domingo, 23 de marzo de 2025

De las viñetas de humor del blog de hoy domingo, 23 de marzo de 2025

 

































sábado, 22 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy sábado, 22 de marzo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 22 de marzo de 2025. Hay tres abordajes posibles a la pregunta sobre el dilema de la inteligencia artificial, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el filósofo Daniel Innerarity: Detener la tecnología por un tiempo, someterla a códigos éticos o examinarla mediante la crítica política. La segunda es un archivo del blog del 11 de abril de 2018, sobre ciudadanía digital y dignidad humana, en el que la filósofa Adela Cortina se planteaba que era imposible predecir los avances tecnológicos, pero que sí podíamos anticipar para qué mundo los queríamos anticipándonos al reto de la transformación digital en el mundo laboral y la sustitución de trabajadores por robots. El poema del día, en la tercera, del poeta Jesús Urceloy, se titular Amarcord y comienza así: Recuerdo algunas cosas. Allí bailan/en la niebla unos niños, una moto/interrumpe un monólogo, un anciano/subido a un árbol grita. Un padre triste,/una mujer que muere con ternura. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











Del dilema de la inteligencia artificial

 







Hay tres abordajes posibles a esta pregunta, escribe el filósofo Daniel Innerarity en un libro del que ‘Ideas adelanta un extracto: Detener la tecnología por un tiempo, someterla a códigos éticos o examinarla mediante la crítica política. Lo escribe hoy en  la revista Ideas (El dilema de la inteligencia artificial: ¿Quién decide cuando aparentemente nadie decide?, El País, 19/03/2025]. La organización política de las sociedades, comienza diciendo Innerarity, ha tenido siempre una pretensión de automaticidad. En cuanto se supera la simpleza de la familia o la tribu, las organizaciones humanas necesitan datos y procedimientos que permitan gestionar la incipiente complejidad. Desde esta perspectiva, la racionalidad algorítmica, más que representar una ruptura absoluta con el pasado, puede ser analizada de acuerdo con continuidades históricas, es decir, siempre que ha habido que establecer un orden en un entorno de complejidad y heterogeneidad. Como la burocracia para el estado moderno, la inteligencia artificial parece llamada a ser la lógica de legitimación de las organizaciones y los gobiernos en las sociedades digitales. Los tres elementos que modificarán la política de este siglo son los sistemas cada vez mas inteligentes, una tecnología mas integrada y una sociedad mas cuantificada. Si la política a lo largo del siglo XX giró en torno al debate acerca de cómo equilibrar estado y mercado (cuánto poder debía conferírsele al Estado y cuánta libertad debería dejarse en manos del mercado), la gran cuestión hoy es decidir si nuestras vidas deben estar regidas por procedimientos algorítmicos y en qué medida, cómo articular los beneficios de la robotización, automatización y digitalización con aquellos principios de autogobierno que constituyen el núcleo normativo de la organización democrática de las sociedades. El modo como configuremos la gobernanza de estas tecnologías va a ser decisivo para el futuro de la democracia; puede implicar su destrucción o su fortalecimiento.

Los humanos siempre hemos aspirado a que algún procedimiento mecánico nos haga menos dependientes de la voluntad de los otros. La racionalidad algorítmica parece prometerlo, pero ¿es realmente así? El problema fundamental de la inteligencia artificial es la creciente externalización de decisiones humanas en ella. La automatización generalizada plantea el problema de qué lugar le corresponde a la decisión humana, si se trata simplemente de un suplemento, de una modificación o un remplazamiento. La respuesta a todas estas cuestiones permitiría convertir a la informática en una disciplina política. En definitiva, ¿quién decide cuando aparentemente nadie decide?

Hay tres respuestas posibles a este conjunto de problemas planteados por el creciente protagonismo de la razón algorítmica debido a la delegación de decisiones en la inteligencia artificial: la moratoria, la ética y la crítica política, es decir, la propuesta de que la tecnología sea detenida al menos por un tiempo, de someterla a códigos éticos o examinarla de acuerdo con una perspectiva de crítica política.

La idea de moratoria evidencia una falta de comprensión acerca de la naturaleza de la tecnología, de su articulación con los humanos y, concretamente, de las potencialidades de la inteligencia artificial en relación con la inteligencia humana, a mi juicio menos amenazada de lo que suponen quienes temen al supremacismo digital. Por supuesto que nos encontramos con un desfase cada vez más inquietante entre la rapidez de la tecnología y la lentitud de su regulación. Los debates políticos o la legislación son sobre todo reactivos. Una moratoria tendría la ventaja de que el marco regulatorio podría adoptarse de forma proactiva antes de que la investigación siga avanzando. Pero las cosas no funcionan así, menos aún con este tipo de tecnologías tan sofisticadas. La petición de moratoria describe un mundo ficticio porque, por un lado, considera posible la victoria de la inteligencia artificial sobre la humana, y por otro sugiere que la inteligencia artificial solo necesitaría algunas actualizaciones técnicas durante seis meses de congelación de su desarrollo. ¿En qué quedamos? ¿Cómo es que la amenaza sea tan grave y que, al mismo tiempo, basten seis meses de moratoria para neutralizarla?

Otro recurso para tratar de condicionar el desarrollo tecnológico es la apelación a los criterios éticos. En este caso no se trataría de frenar el desarrollo sino de orientarlo en un determinado sentido. Así lo ha pretendido la multitud de instituciones que han lanzado sus exhortaciones en los últimos años en un número creciente que es inversamente proporcional a la novedad de las propuestas. Siendo muy necesaria la referencia al horizonte normativo, esta apelación no agota todas las posibilidades de la crítica. Si la moratoria frenaba demasiado, podríamos decir que la ética frena demasiado poco y puede terminar convirtiéndose en un inofensivo acompañamiento del desarrollo tecnológico irreflexivo. No podemos esperar la solución al problema de la articulación entre inteligencia artificial y democracia de la actual proliferación de códigos éticos porque, aunque persigan proteger los valores esenciales de la democracia, no desarrollan conceptualmente el problema de hasta qué punto la automatización generalizada modifica la condición democrática. Antes que normativo, el desafío al que nos enfrentamos es conceptual. Solo una lectura política de la constelación digital nos permitirá examinar la calidad democrática de la digitalización.

La teoría crítica es algo muy distinto de la ética de la inteligencia artificial; la crítica comienza precisamente allí donde terminan los llamamientos a desarrollar una inteligencia artificial responsable y humanista. La crítica no es una exhortación a hacerlo bien, sino una indagación de las condiciones estructurales que posibilitan o impiden hacerlo bien. ¿Qué aporta la perspectiva de la crítica filosófica sobre el tema de la racionalidad algorítmica? Básicamente una interrogación casi nunca plenamente satisfecha sobre los supuestos que tendemos a dar por suficientemente acreditados.

La ideología de la razón algorítmica no es tanto ocultación deliberada como irreflexividad. Su naturalización consiste en dejar de preguntarnos acerca de a qué clase de racionalidad responde la racionalidad algorítmica, pensar que no hay racionalidad alternativa o, al menos, una diversidad de posibilidades acerca de qué hacer con esa racionalidad. Lo que en este libro me planteo es qué quiere decir autogobierno democrático y qué sentido tiene la libre decisión política en esta nueva constelación. Mi objetivo es desarrollar una teoría de la decisión democrática en un entorno mediado por la inteligencia artificial, elaborar una teoría crítica de la razón automática y algorítmica. Necesitamos una filosofía política de la inteligencia artificial, una aproximación que no puede ser cubierta ni por la reflexión tecnológica ni por los códigos éticos.

Hay que pensar una idea de control que, al mismo tiempo, cumpla las expectativas de gobernabilidad del mundo digital, que no podemos dejar fuera de cualquier comprensión, escala y orientación humanas, pero tampoco deberíamos ejercer sobre él una forma de sujeción que arruinara su performatividad. Todavía no hemos encontrado el equilibro adecuado entre control humano y beneficios de la automatización, pero esta dificultad nos habla también del carácter abierto, explorador e inventivo de la historia humana, no tanto de un fracaso definitivo. Reconforta considerar que en otros momentos de la historia los seres humanos tampoco hemos acertado a la primera cuando se trataba de acotar los riesgos de una tecnología desconocida. Recordemos aquella Red Flag Act proclamada en Inglaterra en 1865 con el fin de evitar accidentes ante el aumento de los coches, a los que imponía una velocidad máxima de cuatro millas por hora en el campo y dos en pueblos y ciudades. Además, cada uno de ellos debía estar precedido por una persona a pie con una bandera roja para advertir a la población. Hicieron falta unos cuantos años para que fuéramos conscientes de la naturaleza de los riesgos y de las ventajas de los desplazamientos rápidos y, sobre todo, de que el control humano de los vehículos no dependía de la limitación de la velocidad a los parámetros del caminar. Es posible que lo que hagamos ahora con la inteligencia artificial nos parezca en el futuro excesivo o insuficiente, pero lo que nos distingue como humanos no es el éxito de lo que hacemos sino el empeño con que lo hacemos. Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es filósofo. Este texto es un adelanto editorial de su libro Una teoría crítica de la inteligencia artificial, de Galaxia Gutenberg, y se publica este 19 de marzo. 






[ARCHIVO DEL BLOG] Ciudadanía digital y dignidad humana. Publicado el 11/04/2018












Es imposible predecir los avances tecnológicos, pero sí podemos anticipar para qué mundo los queremos. El gran reto es anticiparse al impacto de la transformación digital en el mundo laboral y la sustitución de trabajadores por robots, escribe en El País la profesora Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.
"¿Nos está haciendo Google estúpidos?”, comienza diciendo. Con esta sorprendente pregunta empieza uno de sus trabajos el escritor Nicholas Carr, preocupado por el efecto que la transformación digital está teniendo en nuestro cerebro. Sin duda la digitalización está produciendo grandes beneficios desde los años noventa del siglo XX, pero también plantea problemas que urge abordar, uno de los cuales es si nos estamos haciendo estúpidos, o al menos superficiales, a fuerza de vivir de Google.
Carr constata en carne propia que cada vez le cuesta más leer un libro o un artículo largo, cuando antes los devoraba, que le resulta difícil concentrarse y acaba navegando a través de distintos trabajos, sin entrar a fondo en ninguno de ellos. Y como una forma distinta de leer acuña una forma diferente de pensar, parece tener razón la psicóloga Maryanne Wolf al decir que somos como leemos, que la lectura profunda es indistinguible del pensamiento profundo; con lo cual nos estamos condenando a la superficialidad.
Pero lo peor no es eso todavía. Tal vez lo peor sea que la transformación digital de la economía, la política y la sociedad puede conformar nuestros cerebros de tal modo que pongamos de nuevo nuestras vidas en manos del taylorismo.
El taylorismo —prosigue Carr— se convirtió en la filosofía de la Primera Revolución Industrial, más de cien años después del nacimiento de la máquina de vapor. Organizaba el trabajo de forma que se lograra la máxima velocidad, la máxima eficiencia y el máximo resultado. Y podría ocurrir que lo que Taylor hizo para el trabajo manual, lo esté haciendo ahora Google para el trabajo mental. Cosa peligrosa si las hay, porque, según Taylor, si este sistema se aplicara a todo el trabajo manual, se llegaría a una reestructuración de la industria, pero también de la sociedad, creando una utopía de eficiencia perfecta. “En el pasado el hombre ha sido lo primero; en el futuro el sistema mismo será lo primero”, llegaba a afirmar. Y cabe pensar que este sistema funcionó como ética de la manufactura industrial. Pero ¿y si este sistema pasa a gobernar hoy también el mundo de la mente?
La pregunta es ineludible. La transformación digital es irreversible, el nuestro es ya un mundo digital, y no solo porque los nativos digitales no pueden imaginar otro diferente, sino porque los inmigrantes digitales nos hemos avecindado en él, aprovechando los beneficios que proporciona. Entre ellos, que es fuente de productividad y competitividad en la política, en la economía y en la sociedad, de suerte que ningún país puede perder la carrera de la digitalización si desea alcanzar un crecimiento sostenible. Y esto es verdad, pero también lo es que en esa carrera el sistema nunca debe ponerse por delante de las personas, que humanizarlo es una necesidad vital.
Por eso es urgente reflexionar sobre las metas de la transformación digital y sobre el modo de alcanzarlas, descubriendo sus ventajas y también los problemas que plantea. Porque es imposible predecir el curso que van a seguir los avances tecnológicos, pero sí que podemos anticipar para qué mundo los queremos: para un mundo en que se respete la dignidad de las personas, sean humanas o transhumanas, de modo que la productividad y la eficiencia estén a su servicio, nunca se permitan menoscabarla, menos aún anularla. La razón moral debe ir por delante de la razón técnica.
Afortunadamente, en esta dirección camina el proyecto de construir una ciudadanía digital, tal como la vienen promoviendo la Agenda Digital para Europa, puesta en marcha por la Comisión Europea en 2010, y su réplica española desde 2013.
El objetivo es construir una ciudadanía digital de pleno derecho, lo cual exige hacer frente a retos como la ciberseguridad, la protección de datos personales, la privacidad de los usuarios, la accesibilidad, la propiedad y la gestión de los datos o la mejora de las capacidades digitales. Pero también abordar cuestiones tan complejas como quién será responsable de un fallo de competencia robótica, cómo enfrentar el hecho de que las máquinas también tienen sesgos en sus decisiones o el problema de que los algoritmos carezcan de contexto.
Sin embargo, el reto acuciante consiste en anticiparse al impacto de la transformación digital en el mundo laboral, teniendo en cuenta que los derechos sociales pertenecen al ADN de la Unión Europea, como reconoce de nuevo el Pilar Europeo de Derechos Sociales de abril de 2017. Proteger esos derechos exige al menos dos cosas: mejorar las competencias digitales de la ciudadanía y organizar el mundo del trabajo de tal modo que no queden excluidos.
En lo que hace a las competencias digitales, a España le queda mucho camino por andar, porque según el DESI 2017 de la Comisión Europea, España ocupaba el lugar 16 entre los 28 Estados miembros, cuando lo cierto es que solo con una fuerza laboral competente digitalmente es posible abordar procesos de transformación que garanticen el empleo y la sostenibilidad.
Pero no es más sencillo hacer frente a la sustitución de trabajadores por robots, cuidando de que no haya excluidos del mercado laboral y de la atención social, sino todo lo contrario, es sumamente complejo, pero indispensable. Teniendo en cuenta, por si faltara poco, que también una reivindicación tan justa como la de las pensiones depende del trabajo, sea de autóctonos o de inmigrantes.
Vivimos ya sobre una bomba de relojería, que no solo amenaza con estallar, sino que va a hacerlo si no lo evitamos. Y es de asuntos como estos, esenciales para eliminar sufrimiento humano, de los que tendríamos que estar ocupándonos los políticos, los medios de comunicación y los ciudadanos de a pie, en vez de seguir enredados en temas menores, discutiendo sobre si son galgos o podencos.
Por suerte, pertenecemos a esa Unión Europea, que, con todas sus limitaciones, sigue representando una voz humanizadora en el desorden geoestratégico mundial, marcado por China, Rusia y el actual Estados Unidos. Potenciarla y trabajar en su seno para que nunca el sistema se anteponga a los seres humanos, para que la ciudadanía digital esté al servicio de las personas autónomas y vulnerables, es una exigencia de justicia ineludible. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












Del poema de cada día. Hoy, Amarcord, de Jesús Urceloy

 





AMARCORD


(Federico Fellini, 1973)


Recuerdo algunas cosas. Allí bailan

en la niebla unos niños, una moto

interrumpe un monólogo, un anciano

subido a un árbol grita. Un padre triste,

una mujer que muere con ternura.

Y la loca del pueblo nos miraba

desde el otro país, quizá otra vida

transitada en sus ojos. Yo paseo

junto a mi soledad por una playa,

mientras el ciego del acordeón

interpreta la tarde.


Porque es la vida y pasa y nunca cómo

va a pasarnos después: probablemente

algo normal o razonable.



JESÚS URCELOY (1964)

poeta español


















De las viñetas de humor del blog de hoy sábado, 22 de marzo de 2025

 






































viernes, 21 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy viernes, 21 de marzo de 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 21 de marzo de 2025. Todavía quedan munícipes que no se arredran ante el sentido del ridículo, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Sergio del Molino, y echan el telón para proteger a sus ciudadanos, como los curas de antes se plantaban ante la pantalla en la escena del beso. La segunda de las entradas de hoy, de fecha 13 de abril de 2011, estaba escrita por la hija pequeña de HArendt, Ruth, y hablaba de su pasión por los viajes, y de su manera de realizarlos cuando los recursos escasean. La tercera de cada día es hoy el poema de la poetisa Louise Glük titulado Nieve de primavera, que comienza con estos versos: Mira el cielo nocturno:/en mí poseo dos personas, dos clases de poder. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














De la concejala y Lisístrata

 









Todavía quedan munícipes que no se arredran ante el sentido del ridículo y echan el telón para proteger a sus ciudadanos, como los curas de antes se plantaban ante la pantalla en la escena del beso, comenta en El País [Viva la concejala que prohibió ‘Lisístrata’ en Linares, 19/03/2025] el escritor Sergio del Molino.

Hay que aplaudir y agradecer como merece la gesta de Mari Carmen Muñoz, comienza diciendo Del Molino, concejala de Igualdad de Linares, cuando el viernes pasado —según leo en la tragicómica y preciosa crónica de Ginés Donaire en este diario— interrumpió y prohibió una función de Lisístrata en el auditorio de su ciudad. Gracias, concejala, por la escandalera, por el asombro y por demostrar que el arte aún es capaz de perturbar y ofender a la autoridad competente. Todavía quedan munícipes en España que no se arredran ante el sentido del ridículo y echan el telón para proteger a sus ciudadanos, como los curas de antes se plantaban ante la pantalla en la escena del beso.

Albert Serra le ha metido la cámara hasta los higadillos a los toros y no ha conseguido aún que ningún concejal se levante y corte la proyección de Tardes de soledad. Al contrario, le aplauden y le premian, sale a hombros de los cines, que es lo peor que le puede pasar a un artista de su estirpe. En cambio, una compañía teatral pequeña que monta una obra clásica griega para una velada anodina y ceremonial consigue lo que ya casi nadie logra. Bravo por Paca López, directora de la adaptación, y bravo por Mari Carmen Muñoz. Y bravo por Aristófanes, cuyos textos siguen provocando sofocos 2.500 años después de su estreno.

Creyó Muñoz que el lenguaje soez de la obra era intolerable para un público ahíto de porno y reguetón. En el colegio de mi hijo —y seguro que en los de Linares, también—, los prepúberes cantan una canción de Karina y Marina que promueve el consumo de fruta (“soy una chica muy sana: / siempre que como, elijo la banana”), pero quizá no estén preparados para la procacidad de una tragedia clásica. Al fin y al cabo, Karina y Marina promocionan hábitos dietéticos saludables, mientras que Aristófanes solo habla de guarrerías y pacifismo.

Algo funciona terriblemente mal en la cultura cuando los reyes de España inauguran Arco y la Feria del Libro y se retratan con artistas y escritores en lugar de mandarlos a una mazmorra o al destierro, como hacían los reyes de antes, que sí entendían el sentido del arte. La concejala de Linares sabe que vivimos en un malentendido que conviene deshacer y que las comedias griegas cuestionan el poder establecido y perturban la paz civil. Puede que fuera la única espectadora que comprendió el alcance verdadero de Lisístrata. Al irrumpir a voces en el escenario, Mari Carmen Muñoz ha hecho más por la cultura española que los últimos 12 ministros del ramo. Que cunda el ejemplo.