martes, 13 de diciembre de 2022

De Musk y su juguete





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de Musk y su juguete, que como dice en ella el escritor Juan Gabriel Vásquez, como dueño de Twitter, tiene en sus manos un poder descomunal sobre las vidas de los que están en su plaza de pueblo y aun sobre las de los que no estamos allí ni hemos querido nunca acercarnos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









El patio de Elon Musk
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
08 DIC 2022 - El País

He seguido con fascinación morbosa —y también con vergüenza ajena, si he de ser sincero— el proceso por el cual Elon Musk, un multimillonario que tiene la madurez emocional de un adolescente desadaptado, ha acabado por comprar Twitter después de muchos ires y venires, y en cuestión de semanas ha destrozado su juguete nuevo y nos ha recordado a los demás dos cosas principalmente: primero, por qué desconfiábamos de Elon Musk; segundo, por qué sería deseable que desconfiáramos de Twitter. Por los días de la adquisición, un seguidor de Trump se metió a la fuerza en casa de Nancy Pelosi, líder de los demócratas en la Cámara de Representantes, y, al no encontrarla a ella, atacó a golpes de martillo a su marido; Musk reaccionó recogiendo en su cuenta de Twitter una teoría de la conspiración homófoba y paranoide que había sido escupida por un medio sensacionalista de los que menos vergüenza tienen. Ese fue su estreno: el director de orquesta dándole un golpecito al diapasón. Y luego ha venido el concierto.
Desde entonces, Musk ha despedido sin consideración ni decencia a miles de empleados (incluyendo a muchos moderadores de contenido), ha eliminado las políticas que restringen la desinformación sobre la covid, ha propuesto una amnistía general para las cuentas que habían sido suspendidas bajo la administración anterior —las afiliadas al Estado Islámico, por ejemplo, o las de supremacistas blancos— y ha llevado a cabo una encuesta frívola para decidir si se le permitía a Trump volver a la plataforma. La movida fue un lavado de manos de una cobardía espectacular, pero también de una hipocresía rampante, y para mí concentró mágicamente todo lo que está mal con Twitter: el populismo, la demagogia barata, la sumisión de cualquier valor a la tiranía de la opinión mayoritaria. Y uno tiene que reírse cuando Musk aduce que compró Twitter para salvaguardar su papel como “digital town square”, la plaza del pueblo del mundo digital. Me perdonarán ustedes si el asunto entero se me parece más a un circo romano, con el pulgar de Musk señalando hacia arriba o hacia abajo, según sus caprichos, ante el rugido de la turba.
Y la turba se ha sentido vindicada, representada, rehabilitada. En Estados Unidos, varios grupos que se dedican a estudiar el discurso de odio en las redes sociales lo confirman diariamente: desde la llegada de Musk al poder tuitero y sus primeras decisiones, los insultos racistas se han triplicado, los homofóbicos han pasado de 2.500 a casi 4.000 por día y los antisemitas han aumentado más del 60%. Dicen los investigadores que nunca habían visto un aumento tan drástico del discurso de odio. Leo en The New York Times la opinión de Imran Ahmed, director general de una de esas organizaciones: “Elon Musk ha enviado la batiseñal a todo tipo de racistas, misóginos y homófobos”, dice. “Y ellos han reaccionado en consecuencia”. Varios amigos que conozco se han sorprendido sin disimulo de que Twitter pudiera empeorar todavía, de que todavía quedara espacio para la degradación de las conversaciones y el envenenamiento del ambiente. Y a mí me ha llamado la atención la desfachatez de villano de Batman con que Musk ha defendido sus catastróficas decisiones: “Soy”, ha dicho antes y ha vuelto a decir por estos días, “un absolutista de la libertad de expresión”.
El problema, por supuesto, es que Musk no parece saber muy bien qué es eso. Su comprensión de la libertad de expresión está, para decirlo con cariño, a medio hornear; hay que verlo hablar del tema en una conversación de TED donde el entrevistador le pregunta por qué ha hecho una oferta para comprar Twitter, y Musk responde con risas nerviosas, luego con un frívolo “no lo sé”, luego con comentarios presuntamente humorísticos sobre el oso de peluche que también se llamaba Ted, y finalmente con un sartal de lugares comunes: lo de la plaza del pueblo, por ejemplo, o la convicción de que “es importante que haya una arena incluyente para la libertad de expresión”. Es casi conmovedor oírle la voz temblorosa cuando dice que Twitter “es importante, como, para la función de la democracia, y para la función de Estados Unidos como país libre”; y luego, mientras uno se pregunta si no estará confundiendo función con funcionamiento, demuestra que el miedo a la trivialidad no es lo suyo: lo que quiere, dice, es “ayudar a la libertad en el mundo”. En otra parte había declarado que su intención es “ayudar a la humanidad, a quien amo”. La declaración no suena menos torpe en inglés.
Musk es un hombre exitoso, por lo menos según la definición de éxito más aceptada por nuestras sociedades: tiene mucha fama y mucho dinero. Para más señas, ha conseguido el dinero y la fama con una de las actividades que estas mismas sociedades admiran sin reticencias, con algo cercano a la idolatría o al fetiche: fabricando tecnología, palabra que en su caso se refiere casi siempre a juguetes enormes. Pero, como tantos otros de los nuevos billonarios, inventados o creados en el mundo tecnológico, su comprensión de esas criaturas extrañas que son los seres humanos es escasa o más bien débil, y las infinitas zonas grises, contradicciones y ambigüedades de su comportamiento parecen escapársele. La libertad de expresión —los debates que al respecto tenemos, la intención con la que la protegemos, las consecuencias que queremos lograr con esa protección— es parte de esas zonas de comprensión difícil. Podríamos debatir mucho sobre la conveniencia de censurar las expresiones de odio que se emiten en la red, pero Musk no parece darse cuenta de que eso es una cosa y otra, muy distinta, es preguntarnos sobre la conveniencia de un sistema diseñado deliberadamente para monetizar el odio, la polarización y la violencia retórica. Y esto es un ejemplo entre varios.
En las últimas semanas, cerca de un millón de tuiteros han abandonado el barco de Musk. La llegada del magnate fue el pretexto perfecto para muchos que llevaban meses, o incluso años, queriendo salir de la red como otros salen de una adicción grave, y yo he leído a quienes se cansaron de que sus colegas y sus amigos se volvieran gente tóxica —más agresiva, más hipersensible, más paranoica, más narcisista— por obra y arte de la manipulación algorítmica, y también a quienes se maravillan de la cantidad de tiempo nuevo que tienen, o de la recuperación de la serenidad, ahora que cualquier nimiedad no se convierte en una pelea con sangre. Otros me explican y alcanzo a entender que para ellos es un dilema difícil: salir de Twitter y perder lo acumulado —seguidores, reputación, contactos— o seguir viviendo en el capricho más peligroso de un plutócrata cuya brújula moral necesita calibrarse.
Lo que parece claro es que Musk, que no se siente incómodo retuiteando groseras teorías de la conspiración ni lanzando insultos infantiles contra Bill Gates, tiene en sus manos un poder descomunal sobre las vidas de los que están en su plaza de pueblo (que más parece el patio de su casa, manejado a su antojo y según su personalidad inconstante y voluble) y aun sobre las de los que no estamos allí ni hemos querido nunca acercarnos. Todavía recuerdo los primeros años de Twitter, cuando el valiente mundo nuevo de las redes tenía el prestigio de la Primavera Árabe y parecía el lugar donde la conversación sería, por fin y para siempre, realmente democrática. Quién lo iba a decir: Elon Musk se hizo con Twitter, y ahora hasta las redes sociales son parte de la nostalgia.























[ARCHIVO DEL BLOG] La crisis de la democracia. [Publicada el 14/12/2012]

 






Si alguien me preguntara porqué me ocupo tanto en el blog de la crisis de la democracia la verdad es que no sabría qué contestarle; ni como ciudadano, ni como demócrata ni como apasionado de la teoría política. Es muy posible que acabara diciéndole que me ocupo de ella porque me preocupa el mundo y la sociedad que estamos dejando a nuestros hijos y nietos. Una situación que quizá solo consigamos reconducir profundizando en los mecanismos e instituciones de representación y participación política de nuestras maltrechas democracias y recuperando valores tradicionales de las mismas, como los de tolerancia y respeto a la discrepancia y la pluralidad de opiniones. 
Supongo que es mera coincidencia que el mismo día que termino la lectura del libro del profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, Andrea Greppi, del que les hablaba en una entrada anterior, libro titulado La democracia y su contrario. Representación, separación de poderes y opinión pública (Trotta, Madrid, 2012), y que me ha provocado una profunda impresión, reciba una invitación para asistir al 10.º Seminario Internacional de Comunicación Política, a celebrar el próximo 14 de diciembre en Madrid. Se trata de un seminario organizado por la The George Washington University y Mas Consulting Group, con el patrocinio de la revista Foreing Policy en español, dedicado al estudio de las "Claves para el futuro de la Comunicación de Líderes, Gobiernos y Partidos". Lástima que circunstancias personales que no vienen al caso me impidan la asistencia. Estoy seguro de que lo hubiera disfrutado. En todo caso, y como buen pagano que soy, consciente de que la diosa Fortuna es veleidosa por naturaleza, no pierdo la esperanza de un cambio de las circunstancias que me obligan a renunciar a él.
En el penúltimo capítulo del libro del profesor Greppi citado anteriormente, hay reflexiones muy críticas con el funcionamiento de nuestras "democráticas" sociedades, críticas que comparto plenamente. Dice al respecto (pág. 136): "las democracias actuales, las más y las menos avanzadas, han quedado atrapadas en el círculo perverso de la deseducación democrática. [...] Asistimos, de un lado, a la erosión de la regularidad de los procedimientos, que cada vez están más lejos de proporcionar garantías efectivas de igualdad política. De otro lado, nos enfrentamos a una acelerada degradación de la cultura política democrática. [...] Es razonable suponer que las mayorías deseducadas acabarán votando contra sus intereses, eligiendo a los gobernantes peores, los más hábiles en fomentar, en beneficio propio, la deseducación sistemática del público".
Unas líneas más adelante (pág. 137), propone una posible solución: "La democracia tendrá un futuro solo si los ciudadanos apuestan por ella. [...] En su núcleo más irreductible, esa apuesta implica el reconocimiento mutuo de una condición básica de igualdad entre todos los ciudadanos. ¿Igualdad en qué? -se pregunta- Con todos los matices que se quieran poner -dice-, en el derecho a tomar parte en la formación de la voluntad colectiva".
Creo firmemente que ningún demócrata convencido discutiría la premisa básica de que la democracia es tanto procedimiento como fin en sí misma. "Necesitamos (dice en la pág. 181) una reconstrucción del ideal democrático que atribuya a los procedimientos la capacidad para ser sensibles al peso de las razones, porque si la democracia es valiosa para nosotros, hasta el punto de que merece dar la vida para defender sus instituciones, es porque sabemos que el procedimiento no acaba premiando siempre la opinión del más fuerte o de quien ocupa una posición de privilegio que le permite hablar más alto que el resto".
Las palabras finales con que cierra el capítulo (pág. 187) lo dejan meridianamente claro: "La democracia solo puede tener futuro si nos tomamos en serio las reglas del juego. Una apuesta arriesgada. En el fondo  siempre lo ha sido". Resulta difícil no estar de acuerdo con el diagnóstico. Y en ello estamos empeñados.









lunes, 12 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Universidad española: ¿Aurea mediocritas o mediocridad a secas? [Publicada el 13/12/2011]

 





Creo que somos muchos los que pensamos que nuestra universidad está mucho más cerca de la mediocridad, a secas, que de esa "dorada mediocridad" a la que se refería el poeta latino Horacio como estado ideal en el que no nos afectan en exceso ni las alegrías ni las penas. 

Hay que tener mucho valor, ignorancia, presunción e inocencia, todo al mismo tiempo, para atreverse a criticar algo que se desconoce, o peor aún, que no se conoce bien. Yo ando falto de valor y sobrado de ignorancia, presunción e inocencia, pero me apasiona la vida universitaria -no en vano he estado vinculado a ella bastante más de la mitad de mi vida- y comparto muchas de las críticas que personas con mejor conocimiento de causa que yo vienen realizando sobre los males que afectan a la universidad española y sobre sus posibles soluciones. 

Mis opiniones al respecto son recurrentes -basta con poner en el buscador del blog la palabra "universidad" , y aunque superficiales y probablemente equivocadas, las tengo muy arraigadas: que la universidad debería ser, por principio, una institución elitista a la que se fuera para aprender y no una fábrica de títulos a la que se va para obtener una acreditación profesional con la que ganarse la vida; que solo deberían acceder a ella los mejores, no los que tuvieran más medios económicos, sino los más inteligentes y capaces; que quizá sería mejor tener menos universidades públicas -una o dos por comunidad autónoma- pero mucho más dotadas en infraestructuras, campus, centros de investigación, bibliotecas y personal docente, que nos las cincuenta y tantas que tenemos ahora; y por último, que la selección del profesorado -incestuosa más que endogámica- tendría que cambiar radicalmente, suprimiendo la titularidad de por vida de las plazas de profesores, prohibiendo doctorarse en la misma universidad en que se obtiene el grado, e impidiendo impartir la docencia en la universidad de origen hasta haber acreditado su valía como profesor en otras universidades, Lo ideal sería que estas prohibiciones funcionaran como una especie de tabú académico-profesional y no como una imposición legal. 

Planteo de nuevo en el blog estas reflexiones tras la lectura de varios artículos de opinión publicados en el diario El País a lo largo de estos meses: El primero de ellos, el sábado pasado, por el filósofo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pardo. Se titula "El destino deportivo de la cultura", que remite a su vez a sendos escritos de Tomás Ortín Miguel, profesor de investigación de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: "La calidad de la universidad española", del 13 de diciembre de 2010; de Ángel Cabrera, rector de la Thunderbid School of Global Management estadounidense: "España necesita un Madrid-Barça universitario", del 19 de abril de ese mismo año; y por último, de Rafael Argullol, profesor de Estética y director del Instituto Universitario de Cultura de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona: "Disparad contra la Ilustración", del 7 de septiembre de 2009.

Les recomiendo su lectura, no solo por su contenido y la agudeza de sus críticas, no exentas de humor, sino también y sobre todo,por el magnífico estilo literario de sus autores, tan críticos con la "aurea mediocritas" que decía Horacio, que no parecen escritos por profesores universitarios. Sean felices a pesar de todo. Nos lo merecemos. Tamaragua, amigos. HArendt . 






De la polarización

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la polarización, que como dice en ella el politólogo Lluís Orriols, el afán de presentar a los rivales ideológicos: comunistas, fascistas, filoetarras, o golpistas, como una amenaza, se expande en la política española velozmente. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Necesitamos promiscuidad política y debatir con gente de la tribu rival
LLUÍS ORRIOLS
07 DIC 2022 - El País

Imagine que la nueva pareja de su hijo simpatiza con posiciones políticas que están a las antípodas de lo que usted opina. O que su vecino decide hacerse militante de ese partido con ideas opuestas a las suyas. ¿Cuál sería su reacción? ¿Le generarían emociones de disgusto y rechazo o más bien le provocarían indiferencia? Puede que parezca una pregunta anecdótica, sin trascendencia alguna, más propia del cotilleo. Sin embargo, detrás de ella se esconde un fenómeno que últimamente está preocupando, y mucho, a los politólogos: la polarización afectiva. Consideramos que una sociedad está polarizada en términos afectivos cuando los ciudadanos sienten especial simpatía por quienes son políticamente afines, pero al mismo tiempo sienten un profundo rechazo hacia aquellas personas que piensan diferente. La polarización afectiva es un proceso de tribalización en el que la confrontación política se convierte en algo emocional que va más allá de las legítimas diferencias en posicionamientos ideológicos.
En los últimos años, los politólogos han constatado que la polarización afectiva está ganando terreno en muchas de las democracias de nuestro entorno. También en España. Puede que la confrontación política visceral, de negación del adversario, no sea algo tan nuevo. Muchos recordarán cómo durante los primeros años de gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004, el clima político alcanzó también temperaturas tórridas, con discursos especialmente beligerantes que en su momento se calificaron con el nombre de la crispación. Sin embargo, existen claros indicios de que la tribalización de la política ha alcanzado niveles récord en los últimos tiempos, muy particularmente tras la ruptura del sistema bipartidista.
Hay motivos de sobra para sentirse preocupado por este creciente proceso de polarización afectiva. Y es que el rechazo visceral a quien vota o piensa distinto puede generar efectos muy novicios para la calidad democrática. La tribalización de la política genera inestabilidad y bloqueo pues dinamita la cooperación y las opciones de alcanzar consensos. También provoca que las personas sean menos tolerantes a aceptar el pluralismo, que vean con desagrado las voces discordantes, las cuales se llegan a percibir incluso como ilegítimas y peligrosas. En España cada vez más se considera al adversario político como una amenaza a eliminar. A quienes piensan distinto se les califica de comunistas, fascistas, filoetarras o golpistas. Estos adjetivos tan frecuentes en el discurso político de hoy tienen en común el afán de negación del adversario político y la percepción de que su existencia representa una amenaza para la sociedad.
La polarización afectiva colisiona con muchos de los principios más básicos de la democracia. Al fin y al cabo, si se considera que el adversario político es peligroso y sus posiciones no son legítimas, es fácil llegar a la conclusión de que debería vetarse su presencia en el debate público y evitar a toda costa que lleguen a las instituciones. En contextos polarizados, cualquiera que se acerque, debata o empatice con alguien de la trinchera rival puede ser acusado de estar blanqueando ideologías horribles que amenazan nuestro modo de vida. Por este motivo la polarización puede llegar a erosionar uno de los principios más básicos de nuestro sistema: el consentimiento de los perdedores. La esencia de la democracia es que las personas deben aceptar el veredicto de las urnas, aunque estas encumbren a opciones políticas que están en las antípodas de lo que uno piensa. Sin embargo, en contextos de intensa polarización, la aceptación de la derrota es más costosa y dolorosa, incluso en ocasiones se convierte en algo inasumible.
La polarización afectiva fomenta una sociedad de tribus cerradas que evitan cualquier tipo de contacto con los rivales. Este comportamiento endogámico es terreno abonado para los prejuicios hacia quienes opinan distinto, lo cual acentúa aún más el rechazo y la confrontación. Por eso la mejor estrategia para luchar contra este fenómeno es fomentar activamente la promiscuidad política e intentar a toda costa debatir con gente de la tribu rival. Y es que una de las mejores recetas para acabar con la polarización afectiva es irse de cañas con quien piensa diferente. Si tienen ocasión, venzan sus resistencias y no duden en hacerlo.




















domingo, 11 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Latinoamérica, Iberoamérica, Hispanoamérica... Tan cerca, tan lejos. [Publicada el 12/12/2014]

 





¿Cómo denominar a ese inmenso conglomerado de Estados y pueblos que se extiende por el continente americano al sur de los Estados Unidos? ¿Latinoamérica, iberoamérica, hispanoamérica? El Diccionario de la RAE lo tiene bastante claro: latinoamérica engloba a todos los países del continente en los que se hablan lenguas derivadas del latín (español, portugués y francés); para referirse a los países de habla española considera más correcta la denominación de hispanoamérica; y si se nos referimos únicamente a los de habla española y portuguesa, el término más adecuado sería el de iberoamérica.
Sobre la cumbre iberoamericana recientemente celebrada en la ciudad de Veracruz, México, editorializa el diario El País de ayer calificándola de irrelevante, y sus acuerdos, de mínimos, aunque destaca los intentos de afrontar conjuntamente los déficit en educación del bloque. No distinta, pero más halagüeña, como no podía ser menos, es la visión de la Cumbre desde los órganos de prensa del país anfitrión, México.
Cuando este blog salió al mundo, en agosto de 2006, la filosofía que lo inspiraba no era otra que la de un intento de observar lo que ocurre en el mundo a partir de las miradas y las palabras de los otros. De ahí que durante un tiempo me limitara a poner en el mismo aquellos artículos, noticias y referencias de libros o prensa que me parecían de mayor interés sin sentir la necesidad de comentarlas, y por tanto, de dejar traslucir mi ignorancia sobre el asunto en cuestión. Con el paso del tiempo me fui envalentonando y me atreví a formular mis propias opiniones y comentarios sobre lo dicho por otros con mucha mayor autoridad, recurriendo para ello a la fórmula literaria de la digresión. Ello me permitía opinar sin necesidad de justificarme dado que mi comentario aprovechaba el hilo del discurso ajeno para, siguiéndolo, o rompiendo con él, hablar de cosas que no tenían expresa conexión o íntimo enlace con aquello de que se estaba tratando. Y ahí sigo, digresionando... Pero la verdad es que no me gusta sacar a colación asuntos sobre los que no tengo un relativo, conocimiento previo. Y en ese sentido, si África, el continente en el que vivo, es para mi un absoluto desconocido, tengo que reconocer que con Latinoamérica me pasa tres cuartos de lo mismo salvo por el añadido, peligroso, de los prejuicios, algo por cierto, absolutamente necesario para andar por la vida, como ya dijera Hannah Arendt en su libro ¿Qué es la política?.
Dicen que un buen arranque de un libro (un artículo, una noticia, una carta...) es la mitad de su éxito. Y supongo que es verdad. Al menos conmigo, funciona. Me pasa a menudo y me pasó hace unos años ojeando el ejemplar mensual de Revista de Libros con un primer artículo titulado "¡Viva la evolución!", en el que se podía leer este impresionante párrafo inicial:
"La América Latina es cosa mental. La gente ve en la región lo que quiere ver. En el mejor de los casos, ve lo que su ignorancia y prejuicios le permiten ver. Si se invierte la lente a la manera de las Cartas persas de Montesquieu, los resultados son instructivos. Comparados con Brasil, Chile, Colombia y México (vale decir la amplia mayoría de la población del hemisferio), buena parte de los países europeos –por no mencionar los de otras regiones– han sido, a lo largo de los últimos doscientos años, republiquetas más o menos inestables, desiguales y pobres. Ningún sátrapa latinoamericano se compara con los europeos, desde Napoleón hasta Hitler; ningún período de violencia se equipara a los horrores de la guerra civil europea de 1914-1945; la inestabilidad de varios períodos de la vida republicana francesa o italiana poco tiene que envidiar a la de Bolivia; la vida en las favelas de Río de Janeiro no es mucho peor que en las de Nápoles o Marsella, o incluso que en muchas de las residencias municipales gratuitas del Estado de bienestar británico. Y, en compensación, Buenos Aires, São Paulo o Ciudad de México tienen mejores librerías y restaurantes que París, Madrid o Milán; se juega mejor fútbol y la gente de la calle es más cortés. Quien no haya vivido en la América Latina no sabe lo que es la dulzura de vivir, si es que puede pagársela."
Perdoneseme lo extenso de la cita, pero reconozcan conmigo que era como para seguir leyéndolo hasta el final. Les aseguro que me mereció la pena, y por ello les dejo más arriba el enlace al artículo, por cierto, escrito por Hugo Estenssoro, periodista y crítico literario boliviano, colaborador habitual de la prestigiosa "The New York Review of Books", reseñando el libro del periodista británico Michael Reid, editor para América Latina de la revista "The Economist", titulado "The Forgotten Continent: The Battle for Latin Americ's Soul", (Yale University Press, New Haven, 2007), publicado más tarde en español por la editorial Belaqva.
Después de leerlo me puse a buscar referencias en internet sobre el libro y su autor y encontré dos de ellas que me parecieron interesantísimas y dignas de lectura. En primer lugar la de Norman Gall , director del Instituto "Fernand Braudel" de Economía Mundial de Sao Paulo, publicada en El País el 19 de enero de aquel mismo año con el título de "El olvidado progreso de América Latina". y por otro lado, la de Jean-Francois Fogel, periodista francés editor de la edición electrónica de "Le Monde", titulada "Michael Reid y América Latina", publicada en el blog "El Boomeran(g)" comentando a su vez el artículo citado de Norman Gall (y eliminada ahora del mundo virtual gracias a las normas europeas de protección de datos).  
Les recomiendo por último, el crítico análisis de la Cumbre que días después de concluida realizó en El País el ensayista e historiador Antonio Navalón: "Las Américas, a la búsqueda de un destino", en el que puede leerse este clarificador párrafo: "La realidad es que todos los países de esta Cumbre, empezando por España, tienen el mismo problema: no saben donde están". 
Creo que la lectura de los enlaces citados les llevará a percibir con otra mirada, como a mí me ocurrió en su momento, el acontecer de esa América Latina tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. 
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








Del consumismo

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del consumismo, pues como dice en ella la escritora Azahara Palomeque, ahora que se acerca la Navidad, vale la pena pensar qué ha hecho el consumismo con nosotros, cuándo nos transformó la posesión de la mercancía en rehenes de sus encantos hasta reducir el raciocinio a mero impulso. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









El día que decidí no comprar nada
AZAHARA PALOMEQUE
07 DIC 2022 - El País

Hace poco, en una de esas conversaciones de café y brasero, me enteré de que la primera vez que entró una lavadora en mi familia mi abuelo tardó en instalársela a mi abuela —y lo expreso así porque la máquina siempre apuntó a un dueño femenino— dos semanas, sin importarle que ella tuviese entretanto que amasar la ropa con jabón en la pila, en un cuartucho helado cubierto con un techo de uralita. Desde la perspectiva del hombre —quien, por otra parte, era una excelente persona—, no corría prisa aquella tarea; en la de la mujer joven con la casa a cuestas y un puesto de pescado que atender en el mercado de abastos que era mi abuela, aquel aparato significaba una mejora de su calidad de vida impostergable, como procedió a quejarse años antes de que yo naciera. Y es que hay cosas que han llenado nuestras agotadas existencias de respiro, acotando el cansancio y donándonos un tiempo precioso; otras han permitido preservar comida o medicamentos y evitar así un número no despreciable de tragedias, como el frigorífico; sin embargo, en el capitalismo frenetizado y voraz actual, la mayoría de los objetos que compramos esconden una menguante funcionalidad y, cuando son realmente útiles, la obsolescencia programada los interrumpe, actualiza la carencia que primeramente generó la adquisición y, como en un bucle infinito, los desecha a los pocos usos. Ahora que se acercan las fiestas navideñas, las ciudades proyectan la ostentación de sus luces y se impone la obligación de dar y recibir cosas absolutamente prescindibles, vale la pena pensar qué ha hecho el consumismo con nosotros, en qué momento nos transformó la posesión de la mercancía en rehenes de sus encantos hasta el punto de reducir el raciocinio a mero impulso.
Cuenta la escritora Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la postguerra española (1987) cómo, en los años que siguieron a la contienda, las costumbres sexoafectivas de todos pero, especialmente, de las mujeres, transcurrieron paralelas a la evolución económica del régimen: así, si en un primer momento la autarquía significó castidad y represión, conforme la sociedad de consumo fue penetrando el franquismo se relajaron también los cuerpos oprimidos, más libres para el goce. Con la llegada del turismo, los primeros coches, la televisión, la moralidad de la época pareció estirarse como un chicle, permitiendo más licencias lúbricas, como si el disfrute y el capitalismo cada vez más devorador se amalgamasen en un solo concepto. Recientemente, el economista francés Frédéric Lordon quiso explicarlo desde el ecologismo, matizando que el error “es haber tomado el deseo de mercancías por deseo a secas” y haber creído que, sin dichas mercancías, “el deseo desertaría el mundo (y se llevaría consigo el color y la luz)” (El capitalismo o el planeta, 2022). Luz y color —sobre nuestras calles encendidas con electricidad carísima—; anatomías que persiguen el deleite y, movidas por la inmediatez, acuden al deslizamiento de la tarjeta de crédito tal como un chute que calma la adicción; confusión pulsátil destinada a nutrir el expolio de un planeta que se queda sin recursos naturales para tanto capricho. La otra cara de la moneda, por supuesto, es la insatisfacción perpetua que genera esa vida de usar y tirar, la apuesta falaz por la compra como casi único camino hacia la felicidad nunca lograda, como se ha analizado desde la filosofía, la psicología y otras ciencias.
En el delirio contemporáneo, advierten numerosos estudios, la acumulación de fruslerías que pronto se transformarán en basura obedece parcialmente a una profunda soledad y no alivia ese sentimiento de vacío; sabemos que los ricos, responsables en mayor medida de la gran debacle medioambiental, suelen ser bastante desgraciados a pesar de sus fortunas —o a causa de ellas—; el feminismo ha denunciado en no pocas ocasiones una manipulación comercial que estereotipa a las mujeres mientras las azuza hacia un ideal imposible concretizado en la moda, los cosméticos, la fantasía de una perfección que acaba degradando; los niños que crecen entre montones de juguetes desarrollan menos creatividad e inteligencia que aquellos que lo hacen con un número más moderado. Al margen de la emergencia climática, se puede esgrimir un sinfín de argumentos por los cuales dejar de comprar o, al menos, frenar el ritmo, aportaría un bienestar personal incuestionable no solo a los consumidores, sino a aquellas personas constantemente explotadas que, en países donde no abundan los derechos, fabrican nuestras bagatelas. Por el lado de la producción, se debería exigir el fin de la caducidad temprana, del desperdicio y del diseño ideado con la intención explícita de que el objeto no pueda reciclarse, pero lo que está claro es que hay algo del acto de la adquisición en sí, junto a la parafernalia que lo acompaña —la atracción del marketing, los eslóganes prometedores del paraíso, ir de tiendas como rutina—, que se ha apoderado de nuestra capacidad de gozar más allá de su marco, enjaulándonos la imaginación y provocando, como diría Byung-Chul Han, la desaparición de los (antiguos) rituales. Si, según el filósofo alemán, el porno ha sustituido al cortejo y el móvil al rosario, la fiebre consumista ha venido prácticamente a construirnos como ciudadanía, y a socializarnos en un ansia por lucir —marcas, viajes— que responde más a intereses empresariales que a necesidades vitales, que volatiliza el regocijo creado al segundo de alcanzarlo.
Canalizar el deseo hacia otra parte me parece, por lo tanto, no solo perentorio en los múltiples frentes que tiene abiertos la política institucional —transición ecológica y energética, crisis de salud mental, reducción de la desigualdad—, sino también crucial como estrategia comunal de supervivencia, desde abajo, con quienes amamos y nos aman independientemente de los adornos y regalos vacuos. Por eso, en esas conversaciones de café y brasero, o de cerveza y tapa, me he dedicado, además de a bendecir la lavadora de mi abuela, a contar que no quiero obsequios inútiles, que prefiero que nos celebremos de manera diferente —una comida, la visita conjunta a una galería de arte—, que no pienso gastar dinero en demostrar afecto o, como mínimo, no en cosas materiales. Me he dedicado, asimismo, a explicar que desde el día que decidí no poseer más que lo estrictamente necesario vivo un pelín más libre, menos agobiada, sin molestia de ninguna privación, aunque sí consciente de que la mudanza de sentido común debe sobrepasar la frontera de mi propia voluntad. Me he dedicado, mucho, a escuchar el alegato contrario y entender la violencia simbólica que se cierne contra quienes no pueden permitirse estar al día con las demandas adquisitivas del turbocapitalismo y se sienten excluidos; a diferenciar entre el lugar donde la riqueza hace más falta —sanidad, vivienda, transporte público— y donde tendría que escasear —en paraísos fiscales, los bolsillos de consejeros delegados, los beneficios obscenos de las grandes empresas—.
Al final, hay toda una urdimbre de justicia social y fiscal que debería acompañar este cambio de paradigma, pero hay también algo latiendo adentro, una suerte de respeto o ética natural, de relajación de las ataduras forzadas que podría tornarnos increíblemente felices si lo sabemos manejar y, más que coartarlo, catapultaría el deseo hacia confines hoy insospechados.
 





















sábado, 10 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Podemos? Yes, we can?. [Publicada el 11/12/2014]

 





Tengo unos cuantos buenos amigos, y lo que más me duele, unas cuantas buenas amigas de hace muchos años, incluso familiares cercanos, que no solo votaron por "Podemos" en las pasadas elecciones al parlamento europeo sino que cada vez están más entusiasmados con ellos. No comparto su entusiasmo, pero los comprendo. Aunque mi comprensión no llega hasta el extremo de consolarme. A mí el populismo de que hace gala "Podemos" no me da miedo; no creo que sean los vándalos de los que escribía hace unos días en el blog, pero me provocan sarpullidos. Y como ya tienen apologistas bastantes para que necesiten de mis servicios profesionales, permítanme que me sume -sin acritud, como decía con acento sevillano Felipe González- al equipo de abogados del diablo que coadyuvan a intentar demostrar cuanto de falacia hay en el equipo directivo de "Podemos" y de ignorancia no-culpable, pero también no-excusable, en sus enfervorizados seguidores. Es el riesgo que corre todo movimiento ciudadano y popular cuando decide entrar en el juego y convertirse en parte de lo criticado: que pierden su virginal inocencia y tienen que apechugar con las consecuencias. Que ello sea para bien o para mal, está por ver.

Lo primero de todo es reconocer que los cabreados de este país nuestro, entre los que yo también me cuento, tienen toda la razón, multitud de razones, para estarlo. Lo segundo, decirles que "Podemos" no va a resolverles las motivaciones de su cabreo; como mucho, a agravárselas. Si no, al tiempo, que arrieros somos y en la era nos veremos. Y lo tercero, y no lo digo por curarme en salud o ponerme la venda antes de la herida, que no soy su enemigo, de verdad; que siempre aceptaré lo que las urnas digan en unas elecciones limpias y democráticas, que no creo que sean un peligro público, pero sí que ocultan más de lo que enseñan.

Y ahora, hablemos del otro "Podemos", el del "Yes, we can". ¿En qué han quedado las ilusiones despertadas por la elección de Obama como presidente de los Estados Unidos de América? ¿En qué ha mejorado la situación de iraquíes y afganos con la salida de las tropas estadounidenses y de la OTAN? ¿Qué ha pasado con la primavera árabe? ¿En qué ha quedado la alegría de los libios? ¿Y el conflicto de nunca acabar palestino-israelí? ¿Y los presos de Guantánamo? ¿Y la sanidad universal norteamericana? ¿Y el cambio climático?  ¿Y la inmigración ilegal? Bueno, podemos decir, por lo menos un negro ha llegado a la presidencia, lo que visto lo visto, no es poco logro. Ahora solo falta que llegue a ella una mujer. Pero todavía queda mucha tela que cortar... En el ínterin, les invito a leer este artículo del profesor Julio Aramberri: "El final del principio" sobre la decepción Obama.

Alguno se preguntará con razón que tienen que ver "Podemos" (o Pablo Iglesias) y Obama: Nada, evidentemente. Salvo que los dos levantaron expectativas por encima de sus posibilidades. Y que como dice la sabiduría popular, los experimentos (sociales) en casa y con gaseosa, por favor, que desde la Atenas del siglo V a.C. para acá pocas cosas nuevas veredes en política, amigo Sancho, bajo el sol.  

Termino. Les dejo estos enlaces a cinco artículos de prensa muy críticos con "Podemos". Los cinco de profesores universitarios, que, en principio, no están en la lucha partidista del día a día y cabe presumir no buscan réditos políticos ni electorales. ¿Qué alguno se pasa?, es posible que sí, pero eso no quita que puedan tener razón en lo que dicen: "El síndrome de Sansón", de Joaquín Leguina; "Mucha frase, ningún discurso", de Santos Juliá; "Un partido de profesores", de Félix de Azúa; "Podemos en el país de Nunca Jamás", de Jose Carlos Díez;  y por último, "Pablo Iglesias: ¿Tú ser socialdemócrata", de José Ignacio Torreblanca. Como pueden ver todos ellos escritos por gente derechosa integrante de la casta a extinguir. Vale. Les prometo no volver a insistir sobre este asunto, pero necesitaba quitarme la espinita de encima. Quitada está, y así lo dejamos. Fin de la historia.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt