El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
martes, 13 de diciembre de 2022
De Musk y su juguete
[ARCHIVO DEL BLOG] La crisis de la democracia. [Publicada el 14/12/2012]
Unas líneas más adelante (pág. 137), propone una posible solución: "La democracia tendrá un futuro solo si los ciudadanos apuestan por ella. [...] En su núcleo más irreductible, esa apuesta implica el reconocimiento mutuo de una condición básica de igualdad entre todos los ciudadanos. ¿Igualdad en qué? -se pregunta- Con todos los matices que se quieran poner -dice-, en el derecho a tomar parte en la formación de la voluntad colectiva".
Creo firmemente que ningún demócrata convencido discutiría la premisa básica de que la democracia es tanto procedimiento como fin en sí misma. "Necesitamos (dice en la pág. 181) una reconstrucción del ideal democrático que atribuya a los procedimientos la capacidad para ser sensibles al peso de las razones, porque si la democracia es valiosa para nosotros, hasta el punto de que merece dar la vida para defender sus instituciones, es porque sabemos que el procedimiento no acaba premiando siempre la opinión del más fuerte o de quien ocupa una posición de privilegio que le permite hablar más alto que el resto".
Las palabras finales con que cierra el capítulo (pág. 187) lo dejan meridianamente claro: "La democracia solo puede tener futuro si nos tomamos en serio las reglas del juego. Una apuesta arriesgada. En el fondo siempre lo ha sido". Resulta difícil no estar de acuerdo con el diagnóstico. Y en ello estamos empeñados.
lunes, 12 de diciembre de 2022
[ARCHIVO DEL BLOG] Universidad española: ¿Aurea mediocritas o mediocridad a secas? [Publicada el 13/12/2011]
Creo que somos muchos los que pensamos que nuestra universidad está mucho más cerca de la mediocridad, a secas, que de esa "dorada mediocridad" a la que se refería el poeta latino Horacio como estado ideal en el que no nos afectan en exceso ni las alegrías ni las penas.
Hay que tener mucho valor, ignorancia, presunción e inocencia, todo al mismo tiempo, para atreverse a criticar algo que se desconoce, o peor aún, que no se conoce bien. Yo ando falto de valor y sobrado de ignorancia, presunción e inocencia, pero me apasiona la vida universitaria -no en vano he estado vinculado a ella bastante más de la mitad de mi vida- y comparto muchas de las críticas que personas con mejor conocimiento de causa que yo vienen realizando sobre los males que afectan a la universidad española y sobre sus posibles soluciones.
Mis opiniones al respecto son recurrentes -basta con poner en el buscador del blog la palabra "universidad" , y aunque superficiales y probablemente equivocadas, las tengo muy arraigadas: que la universidad debería ser, por principio, una institución elitista a la que se fuera para aprender y no una fábrica de títulos a la que se va para obtener una acreditación profesional con la que ganarse la vida; que solo deberían acceder a ella los mejores, no los que tuvieran más medios económicos, sino los más inteligentes y capaces; que quizá sería mejor tener menos universidades públicas -una o dos por comunidad autónoma- pero mucho más dotadas en infraestructuras, campus, centros de investigación, bibliotecas y personal docente, que nos las cincuenta y tantas que tenemos ahora; y por último, que la selección del profesorado -incestuosa más que endogámica- tendría que cambiar radicalmente, suprimiendo la titularidad de por vida de las plazas de profesores, prohibiendo doctorarse en la misma universidad en que se obtiene el grado, e impidiendo impartir la docencia en la universidad de origen hasta haber acreditado su valía como profesor en otras universidades, Lo ideal sería que estas prohibiciones funcionaran como una especie de tabú académico-profesional y no como una imposición legal.
Planteo de nuevo en el blog estas reflexiones tras la lectura de varios artículos de opinión publicados en el diario El País a lo largo de estos meses: El primero de ellos, el sábado pasado, por el filósofo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pardo. Se titula "El destino deportivo de la cultura", que remite a su vez a sendos escritos de Tomás Ortín Miguel, profesor de investigación de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: "La calidad de la universidad española", del 13 de diciembre de 2010; de Ángel Cabrera, rector de la Thunderbid School of Global Management estadounidense: "España necesita un Madrid-Barça universitario", del 19 de abril de ese mismo año; y por último, de Rafael Argullol, profesor de Estética y director del Instituto Universitario de Cultura de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: "Disparad contra la Ilustración", del 7 de septiembre de 2009.
Les recomiendo su lectura, no solo por su contenido y la agudeza de sus críticas, no exentas de humor, sino también y sobre todo,por el magnífico estilo literario de sus autores, tan críticos con la "aurea mediocritas" que decía Horacio, que no parecen escritos por profesores universitarios. Sean felices a pesar de todo. Nos lo merecemos. Tamaragua, amigos. HArendt .
De la polarización
domingo, 11 de diciembre de 2022
[ARCHIVO DEL BLOG] Latinoamérica, Iberoamérica, Hispanoamérica... Tan cerca, tan lejos. [Publicada el 12/12/2014]
Creo que la lectura de los enlaces citados les llevará a percibir con otra mirada, como a mí me ocurrió en su momento, el acontecer de esa América Latina tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Del consumismo
AZAHARA PALOMEQUE
07 DIC 2022 - El País
Hace poco, en una de esas conversaciones de café y brasero, me enteré de que la primera vez que entró una lavadora en mi familia mi abuelo tardó en instalársela a mi abuela —y lo expreso así porque la máquina siempre apuntó a un dueño femenino— dos semanas, sin importarle que ella tuviese entretanto que amasar la ropa con jabón en la pila, en un cuartucho helado cubierto con un techo de uralita. Desde la perspectiva del hombre —quien, por otra parte, era una excelente persona—, no corría prisa aquella tarea; en la de la mujer joven con la casa a cuestas y un puesto de pescado que atender en el mercado de abastos que era mi abuela, aquel aparato significaba una mejora de su calidad de vida impostergable, como procedió a quejarse años antes de que yo naciera. Y es que hay cosas que han llenado nuestras agotadas existencias de respiro, acotando el cansancio y donándonos un tiempo precioso; otras han permitido preservar comida o medicamentos y evitar así un número no despreciable de tragedias, como el frigorífico; sin embargo, en el capitalismo frenetizado y voraz actual, la mayoría de los objetos que compramos esconden una menguante funcionalidad y, cuando son realmente útiles, la obsolescencia programada los interrumpe, actualiza la carencia que primeramente generó la adquisición y, como en un bucle infinito, los desecha a los pocos usos. Ahora que se acercan las fiestas navideñas, las ciudades proyectan la ostentación de sus luces y se impone la obligación de dar y recibir cosas absolutamente prescindibles, vale la pena pensar qué ha hecho el consumismo con nosotros, en qué momento nos transformó la posesión de la mercancía en rehenes de sus encantos hasta el punto de reducir el raciocinio a mero impulso.
Cuenta la escritora Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la postguerra española (1987) cómo, en los años que siguieron a la contienda, las costumbres sexoafectivas de todos pero, especialmente, de las mujeres, transcurrieron paralelas a la evolución económica del régimen: así, si en un primer momento la autarquía significó castidad y represión, conforme la sociedad de consumo fue penetrando el franquismo se relajaron también los cuerpos oprimidos, más libres para el goce. Con la llegada del turismo, los primeros coches, la televisión, la moralidad de la época pareció estirarse como un chicle, permitiendo más licencias lúbricas, como si el disfrute y el capitalismo cada vez más devorador se amalgamasen en un solo concepto. Recientemente, el economista francés Frédéric Lordon quiso explicarlo desde el ecologismo, matizando que el error “es haber tomado el deseo de mercancías por deseo a secas” y haber creído que, sin dichas mercancías, “el deseo desertaría el mundo (y se llevaría consigo el color y la luz)” (El capitalismo o el planeta, 2022). Luz y color —sobre nuestras calles encendidas con electricidad carísima—; anatomías que persiguen el deleite y, movidas por la inmediatez, acuden al deslizamiento de la tarjeta de crédito tal como un chute que calma la adicción; confusión pulsátil destinada a nutrir el expolio de un planeta que se queda sin recursos naturales para tanto capricho. La otra cara de la moneda, por supuesto, es la insatisfacción perpetua que genera esa vida de usar y tirar, la apuesta falaz por la compra como casi único camino hacia la felicidad nunca lograda, como se ha analizado desde la filosofía, la psicología y otras ciencias.
En el delirio contemporáneo, advierten numerosos estudios, la acumulación de fruslerías que pronto se transformarán en basura obedece parcialmente a una profunda soledad y no alivia ese sentimiento de vacío; sabemos que los ricos, responsables en mayor medida de la gran debacle medioambiental, suelen ser bastante desgraciados a pesar de sus fortunas —o a causa de ellas—; el feminismo ha denunciado en no pocas ocasiones una manipulación comercial que estereotipa a las mujeres mientras las azuza hacia un ideal imposible concretizado en la moda, los cosméticos, la fantasía de una perfección que acaba degradando; los niños que crecen entre montones de juguetes desarrollan menos creatividad e inteligencia que aquellos que lo hacen con un número más moderado. Al margen de la emergencia climática, se puede esgrimir un sinfín de argumentos por los cuales dejar de comprar o, al menos, frenar el ritmo, aportaría un bienestar personal incuestionable no solo a los consumidores, sino a aquellas personas constantemente explotadas que, en países donde no abundan los derechos, fabrican nuestras bagatelas. Por el lado de la producción, se debería exigir el fin de la caducidad temprana, del desperdicio y del diseño ideado con la intención explícita de que el objeto no pueda reciclarse, pero lo que está claro es que hay algo del acto de la adquisición en sí, junto a la parafernalia que lo acompaña —la atracción del marketing, los eslóganes prometedores del paraíso, ir de tiendas como rutina—, que se ha apoderado de nuestra capacidad de gozar más allá de su marco, enjaulándonos la imaginación y provocando, como diría Byung-Chul Han, la desaparición de los (antiguos) rituales. Si, según el filósofo alemán, el porno ha sustituido al cortejo y el móvil al rosario, la fiebre consumista ha venido prácticamente a construirnos como ciudadanía, y a socializarnos en un ansia por lucir —marcas, viajes— que responde más a intereses empresariales que a necesidades vitales, que volatiliza el regocijo creado al segundo de alcanzarlo.
Canalizar el deseo hacia otra parte me parece, por lo tanto, no solo perentorio en los múltiples frentes que tiene abiertos la política institucional —transición ecológica y energética, crisis de salud mental, reducción de la desigualdad—, sino también crucial como estrategia comunal de supervivencia, desde abajo, con quienes amamos y nos aman independientemente de los adornos y regalos vacuos. Por eso, en esas conversaciones de café y brasero, o de cerveza y tapa, me he dedicado, además de a bendecir la lavadora de mi abuela, a contar que no quiero obsequios inútiles, que prefiero que nos celebremos de manera diferente —una comida, la visita conjunta a una galería de arte—, que no pienso gastar dinero en demostrar afecto o, como mínimo, no en cosas materiales. Me he dedicado, asimismo, a explicar que desde el día que decidí no poseer más que lo estrictamente necesario vivo un pelín más libre, menos agobiada, sin molestia de ninguna privación, aunque sí consciente de que la mudanza de sentido común debe sobrepasar la frontera de mi propia voluntad. Me he dedicado, mucho, a escuchar el alegato contrario y entender la violencia simbólica que se cierne contra quienes no pueden permitirse estar al día con las demandas adquisitivas del turbocapitalismo y se sienten excluidos; a diferenciar entre el lugar donde la riqueza hace más falta —sanidad, vivienda, transporte público— y donde tendría que escasear —en paraísos fiscales, los bolsillos de consejeros delegados, los beneficios obscenos de las grandes empresas—.
Al final, hay toda una urdimbre de justicia social y fiscal que debería acompañar este cambio de paradigma, pero hay también algo latiendo adentro, una suerte de respeto o ética natural, de relajación de las ataduras forzadas que podría tornarnos increíblemente felices si lo sabemos manejar y, más que coartarlo, catapultaría el deseo hacia confines hoy insospechados.
sábado, 10 de diciembre de 2022
[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Podemos? Yes, we can?. [Publicada el 11/12/2014]
Tengo unos cuantos buenos amigos, y lo que más me duele, unas cuantas buenas amigas de hace muchos años, incluso familiares cercanos, que no solo votaron por "Podemos" en las pasadas elecciones al parlamento europeo sino que cada vez están más entusiasmados con ellos. No comparto su entusiasmo, pero los comprendo. Aunque mi comprensión no llega hasta el extremo de consolarme. A mí el populismo de que hace gala "Podemos" no me da miedo; no creo que sean los vándalos de los que escribía hace unos días en el blog, pero me provocan sarpullidos. Y como ya tienen apologistas bastantes para que necesiten de mis servicios profesionales, permítanme que me sume -sin acritud, como decía con acento sevillano Felipe González- al equipo de abogados del diablo que coadyuvan a intentar demostrar cuanto de falacia hay en el equipo directivo de "Podemos" y de ignorancia no-culpable, pero también no-excusable, en sus enfervorizados seguidores. Es el riesgo que corre todo movimiento ciudadano y popular cuando decide entrar en el juego y convertirse en parte de lo criticado: que pierden su virginal inocencia y tienen que apechugar con las consecuencias. Que ello sea para bien o para mal, está por ver.
Lo primero de todo es reconocer que los cabreados de este país nuestro, entre los que yo también me cuento, tienen toda la razón, multitud de razones, para estarlo. Lo segundo, decirles que "Podemos" no va a resolverles las motivaciones de su cabreo; como mucho, a agravárselas. Si no, al tiempo, que arrieros somos y en la era nos veremos. Y lo tercero, y no lo digo por curarme en salud o ponerme la venda antes de la herida, que no soy su enemigo, de verdad; que siempre aceptaré lo que las urnas digan en unas elecciones limpias y democráticas, que no creo que sean un peligro público, pero sí que ocultan más de lo que enseñan.
Y ahora, hablemos del otro "Podemos", el del "Yes, we can". ¿En qué han quedado las ilusiones despertadas por la elección de Obama como presidente de los Estados Unidos de América? ¿En qué ha mejorado la situación de iraquíes y afganos con la salida de las tropas estadounidenses y de la OTAN? ¿Qué ha pasado con la primavera árabe? ¿En qué ha quedado la alegría de los libios? ¿Y el conflicto de nunca acabar palestino-israelí? ¿Y los presos de Guantánamo? ¿Y la sanidad universal norteamericana? ¿Y el cambio climático? ¿Y la inmigración ilegal? Bueno, podemos decir, por lo menos un negro ha llegado a la presidencia, lo que visto lo visto, no es poco logro. Ahora solo falta que llegue a ella una mujer. Pero todavía queda mucha tela que cortar... En el ínterin, les invito a leer este artículo del profesor Julio Aramberri: "El final del principio" sobre la decepción Obama.
Alguno se preguntará con razón que tienen que ver "Podemos" (o Pablo Iglesias) y Obama: Nada, evidentemente. Salvo que los dos levantaron expectativas por encima de sus posibilidades. Y que como dice la sabiduría popular, los experimentos (sociales) en casa y con gaseosa, por favor, que desde la Atenas del siglo V a.C. para acá pocas cosas nuevas veredes en política, amigo Sancho, bajo el sol.
Termino. Les dejo estos enlaces a cinco artículos de prensa muy críticos con "Podemos". Los cinco de profesores universitarios, que, en principio, no están en la lucha partidista del día a día y cabe presumir no buscan réditos políticos ni electorales. ¿Qué alguno se pasa?, es posible que sí, pero eso no quita que puedan tener razón en lo que dicen: "El síndrome de Sansón", de Joaquín Leguina; "Mucha frase, ningún discurso", de Santos Juliá; "Un partido de profesores", de Félix de Azúa; "Podemos en el país de Nunca Jamás", de Jose Carlos Díez; y por último, "Pablo Iglesias: ¿Tú ser socialdemócrata", de José Ignacio Torreblanca. Como pueden ver todos ellos escritos por gente derechosa integrante de la casta a extinguir. Vale. Les prometo no volver a insistir sobre este asunto, pero necesitaba quitarme la espinita de encima. Quitada está, y así lo dejamos. Fin de la historia.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt