jueves, 29 de mayo de 2025

DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY JUEVES, 29 DE MAYO DE 2025

 




































miércoles, 28 de mayo de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 28 DE MAYO DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 28 de mayo de 2025. La inmensa mayoría de la materia viva bulle en el mar y bajo nuestros zapatos sin que le prestemos atención, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el divulgador científico Javier Sampedro. La segunda es un archivo del blog de septiembre de 2019 en el que el filósofo José Sánchez Tortosa afirmaba que las tecnologías en el campo educativo deberían aplicarse sin olvidar, sino reforzando, numerosos hábitos de estudio desterrados por "superados y represivos", como la escritura, la memoria, la capacidad de comprensión y la reflexión. El poema del día, en la tercera, se titula Son tantas las forma del amor, está escrito por la poetisa ecuatoriana María Auxiliadora Balladares, y comienza con estos versos: Son tantas las formas del amor/Tendríamos que tomarlo en nuestras manos/Y entender cómo cambia/Y observar cómo/Ya en nuestras manos/Nos vuelve otros. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












DE LA VIDA QUE BULLE Y NO VEMOS

 







La inmensa mayoría de la materia viva bulle en el mar y bajo nuestros zapatos sin que le prestemos atención, comenta en El País [¡Salvad a los microbios!, 24/05/2025] el divulgador científico Javier Sampedro. Los aficionados al campo, comienza diciendo Sampedro,ese lugar donde los pollos se pasean crudos, como dijo el poeta, tienden a olvidar que la peste, la tuberculosis y el sida son también obra de la madre naturaleza. Y a los conservacionistas, por tanto, ni se les ocurre incluir a los microbios en su lista de especies amenazadas. Pero las bacterias y los virus llevan en la Tierra más tiempo que ningún otro ser vivo, y todos nosotros —las adelfas, los jaguares y las personas— provenimos de ellos en línea directa. Los ciclos del carbono, el nitrógeno y el oxígeno, en los que se basa la vida en el planeta, dependen por entero de los microbios. A la Tierra le da igual que desaparezca el oso panda o el ser humano, pero sin bacterias y virus esto no funcionaría en absoluto.

Un grupo de conservacionistas, no muy grande por el momento, está intentando convencer a sus colegas de que hay microbios que deben considerarse especies amenazadas. Los activistas celebran esta semana una reunión en el Instituto Oceanográfico Scripps, de la Universidad de California en San Diego, donde reivindican a los olvidados del mundo microbiano: las bacterias, arqueas, protistas, hongos unicelulares y virus que nos dan el aire que respiramos, digieren los alimentos en nuestras tripas, fabrican el pan y la cerveza, fijan el nitrógeno de nuestros cultivos y nos permiten entender la biología en sus niveles más fundamentales.

Escribe un 1 y ponle 31 ceros detrás. Ese es el número de microbios en la Tierra. Casi todos han pasado inadvertidos hasta hace poco porque no crecen en cultivo, pero ya no hace falta que lo hagan: basta sacar un cubo de agua del mar y secuenciar todo el ADN que salga de ahí. Así se descubren cada día miles de especies de bacterias y virus que hasta ahora habían pasado por debajo del radar de los microbiólogos. En esas ristras de letras genéticas a, g, t, c se esconden secretos profundos de la vida actual y su pasado remoto, ventanas de conocimiento que nunca habíamos tenido oportunidad de abrir, soplos de aire fresco para un nuevo amanecer del entendimiento.

En Cuatro Ciénagas, en el estado mexicano de Coahuila, una bacteria llamada Bacillus coahuilensis es capaz de sintetizar sulfolípidos. Explicaré esto. Cualquier bacteria, como cualquiera de nuestras células, está rodeada de una membrana hecha de fosfolípidos, unas moléculas largas de grasa (lípidos) que llevan un átomo de fósforo en un extremo (fosfo). Pero ‘Bacillus coahuilensis’ se ha saltado esa norma y, por alguna razón, utiliza azufre (sulfo) en vez de fósforo. La razón, sospechan los científicos, es que la bacteria ha evolucionado en un ambiente donde el fósforo escasea, como tal vez ocurría en la Tierra primitiva. Lo más interesante es que Bacillus coahuilensis se está ramificando en varios linajes que muestran nuevas formas de metabolizar el azufre y el fósforo. Es un asiento de primera fila para contemplar el drama de la evolución en pleno segundo acto.

Todo eso desaparecerá como lágrimas bajo la lluvia si Bacillus coahuilensis se extingue. Y esta bacteria prodigiosa está amenazada. Los micro-conservacionistas presentarán sus ideas en el Congreso Mundial de Conservación que se celebrará en octubre en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos. De momento solo cuentan con 100.000 dólares de la Fundación Gordon y Betty Moore, lo que quizá resulte insuficiente para salvar el mundo. Bruce Willis cobraba más por hacer lo mismo.

Lo que vemos captura nuestra atención, pero lo más importante suele ser lo que no vemos. El 95% del universo es materia oscura y energía oscura, y nos pasamos el día preocupados por el otro 5% al que pertenecemos. De modo similar, la inmensa mayoría de la materia viva bulle en el mar y bajo nuestros zapatos sin que le prestemos la menor atención. Error. Javier Sampedro en genetista.














[ARCHIVO DEL BLOG] EL OASIS CONTAMINADO DE LA EDUCACIÓN. PUBLICADO EL 18/09/2019










Las tecnologías en el campo educativo, afirma el filósofo José Sánchez Tortosa, deben aplicarse sin olvidar, sino reforzando, numerosos hábitos de estudio desterrados por "superados y represivos", como la escritura, la memoria, la capacidad de comprensión y la reflexión. Bien pudiera ser que, comienza diciendo, más allá de las circunstancias biográficas del Sócrates histórico, su figura paradójica desempeñara un papel literario crucial en la obra de su discípulo. Eso habría permitido a Platón jugar con varios Sócrates (efebo, adulto, anciano y en el trance de morir) y desvelar, a su través, los matices de cuestiones teóricas cuyo eco es valioso para clarificar problemas actuales. Una de ellas es la del papel de las tecnologías en la enseñanza, como artesanía institucional capaz de garantizar la continuidad y desarrollo de saberes propios de sociedades civilizadas. Entre ellas, hay un artificio peculiar, que compromete la noción de verdad: la escritura. En Fedro, Sócrates alerta sobre el riesgo, acaso inexorable, de que la escritura acabe siendo la muerte del pensamiento, cuyo soporte es la memoria (anámnesis), superflua en adelante gracias a esa técnica. La soberbia pretensión de fijar lo verdadero en piedra, tablilla, papel ("el periódico de hoy envuelve el pescado de mañana"), disco de computadora o nube puede llevar al fetichismo de la palabra escrita, a reducir el pensamiento, vivo y en incansable tensión, en algo yerto, rígido, inerte, mera repetición. Y, sobre todo, producir en los jóvenes la renuncia a pensar, es decir, a recordar, fiándolo todo al soporte tecnológico, que pensará por ellos. Hoy Google, Wikipedia y, en general, el conjunto de datos accesibles en red, son usados como pretexto contra una presunta enseñanza memorística que, sin embargo, es la única posible, pues aprender es reconocer (recordar) semejanzas y diferencias según criterios comunes, que preceden al individuo, y lo desbordan. La amnesia cacofónica de las televisiones y el vértigo instantáneo de las redes sociales constituyen la exasperación de los temores socráticos.
Pero ¿es que ha de quedar la escuela de espaldas al mundo? La respuesta más tentadora y obvia parece ser negativa. ¿Qué buen demócrata progresista defendería una escuela ajena a los problemas de la sociedad de su tiempo? Sin embargo, como suele suceder con las convicciones acuciantes que no consienten la paciencia del análisis, puede quedar oculto algo esencial. La enseñanza académica es la preparación para la comprensión de realidades complejas y su administración, manipulación y modificación en determinados ámbitos. Si el mundo es ruido y furia, estupidez y ceguera, la escuela tiene la obligación de defender a los estudiantes de esa realidad a la que, sin ella, estarían condenados. Dejar que la brutalidad caótica de lo mundano contamine los procesos de aprendizaje es delito de alta traición a ese oasis de conocimiento y estudio que un aula habría de ser y que, en la mayoría de los casos, ya apenas es. Esa exigencia de una escuela abierta al mundo reclama introducir indiscriminadamente las redes sociales en las aulas de enseñanza primaria y secundaria. Y, en este punto, los catecismos de la pedagogía dominante recurren a los tópicos habituales, deslumbrantes en su falsa novedad, pero vacíos y envejecidos en el acto mismo de ser enunciados. Uno de ellos es beligerantemente antisocrático: la memoria es innecesaria para aprender; los contenidos están en la Red. Y se remata, como no podrá sorprender a estas alturas, con el correspondiente anglicismo. El e-learning condensa mitos recurrentes a los cuales los adalides de las redes sociales en la educación se aferran (o venden): aprendizaje colaborativo (horizontalidad) y socialización, fomento de la creatividad, aprender haciendo, búsqueda de información no aburrida, enseñanza basada en los intereses del alumno (constructivismo), autoaprendizaje, romper con la enseñanza unidireccional... Se dice, además, que los alumnos actuales son nativos digitales por lo que la educación ha de hablar su lenguaje y formar en la llamada competencia digital.
De modo que el maestro resulta obsoleto, fósil arcaico y extranjero digital que ha de convertirse (reciclarse) en simple facilitador de las herramientas que los púberes (todos ellos Leonardos o Mozarts reprimidos) usarán para su despliegue liberador. Se dice desde hace tiempo que se avecina un nuevo paradigma en el cual el profesor ya no es el único poseedor del conocimiento, que está al alcance de todos en la red. El reclamo de la innovación educativa se alimenta de la eficacia publicitaria de las nuevas tecnologías y las redes sociales y de su vacuo formalismo, pues los contenidos científicos y académicos, de los cuales depende que aquello que se conecta sea provechoso, estéril o pernicioso para el aprendizaje, quedan confinados en la irrelevancia. Cómo aprender es la clave, sin importar qué, dice el dogma. Destrezas, competencias y procedimientos son lo decisivo, pues los contenidos, datos, referencias, hechos, conceptos están a disposición del usuario y consumidor, que no es ya propiamente alumno. Y, de modo tan eficaz y atractivo, se perpetúa la ignorancia e incompetencia de los sujetos con menos respaldo familiar, económico y cultural, más expuestos a las luces de neón de la pseudofelicidad barata de los dispositivos electrónicos y las aplicaciones de consumo inmediato, desarmados ante las exigencias del mundo real. Tal política educativa no implica darles la oportunidad de usar las nuevas tecnologías para su provecho. Supone, por el contrario, arrebatarles la tradición, sin la cual, a partir de ella y en contra de ella, no es posible el conocimiento y, por tanto, un mínimo de independencia personal.
Las redes sociales son herramientas. Ofrecen posibilidades de estudio e investigación de enorme potencia, abolidos técnica y virtualmente los obstáculos de espacio y tiempo. Y, a la vez, genera la tentación de enviar al mundo virtual la verbalización de sentimientos, creencias y opiniones propias, sin reflexión sosegada y disciplinada, donde no hay margen para el conocimiento. 
Cuando los principios de la lógica y del rigor científico y filosófico están asentados y la autoridad del magisterio reconocida y aceptada, esas tecnologías enriquecen e impulsan el aprendizaje y la divulgación del saber. Cuando esos principios fallan o son débiles y están expuestos a las nieblas de lo ideológico y lo moral, trasuntos de lo teológico, avivan la sacralidad de la opinión indiscriminada, una suerte de doxolatría (lo que Lucien Morin llama opinionitis), y refuerzan, en lugar de poner en cuestión, los prejuicios, en un ruidosa convulsión de narcisismo infantil. Los sesgos cognitivos, que sólo pueden ser advertidos gracias a una implacable autocrítica, para la cual casi nadie tiene tiempo ni fuerzas, hallan en las redes su celebración más desvergonzada. Lo banal se exhibe sin rubor en cuentas, perfiles y muros. La fiesta de la ignorancia encuentra su sede en ese magma indiferenciado y estrepitoso que venera las ocurrencias más solemnes de los adolescentes de todas las edades.
Sería posible un uso de las nuevas tecnologías al servicio de un aprendizaje que arrastre procedimientos clásicos y afiance los rudimentos atemporales que capacitan para aprender si la escuela pública gozara de una firmeza institucional enfocada al conocimiento científico, académico y técnico y estuviera limpio de interferencias ideológicas y contaminaciones pseudocientíficas. La omnipresencia de las nuevas tecnologías es, precisamente, la que hace urgente reforzar esos rudimentos de estudio tenidos en ciertos ambientes por superados y represivos: hábitos de trabajo, repetición regulada, entrenamiento del razonamiento por medio de la atención y la discusión, por medio de la redacción y de la lectura, investigación sistemática.
La seca realidad, impermeable a la espectacularidad de los montajes audiovisuales, es que no hay enseñanza sin lectura. Y es la lectura, con todo lo que ello implica, la que está en peligro de extinción cuando desde la escuela misma se exime de ella a los estudiantes. ¿Para qué dedicar tiempo y esfuerzo en leer La Odisea, La Divina Comedia o Don Quijote si hay resúmenes, adaptaciones o tutoriales en Youtube que pueden hacerlo por uno? La escuela ya no enriquece en conocimientos a los que no tienen otros medios para prosperar. Se les priva de acceder a las cimas de la inteligencia y de la belleza. Se les debilita felizmente. Sin sintaxis, sin ortografía, sin disciplinados hábitos repetitivos, pacientes, rutinarios, que permitan la comprensión de lo leído, es imposible no ser presa fácil de las distorsiones de los medios y de la vanidosa tentación de tener demasiada fe en uno mismo.
Absorbido por el uso trivial de los dispositivos móviles, el tiempo de mucho estudiantes y jóvenes se encoge y se acaba disipando en la nada no porque la vida sea breve, sino porque, como Séneca formula, la hacemos breve nosotros acelerando su ritmo a base de dar valor a lo más insignificante y efímero. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, CASA DEL [DES]ALIENTO, DE ROCÍO ÁGREDA

 






CASA DEL [DES]ALIENTO




La pequeña casa que construiremos

ya no existe

la poesía china y el canto de los pájaros

el harapiento deseo

el día la noche

la escritura la d e s escritura

la obra la d e s o b r a

la noche infinita

pienso en tus manos y

en vengar una línea de Sherwood Anderson

lo antes posible.

pienso en tu boca

nunca se es tan valiente como para abandonar esta casa diminuta

donde tus palabras son pequeñísimas jaulas de oro

para las niñas polinizadas por una imagen

por una forma paradójica

del abandono

estoy seducida

estoy ciega

vivo solo por [a través de] un encantamiento

sí. también hay crimen en la poesía.




ROCÍO ÁGREDA (1981)

poetisa boliviana












DE LAS VIÑETAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 28 DE MAYO DE 2025

 






























martes, 27 de mayo de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MARTES, 27 DE MAYO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 27 de mayo de 2025. Sin poder real, el papa Francisco y José Mujica eran el reverso de la ruidosa hiperpolítica digital, y cuando hablaban parecían estar escuchando, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Santiago Alba. El roce y el contacto son parte esencial de nuestra cultura latina, afirma en la segunda de hoy, un archivo del blog del 4 de junio de 2020, la escritora Irene Vallejo, y por eso, dice, necesitamos espacios de encuentro. El poema del día, en la tercera, se titula Emily Dickinson, está escrito por la poetisa colombiana María Gómez Lara, y comienza con estos versos: Nací el mismo día que Emily Dickinson/casi dos siglos después/y las cosas han cambiado un poco/desde entonces. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












DOS VIEJITOS EJEMPLARES

 








Sin poder real, el papa Francisco y José Mujica eran el reverso de la ruidosa hiperpolítica digital, y cuando hablaban parecían estar escuchando, comenta en El País [Viejos que mueren en plena juventud, 20/05/2025] el escritor Santiago Alba. Cuando decimos que no es la naturaleza sino la historia o la cultura la que determinan nuestras vidas, comienza diciendo Alba, creemos trasladarnos así del reino del determinismo biológico al de la libertad humana. Ahora bien, mucho me temo que la cultura y la historia dejan hoy a los individuos menos libertad que la naturaleza, de la que escapamos continuamente por distintas vías: tecnológicas, médicas, sociales, artísticas. Es más fácil, quiero decir, cambiar de sexo que de clase social, cambiar de nombre que de lengua, retrasar la muerte que aumentar las pensiones. Es más fácil huir de la enfermedad que de la propia época. Es más fácil también volar y hacerse un trasplante de riñón que apagar el ordenador o salirse de las redes. Aún más: si el Antropoceno representa la victoria total de la cultura sobre la naturaleza, resulta que hoy es más fácil para los humanos cambiar el clima que transformar las condiciones históricas en las que los humanos destruyen sin cesar, mediante gestos honestos y pequeños, el medio ambiente.

Treinta años después de la proclamación del fin de la Historia, nos sentimos más atrapados que nunca en su lazo, como lo demuestra el creciente deseo, frente a ella, de retornar a una naturaleza que nuestra propia nostalgia confirma como otro producto humano igualmente asfixiante. Hay pocas ideas tan opresivas, en efecto, como la sospecha fundada de que las danas y los incendios y los virus son también obra nuestra (o de una naturaleza que hemos hurgado hasta el emborronamiento). ¡Con lo liberadora que era una salvaje tormenta antigua, el viejo huracán que llegaba soplando del Pleistoceno! En este sentido, el genocidio de Gaza nos proporciona varias imágenes terribles: es al mismo tiempo un crimen, una tragedia y una metáfora; los 360 kilómetros cuadrados de la Franja, con sus dos millones de habitantes encerrados en su interior sin escapatoria posible y bombardeados día y noche desde el aire, escenifican la claustrofobia de una Humanidad que, con más o menos ventajas y más o menos sufrimiento, según la clase social y el territorio, siente que no puede huir ya fuera de la Historia, pero tampoco transformarla para hacerla de nuevo —o por fin— habitable.

Parafraseando a Castelar, podríamos decir que la Historia ha cansado a los humanos. Hay demasiada Historia y demasiada poca vida en nuestras vidas, lo que, en un contexto de sobrestimulación tecnológica, se traduce, como sugiere Sánchez Cuenca, en una profunda desconfianza hacia cualquier forma de intermediación institucional e intelectual; conduce a una despolitización colectiva acompañada de la más febril hiperpolitización digital y de la más salvaje polarización de los afectos: vivimos “un frenesí impotente” en el que “la sociedad se nos presenta como una acumulación sin fin de casos Dreyfus”, según la feliz expresión de Xan López en su indispensable El fin de la paciencia.

En este contexto de saturación histórica y despolitización colectiva, han muerto dos ancianos, uno argentino, otro uruguayo; uno jesuita experonista, otro socialista exguerrillero; uno se llamaba al principio Jorge y al final Francisco; el otro al principio Facundo y al final Pepe. Dos viejitos estrictamente coetáneos, nacido uno en 1936, el otro en 1935, muertos con 22 días de diferencia, a los que el siglo XX había separado y el siglo XXI unió de forma inesperada. ¿Qué tenían en común? ¿Por qué su muerte ha despertado este fervor de admiración general? ¿Por qué a las izquierdas un viejo cura conservador nos resultaba tan cercano? ¿Por qué incluso la revista Telva ha elogiado, por su parte, la sabiduría vital de un rebelde uruguayo que en su juventud robaba bancos?

Apunto dos conjeturas. La primera es que ninguno de los dos tenía ningún poder real para cambiar directamente las cosas. Mujica había sido presidente de un país de juguete durante cinco años, entre 2010 y 2015, y su militancia política se limitaba a la emisión de frases hermosas y certeras (cuando le preguntaban) y a la exhibición humilde de una dignidad contagiosa y sin pretensiones. Francisco, por su parte, presidía, es cierto, la institución más antigua del mundo, pero cuya eficacia mundana reside en el puro discurso, que Bergoglio usaba no sólo al margen, sino contra el clericalismo hipócrita y sotanil de la Iglesia. En un mundo cansado de la Historia y de la intermediación institucional, los dos se movían en la misma línea horizontal que la ultraderecha tuitera que zapa la democracia global. Sin poder y en medio de la ruidosa hiperpolítica digital, constituían, sin embargo, su reverso. Ocupaban la misma cúspide de visibilidad que las grandes estrellas de la música o del balón, las cuales mantienen relaciones directas con sus seguidores, sin mediaciones políticas, pero la ocupaban de tal manera que, cuando hablaban, no parecían estar hablando, sino escuchando. La palabra que es escuchada porque parece escucharnos es lo que llamamos “autoridad”, la cosa más rara del mundo y, en realidad, cuando ocurre, la más eficaz: una jerarquía que no emana del poder ni de la fuerza ni del dinero sino de la palabra misma.

La otra conjetura atañe a este carisma dicursivo en un contexto cansado de intermediarios. Quiero decir que las palabras de Francisco y Pepe contenían una fuerza movilizadora que ya solo atribuimos a las imágenes. En un atinadísimo artículo, el bloguero Curb decía de Mujica lo que cabe decir también de Bergoglio: “Lo que emocionaba es que no hablaba de un programa electoral, ni de una reivindicación particular, ni siquiera de un derecho conquistado. Hablaba de una causa. Una causa por la que vivir. Hablaba de la necesidad de fundar otra vida, otra cultura y otra civilización que nos permitiera estar menos solos, menos presos del mercado, más dueños de nosotros, más felices en común”. Podría decirse que dos hombres viejos han reintroducido la vieja consigna del “hombre nuevo”, que en realidad solo triunfó a finales del siglo XX, tras la derrota del socialismo, con la destructiva mutación antropológica del neoliberalismo. El “hombre nuevo” de Francisco y Mujica, dos ancianitos conservadores, pregonaba el retorno, en realidad, de un “hombre antiguo”, más antiguo que Marx, hecho con retales semivictoriosos de luchas seculares: la igualdad, la fraternidad, la compasión, la felicidad sostenible. ¿Qué causa es ésa? La causa, si se quiere, de la sociedad contra la Historia; esa sociedad que, según Margaret Thatcher, no existía y que la ultraderecha quiere llenar de nuevo de falsa biología, autenticidad natural e identidad excluyente.

En vísperas de las decisivas elecciones rumanas, el escritor Iulan Bocai recordaba que el problema de Rumania no es que no funcionen los trenes o la sanidad; no es que no haya Estado sino que no hay ya sociedad. Y advertía contra “la retórica de la salvación y del cambio radical” y contra la incapacidad “de imaginar un futuro político si no es en clave excepcional, como algo que debe surgir de una ruptura total, es decir, precisamente como una imposibilidad”. La izquierda debería tener mucho cuidado para no contagiarse del juego de la ultraderecha retóricamente rupturista. A una población cansada de la Historia no se le puede ofrecer más y más Historia; no se le puede ofrecer la reproducción de una contienda histórica solo funcional al trumpismo español. La ruptura total es imposible y, por eso mismo, no deseable. En España, donde la sociedad aún existe, y además tenemos (por ahora) trenes y sanidad, hay que recordar que la supervivencia de las instituciones democráticas depende del deseo social de conservarlas; y que ese deseo no se alimenta solo de medidas económicas. Escuchemos a los dos viejitos muertos mientras sigan vivos y jóvenes.






 















[ARCHIVO DEL BLOG] ROZARSE. PUBLICADO EL 04/06/2020











El roce y el contacto son parte esencial de nuestra cultura latina, afirma en el A vuelapluma de hoy [De vidrio y piel. El País Semanal, 24/5/2020] la escritora Irene Vallejo, por eso necesitamos espacios de encuentro. "Fue allí, -comienza diciendo Vallejo- en aquel invernadero de niños, rodeada de incubadoras, donde descubriste el poder curativo del contacto. Sobre el calor del pecho, piel con piel, protegidos como crías de canguro, florecían los minúsculos bebés. Tu hijo estaba inmóvil, sedado, atado a un respirador, cuando la enfermera te animó a tocarlo. Siguiendo sus indicaciones, te inclinaste para posar una mano en la piel blanda del cráneo, donde bullían sus sueños, y con la otra mano envolviste las plantas de los pies, donde dormían sus futuros pasos. Soportaste esa posición hasta sentir calambres en los brazos, abarcando su cuerpo y su breve estatura. Pronto ese ritual se convirtió en el mejor momento del día, y vuestra calma se comunicaba al pulsioxímetro, que durante esa media hora no desaturaba. La pantalla azul del monitor trazaba una tranquila cordillera dentada, mientras el latido cardiaco decía sí, sí, sí.
En el hospital te enseñaron que tocar alivia el dolor y reduce la ansiedad. Ahora, bajo el azote de la pandemia, la proximidad nos pone en peligro. El licenciado Vidriera, de Cervantes, narra la fantasiosa historia de un joven estudiante de Salamanca que sufre unas repentinas y gravísimas fiebres. Un día se levanta de la cama, demacrado y frágil, convencido de que su cuerpo ya no es de carne, sino de vidrio. Con terror, suplica a extraños y amigos que no se acerquen, el mínimo roce podría quebrarlo. Se acostumbra a dormir enterrado hasta la garganta en pajares de mesones, rechaza temeroso los abrazos, come lo que le acercan con la punta de una vara y solo admite hablar desde lejos.
El miedo dibuja fronteras invisibles. En el parque, mientras perseguías palomas con tu hijo, jugabas a medir la distancia precisa, justo antes de que la bandada huyera volando. Ahora te descubres, como ave recelosa, calculando minuciosamente la distancia entre los cuerpos. En la calle, en el mercado, en la librería, te mueves procurando respetar balizas y cuadrículas que definen tu camino como las casillas de una rayuela. Y al hacerlo te sientes extraña y ridícula: no tocarnos nos trastoca.
Hace siglos que aprendimos el lenguaje de la piel. En lápidas y cerámicas griegas aparece ya representado el apretón de manos. Nació como un símbolo de paz: al extender el brazo para estrechar una mano, desvelas que no empuñas un arma ni escondes una daga en la manga. Los besos de saludo —otro gesto que ofrece el cuerpo inerme, confiado— son también una antigua costumbre mediterránea. Era habitual entre los romanos, y en una de sus epístolas san Pablo pedía a sus seguidores que se hermanasen así. Durante la Edad Media besar en la mejilla fue señal de lealtad, pero, tras la peste negra del siglo XIV, los asustados europeos abandonaron la costumbre por miedo al contagio y no la recuperaron hasta que la Revolución Francesa impuso —sin escatimar violencia— la fraternidad.
Cuenta Cervantes que, tras dos años de atemorizado espejismo, el licenciado Vidriera se reconcilió con la fragilidad y la fortaleza de su cuerpo de carne, y volvió a buscar la proximidad de otros. El roce y el contacto son parte esencial de nuestra cultura latina, por eso necesitamos espacios de encuentro, ágoras, plazas públicas. Nuestra forma de vivir es un repertorio de cercanías: la vida en la calle, pasear con las manos entrelazadas, trabajar codo con codo, el baile y el abrazo de consuelo, la fiesta y el duelo. En El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, escuadrones de ángeles guardianes, enfundados en abrigos oscuros, velan por los seres humanos. Nos leen el pensamiento, observan conmovidos nuestras alegrías y cuitas, pero permanecen intocables e invisibles a nuestros ojos. Hasta que uno de ellos, Damiel, se enamora de otro ser aéreo, una joven acróbata que trabaja en un circo. Para rozar su cálida piel, deberá renunciar a la inmortalidad. En el preciso instante de la caricia, un color luminoso tiñe la película. Hoy debemos jugar a la rayuela de la distancia, pero solo volveremos a ser auténticamente humanos, mentes y cuerpos curados, cuando recuperemos lo que los ángeles envidiaron".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt