jueves, 9 de marzo de 2023

De corrupciones y corruptos

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del poeta Luis García Montero, va de corrupciones y corruptos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Corrupciones
LUIS GARCÍA MONTERO
06 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Durante los últimos días hemos disfrutado de un muestrario muy ilustrativo de las diversas maneras de vivir la corrupción. Existe una corrupción cutre, un modo de dejarse comprar con putas, fiestas y propinas. Es el malandar del político hortera que cae en las manos y en las fotografías de gente más sucia que él. Los billetes y las palabras huelen mal, provocan una barriga sudorosa y una cara pringada. Aunque se considera un cacique, es el tonto de la pandilla. Y tontos sin un pellizco de vergüenza hay en todas las familias. En el mejor de los casos, su propio partido los expulsa, se avergüenza de ellos. Los daños son así para el partido, no para la sociedad.
Luego está el corrupto pijo, el modo elegante de entender la política como una asociación para el robo organizado en convivencia con las grandes fortunas, las obras públicas, los recibos de la luz, los barcos de lujo y las concesiones de alta gama. Su poder es tan alto que borra las fronteras entre la política y los delitos. Para evitar cualquier escándalo, en vez de denunciar, el partido se comporta como un compinche más, utiliza lo que está a su alcance para borrar pruebas y mantener el silencio. Esta corrupción trajeada hace mucho daño al Estado, convierte incluso a sus propios poderes, la policía, los jueces, los gobernantes, en ámbitos más negros que la delincuencia popular.
Y luego está la corrupción legalizada. Hubo una época, no se olvide, en la que tener esclavos era legal. La sociedad convivía con las canalladas como algo propio de un orden establecido y envidiable. Espero que un día el comportamiento de Ferrovial provoque tanta vergüenza pública como el esclavismo. Los beneficios sin escrúpulos, la falta de límites para acordar favores… y luego escaparse al quinto pino como un forajido insaciable para no corresponder al amor de la patria… ¿Esto puede ser legal?


























[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Queda algo de la fraternidad universal? [Publicada el 17/04/2014]









Hoy, Jueves Santo, la iglesia católica celebra el día del amor fraterno, concepto este, el de la fraternidad, que el diccionario de la lengua española, califica como "amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales". Su fundamento se encuentra en las palabras que Jesús de Nazareth dijera a sus discípulos tal día como hoy: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13 34). 
Libertad, igualdad y fraternidad, proclamó enfática la revolución francesa: "Los hombres nacen y crecen iguales en derechos" (art. 1º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 1789), y unos años antes la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776): "Todos los hombres son iguales".
La fraternidad, ideal cristiano por excelencia, lo es también, como acabamos de ver, de las grandes revoluciones ilustradas de finales del siglo XVIII, que dan origen al hombre moderno, ya no súbdito sino ciudadano.
Pero tengo la impresión de que el concepto clásico, cristiano, ilustrado y revolucionario de fraternidad ha sido sustituido por el más moderno y tenue de solidaridad, entendida (de nuevo recurro al diccionario) como "adhesión circunstancial a la causa o la empresa de otros". Lástima..., porque la realidad actual quizá sea peor de lo que imaginamos. Quizá, como dice un personaje de "El cementerio de Praga" (Umberto Eco: Lumen, Barcelona, 2010) porque "el odio calienta el corazón".
"Es inútil ir a buscarse un enemigo, qué sé yo, -dice el personaje citado- entre los mongoles o los tártaros, como hicieron los autócratas de antaño. El enemigo para ser reconocido y temible debe estar en casa, o en el umbral de casa"... "El sentimiento de la identidad se funda en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión primordial"... "Se puede odiar a alguien toda la vida. Con tal de que lo tengamos a mano, para alimentar nuestro odio". 
¿Les suena? Desde finales del siglo XIX a mediados del XX, ese enemigo cercano, dentro de casa, fue el pueblo judío. Ahora, el nacionalismo identitario, el cáncer que corroe Europa, ha encontrado un nuevo enemigo-vecino: los judíos han sido sustituidos por los españoles, los griegos, los rusos, los ucranianos, los italianos, los turcos, los gitanos, los rumanos, los búlgaros, los norteafricanos musulmanes, los subsaharianos, los hispanos, los inmigrantes... El caso es echar la culpa de nuestros males a los "otros"... Como antes, como siempre... 
Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt











miércoles, 8 de marzo de 2023

Del feminismo y sus herejes

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del politólogo Fernando Vallespín, va del feminismo y sus herejes. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








El feminismo y sus herejes
FERNANDO VALLESPÍN
05 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Con toda la dislocación que suelen producir las elecciones, hay veces en las que tienen un efecto oxigenante. Es lo que se adivina en estas que estamos a punto de afrontar. A la vista de la cantidad de atribución de cargos que significa la renovación de todo el poder local y de buena parte del regional, los partidos no están para asumir demasiados riesgos. Está siendo una legislatura demasiado díscola para afrontarlas sin una previa limpieza de factores distorsionantes. Y entre ellos se encuentran las consecuencias de la famosa ley del solo sí es sí, que hacían imperativa su reforma. Pero también la escenificación de una importante discrepancia dentro del propio Gobierno de coalición. Como siempre ocurre en periodos electorales, lo más importante para cada formación política es conseguir diferenciarse de sus adversarios. Disentir en torno a su reforma viene a ser perfectamente instrumental para que cada una de las partes ―PSOE y UP― puedan tomar distancia entre sí sin que ello les provoque ninguna merma en la gobernabilidad conjunta. Cada uno de ellos puede reivindicarse ante sus electores potenciales como portadores de sus supuestos principios, más aún tratándose de una materia, la cuestión feminista, sobre la que ambos reivindican la hegemonía.
Los caprichos del calendario han ocasionado, sin embargo, que la disputa vaya a coincidir con el 8-M, el día de exaltación feminista, y es casi inevitable que dichas discrepancias se hagan sentir también en las calles. El peligro, como ya ha ocurrido antes, es que se tribalice, que en vez de aparecer como un movimiento de liberación unido acuda organizado en facciones. Cada grupo con su pancarta alusiva a su propia concepción del feminismo. En mi condición de teórico político, aprovecho para decir que es en este campo donde a lo largo de las últimas décadas se ha desarrollado la filosofía política más rica, sugerente e imaginativa. Pero también donde proliferan todo tipo de teorías y matices. Lo sorprendente es que este pluralismo teórico sobre el fenómeno, que en el mundo académico es visto como algo natural y hasta bienvenido, cuando salta a la política práctica se contamina con la retórica de las herejías. Quien no se adscribe a la concepción supuestamente correcta es visto como hereje y, por tanto, merece ser “cancelado”. Si no al modo de la doctrina woke convencional, con sanciones específicas, sí en un sentido lato.
Detrás late, como antes decía, una clara disputa por la hegemonía ―siempre volvemos a Gramsci―, que en un sistema de partidos entra en combustión por la propia disputa electoral. La superposición en este tema de la otra fuente de los conflictos políticos hubiera exigido que pudiera diferenciarse entre un feminismo de izquierdas u otro de derechas, pero tal parece que ―dentro de la izquierda, al menos―, solo pueda existir una versión verdadera y unos únicos intérpretes cualificados para representarla. Solamente así es comprensible la tozudez de Podemos y sus aliados por negarse a ajustar la susodicha ley a los criterios de la racionalidad del derecho. El PSOE se ha inclinado al final por la solución pragmática, y esto le permite asumir de forma implícita el rol de feminismo “responsable”. Tampoco le viene mal que su aprobación de la reforma pase con el voto de la derecha; es la mejor manera de exhibir sus líneas rojas con respecto a sus socios. Y a Podemos le viene de perlas porque puede presumir de encarnar la verdadera izquierda feminista. Al final a uno siempre le queda la duda de si más que una disputa en torno a visiones feministas no estamos en realidad ante el más clásico juego de los intereses electorales de partido. Creo que el feminismo no lo merece.
























[ARCHIVO DEL BLOG] El síndrome de Telémaco. [Publicada el 27/04/2015]










En su libro Ejemplaridad pública, del que hablaba en una de mis entradas anteriores, el filósofo Javier Gomá escribe lo siguiente: "Está por ver, en efecto, que en una época en que se prescinde de la religión como factor de integración social y en que la crítica a las ideologías ha vaciado a estas definitivamente de eficacia movilizadora sustituyéndolas por el presente pluralismo y relativismo axiológico, está por ver, repite, que en las actuales circunstancias el respeto al hombre en hombre y la educada repugnancia hacia lo indigno y lo incívico, sean suficientes para que los ciudadanos manteniendo sus expectativas dentro de los confines de lo humanamente realizable, aprendan a renunciar a la bestialidad y al barbarismo instintivo y a limitar las pulsiones destructivas y antisociales de una subjetividad consentida y acostumbrada a no reprimirse; y que sean suficientes también para que la polis, sin ayuda de las imágenes del mundo tradicionales, consiga mantenerse unida y estable soportando toda la diversidad multicultural y la complejidad económica y social que se agitan en su interior, y todo ello por propio convencimiento de los mismos ciudadanos, ingenuamente, sin permitir ninguna coerción exterior y sin reconocer a ninguna instancia superior la legitimidad de obligarnos a ello, sino por la pura comprensión de lo que es debido a la dignidad finita y convencional del hombre".
Sé que el lenguaje filosófico es a veces, pretendidamente o no, oscuro y hasta ininteligible, pero es lo que hay. Sin embargo, a la luz de las páginas anteriores a la reproducida más arriba, parece claro para mí, lego en disquisiciones filosóficas, que lo que quiere decirnos Gomá es que las libertades conquistadas por el hombre en los últimos decenios después de luchas, avances y retrocesos de siglos son ya irreversibles. Y que esa idea de libertad, unida inextricablemente a la de igualdad, separada ya para siempre de cualquier connotación de superioridad aristocrática, académica o política, ha arrumbado al baúl de los recuerdos la idea y el prestigio de la autoridad como valor supremo de los gobernantes de la polis. Ya todos somos iguales, para bien o para mal. Pero no solo en la polis ha desaparecido toda pretendida supremacía moral en función de una supuesta autoridad. También en la vida ordinaria familiar, académica o social.
Esa parece ser la tesis que expone el escritor Jordi Soler en su artículo de El País de hace unos días titulado "Los hijos de Ulises". Dice en él que la "autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremisiblemente a su ocaso”. Lo llama "El complejo de Telémaco" y lo define como el fenómeno de la evaporación del padre, y en general, de toda autoridad. 
Una vez ida la autoridad paterna, dice más adelante, las demás autoridades comienzan también a evaporarse. Y detrás del padre van cayendo en el descrédito los gobernantes, los políticos, los sacerdotes, el rey, los soldados y los policías, y casi cualquiera de esas figuras públicas que en el siglo XX tenían una sólida e incuestionable autoridad, y que han visto como el respeto que su figura imponía se ha ido diluyendo.
Las causas de esta evaporación, sigue diciendo, son múltiples. No hay líder social, institucional o político, añade, al que no se le vean las costuras. La transparencia de este milenio hace muy evidentes las flaquezas, las debilidades, las ridiculeces y las corruptelas de esas figuras de autoridad que solían protegerse bajo la conveniente opacidad que ofrecía el siglo anterior. No hay autoridad que resista el despiadado escaneo que aplican las redes sociales, combinadas con la diabólica inmediatez de los medios de comunicación, porque ya el escaneo, al margen de las inmundicias que revele, sitúa a la persona en un nivel de exhibición desde el cual es muy difícil transmitir autoridad.
Ya no queda claro quién manda, dice al final de su artículo. En el siglo XXI, concluye, la autoridad se fragmenta, está en la oficina de una entidad financiera, en una empresa de Internet, en una institución dedicada a la seguridad y al espionaje, en un holding farmacéutico, nadie sabe bien dónde está la autoridad, y cada vez creemos menos en los que dicen que la tienen. Abusando de la imagen de Telémaco, que espera a su padre frente al mar, que mira hacia el horizonte con la esperanza de que aparezca una señal que lo oriente, se me ocurre pensar que en este milenio, que apenas empieza y ya huele a chamusquina, no solo los hijos son Telémaco, también los padres, y los que mandan y tienen todavía alguna autoridad; estamos todos frente al mar, mirando al horizonte en espera de una señal. ¿Es la abolición definitiva de todo prestigio de la autoridad la causa de la crisis de credibilidad que atenaza a las sociedad democráticas? Bien pudiera ser, al menos una de ellas, pero hay más. 
Mi profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología en la UNED, el historiador Santos Juliá, escribía en febrero pasado en Revista de Libros un extenso artículo, titulado "Sombras sobre las democracias", reseñando varios libros sobre tan grave asunto de reciente aparición en la esfera académica de autores tan prestigiosos como David Runciman, Francis Fukuyama o Peter Mair. Al final del mismo, y les animo a la lectura completa de su reseña, dice el profesor Santos Juliá: "En una conferencia sobre el futuro de la democracia que impartió en noviembre de 1983, en el Palacio de las Cortes de Madrid, invitado por Gregorio Peces-Barba, presidente del Congreso de los Diputados, Norberto Bobbio dijo que si le preguntaran «si la democracia tiene un porvenir y cual sea éste, en el supuesto caso de que lo tenga, les respondo tranquilamente que no lo sé». Han pasado muchos años, continúa diciendo, desde aquella conferencia, la tranquilidad con que se miraba entonces el futuro se ha esfumado y los acentos que predominan en el mundo académico suenan más bien sombríos, si no lúgubres: la democracia vaciada o en el vacío, la democracia en retirada, la democracia en declive, son algunas de las voces que han irrumpido en el debate político sobre el futuro de lo que hace veinticinco años se celebraba como democracia triunfante. La multiplicación de las democracias viene a ser, por tanto, como la otra cara del declive de la democracia: muchas son, pero su calidad palidece. El debate es rico en derivaciones y recovecos, en énfasis y matices, pero una cosa es clara: la democracia ha dejado de ser, como se tendía a dar por supuesto cuando agonizaba el siglo XX, el fin de la historia o la última de todas las utopías posibles, más que nada porque, al decir hoy en día «democracia», no se sabe muy bien de qué se trata, como no sea que previamente se aclare de qué democracia estamos hablando. Y ese será el tema de debate que nos seguirá ocupando en los próximos años hasta que… bueno, hasta que algún día lleguemos todos a Dinamarca para quedarnos en ella".
Para comprender la alusión al país nórdico con la que concluye su artículo es necesario que lean el mismo en su integridad. Y perdónenme la malicia por mi parte: si lo leen, es que he atizado su curiosidad y conseguido mi propósito. Me doy por satisfecho.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












martes, 7 de marzo de 2023

De las armas colgadas en las paredes

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la socióloga Mar Gómez, va de las armas colgadas en las paredes. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








El arma de Chéjov
MAR GÓMEZ GLEZ
02 MAR 2023 - El País
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“Si en el primer acto tienes un rifle colgado en la pared, en el último acto debe ser disparado. Si no, no lo pongas ahí.” Este es el consejo que Antón Chéjov daba a los jóvenes dramaturgos que querían introducirse en el arte de la escritura dramática y que se convirtió en una lección imprescindible para cualquiera que se dedique a la ficción. A lo que el ruso —hay quien dice que ucranio— se refería es que en una historia no deben introducirse elementos superfluos que no vayan a ser utilizados después. Mucho menos cuando se trata de objetos capaces de condicionar el curso de los acontecimientos, como un rifle o cualquier otro tipo de arma.
Las guerras siempre son dramas, pero no siempre son ficciones, aunque haya ficciones que nos ayuden a entenderlas en toda su complejidad. Quizá usted esté pensando ya en varios ejemplos. Me viene a la mente una novela que a mi juicio no goza de todo el predicamento que merece. Pienso en el libro de Elena Fortún, editado póstumamente en 1987, Celia en la revolución, rescatado hace dos años por la editorial Renacimiento.
Al hablar de la guerra se genera un relato. El relato está etimológicamente ligado a la palabra relación. Los hechos se relacionan entre sí. Se ordenan. Hay unas causas de las que devienen unas consecuencias que a su vez generan otras posibilidades. La cadena de acontecimientos debe ser anunciada más o menos explícitamente para que el resultado esté justificado. Existen diferentes técnicas narrativas que abordan esta cuestión, como es la citada arma de Chéjov, pero también el red herring. Se trata de un recurso de anticipación que consiste en utilizar una pista falsa que confunda a la lectora o al lector. El anglicismo hace referencia a un arenque ahumado muy oloroso utilizado para entrenar a los perros de caza a que no pierdan el rastro de la presa, aun cuando otros olores contaminen el entorno. En el siglo XIX, el periodista británico William Cobbett inventó este término para acusar a la prensa británica, que anunció la falsa derrota de Napoleón dejándose llevar por pistas incorrectas.
Todo orden y toda clasificación supone ejercer un poder. Con nuestras decisiones iluminamos unas derivas y oscurecemos otras. El relato es, como su propio nombre indica, relativo. En cada historia hay una opción, si no la hubiera se extenderían como el mapa de Jorge Luis Borges en su cuento Del rigor en la ciencia (1946) en el que los cartógrafos de un imperio, en su afán de ser minuciosos, terminaron por crear un mapa tan exhaustivo como inútil cuyas dimensiones equivalían al propio imperio. La magia de las obras literarias, al menos la magia de las que a mí me interesan, es que esta opción se puede cuestionar desde dentro de la propia obra. Cada obra lleva inscrita su contraria, o si lo prefiere, cada obra va cargada con una bomba que puede explotar en cualquier momento. Esto no ocurre con el relato histórico, ¿o sí?
Se acaba de cumplir un año desde el inicio de la guerra y los relatos han cambiado considerablemente. Antes de la invasión de Ucrania, las armas nucleares ya habían aparecido. El 19 de febrero de 2022, Vladímir Putin presenció desde el Kremlin las pruebas de su arsenal de misiles con capacidad nuclear; a finales de octubre, Rusia volvió a realizar maniobras de sus fuerzas nucleares estratégicas; a mediados de febrero desplegó buques con armas nucleares en el mar Báltico y unos días más tarde anunció su salida del tratado bilateral entre Rusia y Estados Unidos, New Start, que limitaba el arsenal de ambos países. Además, el presidente ruso no ha dejado de afirmar verbalmente que está dispuesto a utilizar todo su potencial militar, en caso necesario. Por el momento, estas amenazas han tenido poco efecto: Ucrania no retrocede y los países de la OTAN están aumentando el apoyo a sus tropas. Podríamos pensar que Rusia no atiende a los consejos de su propio dramaturgo, aunque tampoco hay que olvidar que el mismo Chéjov puso dos armas cargadas en su última obra, El jardín de los cerezos, que nunca se llegan a disparar en escena. El final del texto ahonda así en la idea de pérdida y la incapacidad de cierre.
Es imposible predecir cómo se cerrará, si se cierra, la narrativa de la guerra. Lo que sabemos es que, aunque las cabezas nucleares no definan el futuro de ambos contendientes, la cantidad de armas convencionales en manos de civiles y grupos paramilitares marcará el futuro de la zona por mucho tiempo. Los países que llevan décadas suministrando armamento de gran potencia a su población, incluidos los cuerpos de seguridad fuera del ejército, como pueden ser las policías locales o regionales, saben que una vez que el rifle está cargado en la pared de casa, se dispara. Según datos oficiales, en el año 2020, en Estados Unidos murieron por heridas relacionadas con armas de fuego 45.222 personas, de las cuales, alrededor de 2.000 nunca cumplirán los 17 años.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Teoría del resentimiento. [Publicada el 29/07/2015]











La segunda acepción que el Diccionario de la lengua española (DRAE) da a la palabra "resentimiento" es la de tener sentimiento, pesar o enojo por algo. La cuestión que plantea Manuel Arias Maldonado, profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Málaga e investigador visitante en las universidades de Berkeley, Munich, Siena, Oxford y Kele, en un interesante y denso artículo titulado "El resentimiento en la democracia", publicado en dos entregas sucesivas en el número de julio de Revista de Libros (el primero el día 15, y el segundo el dia 22), es la de si el resentimiento juega un papel significativo en las democracias modernas y si este es positivo o negativo.  
Desde que comenzara la crisis, comenta, se han multiplicado los movimientos y partidos que reclaman justicia para sus víctimas, mientras sus contrincantes ponen de manifiesto con qué frecuencia esa demanda oculta un populismo que explota la peligrosa emoción del resentimiento como forma de agitación política. Y en esas estamos. En realidad, en contra de lo que parecería sugerir una observación superficial del fenómeno, el resentimiento es compatible con una legítima demanda de justicia. Es decir: esta peculiar forma de «autointoxicación psíquica», como la catalogó Max Scheler, puede tener razón. Pero también puede no tenerla en absoluto. No es un asunto sencillo, ni un problema nuevo; su campo semántico –que abarca la envidia tanto como la emulación– parece más bien una jungla. Por eso mismo, a la vista de su protagonismo en nuestra conversación pública, merece la pena explorarlo machete en mano.
Para empezar, dice, parece fuera de duda que el discurso político de algunas de las nuevas fuerzas políticas lleva implícita una apelación al resentimiento social. El mecanismo retórico es sencillo: el daño sufrido por la víctima es señalado como injusto por el partido que moviliza el correspondiente sentimiento de agravio, convertido en deseo de venganza contra quien se identifica como responsable directo del daño. Ya se trate de la casta, los ricos o la oligarquía; o de todos a la vez. Un ejemplo entre muchos es el discurso que pronunció Isabel Torralbo, candidata de Málaga Ahora, en la sesión de investidura del nuevo Ayuntamiento de Málaga: "Nosotras y nosotros somos personas corrientes, esas a las que han dejado de mirar. Pero ahí estábamos: ocupando las plazas, parando con nuestros cuerpos desahucios, impidiendo que privatizaran nuestra sanidad, nuestra educación, que destruyeran nuestro medio ambiente. Aun así, seguían sin mirarnos. Lo aceptamos: somos los Nadie, como decía Galeano. Y hoy afirmamos que estos Nadie, más pronto que tarde, les van a dejar a ustedes sin Nada. [...] Nosotras les acusamos. Les señalamos. Les juzgamos. Y el veredicto es uno: culpables. Y su condena va a ser despojarles del poder que han usado día a día como si los Nadie no contáramos". Es llamativo, añade, que palabras así puedan ser dirigidas contra un gobierno democrático. 
La máxima carga de resentimiento, sigue diciendo, deberá corresponder, según esto, a aquella sociedad en que, como la nuestra, los derechos políticos –aproximadamente iguales– y la igualdad social, públicamente reconocida, coexisten con diferencias muy notables en el poder efectivo, en la riqueza efectiva y en la educación efectiva; en una sociedad donde cualquiera tiene «derecho» a compararse con cualquiera y, sin embargo, «no puede compararse de hecho». La sola estructura social –prescindiendo enteramente de los caracteres y experiencias individuales– implica aquí una poderosa carga de resentimiento.
Ahora bien, ¿merece una sociedad como la española, hoy, esa catalogación? No es una pregunta fácil de responder, añade, porque resulta preciso identificar antes cuál es el umbral de desigualdad que resulta inaceptable y en qué medida la propia estructura social ha sido la causa que ha impedido, a quien experimenta resentimiento, acceder a un mayor bienestar. A esto habría que añadir la necesidad de distinguir entre el estado normal de una sociedad y su estado recesivo, a fin de hacer un análisis de la desigualdad social que tenga en cuenta ambos y no sólo el segundo. En cualquier caso, no parece razonable evaluar el resentimiento con independencia del tipo de sociedad en que se manifiesta; igual que tampoco cabe condenarlo sin paliativos so pretexto de que una democracia social no puede albergarlo en ningún caso: como si la proclamación formal de una igualdad suficiente bastara para garantizarla en la práctica. Otra vez: el resentimiento no siempre se equivoca, aunque se equivoque a menudo. Por ello, será necesario bajar a pie de obra para iluminar con datos la distancia entre la desigualdad real y la desigualdad percibida. A lo que habrá que añadir una variable menos invocada, pero relevante en un contexto democrático: la responsabilidad del individuo resentido en la producción de aquellos resultados colectivos que causan, al modo de una reacción en cadena, su propio resentimiento.
No parece necesario, continúa diciendo, discutir la actualidad política del resentimiento: llevamos varios años conviviendo con esta ambigua emoción moral. Su presencia, sin embargo, no se traduce necesariamente en un adecuado conocimiento de sus matices, a menudo oscurecidos por la agresiva contundencia de sus manifestaciones. Pero no es un asunto sencillo, ni mucho menos: su mala reputación podría ser un invento de sus enemigos. El resentimiento es así visto como un subproducto de la frustración, el mal perder de los perdedores. Sin embargo, no es ni mucho menos la última palabra que puede decirse al respecto.
Para empezar, dice, el resentimiento puede también entenderse como un acto ético y político de naturaleza creativa, que contribuye al progreso de las sociedades mediante la denuncia de sus defectos estructurales. El resentimiento posee de este modo una dimensión creativa, porque de él emergen nuevas subjetividades y formas de percepción; es político, porque implica una interpretación, reinterpretación y recalibramiento del orden social que nos ubica en una determinada posición social: el siervo de la gleba descubre que podría ser otra cosa. En otras palabras, un daño deja de considerarse el producto natural de un determinado orden de cosas, para tenerse por lo contrario: el inaceptable resultado de una situación que nada tiene de natural. Desde este punto de vista, pues, el resentido ofrece una interpretación del daño por él padecido que implica la denuncia de una injusticia, abriendo con ello la puerta al cambio social. 
En cualquier caso, añade, si los correspondientes impulsos coléricos que atraviesan una sociedad en un momento histórico particular tienen suficiente magnitud, probablemente terminen siendo recogidos –agregados– por movimientos o partidos que los transforman en algún tipo de «política constructiva». La indignación precede a la ideología, que se arrogará el derecho a gestionar el correspondiente depósito de ira acumulado silenciosamente a lo largo del tiempo. Sea como fuere, continúa diciendo, la lectura positiva del fenómeno que nos ocupa se asienta sobre la premisa de que el resentido tiene razón al experimentar resentimiento, porque se ha cometido sobre él una injusticia. Pero, ¿y si el resentido se equivoca? Más aún, ¿no es posible que los movimientos populistas apunten hacia causas inexactas y con ello estén creando más que expresando agravios definidos? Nada garantiza la buena fe de los portavoces del resentimiento. Pero, incluso asumiendo que el movimiento político en cuestión explota un resentimiento generalizado dentro de un grupo social o transversal a varios de ellos, ¿qué nos garantiza que ese resentimiento apunte hacia una causa indiscutible? 
Si dejamos a un lado la dimensión económica y moral del resentimiento en la democracia, sigue diciendo, para prestar atención a su aspecto político, es conveniente subrayar la tendencia del votante a olvidar su propia contribución en la generación de la situación que se denuncia. Aquí reside uno de los puntos ciegos de la explotación populista del resentimiento: el escamoteo de la propia responsabilidad del sujeto como ciudadano y votante. A ese escamoteo contribuyen, desde la teoría, el énfasis en los diseños institucionales y la crítica participativista para la que el ciudadano es sistemáticamente ignorado cuando no hay elecciones de por medio. Pero no es así exactamente. Sin negar la importancia de los factores institucionales, el ciudadano, por el solo hecho de elegir a sus gobernantes entre los partidos que concurren a las elecciones, está contribuyendo decisivamente a dar forma a la oferta de los mismos. A eso hay que añadir una opinión pública que condiciona la acción de los gobiernos, aunque sólo sea porque éstos quieren ser reelegidos. Distingamos, pues, entre resentimientos justificados y resentimientos imaginarios: reparemos los primeros y denunciemos los segundos. No sea que el ciudadano se transmute en resentido para eludir su propia responsabilidad, asunto sobre el que –significativamente– nada tiene que decir nunca el populismo que vive de la movilización de este último. Esa distinción, por desgracia, dice, no es fácil. Máxime cuando quien juega la baza del resentimiento goza de una decisiva ventaja: la dolorosa visibilidad del daño actual neutraliza toda referencia que pueda hacerse a la historia particular del daño. 
Sólo importa el problema que tenemos delante, al que urge dar respuesta; sus causas originales apenas cuentan. Pero, entre esas causas, concluye el profesor Arias Maldonado, en una democracia digna de tal nombre, hay que incluir tanto el comportamiento electoral como el normal desenvolvimiento de los ciudadanos en su vida ordinaria: decisiones, actitudes, comportamientos. Así, por más que la primera tentación del frustrado sea buscar una causa externa que lo exima de toda responsabilidad en su propio destino, la obligación de una sociedad democrática será sopesar seriamente la validez de esas razones en el marco de la conversación pública y reforzar aquellos aspectos de su diseño institucional que hagan posible el equilibrio productivo entre oportunidad y competición. Sólo así predominará la sana envidia –susceptible de convertirse en emulación dinámica– sobre el ciego resentimiento: ciego, en primer lugar, a sí mismo. Y saldremos todos ganando, aunque no podamos ganar todos.
En el enlace de más abajo pueden ustedes ver la conferencia pronunciada por el profesor Arias Maldonado en la Fundación Juan March, el 7 de abril de este año, titulada "La democracia sentimental", en la que analiza porqué el populismo, la xenofobia y el nacionalismo son muestras de la tendencia a la sentimentalización irracional en la elaboración de las demandas ciudadanas y como la consideración de las emociones políticas desde disciplinas complementarias como la neurociencia o la psicología, plantea cómo actualizar la tradición ilustrada de la autonomía individual del sujeto como ideal regulativo irrenunciable. Y en el siguiente enlace la entrevista que Arias Maldonado concedió el pasado catorce de mayo  a la segunda cadena de RTVE, en el programa Para todos la 2, en la que habla del fenómeno Wikipedia, preguntándose al respecto sobre si aceptada su innegable utilidad como el mayor archivo cultural del que disponemos, construido con la colaboración desinteresada de miles de redactores diseminados por todo el mundo, puede decirse lo mismo de su fiabilidad. 
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt