jueves, 10 de octubre de 2024

Cerebros de gallina. [Archivo del blog, 31/10/2017]











Las subjetividades son infinitas y siempre habrá a quien ofenda cualquier cosa. Nadie podría decir nunca nada, como en los regímenes totalitarios, comenta el escritor y académico Javier Marías en un reciente artículo con el que termino (al menos eso deseo de todo corazón) la interminable serie de entradas del blog dedicadas a reseñar, día a día y paso a paso, el fallido proceso independentista catalán.
Me entero, comienza diciendo Marías, de unas recientes estadísticas americanas que aún no hielan, pero enfrían sobremanera la sangre. Más que nada por eso, porque no son de Rusia ni de las Filipinas ni de Turquía ni de Cuba ni de Egipto ni de Corea del Norte, sino del autoproclamado “país de los libres” desde casi su fundación. El 36% de los republicanos cree que la libertad de prensa causa más daño que beneficio, y sólo el 61% de ellos la juzga necesaria. Entre los llamados millennials, sólo el 30% la considera “esencial” para vivir en una democracia (luego el 70% la ve prescindible). Hace diez o quince años, sólo el 6% de los ciudadanos opinaba que un gobierno militar era una buena forma de regir la nación, mientras que ahora lo aprueba el 16%, porcentaje que, entre los jóvenes y ricos, aumenta hasta el 35%. Un 62% de estudiantes demócratas —sí, he dicho demócratas— cree lícito silenciar a gritos un discurso que desagrade a quien lo escucha. Y a un 20% de los estudiantes en general le parece aceptable usar la fuerza física para hacer callar a un orador, si sus declaraciones o afirmaciones son “ofensivas o hirientes”. Por último, el 52% de los republicanos apoyaría aplazar —es decir, cancelar— las próximas elecciones de 2020 si Trump así lo propusiera.
Todo ello es deprimente, alarmante y no del todo sorprendente. Nótese la entronización de lo subjetivo en el dato penúltimo. Los dos adjetivos, “ofensivo” e “hiriente”, apelan exclusivamente a la subjetividad de quien oye o lee. Alguien muy religioso sentirá como hiriente que otro niegue la existencia de Dios o que su fe sea la verdadera; alguien patriotero, que se diga que su país ha cometido crímenes (y no hay ninguno que no lo haya hecho a lo largo de la Historia); alguien ultrafeminista, que se critique la obra artística de una congénere; alguien independentista, que se disienta de sus convicciones o delirios. En todos esos casos se vería justificado acallar a voces o mediante violencia al que nos contraría, porque “nos hiere u ofende”. Y como las subjetividades son infinitas y siempre habrá a quien ofenda o hiera cualquier cosa, nadie podría decir nunca nada, como en los regímenes totalitarios. Bueno, nada salvo los dogmas impuestos por el régimen de turno, de derechas o de izquierdas.
Estas estadísticas son estadounidenses, pero me temo que en Europa no serían muy distintas. No es una cuestión de edad ni de ideología. Como se comprueba, participan de la intolerancia los mayores y los jóvenes, los demócratas y los republicanos. Demasiada gente, en todo caso, dispuesta a cuestionar o suprimir la libertad de expresión y de prensa, a celebrar un gobierno de militares, a callarles la boca por las bravas a quienes sostienen posturas que no les gustan. Las estadísticas de aquí las proporcionan las redes sociales, en las que un número ingente de individuos recurre de inmediato al ladrido, la amenaza y el insulto ante cualquier opinión diferente a la suya. Las más de las veces cobardemente, no se olvide, bajo anonimato. No cabe sino concluir que una serie de valores “democráticos”, que dábamos por descontados, se están tambaleando. Valores fundamentales para la convivencia, para el respeto a las minorías y a los disidentes, para que la unanimidad no aplaste a nadie. Algo lleva demasiado tiempo fallando en la educación, y las conquistas y avances en el terreno del pensamiento, de la igualdad social, de las libertades y derechos, de la justicia, nunca están asegurados.
Personas con importantes cargos, y por tanto con influencia en nuestras vidas, razonan de manera cada vez más precaria, como si a muchas se les hubiera empequeñecido el cerebro. No sé, un par de ejemplos: la diputada Gabriel ha incurrido en una de las mayores contradicciones de términos jamás oídas, al calificarse a sí misma de “independentista sin fronteras” (sic); y, después de la españolísima chapuza de Puigdemont en su Parlament el 10 de octubre, cerebros como el de Colau o el de los cada vez más osmóticos Montero e Iglesias (ya no se sabe si él la imita a ella o ella a él, hasta en el soniquete y los gestos) dedujeron que al President de la Generalitat había que “agradecerle” su galimatías, porque podía haber sido peor, y menos “generoso”. Tras haber mentido, engañado y difamado compulsivamente, tras haberle ya causado un irremediable daño a su amada Cataluña, haber montado un referéndum-pucherazo digno de Franco y haberle dado validez con cara granítica, haberse burlado de su propio Parlament y haberlo cerrado a capricho; tras haber violado las leyes y haber despreciado a más de la mitad de los catalanes, ¿qué es lo que hay que “agradecerle”? ¿Que no sacara una pistola y gritara “Se sienten, coño”, como Tejero? Es como si al atracador de un chalet hubiera que agradecerle que se llevara sólo los billetes grandes y dejara los pequeños, y se limitara a maniatar a los habitantes, sin pegarles. Señores científicos, hagan el favor de estudiar con urgencia por qué tantos cerebros humanos, en los últimos tiempos, han retrocedido y menguado hasta alcanzar el tamaño del de las gallinas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






 







Del poema de cada día: Hoy, La venganza de don Mendo (fragmento), de Pedro Muñoz Seca (1879-1936)

 






LA VENGANZA DE DON  MENDO (Fragmento)


– Primero me arranco la vida.

¿Voy a verla! Sí. ¿Qué incoa

mi espíritu? Lo que incoe

ya mi cerebro corroe.

¿Mas qué importa que corroa?

¡Aspid que en mi pecho roe,

prosigue tu insana roa

que aunque soy digno de loa

no he de ser yo quien se loe!

¡Fuerzas, cielos, porque al vella

querré matalla y mordella

y eso sería delatalla!

¡Juro a Dios que he de miralla

y escuchalla sin vendella!

Mas si juré no perdella

también vengarme juré

en la infausta noche aquella.

Y he de vengarme; sí, a fe.

¿Mas qué haré, qué intentaré?

¿Cómo vengarme podré

si lo que juré, sé que

lacra mi boca y la sella?

¡Cómo, ¡ay Dios!, compaginallo

si este desengaño, ¡ah!,

no puede dejarme ya

ni tiempo para pensallo?...

(Saca el puñal, lo besa y lo contempla con arrobo.)


¡Puñal de puño de aluño!...

¡Puñal de bruñido acero,

orgullo del puñalero

que te forjó y te dio bruño!...

Puñal que en mi mano empuño,

en cuyos finos estríes

hay escritas con rubíes

dos frases a cual más bella:

«Si hay que luchar, no te enfríes.

Si hay que matar... descabella.»

Tú con tu lengua me llamas

y deshaces mi congoja,

pues teniendo yo tu hoja

no he de andarme por las ramas.

Penetra, puñal, en mí,

llega pronto al corazón

y a quien te pregunte, di

que a pesar de su traición

adorándola morí.

(Ocultando el puñal al ver que se abre la puerta.)

¡Mas ya llegan: maldición!

¡Qué lindo tiempo perdí!


Pedro Muñoz Seca (1879-1936).

Escritor español













De las viñetas de humor de hoy jueves 10 de octubre de 2024

 
























miércoles, 9 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy miércoles, 9 de octubre

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 9 de octubre de 2024. Este último año en Israel ha sido un poco como si estuviéramos viendo una pantalla de televisión dividida en dos, le cuenta en la primera de las entradas del blog de hoy un israelí a su madre muerta. Son muchos los que un día abandonan su tierra para salir a pelear por sus vidas en lugares lejanos; la ruta más frecuente es dejar el campo y buscar suerte en la ciudad; hasta que un día llega la muerte, comienza diciéndose en la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2019. La tercera es hoy un poema amoroso del Siglo de Oro español. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt















De la carta de un israelí a su madre muerta

 






Querida madre: Han pasado cinco años desde que falleciste y hasta ahora no te había escrito, dice en El País [Carta a mi madre sobre el último año de Israel, 04/10/2024] el escritor y cineasta israelí Etgar Keret. Siento haber tardado tanto, pero estaba esperando alguna buena noticia que contarte y nunca la ha habido. Podría haberte escrito sobre la pandemia de covid-19, o sobre el Gobierno mesiánico y derechista de Benjamín Netanyahu, a quien nunca pudiste soportar. Podría haber escrito sobre la horrible masacre que tuvo lugar aquí el 7 de octubre, sobre los cientos de rehenes que languidecen en Gaza y cómo da la impresión de que el mismo Netanyahu está haciendo todo lo posible para sabotear un acuerdo, empeñado en prolongar esta horrible guerra para siempre. También podría haberte hablado de Alex, el historiador barbudo de aquel documental polaco en el que participé, de quien dijiste que era un mensch, un buen hombre: lo secuestraron en su casa, donde grabamos las entrevistas aquel día, y murió en Gaza después de que Netanyahu, en el acuerdo sobre los rehenes, se negara a que liberasen a los ancianos antes que a las mujeres. O podría haberte escrito sobre las personas mayores con las que quizá nos habríamos cruzado en la sala de espera del médico si todavía vivieras: la policía fascista de Itamar Ben-Gvir las detuvo de forma violenta y las esposó, como si fueran delincuentes peligrosos, solo porque tuvieron la audacia de recordarnos que una de las mitzvot judías [los preceptos] más importantes es la redención de los cautivos. ¿Pero de qué habría servido?

Estás ya en otro mundo diferente y mejor. Así que seguí esperando buenas noticias y me prometí a mí mismo que te escribiría cuando los rehenes volvieran a casa o, por lo menos, cuando cayera este horrible Gobierno y Bibi asumiera la responsabilidad de la catástrofe, en lugar de echar la culpa de que Hamás esté más fuerte a los generales del ejército, los jueces del Tribunal Supremo e incluso a tus propios hijos, que han salido a la calle cada semana para pedir equidad y democracia y protestar por el hambre que sufren los gazatíes y los pogromos que llevan a cabo los colonos en los pueblos palestinos de Cisjordania.

Este último año en Israel ha sido un poco como si estuviéramos viendo una pantalla de televisión dividida en dos: por un lado, los acontecimientos se suceden a cámara rápida, como en una película de Chaplin, de dimensiones épicas, con las imágenes de una masacre inimaginable en los kibutz del sur de Israel, que conduce a una tormenta de muerte y devastación sobre Gaza. Mientras tanto, en la otra parte de la pantalla, hay una imagen congelada.

Desde hace nada menos que un año, el primer ministro de Israel no ha sido capaz de explicar a su país ni al mundo cómo se imagina Gaza cuando termine esta guerra interminable, ni le ha parecido necesario reconocer su responsabilidad por los fallos de seguridad que desembocaron en el asesinato de cientos de ciudadanos. Tampoco puede explicar por qué, un año después de haber cesado a su ministro de Defensa, este sigue en su puesto. Un año entero durante el que el jefe del Gobierno se niega a conceder entrevistas a los medios de comunicación locales, a formar una comisión de investigación para averiguar cómo fue posible la debacle o a fijar una fecha para las elecciones, para que la gente ―que según las encuestas se ha cansado hace ya tiempo de él― pueda expresarse.

Este ha sido un año tan largo como la eternidad y tan árido como un desierto; y ahora nos encontramos de pie junto a un montón de cadáveres, sin que hayamos avanzado un ápice en conocimiento ni esperanza. Los medios de comunicación nos van informando sobre los planes para conmemorar el aniversario del 7 de octubre. La ceremonia, nos dicen, se filmará sin que haya público, por miedo a que estallen protestas. La grabarán previamente, al margen del tiempo y de la gente, igual que el disparatado Gobierno que la ha concebido. Una ceremonia conmemorativa mientras todavía hay rehenes en Gaza que esperan a ser liberados resulta tan incomprensible como un acto en memoria de las víctimas del Holocausto que se hubiera celebrado en plena Segunda Guerra Mundial, mientras aún salía humo de los crematorios.

Hay casas ardiendo en el norte de Israel, mamá, y en Líbano, las explosiones de buscas y walkie-talkies fueron la antesala de un amplio ataque que eliminó a gran parte de la cúpula de Hezbolá, incluido Hasan Nasralá. Ah, e Irán lanzó otro ataque con misiles sobre Israel, pero sonaba más grave de lo que finalmente fue. Lo cual me recuerda que hoy, por fin, he conseguido encontrar en internet una buena noticia que, aunque no tiene nada que ver con este país al que tanto quieres, creo que te alegrará: un nuevo estudio encargado por la OMS demuestra que, al parecer, no hay correlación ninguna entre el uso frecuente del teléfono móvil y el cáncer. ¿Recuerdas que siempre me decías, con una sonrisa algo nerviosa, que una cosa era que parase de hablar, pero que todas esas largas llamadas de móvil iban a acabar por freírme el cerebro? Pues ya puedes dejar de preocuparte: no hay peligro. El parlanchín de tu hijo puede seguir hablando sin cesar por teléfono, sin que se le caiga ni un solo pelo.

Las muertes se multiplican a ambos lados de la frontera de Gaza: niños y ancianos israelíes inocentes, jóvenes soldados y miles y miles de mujeres y bebés gazatíes. Pero ninguno de ellos ha muerto por usar demasiado el móvil. Los móviles, probablemente, seguirán estando siempre, pero este Gobierno tiene fecha de caducidad. Recemos juntos para que expire antes de que lo haga el país y antes de que llegue la destrucción del Tercer Templo con la que fantasean Ben-Gvir y sus compinches en su camino hacia la redención.

Hablando de redención, espero que estés bien allí arriba y que papá y tú tengáis un poco de paz y tranquilidad. Muchos israelíes dicen que se alegran de que sus padres ya no estén vivos y se libren de ver en qué se ha convertido el país por el que tanto se sacrificaron, pero a mí me da pena todo el tiempo no tenerte a mi lado. Sé que, si estuvierais vivos, papá y tú habríais puesto orden o, por lo menos, habríais conseguido, como hacíais siempre, mirar dentro de la oscuridad y la pesadumbre para encontrar un camino de luz lleno de esperanza. Un beso, Etgar. / Etgar Keret es escritor y director de cine israelí.







Volver a casa. [Archivo del blog, 20/09/2019]











Son muchos los que un día abandonan su tierra para salir a pelear por sus vidas en lugares lejanos. La ruta más frecuente es dejar el campo y buscar suerte en la ciudad. Hasta que un día llega la muerte, comenta la veterinaria de campo y escritora María Sánchez. 
Hay dolores que se adhieren, van con una a todas partes, a veces crecen y otras hacen como que se esconden, pero siempre están ahí, sentándose a la mesa con el resto de la familia, aunque nunca se les pongan plato y cubierto, aunque nunca se les espere, comienza diciendo Sánchez. Hay dolores que se adhieren, sí, que aparecen de un día para otro de repente, como una mancha de humedad en la pared, que rompe la cal y se aferra para no dejar de crecer. Pero últimamente creo que hay dolores que también se heredan. Pequeñas heridas, cicatrices de multitud de formas que vienen de fábrica, de las células de mamá y papá, de las manos y silencios de nuestras abuelas, del sudor y la guita en los pantalones de nuestros abuelos. Dolores que una cree que son tonterías, historias que siempre se cuentan alrededor de un brasero de picón y un juego de café. Pequeñas nanas que siguen reproduciéndose a lo largo de genealogías, entre cabeceros y lápidas. Quizás el dolor, como la mancha, insiste, quiere extenderse al resto del cuerpo, colonizar otras células, otros lugares, ser visible, sentirse hermano de alguien, ser nombrado. Comenzar a existir por sí solo.
Yo llevo un dolorcito a cuestas desde que comenzó el verano. Doy vueltas alrededor de él, a veces le canto, le quito las hojas secas como a algunas plantas, aprovecho las horas de sol que dan a la pared del cuarto donde escribo para que pueda tumbarse y quedarse dormido, para que coja fuerzas y crezca. Sol y un poquito de agua, también a veces hablo conmigo misma y con él, pronuncio a menudo en voz alta la palabra nosotros, para que se le quite la vergüenza y comience a hablar y me cuente, para que así sea posible el regreso de este dolor a su verdadera casa.
Y creedme, el dolor habla. Y tiene nombres y apellidos, y compartimos sangre y alacenas, pequeñas habitaciones que vieron crecer a tantos que precedieron a nuestra familia. Un dolor que yo pensaba pequeño pero que se ha hecho infinito y alumbra, y que no para de encontrar hermanas fuera de las voces conocidas, lejos de los lugares comunes. Un dolor que arrastra a demasiados, como una turba que no para de acoger y arrullar a todo lo que se descompone y desaparece a su paso. Un dolor que como en las orillas del río, da forma y transforma a sus habitantes, acoge y se deja llevar dependiendo de lo que traiga la corriente.
He de reconocer que me ha costado desprenderme de este dolor mío tan insolente. Es difícil escribir sobre algo que ocupa tanto y apenas se nombra. Porque no hay un nombre para ellos. Exilio, desarraigo, nostalgia... para este dolor esas palabras no terminan de ser suficientes. Ni para él ni para tantos hombres y mujeres de mi familia y de tantas de este país que tuvieron que emigrar lejos de su pueblo. La mayoría de las veces sin remedio, sin poder evitarlo, sin nada que pudiera tener algún día solución. No hay posibilidad de aferrarse a un regreso: la muerte los pilla allí, en el sitio que debería ser su casa porque es allí donde han pasado la mayoría de su vida, entre fábricas y cuartitos de limpieza, pero ellos y ellas saben que no, que es un falso espejismo, que la casa de donde deben de marcharse para siempre no es esa.
Qué fácil es escribir la palabra hogar cuando no has tenido que dejar tu tierra para comer. Cuando no has tenido que dejar tu casa y a tus muertos bajo las aguas de un pantano, cuando esas cuatro paredes ni siquiera existen, solo son posibles en algún lugar de tu memoria, en algún gesto que aún recuerdas y sigues reproduciendo con tus propias manos. Qué fácil pronunciar la palabra volver, cuando una nunca ha tenido esa certeza, la única que insiste y reclama, como ese instinto tan verdadero que lleva a alejarse y a esconderse a los animales cuando saben que van a parir o a morir. Y es que este dolor, como ellas y ellos, quiere irse a morir a su casa, a aquel lugar en el que menos años de su vida han pasado, pero al que vuelven siempre que pueden como si nunca se hubieran ido. Y el dolor crece y se aferra un poquito más cada vez que se hace imposible el regreso. Mancha, se apodera de la luz y se convierte en el centro, hace imposible la limpieza y la nada.
Mi tita Carmen murió un lunes de agosto en Barcelona. Hasta el viernes siguiente por la tarde no pudo volver al pueblo. Abrimos su casa y regamos el patio al caer la noche, para que pensasen que ella no se fue sin despedirse. Se marchó del pueblo con veintitantos, a la periferia de una ciudad, limpiando todos los pisos de Barcelona, como decía ella, mientras su marido trabajaba en la Seat. Se vio en la calle con una bolsa de basura, con lo poco que pudo recoger de su primera casa, un piso a las afueras que se derrumbó y que se quedó con lo poco que tenían entre los escombros, una casa de la que apenas hablaban, a la que nunca quisieron volver, como si las vigas y los ladrillos rotos hubieran hecho por completo su trabajo. Murió en un hospital de la gran ciudad, creyendo que estaba en su pueblo, cerca de los suyos, oliendo el azahar del patio por las noches, las voces de las vecinas asomándose al zaguán, el motor que anuncia a los que regresan del campo a la hora de comer. Tuvo que morirse y dejar unas macetas que la siguen esperando, y una historia, la suya, como la de tantas y tantos que llegó tarde, en la boca de algún familiar cercano, esa con la que comparto sangre, pero que creció lejos de la tierra, agrandando con sus propios cuerpos fábricas y periferia, haciendo posible con su trabajo el crecimiento imparable de una urbe. Se fue y me dejó con una costumbre que ahora se convierte en huérfana, la de tocar a su puerta cada noche de verano y sentarnos juntas, al fresco. Se fue y solo queda este dolor, esta impotencia que también ha venido para quedarse, para hacerse hermana, que solo busca la forma menos dolorosa de regresar, una vereda fácil, una madriguera donde cobijar los pasos y las voces de aquellos y aquellas que tuvieron que irse a la fuerza, y que siguen intentando hasta el último de sus días, volver a casa. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











Del poema de cada día: Hoy, Definición del amor, de Francisco de Quevedo

 






DEFINICIÓN DEL AMOR


Es hielo abrasador, es fuego helado,

es herida que duele y no se siente,

es un soñado bien, un mal presente,

es un breve descanso muy cansado.


Es un descuido que nos da cuidado,

un cobarde con nombre de valiente,

un andar solitario entre la gente,

un amar solamente ser amado.


Es una libertad encarcelada,

que dura hasta el postrero paroxismo;

enfermedad que crece si es curada.


Éste es el niño Amor, éste es su abismo.

¿Mirad cuál amistad tendrá con nada

el que en todo es contrario de sí mismo!


Francisco de Quevedo (1580-1645)

Poeta español













De las viñetas de humor del hoy miércoles, 9 de octubre de 2024

 
















martes, 8 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy martes, 8 de octubre de 2024





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 8 de octubre de 2024. ¿Qué tiene la izquierda para ofrecer en un mundo camino del colapso? se pregunta la primera de las entradas del blog de hoy? La segunda, un archivo del blog de agosto de 2008 va de libros y lecturas, y de que elegir que leer implica necesariamente descartar porque no podemos abarcar todo lo que desearíamos leer. La tercera es un poema de amor del poeta Eugenio Fuentes titulado Franquicia. La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todo ello le resulte interesante. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt