martes, 23 de diciembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MARTES, 23 DE DICIEMBRE DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 23 de diciembre de 2025. El ser humano es a la vez el más listo y el más tonto de los animales que pueblan la Tierra, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el científico genetista y divulgador científico Javier Sampedro. La segunda es un archivo del blog del 24 de diciembre de 2016 en el que el escritor Fernando Aramburu, el autor de Patria, comentaba que un profesor, don Pedro, y la rivalidad intelectual con un amigo, José Félix, provocó su hechizo con la literatura y el principal poso que le dejó ese largo proceso: el aprendizaje de la paciencia. El poema del día, en la tercera, se titula Resumen de la infancia, es del poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, y comienza con estos versos: Ante todo, es preciso ordenar la infancia/como un país disperso, hallar las fechas/de su límite: la dulce iniciación. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt














DE LA NECESIDAD DE MÁS FILÓSOFOS Y MENOS TONTOS

 







El ser humano es a la vez el más listo y el más tonto de los animales que pueblan la Tierra, escribe en  El País (13/12/2025) el científico genetista y divulgador científico Javier Sampedro. Yo, señor, fui un científico, y a los de ese gremio se nos supone una aversión natural a la filosofía, comienza diciendo. No es mi caso. Yo no querría vivir en un mundo sin filósofos, porque creo que andaríamos todos más desorientados que un burro en un garaje. Es verdad que Aristóteles me cae gordo: su ocurrencia de que el mundo no podía estar hecho de átomos ya que se caerían todos al suelo confundió a los estudiosos durante dos milenios, como también lo hizo su manía de que las cosas pesadas caían más rápido que las ligeras. Por cierto, que le habría bastado tirar una piedra grande y otra pequeña desde un precipicio para ver que estaba equivocado.

Galileo tuvo que refutar esas ideas 18 siglos después, ante el escepticismo general y con no poco riesgo para su integridad física. Pero también es verdad que el estagirita –ya sé que eso suena como “el de Manacor” para referirse a Rafa Nadal— fue el primer experimentalista. Por ejemplo, cascó huevos de gallina a distintos tiempos y observó que el embrión de pollo desarrollaba muy pronto un corazón que latía. Eso hace aún más incomprensible que no se subiera a un barranco a comprobar el tema de las dos piedras, pero hijo, hay que admitir que cascar un huevo es más fácil que subir una cuesta.

Siempre me interesó más Platón, su maestro en la Academia de Atenas. Los sólidos platónicos me llenan de asombro, con su simplicidad fructífera, su geometría necesaria y sus propiedades emergentes. Ya sabes que son el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro, y no busques otro, porque los matemáticos han demostrado de varias formas que no puede haber más. Quizá no sepas, sin embargo, que muestran afinidades selectivas: el tetraedro es en el fondo la misma forma que el cubo, y el dodecaedro es la misma que el icosaedro. Una profesora de matemáticas con una gran pericia para la papiroflexia me mostró hace años esas dualidades con sus figuritas de papel y me dejó absorto como si el tiempo se hubiera detenido.

También lo que solemos llamar ideas platónicas revelan una verdad profunda sobre la mente: que hay conceptos innatos, y que sin ellos no podríamos entender nada. Los más importantes son, por cierto, de tipo geométrico, como la distancia más corta entre dos puntos y ese tipo de cosas que nadie necesita aprender. Somos seres visuales, y llevamos estos sesgos cognitivos grabados de nacimiento en nuestros circuitos. La tábula rasa no existe, y la psicología conductista es errónea. Platón tenía más razón que Skinner. Esto es bien curioso, ¿no te parece?

Pero mi favorito es Kant, naturalmente. Dijo que toda la filosofía cabe en cuatro preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el ser humano? Y este parece un buen momento histórico para repasarlas. La primera se nos ha complicado de manera monstruosa y paradójica. Nunca hemos sabido tanto como ahora, nunca el conocimiento ha estado tan al alcance de tanta gente, nunca hemos tenido más medios para debatirlo, comprobarlo, profundizarlo y, sin embargo, hay miles de millones de seres humanos, seguramente la mayoría de la especie, que han elegido ignorarlo para caer en brazos de la mentira, la superstición y el veneno ideológico.

En estas condiciones es imposible responder con sensatez a la segunda pregunta, ¿qué debo hacer?, y a la tercera, ¿qué me cabe esperar? Incluso se puede argüir que más vale no responderlas, porque con tal empanada mental las consecuencias de cualquier acción y de cualquier esperanza serían probablemente calamitosas. Sí podemos responder a la cuarta: el ser humano es a la vez el más listo y el más tonto de los animales que pueblan la Tierra. Así que necesitamos más filósofos. Este es mi regalo de Navidad.
























DEL ARCHIVO DEL BLOG: AQUELLAS PRIMERAS LECTURAS. PUBLICADO EL 24/12/2016

 








Un profesor, don Pedro; la rivalidad intelectual con un amigo, José Félix... El autor de 'Patria', el escritor Fernando Aramburu, rememora en El País (24/12/2016) su hechizo con la literatura y el principal poso que le dejó ese largo proceso: el aprendizaje de la paciencia. De vez en cuando, comienza diciendo, le preguntan al escritor por sus lecturas tempranas, en concreto por las que él considera que acaso le hayan dejado una huella más honda en su manera actual de entender y practicar la literatura. Se lo pregunta una periodista durante una ronda de promoción, con la pequeña grabadora depositada encima de la mesa, entre las tazas de café. O quizá un lector desconocido, aprovechando que las redes sociales permiten una línea de comunicación directa entre los aficionados a los libros y quienes los escriben.

Literatura juvenil: Para salir del paso, el escritor, que no quiere mostrarse descortés, le pide a su memoria que le sople rápidamente unos cuantos títulos. La memoria resuelve como de costumbre no complicarse la vida y se limita a despachar el encargo hurgando en el cajón que le queda más a mano, el de sus preferencias. ¿Qué ocurre? Pues que le hace creer una vez más al escritor que los libros de antaño que con mayor vigor modelaron su personalidad fueron los que más gusto le produjeron. El escritor, después, cuando se ha quedado solo, cree que esto no siempre es así; que quizá, salvo excepciones, rara vez es así.

Sucede que uno tiende a pensar, con no muy buen tino, que la experiencia lectora consiste en una acción llevada a cabo a espaldas de los hechos generales de la vida; acción que, además de requerir un grado considerable de soledad, depende o surge en exclusiva del contenido de lo que se lee. Esta creencia nos induce a incurrir en errores de apreciación; en el peor de los casos, a cometer un fraude. Y así, alguna vez, mientras lo entrevistaban, el escritor se oyó citar a tres o cuatro clásicos de la literatura universal como muestra de autores que lo habían influido. ¡Qué más quisiera! Ahora, acogiéndose a la cautela, prefiere precisar que las obras y los escritores por él mencionados no son sino aquellos de los cuales le agradaría haber obtenido algún tipo de provecho, consciente como es de que no existe un instrumento que pueda medir tal cosa.

Al escritor se le figura un hecho de no pequeña relevancia para su formación intelectual el descubrimiento de la experiencia poética en los albores de la pubertad. En honor a la precisión, sabe que convendría no confundir la idea del descubrimiento con la de una iluminación súbita, pues no hubo milagro ni siquiera en su versión más humilde: el golpe de azar.

El escritor piensa que se trató más bien de una larga secuencia formativa cuyo comienzo acaso se remonte a las canciones que le cantaba su madre siendo él un bebé. A dichas canciones se sumaron después acertijos, consejas, coplas y otras golosinas verbales capaces de incentivar en la mente infantil una disposición placentera hacia los colores, las formas, los aromas, los sonidos…

En los borrosos recuerdos del escritor (¡ha pasado tanto tiempo!), un poema breve, incluido en un libro de texto y acompañado del dibujo de un hombre a caballo, se perfila como el principal desencadenante de su experiencia poética. No es el único, pero sí el elegido al cabo de las décadas por su memoria. En el aburrimiento de las clases, durante las ásperas lecciones de aritmética, sobre todo en las horas soñolientas del comienzo de la tarde, el futuro escritor posa una y otra vez la mirada furtiva en la Canción del jinete, de un tal Federico García Lorca. Córdoba, lejana y sola. Algo tenían aquellas palabras memorizadas sin esfuerzo, algo misterioso o intenso que atraía de continuo la atención del colegial y golpeaba con fuerza su conciencia. Aún no se ha convertido en lector asiduo. Tal cosa sucederá más tarde, cuando cambie de colegio; pero ya ha catado esa sustancia comúnmente llamada poesía, adherida a un modo determinado de articular el lenguaje al cual no tardará en hacerse adicto.

El escritor se acuerda con agrado de un profesor de su siguiente colegio. Este hombre, don Pedro para más señas, trataba de los libros con entusiasmo. Y era aquel entusiasmo, asociado a un gozo que se manifestaba con intensidad en las facciones del docente, lo que el colegial ambicionaba para sí, incluso al precio de tener que dedicar sus horas libres a una actividad aislante como es la lectura. El escritor está convencido de que la búsqueda de tan singular hechizo, renovado de cuando en cuando ante ciertas obras, es uno de los hechos más determinantes de su vida, hasta el extremo de que, aunque él no es crítico, en ocasiones redacta y publica recensiones sin más propósito que compartir sus alegrías de lector con otras personas.

Don Pedro acostumbraba iniciar sus clases de Historia de la Literatura leyendo unos pasajes de Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Así de simple, sin que lo leído en voz alta tuviera relación alguna con la lección de la jornada. Frente a él, una treintena de chavales silvestres, con las caras granujientas y los zapatos embarrados, armaba bulla. ¿Por qué insiste?, se preguntaba para sí el futuro escritor. ¿No se da cuenta de que el libro es un tostón y los alumnos andan a lo suyo? Pero don Pedro, impertérrito, perseveraba en su rito diario. Con el tiempo, la repetición creó un hábito de escucha en los alumnos. Y con el hábito llegaron, si no el interés, al menos el respeto y el silencio.

El viejo profesor usaba de otra estratagema pedagógica. Participaba a los alumnos sus propias lecturas por la vía de resumir el argumento de las sucesivas historias. No infrecuentemente los resúmenes contenían un punto de jugosa picardía. Don Pedro dejaba los finales en el aire a fin de espolear la curiosidad de los chavales y prestaba libros. El futuro escritor recuerda haber leído en préstamo una novela de Miguel Delibes y alguna otra, ¿cuál?, ni idea, de Ramón J. Sender.

En el curso siguiente, previo al ingreso en la universidad, fue colocada una estantería cerca de la puerta del aula, adosada a la pared del pasillo. En las baldas se alineaban libros tanto para lectores jóvenes como para adultos. Vargas Llosa andaba por allí. Y Juan Rulfo, nombre hasta la fecha nunca oído. Y algo de Baroja. Y los clásicos de siempre. Y Salgari. Y Horacio Quiroga. Y publicaciones ilustradas de fauna, antiguo Egipto y temas por el estilo.

El futuro escritor comprobó que este y el otro compañero se detenían ante la biblioteca de 40 o 50 volúmenes; que incluso, después de ojear alguno, se lo llevaban para leerlo en su casa. Puede que otro día los oyera expresar sus impresiones de la lectura. De nuevo el hechizo, la seducción emanada de una historia, los frutos deleitosos de la inventiva humana. Poco a poco se estableció una especie de competencia entre los alumnos, ya fuera por la cantidad de obras leídas, ya por su grosor. Daba prestigio haber podido con un tocho de 600 páginas o con todos los títulos de una fila. Durante un tiempo, la creciente afición a leer del futuro escritor se fundamentó en la rivalidad sostenida con José Félix, su mejor amigo. La lectura, sí, imponía la reclusión en silencio; pero aquel era un estado preparatorio para el encuentro posterior en que acontecían el intercambio de experiencias, la complicidad en los gustos compartidos y el debate.

Don Pedro dejaba los finales en el aire a fin de espolear la curiosidad de los chavales y prestaba libros

Ya la periodista, terminada su tarea, se ha marchado y, con ella, el fotógrafo que la acompañaba. El escritor ha decidido retirarse un rato a su habitación del hotel antes de partir hacia la emisora de radio donde concederá la siguiente entrevista. En el ascensor le ha venido de golpe la respuesta adecuada a la pregunta sobre el influjo de sus primeras lecturas. Lo tienta apretar el botón de parada, volver a la planta baja y tratar de alcanzar a la periodista en la calle para decirle que ahora lo ha visto claro, que el poso mayor que le dejaron aquellas lejanas lecturas de adolescencia fue el aprendizaje de la paciencia. El cual, a su vez, aveza a los hombres al disciplinado arte de hacer productiva y gustosa la lentitud, antesala de la serenidad, que, como dijo no se sabe quién y, si no, lo dice el escritor, es premio del hombre sabio. El escritor lamenta que no se le haya ocurrido esto antes.

Días más tarde, de vuelta en casa, ha buscado los libros con los que empezó a formar su biblioteca. Hojea el Quijote, leído como deber escolar, sin entenderlo ni disfrutarlo, a la edad de 12 años. Abre las Rimas de Bécquer y halla en una de ellas un verso, ¿por qué razón?, subrayado. Y entre las páginas de Miguel Strogoff, dos sellos con la efigie de Franco. Y en el Viaje a la Alcarria, una lista de vocabulario: levantisco, rostral, signatario, renuente. Palabras que conferían al escritor, antes de serlo, en el trato con sus compañeros, un sutil poder. Palabras que no eran sólo palabras, sino munición de la sensibilidad y del intelecto para toda la vida.






















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY: RESUMEN DE LA INFANCIA, DE JORGE ENRIQUE ADOUM

 









RESUMEN DE LA INFANCIA 



Ante todo, es preciso ordenar la infancia

como un país disperso, hallar las fechas

de su límite: la dulce iniciación

en la desobediencia, la cerradura

que por necesidad puse a mi alcoba

o la primera mujer que se guardó la noche

entre sus telas estériles, sus párpados.


Y descubrí de pronto que nadie compartía

mis costumbres: la muerte había entrado

antiguamente al patio, a la bodega,

y yo crecía sobre un osario familiar.

No sé por qué, porque sí, por pura

gana, cambié las órdenes para la cena,

el sitio de los adornos, el precio

de las plumas; odié el muro

que cercaba la viña y el camino de orina

a los establos. Y ya no pude vivir más,

no podía establecer mi edad, mi oficio,

destruir la seguridad de cada día

o levantar los párpados hacia la luz

de afuera: un hombre pasaba sin llorar

bajo la lluvia, las aldeanas

completaban su cuerpo entre la hierba,

pero debía conservar la herencia intacta,

conocer los secretos del ganado,

calcular la distancia entre mi seca

seguridad y la aventura.


Así empecé

a soñar solamente con la llave,

con la bahía donde nadie hubiera

a despedirme, con migraciones de pájaros

azules. No era la pegajosa soledad

lo que buscaba sino una familia

diseminada en la distancia, una

hora de paz bajo los árboles, una hoja

sin odio entre mis manos.



JORGE ENRIQUE ADOUM (1926-2009)

poeta ecuatoriano






















DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DEL BLOG DE HOY MARTES, 23 DE DICIEMBRE DE 2025

 



























lunes, 22 de diciembre de 2025

SALUDOS EN LAS LENGUAS DE MI PATRIA. HOY, LUNES, 22 DE DICIEMBRE, EN CASTELLANO

 








Hola, buenos días de nuevo a todos. Tres días más y en Navidad. Los estudiantes de vacaciones; las familias atareadas en los preparativos de la comida y/o la cena especial de ese día; los papás y mamás, con las compras de Reyes, según las posibilidades de cada uno; los políticos aparcando por unos días sus invectivas; los pueblos y ciudades de este viejo país, adornados; los creyentes pidiendo a Dios paz y perdón, y todos, suspirando por unos días de felicidad general, que no suele ser tan general como nos gustaría a la mayoría. Pero en fin, ese es el ambiente habitual de la Navidad. Sean felices, por favor. Por lo menos inténtelo. Besos. HArendt

















LAS MALDITAS MENTIRAS DE LOS DISCURSOS DE TRUMP. ESPECIAL DE HOY LUNES, 22 DE DICIEMBRE DE 2025





 



¿Qué genio de MAGA pensó que el discurso de “asequibilidad” de Trump era una buena idea?, escribe el premio nobel de Economía, Paul Krugman, en Substack (19/12/2025). Hoy es día de viaje, así que esta publicación será breve, comienza diciendo. Afortunadamente, el tema principal del que quiero hablar es sencillo: el discurso que Donald Trump dio el miércoles por la noche. El propósito del discurso era revertir la caída en la aprobación pública de Trump por su gestión de la economía. También abordaré un tema un poco más complejo: el seguro médico y la total incapacidad de Trump y de los republicanos en general para abordar las preocupaciones públicas sobre la asequibilidad de la atención médica.

Parafraseando a Thomas Hobbes, el discurso de Trump fue desagradable, brutal, pero, afortunadamente, breve. Al parecer, fue breve porque las cadenas le dijeron que solo le darían 15 minutos (aunque no lo cortaron cuando se excedió). Fue un torrente de mentiras. No encuentro ni una sola afirmación veraz de Trump.

Tantas mentiras, tan poco tiempo, y tan poca paciencia por parte del lector. Sin embargo, los principales medios de comunicación están haciendo un buen trabajo de verificación de datos, así que no les voy a dar otra lista de sus mentiras.

Sin embargo, una alucinación que destacaré —en este caso digo "alucinación" en lugar de mentira, porque Trump, rodeado de aduladores, podría creerla— es su persistente afirmación de que el mundo despreciaba la economía estadounidense hace un año y ahora admira sus logros. Del discurso :

Hace un año, nuestro país estaba muerto. Estábamos completamente muertos. Nuestro país estaba a punto de fracasar. Fracasar por completo. Ahora somos el país más caluroso del mundo. Y eso lo dicen todos los líderes con los que he hablado en los últimos cinco meses.

¿Qué decía realmente el mundo sobre Estados Unidos hace un año? Según The Economist , en octubre de 2024: Una persona en un monociclo con una bandera frente a una multitud de personas. El contenido generado por IA puede ser incorrecto. Además, la verdad no fue lo único que faltó por completo en la diatriba de Trump. También faltó algo parecido a una política real para abordar las preocupaciones sobre la asequibilidad.

Cabe destacar que, al afirmar falsamente que los precios generales están bajando, los precios específicos que Trump destacó (con cifras falsas) fueron los de los pavos, los huevos y la gasolina; precios sobre los cuales la política tiene muy poca influencia. Los precios de los huevos, por ejemplo, fluctúan enormemente con el tiempo, no por las acciones del gobierno, sino por las fluctuaciones de la gripe aviar. Y, por cierto, la administración Trump ha cancelado un proyecto de investigación que desarrollaba una vacuna contra la gripe aviar .

La atención médica, en cambio, es un área donde las políticas tienen un gran impacto en la asequibilidad. También es un área en la que Trump dijo disparates.

Esto es lo que debe saber: La Ley de Atención Médica Asequible, también conocida como Obamacare, ofrece a los estadounidenses que no tienen cobertura de Medicare, Medicaid ni a través de sus empleadores la posibilidad de adquirir cobertura de seguro con aseguradoras privadas, y el gobierno federal subsidia las primas de la mayoría de los afiliados. Sin embargo, los subsidios mejorados implementados bajo la administración Biden expirarán el 1 de enero de 2026, lo que provocará un aumento considerable de costos para muchas familias.

Los costos se dispararán por dos razones. Existe el efecto directo de la pérdida de subsidios. Pero también hay un efecto indirecto, ya que la pérdida de subsidios llevará a millones de personas a cancelar su cobertura, y quienes la cancelen estarán, en promedio, más sanos que quienes no lo hagan, lo que agravará el riesgo. Las aseguradoras, anticipándose a este efecto, ya han aumentado drásticamente las primas.

Los gráficos de KFF muestran los efectos en algunas parejas representativas. Más de 20 millones se verían afectados, pero los más afectados serían los estadounidenses mayores, con ingresos moderadamente acomodados, cuyos ingresos apenas superan el límite para seguir teniendo derecho a los subsidios. Por ejemplo, una pareja de 60 años con ingresos de $85,000 se enfrentaría a un aumento de la prima equivalente a más de una cuarta parte de sus ingresos antes de impuestos.

¿Qué debería hacer la administración Trump? Aquí está Trump: También me enfrento a las gigantescas compañías de seguros médicos que se han enriquecido con miles de millones de dólares que deberían ir directamente a la gente. El dinero debería ir a la gente. Es decir, a ustedes, para que puedan comprar su propio seguro médico, que les ofrecerá beneficios mucho mejores a precios mucho más bajos.

Trump dice que reemplazará el sistema actual, en el que la gente compra su propio seguro médico con subsidios del gobierno, por un sistema en el que el gobierno da dinero a la gente para que lo use. ¿En qué se diferencia?

De hecho, no es diferente, salvo por un detalle devastador: los republicanos en el Congreso nunca aprobarán subsidios suficientes para que el seguro médico sea asequible. Dado que el plan republicano sería mucho más tacaño que el actual, millones de personas se verán obligadas a cancelar su seguro. Y, como dije, dado que son los más jóvenes y relativamente más saludables los que cancelarán su cobertura, quienes la mantengan serán mayores y estarán más enfermos. Y ya saben lo que pasa después: las primas suben aún más. No es de extrañar que cuatro congresistas republicanos en distritos morados desafiaran a Mike Johnson y votaran a favor de extender los subsidios del Obamacare.

¿Qué debemos pensar entonces del discurso de Trump? Muchos comentaristas lo describen como un discurso sin importancia , porque es improbable que tenga un impacto político. (PD: El precio de los discursos sin importancia ha subido un 18 % desde que Trump asumió el cargo).

Permítanme comentar algo sobre el último informe sobre precios al consumidor, que mostró una inflación menor a la esperada. La opinión general entre los economistas que sigo es que este informe se vio gravemente distorsionado por los efectos del cierre gubernamental, aunque desconocemos en qué medida. Por ahora, lo más probable es que la inflación preocupante, y con ella la preocupación pública por la asequibilidad, persista.

Pero dejando de lado la política a corto plazo, el discurso reveló algo importante: Trump no tiene ni idea de cómo gobernar. Ante la adversidad, es incapaz de proponer políticas para mejorar la situación. Lo único que puede hacer es seguir engañando al público y afirmar que todo está bien, mientras difama a sus oponentes.

Fue un discurso breve, pero presagia unos próximos tres años muy largos para el ciudadano común. Y para los republicanos del Congreso, presagia un noviembre de 2026 muy feo.













DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY LUNES, 22 DE DICIEMBRE DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 22 de diciembre de 2025. Terminar las guerras concediendo al más fuerte todo el botín y la impunidad absoluta solo abre la puerta a nuevas violencias y venganzas, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora y filóloga Irene Vallejo. En la segunda, un archivo del blog del 22 de diciembre de 2024, la escritora Ana Iris Simón comentaba que su hijo mayor acababa de tener su primera duda teológica. El poema del día de hoy, en la tercera es un texto en prosa, poética, del autor teatral Natalio Grueso, se titula Cuento de Navidad: El poeta maldito de Coayacán, y comienza así: Y por fin sucedió. Yo sabía que tarde o temprano acabaría pasando, que era sólo cuestión de tiempo. Estaba preparado para todo, para aceptar que fuese un mendigo ilustrado, una dama de alcurnia arruinada o algún estudiante sin posibles. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt













DE LA DESVENTURA DE LOS VENCIDOS

 







Terminar las guerras concediendo al más fuerte todo el botín y la impunidad absoluta solo abre la puerta a nuevas violencias y venganzas, comenta en El País (14/12/2025), la escritora y filóloga Irene Vallejo. La paz a la fuerza es la última incorporación a nuestro repertorio de paradojas cotidianas, comienza diciendo. La convivencia se cimenta en la violencia; los nuevos paraísos, sobre los escombros de la destrucción. El abuso y el absurdo del poderoso se aplauden, sin tapujos ni disimulos, como logros diplomáticos. Quien está en posición de debilidad solo tiene la libertad de capitular. La clave de la negociación es halagar al líder, árbitro arbitrario que forja pactos para hacer negocios y colocar una medalla más en su pecho tintineante. La humanidad, tras un breve paréntesis de fe en una imperfecta comunidad internacional, regresa a las viejas costumbres del dominio arrollador de las grandes potencias.

Ciertos gobernantes adornan su afán pacificador con humillaciones públicas, amenazas a los más débiles, agasajos entre líderes autoritarios y declaraciones propias de villanos cinematográficos. Como en una timba de tahúres, recriminan al atacado porque tiene malas cartas. Estos nuevos políticos, tan antiguos, deciden un futuro que tendrá que gustarles a los países invadidos: en boca cerrada no entran bombas. Para ellos —tan defensores de la ley y el orden—, la devastación de ciudades, la destrucción de hospitales, los niños asesinados o los periodistas incómodos descuartizados son, simplemente, cosas que pasan.

En su ensayo Lo llamaron paz, Lauren Benton investiga un patrón habitual en los conflictos bélicos: después de los armisticios y las aclamaciones, suelen continuar las agresiones, amparadas en frases sonoras pero nebulosas, como “derecho a la autodefensa”, “ataques preventivos”, “objetivos estratégicos” y “operaciones especiales”. Los antiguos romanos fueron tal vez los primeros en utilizar el eslogan de la Pax Romana para justificar sus abusos imperiales. Desde entonces, “pacificar” un territorio ha significado con frecuencia conquistarlo. El historiador Tácito dejó constancia de las críticas a la expansión de una Roma soberbia, codiciosa y despótica. Lo hizo a través de las palabras de Calgaco, jefe de las tribus caledonias, en la actual Escocia: “A la rapiña, el asesinato y el robo llaman los romanos por mal nombre gobernar; y donde crean un desierto, lo llaman paz”.

Una máxima latina advierte: Vae victis! –¡ay de los vencidos!–. Cuando el ganador posee poder suficiente para aplastar, no existe la compasión: los derrotados sufren todas las injusticias. Los romanos alcanzaban acuerdos con quienes aceptaban su dominación sin rechistar, pero cuando encontraban resistencia eran despiadados. En Numancia o Cartago dejaron huellas milenarias de su crueldad. Después de derrotar a los cartagineses en las dos primeras guerras púnicas, Roma provocó con pretextos una tercera para acabar la tarea y destruirlos por completo. Incendiaron la ciudad, masacraron a la mayoría de la población y vendieron como esclavos al resto. Se dijo que sembraron la tierra con sal para que nada volviera a crecer en el solar de su victoria. La paz del páramo, como denunciaba Calgaco.

Ya desde tiempo de los romanos, el ideal de los imperios camina sobre el filo —de una espada—. Por un lado, les gusta presentarse como adalides de las leyes y civilización —bárbaros y eje del mal, ya lo sabemos, son los demás—. Por otra parte, imponen la lógica de la fuerza desnuda y la paz a palos. Frente a la metrópoli invasora, que se exhibe como benefactora, surgen siempre voces indignadas que desenmascaran las contradicciones chirriantes, los abismos entre la justificación moral y la verdadera conducta. En esas rebeldías tempranas brota el germen del derecho internacional. Avergonzado ante la crueldad de las huestes romanas, Séneca escribió: “Los homicidios individuales los castigamos, pero ¿qué decir de las guerras y del glorioso delito de arrasar pueblos enteros? Elogiamos hechos que se pagarían con la pena de muerte porque los comete quien porta insignias de general”.

El desembarco español en América, rápidamente convertido en sueño de conquista, alumbró una de las más tempranas ―si no la primera— defensa pública de los derechos humanos. En 1510 llegaron a Santo Domingo, sede del Virreinato, los primeros frailes dominicos. Alojados en una choza pequeña, vivían en extrema pobreza. Fray Antonio de Montesinos, graduado en oratoria por la Universidad de Salamanca y fogoso predicador, pronunció el 21 de diciembre de 1511 su célebre sermón de Adviento: “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades en que, de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? (…) ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”. Allí se encontraba Bartolomé de las Casas, un encomendero que, como después admitió, trataba injustamente a los taínos. Conmovido por la recriminación, se convirtió en testigo comprometido y defensor de la causa. En su Historia de las Indias, recogió aquellas encendidas palabras de Montesinos.

La guarnición española reaccionó con furia. Sin embargo, el domingo siguiente los frailes no solo no se retractaron, sino que añadieron nuevos cargos contra las autoridades, negándoles la absolución mientras no enmendaran su conducta. El virrey Diego Colón se apresuró a enviar una queja a la Corte. Fray Antonio de Montesinos fue llamado a España a rendir cuentas. Un memorial escrito en 1516, probablemente por el cardenal Cisneros, atestigua su persistencia en denunciar y sus exigencias alarmantes acerca del oro: “Un Fray Antonio, dominico, hizo un sermón en la ciudad de Santo Domingo en que dijo que los indios no los podían poseer ni servirse dellos, e que todo el oro que con ellos habían ganado e sacado, lo habían de restituir”. Los frailes obtuvieron una cierta victoria legal: las Leyes de Burgos de 1512, el primer código de ordenanzas para proteger a los pueblos originarios y limitar las demandas de los colonizadores. Pero el oro, claro, nunca se devolvió —esas, en cambio, son cosas que no pasan— y, en la práctica, los abusos continuaron. En 1540 Antonio de Montesinos fue asesinado en la Provincia de Venezuela por un oficial debido a su firme oposición a la explotación de los indígenas. El sermón de Adviento, como el de la Montaña, demuestran que la ley del más fuerte siempre tuvo insubordinados.

Líderes iracundos nos aseguran que vamos a la guerra para hacer del mundo un lugar más seguro, nos hacen creer que las armas abrirán paso a la democracia, nos aleccionan para imponer la paz sin escatimar violencia. En tono condescendiente, invitan a los agredidos a callar y claudicar: vae victis. Sin embargo, “paz” y “pacto” son palabras que comparten raíz y sentido; sin la coherencia de los hechos, no sobreviven los derechos. Terminar las guerras humillando a los derrotados y concediendo al más fuerte todo el botín en la bandeja dorada de la impunidad absoluta solo empedrará el camino hacia nuevas violencias y venganzas. ¿Seguimos en ese sueño tan letárgico dormidos? Cuando los vencedores imponen las condiciones más letales en vez de las legales, nadie está a salvo. Vivir en esa clase de mundo seguro es muy peligroso.