lunes, 24 de febrero de 2025

De la discreta grandeza de Europa

 






Envejecer tiene muchos aspectos desagradables, pero hay vidas largas que nos permiten, cuando se suman los decenios, tener experiencias vitales múltiples y diversas. Aunque he pasado la mitad de mi vida en una nación en guerra consigo misma, mi natal Colombia, también puedo decir que la otra mitad la he vivido en numerosos países muy distintos: más de un año en México, un año y medio en Alemania, unos 13 años entre Italia y España, otro año largo (demasiado largo) en Estados Unidos, uno más en Holanda que se me hizo breve, y largas temporadas en Francia, Egipto, Grecia… He visitado, con muy pocas excepciones, todos los países americanos, todos los europeos, algunos del lejano y el cercano oriente y unos pocos de África. No quiero hacer alarde de cosmopolitismo (he tenido mucha suerte, eso es todo), pero sí me atrevo a afirmar, modestia aparte, que he podido observar y comparar muy bien cómo se vive en cada una de estas naciones. Lo dice en El País [La discreta grandeza de Europa, 20/02/2025] el escritor Héctor Abad Faciolince, y pienso que tiene toda la razón.

Ya sé que Europa, muy sabiamente, en los últimos decenios ha resuelto renunciar a la arrogancia y al chovinismo y, efectivamente, esta es una de las virtudes de la edad tardía, la capacidad de no sentirse el ombligo del mundo y de no creer que se tiene la receta de la panacea universal. Muy bien, conviene ser así, sobre todo en estos tiempos en que triunfan las veleidades coloniales y la arrogancia de los expertos en humillar siempre y en jamás ser humildes. Y, no obstante lo anterior, como no nací en Europa, me puedo permitir decirles a ustedes, amigos europeos, lo siguiente: la vida es dura y puede ser triste, injusta y angustiosa en cualquier lugar de la Tierra. De esto no se salva, por supuesto, el viejo continente. Pero no hay ninguna parte del mundo donde se viva menos mal que aquí, en Europa, y muy especialmente en ese milagro de convivencia civilizada que se llama la Unión Europea. Cuando mis amigos de esta parte del globo (como los quejumbrosos profesionales que son), se empiezan a lamentar de los males de Europa, de su decadencia, de su lentitud, de su vejez, de su excesiva prudencia, me toca siempre decirles: ¡esperen un momento, por favor! Viajen un poco, salgan de aquí, vayan al otro lado del Mediterráneo, al otro lado del Atlántico y del Pacífico, traspasen la frontera entre los países bálticos y métanse en Rusia y sus satélites, húndanse en África, en Indonesia o Vietnam, vayan a Venezuela o a Argentina, paseen por Cuba o Haití, métanse en Corea del Norte si los dejan entrar, dense una vuelta por la pesadilla del Midwest americano, vayan a Egipto o a Sudán, caminen por Nigeria o por la India, asómense a Pakistán, vengan a Colombia, sufran la teocracia de Irán o escarben en la monarquía polígama y misógina de Arabia Saudí, y después hablamos.

El discurso de Donald Trump pretende contagiar a Europa, intenta inocular aquí también el virus falso de que los países europeos viven en la miseria moral y en la decadencia social y económica; en la contaminación por razas inferiores. Make Europe Great Again!!! No, no, por favor. La pequeña Europa (apenas una península de Asia occidental que se resiste al despotismo oriental) es grande, grandísima, y lo que ha conseguido en los últimos ocho decenios es portentoso. ¡Decir lo contrario es falso, es una mentira del tamaño de los Estados Unidos, Canadá y Groenlandia juntos!

Que triunfe el feminismo no es decadente; que gays y trans no tengan miedo a serlo es magnífico; es esperanzador que el racismo sea vergonzoso; que haya seguridad social (salud, vivienda y educación pública de calidad) es socialismo, y qué, porque es del bueno; que triunfe el cosmopolitismo no es degradante; que las ciudades sean variadas y multiculturales es hermoso y estimulante; que pueda haber premios Nobel españoles o británicos, pero de origen peruano, pakistaní o caribeño, es maravilloso y normal; que en el deporte haya jugadores de todos los colores es estupendo (así una pequeña porción de la tribuna vocifere voxianos insultos idiotas contra ellos). Que quienes desarrollaron las vacunas que nos salvaron de la covid sean originarios de Turquía es extraordinario y debería hacer sentir a los europeos, no prepotentes como Trump, pero sí muy orgullosos de ser una región de fronteras porosas y de ciudades hospitalarias con los inmigrantes.

Lo que Europa ha conseguido en los últimos 80 años es extraordinario; no existe un mejor referente de convivencia civilizada en el mundo entero. No hay en ninguna parte del globo una realidad mejor (o, si quieren, menos mala) hacia la cual mirar con esperanza y deseos de emulación. Borges escribió unas palabras visionarias a principios de los ochenta: “En el centro de Europa están conspirando. Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”. A los suizos que inspiraron esta unión de pueblos diferentes Borges les decía “los conjurados”. Esa es la maravillosa conjura de Europa cuando resolvió ser razonable, cuando al fin comprendió que debía renunciar a ser imperio, cuando abandonó sus guerras milenarias, el proteccionismo comercial y el apetito colonizador. Cuando quiso construir, desde adentro, una sociedad común, solidaria y diversa, abierta al mundo y ejemplo para el planeta.

Hace poco un enviado de Trump, J.D. Vance, vino a Europa a decir que esta Unión estaba en decadencia. En cierto sentido, se puede estar de acuerdo con Vance cuando dijo que la peor amenaza para Europa no viene de afuera (Rusia) sino de adentro. Es verdad, pero por motivos completamente contrarios a los esgrimidos por el emisario del emperador: la democracia europea está en riesgo porque interiormente tiene partidos volcados al racismo, a la destrucción de la idea de Europa, y con una monserga populista contraria los ideales democráticos. Este germen totalitario lo encarnan, principalmente, los partidos de extrema derecha europeos que aspiran a gobernar, al estilo de AfD en Alemania o Vox en España o el que ya gobierna en Hungría. Si Viktor Orbán siente tanta admiración por Vladímir Putin y su tipo de gobierno debería proponer a los húngaros la salida de la UE y la adhesión de su pueblo a la admirable Federación Rusa.

Claro que hay que consolidar un cinturón sanitario que reduzca a su mínima expresión a estos partidarios del racismo, la negación de la verdad y la libertad de mentir y desinformar. Trump y Putin, ahora aliados en sus ambiciones imperiales, son la negación de los ideales democráticos acunados y cultivados en Europa. Europa no debe volver a ser grande en el sentido imperial que ellos auspician. Europa ya es grande, a su manera unida, discreta y solidaria. No hay que buscar una falsa grandeza, sino defender lo grande, lo grandísimo, que ya han conseguido los países europeos cuando resolvieron vivir en paz y defender las ideas, todavía muy vivas y muy válidas de la Ilustración.

Lo que le molesta a Trump no es la debilidad de Europa, sino su grandeza, su ecologismo, la defensa de su belleza, el poder seductor de su modelo económico y cultural. La tasa de homicidios y de inseguridad en el país de Trump es seis veces más alta que la de España. La esperanza de vida, la salud, la educación o el transporte públicos son infinitamente mejores en Europa que en Estados Unidos. Con un PIB inferior al de Norteamérica, la población europea vive en condiciones mucho más amables y mucho menos desiguales que la estadounidense. Los Trump y los Vance no desprecian a Europa, la temen. Le temen a que siga siendo estupendamente seductora: un ejemplo de paz, belleza y democracia para el mundo entero. Héctor Abad Faciolince es escritor. Su último libro es Salvo mi corazón, todo está bien (Alfaguara).








[ARCHIVO DEL BLOG] Reñidos somos más fuertes. Publicado el 19/03/2019













Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección temporal del blog que de voz a los ciudadanos a través de las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Unión Europea, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de la escena europea.
Y la inicio hoy con un artículo del periodista Edgar Schuler, jefe de Opinión del diario Tages Anzeiger de Zúrich, que el pasado 25 de febrero publicaba en El País una provocativa reseña titulada Reñidos somos más fuertes
¿A quién tengo que llamar si quiero hablar con Europa?”,  cuenta Schuler que suspiró en una ocasión Henry Kissinger, el gran anciano de la política exterior estadounidense. Aunque apócrifa, la cita es, al menos, una invención lograda, ya que ilustra la que pasa por ser la gran debilidad de Europa.
Efectivamente, ¿a quién hay que llamar? La respuesta es menos evidente que nunca. ¿A Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión? No le queda mucho en el cargo. Es verdad que Donald Tusk posee el título de jefe del Consejo de la Unión Europea, pero no tiene derecho al voto en el club de los jefes de Gobierno. La presidencia propiamente dicha cambia cada seis meses. En cuanto a la primera ministra rumana, Viorica Dancila, actualmente en el cargo, parece que a la mayoría de los no rumanos les es desconocida o profundamente indiferente.
Podríamos decir, entonces, que quien quiera llamar a Europa tiene que marcar el número de uno de los miembros de la Unión realmente poderosos. Pues no, tampoco. Las ambiciones europeas de Emmanuel Macron se esfuman ante los chalecos amarillos, Angela Merkel empieza a estar fuera de combate dentro de su propio partido, y de Theresa May mejor ni hablar.
Los profetas de la decadencia de Europa o de su derrumbe inminente —cuyo número aumenta a diario— pueden alegar innumerables razones adicionales para su pesimismo. En las cuestiones más importantes, ya sea el Brexit, la disputa por los refugiados, la crisis de Ucrania, la crisis del euro, el gas ruso o la parálisis económica, la Unión Europea transmite una sensación de ausencia de contenido conceptual, desunión y discordia.
Desde Suiza, la flaqueza de Europa se contempla o bien con preocupación, o bien alegrándose del mal ajeno, dependiendo de la postura ante el acercamiento a su enorme vecino y, con diferencia, principal socio comercial.
Sea como sea, el caos europeo recuerda a la situación en el propio país. También en él los debates épicos acerca de los principales problemas suelen acabar en tablas sin solución. En Suiza, las polémicas sobre la emigración, la financiación del Estado de bienestar, la digitalización o el futuro del clima son igualmente perpetuas. Y cuando, tras ásperos enfrentamientos, se llega a una solución política, la sociedad puede echarla por tierra en un referéndum.
Ahora bien, la experiencia de Suiza, con sus centenarias estructuras de gobierno asamblearias y sus 170 años de Estado federal, es que el conflicto no tiene por qué desembocar en parálisis. Ni siquiera hace falta entenderse bien. En contra del tópico de la confederación perfectamente cuatrilingüe, las regiones cultivan a diario una vecindad indiferente antes que una colaboración entusiasta.
Esta es la razón de que el país no destaque por sus propuestas visionarias. En cambio, de manera paradójica, el tira y afloja produce una y otra vez soluciones que sorprenden por su solidez y, sobre todo, por su amplia aceptación. El hecho de que, en apariencia, nada se mueva o, como mucho, lo haga poco a poco, proporciona a Suiza una estabilidad de la que ella misma se maravilla, y por la que espera ser admirada por los demás.
Trasladado a la Unión Europea, se podría decir que su problema no es el exceso de disputas, sino la falta de ellas. Mucha gente percibe la promesa de una “Unión cada vez más estrecha” como una amenaza. La factura de la brecha entre lo que la UE pretende y su realidad es el crecimiento de los partidos antieuropeos desde el Mediterráneo hasta el Danubio.
Tendemos a olvidar que la Unión Europea resulta convincente justamente allí donde, tras duras negociaciones, llega a soluciones que solo una unión de países es capaz de proponer, pero que, al mismo tiempo, producen beneficios para las ciudadanas y los ciudadanos de cada uno de los Estados miembros. Entre ellas destaca el mercado único. Otras son los proyectos educativos y de investigación conjuntos, así como, últimamente, la respuesta colectiva a los ataques de los gigantes de Internet estadounidenses contra nuestros datos personales. Quizá algún día haya también una política común en materia de seguridad y emigración. Otras cuestiones se pueden seguir confiando a los países miembros.
Al igual que ocurre con la jefatura de la Unión Europea, en Suiza, el Consejo Federal que preside el Gobierno de la nación también cambia periódicamente. Este cambio constante propicia una estabilidad que los hombres fuertes como Trump, Putin o Xi Jinping solo aparentan. El futuro de la Unión Europea estaría en peligro si fuese posible localizar al verdadero poder en un único número de teléfono. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 


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Del poema de cada día. Hoy, Promesas que cumplir, de Raquel Lanseros

 






PROMESAS QUE CUMPLIR



Nací en el sur de Europa, donde todos los pueblos se quedaron.


Soy hija del camino, el azar y la distancia.


Amo el decir callado de los que piensan hondo


y el tintineo feliz de quienes sueñan.


En cada surco encuentro una nueva llanura


en cada madrugada semillas del crepúsculo.


 


Defiendo la memoria como la patria íntima


el único dominio con vino de justicia.


Reniego del rugido de expertos bien pagados


al servicio de réditos que nunca son el nuestro.


No tengo fe en la cháchara de este tiempo de máscaras


me ocasiona urticaria la versión oficial.


 


Soy partidaria


del fuego que consume, pero también calienta.


He aprendido que todo en la vida tiene un precio


con dinero se paga el de la bisutería.


Me gustan las palabras cansadas del camino


ésas que a vida o muerte se empeñan en decir.


 


¿Soy épica o hermética?


¿Versicular o clara?


¿2.0 o mística?


Quién sabe. Nadie es buen sastre propio.


Escribo porque intuyo que mi ambición mayor


es volver a nacer.


 


A veces me he atrevido a asomarme a la sima


la oscura, la lejana, la misteriosa: yo


y ha llenado mi ánimo una certeza insólita


yo no existo –es verdad– pero el tiempo tampoco


sólo es ausencia limpia en un cielo de arena


indiferente a mí que día a día se ilumina.


 


Allí quiero que mires cuando yo ya esté lejos


para gritar con fuerza todo vuelve a empezar.




Raquel Lanseros (1973)

poetisa español






















De las viñetas de humor de hoy lunes, 24 de febrero de 2025

 




































domingo, 23 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy domingo, 23 de febrero de 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 23 de febrero de 2025. La publicación en 1914 de La leyenda negra, de Julián Juderías, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, ponía de relieve la necesidad de revisar la imagen que de España habían construido los relatos de sus enemigos y detractores. En la segunda de las entradas día, un archivo del blog de agosto de 2012, HArendt se preguntaba si podía sentirse admiración y respeto por un personaje público, un político, del que, simultáneamente, tenía la convicción de que en ningún caso iba a votar por él o su partido, y se respondía que desde luego que sí. El poema de cada día, en la cuarta, comienza hoy con estos versos: "He comido con deleite los dátiles de Palmira,/las pasas de Corinto, el cordero de Pascua,/gallos hechos con tejas por hindúes,/una oca de Tebas". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De hispanofilia e hispanofobia










«… ha ido formándose un concepto casi siempre equivocado de España. Ante los contrastes que ofrece el carácter español, el extranjero se aturde, prescinde de la realidad y apela a las vulgaridades mil veces repetidas para explicarnos». Julián Juderías: La leyenda negra de España. Libro II. La España novelesca y fantástica

La publicación en 1914 de La leyenda negra de Julián Juderías, escribe en Revista de Libros [Hispanofilia o hispanofobia: entre el éxito y el fracaso, 03/02/2025] el historiador Ariel Gamboa, recensión del libro Hispanofilia. Los tiempos de la hegemonía española, de José Javier Ruiz Ibáñez (Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2022. Tomo I y II), ponía de relieve la necesidad de revisar la imagen que de España habían construido los relatos de sus enemigos y detractores. La idea que tenían de ella tanto los españoles como los no españoles quedó reflejada en las discusiones sobre el ser español mantenidas por Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz durante varias décadas del siglo XX.

Los lectores interesados en la historia de la monarquía hispánica hemos podido observar cómo en librerías y redes asoma una nueva obra que desafía a los curiosos con un título que no es menos impactante: Hispanofilia: los tiempos de la hegemonía española. En efecto, en dos tomos, publicados por Fondo de Cultura Económica, una nueva obra del historiador José Javier Ruiz Ibáñez analiza los complejos procesos que se dieron en todos los rincones del planeta donde imperaba el poder del entonces rey de España. Hispanofilia parece ser su obra más ambiciosa. Entre sus aciertos destaca la estructura organizativa reflejada en el índice. No es esto un tema menor, puesto que evidencia el complejo trabajo de investigación del historiador y la organización dinámica de los documentos expuestos.

El objetivo del autor es reflexionar sobre la hispanofilia, sus orígenes, desarrollo y consecuencias respecto de la política imperial. Para ello, analiza el protagonismo de los aliados del rey católico en la definición y en el sentido histórico de la hegemonía de España, cómo fue el mundo y su relación con el imperio español tanto a una escala local, regional como imperial. Podría afirmarse que varias voces convocaron a la monarquía de Felipe II para liberar al mundo y llegó creer que ese era su destino (hispanofilia); sin embargo, al encontrar otro mundo y al intervenir en él (hegemonía) terminó creando un tercero, hostil a la monarquía hispánica que la acusó de ambiciosa, arrogante e hipócrita (hispanofobia).

El libro en su conjunto se organiza en seis capítulos distribuidos en dos tomos. El primero comprende cuatro capítulos, restando dos para el segundo. El capítulo primero se titula «El reflejo, la sombra, el eco». Estos conceptos aluden a los grupos o individuos que salen de los dominios de la monarquía para hacer reflejo de ella, sombra y eco en otros reinos mediante actos, palabras, ideas u objetos. El autor enumera una serie de casos que clasifica atendiendo a una explicación extensa y detallada de los dominios del rey católico. Entre los súbditos que circulan llevando ideas y palabras de «lo español», el libro alude a las mujeres de la casa de Austria, infantas y princesas que durante los siglos XVI y XVII serán piezas clave, como en el ajedrez, en un complejo tablero de cortes amigas o que debían pasar a serlo.

Los embajadores, amigos, patronos y espías constituyen otro apartado que resulta por demás interesante para continuar con hombres y diplomáticos que supieron afrontar con aciertos y errores la compleja política exterior en tiempos de guerras y adversidades. Misioneros, religiosos, eclesiásticos que sirven a la majestad de Dios, desde la corte de Roma, París o Viena, hasta los lejanos dominios de Persia y China, presentan un ejemplo más de los ecos de la Monarquía mediante la prédica o la propia palabra del monarca. Militares, soldados y exploradores, comerciantes y diplomáticos, son parte también de aquellos agentes al servicio del rey católico.

El cuidadoso análisis de los territorios vinculados a los intereses del imperio es magistral. Resulta interesante el caso de soldados, al servicio del rey católico que, al ser capturados por el enemigo, tuvieron la oportunidad de mostrar su lealtad y fidelidad al monarca. Los cautivos y los prisioneros son otro ejemplo de los ecos de la monarquía. Sin embargo, estos agentes no hubiesen tenido tan destacada participación sin un contexto favorable, una coyuntura política en la que identificarse con el rey católico era sinónimo de lograr su auxilio y oír el eco del poder. Si los reinos vecinos no hubiesen experimentado tiempos de inestabilidad, rebeliones y crisis propias, la hispanofilia política no hubiese tenido el camino allanado. De esas inestabilidades trata el siguiente capítulo.

El capítulo segundo se titula «Tiempos de rebeliones no sólo católicas». Durante la época de la Reforma, la hispanofilia política se relacionó con aspiraciones, ambiciones y frustraciones de rebeldes, insumisos, descontentos y perseguidos, que se resistían a las autoridades locales. El plano religioso obtiene relevancia en el proceso de consolidación del poder de los reyes sobre las resistencias a los regentes locales que defienden sus más rancios privilegios durante la Reforma. Una vez finalizado el Concilio de Trento, la represión religiosa intentó establecer el lugar de los monarcas como defensores de la fe. Así, la libertad de conciencia y la primacía de la salvación sobre la lealtad natural se convirtieron en dos poderosos motores de insumisión, cuyos discursos se originaron tanto desde el bando de los católicos como también desde el de los protestantes. El rey de España será llamado como aliado por rebeldes en varias oportunidades.

«El laberinto francés» explica la intervención de la monarquía católica en los asuntos de los últimos Valois. En efecto, desde la muerte de Enrique II y hasta la llegada de los Borbones, Felipe II tuvo la intención de hacerse con la corona de los francos. Bien conocidos son los intentos de que Isabel Clara Eugenia fuera en algún momento reina de Francia. Los católicos, perseguidos y preocupados por la situación, recurrieron al rey de España en más de una ocasión. Como consecuencia, la monarquía puso en evidencia su poder hegemónico, gracias a su efectiva capacidad de movilización de recursos.

El capítulo continúa con la revisión de las décadas de 1570 y 1580, así la atención se centra en dos momentos claves de la historia del reinado de Felipe II: por un lado, la situación en el Mediterráneo entre Chipe y los Balcanes y por otro la guerra de anexión de Portugal. El hecho de que la corona de Portugal recayera sobre la cabeza del rey de España es un asunto que no pasó desapercibido para nadie: «Aliados del Rey de Portugal y los enemigos del rey católico». Esta es la expresión para analizar la situación de los dominios ultramarinos lusitanos hasta los primeros años de la llegada de Felipe III al trono. Por último, una idea que requiere mayor atención por parte de los historiadores es cómo a partir de la extinción de las ramas principales de las dinastías de Portugal (Avís), Inglaterra (Tudor) y Francia (Valois) fueron los Habsburgos quienes heredaron o se apropiaron de los proyectos cristianos de sus vecinos dinásticos extintos.

El capítulo tercero «El momento de la hegemonía» comienza con un primer apartado: Pactando con el Diablo. Es allí donde encontramos los argumentos que explican por qué la monarquía de España terminó siendo para muchos sinónimo de un rey que buscaba expandir a todos los pueblos su fanatismo, intolerancia, tiranía y oscurantismo. Permítaseme afirmar que, para el lector no especializado, mucha de esta imagen de la España de Felipe II, fría, oscura y fanática, fue reconstruida por el cine de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, más allá de las representaciones negativas, también existieron otras positivas, donde la monarquía es representada como referente de solidaridad confesional y socorro. Ruiz Ibáñez ordena este punto a partir de cuatro tipos de negociaciones: conspiración desde el interior (nobles extranjeros que desafiaban a su señor), las rebeliones militares y alzamientos grupales que recurrían al socorro de España, la dinámica de nuevas afinidades por parte de los interlocutores a partir de las fuerzas del rey fuera de sus fronteras, y, por último, las negociaciones de los refugiados en la monarquía o en sus dominios satélites. La circulación de ideas a partir de libros que destacaban la figura de mártires y su sufrimiento reforzó la representación que de «lo español» se tenía en Europa. Al respecto, autores ingleses contribuyeron a dicha idea a partir de obras como el Teatro de las crueldades, un best seller de la época que permitió la identificación del martirio con el catolicismo y, a su vez, la de este con la monarquía hispánica. Estas obras, protegidas por el rey católico, reforzaron la idea del socorro asociado a España y a su rey. En un sentido similar, los efectos tras la noticia de la derrota de la Armada Invencible, generaron un fuerte impacto en la representación que de España había en Europa. De hecho, tanto para sus enemigos (que eran muchos) como para sus aliados, la circulación de la noticia fue tan impresionante como la que diez años antes la había precedido: la de la entrada del Duque de Alba por tierra y de Don Álvaro de Bazán por mar en la capital lusa. En efecto, las noticias sobre el naufragio de la flota, y la proliferación de relatos que destacaban el triunfo inglés (hoy sabemos que ese triunfo no fue tal, y la derrota tampoco, en esos términos) tuvieron un impacto demoledor según el autor. Así, el resultado de la expedición para capturar a la reina de Inglaterra y responder al asesinato de María de Escocia, generó una fuerte idea de fracaso: la evidente pérdida de confianza en la capacidad, hasta entonces ilimitada, de expansión de la monarquía de los Austrias. Este apartado del libro es uno de los más interesantes por la claridad y relación entre conceptos e ideas que permiten al lector comprender acabadamente el escenario de la hegemonía hispánica.

El título «Los medios, las dinámicas y las consecuencias de la intervención» descubre cómo era la vida de las piezas clave del tablero europeo y mundial: los embajadores. Conocedores de la importancia de la corte como espacio de poder, los regalos y el arte de la cortesía, basado en protocolos y ceremoniales, los embajadores eran figuras valiosas para el cometido de sus misiones. Su función estaba determinada por las indicaciones del monarca. El rey, como gran patrón político, era llamado a socorrer, liberar, apoyar y liderar a quienes recurrían a su auxilio; era también un príncipe magnánimo dotado de liberalidad y largueza en el espíritu caballeresco y cortesano, es decir, poseedor de una eminencia propia de la majestad que debía ser recordada y temida; asimismo, empleaba el ejercicio de la gracia y la merced. La corte como centro de la diplomacia imperial atraía a múltiples personalidades. El rey disponía, al momento de ayudar a los no naturales de la monarquía, de una variedad de mercedes, títulos, cruces de caballeros, etc.

En un sentido similar, los distintos presidios con los que contaba la monarquía, al igual que la cantidad de soldados al servicio del rey, fueron elementos generadores, por la propia dinámica de los conflictos, de nuevas formas de hispanofobia e hispanofilia, producto, en buena medida, de la forma en que se hacía la guerra.

La retirada de los españoles de París (1590), explicada en «París capital de la Monarquía Hispánica», fue un elemento central de la propaganda borbónica: al nuevo rey se lo presentaba como un magnánimo triunfador sobre la adversidad, el libertador de una ciudad tiranizada por unos soberbios enemigos extranjeros que reconocían ahora su superioridad moral. El autor destaca que, si bien el reino de Francia no constituía parte de los dominios de los Austrias, la católica ciudad de París y los agentes que allí se identificaban con la monarquía hispánica, hacían de la capital un brazo más de los dominios del rey ibérico.

La eclosión, generalización y retroalimentación de los discursos hispanófobos coincidió estrictamente con el éxito hispano en Italia frente a Francia (1559) y con la intervención de la monarquía en conflictos civiles que le eran extranjeros. Como vemos en «Vencedores de guerras, propagandas, leyendas y reflejos del imperio», la descalificación de la participación hispana en los conflictos civiles fue un medio eficaz para borrar la memoria de los vencidos y activar mecanismos de represión. Una poderosa política propagandística en contra de lo español regó Europa. Así, la Apología de Guillermo de Orange, el teatro isabelino o los escritos del padre Las Casas, son algunos de los ejemplos más conocidos. Aquellos textos desprestigiaban las acciones de la monarquía que habían perjudicado los intereses de sus rivales, como el cierre del comercio atlántico a franceses, holandeses e ingleses. Los enemigos de España creían que estas medidas formaban parte de un siniestro plan sustentado en el designio del dominio universal. Su argumentario decía que los españoles eran indignos de ocupar posición de dominio alguna, puesto que provenían de musulmanes y judíos, y por ende, habían llegado tarde al proceso de incorporación a la cristiandad. De este modo, no poseían capacidad de gobierno, y sus gentes no podían compararse con la nobleza germánica, cuyos orígenes se remontaban a los cruzados que habían luchado contra los cátaros, arrianos, el Islam y la herejía medieval.

El segundo tomo, comienza con «Una tierra de promisión», donde se habla sobre los emigrados y exiliados católicos en las tierras del rey de España. El caso de Cristina de Suecia, protestante que recupera la fe católica, tiene un lugar preeminente en el libro. El autor realiza un completo análisis del sentido y significado de conceptos como «exiliados» o «refugiados», que tenían una connotación determinada tanto en el campo político como religioso durante los siglos XVI y XVII. Singular atención se presta a la nobleza francesa, y en particular al «exilio de los príncipes» (1610-1660) durante la Francia de Richelieu y Mazarino. Durante el reinado de Felipe IV, muchos exiliados buscaban justicia en el rey de España, a la espera de logar que sus posiciones de privilegio fueran restablecidas en las cortes de origen.

En «Fundación de los refugios (1530-1580)», el autor repasa una serie de desplazamientos forzados como reflejo de la competición entre poderes distintos. Ordenar los diferentes puntos de partida y llegada de los exiliados permite reconstruir un mapa de migrantes que partían en búsqueda del auxilio de la monarquía. Así quienes provenían del Norte de África se establecían en el sur de Italia o en la propia Península, desde las islas británicas partían rumbo a los Países Bajos, o desde Francia se desplazaban hacia Milán. Para el caso de Asia, las Filipinas, Goa y Macao eran los principales destinos, y en América se recurría a los espacios fronterizos. También los propios exiliados de la monarquía, protestantes, erasmistas, espiritualistas, judíos, musulmanes y moriscos, son casos de estudio. La nómina de quienes circulaban por los dominios hispanos es extensa, con diversas procedencias como japoneses, irlandeses, albaneses, griegos o armenios.

Resulta peculiar que el ejército de los Austrias estuviera constituido por individuos procedentes de distintas regiones de Europa; muchos eran militares exiliados que ponían sus armas al servicio del rey. Mercenarios, soldados particulares, gentileshombres…, todos formaban parte de un poderoso ejército que se encontraba en permanente movimiento a causa de las distintas guerras que la monarquía afrontaba. En un sentido similar, las instituciones religiosas, conventos, hospitales, colegios y seminarios, eran espacios para recibir a los exiliados, como los socorros que desde Goa y Macao surgieron para con los cristianos perseguidos en Japón.

A diferencia de la hispanofobia, la hispanofilia nunca fue un género literario referencial, ni contó con obras «mayores» como la Apología de Guillermo de Orange (1581) o las Relaciones de Antonio Pérez (1598). El catolicismo en la monarquía es uno de sus rasgos centrales, el rey de España es el rey católico y su compromiso es el del buen pastor que protege a los pueblos, como «protector, emperador y rey».

Las conclusiones de la obra se organizan bajo el nombre de «En aquel tiempo, reinando la santa España». La hegemonía hispana (1560-1635), siendo su momento más profundo los años 1578-1600, se constituyó a partir de realidades, pero también de representaciones, resultados de múltiples proyectos, estrategias y coyunturas. Al igual que Braudel, el autor recupera la estructura como elemento ordenador de la Historia, pero la interpreta desde el acontecimiento y el individuo. La hegemonía hispánica da sentido y unifica al período.

Una monarquía que asume su carisma imperial externaliza en parte sus espacios de toma de decisión y a los protagonistas de su política. Tanto en París como en Kandy (Sri Lanka), Túnez o el Ulster, se tomaban decisiones que implicaban los recursos hispanos, por tanto, también son parte de España; aunque no formaron parte integral de la monarquía, esta también se desarrolló en esos espacios, y estosy sus habitantes constituyeron parte del colectivo imperial. Así, esta territorialidad y sus sujetos pueden ser entendidos como parte de la hispanofilia, y esta puede ser el medio para comprender aquellas realidades.

Las fuentes consultadas proceden de reservorios documentales como el Archivo General de Simancas, el Archivo Histórico Nacional de Madrid, Archivo General de Indias, entre otros. Los anexos están conformados por una serie de mapas relevantes para los temas tratados, y al igual que los índices (de mapas, tablas y gráficos; general, onomástico y toponímico) aportan y organizan el trabajo del lector.

La bibliografía es extensa y amplia. Los principales títulos son ejemplos de trabajos realizados desde perspectivas como el estudio de redes, las historias conectadas, el análisis de las monarquías compuestas y del imperio. Ordenados alfabéticamente en un total de 83 páginas, tanto los clásicos como los más recientes aparecen en ediciones en francés, inglés, portugués, italiano y español. Hispanofilia es, a partir de ahora, una obra referente de consulta obligada para todos los interesados en la Historia de España y su imperio.

Los aportes de la obra son numerosos, en esencia el hallazgo de nuevos escenarios metodológicos y geográficos que permiten comprender la complejidad de discursos, acciones, problemas y actores que circularon y convivieron en un tiempo determinado, el de la hispanofilia. Así, Ruiz Ibáñez incluye la perspectiva de los «otros» en el momento de la hegemonía, aquellos que buscaron la alianza y protección de los más poderosos hombres del mundo, los reyes de España. 

Ariel Gamboa es profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y magister en Historia por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Se desempeña como profesor auxiliar en la Cátedra de Historia Universal Moderna de la Universidad Nacional de Mar del Plata y forma parte del Grupo de Investigación en Historia de Europa Moderna de la misma Facultad. Sus trabajos en investigación se han centrado en la historia de la guerra y la participación nobiliaria en la España de Felipe II.















[ARCHIVO DEL BLOG] Santiago Carrillo: El 15-M y el futuro de la democracia. Publicado el 17/08/2012











¿Se puede sentir admiración y respeto por un personaje público, un político, y simultáneamente tener la convicción de que en ningún caso vas a votar por él o su partido? En mi caso, sí, desde luego. Al menos en lo que se refiere a Santiago Carrillo, exsecretario general del Partido Comunista de España.
Mi admiración y respeto por él, como persona y como hombre público, se inicia el 9 de abril de 1977, cuando el gobierno de Adolfo Suárez, legaliza de improviso y por sorpresa al Partido Comunista de España, en un día que ha pasado a la historia de España con el sobrenombre del "Sábado Santo Rojo". Y el porqué, por la audaz declaración ese mismo día del entonces todopoderoso secretario general del PCE, flanqueado por la bandera bicolor, anunciando que su partido aceptaba y respetaba la monarquía y la bandera de España, siempre que la monarquía y el gobierno de España promovieran y respetaran la democracia y las libertades. ¿Oportunismo político?, es posible, pero también un gesto por su parte que fue el impulso que le faltaba a España para abrirse a la libertad.
La otra razón que justifica mi admiración por Santiago Carrillo es otro gesto. En esta ocasión el posible oportunismo estaba fuera de lugar. Me refiero al intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Su gallardía e inmutabilidad ante los disparos de los militares golpistas dentro del Congreso, junto al presidente Adolfo Suárez y el vicepresidente Gutiérrez Mellado, constituyen una de las escenas más memorables y emotivas de la reciente historia de España.
No comparto, me resultaría imposible, muchas de sus opiniones; ni entonces, ni luego, ni ahora.  Pero siempre escucharé con respeto lo que diga. Tamaragua, amigos. HArendt