martes, 14 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Liderazgos. (Publicada el 15 de junio de 2009)




El expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez




Hace unos días leía un artículo en El País sobre liderazgos. Se titulaba "Liderazgo en nuestros tiempos", escrito por José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, que pueden leer en el enlace anterior. Lo primero que se me ocurrió fue acudir a la definición de "liderazgo" del Diccionario de la Real Academia Española, que en su versión electrónica, la presenta como voz enmendada para la próxima edición, la vigésimo tercera, con las acepciones de:

1. m. Condición de líder.
2. m. Ejercicio de sus actividades.
3. m. Situación de superioridad en que se halla una institución u organización, un producto o un sector económico, dentro de su ámbito. 
Como el artículo de José Luis Álvarez tiene claras connotaciones políticas, me quedo con las acepciones primera y segunda y busco de nuevo la definición académica de "líder" y me encuentro con otras tres acepciones, de las que sólo me interesan las dos primeras:

(Del ingl. leader, guía).
1. com. Persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora.
2. com. Persona o equipo que va a la cabeza de una competición deportiva.
3. com. Construido en aposición, indica que lo designado va en cabeza entre los de su clase.

Ya puestos, me asomo al "Thesaurus. Gran Sopena de Sinónimos y Asociación de Ideas", de David Ortega Cavero (Ramón Sopena, Barcelona, 1987), que me da, entre otros, los siguientes sinónimos de "líder": jefe, superior, director, mayor, amo, cabeza, jerarca, prepósito, capataz, presidente, caudillo, prócer, patricarca, jerifalte, abanderado, mandón, importante, capitán, portavoz, primate...

Y no se muy bien porqué, me quedo con la impresión de que todos esas acepciones tienen en mayor o menor grado connotaciones negativas, o al menos peyorativas. ¿Será por qué casi todas son aplicables a los responsables políticos, y esa negatividad es la percepción mayoritaria de la ciudadanía española y europea? Si tomamos como termómetro de nuestra valoración de la clase política la reciente respuesta ciudadana en las elecciones al Parlamento europeo, yo me atrevería a decir que sí.

El artículo que comento de José Luis Álvarez se centra específicamente en un análisis histórico de las cualidades de liderazgo de los cinco presidentes del gobierno que hemos tenido en España desde la aprobación de la Constitución de 1978: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, en el que incluye al actual líder de la oposición, Mariano Rajoy.

El artículista en cuestión establece dos tipos de liderazgo político (el transformacional y el transaccional) y encuadra a cada uno de los líderes citados en uno u otro tipo de liderazgo explicando el por qué de ese encuadramiento.

No voy a opinar sobre ese encuadramiento, que me parece tan subjetivo como cualquier otro, pero que encuentro sumamente interesante. La cuestión, para mi, es que tipo de liderazgo es mejor para la ciudadanía, y ahí, reconozco que me pierdo de nuevo. Personalmente, en circunstancias políticas "normales" (no me pregunten que considero "normal" en política porque la liaríamos de nuevo), prefiero el liderazgo transaccional, a lo Calvo-Sotelo. En circunstancias "excepcionales" (¿estamos ahora en una de ellas?, prefiero pensar que no, y clasificarla como "complicada") optaría por un liderazgo transformacional, como el que significó, al menos para mi, el de Adolfo Suárez, hasta el momento de la aprobación de la Constitución.

El artículo que comento apareció publicado el pasado día 11 en las páginas de Opinión (lo reproduzco más adelante) y no se si por casualidad (es la penúltima pregunta que me hago hoy: ¿existen las casualidades en política?) en el día de ayer la revista Domingo publica dos extensos e interesantes reportajes de mi paisano, el periodista e escritor Juan Cruz, sobre la persona de Adolfo Suárez: uno, centrado en su ascenso al poder, en 1976, titulado "Y que paren los tanques", aupado por una hábil estratagema del presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda, con la complicidad del Rey; el otro, mucho más intimista, titulado "Cómo está Suárez", sobre su situación de enfermo de alzheimer, y su vida actual retirada de todo ámbito público, junto a su familia. Los pueden leer en los enlaces inmediatamente anteriores.

Y termino con una última pregunta que les hago y que me hago a mi mismo: ¿existe hoy algún líder real o potencial en la escena política española y europea? Tengo la impresión de que no, pero, en fin, ustedes dirán... 




Adolfo Súarez, ya enfermo, paseando con el Rey



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 14 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...



















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lunes, 13 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] La privacidad en los años 20



Una de sedes de Google por todo el mundo


El mal uso de los datos personales gracias a las nuevas tecnologías, escribe en el A vuelapluma de hoy lunes Carissa Véliz, investigadora en ética y filosofía política en el Uehiro Centre for Practical Ethics y el Wellcome Centre for Ethics and Humanities en la Universidad de Oxford, nos pone en riesgo a todos y controlar sus efectos dañinos es uno de los grandes desafíos de esta nueva década. 

"Por alguna razón un tanto misteriosa, -comienza diciendo Véliz, los números redondos suelen inspirar a los seres humanos a dar un paso hacia atrás y tomar perspectiva sobre los grandes temas de nuestro tiempo y nuestras vidas. Empezar el 2020 es una oportunidad para repensar las lecciones de la década pasada y replantearnos la década entrante.

Las primeras dos décadas del siglo XXI se caracterizaron por una pérdida progresiva de la privacidad. Dos fenómenos confluyeron para dar cabida al monstruo de la economía de los datos: el desarrollo de los anuncios personalizados y la preocupación por la seguridad.

En el año 2000, y bajo la presión de encontrar un modelo de negocio sostenible, Google lanzó AdWords (ahora Google Ads), la iniciativa que aprendió a explotar los datos de sus usuarios para vender anuncios personalizados. En menos de cuatro años, la compañía logró un aumento de ingresos del 3.590%. Un año después, la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos escribió un reporte para el Congreso recomendando la regulación de los datos antes de que se convirtieran en un problema. Pero el ataque terrorista a las Torres Gemelas sembró el miedo que dio prioridad a la seguridad nacional. Los Gobiernos vieron una oportunidad de vigilancia en todos los datos que estaban siendo recolectados por las empresas tecnológicas. La privacidad pasó a un segundo plano, y el capitalismo de la vigilancia nació de la colaboración entre instituciones públicas y privadas.

Ya en 2010, la privacidad había sido fuertemente erosionada, aunque la mayoría de nosotros todavía no nos dábamos cuenta de las consecuencias de esa pérdida. Fue ese año cuando Mark Zuckerberg se atrevió a sugerir que habíamos evolucionado más allá de la privacidad (este año, en cambio, aseguró que “el futuro es privado”).

Las grandes tecnológicas fueron capaces de corroer las normas de privacidad forjadas a través de siglos para protegernos de posibles abusos. Si tu jefe no sabe que estás pensando en tener un hijo, no puede discriminar en tu contra por esa razón. Si tu Gobierno no es capaz de prever quién va a formar parte de una protesta, no puede impedirla. Si tu vecino no sabe qué religión profesas, no te juzgará por ello.

En el mundo offline, hay ciertas señales, normalmente bastante palpables, que nos ayudan a cumplir las normas de privacidad y nos alertan cuando éstas han sido rotas. Hay pocas sensaciones tan socialmente incómodas como cuando alguien te mira fijamente cuando no quieres ser visto. Cuando alguien roba tu diario, deja una ausencia perceptible. La era digital destrozó las normas de privacidad en gran parte porque fue capaz de separarlas de estas señales tangibles. El robo de los datos digitales no crea ninguna sensación, no deja huella, no queda una ausencia que percibir. La pérdida de la privacidad en línea solo duele una vez que nos toca cargar con las consecuencias: cuando nos niegan un préstamo o un trabajo, cuando nos humillan o acosan, cuando nos extorsionan, cuando desaparece dinero de nuestra cuenta, cuando manipulan nuestras democracias.

Estamos teniendo que reaprender el valor de la privacidad a golpe de malas experiencias. Una de las lecciones de esta década es que hay cada vez hay más ejemplos para ilustrar que la privacidad, lejos de ser una enemiga, es una parte integral de la seguridad tanto individual como nacional. La codicia por los datos incentiva que la arquitectura de Internet sea insegura. Mientras menos medidas de seguridad tengan nuestros aparatos electrónicos, más fácil es robar nuestros datos. En el año 2000 la ciberseguridad no era un problema que destacara. Es relativamente comprensible que los Gobiernos hayan pensado que la pérdida de la privacidad era necesaria para garantizar nuestra seguridad. Los hechos han demostrado que esa suposición es incorrecta. En el año 2020 la ciberseguridad es una de las grandes preocupaciones de todo Gobierno. El ciberespacio es la nueva arena en donde se librarán buena parte de los combates geopolíticos del siglo XXI. Y en el mundo digital, la seguridad pasa por proteger la privacidad.

Europa puede estar orgullosa de haber sido la primera institución política en empezar a regular la privacidad digital con el Reglamento General de Protección de Datos. La tarea pendiente más urgente es otorgar a las autoridades los recursos necesarios para hacer cumplir la ley. No podemos ser complacientes. El mal uso de los datos personales nos pone en riesgo a todos.

El reto en los años veinte será recuperar la privacidad perdida y fortalecer la ciberseguridad para proteger nuestras democracias. Es una batalla que se tiene que ganar si queremos preservar nuestras sociedades liberales. La mala noticia es que es una guerra que nunca se ganará del todo. Siempre tendremos que seguir luchando por la democracia, la justicia y la igualdad. La buena noticia es que es una lucha que se puede ganar y que merece la pena. Si al principio del siglo la preocupación por la privacidad se pudo percibir (equivocadamente) como algo del pasado, en 2020 está claro que la privacidad es uno de los grandes desafíos de esta nueva década".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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[DE LIBROS Y LECTURAS] Hoy, con "El naufragio de las civilizaciones", de Amin Maalouf



El escritor Amin Maalouf


El escritor libanés Amin Maalouf lamenta en su último ensayo el colapso al que se dirige un mundo marcado por el repliegue identitario y asegura que no evitaremos el naufragio de la humanidad. 

Últimamente, no hay un solo día en que a Amin Maalouf (Beirut, 70 años) no le venga la misma imagen a la cabeza: un moderno transatlántico, considerado insumergible, avanza inexorablemente hacia el naufragio. Y los pasajeros somos todos nosotros. Lo cuenta el escritor y Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2010 en su último ensayo, El naufragio de las civilizaciones (Madrid, Alianza, 2019), en el que defiende que el fracaso de Levante —su región natal y cuna de las tres grandes religiones monoteístas— en articular un proyecto de coexistencia se sitúa, al menos parcialmente, detrás del violento repliegue identitario en el que se encuentra hoy inmerso el planeta.

"No sabemos de qué forma, pero el naufragio tendrá lugar", sentencia en una entrevista con El País en la sede de Casa Árabe de Madrid, donde este miércoles [octubre de 2019] mantendrá un encuentro con el periodista Guillermo Altares. Siguiendo con el símil marítimo, Maalouf lamenta la ausencia de un capitán que dé un golpe de timón a este Titanic ("miro a los líderes del mundo y me inquieto", admite) y la diferente velocidad entre los avances científico-tecnológicos de las últimas décadas y la "evolución de las relaciones entre las comunidades humanas".

Pregunta: Comencemos por la actualidad. Las protestas de estos días en Líbano, ¿son justo una prueba del fracaso de ese modelo de país del que habla en el libro?

Respuesta: Es evidente. Es un fracaso que viene de lejos. La gente tiene el sentimiento de que han sido robados, expoliados, de que hay una clase política incompetente y corrupta que les utiliza. Y tienen razón. La cuestión es saber en qué va a desembocar. No lo sé. Espero que produzca dirigentes que vengan de todas las comunidades, con una visión diferente. Siempre es más difícil para un movimiento espontáneo producir un liderazgo que expresar la cólera.

P.: "Las luces de Levante se apagaron. Luego las tinieblas se extendieron por el planeta. Y, desde mi punto de vista, no se trata de una simple coincidencia", dice en El naufragio de las civilizaciones. ¿Por qué esa centralidad de Levante?

R.: Es una región altamente simbólica. Es el lugar de nacimiento de las grandes religiones monoteístas. La región a la que miran cristianos, judíos, musulmanes. Si hubiera un ejemplo de coexistencia entre las comunidades locales, habría difundido al mundo entero un sentimiento constructivo, positivo. Y el hecho de que el mundo entero mire a Levante y vea cómo esas comunidades se masacran, no pueden hablar unas con otras y se odian de forma permanente... eso difunde al mundo algo extremadamente negativo, destructor. La influencia de Levante en el resto del mundo va mucho más allá de su peso económico o estratégico.

P.: Y no es optimista...

R.: No lo soy. Con el conflicto israelí-árabe ha habido momentos en que parecía que podíamos llegar a una solución, con los Acuerdos de Oslo [1993] y, lo más reciente, el discurso de Obama en El Cairo [2009], en el que expresó una visión de un Oriente próximo reconciliado que desgraciadamente no ha ido más lejos. Hoy tenemos la sensación de que no va a haber solución para la región. Los problemas van a seguir agravándose, así que es difícil ser optimista.

P.: ¿A qué se debe esa mirada diferente que se da hacia un país como Alemania y hacia el mundo árabe que menciona en el libro?

R.: Muchos pueblos pasan por periodos en los que tienen comportamientos que van contra lo que han mostrado en otras épocas históricas. Para Alemania fue el periodo del nazismo. Desde el mundo árabe han emanado en las últimas décadas comportamientos que, a mis ojos, no son la emanación natural de su historia. Y espero —y aquí formulo más una esperanza que una predicción— que un día el mundo árabe pueda superar el periodo actual. En el mundo árabe hay una tradición de coexistencia que nunca ha sido perfecta, ni en Al Andalus ni en ningún sitio, pero comparado a lo que había en el resto del mundo en la misma época era completamente honorable. Mi familia, que es cristiana, ha podido vivir durante siglos en un mundo en su gran mayoría musulmán. Si hubiese sido un musulmán de Sicilia, no habría podido quedarme siglos en mi pueblo.

Desgraciadamente, ha habido un retroceso mientras se avanzaba paralelamente en el resto del mundo. Occidente, que no había tenido necesariamente una actitud de tolerancia evidente, se ha convertido en mucho más tolerante; y el mundo árabe, que era relativamente tolerante, lo ha sido cada vez menos. Y el diferencial se ha convertido en algo extremadamente chocante.

Cuando miramos desde Occidente lo que sucede en el mundo árabe o musulmán, se tiene la sensación de que siempre ha sido así. En los últimos años ha habido un endurecimiento, una evolución hacia más intolerancia y más fanatismo, pero si eso ha cambiado, puede volver a hacerlo. El péndulo puede ir en la otra dirección. Es absurda la idea de que es una fatalidad.

P.: En su descripción, el mundo parece una especie de niño mimado que, justo cuando tiene todas las posibilidades técnicas para llegar a una edad de oro, se mueve hacia el lado contrario

R.: El mundo se ha desarrollado científica y técnicamente a una velocidad acelerada. Y esta evolución tendría que haber ido acompañada de una evolución paralela de la manera de gestionar las relaciones entre las comunidades humanas, en lo que ha habido un estancamiento, un retraso. Es bastante comprensible, pero no era inevitable. Cuando la evolución va muy rápido, no siempre tenemos el tiempo de adaptarnos intelectual y socialmente. Hay factores que han retrasado la toma de conciencia y la adaptación al cambio. Lo que ha pasado en Levante ha desempeñado un papel. Pero también la caída del Muro [de Berlín] y el comportamiento de Estados Unidos, que no ha construido verdaderamente un nuevo orden que funcione.

P.: ¿Y por qué es ahora más pesimista, justo cuando venimos del siglo de las dos guerras mundiales, del Holocausto...?

R.: Es verdad que hay mucha menos violencia en nuestro siglo que en el anterior. No lo dudo ni por un instante. Pero la diferencia es que en nuestro siglo hay una verdadera posibilidad de salir de una cierta manera de vivir la historia y construir algo diferente, porque la humanidad hoy tiene la necesidad de construir una visión diferente de sí misma. Soy más duro con este siglo porque tenemos posibilidades que no teníamos antes. Y es una pena malgastarlas. El mundo de hoy es completamente diferente y es normal que esperemos de él otra cosa que lo que nos pudo dar el siglo XX.

P.: ¿Por qué ve este periodo oscuro "destinado a durar", como señala en el libro?

R.: Porque, cuando miro a mi alrededor, no tengo la impresión de que haya una verdadera toma de conciencia. Miro a los liderazgos en el mundo y me inquieto. En Estados Unidos, Inglaterra, India, Brasil, Turquía... Estamos en un mundo un poco inquietante, en el que no hay mecanismos para salir de las crisis. Nadie tiene autoridad moral. No hay ninguna gran figura, ideología común, gran país que ejerza verdaderamente una autoridad moral. Nadie. El mundo va mal y acabará por salir de este periodo de turbulencias, pero supondrá tiempo, esfuerzo y sufrimiento.

P.: ¿Quién podría ser el capitán del barco?

El capitán del paquebote de la humanidad estos últimos treinta años tendría que haber sido Estados Unidos. Y ha fracasado. El copiloto ideal habría sido Europa, y no se ha dado a sí misma los medios para ello. En realidad, no hay capitán. Mi sentimiento es que no evitaremos el naufragio. Tendrá lugar, no sabemos en qué forma. No hay una toma de conciencia que permita evitarlo. Por ejemplo, en la cuestión climática se habla, habla, habla, y se finge, pero en realidad no se hace nada que pueda realmente evitar la deriva que ha comenzado. Es un cambio cosmético, mediático, sin nada de profundidad.

P.: ¿A qué se refiere cuando habla de naufragio?

P.: mNo sé qué forma puede tomar. Puede estar vinculado a las perturbaciones climáticas, puede haber cosas extremadamente graves. O a la carrera armamentística, que un día produzca efectos que den miedo a la gente. Puede ser también una gran crisis económica.

Hace unos años Amin Maalouf nos hablaba de que nuestra civilizaciones se agotan en sus libros El desajuste del mundo y en Identidades asesinas, y aportaba las razones de ello: la desconfianza generalizada hacia el "Otro", la xenofobia, la intolerancia política y religiosa, el populismo, el individualismo y la insolidaridad del nacionalismo, el racismo... Hoy en día Amin Maalouf nos habla ya directamente de un "naufragio inminente". No hay añoranza en sus palabras de un pasado mejor, solo le preocupa el futuro de esta época desconcertante, el porvenir de las nuevas generaciones, que pueda desaperecer todo aquello que ha dado sentido a la aventura humana hasta el presente. Tampoco se deja llevar por el pesimismo ni quiere predicar el desaliento. Solo hace una llamada lúcida a la responsabilidad colectiva, dejando entreabierta la puerta de la esperanza a que el mundo vuelva a orientarse, ya que como escribió en su novela Los desorientados: "Más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación".

Cuando los espectaculares avances tecnológicos de nuestros días, puede leerse en la contraportada de El naufragio de las civilizaciones, nos han facilitado el acceso universal al conocimiento, que vivamos más y mejor, que el "tercer mundo" se desarrolle..., y que por primera vez se podria conducir a la humanidad hacia una era de libertad y progreso, el mundo parece ir en direccion opuesta, hacia la destrucción de todo lo conseguido. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? En el libro de Maakouf están algunas de las claves de ello. Los Reyes Magos me lo trajeron el pasado lunes y esta misma tarde he terminado de leerlo. Espero que podamos seguir hablando de él... A mí me ha resultado fascinante.





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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 13 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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domingo, 12 de enero de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] ¿Era Harold Bloom un cínico?



El profesor Harold Bloom


A Harold Bloom, in memoriam

"Discípulo de Antístenes (siglo V a. C.), Bloom sí fue un cínico -escribe la poetisa y traductora mexicana Jeannette L. Clariond-: pues objetó los convencionalismos –no los sociales, sí los aceptados por “escuelas” a las que nunca se adhirió–. Desde los años sesenta, él manifestó su desacuerdo en seguir una tradición según raza, género o país. Buscaba unir voces bajo la estética que el alma registra, tal y como Wilde maduró la crítica. ¿Qué hay en esa voz que me remite a otras voces y me lleva a imaginar (misunderstand) lo que hago conscien- te en el poema? Bloom, Wilde y Walter Pater (Mario el epicúreo) vislumbraron esa unión en el atomismo. Antes, Mosco de Sidón habló del universo compuesto por partículas indivisibles llamadas átomos “que no se pueden cortar”. Así entendió Bloom la tradición. Bajo el símil del atomismo replantea un canon cuya estética es la búsqueda de lo que une, lo que –como los átomos– viaja en una sola dirección: estéticas y perspicaces, las voces se desvían antes de caer, triunfan sobre el lenguaje que las precede. La voz desviada ha de ser fuerte (starke dice Nietzsche). Fuerte en sentimientos, fuerte para destacar entre otras, fuerte para per-durar. ¿Qué hace el teórico o la escuela? Corta. Cuando terminé la maestría en letras españolas en Monterrey, pedí a mi asesor me permitiera no usar un marco teórico aduciendo que Gadamer pasaría, también pasarían Ricoeur, Derrida... no me lo permitió. Bloom, humanista, defendió hasta su muerte ser crítico como lo entendió Wilde: quien mira la poesía como un registro del alma.

La crítica es la única forma civilizada de autobiografía. Nacido en el South Bronx, con el yidis como lengua madre, aprende el hebreo literario desde pequeño. Esto lo conducirá a los estudios bíblicos, raíz de gran parte de su conocimiento para desbrozar el llameante follaje de los poetas norteamericanos en seminarios que impartió durante cincuenta años en Yale. No se nutría de teorías. La unión de miradas (la estética) era lo que le atraía, el silencio, la fuerza en la transmisión de los sentimientos que exigió Pseudo-Longino. Examinó el hilo unificador de las voces. Ese, su humanismo, su estética perspicaz. Mostró su “canon” y lo defendió. No como verdad sino como Sublime. Sí, también fue discípulo de Coleridge y Wilde. Más que historiar buscó dejarse penetrar. Su distintiva manera de entender y asimilar la poesía difería de la crítica implementada en los años setenta por Derrida, Paul de Man... Harold Bloom no habla sur la parole, la palabra le habla a él, se le revela como sucesión de imágenes que aparecen de forma original en los poetas de esa tradición, cada uno con su peculiar modo de decir. La gran tradición metafórica, por ejemplo, de la ceguera o el vacío culmina para él en “Las auroras de otoño” de Wallace Stevens. Lo cito:

Una gran y estremecedora tradición metafórica del “vacío” culmina a medida que Stevens camina por la playa: “El hombre que camina mira ciego la arena.” John Milton, invocando ciegamente la Sagrada Luz, lamenta: “un vacío universal / de las obras de la Naturaleza en mí borradas y destruidas”. Samuel Taylor Coleridge, confrontando su “Aflicción: Una oda”, contempla un presagioso cielo: “¡Y aunque veo, mis ojos están vacíos!” Coleridge alude a Milton y Ralph Waldo Emerson logra conjugar ambos: “La ruina o vacío que vemos en la naturaleza está en nuestros ojos.” Emily Dickinson, obsesionada con esta metáfora, se ve a sí misma saltando “de Vacío en Vacío”, en un laberinto sin hilo que la guíe. En Stevens, el blanco aciago reducido a una primera idea se modula en una vacuidad creada por su imaginación. El hombre que camina en la arena –el poeta de sesenta y ocho años– se queda en blanco, observa un vacío, su mirada habita en la blancura, en el contexto de un hueco universal, al percatarse de que todos los poemas hasta ese entonces escritos le parecen insignificantes. La aurora boreal amplifica el cambio, lo confronta con la ruina.

Las apreciaciones de Bloom son significativas al unir todos los vacíos y trenzarlos en un solo hilo. De Stevens hacia atrás, recorre cada verso para llegar a ese poema que lo nutre, y al anterior, y así lo hacía con los estudiantes cada miércoles de una a tres, en busca del verso anterior, del poema, del poeta siglos atrás hasta llegar a la obra, al personaje, al parlamento, a la línea que hizo detonar el canto de Stevens desde William Shakespeare: “Este es nuestro drama: vivir atados a un sueño. / Tal el destino de la acción del destino.” En Hart Crane vio el orfismo norteamericano, muy cercano al Shelley de “Oda al viento del Oeste”. Y con Hazlitt: “... así como el Destino, la Fuerza es inmensa, otra evidencia en este mundo dual, inmenso. Si el Destino sigue y limita a la Fuerza, la Fuerza escucha y se opone al Destino”. Iba y venía por los versos; ciego también, impartía sus seminarios con entrega y pasión. Dice que el hombre que camina ciego es Stevens, pero ve a Milton, Blake, Dickinson... ojos vacíos que más tarde leerá John Hollander en “El sueño de Nabucodonosor”, mundos cargados de significados y sentido, lecturas que van del rabino Isaac Luria a rabí Moshé ben Shem Tob de León, creador del cuerpo central del Séfer ha-Sohar.

“¿Qué Biblia leyó Cervantes?”, me preguntó en la segunda sesión. Comencé a ver a Isaías en Bishop: “Todo es plata.” Me dejé atravesar por los salmos de W. S. Merwin. Percibí la oscuridad en Charles Wright, allí donde surge san Juan de la Cruz. ¿No es Harold Bloom un puente para entrar al Siglo de Oro español? ¿No es el modo de leer a Anne Carson? De ella, Bloom dice: Carson añade su propio sello vital; Isaac el Ciego se convierte en el dragón de lo Profundo, azotando su cola, atestiguando la creación de la catástrofe. “El nombre de Dios” muestra a Carson como su propia cabalista: 

El nombre no es un sustantivo.
Es un adverbio.
Como los pequeños cuadernos oscuros que traía Beethoven
en el bolsillo del abrigo
para que en ellos escribieran quienes querían conversar con él,
el adverbio Dios
es calle de un solo sentido que siempre llega a ti.
Ni para qué decirte lo que es.
Medítalo, asimílalo.

Todo acto de pensar le viene de lo que el mismo Bloom deja por escrito en su último libro: “Los poetas, Cabalistas, los críticos necesitan transformar la opinión en conocimiento”, idea que retoma de Samuel Johnson. No apuntala a la opinión pública sino a lo que la lectura profunda siembra en la mente del lector: la idea de sí mismo; de otra forma no se entendería que para Bloom la lectura será siempre la más alta forma de autoconocimiento: el ingenio supremo como una de las más altas capacidades cognitivas. Falstaff es tan inteligente como Hamlet. Pero Hamlet es embajador de la muerte mientras que Falstaff lo es de la vida, dice en Falstaff: give me life: dame la vida, uno de cinco libros que entregó antes de morir; sin duda su mejor autobiografía. Lo vi interpretar a Falstaff en el Yale Center for British Art, rebosando humor y vita- lidad, un papel que había interpretado en Cambridge, Massachusetts, con el American Repertory Theater; lo escuché leer a Whitman, preguntarse sobre la existencia, la verdad, interrumpir la clase para relatar la anécdota sobre Paul de Man atesorando sus libros en la nevera.

Hace apenas tres meses fui a visitarlo. Seguía dando clases en Yale, así eligió morir: leyendo y enseñando. Como Epicuro, creyó en el azar. En el encuentro con el otro a través de quien descubrimos the best and the oldest in us. Cómo extrañaré su saber, su mirada, su humor, su memoria prodigiosa albergadora de poemas que lo marcaron desde la niñez. Harold Bloom legó a los anglosajones lo que deseó para él. Lo dijo en entrevista a Charlie Rose: “La lectura solitaria es un don, un talento, un destino.” Aquellas mañanas caminando del Omni a Yale, por Chapel, entre arboledas, arriates recién podados, pájaros, nubes... quedan en mí como una imagen imborrable. Harold Bloom fue mi maestro de vida, en mí despertó la humildad ante la Palabra, remanso espiritual que no se puede traducir. Viene a mi memoria un poema de Charles Wright incluido en La escuela de Wallace Stevens:

Si la historia es una repetición, que no lo es,
la condición de toda cosa tiende a la condición del silencio.
Cuando se detiene el viento, hay silencio.
Cuando las aguas se ponen de rodillas y sumergen su frente
hasta el fondo, hay silencio; cuando las estrellas asoman
mirando hacia abajo, oh Señor, llega la quietud."

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



La poetisa Jeannette L. Clarion



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