martes, 24 de octubre de 2017

[Galdós en su salsa] Hoy, con "El abuelo"




Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Subo hoy al blog El abuelo. Novela en cinco jornadas, edición digital existente en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante, basada en la de Madrid, Est. Tip. de la Viuda é Hijos de Tello, de 1897, localizada en biblioteca de la Universidad de Barcelona.

El abuelo es la novela que cierra el denominado ciclo "espiritualista" de las novelas españolas contemporáneas. Planteada como novela dialogada en cinco jornadas, el autor la adaptó para el teatro en cinco actos, y fue estrenada en el Teatro Español de Madrid el 14 de febrero de 1904.

Tras haber agotado en Perú su vida en una fracasada 'aventura americana' y casi ciego, el conde de Abrit regresa a su rincón natural en España al recibir la noticia de la muerte de su único hijo. En su solar familiar, el viejo aristócrata recibirá una nueva sorpresa del destino: una de sus dos nietas es ilegítima, fruto de la infidelidad de Lucrecia —su nuera de sangre irlandesa— con un pintor (Carlos Eraul). Decidido a descubrir cuál es su nieta de sangre acabará encariñándose con la que no lo es, creyendo él lo contrario. Paralelamente el antes orgulloso y rico aristócrata y ahora anciano empobrecido va sufriendo el desapego y el desprecio de cuantos le rodean en el que fuera su territorio ancestral. Apenas se salvan del cerco una familia de antiguos colonos y Dolly, la nieta que él ha creído su descendiente, la única que le ha demostrado respeto y cariño. Cuando, Lucrecia, su nuera y madre de Dolly, le confiesa que esa es la hija de su pecado, y su nieta de sangre es sin embargo la altiva Nell, el abuelo, antes atado al honor de la sangre, la tradición y el pasado, hace un descubrimiento aún más importante, "que la única ley verdadera es la del amor". 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 24 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 23 de octubre de 2017

[A vuelapluma] El gobierno de Cataluña, bajo estado de excepción moral





Barcelona es en estos días una ciudad deprimida, políticamente desahuciada y con brotes de odio. La voz del Parlamento ha sido sustituida por una “masa de acoso” dirigida y espoleada por la ANC y Òmnium Cultural, comenta el editor y crítico literario catalán Andreu Jaume. 

Los pasados días 6 y 7 de septiembre, comienza diciendo, cuando seguía atónito las sesiones del Parlamento de Cataluña en la que se trató de legitimar una nueva e improvisada legalidad, recordé una reflexión de Elias Canetti en sus Apuntes, escrita en Londres y en 1942, cuando Reino Unido resistía a solas el imparable avance de Hitler en toda Europa: “Siempre que los ingleses atraviesan un mal momento, me embarga un sentimiento de admiración por su Parlamento. Éste es como un alma reluciente y sonora, un modelo representativo en el que, ante los ojos de todos, se desarrolla aquello que de otro modo permanecería secreto”. La admiración de Canetti por la indesmayable pervivencia de la vida parlamentaria británica, aun en uno de los periodos más oscuros de su historia, era el sentimiento opuesto a la vergüenza y la humillación que yo sentía en aquellos momentos como ciudadano de Barcelona, viendo cómo se violaban en directo mis derechos de representación en un acto dirigido por una presidente —tan ente es la mujer como el hombre— con vocación totalitaria y en connivencia con una mayoría absolutista.

Esos dos días en el Parlamento fueron el huevo de la serpiente de lo que estamos viviendo en Cataluña desde entonces y que no sabemos cómo puede acabar, si es que algún día acaba. Ahí se escenificó la batalla que se está librando —no solo en Cataluña sino en toda Europa— entre la democracia representativa y una supuesta democracia plebiscitaria de la que no sabemos nada, salvo que quiere instaurar una república de gente buena. La abstracción del pueblo —el Volksgeist— se ha puesto por encima del poder legislativo y del poder judicial, con un Ejecutivo que actúa como oráculo visionario de la voluntad demótica. A la espera de saber cómo se van a aplicar exactamente las medidas que Rajoy, al amparo del artículo 155 de la Constitución, ha elevado ya al Senado para restaurar el orden constitucional, los ciudadanos de Cataluña estamos viviendo un verdadero estado de excepción, zarandeados entre una paralegalidad promulgada y suspendida, pero amenazante, y otra vigente y constitucional que está aún en trámite. Recordemos que, inmediatamente después de llegar al poder, Hitler proclamó, el 28 de febrero de 1933, el Decreto para la protección del pueblo y del Estado que suspendía la Constitución de Weimar, un decreto que nunca fue revocado y que rigió en Alemania el estado de excepción durante 12 años.

Esa excepcionalidad se ha trasladado ahora a la calle, donde las voces del Parlamento han sido sustituidas por el clamor unánime de una “masa de acoso” —la expresión es, otra vez, de Canetti—, dirigida y espoleada por la ANC y Òmnium Cultural, las dos asociaciones que están tratando de escenificar la farsa de un “pueblo oprimido” contra un “Estado represor”. La operación es de una perversión moral absoluta. Una oligarquía política que lleva gobernando Cataluña desde hace 40 años se disfraza, con la ayuda teatral de la CUP, de pueblo asfixiado y, armada con un fenomenal aparato propagandístico que cuenta con la televisión, la radio y la escuela públicas, pretende poner en jaque al Estado de derecho. Los juristas nazis hablaban sin ambages de un gewollte Ausnahmezustand, un estado de excepción deliberado, con el fin de instaurar el Estado nacionalsocialista. Giorgio Agamben, el filósofo que con mayor ambición y rigor ha estudiado el fenómeno del estado de excepción como una de las prácticas de los Estados contemporáneos —la “abolición provisional de la distinción entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial”— ha dicho que el estado de excepción se presenta “como un umbral de indeterminación entre democracia y absolutismo”, exactamente lo que está instaurando Puigdemont en nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos.

En Cataluña, el nacionalismo se mantuvo durante muchos años en un ámbito aparentemente simbólico, pero en realidad se iba haciendo carne por debajo del folclore. Y eso se ha visto estos días, de una manera trágica, en las escuelas. Un amigo me contaba desolado que el director del colegio de sus hijos había recibido la propuesta de sacar a los niños —escolares de nueve años— con las manos pintadas de blanco a protestar contra las cargas policiales del 1 de octubre. Me llamaba hace poco para lamentarse de que en el colegio de sus sobrinos se hubiera obligado a los alumnos a guardar cinco minutos de silencio por la legítima encarcelación de los señores Sànchez y Cuixart. Se trata de la imperdonable destrucción de la escuela como estatuto intermediario, como pedía Hannah Arendt, entre la vida familiar y la vida pública, la pausa de educación y pensamiento que precede a todo ejercicio responsable de la libertad.

Barcelona es en estos días una ciudad deprimida, políticamente desahuciada, con brotes de odio como nunca habíamos conocido. Por ello es más lamentable si cabe la ingenuidad de algunos políticos como Ada Colau o Pablo Iglesias, presuntos renovadores de la izquierda, que no han dudado en dar su apoyo a una propuesta totalitaria que amenaza con destruir nuestra vida social y nuestro orden político. No les ha bastado con defender, sin la más mínima reflexión seria al respecto, el referéndum como solución mágica a nuestros problemas, ignorando que el plebiscito nunca puede resolver problemas ab ovo y que, tal y como se expone en nuestros días, no es más que la adaptación política de los likes de Facebook, una manera pueril de simplificar brutalmente la enorme complejidad que encierran los sistemas políticos democráticos.

En contra de lo que suele decirse, es mucho más frágil la libertad de pensamiento que la libertad de expresión, incluso en una democracia. Según cuenta en sus memorias, el editor Manuel Aguilar, encarcelado en Vallecas en otoño de 1936, se hacía la siguiente reflexión: “¿Dónde estaban el orden y la ley que debían garantizar la vida y la actividad de los ciudadanos? Al hacerme esta pregunta medí lo que habíamos perdido, de pronto, los españoles”. ¿Son conscientes los secesionistas y sus amigos de la nueva izquierda de todo lo que podemos perder? ¿Se han parado a pensar los independentistas a qué mundo están enviando a esos niños a los que obligan a manifestarse cuando ni siquiera han alcanzado la edad de conciencia? ¿Qué están, en realidad, defendiendo? Quizá es que, como dice un personaje de Faulkner, “cuando se tiene una buena dosis de odio, no hace falta la esperanza”.

Siempre recordaré, con emoción y agradecimiento, el coraje que mostraron los políticos de la oposición, sobre todo Inés Arrimadas, Miquel Iceta y Joan Coscubiela, los días 6 y 7 de septiembre. En su trabajo, a pesar del secuestro del Parlamento decretado desde entonces por la mayoría, sigue estando mi representación y mi esperanza. Ojalá que, después de las próximas elecciones, el Parlamento de Cataluña refleje de verdad la complejidad y la pluralidad de la sociedad catalana. A los señores Mas, Puigdemont, Junqueras y Turull, solo les deseo que, al final de este proceso, la vergüenza les sobreviva, concluye diciendo Jaume.






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[Parlamento] XII Legislatura de las Cortes Generales. Octubre, 2107 (IV)





Las Cortes Generales representan al pueblo español y están conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

En los Diarios de Sesiones de las Cámaras se reflejan literalmente los debates habidos en los plenos y las comisiones respectivas y las resoluciones adoptadas en cada una de ellas. Los demás documentos parlamentarios: proyectos de ley, proposiciones de ley, interpelaciones, mociones, preguntas, y el resto de la actividad parlamentaria, se recogen en los Boletines Oficiales del Congreso de los Diputados y del Senado. 

Desde este enlace pueden acceder a toda la información parlamentaria de la presente legislatura, actualizada diariamente. Les recomiendo encarecidamente que la exploren con atención si tienen interés en ello. Y desde estos otros a las páginas oficiales de la

Casa de S.M. el Rey

Congreso de los Diputados
Senado
Presidencia del Gobierno
Tribunal Constitucional
Tribunal Supremo y Consejo General del Poder Judicial
Consejo de Estado
Boletín Oficial del Estado

Parlamento Europeo

Consejo Europeo y Consejo de la Unión Europea
Comisión Europea
Tribunal de Justicia de la Unión Europea
Tribunal Europeo de Derechos Humanos
Diario Oficial de la Unión Europea

Parlamento de Canarias
Gobierno de Canarias
Cabildo de Gran Canaria
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

La actividad parlamentaria de las Cortes Generales ha estado centrada en las reuniones celebradas por las comisiones y los plenos de ambas Cámaras, pero también merece lugar destacado, por su trascendencia jurídica y política, el Acuerdo del Consejo de Ministros por el que se remite al Senado la solicitud de intervención de la Comunidad Autónoma de Cataluña en base a lo dispuesto en el artículo 155 de la Constitución. Desde este enlace pueden acceder al texto oficial remitido por el Consejo de Ministros al Senado.

Martes, 17 de octubre
Sesión plenaria (Congreso)
Comisión de Justicia (Congreso)
Comisión de Justicia (Senado)
Comisión de Sanidad y Servicios Sociales (Senado)
Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación (Senado)
Comisión Mixta para la Unión Europea (Cortes Generales)
Comisión Mixta para Relaciones con el Defensor del Pueblo (Cortes Generales)

Miércoles, 18 de octubre
Sesión plenaria (Congreso)
Comisión Constitucional (Congreso)
Comisión de Sanidad y Servicios Sociales (Congreso)
Comisión de Asuntos Exteriores (Congreso)
Comisión de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Senado)
Comisión de Economía, Industria y Competitividad (Senado)
Comisión Mixta para la Unión Europea (Cortes Generales)

Jueves, 19 de octubre
Sesión plenaria (Congreso)
Comisión de Interior (Congreso)
Comisión de Investigación sobre la crisis financiera en España (Congreso)
Comisión de Medio Ambiente y Cambio Climático (Senado)

Desde los enlaces anteriores (en rojo) pueden acceder a los Diarios de sesiones respectivos. Estos enlaces se actualizan diariamente. Les recomiendo encarecidamente la lectura del de la sesión plenaria del Congreso del martes, 11 de octubre, con el debate sobre la situación política en Cataluña.

Y esta es la agenda de trabajo prevista para esta semana en el Congreso y en el Senado.

Y ahora vamos una semana más con los documentos que relatan la historia del parlamentarismo español gracias a la publicación de "Papeles para la Historia" en la página electrónica del Congreso de los Diputados. Su objetivo es acercar a los ciudadanos la historia parlamentaria aprovechando la digitalización de los fondos del archivo de la Cámara que se ha realizado en estos últimos años.

El periodo que abarca esta historia parlamentaria desde 1810 a 1977 se ha dividido en ocho etapas formadas a su vez por las diferentes elecciones y legislaturas comprendidas entre una elección y otra.

Los apartados desarrollado son los siguientes:

I. Cortes de Cádiz 1810-1814.
II. Trienio Liberal 1820-1823.
III. Regencias y Reinado de Isabel II 1833-1868, subdividido en la 
III. 1. Regencia de María Cristina de Borbón, 1833-1840.
III. 2. Regencia del General Baldomero Espartero, 1840-1843.
III. 3. Década Moderada,1844-1854.
III. 4. Bienio Progresista, 1854-1856.
III. 5. Crisis del Moderantismo, 1856-1868.
IV. Sexenio Revolucionario, 1868-1874, con: 
IV. 1.Gobierno Provisional-Regencia del General Serrano y Gobierno de Prim.
IV. 2. Reinado de Amadeo I 
IV. 3. Primera República.
V. Restauración, 1874-1923, con:
V. 1. Reinado de Alfonso XII, 1874-1885.
V. 2. Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, 1885-1902.
V. 3. Reinado de Alfonso XIII, 1902-1923 
VI. Dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930, con:
VI. 1. Asamblea Nacional, 1927-1929. 
VII. Segunda República Española, 1931-1939.
VIII. Franquismo. Cortes Españolas, 1943 -1977

Cada uno de estos periodos va introducido por un breve resumen histórico reseñando los hechos más relevantes de esos años. En el texto se muestran distintos enlaces a imágenes o documentos que pretenden ilustrar y testimoniar la historia política y parlamentaria dando además a conocer el patrimonio documental y bibliográfico del Congreso de los Diputados.

Además en cada periodo aparecen bajo la elección correspondiente los datos relativos a cada una de las legislaturas, así como el resumen o reseña, según los casos, que se publicaba al final de los índices del Diario de Sesiones. Y a continuación se enumeran los presidentes de la cámara, durante cada una de las legislaturas con un enlace al apartado referente a los mismos en la página institucional.

Continúo la historia del parlamentarismo español subiendo al blog los documentos relacionados con período denominado Restauración, que abarca los años 1874-1923. 

La entrada del General Pavía en el Congreso, el 3 de enero de 1874, origina la disolución de las Cortes. En diciembre de ese mismo año, Alfonso XII hace público el Manifiesto de Sandhurst y el 29 de ese mismo mes el general Martínez Campos proclama la restauración de la Monarquía.

La Restauración, que no se entiende sin la figura de Antonio Cánovas del Castillo, se divide en tres periodos: Reinado de Alfonso XII, 1874-1885, Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, 1885-1902, y  Reinado de Alfonso XIII, 1902-1923.

El hecho más significativo de la Restauración es la pérdida en 1898 de Cuba y Filipinas, últimas posesiones en América y Asia, tras una guerra con Estados Unidos que conmueve a la sociedad española.

Esta semana vamos a documentar la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena (1885-1902).


Tras la muerte de Alfonso XII el 25 de noviembre de 1885, la reina María Cristina asume la Regencia. Presta juramento a las Cortes el 30 de diciembre de 1885 en el Palacio del Congreso de los Diputados, en la sesión conjunta de ambas cámaras.

Durante la Regencia de María Cristina se celebran 7 elecciones: 1886, 1891, 1893, 1896, 1898, 1899 y 1901.


El 17 de mayo de 1886 nace el rey Alfonso XIII, que alcanza su mayoría de edad en 1902. (Certificación del acta de inscripción en el registro del estado civil de la Familia Real de España del nacimiento del rey Alfonso XIII).

En la legislatura de 1887 se aprueba la ley reguladora del derecho de asociación (25 de mayo), que supone un triunfo del gobierno liberal presidido por Sagasta y permite la legalización de sindicatos y asociaciones obreras.

En la siguiente legislatura, el 20 de mayo de 1888, la Reina Regente, su hijo y Sagasta como presidente del Gobierno asisten a la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona.

El 12 de agosto de 1888 se funda en Barcelona la Unión General de Trabajadores (UGT) y Pablo Iglesias es elegido presidente del PSOE.

Durante la nueva legislatura, que se abre el 30 de noviembre de 1888, la Internacional Socialista, reunida en París, declara el 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores.



La Reina Regente María Cristina de Habsburgo Lorena con su hijo, el futuro rey Alfonso XIII. (Cuadro de Luis Álvarez Catalá de 1898. Senado)

Destacan, entre otras, la Ley de amnistía para todos los delitos electorales y la ley electoral que introducía el sufragio universal masculino, de 26 de junio de 1890.

El 13 de enero de 1891 fallece el que fuera presidente del Congreso  Manuel Alonso Martínez, cuyo velatorio tiene lugar en el salón de Conferencias del Palacio del Congreso de los Diputados.

Unas nuevas elecciones celebradas el 1 de febrero de 1891 dan como resultado 253 escaños para los conservadores, 74 para los liberales y 31 para los republicanos.

En el contexto de la política colonial, en abril de 1891 el partido autonomista cubano exige la igualdad de derechos entre cubanos y españoles, y el capitán Weyler inicia en Filipinas la campaña militar para ocupar la isla rebelde de Mindanao.

De este momento destaca la nueva ley de amnistía para delitos contra la forma de gobierno, rebelión y sedición.

La sesión regia de apertura de la legislatura 1893-1894 tiene lugar en esta ocasión en el Senado.

A raíz del problema de Cuba, se suceden diferentes crisis ministeriales,  con la consiguiente depuración de responsabilidades. 

El hecho más notable de estos últimos años de la Regencia es el asesinato del presidente Cánovas del Castillo por el anarquista Angiolillo, el 8 de agosto de 1897, en el balneario de Santa Águeda, Guipúzcoa.

En el año 1902 Alfonso XIII alcanza la mayoría de edad a los 16 años. 

Se produce un debate en torno al matrimonio en 1901 de la princesa de Asturias, la Infanta Mercedes, con Carlos de Borbón y Borbón. Sagasta se opone por pertenecer éste a una familia carlista.

Las últimas elecciones celebradas bajo la regencia de María Cristina tienen lugar el 19 de mayo de 1901. En esta ocasión, los liberales obtienen 233 escaños, los conservadores 79, los republicanos 19 y los gamacistas 12.  Se suceden dos legislaturas, la de 1901-1902 y la de 1902-1903. En esta última, el 17 de mayo de 1902,  Alfonso XIII jura la Constitución de 1876. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy lunes, 23 de octubre





El Diccionario de la lengua española defin

e humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 22 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Los sentimientos en política





Los sentimientos son cuestionables. No es verdad que la emoción nacional sea indiscutible. Si los afectos políticos fueran inmunes a la crítica, todos gozarían de un valor equivalente. Para el nacionalista, la política se agota en preservar lo propio y levantar fronteras frente al otro, escribe en El País el profesor Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía moral y política de la Universidad del País Vasco.

Uno de los acuerdos (o, mejor, prejuicios) más generales e indiscutidos hoy entre nosotros es que el mundo de los sentimientos ocupa un reducto íntimo del individuo que nadie debe allanar y todos han de respetar, comienza diciendo e profesor Arteta. Se supone, además, que son poco menos que naturales e inmunes a la razón y sus argumentos. Trasladadas estas premisas al terreno político, tal vez se permita a regañadientes el intento de persuadir al adversario mediante mejores razones, pero habrá que detenerse en cuanto rozan sus emociones. Este es un umbral que no hay que traspasar, no vayamos a herir sus sentimientos. ¿Pondremos a prueba tales supuestos, por ejemplo, en nuestra respuesta al desafío de los nacionalistas catalanes?

La ocasión nos la brindan unas recientes reflexiones a propósito de ese conflicto que hoy nos tiene en vilo. Sostenían que la democracia es un principio que puede defenderse racionalmente, mientras que la nación no. La nación señala algo afectivo, arraigado en los estratos emocionales más profundos. “Esta es, pues, una cuestión de sentimientos. Y los sentimientos sólo pueden ser respetados, no discutidos”. Que se me permita discrepar frontalmente de tesis tan rotunda. Si no deben cuestionarse las emociones nacionales de nadie, todas serán admisibles y hasta las más alejadas entre sí gozarán de un valor equivalente. No ha lugar a dilucidar lo apropiado o inapropiado de esas emociones, que nos enfrentan sin remedio. Al final impondrán las suyas quienes den rienda suelta a las más acendradas, o sea, los más fanáticos o los más brutos. Y la cobardía, la pereza o la incapacidad crítica muchos quedarán ocultas tras la digna máscara del respeto.

Pero el caso es que esos sentimientos no son los datos últimos e irrebasables del problema. ¿O acaso no tocará preguntarse de dónde emanan tales afectos? No parece descartable suponer que muchos arraiguen en infundadas obstinaciones de sus sujetos, ya sean frutos de dislates familiares o sociales transmitidos de generación en generación. Sería normal asimismo que tales convicciones procedieran de la imposición o del simple contagio de la mayoría. O que se incubaran en otros sentimientos, como el temor a ser condenados a la soledad por atreverse a discrepar de los dogmas dominantes en el grupo. O que se apoyaran en supuestos inventados acerca de su propia nación o comunidad étnica imaginaria, que acostumbra a estar bien lejos de ser la real. Y viniendo a la Cataluña del presente, ¿en cuántas cosas habrán sido engañados por sus gobernantes, propiciando así una arrogante conciencia nacional? ¿Cuánto habrán pesado en ella las décadas de educación escolar a cargo de ese nacionalismo de manual? ¿Alguien supone que la barbaridad moral de la inmersión lingüística no conlleva la transmisión de creencias nacionalistas tenidas por indubitables ?

Además de ser resultado de variables como ésas, las emociones son asimismo causas o motores de la acción privada y pública. Los sentimientos engendran convicciones y deseos que, a su vez, son órdenes de acción. ¿Cómo no habremos de poder (y de deber) enjuiciar la consistencia de tales intenciones individuales o colectivas, las medidas públicas que de ahí se derivan y los derechos que se consagran? Parece claro que el valor de tales emociones deberá medirse entonces por el grado de justicia de la causa política que impulsan, por la singularidad del momento y circunstancia a los que se apliquen.

No es verdad, pues, que cualesquiera sentimientos sean legítimos y dignos de respeto, un absurdo paralelo a la majadería de que todas las opiniones son respetables. Descorazona tener que repetirlo una vez más. Respetable será siempre el sujeto, pero no siempre su sentimiento; mejor dicho, con frecuencia ese sujeto será respetable a pesar de su particular sentimiento. Pues se admitirá que no valen lo mismo el amor que el odio, la admiración que la envidia, la benevolencia que la sed de venganza. Ni es cierto tampoco que la razón práctica deba abstenerse de cuestionar la calidad de los afectos en liza y, llegado el caso, de procurar transformarlos o erradicarlos. ¿Acaso unos sentimientos no conducen a cierta acción política y otros a la contraria? No es menos falso que la razón nada pueda contra ellos, como si no hubiera conexión entre lo que pensamos y lo que sentimos, así como entre lo que sentimos y lo que decidimos hacer. ¿O es que el cambio de convicciones dejará intactas nuestras emociones? En suma, somos responsables de nuestros sentimientos porque somos responsables de cultivar o rechazar las ideas que alientan esos sentimientos y sus consecuencias.

De suerte que el dictamen sobre la justicia o injusticia del ‘procès’ secesionista y la congruencia de las emociones que lo acompañan variarán según las creencias del sujeto. A tal creencia, tal idea de justicia y tales sentimientos nacionales. ¿Cómo superar el relativismo ante las pasiones y opiniones en liza, si no entramos a dilucidar con argumentos qué sea lo fundado o infundado en ellas? No bastará que el sujeto sienta que a su Pueblo le arrebatan su presunto derecho a decidir, porque antes habrá que discutir si goza de tal derecho. Como tampoco bastaba la emoción que hace pocos años un obispo vasco —y nacionalista— predicaba, a saber, “la conciencia cálida de pertenecer al mismo pueblo”. La cierto es que, mientras cultivemos diferentes afectos y aspiraciones nacionales, no somos un mismo pueblo ni sería posible que lo fuéramos. Formamos más bien una sociedad cultural y políticamente plural. Y esa sociedad sólo puede vivir en paz si instaura el pluralismo político y la tolerancia para las diversas ideologías —las tolerables, claro está— de sus miembros.

A una mirada nacionalista el sentimiento de pertenencia a su nación es la pasión política originaria e intocable. Por si alguien lo ignorase, el nacionalismo declara que la política es sobre todo la exaltación de la propia nación y, a fin de cuentas, un combate entre intereses, ideologías y pasiones nacionalistas. ¿Que eso contradice el significado de democracia? Eso lo dirá usted, replicará el fanático, yo estoy en mi derecho de sentir (y pensar) lo que quiera. No querrá usted convencerme. Nada cuenta el peso de las razones ni nada puede la deliberación racional contra la liberación nacional. “El nacionalismo es la indignidad de tener un alma controlada por la geografía”, concluyó el filósofo Santayana. En pocas palabras, para el nacionalista la política se agota en preservar lo propio y levantar fronteras frente al otro. Para el demócrata, en cambio, toda pertenencia individual —ya sea a una etnia, una iglesia o un partido— ha de someterse a la común ciudadanía. Y los únicos sentimientos políticos universalmente respetables serán sólo los nacidos de esa conciencia que nos considera a todos sujetos de iguales derechos, concluye diciendo.



Dibujo de Eulogia Merle para El País




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