniciaba con otras palabras de Ortega y Gasset tomadas de su libro "La rebelión de las masas": "El Estado comienza cuando el hombre se afana por evadirse de la sociedad nativa dentro de la cual la sangre lo ha inscrito. Y quien dice la sangre dice también cualquier otro principio natural; por ejemplo, el idioma. Originariamente el Estado consiste en la mezcla de sangres y lenguas. Es superación de toda sociedad natural. Es mestizo y plurilingüe".
A esas palabras de Ortega el profesor Lamo de Espinosa añadía a continuación que el gobierno catalán de CiU había decidido tirar por la borda décadas de colaboración con los gobiernos de España, que tan buenos réditos le había dado a Cataluña y a CiU, para ponerse al frente de un movimiento popular independentista, con un lenguaje crecientemente agresivo, a veces insultante, que bordeaba la insurrección, y en un momento de crisis económica escasamente oportuno. La prensa anglosajona, con su habitual concreción, decia, habla de la "secesión" catalana. Es, probablemente, sigue diciendo, la denominación correcta. Una secesión que en los últimos meses ha lanzado un reto al Estado de derecho para iniciar lo que es ya casi una revolución, no violenta, ciertamente, pero tampoco pacífica, pues el menosprecio público de la ley no es nunca pacífico. Es un texto extenso que merece la pena leer con detenimiento.
Por otro lado, el Colegio de Eméritos organizó entre marzo y abril pasados un curso titulado "El pleito de Cataluña. De las Bases de Manresa a la Declaración de Soberanía (1892-2014)", en el que el historiador Santos Juliá pronunció cuatro conferencias (pueden seguirse íntegramente en el enlace anterior) con la pretensión de analizar con perspectiva histórica la presencia del catalanismo político y del nacionalismo catalán en España y su problemática integración en el Estado español. Comenzando por las llamadas Bases de Manresa, elaboradas en los años noventa del siglo XIX, y terminando en la declaración de soberanía aprobada por mayoría en el parlamento de Catalunya en 2014. Un amplio recorrido que se explayaba en las conferencias citadas: 1. La irrupción del catalanismo político: debates, logros y retrocesos en la autonomía integral. 2. En la República: nacimiento y muerte de Cataluña como región autónoma. 3. De nacionalidad a nación: Cataluña en la Constitución de 1978 y después. Y 4. Reforma del Estatuto, sentencia del Tribunal Constitucional y movilizaciones por la independencia.
Pero volvamos al comienzo, ¿solo caben la conllevanza o la independencia? ¿El federalismo no puede ser un puerto intermedio de acuerdo al que llegar unidos y en paz, sin vencedores ni vencidos?
El pasado 2 de julio el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan José Solozábal, publicaba en El País un artículo titulado "Federalismo y nacionalismo en España" cuya tesis central era la de que el vínculo nacional general era compatible con los vínculos nacionales territoriales. Las relaciones entre el nacionalismo y el federalismo son difíciles, decía en él, aunque se cuente con la proximidad del federalismo a la variedad territorial y se acepte que el nacionalismo se identificará mejor con aquellas formas políticas que asuman la descentralización y la valoración del autogobierno. Admitamos sobre todo el pluralismo de esas ideas que nos permiten entender el estado autonómico como una forma federativa y reconocer que hay nacionalistas que, sin dimitir del nombre, aceptan diferir en el tiempo la consecución del estado propio e incluso sustituir la independencia por la autonomía. Por eso, en España, añadía, ha habido nacionalistas no independentistas, como era el caso de muchos catalanistas, comenzando por Prat de la Riba, y de inumerables foralistas, ejemplificados en la generación del cincuenta del pasado siglo que integraban los Azaola, Arteche, Caro y Mitxelena, entre otros.
También en el número de junio pasado de Revista de Libros escribía un artículo el profesor Antonio Arroyo Gil titulado "Democracia y federalismo, o la búsqueda del equilibrio". Reseñaba críticamente en él aspectos del reciente libro "Democracia federal. Apuntes sobre España", del también profesor Francisco Caamaño, cuya pretensión, dice, no es otra que ofrecer una respuesta democrática y federal a las tensiones nacionalistas que nos acechan. Lo que pasa por entender, añade, que en realidad, el federalismo es una forma de concebir la democracia capaz de asimilar los planteamientos nacionalistas de uno y otro signo. La democracia federal, por méritos propios, merece ser tenida en consideración, porque aunque no logre satisfacer a los "auténticos" (el entrecomillado es del autor de la reseña) nacionalistas, si puede servir para dotar de mejores herramientas conceptuales, institucionales y competenciales a un Estado -el autonómico español- que sigue necesitado de ellas.
Termino. Sería de agradecer que, aparte declaraciones como las de ayer del presidente del gobierno de España, todos intentáramos rebajar el tono y el volumen de la confrontación y buscáramos un punto de acuerdo. Por difícil que parezca, no debería resultar imposible. Mecanismos institucionales hay para ello. ¿Seremos capaces de hacerlo? Todos los responsables políticos deberían tomar ejemplo del irreprochable papel que rey Felipe VI, sin excederse de los límites de estricta neutralidad política debida y de las funciones que la Constitución le encomienda, está realizando por reconducir el tema. No basta con intentarlo, hay que conseguirlo. Por el bien de Cataluña y de España. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt