jueves, 30 de marzo de 2023

De la edad como criterio

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de los economistas José A. y Miguel A. Herce, va de la edad como criterio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








La edad como criterio
JOSÉ A. y MIGUEL Á. HERCE
22 MAR 2023 - Revista de Libros

Cada vez hay más prestaciones de los gobiernos de todo tipo (locales, regionales y estatales) que se obtienen cumpliendo, de entrada, una condición de elegibilidad muy peculiar: tener una determinada edad.
Vamos a ver, incomparable gemelo, ¿qué edad? Porque una cosa es la edad que revela el DNI y otra es la que cada uno sentimos, arrastramos o proyectamos. Una cosa es decir que nacimos en 1951 y otra es la edad que nos ponen a cada uno de nosotros los demás, o la que cada uno de nosotros sentimos que tiene, o la que percibe que tiene el otro. Y si pasamos de nuestro ámbito personal y pensamos en las percepciones propias y ajenas, de las que resulta que cada uno tenemos muchas edades, resulta también que, más que nunca, hoy, conviene preguntarse si la edad es un buen criterio para regular tantos aspectos como se regulan con este criterio.
La edad determina el paso a la vida adulta o «mayoría de edad», a la que se conceden multitud de derechos ciudadanos, por ejemplo, el derecho al voto. También determina el paso a la jubilación o el acceso a una multitud de prestaciones como descuentos o gratuidad en actividades culturales, movilidad y similares.
Revisamos con cierta frecuencia estas edades de corte y, también con frecuencia, se plantean debates sociales sobre la conveniencia de aumentarlas o disminuirlas. Lo que tiene importantes consecuencias legales, sociales, económicas y de todo tipo tanto para los individuos como para la sociedad. En estos debates emerge con claridad un hecho incontrovertible y la imposibilidad de afrontarlo de manera práctica.
El hecho incontrovertible es que a cada edad cronológica nos encontramos con una gran variabilidad de individuos que difieren en su grado de madurez, o estado de salud o estatus socioeconómico. Por lo que muchos cuestionan que el acceso a los derechos que conlleva el pertenecer a uno u otro grupo de edad esté plenamente justificado para todos los individuos que exhiben en su DNI la edad requerida. Este planteamiento no es, sin embargo, fácil de admitir.
En el plano de la viabilidad práctica de afrontar el hecho incontrovertible de la diversidad de condiciones individuales a cada edad, hay, al menos, dos objeciones a la idea de que no todos los individuos de una determinada edad ameriten por igual los privilegios que concede la edad.
Por un lado, en la práctica, sería mucho más complicado testar las condiciones personales, que no fuesen la edad, que diesen acceso al voto, por ejemplo (que no es el mejor ejemplo, pero para entendernos). La edad cronológica es inmediata de observar mientras que la edad mental, por citar una de las muchas variantes de la primera, no lo es.
Por otro lado, ¿no sería inaceptable que una administración decidiese quién reúne las características adecuadas para que el derecho al voto, por ejemplo, se ejerza responsablemente por debajo o por encima de la edad cronológica que se ha establecido para la mayoría de edad?
Pero lo cierto es que, en muchos casos, no basta la edad para alcanzar una serie de derechos. Hay, además, que considerar otras condiciones de elegibilidad. En el caso del acceso a la jubilación, por ejemplo, además de la edad se requiere un requisito de periodo mínimo de cotización, entre otros requisitos.
El derecho al voto y el derecho a percibir una pensión, afortunadamente, llevan ya muchas décadas regulados y se practican y defienden en muchos países. En el ejercicio de estos derechos, como ya hemos repetido, el criterio de la edad es determinante, sí, pero no basta, y las sociedades no reparan en mientes para garantizarlos. Aunque hay muchas personas que piensan que la edad para ejercer uno, otro o ambos derechos debería disminuir.
Más vale que no prosperen estas ideas, al menos mientras la esperanza de vida siga creciendo. Porque no está nada claro que con vidas más largas se asese antes y menos claro aún está que con vidas más largas los sistemas de pensiones sean más sostenibles. También hay muchas personas que opinan que la edad para ejercer uno, otro o ambos de los derechos mencionados en el párrafo anterior deberían aumentar, al menos, mientras la esperanza de vida siga creciendo.
Todo lo anterior, incomparable gemelo, no viene a humo de pajas. Es neto en sí mismo. Pero, en realidad, viene a sentar las bases de una crítica que empieza a emerger, afortunadamente, en nuestra opinión, a una práctica que se está extendiendo en España y en muchos países: regalar cosas a todos quienes tengan a partir o hasta una determinada edad. Sin más.
Un ejemplo nítido y vamos a ello. Muchos gobiernos de diferente nivel están regalando dinero, descuentos o cheques canjeables por bienes y servicios a los jóvenes o a los mayores. El «abono de transporte de los mayores» ya es gratuito en la Comunidad de Madrid desde el 1 de enero del presente año. La única condición de elegibilidad para obtenerlo es la edad, los 65 años del DNI. ¿Por qué se hace esto?
Los jóvenes, cuando cumplen 18 años (sólo en el año en que los cumplen, unos 480 mil cada año), tienen a su disposición 400 euros del gobierno central para gastarlos en bienes y servicios culturales referenciados en el año, divididos en tres franjas con objeto de asegurar la diversificación cultural. Los jóvenes de entre 14 y 25 años (unos 5,8 millones), pueden alcanzar hasta un 30% de descuento en billetes de Renfe para viajes de larga distancia en ferrocarril. Además del generoso abono de corta y media distancia ferroviaria al alcance de toda la población, que, eso sí, no está condicionado a la edad.
El abono de transportes gratuito para los mayores en la Comunidad de Madrid es un caso muy interesante. Esta comunidad autónoma tiene 6,75 millones de habitantes, de los cuales 1,25 millones de personas tienen 65 años o más. En 2019, el abono anual costaba 129 euros, con una recaudación potencial máxima de 152 millones de euros, y con un abono ya fuertemente bonificado entonces. En 2023, por lo tanto, el Consorcio de Transportes habrá dejado de ingresar un importe muy relevante que la Comunidad de Madrid deberá abonarle adicionalmente para equilibrar sus cuentas.
Nos preguntábamos antes  ¿por qué hacen esto? Puede haber dos posibles respuestas en los extremos y toda una mezcla de ellas entre medias de ambos. Una respuesta en el extremo egoísta del espectro sería «para que les voten». Bueno, 1,25 millones de votos no son despreciables en absoluto. Además, curiosamente, 2023 es año electoral. Aún mejor, los mayores son más activos votando y más conservadores que los jóvenes. La respuesta en el extremo altruista podría ser «como homenaje a la edad».
No se rían, ponderados lectores, por lo del «homenaje a la edad», por favor, que este tipo de cosas se leen en algunas redes sociales.
Sucede que los hogares encabezados por personas de 65 y más años son los que menor riesgo de pobreza sufren gracias a la seguridad de sus pensiones y el alcance de sus recursos patrimoniales, mientras que los hogares encabezados por jóvenes menores de 29 años son los que mayor riesgo de pobreza sufren, por la precariedad de sus empleos y la ausencia de ahorros significativos.
Sea cual fuese la respuesta a la pregunta de ¿por qué hacen esto?, creemos sus seguros servidores que con los regalos o con el «todo gratis, a todo el mundo en todas partes» únicamente condicionados al criterio de la edad, estamos haciendo algo profundamente injusto. Y todavía más injusto si lo justificamos con cualquiera de las respuestas antes avanzadas.
Las ayudas generales para complementar rentas deben ir a quienes las necesitan y acreditan carecer de los recursos necesarios. No a quienes tienen una determinada edad o por encina o por debajo, aunque no las necesiten. Y a cargo de los Presupuestos Generales del Estado, bien en forma de efectivo o, preferentemente, en forma de cheques asignados al tipo de gasto que se trata de subvencionar (alimentación, energía, movilidad).
Si se desea recibir a los jóvenes a la mayoría de edad como una especie de «rite de passage», lo cual puede ser una buena idea simbólica, pues que sea con una cantidad muy modesta, imponiendo la condición de registrarse en la App de la Agencia Tributaria para entrar en el copo fiscal. Que la vida adulta también comienza cuando uno se retrata ante Hacienda, para siempre. De paso, se obtiene un certificado electrónico cada vez más necesario para la vida civil y se aceptan las cookies que sean. Si se desea hacer un homenaje a los mayores, se calla uno en vez de sobornarles. Y se les facilita la vida, allí donde lo necesiten, especialmente a quienes carezcan de recursos, en la España urbana o en la rural, en la que no hay ni trenes ni consorcios de transportes. Y nada de esto en año electoral.

























[ARCHIVO DEL BLOG] Antígona y la Guerra Civil. [Publicada el 22/07/2011]













Comentaba en mi entrada de ayer que en tiempos de turbulencia suelo recurrir a la lectura de los clásicos y a la conversación con las amigas (gracias, María Françesca, y Ana...). En estos últimos días he disfrutado del "Hipólito", la "Medea", las "Bacantes" y la "Ifigenia en Áulide", de Euripides (Círculo de Lectores, Barcelona, 1993) . Y a raíz del artículo  sobre la representación de la "Antígona" de Sófocles (Cátedra, Madrid, 2004) en el teatro romano de Mérida (El País, 11/7/2011), he vuelto a releerla con emoción y placer contenidos el 18 de julio, en el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil..
No soy el único que piensa  que todo lo escrito en la literatura occidental desde hace 2500 años es una mera paráfrasis de lo que ya escribieron, y mucho mejor, los grandes trágicos griegos del siglo IV a. de C. El historiador A. Lesky, en su "Historia de la Literatura Griega" (Gredos, Madrid, 1968) dice que los filólogos de la Alejandría helénica pensaban ya que nada posterior a las tragedias griegas de la época clásica era digno de conservarse. Se pasaron, evidentemente, en lo de la conservación, pero no andaban muy errados en su juicio aunque fueran parte interesada... 
Hace unas semanas le preguntaba a una amiga que quién era su personaje femenino de ficción preferido. No me quiso contestar; supongo que es difícil para un amante de la buena literatura, y ella lo es, responder a una pregunta como esa sobre la marcha. Por mi parte, tampoco lo tengo claro, ¡son tantos!, pero si tengo que responder sin pensármelo, sobre la marcha, diría que la Antígona de Sófocles. 
Mi admiración por Antígona viene de muy antiguo. En concreto de una magistral versión de TVE, en su añorado Estudio 1, que interpretaba la actriz Nuria Torray. Desde ese día la he leído numerosas veces, y siempre encuentro en ella matices nuevos, frases olvidadas, palabras cuyos ecos resuenan en mi alma a pesar haberlas leído una y otra vez, que acrecientan mi admiración por el personaje y por el genio de su creador.
La trama de la "Antígona" de Sófocles es conocida sobradamente, pero la resumo lo mejor que puedo: Eteocles y Polinices, hermanos de Antígona y de Ismene, han muerto en un duelo fratricida por el poder sobre la ciudad de Tebas. Su tío Creonte se hace con la corona y ordena dar honras fúnebres solemnes a Eteocles y dejar insepulto el cadáver de Polinices, al que considera traidor a la ciudad.
Antígona se subleva contra esa orden al entender que las leyes del Estado nunca pueden ir contra las leyes de la naturaleza y la voluntad de los dioses que ordenan dar sepultura a los muertos, y da tierra con sus propias manos a Polinices, ante la negativa de Ismene a colaborar con ella. Descubierta por Creonte es condenada a muerte, pero antes de su ejecución, ella misma se ahorca. También se suicida al descubrir el cadáver de Antígona su prometido, Hemón, hijo de Creonte, y lo mismo hace la esposa del rey, Eurídice, al conocer la muerte de su hijo. La obra termina con un Creonte solo y derrotado que reconoce la injustica de su decisión demasiado tarde. 
¿Qué convierte una obra de literatura en un clásico? Evidentemente no la fecha en que fue escrita, sino el hecho de que a través del tiempo y las sucesivas generaciones de lectores siga diciéndonos cosas que nos emocionan, que vemos y sentimos como propias y que confieren validez universal y atemporal a su mensaje. 
En ese sentido, "Antígona", escrita y representada hace 2500 años, releída un 18 de julio de 2011, en el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil española, se ha constituido para mi en una alegoría de ese enfrentamiento fratricida que asoló España desde 1936 a 1939 e impuso su voluntad arbitraria a la mitad de sus ciudadanos hasta 1975. En esa alegoría, Eteocles y Polinices representarían las dos Españas en pugna; Creonte, el Estado autoritario y dictatorial surgido a raíz del enfrentamiento; Ismene, a aquella parte de la sociedad española que, aunque dolida, se acomoda a la nueva situación de poder y prefiere cerrar los ojos ante la injusticia; y por fin, una Antígona que representa a aquellos para la que no puede existir reconciliación, paz ni justicia mientras no se reconozca el derecho de sus muertos a gozar de la dignidad que su propia condición de españoles les confiere.
No se como lo verán ustedes; así es como lo sentí yo el 18 de julio pasado. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







   




miércoles, 29 de marzo de 2023

Del nacionalismo como maldición

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Javier Cercas, va del nacionalismo como  maldición. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La privatización del sentimiento nacional
JAVIER CERCAS
18 MAR 2023 - El País
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Cada vez que alguien me pregunta si me siento catalán, extremeño o español, como exigiendo que me defina de una vez, me acuerdo de David Selbourne, aquel polígrafo inglés que pedía al “judío de Inglaterra” que dejase de “fingir que es inglés” y admitiese que su “verdadera” identidad era la de judío; pero sobre todo me acuerdo del comentario que dedicó a esta petición Eric Hobsbawm: “Las únicas personas que nos obligan a elegir entre una cosa u otra son aquellas cuyas políticas han llevado o podrían llevar al genocidio”.
Durante siglos los europeos nos matamos entre nosotros por culpa de los sentimientos religiosos: las guerras del siglo XVI y XVII se conocen como Guerras de Religión, pero en realidad las guerras a causa de la religión se remontan a mucho antes (¿qué demonios fueron las Cruzadas sino guerras de religión?). Hasta que, en el siglo XVIII, la Ilustración nos enseñó que los sentimientos religiosos debían confinarse en la esfera privada: eran cosa de cada cual, no de los Estados; estos debían mantenerse neutrales y abrazar el laicismo o la aconfesionalidad: que cada uno crea lo que quiera (o no crea nada). Resultado: dejamos de matarnos por culpa de la religión. Fue un gran avance, una revolución descomunal, que España hizo a costa de un esfuerzo ingente: la prueba es que, en el siglo XIX, las tres guerras carlistas fueron todavía guerras de religión; la prueba es que también lo fue, en el mismísimo siglo XX, la Guerra Civil: no en vano los franquistas la llamaron Cruzada; no en vano casi 7.000 religiosos fueron asesinados en la retaguardia republicana; no en vano alumbró una dictadura nacionalcatólica, un régimen confesional. Lo cierto es que, en cuanto los europeos empezamos a dejar de matarnos por culpa de la religión, empezamos a matarnos por culpa de la nación; no es extraño: a fines del siglo XVIII, la eclosión del nacionalismo significó el reemplazo de Dios por la nación como base del poder político y origen de su legitimidad, como herramienta de adhesión sentimental e identitaria, como pegamento social; la nación de ciudadanos relevó a la comunidad de creyentes, y a partir de entonces las guerras en Europa empezaron a dejar de ser religiosas para convertirse en nacionales, desde las campañas napoleónicas hasta la guerra de Putin (creíamos que la última guerra nacional en suelo europeo sería la II Guerra Mundial, pero primero Yugoslavia y ahora Ucrania nos desengañaron).
Necesitamos una nueva revolución, una Ilustración nueva que acabe con las guerras nacionales igual que la vieja acabó con las religiosas. No se trata de suprimir el sentimiento nacional, como la vieja Ilustración no pretendió suprimir el sentimiento religioso; se trata de recluirlo en la esfera privada, de que se convierta en cosa de cada cual, no de los Estados, que deberían ser nacionalmente neutros, imparciales: que cada uno se sienta lo que quiera (o que no se sienta nada). ¿Difícil? Desde luego, porque el nacionalismo —esa ideología que identifica la lengua con la cultura, la cultura con la identidad, la identidad con la nación y la nación con el Estado— triunfó de tal modo que parece eterno, indestructible; no lo es: en realidad, es un fenómeno que no cuenta con más de dos siglos y medio de historia y que no es verosímil que perdure de manera indefinida. Sea como sea, el sentimiento religioso es muchísimo más antiguo que el nacional y en el siglo XVIII estaba muchísimo más arraigado que éste, así que no puede ser más difícil privatizar el sentimiento nacional de lo que fue privatizar el religioso. Yo no veo en todo caso otra forma de que dejemos de hacernos la vida imposible con los dichosos sentimientos nacionales. Nacida del espanto de las dos mayores matanzas nacionalistas de la historia, la Unión Europea se basa quizá sin saberlo en esa idea, antinacionalista de raíz, según la cual es imprescindible conciliar la unidad política con la diversidad lingüística, cultural e identitaria, afectiva: una idea que ha propiciado el mayor periodo de paz en Europa desde la guerra de Troya. No está mal.
Pero necesitamos más. Mucho más. Necesitamos una nueva revolución ilustrada.

































[ARCHIVO DEL BLOG] ¡Béisbol!... [Publicada el 29/01/2013]











¡Béisbol!... Ese el estentóreo grito o llamada de atención con el que el árbitro principal, en el "home", llama a reanudar el partido después de concluida una jugada cualquiera ante el remoloneo de los jugadores de campo...
Que con la que nos está cayendo a los españoles vaya yo a dar cabida a la nostalgia y construir una entrada sobre un deporte del que el 99,99% de mis conciudadanos no tiene ni pajolera idea de lo que va (a pesar de Kevin Costner, Susan Sarandon, Tom Hans y Geena Davis), no deja de ser contradictorio... Pero en fin, no todo es política, y alguna que otra vez hay que dar rienda suelta a los sentimientos.
La razón de esta entrada de hoy está en un precioso reportaje de Pedro Torrijos, en el último número de la revista cultural "Jot Down", dedicado a Robert Allen Dickley, "pitcher" o lanzador  de los "Toronto Blue Jays" (hasta diciembre pasado jugaba con los "New York Mets") y su mítica forma de lanzar la bola. Se titula "Knuckleball: batear mariposas", y se lo recomiendo encarecidamente aunque no entiendan ustedes ni papa de béisbol, porque estoy seguro de que van a disfrutarlo, y quizá, solo quizá, alcanzar a atisbar cuanto tiene de mágico este deporte.
Creo que he logrado transmitir mi pasión por el béisbol a mi hija Ruth y a mis dos nietos mayores. A la primera, hasta el extremo de llegar a formar un equipo de béisbol femenino en su colegio cuando cursaba la Secundaria. A mis nietos, con siete y cinco años, con un bate profesional "Mickey Mantle" que pesa casi más que ellos, porque juegan en el jardín de casa de vez en cuando, y hace unas semanas consiguieron batear más de un centenar de "hits" consecutivos sin fallar ni uno...
Mi pasión, amor o afición por el béisbol nace en la segunda mitad de los año 50, cuando mis padres se trasladan desde el barrio de Las Delicias, en Madrid, hasta el de Prosperidad, en el extremo opuesto de la ciudad, en el distrito de Chamartín. 
A ello contribuye sin duda alguna la lectura habitual en casa de la revista gráfica "Life en español", de la que mi padre era suscriptor apasionado, que traía ejemplar sí ejemplar no, interesantísimos reportajes gráficos sobre partidos de béisbol en las grande ligas estadounidenses, ligas en las que en aquellos tiempos reinaba, indiscutiblemente, el mítico jugador de los "Yankees" de Nueva York, Mickey Mantle. Un fenómeno mediático comparable a lo que hoy suponen en el fútbol Leo Messi o Cristiano Ronaldo.
La segunda razón está en que en ese barrio de Prosperidad viven en aquellos momentos la mayoría de los soldados estadounidenses, y sus familias, destinados en la base de Torrejón de Ardoz, a escasos kilómetros de Madrid. Y lógicamente, sus hijos juegan al béisbol en las calles del barrio y los niños españoles que vivimos allí nos interesamos por ese juego tan extraño para nosotros y acabamos por imitarlos y jugarlo, primero, con simples palos y pelotas de goma, y más tarde, con guantes, bates y pelotas de verdad que conseguimos, no me pregunten cómo, para no comprometerme después de tantos años.
Entre mis compañeros de juego está un niño, ya mandón para la época, y buen amigo a pesar de todo, que se convertirá años más tarde en un mito de las ondas españolas, el periodista radiofónico José María García, y una niña que acabaría siendo también una popular presentadora de programas infantiles en la televisión española, amiga íntima de este escribidor, María Luisa Seco, amistad y vida que un cáncer truncaría cuando tenía apenas cuarenta años. Nuestro campo de juego era una amplio solar entre las calles Colombia, Chile y Costa Rica, ahora plantado de viviendas.
Ya puestos a ello, y si han sido ustedes capaces de leer hasta aquí este narcisista ejercicio de nostalgia, me gustaría trasladarles literalmente la anotación que figura en mi "Diario" un lejano día de 1964:
"Madrid, 26 de julio de 1964, domingo. Esta mañana desayuné tempranito [...] cojo el autobús hasta el Palacio de los Deportes, y desde allí, voy andando hasta el estadio de béisbol de La Elipa. Juegan el "Sparta" de Rotterdam, campeón de los Países Bajos, el "Piratas Club", subcampéon de España, las semifinales de la Copa de Europa a un solo partido. 
La primera emoción ha sido el precio de la entrada, 25 pesetas, pero todo sea por la afición. De todas maneras estoy contento del gasto. Ha sido el partido de béisbol más maravilloso y emocionante que he visto en mi vida. Hubo "home rums" a todo pasto. En las primeras entradas los holandeses hicieron tres y nosotros una (las cuatro hechas por jugadores negros), y después de ir tras ellos durante todo el partido nosotros hicimos tres "home rums" seguidos en la séptima entrada que nos daban el empate. El entusiasmo del público era delirante. Eso no se había visto nunca: ¡tres hombres al bate, tres "home rums"! No acababa nadie de creérselo. Los tres habían sacado la bola por la parte más larga del campo (102 metros). La entrada terminó en empate a seis carreras.
Comienza la novena y última entrada y entran al bate los del "Sparta". El "pitcher" hace dos eliminados. Un moreno se coloca, gracias a errores españoles, en tercera; un jugador, en primera, intenta robar la segunda y se encuentra copado en el medio. Cuando está a punto de ser eliminado, el que estaba en tercera corre hacia el "home". El primera base que lo ve, se despista, y lanza la bola al "catcher", que la recibe y espera al corredor. Pero éste carga reglamentariamente contra él rodando ambos por el suelo. La pelota se la va al "catcher" del guante y el corredor pisa el "home" anotándose una carrera. El público protestó la entrada del jugador, pero el árbitro concedió el tanto.
El tercer bateador hace un globito y es eliminado. Entra el "Piratas" al bate; es su última oportunidad. El marcador señala siete carreras a seis a favor del "Sparta". Los del "Piratas" hacen tres buenos "hits" y colocan, gracias a error "spartanos" a tres hombres en base. Ya se había hecho una carrera. Un bateador es ponchado en el "home". Entra otro jugador al bate. Dos "strikes" en contra. El corredor de tercera (un moreno) intenta robar el "home" y echa a correr; el "pitcher" lo advierte y lanza al receptor para evitarlo. El bateador también se ha dado cuenta de la jugada de su compañero y coloca una "plancha" con el bate; el "catcher" no puede recoger la bola y el corredor pisa el "home". El "Piratas" se ha clasificado para jugar la final de la Copa de Europa con el vencedor del partido entre el "Picadero" de Barcelona y un equipo italiano, el "Simhental" de Neptuno.  El marcador del partido quedó finalmente 8 a 7 para los españoles."
Espero que me hayan perdonado el ejercicio de nostalgia de hoy, pero es que 17 años sólo se tienen una vez en la vida. Y yo ya hace mucho tiempo que los tuve... Por cierto, el "Piratas" ganó la final europea de ese lejano 1964.
El vídeo que complementa la entrada recoge algunas espectaculares jugadas típicas del béisbol. Espero que las disfruten.
Y sean felices, por favor, a pesar de las dificultades y del gobierno que padecemos. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt













martes, 28 de marzo de 2023

De la extinción de las derechas moderadas

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del analista político Andrea Rizzi, va de la extinción de las derechas moderadas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La derecha moderada en peligro de extinción
ANDREA RIZZI
25 MAR 2023 - El País
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El presidente del Gobierno de España viajará la próxima semana a Pekín para una complicadísima reunión con el líder de la segunda potencia mundial en el momento geopolítico más tenso y peligroso en décadas. Si hubiese dependido de Vox, podría haber sido Ramón Tamames quien asistiera a ese encuentro u otros parecidos. El Partido Popular español no consideró que perspectivas de esa índole justificaran votar “no” a su candidatura, optando por una conveniente —para sus intereses partidistas— abstención. Es el enésimo síntoma de la triste agonía de la derecha moderada en Europa, que se ve adelantada, aniquilada o condicionada por la radical. Un breve repaso basta para situarse en la gravedad de la situación.
La derecha moderada ya no existe en Italia, donde ese espacio ha sido ocupado sucesivamente por figuras como Berlusconi, Salvini o Meloni. El actual Gobierno no ha protagonizado, de momento, las acciones de sustancial erosión democrática que algunos temían, pero ha dejado ver sus rasgos extremos en las dramáticas circunstancias de un naufragio de migrantes hace unas semanas. Significativamente, fue el presidente Mattarella, un exdemocristiano, quien mantuvo alta la bandera de los valores de Italia con su silente homenaje ante los ataúdes de las víctimas, en medio de un lamentable flujo de declaraciones. La Democracia Cristiana tuvo terribles monstruos en su armario, pero en ciertas cosas, a la vista del panorama actual, casi se la echa de menos.
En Francia, la derecha moderada se halla en estado cuasi moribundo, incapaz una y otra vez de llegar a la ronda final de las presidenciales y con Le Pen erigida en figura de referencia, mientras sujetos como Zemmour cosechan apoyos nada desdeñables.
En Alemania, la CDU protagoniza una paulatina —pero evidente— trashumancia desde posiciones bastante centristas a otras de derecha más rotunda bajo el mando del líder que sucedió a Merkel, Friedrich Merz, mucho más conservador que ella. El cordón sanitario ante AfD resiste a escala nacional, pero a escala local empiezan a aflorar síntomas de mayor tolerancia, cuando no casi de cooperación, como en el caso del voto conjunto en el distrito de Bautzen (Sajonia) para limitar las prestaciones a los refugiados.
En el flanco Este de la UE, la derecha moderada ha quedado pulverizada en los últimos años a mano de ultraconservadores con tics iliberales como Orbán o Kaczynski.
En el Reino Unido, el Partido Conservador ha protagonizado una huida hacia el nacionalismo que sigue hoy en día difícil de creer, que ha causado su hundimiento en las encuestas. Rishi Sunak está intentando poner la sordina en ciertos excesos. Está por ver qué conseguirá.
En España, como acabamos de comprobar en un momento decisivo, el sedicente proyecto de moderación que afirma encabezar el líder el PP no encuentra buen reflejo en la praxis de votación parlamentaria.
Pulsiones ultraconservadoras, nacionalistas y proteccionistas recorren las entrañas de Europa, y a los populares les toca más que a nadie la ingrata, dificilísima, tarea de lidiar con ello, porque ocurre sobre todo en su caladero.
Por supuesto, la familia socialdemócrata también se mueve en aguas muy complicadas, se ve herida por derrotas, manchada por errores, lastrada por cohabitaciones más que problemáticas. Pero desconfíen de falsas equivalencias: son muy sólidos los argumentos que inducen a la conclusión de que en Europa las derechas extremas representan un desafío más inquietante para el proyecto europeo común y los valores democráticos que la izquierda extrema.
Ojalá, por el bien de nuestros sistemas democráticos, las derechas moderadas sepan resistir el asalto de las radicales. Quizá hoy su principal representante sea Ursula von der Leyen. De nuevo, Bruselas señala caminos mejores que los nacionales.
Cada centímetro importa en esta batalla. Cada palabra. Las que se dicen, y no solo. Matteo Renzi, expresidente del Gobierno italiano, sin duda cuestionable en varios aspectos de su gestión, pronunció un bello discurso en el Parlamento con ocasión de la tragedia migratoria, lamentando ciertos desmanes oratorios de la derecha. En él, mencionó una cita que atribuyó a la poetisa Alda Merini: “Me gusta la gente que elige con cuidado las palabras que no hay que pronunciar”. Cada palabra importa en esta batalla. Las que se pronuncian, y las que no. Mejor, siempre, en sede parlamentaria, el templo de la democracia.