martes, 20 de diciembre de 2022

De los jueces y la separación de poderes

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de como entienden algunos jueces eso de la separación de poderes, porque como dice en ella el exmagistrado del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, el Gobierno no debe renunciar a renunciar a sus competencias, y tiene que publicar los nombramientos de sus dos magistrados en el Tribunal Constitucional y evitar una crisis institucional, que solo sería atribuible al desprecio de la legalidad por una mayoría de jueces del alto tribunal. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Al Tribunal Constitucional lo renueva la ley, no las matemáticas
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
16 DIC 2022 - El País

Hace dos semanas, conocimos la decisión del Gobierno de nombrar a los dos magistrados del Tribunal Constitucional que, según la Constitución y su ley orgánica, le corresponden. A partir de este trámite no puede surgir ningún impedimento para que, una vez publicados sus nombramientos en el BOE, tomen posesión de sus cargos sustituyendo a los dos magistrados nombrados por el anterior Gobierno, Pedro González-Trevijano y Antonio Narváez. Pero lo que es legal, siguiendo una lectura, gramatical, lógica y racional del texto constitucional, su ley orgánica y antecedentes jurisprudenciales no se acepta por un sector del Tribunal Constitucional, que alega que la sustitución ha de hacerse por tercios completos. Esta posición se basa en una simple operación matemática al alcance de cualquier escolar.
El actual presidente del Tribunal, González-Trevijano (nombrado magistrado el 12 de junio de 2013) se resiste a ejar su cargo, esbozando la teoría de que las matemáticas, es decir, un tercio, son la ley y que, por tanto, los cuatro nuevos magistrados (dos del Gobierno y dos del Consejo General del Poder Judicial) deben tomar posesión al mismo tiempo. En ningún lugar de la Constitución ni de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional se dice que los nombramientos deben hacerse conjuntamente como si se tratase de un solo órgano constitucional. Tanto el Gobierno como el Consejo del Poder Judicial son órganos constitucionales autónomos, con sus respectivas responsabilidades.
El artículo 159.1 de la Constitución se limita a decir que el Tribunal Constitucional se compone de 12 miembros: cuatro a propuesta del Congreso, cuatro a propuesta del Senado, dos a propuesta del Gobierno y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial. La redacción del artículo no deja margen para artificios interpretativos que obliguen al Gobierno y al Consejo a demorar la efectividad de sus nombramientos, a la espera de lo que decida cualquiera de ellos. Lo único que puede sostenerse, con arreglo a la lógica más elemental, es que los órganos constitucionales no pueden nombrar a cinco magistrados.
El Código Civil, en su artículo 3, establece las pautas interpretativas de todas las normas de nuestro ordenamiento jurídico. Se debe atender al sentido propio de sus palabras en relación con el contexto, con sus antecedentes históricos y legislativos y con la realidad social. En este debate no podemos acogernos a los antecedentes históricos y legislativos ni interviene la realidad social; simplemente disponemos de las normas y el sentido literal de sus palabras. Ya he comentado lo que, a mi juicio, da de sí la interpretación literal del artículo 159.1 de la Constitución. Para profundizar con mejor criterio sobre el tema debatido, juega un papel fundamental la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, de 3 de octubre de 1979. Carece de exposición de motivos, por lo que no disponemos como pauta interpretativa del pensamiento del legislador. Por ello tenemos que atenernos exclusivamente al contenido de su articulado.
Según el artículo 2 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, este órgano solo tiene la competencia para la simple verificación de los nombramientos de los magistrados del Tribunal Constitucional y juzgar “si los mismos reúnen los requisitos requeridos por la Constitución y la presente ley”. En síntesis, comprobar si son juristas de reconocida competencia con más de 15 años de ejercicio profesional. Esta función, según el artículo 10, la debe realizar el Tribunal en pleno.
El artículo 17 de la ley orgánica refuerza la autonomía de cada uno de los órganos constitucionales al establecer que antes de los cuatro meses previos a la fecha de expiración de los nombramientos, el presidente del tribunal solicitará de los presidentes de los órganos que han de hacer las propuestas para la designación de los nuevos magistrados que inicien el procedimiento para ello. Luego, el Gobierno y el Consejo, cada uno por su lado, tienen la obligación constitucional de proceder al nombramiento de los magistrados que les corresponden.
Por si existiesen dudas sobre su alcance, se puede acudir a la sentencia de 15 de noviembre de 2016, del pleno del Tribunal Constitucional, firmada por González-Trevijano, en la que se establece una doctrina que aclara perfectamente la posibilidad de nombramientos independientes, sin necesidad de esperar al otro órgano constitucional. Solventando un conflicto surgido por el nombramiento de los vocales del Consejo General del Poder Judicial, que otorga 10 al Congreso y 10 al Senado, declara que se puede constituir válidamente el Consejo con los 10 vocales nombrados por una de las dos Cámaras y determina los efectos que se derivan de la Cámara que haya incumplido el plazo de designación. Con mayor precisión, advierte de que en la interpretación de las normas no se puede ir más allá de donde la Constitución no lo haga de manera inequívoca. Rechaza la tesis de que todos los nombramientos se tengan que hacer en “unidad de acto” y admite que puede haber “renovaciones parciales”. Se trata con ello de eliminar “situaciones de bloqueo”.
El señor González-Trevijano, que yo recuerde, no ha expresado de forma pública y oficial su intención de denegar el nombramiento de los dos magistrados designados por el Gobierno hasta que no se proceda por el Consejo al nombramiento de los dos que le corresponden, pero ha transmitido a varios medios que esa es la interpretación que él hace del texto constitucional. Esta es la opinión que, al parecer, comparten varios magistrados pertenecientes a la línea más conservadora y que conforman la mayoría.
Si el Gobierno, de forma coherente y en virtud de un acuerdo del Consejo de Ministros, ha designado a un magistrado y a una magistrada, lo debe publicar en el Boletín Oficial del Estado y transmitirlo para que el pleno del Tribunal Constitucional verifique exclusivamente si reúnen los requisitos y condiciones establecidos por la Constitución y la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional. En dicho pleno y por aplicación de las normas supletorias que regulan las abstenciones y recusaciones de los jueces, tanto González-Trevijano como Antonio Narváez deben abstenerse de intervenir, ya que tienen un claro conflicto de intereses. Su voto en el sentido negativo se debe interpretar como una decisión interesada en conservar a
ultranza sus propios cargos, que ya están caducados por el propio texto de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional. La decisión de participar en la votación sería un grave atentado a la independencia, imparcialidad y dignidad que la ley orgánica exige a todos los componentes del Tribunal Constitucional, con un grave deterioro de su prestigio.
Es cierto que las resoluciones del Tribunal Constitucional no pueden ser objeto de revisión por ningún otro poder o institución. Este choque institucional, al margen de la degradación del concepto de justicia que deben defender sus componentes, podría llevarnos a un conflicto institucional, en el que se puede comprometer a la persona del Rey, ya que, según el artículo 56 de la Constitución, se le concede la función de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones del Estado.
Espero que el Gobierno no renuncie a sus competencias, que publique los nombramientos de sus dos magistrados en el BOE y se evite una crisis institucional, que solamente sería atribuible al desprecio de la legalidad constitucional, ni más ni menos que por una mayoría de magistrados del Tribunal Constitucional que, no en vano, es el máximo intérprete de la Constitución.





















[ARCHIVO DEL BLOG] La urgencia del Otro. [Publicada el 21/12/2017]

 





En la todavía nebulosa herencia del proceso independentista, mezclada entre la fuga de empresas, la energía vital dilapidada y la inestabilidad general, destaca la pérdida decisiva que España y Cataluña tendrán que subsanar con mayor urgencia a partir de las elecciones de hoy: la pérdida del rostro del Otro, escribe en El Mundo el corresponsal en España de la Agencia Alemana de Prensa (DPA), Pablo Sanguinetti. 
El rostro del Otro no es una imagen más en la sociedad de la imagen, comienza diciendo Sanguinetti. El rostro del Otro es una presencia mágica que nos interpela y nos revela humanos, según el filósofo de la alteridad Emmanuel Lévinas. Es la marca de desnudez y vulnerabilidad que "abre el discurso original", el encuentro que funda toda ética y toda metafísica.
Puede parecer demasiado filosófico, pero también lo es el problema de fondo en la España de 2017,donde los soberanistas y sus detractores han quedado cegados al Otro y han abierto una "grieta" -en términos bien conocidos en Argentina- de consecuencias devastadoras para una democracia.
Encontrar al Otro no significa buscar la equidistancia o abrir una negociación política, muy cuestionable ya con las condiciones y los actores actuales, sino reactivar un diálogo social en sentido amplio y abandonar las prácticas políticas y mediáticas concretas que han venido erosionándolo.
El rostro del Otro se desvanece cuando los políticos apuestan por hablar al sector más radical de su electorado. Cuando un diputado subvierte el sentido del Congreso -la casa institucional del diálogo- montando un espectáculo personal de impresoras, esposas y amenazas. Cuando los canales públicos en Madrid o Barcelona programan horas de tertulia monocroma con invitados que representan sólo una de las partes.
El rostro del Otro recobra en cambio consistencia humana a través un debate sincero y plural en en el que representantes de los cinco grandes partidos en Cataluña mostraron su capacidad para llevarlo a cabo al discutir juntos en La Sexta un mes antes de las elecciones, en un encuentro inusual que dejó una escena clave para entender de qué sirve un diálogo y qué es el Otro.
Se produjo cuando el republicano Joan Tardà insistió en que el Gobierno había amenazado con "muertos en la calle" si continuaba el proceso independentista. Podía esperarse una réplica furibunda de Javier Maroto, un hombre que no es famoso por su prudencia, pero el popular respondió en 15 segundos explicando que eso era falso y ofreciendo a Tardà el argumento más fútil y al mismo tiempo más eficaz que puede usarse en cualquier discusión: "Estoy convencido de que tú lo sabes".
Es la diferencia entre una acusación estratégica lanzada a un enemigo abstracto en el vacío (que es a donde mira Tardà en su intervención) y una respuesta ofrecida de forma personal a un interlocutor que se reconoce humano y que tiene rostro y ojos (que es a donde mira Maroto en la suya). El cambio de código que debería comenzar a operarse con la campaña e intensificarse después de los comicios.
La cuestión esencial detrás de ese giro se reduce a una pregunta: ¿se puede hablar con quien defiende lo opuesto? Cualquiera que haya tenido un amigo, una familia, una pareja sabe por experiencia que sí. Y esto al menos por tres motivos.
El primero es que las diferencias suelen limitarse a un tema puntual, fuera del cual predominan las coincidencias. El segundo, que un debate político tan arduo como el catalán se articula desde hace ya tiempo fuera de lo racional, incluso en sus aspectos más prácticos. Como ocurre por antonomasia en cualquier nacionalismo, el debate es en realidad sentimental. Y los sentimientos, a diferencia de los números, tienen contornos lo suficientemente difusos como para encontrarse. El tercer motivo, el motivo definitivo, el que parece haberse silenciado hasta desatar la debacle social de la pérdida del rostro del Otro, es que un diálogo no se instaura para convencer, sino para entender y ser entendido. O incluso, en un estado previo, para comprobar que el otro tiene la voluntad de entender y ser entendido. En ese sentido, la mera existencia del diálogo constata ya su éxito. Nuestra realidad doméstica está recorrida por diálogos que destraban conflictos de forma imprevisible sin necesidad de que las partes abandonen sus posturas iniciales o cicatricen los rencores.
Un diálogo de ese tipo da lugar al episodio cumbre de la obra que funda buena parte de nuestra cultura. El anciano rey de Troya, Príamo, comete la insensatez de colarse en el campamento enemigo y presentarse ante el temible Aquiles. Acude a pedirle el cadáver de su hijo, Héctor, que el héroe griego mató por venganza y ahora profana. Le besa las manos "que tantos hijos le habían asesinado".
Cada uno acaba de perder a su ser más querido por culpa del bando que representa el otro. Cada uno está, a su modo, condenado. El encuentro no cambia el curso de la guerra, que Troya perderá poco después. Ninguno perdona al otro. No sienten menos dolor ni menos odio. Pero esa noche lloran juntos, porque entienden que su pena es la misma. "Los gemidos de ambos se elevaban por toda la estancia".
La imagen, por lo demás, no sorprende: hasta llegar a ese punto culminante, y sin dejar de regodearse en descripciones de miembros cercenados y ojos arrancados por picas, la mentalidad homérica diseminó por toda la Ilíada episodios de humanidad entre rivales. La guerra inicial, nuestra gran guerra, está narrada sin presentar un bando bueno y otro malo.
El ejemplo épico revela otro componente crucial del diálogo: su poder mágico es presencial. La misión suicida de Príamo no habría tenido éxito -ni sentido literario- a través de un emisor. No es solo que percibamos en los gestos del otro tanto o más que en sus palabras, sino que la mera comparecencia física despliega una serie de promesas: asume y fuerza una responsabilidad, ofrece el cuerpo como garantía, asegura algo tan básico como un mínimo de tiempo disponible para el otro. El último punto no es menor. Que algunas redes sociales dificulten el diálogo y amurallen las ideas propias se debe no solo a los diversos grados de anonimato que ofrecen, sino también a una simple cuestión de tiempo y concentración: el volumen de información a procesar en internet nos excede.
Cada titular, comentario y tuit exige ser juzgado del modo más rápido posible para poder pasar al siguiente. 
Ante esa presión, la única eficacia posible consiste en clasificar en categorías binarias (es de los míos/es enemigo) basándose en prejuicios (escribe para ese medio, usó esa palabra, tiene ese apellido). Con su apelación y su individualidad, la presencia del rostro del Otro impide esos procesos.
Es una de las conclusiones a las que llega el profesor estadounidense Alan Jacobs en un libro reciente titulado How to Think. En Estados Unidos, un país con otra grieta que escaló a catástrofe de dimensiones presidenciales, Jacobs sostiene que la tendencia natural a dividir el mundo entre "los que están conmigo" y "los que están contra mí" constituye "el primer impedimento para pensar". Cegarse al Otro es, en resumen, una forma de estupidez.
Para Lévinas entraña algo aun peor. El primer mensaje que envía el rostro desnudo del Otro, dice, es "No me mates". Una metáfora que las atrocidades del siglo XX volvieron muy literal, como aprendió en carne propia el filósofo judío en los campos de concentración. Dejar de dialogar despoja al Otro de humanidad, pero también a uno mismo.
Las agresiones ultras, los escraches a políticos y sedes, el discurso del rencor, los muñecos con siglas de partidos colgando de puentes no son irrupciones espontáneas. Aparecen como avisos de una tormenta alimentada de forma más o menos inconsciente por personas, actitudes y medios concretos. Frenarla se presenta como una urgencia histórica que deberían compartir todas las partes más allá de sus diferencias. El Otro es hoy nuestro mayor aliado.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











lunes, 19 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] El asesinato de Carrero Blanco, cuarenta años después. [Publicada el 20/12/2013]





Hoy hace 40 años. "En Madrid, el jueves día 20 de diciembre de 1973 amaneció nublado. El presidente del Gobierno español, don Luis Carrero Blanco, se disponía a iniciar una jornada más de trabajo". Así se iniciaba el libro que me ha servido para dar título a la entrada de hoy: "El día en que mataron a Carrero Blanco" (Planeta, Barcelona, 1974), escrito por Rafael Borràs, Carlos Pujol y Marcel Plans, apenas unos meses después del atentado de ETA que le costó la vida al presidente del gobierno. Una excelente y documentada fuente de información (más 400 páginas y numerosísimas fotografías) a pesar de las difíciles circunstancias del momento, que los autores definían como el suceso más importante desde el final de la guerra civil.

Dos recientes artículos en El País recrean el acontecimiento. El primero de ellos: "El cráter del Régimen", de Luis R. Aizpeloa, en el que entrevista simultáneamente al que fuera responsable de los servicios secretos españoles en el País Vasco, Ángel Huarte, y al exetarra Ángel Amigo, recreando paso a paso la preparación del atentado por parte de ETA; el segundo: "El guardian del orden de Franco", del historiador Julian Casanova, en que desmonta la leyenda creada en torno a la figura del almirante que se convirtió en "delfín" de Franco, en parte creada por el propio Carrero y por sus aliados del "Opus Dei", con López Rodó a la cabeza, mortalmente enfrentados al sector "azul" del Régimen, que representaban figuras como Fraga o Solís, por el control del aparato del poder a la hora de la muerte del dictador que se auguraba próxima. Y en el mismo diario, Josep Ramoneda, en un artículo titulado "Pequeñas historias con importancia", revela las confidencias que sobre el atentado le hicieron en su día el rey Juan Carlos y el que fuera ministro del Interior en el gobierno de Suárez, Rodolfo Martín Villa.

Los días que siguieron al magnicidio supusieron una involución en las escasas posibilidades de transformación pacífica del franquismo en una democracia que se atisbaban en aquellos momentos. El nombramiento de Carlos Arias como sucesor de Carrero, en lo que se conoce, a causa de las presiones en su favor del círculo familiar de Franco, y que era ministro de la Gobernación en el momento del atentado y por lo tanto responsable del aparato de seguridad del Régimen, no presagiaban nada en favor de ello.

¿Qué hubiera pasado si Franco hubiese designado presidente del gobierno a Fernández-Miranda, vicepresidente del gobierno con Carrero, y representante del ala "aperturista" del Régimen en lugar de a Arias Navarro? Eso es ya historia-ficción... Como lo es también, en este caso, la enigmática frase que Franco pronunciara, echando mano del refranero tradicional, tras la muerte de Carrero: "No hay mal que por bien no venga".

Al contrario de otros acontecimientos históricos vividos por mí, no guardo ningún recuerdo especial de aquellos días de zozobra: de alegría para algunos, los menos; de miedos, los más, para otros. Recuerdo que estaba de vacaciones pues siempre dejábamos mi mujer y yo dos semanas de las mismas para Navidades, y aquel día nos visitaba en nuestra casa en Las Palmas, un amigo de la infancia y su mujer, de vacaciones en Gran Canaria. Un dato curioso: ese amigo era -le he perdido la pista por completo- comisario de policía en Madrid. A mi mujer y a mí nos llamó la atención que no se reincorporara a su puesto inmediatamente y que no mostrara la menor preocupación por el atentado... ¿Teorías conspiratorias?, no seré yo quién juegue a eso, y menos a estas alturas de la historia. Tampoco los entrevistados en el reportaje citado más arriba creen en ella. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt









De la legitimidad para dirigir el país

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la acendrada creencia del PP, como dice en ella el escritor Jose María Ridao, de que solo él tiene legitimidad para dirigir el país, y eso, aun a costa de poner en riesgo el futuro del sistema de 1978. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










¿Quién puede gobernar España?
JOSÉ MARÍA RIDAO
15 DIC 2022 - El País

Unas recientes declaraciones del jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, han dejado al descubierto, más que tantas otras antes y después de su llegada a la dirección del Partido Popular, las claves ideológicas de una fuerza política decisiva en el sistema democrático español. El Partido Popular no renueva el Consejo General del Poder Judicial, dijo Núñez Feijóo, para “proteger a la justicia” del Gobierno de Pedro Sánchez. Poco o nada cabe esperar de las tertulias y artículos de opinión, salvo acusaciones cruzadas acerca de quién es el responsable del progresivo deterioro institucional que se observa desde 1993. Y, sin embargo, lo más revelador de las declaraciones del líder de la oposición no es que sostenga que las instituciones han alcanzado un punto de deterioro irreversible por la supuesta agresión del Gobierno, algo que está en su derecho de pensar, sino que la vía escogida para defenderlas sea incumplir las normas vigentes que las regulan. No se trata de una excusa más de las muchas que ha invocado el Partido Popular para asegurarse, mediante el bloqueo de la renovación del Consejo, aquello de lo que acusa al Gobierno: mantener bajo influencia ese órgano en su actual composición, más favorable a sus intereses que la que saldría de la entrada de nuevos magistrados de acuerdo con la mayoría parlamentaria. Al no dar cumplimiento al mandato constitucional de renovar el Consejo, y al asegurar que lo hace para proteger a la justicia, Núñez Feijóo parece querer justificar una suerte de medida de excepción declarada por sí y ante sí. De otro modo, ¿cómo interpretar el anuncio de que ha asumido poderes como el de ignorar una norma con la excusa de proteger el sistema del que emana? ¿Y qué pensar, además, cuando la primera agresión a la justicia como institución, la agresión que da pie a las reales o supuestas por las que denuncia al Gobierno, es la que, por omisión deliberada, están cometiendo él y su partido?
Las declaraciones de Núñez Feijóo sobre el Consejo General del Poder Judicial fueron precedidas de otras, hace apenas unas semanas, que, vistas en perspectiva, corroboran la necesidad de descifrar las más recientes. En aquella otra ocasión, Núñez Feijóo acusó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de haber roto el pacto constitucional suscrito en su día por el Partido Socialista y el Partido Popular. Una vez más, tertulias y artículos de opinión activaron su atronadora maquinaria discutiendo acerca de si, en efecto, el presidente Sánchez lo había roto o no. Nada como un líder político que señale la Luna para que el periodismo de opinión, este periodismo de opinión, mire el dedo. Porque lo cierto es que la Luna hacia la que señalaba Núñez Feijóo era cuando menos un espejismo anacrónico, ya que el Partido Socialista y el Partido Popular nunca suscribieron ningún pacto constitucional porque, sencillamente, el Partido Popular no existía en el momento en el que el pacto constitucional fue suscrito. En aquel momento, la fuerza política que se transformaría en el Partido Popular era Alianza Popular. El matiz importa porque, a diferencia del Partido Socialista, la UCD o el Partido Comunista, Alianza Popular no alcanzó un acuerdo interno acerca de la posición que debía mantener ante el referéndum para aprobar la Constitución de 1978, y de ahí que hubiera de conceder libertad de voto a sus simpatizantes. El sector encabezado por Manuel Fraga, él mismo constituyente, defendió el sí. Pero otro sector defendió la abstención y otro, incluso, el no. La paradoja con la que viene lidiando el Partido Popular desde que se convirtió en alternativa de Gobierno por la implosión de la UCD y el desgaste del Partido Socialista tras 14 años en el poder es que los sectores que lo condujeron a la victoria de 1996 fueron los mismos que, desde Alianza Popular, propugnaron el no y la abstención en el referéndum constitucional.
Por descontado, la Transición fue la ocasión para que los líderes políticos del momento revisaran las posiciones que habían mantenido mientras duró la dictadura, sin hacerse reproches acerca del pasado. Un ministro secretario general del Movimiento como Adolfo Suárez evolucionó, así, hacia posiciones en las que pudo encontrarse con un Partido Socialista que renunció al marxismo, liderado por Felipe González, y un Partido Comunista que, bajo la dirección de Santiago Carrillo, aceptó la bandera y la monarquía. Lo que diferencia la confluencia de estos líderes en la búsqueda de una salida democrática para España de la actitud que adoptaron los sectores de Alianza Popular que propugnaron el no o la abstención en el referéndum constitucional y que, reconvertidos en militantes del Partido Popular, alcanzarían el poder en 1996, es que estos, a diferencia de los protagonistas de la Transición, no abandonaron sus posiciones anteriores, sino que las convirtieron en su programa, reformulándolas. Basta leer el artículo Unidad y grandeza, publicado por José María Aznar en 1979, para entender que lo que el autor defendía entonces, la necesidad de limitar el pluralismo político en nombre de la nación española, siguió defendiéndolo después solo que cambiando el término nación por el de Constitución. La idea en uno y otro caso seguía siendo la misma: al igual que la política inspirada en la nación española solo podía ser una, una y nada más, también la política inspirada por la Constitución tiene que ser una y solo una. En concreto, la política que defiende el Partido Popular, la política inspirada por los dirigentes que, al identificar la nación española, su idea de la nación española, con la Constitución de 1978, pasaron de presentarse como lo que eran, dirigentes recelosos del pluralismo, a hacerlo como “patriotas de la Constitución”, como constitucionalistas.
A partir de esta síntesis reductora, que tergiversaba el sentido integrador de la Constitución, ningún Gobierno que no encabece el Partido Popular puede ser legítimo, como se ha encargado de recordar Núñez Feijóo al Partido Socialista, tomado el testigo de Pablo Casado, que a su vez lo tomó de Mariano Rajoy al igual que este de José María Aznar. Tampoco ninguna política que no sea la suya puede ser correcta, moralmente aceptable y ni siquiera bienintencionada, porque, en virtud del constitucionalismo, ningún partido, salvo el Popular, tiene las credenciales requeridas para dirigir la lucha antiterrorista, hacer frente a los intentos de secesión, aprobar Presupuestos o pasar leyes que, en su caso, declarará constitucionales o inconstitucionales ese Tribunal cuya renovación bloquea el Partido Popular para, según dice, protegerlo. El periodismo de opinión no podía dejar pasar la ocasión para entonar jeremiadas sobre el fin de la democracia en nuestro país por las medidas con las que con más, menos o ningún acierto trata de responder el Gobierno, al que compara con las dictaduras latinoamericanas. La realidad es que, lo recuerde o no ese periodismo de opinión, el único Gobierno que ha permanecido un año en funciones y practicado y teorizado sobre por qué no debía someterse al control parlamentario, exactamente como se hace en esas dictaduras, fue un Gobierno del Partido Popular. Por esta razón, la pregunta más relevante que cabe dirigir al presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, no es si renovará o no el Consejo General del Poder Judicial, porque no lo hará. La pregunta más relevante, la pregunta de cuya respuesta depende, esta vez sí, el futuro del sistema de 1978, es si, aparte de él mismo y el programa de su partido, considera que algún otro partido y algún otro programa que obtengan una mayoría es digno —o legítimo— de gobernar España.























domingo, 18 de diciembre de 2022

De la legislación exprés

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la legislación exprés, porque como dice en ella el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, la cuestión es qué otra cosa podía hacer el Gobierno para que se cumplan las reglas en la renovacion del Poder Judicial y del Constitucional tras la burla sistemática de las mismas por la derecha. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










La España tronada
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
14 DIC 2022 - El País

En estos últimos días, se ha producido una escalada verbal grave y preocupante de las derechas, hablando de dictadura, tiranía y otras lindezas para referirse al Gobierno y a su presidente. Aunque es costumbre aguantar un fuerte ruido ambiental cuando hay gobiernos progresistas, los excesos que hemos tenido que escuchar recientemente sobrepasan todos los límites de lo que debería ser el debate político. Creo que ya no se trata solamente de la estrategia de la crispación, que se puso en práctica durante el último Gobierno de Felipe González (1993-96) y el primero de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-08) y que no ha cesado desde la moción de censura que llevó al PSOE al poder en 2018, sino de algo más serio que pone en cuestión el principio de reconocimiento mutuo entre los actores políticos y que es la base sobre la que se sostiene la competición política en una democracia representativa.
El motivo de la escalada ha sido el anuncio de las medidas que quiere tomar el Ejecutivo de Pedro Sánchez para impedir que se perpetúe el bloqueo de las instituciones que sin disimulo han impuesto el Partido Popular y sus magistrados afines en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y el Tribunal Constitucional.
La situación es la siguiente. Ni la Constitución española ni las leyes que la desarrollan contemplan la posibilidad de que se produzca una suerte de boicot institucional a la renovación de los organismos que requieren una mayoría cualificada de tres quintos, como el CGPJ, el Constitucional, el Defensor del Pueblo y otros. No hay un procedimiento establecido para el caso de que un partido, cuyos votos son necesarios para alcanzar dicha mayoría cualificada, se niegue a cumplir su obligación constitucional de llevar a cabo la renovación. El Partido Popular, cuando ha estado en la oposición, ha aprovechado ese vacío para impedir que se renueven estos órganos. En 2007, durante la etapa de gobierno de Zapatero, bloqueó la renovación de los cuatro magistrados del Constitucional que le correspondía nombrar al Senado para mantener artificialmente una mayoría conservadora que tumbara buena parte del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Lo consiguió con la famosa sentencia de 2010, que tantas desgracias ha traído. Tras dicha sentencia y tres años de bloqueo, el PP, habiendo cumplido su misión, aceptó la renovación sin mayor problema. No hubo disimulo; todo se hizo con total desfachatez.
Ahora se ha repetido la jugada, pero aumentando la apuesta. El CGPJ arrastra un bloqueo de cuatro años, desde diciembre de 2018. Cuatro años. La cosa se ha complicado porque antes de verano venció el mandato de cuatro magistrados del Constitucional, dos de los cuales nombra el Gobierno y otros dos el CGPJ. Con una mayoría conservadora espuria, el CGPJ se ha negado hasta el momento a cumplir su mandato constitucional. El Gobierno ha esperado prudentemente seis meses, pero al comprobar que el CGPJ persistía en su actitud obstruccionista ha decidido llevar a cabo por su cuenta el nombramiento de los dos magistrados que le corresponden. Con excusas de mal perdedor, los propios magistrados conservadores del Constitucional están a su vez tratando de impedir que estos dos nombramientos se hagan efectivos.
Nunca se había llegado tan lejos. Es un escándalo monumental que erosiona nuestro sistema institucional. A finales de octubre, había un acuerdo prácticamente cerrado, pero en el último momento Alberto Núñez Feijóo, presionado por los sectores más intransigentes de su partido y de la prensa de derechas, se echó para atrás.
Esta es una breve descripción de la situación. El paso dado por el Gobierno ahora consiste en introducir dos enmiendas para evitar que continúe un bloqueo que no tiene justificación posible. La primera establece que, en caso de que una de las partes persista en el bloqueo, el nombramiento de los magistrados por el CGPJ se podrá realizar por mayoría simple. La segunda, que el Constitucional no tenga que examinar a los dos magistrados que nombra el Gobierno.
Se trata, qué duda cabe, de dos medidas tomadas a la desesperada y ad hoc, a fin de resolver una crisis profunda del sistema constitucional. Es evidente que habría sido mucho mejor no tener que llegar hasta aquí. Pero la cuestión es qué otra cosa podía hacer el Gobierno para hacer cumplir las reglas tras la burla sistemática de las mismas por parte de la derecha.
La estrategia de fondo no puede ser más perversa: la oposición no cumple sus obligaciones constitucionales, creando un problema político de primer orden; tras cuatro años aguantando esta deslealtad constitucional, el Gobierno se ve sin otra salida que aprobar las medidas mencionadas para restablecer el equilibrio en el sistema político y entonces los mismos actores que han provocado esta situación se escandalizan y lanzan acusaciones truculentas de autoritarismo.
Resulta ridículo que la prensa conservadora lleve semanas hablando del “asalto” del Gobierno al Tribunal Constitucional, como si no figurara entre sus funciones nombrar a dos magistrados, algo que han hecho en plazo todos los gobiernos anteriores de la democracia cuando les ha tocado. Pero más ridícula es todavía la reacción de dirigentes políticos y medios derechistas hablando de que estas medidas suponen el final de la división de poderes o, en el colmo de la desmesura, un golpe de Estado o un autogolpe. Se llevan las manos a la cabeza, atribuyendo al presidente del Gobierno la voluntad de convertirse en un dictador. Si no fuera por el envilecimiento de la vida pública que supone esta manera hiperbólica de hablar, la respuesta natural sería la carcajada o el sarcasmo.
Las derechas políticas y mediáticas parecen haber perdido la cordura definitivamente. ¿A qué obedece en realidad esta escalada brutal? Se pueden aventurar dos motivos. Por un lado, el liderazgo de Núñez Feijóo no está funcionando como se esperaba, y las encuestas ya no son tan esperanzadoras para el PP como hace unos meses, la mayoría absoluta de PP y Vox parece esfumarse. Feijóo se está desdibujando a pasos agigantados. Su sumisión al discurso más intransigente le puede dar algo de paz interna a corto plazo, pero a costa de perder credibilidad ante la ciudadanía.
Por otro lado, la derecha parece hacer tirado la toalla en las cuestiones socioeconómicas. Pensaba que la inflación no daría tregua este otoño y que los conflictos laborales hundirían al Gobierno (igual que pensó antes que la pandemia acabaría con Sánchez). Pero no ha sido así y ahora se encuentra sin un discurso propio en este ámbito, que sigue siendo el más importante para la ciudadanía. La derecha no ha sido capaz de ofrecer ninguna alternativa seria sobre la cuestión energética y la protección a los ciudadanos más golpeados por la inflación.
Esta combinación de circunstancias le empuja a huir de la realidad y situarse en un mundo paralelo poblado por sus fantasmas (la ruptura de España, la victoria de los etarras, la dictadura socialista). El mejor ejemplo, cómo no, es el de Isabel Díaz Ayuso, quien hace un par de semanas afirmó en una comparecencia: “Vamos camino de una dictadura, sometidos por un tirano que pone en peligro el Estado de derecho. […] Esto ya no se trata de o izquierda o derecha. Esto se trata de libertad. Y esto ya es: o Sánchez o España”. Estaba preparando el terreno para la traca final de estos últimos días. Por debajo de la furia, se adivina una profunda impotencia política.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Mi educación sentimental, a la francesa. [Publicada el 05/07/2008]

 






No tengo la menor idea de quién es ese (o esa) C. Galilea que firma el reportaje titulado "Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX" en la revista Babelia, uno de los suplementos semanales de El País. Da lo mismo quién sea, me ha emocionado con ese recorrido sentimental por la canción francesa de la última mitad del pasado siglo: Brel, Gainsbourg, Brassens, Gréco, Ferré, Hardy (mi musa), Piaf, Nougaro..., siempre comprometida (con la vida, el amor, el arte...), y siempre hermosísima. Ante tantos hechos y tantas gentes que profanan diariamente la vida, nada como la música para reconciliarnos con nosotros mismos, con la existencia, con los demás y con cuanto nos une como humanos... Y gracias especialísimas a Francoise Hardy: ella, su voz y su "Tous les garçons et les filles" encandilaron y encendieron mi juventud... Nunca la olvidaré...
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 


***


"Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX", por C. Galilea
Babelia, 05/07/2008

Jacques Brel: Viaje a la libertad. Era belga como Tintín. Se fue hace treinta años aunque ya había abandonado los escenarios en 1967. Compró un velero para surcar los mares cálidos con su última compañera, viaje iniciático de quien se sabía ya enfermo de cáncer. Y halló la libertad en las Marquesas, esas islas donde "el mar se rasga y el tiempo se inmoviliza", y donde él descansa cerca de la tumba de Gauguin. Contradictorio -"sólo los imbéciles no cambian nunca de opinión"-, Brel despreció a los burgueses, asustó a las beatas, lloró por sus amigos, se enfadó con los flamencos... Supo retratar las miserias, miedos y maldades del ser humano con una lucidez perturbadora y una delicada ternura: Ne me quitte pas -"un hombre no debería cantar esas cosas", llegó a decir Piaf-, La valse à mille temps, Quand on n'a que l'amour, Le plat pays...
Serge Gainsbourg: El feo más 'sexy'. Decía: con mi careto no voy a hacer de crooner así que voy a provocar. Solitario y misógino, de su brazo andaban las mujeres más deseadas de París, y sus canciones -un patchwork de sonidos inteligentemente reciclados- las grabaron desde Brigitte Bardot, Isabelle Adjani o Catherine Deneuve hasta Vanessa Paradis, France Gall (la eurovisiva -1965- Poupée de cire, poupée de son) o Françoise Hardy. Envuelto en el humo de sus Gitanes, Gainsbourg era el personaje seductor, dandi cínico y desengañado, que fue creando Lucien Ginzburg, hijo de rusos judíos. Recibió amenazas de militares cuando puso ritmo de reggae a La Marsellesa y levantó ampollas al grabar Lemon incest con su hija Charlotte. Antes ya había escandalizado con Je t'aime, moi non plus a dúo con Jane Birkin. Murió con 62 años en su piso de la calle de Verneuil.
Georges Brassens: Un hombre libre. En su pasaporte, como profesión, ponía "hombre de letras". Sólo voz, guitarra y contrabajo: para no distraer de la palabra. Decía mierda o puta, con crudeza y ternura, porque la obra del autor de La mauvaise réputation o Chanson pour l'Auvergnat es un canto contra la autoridad, una denuncia del puritanismo y la falsedad. Hace dos años, a los 25 de su muerte, se editaron Elle est à toi cette chanson -su obra de estudio en 15 discos- y Oeuvres complètes -las letras de todas sus canciones-. Ya hay más de 50 libros sobre Brassens, que da nombre a calles, parques, escuelas o bibliotecas de más de 500 poblaciones de Francia. Hombre libre, no le importaron dinero ni honores: quiso ser invisible para los poderosos. Está enterrado en Sète, su ciudad natal, en el cementerio conocido como "de los pobres".
Juliette Gréco: La musa existencialista. Uno de los grandes mitos de la canción francesa: musa del Saint-Germain-des-Près de los existencialistas, en el que ella cantaba Si tu t'imagines o Je hais les dimanches. Aquella joven delgada, de ojos oscuros y profundos, y rostro muy pálido, cuyos largos jerséis y pantalones negros inspiraron entonces a tantas chicas, representaba el personaje de la mujer que asume su libertad, distante, provocadora, misteriosa... Juliette Gréco (Montpellier, 1927), que a mediados de los años sesenta aterrorizó a los telespectadores franceses paseando de noche como un fantasma por los pasillos del Museo del Louvre, logró ser popular a través de un repertorio refinado escrito por Prévert y Kosma, Vian, Ferré, Brel, Sagan, Gainsbourg, Desnos, Queneau. La Gréco actuó también en obras de teatro y películas de Jean Renoir, Otto Preminger o John Huston.
Léo Ferré: Corazon anarquista. El autor de canciones tan hermosas e intensas como Avec le temps musicó a Rimbaud y Baudelaire, dirigió obras de Ravel o Beethoven, deseó a los hombres no tener dios ni amo y cantó Franco, la muerte. Manuel Vázquez Montalbán escribió que fue uno de los cantautores que han contribuido a hacer de la canción popular la huella moral y sentimental del siglo XX. Verbo ácido y ojos bondadosos, la anarquía era una forma de vida y él la hacía rimar con amor. "No llegan al uno por ciento y sin embargo existen / la mayoría, españoles, vaya usted a saber por qué" (Les anarchistes). El viejo luchador se había refugiado desde los años setenta en las colinas de la Toscana, en las que hacía su vino y su aceite de oliva, hasta su muerte, en julio de 1993.
Françoise Hardy: Cantante modelo. Tenía 18 años cuando grabó Tous les garçons et les filles. Era el verano de 1962 y miles de adolescentes europeas se identificaban con la belleza tímida de Françoise y aquellas suaves canciones sentimentales, algunas de las cuales había escrito ella misma. Muchos la consideran hoy la figura femenina del pop francés. Su rostro delicado y su figura delgada ocupaban las principales revistas y llevó las creaciones de los más famosos diseñadores franceses: Courrèges, Paco Rabanne o Yves Saint Laurent. El año pasado se publicó la caja 100 chansons, resumen de más de cuarenta años de carrera y cinco millones de discos vendidos. En los 12 dúos de su compacto Parenthèses, esta mujer que se deja ver más bien poco -desde que existe, aspira a desaparecer, escribieron en Le Monde- ha grabado con Jacques y Thomas Dutronc, marido e hijo.
Edith Piaf: La Môme. La actriz Marion Cotillard se llevó el oscar por su interpretación de Piaf en La vida en rosa. El guión tenía los ingredientes que interesan a Hollywood: honores y fastos, decadencia y resurrección, amores desgraciados, muertes violentas... La vida de una pequeña mujer que nació el 19 de diciembre de 1915, según la leyenda, en una acera de París, y que pasó hambre y sufrió miserias antes de convertirse en un mito de la canción. El alma de la calle. "No sería Edith Piaf si no hubiera vivido todo eso", llegó a decir. Difícil no emocionarse cuando canta con su voz única Hymne à l'amour o Non, je ne regrette rien. Lo escribió Jean Cocteau: "Cada vez que canta, parece que se arranca su alma por última vez". El 14 de octubre de 1963 fue enterrada en el Père Lachaise.
Claude Nougaro: Alma de 'swing'. Unía la canción francesa al jazz (Le jazz et la java, Nougayork...), que descubrió con 12 años en la radio tras haberse educado con Puccini, Massenet y Fauré. Hombre de escenario, era capaz de hacer que el francés tuviera swing. Amaba las palabras y su ritmo: se definía como "motsicien". Jazz, Brasil y África, ya fuese acompañado por metales de Nueva Orleans, músicos de Nueva York, el piano de Maurice Vander o el acordeón de Richard Galliano. Hijo de un cantante de ópera y de una profesora de piano, Nougaro era del sur -había nacido en Toulouse en 1929- y nunca renegó de sus raíces. Cantaba C'est une Garonne evocando las aguas que cruzan su ciudad: "Mi mar Egeo / es este río liso / del que soy el Ulises / sin exagerar". Falleció en marzo de 2004, con 74 años. 














sábado, 17 de diciembre de 2022

De los delitos de sedición y malversación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la reforma legal de los delitos de sedición y malversación, de la que, como dice en ella el periodista José Luis Sastre, hubiera resultado revolucionaria una explicación previa y honesta de la secuencia de hechos que han llevado a ella. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Y decirnos la verdad
JOSÉ LUIS SASTRE
14 DIC 2022 - El País

Existe un género en las crónicas políticas al que llamo crónicas de estado de ánimo, que se detectan fácil por su titular: malestar en el Gobierno por tal asunto, malestar en la oposición por el contrario. Son crónicas de clima, hechas de fuentes anónimas las más de las veces, con lo que resultan imposibles de rebatir. Casi siempre. Una tarde, vino a gritos contra mí un secretario general que traía un artículo en la mano como si fuera una multa: “Esto que te dicen a ti los de mi partido no tienen los huevos de decírmelo a mí”. Testosteronas aparte, llevaba razón. Muchas de las fuentes anónimas que se prodigan en los medios son las que, llegada la hora, no se atreven a abrir la boca en los foros que los partidos reúnen a puerta cerrada con la jefatura presente. Repasemos, por poner un caso, el debate que hubo el lunes en la ejecutiva federal del PSOE por la controvertida reforma de la malversación. Notarán el silencio: malestar salvo alguna cosa.
Fue después de esa ejecutiva cuando a la portavoz socialista, que es la ministra Pilar Alegría, le preguntaron por la oportunidad de tramitar a todo correr una reforma de tanto calado en el Código Penal. “Toda prisa es poca para luchar por la transparencia, la higiene democrática y contra la corrupción”, contestó convencida. No es de ahora que el relato haga falta en política. En verdad, hace falta en la vida desde el primer día en que se te olvidan los deberes, pero el riesgo peor es terminar creyéndotelo, porque eso te sitúa en una realidad paralela a la que, por lo común, llamamos ficción.
Uno puede entender los esfuerzos del Gobierno, de cualquier Gobierno, por contrariar las evidencias: nadie dice siempre la verdad y menos si tiene la responsabilidad del mando. Pero hubiera resultado revolucionario que alguien explicase la secuencia con honestidad. Alguien que, sin previo aviso, nos dijera: “Cariño, tenemos que hablar, que esto es lo que parece”. Se ha dado malversación a cambio del apoyo de Esquerra, según ha admitido este martes en la SER el presidente de uno de los grupos parlamentarios que forman el Gobierno, Jaume Asens, aunque se notara luego un temblor entre los ministros: qué dice, qué hace, si parecerá que es verdad. El Gobierno y Esquerra han negociado desde el principio, según demuestra la coreografía de los últimos días: unos presentan una enmienda, otros la corrigen, otros la votan pese a que discrepan y, al final, alegría por un acuerdo que se supone que tanto ha costado. Sangre, sudor y lágrimas. Abrazos, aplausos y telón.
Hubiese resultado revolucionario que La Moncloa no hubiera llamado casualidad a la coincidencia entre los votos de sus socios y la derogación de la sedición, que nos hablara como adultos, para evitar que lo que vemos en tiempo real lo reconozcan sus protagonistas al cabo de los años en unas memorias que apenas se venderán cuando hayan prescrito las sospechas.
Uno puede entender, en fin, los esfuerzos de un partido, de cualquier partido, por mantener su relato y medir el fracaso o el éxito que obtenga con él a la manera en que se miden los discursos políticos, en la intención de voto de las encuestas; lo mismo que hemos acabado midiendo la vida en likes y en clics y en me gusta. Ocurre, sin embargo, que algunos de esos parámetros son más complicados de cuantificar: la credibilidad, por ejemplo. O la confianza. Aunque claro, lo que no pueda medirse o se mida peor, ¿a quién le importa?