miércoles, 8 de enero de 2025

De las viñetas de humor del blog de hoy miércoles, 8 de enero de 2025

 













































martes, 7 de enero de 2025

De las entradas del blog de hoy martes, 7 de enero de 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 7 de enero de 2025. El año ha empezado con un atentado en Nueva Orleans que ha dejado al menos 15 muertos y con la explosión de un coche en Las Vegas delante de un hotel de Donald Trump en la que falleció el conductor, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor José Andrés Rojo; no son buenas señales ante lo que se nos viene encima, dice, y el panorama es bastante desalentador. La segunda es un archivo del blog de mayo de 2018 en el que HArendt divagaba sobre un reciente artículo del filósofo Juan María Arnau Navarro acerca del pensamiento del emperador Marco Aurelio, y del lío en que se metió en Twitter a cuenta de ello. La tercera es un poema del poeta chileno Jorge Teillier, que comienza con estos versos: Sentados frente al fuego que envejece/miro su rostro sin decir palabra. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










De la realidad tal y como es

 






El año ha empezado con un atentado en Nueva Orleans que ha dejado al menos 15 muertos y con la explosión de un coche en Las Vegas delante de un hotel de Donald Trump en la que falleció el conductor. No son buenas señales ante lo que se nos viene encima, el panorama es bastante desalentador, comenta el El País [Prescripción médica, 03/01/2025] el escritor José Andrés Rojo. En Estados Unidos, las maneras arbitrarias y caprichosas de Trump se instalarán de nuevo en la Casa Blanca después de dejar turulatos a los demócratas tras su aplastante victoria en las elecciones de noviembre. Y Maduro conservará el poder en Venezuela, a pesar de lo que quiera hacer la oposición, y lo hará sin haber mostrado el resultado que dieron las urnas en su país y riéndose abiertamente de las reglas de la democracia y de los países que las defienden.

Europa da señales de una alarmante fragilidad. No hay en Bruselas nada que se le parezca a una firme voluntad común de enfrentarse a asuntos tan importantes como la guerra en Ucrania o la llegada de millares de inmigrantes que buscan en el viejo continente un futuro mejor. Francia y Alemania pasan, además, por momentos difíciles. No es fácil imaginar el tipo de papel que le tocará representar a la Unión en el nuevo mundo que parece estar configurándose, y en el que, con tantas turbulencias internas, es posible que tenga poco que decir. Luego está el polvorín de Oriente Próximo: los desmanes brutales de Israel, el horror que viven los palestinos, la radicalidad arcaica del régimen de los ayatolás, la incierta situación de Siria. Etcétera. Ruido por todas partes, inestabilidad, conflictos que se quedan enquistados y que no parecen tener solución.

Y todo ocurre en un marco en que la llamada comunicación se rige por las emociones y los estados de opinión que imponen las redes sociales donde la realidad desaparece y se instalan los relatos que la interpretan. No hay ya manera de enfrentarse a lo que ocurre sin las historietas que ocultan los hechos y los maquillan y deforman. “El propósito del arte es revelar las preguntas que han sido ocultadas por las respuestas”, decía el escritor James Baldwin.

Ahora hay solo respuestas, podría decirse, y en vez de pedirle al arte que revele las preguntas, quizá habría que insistir en que esa es también tarea propia de la información. Dar cuenta de lo que hay más allá de los envoltorios. La cita de Baldwin la recoge Mariano Peyrou en Free jazz (Anagrama), un breve libro que publicó hace unos meses. Hubo un momento, a finales de los cincuenta, en que los músicos afroamericanos dieron un golpe en la mesa para romper la dinámica de las cosas y reclamar un poco de anarquía frente a la melodía que gobernaba los sonidos hasta hacerlos irrelevantes. Los relatos que ahora se imponen tienen la consistencia de esa melodía que se elabora para ocultar las aristas y la complejidad y ambigüedad de cuanto sucede. El free jazz, explica Peyrou, “señala el conflicto”. Es una manera de decir que no hay por qué tragar con una versión empaquetada de las cosas, tampoco con las que proponen los políticos. Y no importa tanto, en este contexto, la manera en que el free jazz procedió para trastocar las reglas de juego. Lo que tiene que tomarse casi como prescripción médica, y no tanto como parte de una lista de buenos propósitos para este 2025, es la necesidad de volver a los hechos. Escuchar las disonancias, mirar de frente el desorden y el caos, aceptar el ruido, y no contentarse con un amable cuento que certifica nuestros prejuicios.











[ARCHIVO DEL BLOG] Marco Aurelio y los fanáticos. Publicado el 19/05/2018











Admirador confeso de la cultura grecolatina, ni que decir tiene que una de mis divinidades paganas favoritas es la diosa Tique (la Fortuna de los romanos). No creo en las meigas ni las brujas; un poco más, sí, en las casualidades. Pero como dicen en Galicia y en Canarias, tierras atlánticas ambas: "Aunque creer no crea, haberlas, haylas" (brujas y casualidades)... Hace unos días, revolviendo al azar por la biblioteca familiar, retomé la lectura de las Meditaciones de Marco Aurelio (Temas de Hoy, Madrid, 1994). El mismo día me encuentro en la revista Babelia con un artículo del filósofo y ensayista Juan María Arnau Navarro sobre el pensamiento de los estoicos, y entre ellos, del emperador Marco Aurelio. Y esa misma noche me lío en Twitter con un individuo a cuenta, de nuevo, del emperador Marco Aurelio. Palabrita del Niño Jesús que ocurrió, todo, en ese orden y por casualidad, el mismo día. 
Mi relación con las redes sociales es controvertida. No participo mucho en ellas y no les tengo una ojeriza especial, aunque a veces me pongan de los nervios. Pero me ayudan a estar en contacto con amigos lejanos en el tiempo y en el espacio a los que quiero, y también a conocer a otras personas con las que la relación es menos estrecha, más superficial, pero no por ello menos amigable. Y para difundir las entradas de mi blog... Pero de vez en cuando caigo en la tentación, y la lío...
Por ejemplo con lo de Marco Aurelio. Entre los no siempre amables comentarios que se hacen en las redes, me topo con un descerebrado que calificaba de asesino sin escrúpulos al emperador Marco Aurelio por haber perseguido y martirizado a los cristianos... No me pude resistir y contesté al susodicho defendiendo a Marco Aurelio y calificando de frikis a los cristianos de aquella difícil época... Y para que fue aquello... Reconozco que llamar frikis (hermosa palabra que el Diccionario de la Real Academia aplica en su primera y segunda acepciones a las personas extravagantes, raras, excéntricas o pintorescas) fue, quizá, excesivo por mi parte, pero que le vamos a hacer. A mí, que presumo de ecuánime, también de vez en cuando se me va la olla, sobre todo cuando me encuentro de frente con una panda de fanáticos con dos dedos de frente incapaces de ver más allá de sus narices. Bueno, aunque ya no tenga remedio, mis disculpas, sinceras y afectuosas, a quienes se hayan podido sentir ofendidos por el calificativo. Pero la verdad es que los cristianos de la época de Marco Aurelio les tenían que parecer a los civilizados romanos que eran gente como para echarles de comer aparte... Un siglo más tarde, los perseguidos y martirizados se lo cobraron con creces cuando consiguieron darle la vuelta a la tortilla con la conversión de Constantino. Y de ahí, hasta hace prácticamente nada, lo han pasado bomba persiguiendo, martirizando, torturando, quemando, y jodiendo la vida a los que no pensaban como ellos. Pero vamos a lo que vamos: el artículo de Arnau, que es lo verdaderamente interesante.
Vanidad sin control, obsesión por la seguridad, aceleración tecnológica... ¿Qué tiene que decir el renovado interés editorial por el estoicismo sobre el mundo en el que vivimos?, se preguntaba en su artículo Juan María Arnau. Cultiva el espíritu porque obstáculos no faltarán. El consejo de Confucio podría haberlo firmado cualquiera de los filósofos estoicos, comienza diciendo. Una versión moderna de esta máxima se la debemos a Woody Allen: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Un poeta barcelonés la remató con un verso lapidario sobre el inexorable juicio del tiempo: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”. Esos son, a grandes rasgos, los tres vértices del estoicismo antiguo, que parece resurgir en nuestros días. ¿Se trata de un espejismo? Las sociedades modernas se encuentran dominadas por la rentabilidad tecnocrática del selfie, la autoindulgencia (todo nos lo merecemos, sobre todo si hay desembolso) y el capricho. Se trata de fabricar un ego frágil e injustificadamente vanidoso. Una situación que supuestamente podría remediar una buena dosis de estoicismo. Dado que no podemos controlar lo que nos pasa y vivimos totalmente hacia afuera, atemorizados y estresados, dado que somos más circunstancia que nunca, quizá pueda ayudarnos esta antigua filosofía que inspiró a Marco Aurelio, un hombre que, dada su posición, conoció el estrés mejor que nadie.
Pero en ese desplazamiento, en esa búsqueda de inspiración en el pasado grecolatino, se corre el riego de confundir, y de hecho se hace, estoicismo con voluntarismo, tan vigente y puritano. La cultura del esfuerzo y la búsqueda del éxito dominan las sesiones de coaching, que es, según sus proponentes, el arte de ayudar a otras personas a cumplir sus objetivos o a “llenar el vacío entre lo que se es y lo que se desea ser”. No cabe mayor traición al legado estoico. El voluntarismo reseca el alma y uno de los fines del estoicismo es recrearla. Lo que llamamos “retos” o “metas” no son sino anteojeras que no permiten ver más que un único aspecto de la realidad y uno acaba estrellando el avión contra la montaña, como en el caso de Germanwings. Esas metas nos trabajan por dentro y parecen diseñadas para excluir la contemplación y la observación atenta y desinteresada. Frente a la tiranía de la meta, los estoicos pretendían desembarazarse de pasiones demasiado apremiantes y acaparadoras. De hecho, uno de sus signos distintivos fue considerar la poesía como medio legítimo de conocimiento. La lírica nos mantiene en una actitud abierta y nada sabe de metas y objetivos. La poesía era para los estoicos, sobre todo la de Homero, genuina paideia. Entender esto requiere ganar una libertad interior, no estar eternamente abducidos por el circo o las pantallas, una independencia moral, no la opinión general o el vocerío de Twitter, y trascender la dependencia de la persona respecto a su parte animal (en el supuesto de que el hombre es ese ser singular que, como decía Novalis, vive al mismo tiempo dentro y fuera de la naturaleza). Con ese “cuidado de sí”, que Marco Aurelio llamaba meditaciones, era posible lograr una autarquía ética que tendría una importancia decisiva en el pensamiento político griego.
No quedan muy lejos algunos ejemplos de estoicismo moderno. Wittgenstein cuenta que de joven experimentó esa sensación de que “nada podía ocurrirle”. Era un modo de decir que, ocurriera lo que le ocurriera (una bala perdida, un cáncer), sabría aprovechar la experiencia. Una actitud que le permitió asumir el puesto de vigía en medio del fuego cruzado durante la primera gran guerra. Algo parecido encontramos en Simone Weil, siempre arriesgándose, ya fuera en la fábrica de la Renault o en los hospitales de Londres, con la humildad como valor supremo, que hace que el ego no apague la llama de lo divino. Curiosamente, la actitud de estos dos grandes filósofos, en los que reviven los viejos ideales grecolatinos, contrasta con algunas obsesiones actuales. Desde el miedo al propio cuerpo, que requiere un examen continuado, hasta la obsesión por la seguridad (to feel safe, to feel at home). Como si un escáner o un refugio pudieran otorgar esa tranquilidad, como si hubiera que encerrarse para sentirse seguro. Mientras un mandatario reciente se preguntaba cuánto dinero necesitaba para sentirse seguro y, al no hallar la cifra, se consagró a amontonar capitales, Wittgenstein se exponía en la trinchera y Weil en la columna de Durruti.
El estoicismo supone, como apuntó Zambrano, la recapitulación fundamental de la filosofía griega. En este sentido fue y es tanto un modo de vida como un modo de estar en el mundo. Zenón de Citio, natural de la colonia griega de Chipre, figura como fundador de la escuela. Tenían algo en común con los cínicos, sobre todo la vida frugal y el desprecio de los bienes mundanos, y reflexionaron sobre el destino y la relación entre naturaleza y espíritu. Hubo un estoicismo medio (platónico, pitagórico y escéptico), pero los que dieron fama a la escuela fueron sus representantes romanos: un emperador, un senador y un esclavo. Todos ellos surgieron, como ahora, al abrigo del Imperio. Aquel imperio era militar, el de hoy es tecnológico. Imaginen ustedes a Zuckerberg abrazando el estoicismo; pues bien, eso es lo que hizo el emperador Marco Aurelio. Séneca nació en la periferia del Imperio, en la colonia bética de Hispania, pero fue una figura fundamental de la política en Roma, senador con Calígula y tutor de Nerón. Epicteto había llegado a la ciudad siendo un esclavo. Cuando fue liberado fundó una escuela, y aunque, siguiendo el ejemplo de Sócrates, no escribió nada, sus discípulos se encargarían de transmitir su legado.
Moralistas y contemplativos, todos ellos defendieron la vida virtuosa, la imperturbabilidad y el desapasionamiento, sentimientos todos ellos muy poco rentables para una sociedad del entretenimiento. El estoicismo conquistó gran parte del mundo político-intelectual romano, pero, a diferencia del 15-M, no cristalizó en “partido”, sino que se decantó en norma de acción y su influencia alcanzaría a grandes filósofos como Plotino o Boecio. No entraremos a describir su refinada lógica, pero merece la pena recordar que la subordinaban a la ética. Al contrario de hoy, al menos en el mundo financiero, donde el algoritmo domina la moral. Destaca en ella su doctrina de los indemostrables, probablemente de origen indio. Concebían el alma como un encerado donde se graban las impresiones. De ellas surgen las certezas (si el alma acepta la impresión) y los interrogantes (si es incapaz de ubicarla). Para los estoicos, el mundo era, como para nosotros, sustancialmente corporal, pero su física no niega lo inmaterial. Concibe la naturaleza como un continuo dinámico, cohesionado por el pneuma, un aliento frío y cálido, compuesto de aire y fuego. Heredaron de Heráclito el fuego como principio activo y primordial, del que han surgido el resto de los elementos y al que regresarán. Como el humor o el llanto, el pneuma no se desplaza, sino que se “propaga”, contagiando alegría o enfermedad.
Hoy no estaría de más poner en práctica algunos de sus principios. El imperativo ético de vivir conforme a la naturaleza, que nuestro planeta agradecería. El ejercicio constante de la virtud, o eudemonía, que permite el desprendimiento. Y, finalmente, lo que Nietzsche llamó el amor fati, la aceptación y querencia del propio destino, remedio eficaz para todo aquello que produce desasosiego. No puede decirse que estos principios proliferen en nuestros días. Si un viejo estoico pudiera asomarse a nuestro tiempo, vería, en las grandes desigualdades propiciadas por la economía financiera, un descuido de sí, un olvido de esa autonomía moral que evita que se desaten emociones como el miedo y la vanidad, que crean la codicia. Emociones contrarias a la razón del mundo que, en nuestro caso, es la razón del planeta. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



















El poema de cada día. Hoy, Sentados frente al fuego, de Jorge Teiller

 








SENTADOS FRENTE AL FUEGO


Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por las llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Esta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.

Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
—Yo llenaba esas manos de cerezas, esas
manos llenaban mi vaso de vino—.
Ella mira el fuego que envejece.


JORGE TEILLIER (1935-1996)

poeta chileno
















De las viñetas de humor de hoy martes, 7 de enero de 2025

 










































lunes, 6 de enero de 2025

Día de Reyes. El más mágico del año para niños y adultos no enmohecidos. Hoy, cerrado por descanso del personal

 






Hoy, 6 de enero, Día de los Reyes Magos, este blog permanece cerrado por descanso de su personal. Pueden visitarlo libremente si lo desean. Mañana estaremos de nuevo con todos ustedes. Rogamos disculpen las molestias que hayamos podido ocasionarles. Solo es un día. Bueno, otro, pero no habrá muchos más... Sean felices por favor. A fin de cuentas eso es lo único importante. HArendt











domingo, 5 de enero de 2025

De las entradas del blog de hoy domingo, 5 de enero de 2025

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 5 de enero de 2025. El amor, esa gran cuestión, capaz de hacer cabriolas con el ánimo, elevarlo hasta los rutilantes astros, abrumarlo en una honda desesperación, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Esther Peñas, es aquello que promete nuestra felicidad, responsable último del sentido del vivir. La segunda es un archivo del blog de enero de 2020 en el que la escritora Marta Sanz hablaba sobre la personalización como aquello que nos hace sentirnos personas singulares, importantes, con criterio, que nos convierte en individuos. La tercera es hoy el poema Lo inefable, de Carmen Yáñez, que comienza con estos versos: Se que la eternidad no existe,/ni existe el más allá de los abrazos, ni el cielo guarda/los amores perdidos. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la filosofía del amor

 








El amor, esa gran cuestión, capaz de hacer cabriolas con el ánimo, elevarlo hasta los rutilantes astros, abrumarlo en una honda desesperación. Aquello que promete nuestra felicidad, responsable último del sentido del vivir. «No hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso […] esto es amor, quien lo probó lo sabe». Estos versos de Lope de Vega resumen ese crisol aglutinante de emociones llamado amor. Lo dice en la revista Ethic [La filosofía del amor, 02/01/2025] la escritora Esther Peñas.

Desde sus inagotables ángulos, el amor ha sido objeto de análisis del pensamiento del hombre. Elemento libertador, afección impertinente, estado psicológico, noble virtud, bujía del deseo, vaso comunicante con lo sagrado, grandeza de lo común… El amor ha cortejado a los filósofos de todos los tiempos y latitudes, en especial por su capacidad de traspasar la esfera individual, ser algo intrínseco a la naturaleza humana e inspirar a quien lo goza a ser mejor persona.

La concepción de Occidente del amor se despliega en El banquete, uno de los diálogos de Platón (que, junto con Fedro, compone la idea del amor platónico y data del siglo IV a. C). Tras una disertación en la que cinco de los comensales aseguran que el amor es un daemon (entidad divina que actuaba como mediadora entre dioses y humanos), desgranan el mito del andrógeno o hermafrodita, ese ser legendario que aunaba ambos sexos y que, al ser partido en dos por Zeus, busca incansable su otra mitad.

Cuando le toca el turno de palabra a Sócrates, este cita la autoridad y sabiduría de la sacerdotisa de Eros Diotima. Según esta figura mítica (objeto de innumerables poemas, ensayos, análisis, recreaciones), el amor es como una escalera que conduce al alma hacia lo divino, a la plenitud de la realidad última: la belleza eterna. Solo el amante está colmado de lo celestial y puro. «El amor es el deseo de lo bueno y lo bello para siempre». Palabra de Diotima. Si el amor del cuerpo procura la inmortalidad de la especie, también propicia la inmortalidad del alma. El amor, según Platón, nos saca del terreno individual y particular para aspirar al universal y absoluto.

Para Aristóteles (siglo IV a. C.), su discípulo, «amar es alegrarse» y «querer para alguien lo que se piensa que es bueno». La columna dorsal del pensamiento aristotélico es la voluntad y el amor en tanto que amistad. Dos de los siete libros que le dedicó a la felicidad se centran en ella, que pareciera ser el modo más puro de amor (algo que retomará, siglos después, Montaigne en sus Ensayos).

El amor como burla o raíz. Mucho más pícaro y cuco es Ovidio (siglo I a. C.), quien en su Arte de amar nos presenta una metodología del cortejo. Para el poeta romano, el amor es un juego peligrosísimo con sus propias reglas, tretas y trampas. Dividido en tres libros, el primero presenta dónde encontrar a la mujer perfecta y cómo propiciar los encuentros para el requiebro. Se recomiendan ardides, engaños, embustes. En el segundo, se explica cómo mantener el interés de la amada, ejercitando patrañas, argucias y lisonjas. Todo vale, juramentos que se rompen, promesas inconsistentes, súplicas falsas. La figura de «donjuán» es quizá el más notable de sus discípulos. La leyenda asegura que Ovidio sufrió el exilio por esta obra, ya que el adulterio estaba penado por la ley romana, pero parece que ese destierro tuvo más que ver con intrigas políticas que de alcoba.

«El amor es un indicio de nuestra miseria. No podemos sino amar algo distinto a nosotros», escribió Simone Weil (1909-1943). Pero es una miseria luminosa, que nos obliga a salir de nosotros mismos y unirnos al otro, despertándonos de una vida indiferente, liberándonos de una soledad estéril y destructiva. En La gravedad y la gracia, Weil asegura que el amor requiere «echar raíces» en el otro, y para ello es básica la atención, la escucha, la ternura. El amor, asegura, nos transforma a través de la belleza, y nos muestra el camino para abandonar la violencia y el dominio y entregarnos a la justicia, la bondad y la verdad. «El amor es la única facultad del alma de la que es imposible que salga brutalidad alguna. Es el único principio de justicia del alma humana. La analogía nos lleva a pensar que se trata también del principio de la justicia divina».

El amor, principio activo. Entre los filósofos españoles, acaso el que de manera más profusa y atinada vareó los asuntos del amor fue Ortega y Gasset (1883-1955) en el ensayo Estudios sobre el amor, publicado en 1940. Este hombre ilustrado habla de pecado cordis para referirse a la mácula de quien no ama, y explica que «más que un querer entregarse», el amor «se entrega sin querer». Ortega contempla con recelo el enamoramiento, que se «apodera brutalmente de la persona sin la intervención de las porciones más delicadas de su alma». El enamoramiento tiene que ver, a su juicio, con el deseo, y el deseo nos hace pasivos («lo que deseo al desear es que el objeto venga a mí») y apuesta por la voluntad que unge el amor: «En el amor todo es actividad […] soy yo quien va hacia lo amado y estoy en él». Estar en él, «un estar vitalmente con el otro», fiel a su destino, sea el que sea. «Amar es estar empeñado en que exista el objeto/sujeto amado; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde esté ausente». Bellísimo este derecho metafísico que Ortega concede al amor.

Aunque, un último matiz de Ortega, el relativo al fracaso amoroso: «La equivocación, en la mayor parte de los casos, no existe: la persona es lo que pareció ser, desde luego, solo que después se sufren las consecuencias de ese modo de ser, y a esto es a lo que llamamos ‘nuestra equivocación’. Es decir, no nos equivocamos de persona. Es lo que ya parecía ser. Lo que nos faltó fue prudencia, saber prever lo que pasaría con ese modo de ser en el futuro».

Algo similar propone el psicoanalista y escritor Carl G. Jung: cada cual proyecta sobre la persona amada sus deseos inconscientes, un arquetipo concreto, anima para los hombres y animus para las mujeres. Esto es lo que ofrece la cualidad de perfección del otro a nuestros ojos. Pero cuando ese encantamiento se va resquebrajando, el otro se nos muestra tal y como es. Solo entonces sabremos si el amor sigue fiel a lo real, o se desilusiona. Esta idea ya está en Del amor, un ensayo en el que Stendhal habla de la «cristalización». Uno ama aquello que proyecta sobre el otro, pero que en realidad el otro no tiene, ni es. Aquel a quien amamos carece de las cualidades que perseguimos, y el que ama tiene que imaginarlas. Puro idealismo, diría Ortega.

En El arte de amar, Erich Fromm (1900- 1980) sitúa esta emoción como el territorio en el que nuestra personalidad puede alcanzar la plenitud. Tres son sus cualidades: humildad, disciplina y coraje, y se fundamenta en la libertad para escoger al ser amado, de manera que el sujeto adquiera más relevancia que la facultad. Para Fromm, vivimos en una sociedad en la que la potestad de amar se ha envilecido. El amor corre el riesgo de convertirse en artículo de compraventa, pues el sistema ha tratado de mercantilizar los afectos.

Para que exista el amor, en el pensar de Fromm, han de darse cuatro elementos: el cuidado, que consiste en que el amante se preocupa por la vida, el bienestar y el crecimiento personal del ser amado; la responsabilidad, que reside en atender las necesidades del sujeto amado; el respeto, no como temor ni sumisión sino como manera de evitar la posesión y el control; y, por último, el conocimiento, contemplar al ser amado en sus propios términos, no en los nuestros. El amor, para Fromm, es la respuesta al problema de la existencia humana: «Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida […]. Amo a todos en ti, a través de ti al mundo, en ti me amo a mí mismo».

Una apuesta sin garantías. Incidiendo en las amenazas a las que el amor se ve expuesto en nuestros días aparece Zygmunt Bauman (1925-2017) con la visión de que aquellos aspectos de la vida que no estén comercializados ponen en peligro el sistema. Por ello, el capitalismo ha creado individuos líquidos, sin vínculos, que carecen de tiempo y ganas para construir relaciones a largo plazo (el amor) y prefieren los encuentros rápidos, inocuos, de bajo consumo emocional (el sexo). El amor, explica Bauman en Amor líquido, es lo más parecido a la muerte, solo se puede entrar en él una vez, porque es único e irrepetible, renace en cada aparición y no se puede aprender. Por eso, el capitalismo prima la versión más mundana del deseo, y lo hace huir del amor, presentando a las personas como objetos de catálogo y haciendo del sexo la única respuesta a la soledad, como fin en sí mismo y no como parte de un propósito más grandioso. El sexo es rápido, asequible, exime del dolor y del compromiso. Pero el mero sexo, advierte Bauman, no nos hace felices.

La mirada aristotélica plantea la amistad como el modo más puro del amor. Más luminoso y posibilista se muestra Alain Badiou (1937), aquilatando su teoría del «encuentro» en su Elogio del amor. El amor se inicia siempre con un encuentro, una especie de acontecimiento, un punto de no retorno. Este activa el deseo, no en sentido sexual, sino en tanto que añoranza de algo indefinible. Cuando irrumpe el amor, quiebra o altera radicalmente las circunstancias vitales de quien lo experimenta. Marca un antes y un después. Lo que era, ya no es más. Y exige «una apuesta sin garantías»: «El placer y el sufrimiento no son relevantes, lo definitivo es construir una nueva realidad».

El encuentro (lo que los cursis llamarían «flechazo») requiere la voluntad de dos personas para tejer entre ambas una vida, «no desde el punto de vista del Uno, sino desde el punto de vista del Dos». Según este filósofo, uno de los dones del amor es que es capaz de «inventar una manera diferente de duración para la vida». El amor como una nueva temporalidad, con apariencia de destino, que se traduce en «el nacimiento de un mundo».










[ARCHIVO DEL BLOG] Personalizados. Publicado el 10/01/2020













'Share' y tendencias nos esclavizan, comenta la escritora Marta Sanz en el habitual A vuelapluma de hoy viernes, y es que no se puede mantener una conversación con casi nadie si no se han visto las últimas series de Netflix...
"¿Los Reyes Magos -comienza diciendo Sanz- les han traído fetiches personalizados?, ¿botes de crema de cacahuete con su nombre?, ¿camisetas en las que se lee “Soy gilipollas”?, ¿gafas con la graduación correcta?, ¿coches tuneados con carrocería modelo Starsky y Hutch? La última pregunta delata mi condición de boomer; no, no pertenezco a la generación del Milenio. También sé, gracias a la mexicana Shaday Larios, que la gentrificación es capitalización de la nostalgia. Me lo temía: por eso, publiqué Vintage, un poemario sobre la memoria y sus comercializaciones. La personalización es maravillosa cuando se sufre un accidente y han de realizarte un injerto de piel. Si la piel que te injertan en la cara estaba en tu propio muslo, mejor que mejor, porque se evitan los rechazos. La personalización es maravillosa: los colchones tienen personalizada memoria del perfil de nuestro cuerpo; en el gimnasio se elaboran planes de entrenamiento personalizados —para ti, sentadillas; para ella, bicicleta estática—; y en el banco siempre encontramos una cuenta personalizada según nuestras necesidades. En la academia de inglés personalizan horarios y currículos en función de nuestros intereses y, cuando comemos fuera de casa, nos personalizan un menú, sobre todo si padecemos alergia, intolerancia o sencillamente no nos da la gana comer gluten. La personalización, como su propio nombre indica, nos hace sentir personas. Personas singulares. Importantes. Personas con criterio que pueden elegir entre 70 marcas de cereales distintas en la línea del supermercado. La personalización nos convierte en individuos y nos hace grandes y libres. No somos masa. No somos borregos. No hacemos lo que hace todo el mundo y, sin embargo, en el país de las maravillas de la personalización nuestros gustos cada vez son más homogéneos, sharey tendencias nos esclavizan y no se puede mantener una conversación con casi nadie si no se han visto las últimas series de Netflix…
En estas condiciones, leo Retina, suplemento de EL PAÍS en el que aprendo cosas: entrevistan a Renata Ávila, jurista guatemalteca, especialista en derechos civiles, que lucha contra la dominación política a través de Internet. Habla de nuestra dieta informativa personalizada. De cómo accedemos a la información a través de aplicaciones del smartphone. De por qué en mi teléfono aparecen las noticias que, en principio, me interesan —que el algoritmo decida que a mí me puede interesar algo de Okdiario me espeluzna— y de cómo esa selección “reduce infinitamente la variedad de nuestra dieta informativa y nos hace mucho más pasivos. El consumo se vuelve más adictivo, mucho más intrusivo, y lo más peligroso, hiperpersonalizado. Las apps hacen que, aunque vivamos en el mismo país, la misma ciudad y hasta la misma casa, se nos muestren universos distintos”. De ahí a la manipulación del voto y al desmoronamiento de los hábitos democráticos en una sociedad que confunde práctica de libertad y exaltación del individuo con vigilancia y propaganda personalizada hay un paso. Necesitaba compartir con ustedes las palabras de Ávila. Ella cierra la entrevista comentando que la tecnología quizá no funciona como herramienta de exclusión social, pero sirve para “monitorizar” a los pobres. Muy pronto los Reyes sacarán los smartphones de sus sacos mágicos".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt















El poema de cada día. Hoy, Lo inefable, de Carmen Yáñez

 






LO INEFABLE 

Se que la eternidad no existe,
ni existe el más allá de los abrazos, ni el cielo guarda
los amores perdidos.
Se que es un triste alivio escudriñar las estrellas en el firmamento.

El consuelo redime el dolor, lo hace pequeño a su manera,
para no hurgar en la herida del doliente.

La inmortalidad es un breve espacio del tiempo
mientras yo respire y mi corazón duela de amarte
y mis labios te invoquen.


Carmen Yáñez (1952)

poetisa chilena