martes, 11 de octubre de 2022

De los deberes de cada generación

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los deberes de cada generación, porque como dice en ella el filòsofo Alba Rico, cada grupo humano se siente orgulloso de lo que ha hecho y es cuestionado por sus descendientes, que lo harán de nuevo mal y que, por eso, deberían contemplar la petulancia de sus mayores con un poco de piedad y hasta de ternura. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Hacer los deberes generacionales

SANTIAGO ALBA RICO

06 OCT 2022 - 


En su obra de 1864 Mikrokosmus, muy citada por Walter Benjamin, el filósofo alemán Hermann Lotze razonaba contra la idea de progreso. Su argumento era doble. Por un lado, recordaba “todos los bienes culturales y aspectos genuinamente bellos de la vida que han desaparecido para siempre”, describiendo así una Historia retorcida y compuesta de “espirales” y “epicloides”, bañada en melancolía. El otro argumento era más incómodo: decía que aceptar la idea de Progreso era aceptar “la idea de que el trabajo de las generaciones pasadas solo sirve a las siguientes —y así hasta el infinito—, resultando irremediablemente inútil para ellas mismas”. Si lo mejor está por venir, nuestras vidas deben estar enteramente dedicadas a luchar por —o al menos esperar— el estado sucesivo y superior del que solo se beneficiarán nuestros hijos, obligados paradójicamente a hacer lo mismo por la siguiente generación. Esta idea de que “lo mejor está por venir” presidió el siglo XIX (incluidas sus dos mejores cabezas, Darwin y Marx) y sobrevivió en el siglo XX, tras dos guerras mundiales, en forma de consumo ilimitado y tecnología salvífica.Ahora que las ilusiones progresistas se han desvanecido, el espectro del progreso y el argumento de Lotze se mantienen vigentes a través del sentimiento de culpa. Quiero decir que la generación de los mayores se siente culpable de dejar a sus hijos un mundo hecho harapos y que las nuevas generaciones reprochan a sus padres su falta de responsabilidad: “No habéis hecho los deberes y ahora nosotros tenemos que dedicar la vida no a vivir, sino a defender el mundo que no supisteis poner a salvo”. Es importante la convicción, olvidada bajo el neoliberalismo consumista, de que cada generación, además de para sí misma, debe trabajar para la siguiente (el más allá de los laicos), pero no es exacta la pretensión de que “nuestros padres no han hecho sus deberes”. Digamos la verdad: ninguna generación ha hecho los deberes. Aún más: lo propio de la Historia, tan repetitiva, es que nadie haga nunca los deberes. ¿De qué época podríamos decir que sí los habría hecho? ¿De la que mató en torno a 60 millones de personas entre 1914 y 1918? ¿De la que vivió los lager nazis y lanzó las primeras bombas atómicas en Japón? ¿De la que desencadenó y sufrió en nuestro país la Guerra Civil? ¿Hizo sus deberes el único partido de oposición a Franco, el sin duda heroico PCE, que al mismo tiempo apoyó y a veces practicó los crímenes del estalinismo, se olvidó del feminismo y, con excepción de Manuel Sacristán, despreció hasta hace muy poco la ecología? Y los padres del 78, que nos reclaman sin parar admiración, ¿hicieron sus deberes? La generación del 15-M, sin lastres ideológicos del pasado, dejó en evidencia sus costurones, todavía sin remendar en una España minada por problemas del siglo XIX (la corrupción, una Monarquía patrimonialista, el encono ideológico). Pero él mismo, el 15-M, ¿hizo a su vez sus deberes? Cada generación se siente orgullosa de lo que ha hecho, poco o mucho, y es cuestionada por sus descendientes, que lo harán de nuevo mal y que, por eso mismo, deberían contemplar la petulancia de sus mayores (mártires revolucionarios, héroes constitucionales) con un poco de piedad y hasta de ternura: si no somos capaces de aprender de sus errores ni de enmendarlos, arropémoslos sin acritud en sus tumbas.Nadie hace sus deberes. Cada generación europea, en los dos últimos siglos, ha vivido una revolución enseguida fallida y una guerra devastadora; y los jóvenes que participaron en ellas y sobrevivieron confundieron la intensidad de la experiencia con la gloria y la gloria con “el sentido de la Historia”: su sacrificio era, en definitiva, un medio de progreso. No lo fue y no lo será. Ahora bien, a la llamada generación Z —la nacida en torno al año 2000— le falta incluso ese “sentido de la Historia” o, si se quiere, esa “intensidad colectiva” que se vivió por última vez, en distintos puntos del planeta y de distinta forma, en 2011. Es bueno no confundir la gloria con el sentido de la Historia, pero es muy duro haber nacido en un mundo en el que, sin experiencia de intensidad compartida, se es al mismo tiempo consciente de que la Historia no tiene ningún sentido y, desde luego, no trabaja en nuestro favor, como lo hacían los duendes del zapatero de los hermanos Grimm. Es difícil saber qué será de nuestros jóvenes —psicológica y socialmente— si no encuentran el modo de intervenir intensamente en la Historia. O lo que es lo mismo: si no se les da la oportunidad de cometer sus propios errores.

Ninguna generación, decimos, ha hecho sus deberes respecto de la siguiente; todas se han jactado de sus logros y todas han sido luego cuestionadas por sus crímenes, sus equivocaciones o sus estupideces. Ahora bien: las revoluciones y las guerras del pasado atañían solamente a algunos sectores sociales y a algunos países; ni siquiera las guerras mundiales fueron realmente globales. Por primera vez, una crisis interpela a la humanidad entera, pobres y ricos, viejos y jóvenes, antepasados y descendientes, y por primera vez cuestiona la existencia misma de ese mundo común, firme bajo los pies, donde los humanos antiguos se mataban y rebelaban. Retrospectivamente, pensamos en cuánto debía tranquilizar saber, en la época más insegura y cruel imaginable (las trincheras de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo), que los lloradísimos hermanos muertos a nuestro lado formaban parte, con todo, de la Tierra. La llamada generación Z es la primera que nace en un mundo en el que el mundo mismo no es un dato, no está dado, y hay que defenderlo, por tanto, como antes se defendía la familia o la patria. A ninguna generación anterior le había tocado en suerte un nacimiento semejante.

Cuando pienso en mis hijos me siento angustiado, pero no culpable. Nadie es tan viejo que no pueda hacer aún algo bueno y nadie es tan joven que no sea también responsable. Esa es una de las reglas antropológicas del capitalismo colapsista en el que tenemos que movernos y salvarnos. Releyendo Resistencia y sumisión, los diarios y cartas del teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, asesinado por Hitler en 1945, me encuentro con la siguiente frase: “Durante estos últimos años hemos visto mucha valentía y sacrificio pero apenas coraje cívico”. Se puede ser valiente en las trincheras del mal y sacrificar la vida por una patria indigna e injusta. Cada generación necesita su dosis de valentía y sacrificio y nunca podremos estar seguros de no encaminarla en la dirección equivocada. Es malo no encontrarla —esa dosis— y es malo encontrarla en el lugar extraviado. Una generación sin un relato común, sin ocasiones de valentía y sacrificio, tentada de buscarlas en marcos diminutos o sectarios, obligada quizás a nuevas y más terribles guerras sin gloria, lo tiene muy difícil. Ninguna época, decimos, ha hecho sus deberes, pero no todas son iguales. La diferencia no está en la valentía y el sacrificio; está en el coraje cívico, que no necesita proezas ni inmolaciones, que solo puede ser individual si es también colectivo y que hoy, como bajo una dictadura o en una guerra, es más necesario que nunca. Si ha habido alguna vez algún progreso, si la Historia tiene o ha tenido alguna vez algún sentido, procede sin duda de ahí.Decía Lotze que solo hay progreso “si las mismas almas que están sufriendo dejan de sufrir”. Los jóvenes tienen derecho a vivir para sí mismos y tienen la obligación, junto a los más mayores, de hacer los deberes de toda la humanidad. Y esta vez no podemos fallar.

















lunes, 10 de octubre de 2022

De los temores del futuro

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los temores del futuro, que como dijo Séneca: "Muy breve y trabajosa es la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”, y nos recuerda en ella el periodista Andrea Rizzi, se puede aplicar a la situación actual de la Unión Europea entre nacionalismos, desgarro social y plagas globales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






No temas el futuro
ANDREA RIZZI
08 OCT 2022 - El País


En el ensayo breve titulado Sobre la brevedad de la vida, Séneca escribe: “Muy breve y trabajosa es la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”. Dos milenios después, la observación sigue mereciendo atención. ¿Qué reflexiones estimularía si aplicada a la Unión Europea?
Pasado. De las muchas lecciones del pasado que conviene no olvidar, ninguna probablemente importe más que la del nacionalismo y a qué consecuencias conduce. El continente lo ha comprobado una y otra vez a través de los siglos. Vivimos un tiempo extraño en ese sentido: con enormes pasos de integración en la UE, desde la mancomunización de la deuda a la construcción de auténticas políticas sanitarias o energéticas comunes; mientras, en paralelo, poderosas convulsiones de instinto nacionalista nos sacuden. El Brexit y su desgarro, la victoria del nacionalismo de Giorgia Meloni en Italia u otros instintos de egoísmo puntuales, y por tanto menos dramáticos, pero insidiosos, como los planes de Alemania de ofrecer subsidios por valor de hasta 200.000 millones de euros ante la crisis energética, una suma con visos de alterar la justa competencia en el mercado interior.
Presente. Será preciso atender a fondo las causas que justifican, en buena medida, el voto a propuestas extremas, de un color u otro, en esta fase. En muchos casos hay una legítima frustración de un sistema globalizado y precario que no funciona igual para todos. Es precisa mayor justicia social, que significa servicios públicos de calidad que garanticen formación y protección adecuadas, estabilidad en el mercado laboral y muchas otras cosas. A los de arriba les conviene entender que va incluso en su propio interés mantener la cohesión con los de abajo.
Cuidar el presente es, también, por supuesto, culminar con espíritu constructivo la respuesta solidaria a la guerra lanzada por Rusia —la cumbre de Praga muestra que no es siempre fácil—, y cuajar finalmente las reformas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y del sistema migratorio.
Pero cuidar el hoy es, además, recordar en todo momento que, con todos sus límites, las sociedades de la UE representan un entorno de vida prácticamente insuperable. Tantos huyen de Rusia; ¿quién quiere vivir en China hoy? Y cuidar el hoy es no olvidar, como nos dice Praga, que nosotros estamos entre los 44, son otros que son dos; que somos un ejemplo para tantos. Disfrutemos de lo extraordinario de nuestras cualidades; seamos conscientes de nuestro poder de atracción y seducción.
Futuro. Trabajar hoy para preparar un mejor mañana es de sabios. Pero ni se puede desperdiciar, o incluso aniquilar el presente porque se teme el futuro, convirtiéndolo en una mera operación de prevención de posibles daños, lo que es una lástima absoluta. Ni tampoco se puede renunciar a grandes objetivos porque se temen fracasos venideros. Difícilmente nacen del miedo cosas de las que estar orgullosos. A menudo lo que hay no es suficiente, no está bien. Entonces hay que salir del puerto, aunque suponga un desgarro, una melancolía. Ahí fuera está la Europa de la Defensa, necesaria. Y la Europa ampliada, justa con tantos millones de europeos.
Y nosotros. Pero, claro, las palabras de Séneca iban dirigidas a individuos, no a instituciones. Muy difícil recordar el pasado en su justa medida en tiempos difíciles como estos: por un lado, se abre el barranco de la nostalgia de momentos tersos; por el otro, el abismo de la cancelación en el impulso de construir algo nuevo. Qué arduo disfrutar del presente, en medio de obligaciones, retos y heridas, sin ser un irresponsable. Qué arrojo para no temer el futuro, en medio de tantas y grandes plagas, nubes en el horizonte, problemas sin solución clara a la vista. Pero al menos se puede empezar preguntándonos: ¿y si lo que queda de hoy mismo fuera el inicio de algo mucho mejor?




















domingo, 9 de octubre de 2022

De los liberales en España

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la ausencia de un partido sinceramente liberal en España, porque como dice en ella el politólogo y catedrático universitario Ignacio Sánchez-Cuenca, los intentos por establecer un partido que represente esta tradición política han fracasado en varias ocasiones, y en el caso de Ciudadanos, ha tenido mucho que ver el enfoque territorial sobre Cataluña. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





El extraño liberalismo español
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
04 OCT 2022 - El País


El pasado 20 de septiembre, Vox presentó en el Congreso una proposición no de ley en la que solicitaba la aplicación del artículo 155 de la Constitución para resolver de una vez el “problema lingüístico” de Cataluña. No es la primera ocasión en la que Vox intenta reventar el modelo de inmersión lingüística mediante el uso de artillería pesada, ni más ni menos que el art. 155 que se activó en el otoño de 2017. Este tipo de excesos retóricos sirven, sobre todo, para retratar al rival, es decir, para afianzar la idea de que si el PP no vota a favor de la propuesta, es porque sigue actuando como la “derechita cobarde”. Según explicó en el Congreso la diputada de Vox Georgina Trías Gil, “es irresponsable y puede resultar ofensivo hablar —como hace el señor Feijóo— de moderación, serenidad, centralidad y hasta cordialidad lingüística, cuando la realidad que viven miles de españoles es de opresión lingüística”.
El Partido Popular no cayó en la trampa y, con buen criterio, optó por no respaldar la iniciativa de Vox, con la excepción de una diputada que rompió la disciplina de partido y votó a favor, Cayetana Álvarez de Toledo. Lo verdaderamente sorprendente es que Ciudadanos, un partido que se reclama liberal en sus planteamientos económicos y políticos, se pusiera del lado de Vox apoyando la activación del 155. Efectivamente, resulta extraño por un doble motivo: primero, porque, como indican los datos, lo habitual es que Ciudadanos vote lo mismo que el PP; y, segundo, porque de un partido liberal se espera que las soluciones a un problema complejo como el de la lengua vayan más allá de la simple imposición.
A Ciudadanos le ha pasado como a tantas personas que se consideran liberales pero que dejan sus principios a un lado en cuanto se plantea la cuestión nacional y sus múltiples ramificaciones. Adoptan un tono doliente y victimista, pero a la vez extraordinariamente agresivo, para tratar todo lo que afecta al núcleo de su españolismo. Les altera el ánimo la Ley de Memoria Democrática, las críticas a la Monarquía, el cuestionamiento de la Transición, el ataque a los símbolos nacionales… o el acercamiento de los presos de ETA a prisiones del País Vasco. Y, sobre todo, viven casi como una ofensa personal la existencia del independentismo en Cataluña.
Ciudadanos ha estado en primera línea a la hora de caracterizar la crisis catalana de 2017 como un golpe de Estado, ante lo cual la única solución aceptable pasa por el encarcelamiento de sus líderes. Recuérdese, por ejemplo, que Edmundo Bal dejó su puesto de abogado del Estado porque consideró una indignidad política que el Gobierno, a través de la abogacía del Estado, no acusara a los independentistas de rebelión, pues, a su juicio, era evidente que había habido una violencia “grave, intensa y planificada”. Esta forma de hablar de los problemas nacionales no responde al ideario liberal, sino más bien a un nacionalismo español primario e intransigente. Tan sólo así se entiende que Ciudadanos participara en la famosa foto de Colón junto al PP y Vox, en una concentración por la unidad de España celebrada en 2019. Por aquel entonces, recuérdese, Vox no había sido aún “normalizado” por la derecha política y mediática del país. Pero allí fue el líder de Ciudadanos, a mostrarse tan acérrimo defensor de España como el líder de la ultraderecha.
Que un partido liberal sea engullido por el nacionalismo español ya había ocurrido antes. Recuérdese que UPyD sufrió una deriva similar a la de Ciudadanos, aunque lo que hizo descarrilar a aquel partido no fue la cuestión catalana, sino la del terrorismo. Una oposición visceral y poco reflexiva al proceso de paz ensayado por el Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero llevó a UPyD a apoyar las tesis más truculentas, como que el Ejecutivo se estaba rindiendo ante ETA o que ETA estaba más fuerte que nunca. En esa deriva, la líder del partido, Rosa Díez, quien fuera en los años noventa consejera en el Gobierno vasco de la coalición forjada por PNV y PSE, se ha convertido en portavoz de las ideas más ultramontanas, expuestas en un tono brutal e incivil (basta oírla en el programa de Federico Jiménez Losantos, donde suelta perlas como esta: “El Gobierno ha pasado de ser socios de golpistas y proetarras a defensores de la pederastia”).
Tanto UPyD como Ciudadanos, dos partidos que, por cierto, comparten el padrinazgo del mismo grupo de intelectuales y escritores, se situaron en una posición tan netamente nacionalista española que sus votantes terminaron marchándose a partidos de la derecha como el PP y Vox que no presumen de liberales pero que gozan de mayor credibilidad para propugnarse como los grandes defensores de la nación española ante las supuestas amenazas que se ciernen sobre ella (la leyenda negra propagada por los países protestantes, los “podemitas”, los independentistas, los enemigos de los toros, la caza y otras tradiciones españolas, etc.). Si una persona asume las ideas de dicho nacionalismo, ¿por qué iba a votar un partido que se pretende liberal? Tanto Rosa Díez como Albert Rivera fueron socavando su imagen liberal, de manera que, al final, se consumó el éxodo de sus votantes hacia opciones aún más derechistas que las que ellos encarnaban.
La tradición liberal española siempre ha tenido problemas serios para reconciliar las tesis del liberalismo clásico (la defensa a ultranza de las libertades y los derechos individuales, el consentimiento popular como principio de toda autoridad política, la resolución de los conflictos mediante procedimientos democráticos y respetuosos con las diferencias de opiniones y valores que hay en toda sociedad) con los problemas territoriales que España arrastra desde hace un par de siglos. Parecía que la Constitución de 1978 podía ofrecer un cauce eficaz y duradero para la convivencia entre sentimientos e identidades nacionales muy diversos, pero hace tiempo que esa esperanza se ha frustrado. Los sedicentes liberales de nuestros días consideran que los nacionalismos vasco y catalán son incompatibles con la democracia, que sólo la nación española puede organizarse democráticamente. Se produce así una curiosa confusión, pues el discurso legitimador del nacionalismo español se construye precisamente como baluarte de los valores democráticos frente a los nacionalismos periféricos, que califican de iliberales y retrógados; pero eso, me temo, no es más que una coartada para reafirmar una vez más la primacía de la nación española y la irrelevancia política de cualesquiera otros sentimientos nacionales. Es decir, se supone en última instancia que no pueden coexistir los distintos nacionalismos, habiendo de prevalecer el único que es auténticamente democrático, el español. A pesar de su apariencia liberal, ese planteamiento, a mi juicio, solo responde a convicciones nacionalistas y resulta tan arbitrario como toda afirmación de superioridad nacional.
Estoy convencido de que, en estos tiempos de fragmentación, la presencia de un partido auténticamente liberal haría mucho bien a la política española y contribuiría a romper las inercias de muchas de nuestras políticas públicas. Los liberales siempre han sido muy imaginativos planteando soluciones. Por desgracia, los intentos de establecer un partido liberal en España han fracasado estrepitosamente y la causa última, me parece, ha sido la misma: la contaminación del nacionalismo español.




















sábado, 8 de octubre de 2022

De la memoria democrática

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la Ley de Memoria Democrática, ya definitivamente aprobada por las Cortes Generales, y como dice en ella el historiador y catedrático universitario Juan Sisinio Pérez Garzón, nos corresponde ahora construir un relato en el que de ningún modo se respalde o excuse cualquier asesinato, porque el dolor no es patrimonio exclusivo de ninguna ideología. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Kant, Negrín y la memoria democrática
JUAN SISINIO PÉREZ GARZÓN
01 OCT 2022 - El País


No hay ley que sea incontrovertible, máxime si esta quiere cerrar las heridas del mayor trauma experimentado por la sociedad española hasta el momento. Es el caso de la Ley de Memoria Democrática, pendiente de ser aprobada en el Senado. Se ha escrito mucho y de muy diverso signo sobre sus contenidos. Para reforzar el objetivo de reconciliación nacional que la sustenta, quizás no sobre apuntar otra posible lectura, surgida de la idea que lanzó Negrín en junio de 1938 y deducible del imperativo categórico de Kant (1785).
Ante todo, es justo subrayar que en el preámbulo de la ley se confirma la meta de “articular una respuesta del Estado para asumir los hechos del pasado en su integridad, rehabilitando la memoria de las víctimas, reparando los daños causados y evitando la repetición de enfrentamientos y cualquier justificación de violencia política o regímenes totalitarios”. Por eso se insiste en “fomentar un discurso común basado en la defensa de la paz, el pluralismo y la condena de toda forma de totalitarismo político”. Se subraya el afán de construir un horizonte común de “convivencia y conciencia ciudadana”.
En este sentido, la letra de la ley repite de modo constante en diversos artículos que atañe e incluye a “todas las víctimas de la guerra”, además de agregar lógicamente las posteriores víctimas de la dictadura. El significado de “todas” no excluye de ningún modo a cuantas homenajeó y reparó la dictadura en su día de modo sectario y repudiable. De igual modo, al establecer el “Censo Estatal de Víctimas de la Guerra y de la Dictadura”, no se exceptúa literalmente a las víctimas habidas en territorio republicano, pues en el artículo 1.2 se especifica que la ley se refiere a “quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, de pensamiento u opinión, de conciencia o creencia religiosa” desde el 18 de julio de 1936, durante la “Guerra de España” (así se califica) y obviamente durante “la Dictadura franquista”. Se concreta en el artículo 3 dedicado a definir las “víctimas”. De nuevo se incluyen a cuantas personas sufrieron violaciones de los derechos humanos “durante el período que abarca el golpe de Estado de 18 de julio de 1936, la posterior Guerra y la Dictadura”. Se especifican 13 categorías de víctimas entre las que se reitera la inclusión de cuantas fallecieron o desaparecieron “como consecuencia de la Guerra y la Dictadura”.
Sin necesidad de exégesis jurídicas, en los usos habituales de la lengua el concepto histórico “guerra de España”, aunque parezca querer ocultar su carácter fratricida, no deja de ser guerra de y entre españoles. Es lo que ciudadanos de toda ideología y nivel educativo conocen como Guerra Civil. Y esta tiene unos límites cronológicos indudables: define históricamente el enfrentamiento armado ocurrido entre el 18 de julio de 1936 y el 31 de marzo de 1939. Así, cuando en el artículo 7 se establece un “día de recuerdo y homenaje a todas las víctimas”, se concreta de nuevo que son las habidas por “el golpe militar, la Guerra y la Dictadura”. Además, al disponer la creación del “registro y censo estatal de víctimas”, el legislador se remite de nuevo al citado artículo 3, lo que permite incluir a todas las víctimas habidas durante la “guerra de España”, esto es, en todo el territorio que, por más que se busquen vericuetos, geográficamente se reconoce como español. De ningún modo esa España se podría aplicar solo a las víctimas de uno de los dos territorios.
Por lo demás, en ningún momento la ley plantea la eliminación del catálogo de víctimas de aquellas que ya tuvieron “reconocimiento y reparación moral y económica” por el régimen franquista, por más que la dictadura las utilizara con criterio fanático para criminalizar a quienes defendieron la República. Por eso, es un acto de justicia plenamente legítimo y políticamente indispensable rehabilitar a todos los que sufrieron la persecución franquista. Sucesivas normas decretadas desde diciembre de 1975 han desarrollado este objetivo, que, sin embargo, se debe completar con la rotunda reparación moral y política planteada con esta ley.
Ahora bien, dicha reparación puede apuntalar sus fundamentos éticos y políticos con dos ideas que no sobra recordar. La primera se encuentra nada menos que en Kant, pensador cuyo imperativo categórico podría facilitar el consenso ético. Al dilucidar la frontera entre la bondad y la maldad, propuso como ley universal tratar a toda persona “siempre como fin y nunca como medio”. Esta ley no se cumplió en nuestra Guerra Civil. Se mató a personas como medio para alcanzar un fin político. Existe acuerdo entre historiadores sobre el balance global de víctimas: unas 55.000 en la zona del Gobierno republicano y en torno a 140.000 las ejecutadas por los sublevados y la dictadura desde julio de 1936 hasta 1945. Fueron muertes injustificables éticamente. Nos corresponde, por tanto, construir una memoria democrática en la que de ningún modo se respalde o excuse cualquier asesinato. Lo dice la ley claramente y no sobra repetirlo: hay que “fomentar un discurso común basado en la defensa de la paz, el pluralismo y la condena de toda forma de totalitarismo político”. Está en consonancia con el acuerdo de la Unión Europea de conmemorar el 23 de agosto a las víctimas del “extremismo, la intolerancia y la opresión”.
A esto se suma otra faceta profundamente humana: el dolor no es patrimonio exclusivo de ninguna ideología. Una memoria democrática debe comenzar por unir y recordar el dolor de, por ejemplo, los miles de maestros fusilados por sus ideas con el dolor de los miles de religiosos igualmente eliminados por sus creencias. Y aquí procede rescatar la autoridad moral y política de Negrín, nada sospechoso de equidistante ni derrotista. El 18 de junio de 1938, como presidente del Gobierno de la República en guerra, glosando su idea de paz, lanzó el siguiente reto: “El gobernante que, al cesar la contienda, no comprenda que su primer deber es lograr la conciliación y armonía que hagan posible la convivencia ciudadana ¡maldito sea!”. Concretó que, llegado ese momento, la máxima aspiración del hombre de Estado “deberá ser que, sin transcurrir muchos años, en las estelas funerarias de cada pueblo figuren hermanados los nombres de las víctimas de la lucha, como mártires por una causa de la que debe surgir una nueva y grande Patria”.
El Abc del 19 de junio reprodujo íntegro el discurso, no así La Vanguardia, que no transcribió la segunda frase. Lógicamente, el contexto de 1938 obligaría a desentrañar los distintos contenidos que abordó Negrín en una alocución expresamente dirigida a todos los españoles, no solo a los habitantes de la zona republicana. Lo importante fue su idea, que, por otra parte, no sería solo suya, tal y como Santos Juliá nos dejó investigado con extraordinaria consistencia en su libro Transición. Sobre tales raíles cabría encauzar la aplicación de la presente ley de memoria para, en efecto, construirla como democrática, sin exclusión de víctimas. Se cumpliría, al fin, la aspiración de Azaña: “Paz, piedad y perdón”.