lunes, 19 de diciembre de 2022

De la legitimidad para dirigir el país

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la acendrada creencia del PP, como dice en ella el escritor Jose María Ridao, de que solo él tiene legitimidad para dirigir el país, y eso, aun a costa de poner en riesgo el futuro del sistema de 1978. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










¿Quién puede gobernar España?
JOSÉ MARÍA RIDAO
15 DIC 2022 - El País

Unas recientes declaraciones del jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, han dejado al descubierto, más que tantas otras antes y después de su llegada a la dirección del Partido Popular, las claves ideológicas de una fuerza política decisiva en el sistema democrático español. El Partido Popular no renueva el Consejo General del Poder Judicial, dijo Núñez Feijóo, para “proteger a la justicia” del Gobierno de Pedro Sánchez. Poco o nada cabe esperar de las tertulias y artículos de opinión, salvo acusaciones cruzadas acerca de quién es el responsable del progresivo deterioro institucional que se observa desde 1993. Y, sin embargo, lo más revelador de las declaraciones del líder de la oposición no es que sostenga que las instituciones han alcanzado un punto de deterioro irreversible por la supuesta agresión del Gobierno, algo que está en su derecho de pensar, sino que la vía escogida para defenderlas sea incumplir las normas vigentes que las regulan. No se trata de una excusa más de las muchas que ha invocado el Partido Popular para asegurarse, mediante el bloqueo de la renovación del Consejo, aquello de lo que acusa al Gobierno: mantener bajo influencia ese órgano en su actual composición, más favorable a sus intereses que la que saldría de la entrada de nuevos magistrados de acuerdo con la mayoría parlamentaria. Al no dar cumplimiento al mandato constitucional de renovar el Consejo, y al asegurar que lo hace para proteger a la justicia, Núñez Feijóo parece querer justificar una suerte de medida de excepción declarada por sí y ante sí. De otro modo, ¿cómo interpretar el anuncio de que ha asumido poderes como el de ignorar una norma con la excusa de proteger el sistema del que emana? ¿Y qué pensar, además, cuando la primera agresión a la justicia como institución, la agresión que da pie a las reales o supuestas por las que denuncia al Gobierno, es la que, por omisión deliberada, están cometiendo él y su partido?
Las declaraciones de Núñez Feijóo sobre el Consejo General del Poder Judicial fueron precedidas de otras, hace apenas unas semanas, que, vistas en perspectiva, corroboran la necesidad de descifrar las más recientes. En aquella otra ocasión, Núñez Feijóo acusó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de haber roto el pacto constitucional suscrito en su día por el Partido Socialista y el Partido Popular. Una vez más, tertulias y artículos de opinión activaron su atronadora maquinaria discutiendo acerca de si, en efecto, el presidente Sánchez lo había roto o no. Nada como un líder político que señale la Luna para que el periodismo de opinión, este periodismo de opinión, mire el dedo. Porque lo cierto es que la Luna hacia la que señalaba Núñez Feijóo era cuando menos un espejismo anacrónico, ya que el Partido Socialista y el Partido Popular nunca suscribieron ningún pacto constitucional porque, sencillamente, el Partido Popular no existía en el momento en el que el pacto constitucional fue suscrito. En aquel momento, la fuerza política que se transformaría en el Partido Popular era Alianza Popular. El matiz importa porque, a diferencia del Partido Socialista, la UCD o el Partido Comunista, Alianza Popular no alcanzó un acuerdo interno acerca de la posición que debía mantener ante el referéndum para aprobar la Constitución de 1978, y de ahí que hubiera de conceder libertad de voto a sus simpatizantes. El sector encabezado por Manuel Fraga, él mismo constituyente, defendió el sí. Pero otro sector defendió la abstención y otro, incluso, el no. La paradoja con la que viene lidiando el Partido Popular desde que se convirtió en alternativa de Gobierno por la implosión de la UCD y el desgaste del Partido Socialista tras 14 años en el poder es que los sectores que lo condujeron a la victoria de 1996 fueron los mismos que, desde Alianza Popular, propugnaron el no y la abstención en el referéndum constitucional.
Por descontado, la Transición fue la ocasión para que los líderes políticos del momento revisaran las posiciones que habían mantenido mientras duró la dictadura, sin hacerse reproches acerca del pasado. Un ministro secretario general del Movimiento como Adolfo Suárez evolucionó, así, hacia posiciones en las que pudo encontrarse con un Partido Socialista que renunció al marxismo, liderado por Felipe González, y un Partido Comunista que, bajo la dirección de Santiago Carrillo, aceptó la bandera y la monarquía. Lo que diferencia la confluencia de estos líderes en la búsqueda de una salida democrática para España de la actitud que adoptaron los sectores de Alianza Popular que propugnaron el no o la abstención en el referéndum constitucional y que, reconvertidos en militantes del Partido Popular, alcanzarían el poder en 1996, es que estos, a diferencia de los protagonistas de la Transición, no abandonaron sus posiciones anteriores, sino que las convirtieron en su programa, reformulándolas. Basta leer el artículo Unidad y grandeza, publicado por José María Aznar en 1979, para entender que lo que el autor defendía entonces, la necesidad de limitar el pluralismo político en nombre de la nación española, siguió defendiéndolo después solo que cambiando el término nación por el de Constitución. La idea en uno y otro caso seguía siendo la misma: al igual que la política inspirada en la nación española solo podía ser una, una y nada más, también la política inspirada por la Constitución tiene que ser una y solo una. En concreto, la política que defiende el Partido Popular, la política inspirada por los dirigentes que, al identificar la nación española, su idea de la nación española, con la Constitución de 1978, pasaron de presentarse como lo que eran, dirigentes recelosos del pluralismo, a hacerlo como “patriotas de la Constitución”, como constitucionalistas.
A partir de esta síntesis reductora, que tergiversaba el sentido integrador de la Constitución, ningún Gobierno que no encabece el Partido Popular puede ser legítimo, como se ha encargado de recordar Núñez Feijóo al Partido Socialista, tomado el testigo de Pablo Casado, que a su vez lo tomó de Mariano Rajoy al igual que este de José María Aznar. Tampoco ninguna política que no sea la suya puede ser correcta, moralmente aceptable y ni siquiera bienintencionada, porque, en virtud del constitucionalismo, ningún partido, salvo el Popular, tiene las credenciales requeridas para dirigir la lucha antiterrorista, hacer frente a los intentos de secesión, aprobar Presupuestos o pasar leyes que, en su caso, declarará constitucionales o inconstitucionales ese Tribunal cuya renovación bloquea el Partido Popular para, según dice, protegerlo. El periodismo de opinión no podía dejar pasar la ocasión para entonar jeremiadas sobre el fin de la democracia en nuestro país por las medidas con las que con más, menos o ningún acierto trata de responder el Gobierno, al que compara con las dictaduras latinoamericanas. La realidad es que, lo recuerde o no ese periodismo de opinión, el único Gobierno que ha permanecido un año en funciones y practicado y teorizado sobre por qué no debía someterse al control parlamentario, exactamente como se hace en esas dictaduras, fue un Gobierno del Partido Popular. Por esta razón, la pregunta más relevante que cabe dirigir al presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, no es si renovará o no el Consejo General del Poder Judicial, porque no lo hará. La pregunta más relevante, la pregunta de cuya respuesta depende, esta vez sí, el futuro del sistema de 1978, es si, aparte de él mismo y el programa de su partido, considera que algún otro partido y algún otro programa que obtengan una mayoría es digno —o legítimo— de gobernar España.























domingo, 18 de diciembre de 2022

De la legislación exprés

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la legislación exprés, porque como dice en ella el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, la cuestión es qué otra cosa podía hacer el Gobierno para que se cumplan las reglas en la renovacion del Poder Judicial y del Constitucional tras la burla sistemática de las mismas por la derecha. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










La España tronada
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
14 DIC 2022 - El País

En estos últimos días, se ha producido una escalada verbal grave y preocupante de las derechas, hablando de dictadura, tiranía y otras lindezas para referirse al Gobierno y a su presidente. Aunque es costumbre aguantar un fuerte ruido ambiental cuando hay gobiernos progresistas, los excesos que hemos tenido que escuchar recientemente sobrepasan todos los límites de lo que debería ser el debate político. Creo que ya no se trata solamente de la estrategia de la crispación, que se puso en práctica durante el último Gobierno de Felipe González (1993-96) y el primero de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-08) y que no ha cesado desde la moción de censura que llevó al PSOE al poder en 2018, sino de algo más serio que pone en cuestión el principio de reconocimiento mutuo entre los actores políticos y que es la base sobre la que se sostiene la competición política en una democracia representativa.
El motivo de la escalada ha sido el anuncio de las medidas que quiere tomar el Ejecutivo de Pedro Sánchez para impedir que se perpetúe el bloqueo de las instituciones que sin disimulo han impuesto el Partido Popular y sus magistrados afines en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y el Tribunal Constitucional.
La situación es la siguiente. Ni la Constitución española ni las leyes que la desarrollan contemplan la posibilidad de que se produzca una suerte de boicot institucional a la renovación de los organismos que requieren una mayoría cualificada de tres quintos, como el CGPJ, el Constitucional, el Defensor del Pueblo y otros. No hay un procedimiento establecido para el caso de que un partido, cuyos votos son necesarios para alcanzar dicha mayoría cualificada, se niegue a cumplir su obligación constitucional de llevar a cabo la renovación. El Partido Popular, cuando ha estado en la oposición, ha aprovechado ese vacío para impedir que se renueven estos órganos. En 2007, durante la etapa de gobierno de Zapatero, bloqueó la renovación de los cuatro magistrados del Constitucional que le correspondía nombrar al Senado para mantener artificialmente una mayoría conservadora que tumbara buena parte del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Lo consiguió con la famosa sentencia de 2010, que tantas desgracias ha traído. Tras dicha sentencia y tres años de bloqueo, el PP, habiendo cumplido su misión, aceptó la renovación sin mayor problema. No hubo disimulo; todo se hizo con total desfachatez.
Ahora se ha repetido la jugada, pero aumentando la apuesta. El CGPJ arrastra un bloqueo de cuatro años, desde diciembre de 2018. Cuatro años. La cosa se ha complicado porque antes de verano venció el mandato de cuatro magistrados del Constitucional, dos de los cuales nombra el Gobierno y otros dos el CGPJ. Con una mayoría conservadora espuria, el CGPJ se ha negado hasta el momento a cumplir su mandato constitucional. El Gobierno ha esperado prudentemente seis meses, pero al comprobar que el CGPJ persistía en su actitud obstruccionista ha decidido llevar a cabo por su cuenta el nombramiento de los dos magistrados que le corresponden. Con excusas de mal perdedor, los propios magistrados conservadores del Constitucional están a su vez tratando de impedir que estos dos nombramientos se hagan efectivos.
Nunca se había llegado tan lejos. Es un escándalo monumental que erosiona nuestro sistema institucional. A finales de octubre, había un acuerdo prácticamente cerrado, pero en el último momento Alberto Núñez Feijóo, presionado por los sectores más intransigentes de su partido y de la prensa de derechas, se echó para atrás.
Esta es una breve descripción de la situación. El paso dado por el Gobierno ahora consiste en introducir dos enmiendas para evitar que continúe un bloqueo que no tiene justificación posible. La primera establece que, en caso de que una de las partes persista en el bloqueo, el nombramiento de los magistrados por el CGPJ se podrá realizar por mayoría simple. La segunda, que el Constitucional no tenga que examinar a los dos magistrados que nombra el Gobierno.
Se trata, qué duda cabe, de dos medidas tomadas a la desesperada y ad hoc, a fin de resolver una crisis profunda del sistema constitucional. Es evidente que habría sido mucho mejor no tener que llegar hasta aquí. Pero la cuestión es qué otra cosa podía hacer el Gobierno para hacer cumplir las reglas tras la burla sistemática de las mismas por parte de la derecha.
La estrategia de fondo no puede ser más perversa: la oposición no cumple sus obligaciones constitucionales, creando un problema político de primer orden; tras cuatro años aguantando esta deslealtad constitucional, el Gobierno se ve sin otra salida que aprobar las medidas mencionadas para restablecer el equilibrio en el sistema político y entonces los mismos actores que han provocado esta situación se escandalizan y lanzan acusaciones truculentas de autoritarismo.
Resulta ridículo que la prensa conservadora lleve semanas hablando del “asalto” del Gobierno al Tribunal Constitucional, como si no figurara entre sus funciones nombrar a dos magistrados, algo que han hecho en plazo todos los gobiernos anteriores de la democracia cuando les ha tocado. Pero más ridícula es todavía la reacción de dirigentes políticos y medios derechistas hablando de que estas medidas suponen el final de la división de poderes o, en el colmo de la desmesura, un golpe de Estado o un autogolpe. Se llevan las manos a la cabeza, atribuyendo al presidente del Gobierno la voluntad de convertirse en un dictador. Si no fuera por el envilecimiento de la vida pública que supone esta manera hiperbólica de hablar, la respuesta natural sería la carcajada o el sarcasmo.
Las derechas políticas y mediáticas parecen haber perdido la cordura definitivamente. ¿A qué obedece en realidad esta escalada brutal? Se pueden aventurar dos motivos. Por un lado, el liderazgo de Núñez Feijóo no está funcionando como se esperaba, y las encuestas ya no son tan esperanzadoras para el PP como hace unos meses, la mayoría absoluta de PP y Vox parece esfumarse. Feijóo se está desdibujando a pasos agigantados. Su sumisión al discurso más intransigente le puede dar algo de paz interna a corto plazo, pero a costa de perder credibilidad ante la ciudadanía.
Por otro lado, la derecha parece hacer tirado la toalla en las cuestiones socioeconómicas. Pensaba que la inflación no daría tregua este otoño y que los conflictos laborales hundirían al Gobierno (igual que pensó antes que la pandemia acabaría con Sánchez). Pero no ha sido así y ahora se encuentra sin un discurso propio en este ámbito, que sigue siendo el más importante para la ciudadanía. La derecha no ha sido capaz de ofrecer ninguna alternativa seria sobre la cuestión energética y la protección a los ciudadanos más golpeados por la inflación.
Esta combinación de circunstancias le empuja a huir de la realidad y situarse en un mundo paralelo poblado por sus fantasmas (la ruptura de España, la victoria de los etarras, la dictadura socialista). El mejor ejemplo, cómo no, es el de Isabel Díaz Ayuso, quien hace un par de semanas afirmó en una comparecencia: “Vamos camino de una dictadura, sometidos por un tirano que pone en peligro el Estado de derecho. […] Esto ya no se trata de o izquierda o derecha. Esto se trata de libertad. Y esto ya es: o Sánchez o España”. Estaba preparando el terreno para la traca final de estos últimos días. Por debajo de la furia, se adivina una profunda impotencia política.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Mi educación sentimental, a la francesa. [Publicada el 05/07/2008]

 






No tengo la menor idea de quién es ese (o esa) C. Galilea que firma el reportaje titulado "Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX" en la revista Babelia, uno de los suplementos semanales de El País. Da lo mismo quién sea, me ha emocionado con ese recorrido sentimental por la canción francesa de la última mitad del pasado siglo: Brel, Gainsbourg, Brassens, Gréco, Ferré, Hardy (mi musa), Piaf, Nougaro..., siempre comprometida (con la vida, el amor, el arte...), y siempre hermosísima. Ante tantos hechos y tantas gentes que profanan diariamente la vida, nada como la música para reconciliarnos con nosotros mismos, con la existencia, con los demás y con cuanto nos une como humanos... Y gracias especialísimas a Francoise Hardy: ella, su voz y su "Tous les garçons et les filles" encandilaron y encendieron mi juventud... Nunca la olvidaré...
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 


***


"Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX", por C. Galilea
Babelia, 05/07/2008

Jacques Brel: Viaje a la libertad. Era belga como Tintín. Se fue hace treinta años aunque ya había abandonado los escenarios en 1967. Compró un velero para surcar los mares cálidos con su última compañera, viaje iniciático de quien se sabía ya enfermo de cáncer. Y halló la libertad en las Marquesas, esas islas donde "el mar se rasga y el tiempo se inmoviliza", y donde él descansa cerca de la tumba de Gauguin. Contradictorio -"sólo los imbéciles no cambian nunca de opinión"-, Brel despreció a los burgueses, asustó a las beatas, lloró por sus amigos, se enfadó con los flamencos... Supo retratar las miserias, miedos y maldades del ser humano con una lucidez perturbadora y una delicada ternura: Ne me quitte pas -"un hombre no debería cantar esas cosas", llegó a decir Piaf-, La valse à mille temps, Quand on n'a que l'amour, Le plat pays...
Serge Gainsbourg: El feo más 'sexy'. Decía: con mi careto no voy a hacer de crooner así que voy a provocar. Solitario y misógino, de su brazo andaban las mujeres más deseadas de París, y sus canciones -un patchwork de sonidos inteligentemente reciclados- las grabaron desde Brigitte Bardot, Isabelle Adjani o Catherine Deneuve hasta Vanessa Paradis, France Gall (la eurovisiva -1965- Poupée de cire, poupée de son) o Françoise Hardy. Envuelto en el humo de sus Gitanes, Gainsbourg era el personaje seductor, dandi cínico y desengañado, que fue creando Lucien Ginzburg, hijo de rusos judíos. Recibió amenazas de militares cuando puso ritmo de reggae a La Marsellesa y levantó ampollas al grabar Lemon incest con su hija Charlotte. Antes ya había escandalizado con Je t'aime, moi non plus a dúo con Jane Birkin. Murió con 62 años en su piso de la calle de Verneuil.
Georges Brassens: Un hombre libre. En su pasaporte, como profesión, ponía "hombre de letras". Sólo voz, guitarra y contrabajo: para no distraer de la palabra. Decía mierda o puta, con crudeza y ternura, porque la obra del autor de La mauvaise réputation o Chanson pour l'Auvergnat es un canto contra la autoridad, una denuncia del puritanismo y la falsedad. Hace dos años, a los 25 de su muerte, se editaron Elle est à toi cette chanson -su obra de estudio en 15 discos- y Oeuvres complètes -las letras de todas sus canciones-. Ya hay más de 50 libros sobre Brassens, que da nombre a calles, parques, escuelas o bibliotecas de más de 500 poblaciones de Francia. Hombre libre, no le importaron dinero ni honores: quiso ser invisible para los poderosos. Está enterrado en Sète, su ciudad natal, en el cementerio conocido como "de los pobres".
Juliette Gréco: La musa existencialista. Uno de los grandes mitos de la canción francesa: musa del Saint-Germain-des-Près de los existencialistas, en el que ella cantaba Si tu t'imagines o Je hais les dimanches. Aquella joven delgada, de ojos oscuros y profundos, y rostro muy pálido, cuyos largos jerséis y pantalones negros inspiraron entonces a tantas chicas, representaba el personaje de la mujer que asume su libertad, distante, provocadora, misteriosa... Juliette Gréco (Montpellier, 1927), que a mediados de los años sesenta aterrorizó a los telespectadores franceses paseando de noche como un fantasma por los pasillos del Museo del Louvre, logró ser popular a través de un repertorio refinado escrito por Prévert y Kosma, Vian, Ferré, Brel, Sagan, Gainsbourg, Desnos, Queneau. La Gréco actuó también en obras de teatro y películas de Jean Renoir, Otto Preminger o John Huston.
Léo Ferré: Corazon anarquista. El autor de canciones tan hermosas e intensas como Avec le temps musicó a Rimbaud y Baudelaire, dirigió obras de Ravel o Beethoven, deseó a los hombres no tener dios ni amo y cantó Franco, la muerte. Manuel Vázquez Montalbán escribió que fue uno de los cantautores que han contribuido a hacer de la canción popular la huella moral y sentimental del siglo XX. Verbo ácido y ojos bondadosos, la anarquía era una forma de vida y él la hacía rimar con amor. "No llegan al uno por ciento y sin embargo existen / la mayoría, españoles, vaya usted a saber por qué" (Les anarchistes). El viejo luchador se había refugiado desde los años setenta en las colinas de la Toscana, en las que hacía su vino y su aceite de oliva, hasta su muerte, en julio de 1993.
Françoise Hardy: Cantante modelo. Tenía 18 años cuando grabó Tous les garçons et les filles. Era el verano de 1962 y miles de adolescentes europeas se identificaban con la belleza tímida de Françoise y aquellas suaves canciones sentimentales, algunas de las cuales había escrito ella misma. Muchos la consideran hoy la figura femenina del pop francés. Su rostro delicado y su figura delgada ocupaban las principales revistas y llevó las creaciones de los más famosos diseñadores franceses: Courrèges, Paco Rabanne o Yves Saint Laurent. El año pasado se publicó la caja 100 chansons, resumen de más de cuarenta años de carrera y cinco millones de discos vendidos. En los 12 dúos de su compacto Parenthèses, esta mujer que se deja ver más bien poco -desde que existe, aspira a desaparecer, escribieron en Le Monde- ha grabado con Jacques y Thomas Dutronc, marido e hijo.
Edith Piaf: La Môme. La actriz Marion Cotillard se llevó el oscar por su interpretación de Piaf en La vida en rosa. El guión tenía los ingredientes que interesan a Hollywood: honores y fastos, decadencia y resurrección, amores desgraciados, muertes violentas... La vida de una pequeña mujer que nació el 19 de diciembre de 1915, según la leyenda, en una acera de París, y que pasó hambre y sufrió miserias antes de convertirse en un mito de la canción. El alma de la calle. "No sería Edith Piaf si no hubiera vivido todo eso", llegó a decir. Difícil no emocionarse cuando canta con su voz única Hymne à l'amour o Non, je ne regrette rien. Lo escribió Jean Cocteau: "Cada vez que canta, parece que se arranca su alma por última vez". El 14 de octubre de 1963 fue enterrada en el Père Lachaise.
Claude Nougaro: Alma de 'swing'. Unía la canción francesa al jazz (Le jazz et la java, Nougayork...), que descubrió con 12 años en la radio tras haberse educado con Puccini, Massenet y Fauré. Hombre de escenario, era capaz de hacer que el francés tuviera swing. Amaba las palabras y su ritmo: se definía como "motsicien". Jazz, Brasil y África, ya fuese acompañado por metales de Nueva Orleans, músicos de Nueva York, el piano de Maurice Vander o el acordeón de Richard Galliano. Hijo de un cantante de ópera y de una profesora de piano, Nougaro era del sur -había nacido en Toulouse en 1929- y nunca renegó de sus raíces. Cantaba C'est une Garonne evocando las aguas que cruzan su ciudad: "Mi mar Egeo / es este río liso / del que soy el Ulises / sin exagerar". Falleció en marzo de 2004, con 74 años. 














sábado, 17 de diciembre de 2022

De los delitos de sedición y malversación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la reforma legal de los delitos de sedición y malversación, de la que, como dice en ella el periodista José Luis Sastre, hubiera resultado revolucionaria una explicación previa y honesta de la secuencia de hechos que han llevado a ella. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Y decirnos la verdad
JOSÉ LUIS SASTRE
14 DIC 2022 - El País

Existe un género en las crónicas políticas al que llamo crónicas de estado de ánimo, que se detectan fácil por su titular: malestar en el Gobierno por tal asunto, malestar en la oposición por el contrario. Son crónicas de clima, hechas de fuentes anónimas las más de las veces, con lo que resultan imposibles de rebatir. Casi siempre. Una tarde, vino a gritos contra mí un secretario general que traía un artículo en la mano como si fuera una multa: “Esto que te dicen a ti los de mi partido no tienen los huevos de decírmelo a mí”. Testosteronas aparte, llevaba razón. Muchas de las fuentes anónimas que se prodigan en los medios son las que, llegada la hora, no se atreven a abrir la boca en los foros que los partidos reúnen a puerta cerrada con la jefatura presente. Repasemos, por poner un caso, el debate que hubo el lunes en la ejecutiva federal del PSOE por la controvertida reforma de la malversación. Notarán el silencio: malestar salvo alguna cosa.
Fue después de esa ejecutiva cuando a la portavoz socialista, que es la ministra Pilar Alegría, le preguntaron por la oportunidad de tramitar a todo correr una reforma de tanto calado en el Código Penal. “Toda prisa es poca para luchar por la transparencia, la higiene democrática y contra la corrupción”, contestó convencida. No es de ahora que el relato haga falta en política. En verdad, hace falta en la vida desde el primer día en que se te olvidan los deberes, pero el riesgo peor es terminar creyéndotelo, porque eso te sitúa en una realidad paralela a la que, por lo común, llamamos ficción.
Uno puede entender los esfuerzos del Gobierno, de cualquier Gobierno, por contrariar las evidencias: nadie dice siempre la verdad y menos si tiene la responsabilidad del mando. Pero hubiera resultado revolucionario que alguien explicase la secuencia con honestidad. Alguien que, sin previo aviso, nos dijera: “Cariño, tenemos que hablar, que esto es lo que parece”. Se ha dado malversación a cambio del apoyo de Esquerra, según ha admitido este martes en la SER el presidente de uno de los grupos parlamentarios que forman el Gobierno, Jaume Asens, aunque se notara luego un temblor entre los ministros: qué dice, qué hace, si parecerá que es verdad. El Gobierno y Esquerra han negociado desde el principio, según demuestra la coreografía de los últimos días: unos presentan una enmienda, otros la corrigen, otros la votan pese a que discrepan y, al final, alegría por un acuerdo que se supone que tanto ha costado. Sangre, sudor y lágrimas. Abrazos, aplausos y telón.
Hubiese resultado revolucionario que La Moncloa no hubiera llamado casualidad a la coincidencia entre los votos de sus socios y la derogación de la sedición, que nos hablara como adultos, para evitar que lo que vemos en tiempo real lo reconozcan sus protagonistas al cabo de los años en unas memorias que apenas se venderán cuando hayan prescrito las sospechas.
Uno puede entender, en fin, los esfuerzos de un partido, de cualquier partido, por mantener su relato y medir el fracaso o el éxito que obtenga con él a la manera en que se miden los discursos políticos, en la intención de voto de las encuestas; lo mismo que hemos acabado midiendo la vida en likes y en clics y en me gusta. Ocurre, sin embargo, que algunos de esos parámetros son más complicados de cuantificar: la credibilidad, por ejemplo. O la confianza. Aunque claro, lo que no pueda medirse o se mida peor, ¿a quién le importa?

























[ARCHIVO DEL BLOG] La izquierda, hoy. [Publicada el 23/03/2020]

 






El socialismo, -comenta el catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y expresidente del Senado, Manuel Cruz  ["La izquierda busca lugar en el mundo". El País, 15/3/2020]- a diferencia del ecologismo y el feminismo, tiene dificultades para identificar el contenido concreto de sus reivindicaciones y el debate sobre qué debe ser en este nuevo mundo está abierto
"Hacia finales de los años sesenta del pasado siglo, -comienza diciendo Cruz- el responsable del PSUC en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona —que hacía proselitismo entre los estudiantes recién llegados para que se incorporaran a las filas de su partido— utilizaba, entre otros, un argumento de carácter histórico en apariencia concluyente. Solía decir que si en los poco más de cincuenta años que habían transcurrido desde la revolución rusa un tercio de la humanidad era socialista, a poco que se le diera un empujoncito al proyecto el planeta por entero viviría bajo ese régimen. Tal vez el argumento ahora les sorprenda a algunos, pero hay que decir, en honor a la verdad, que eran muchos los que por aquel entonces hacían semejante tipo de planteamientos. Es más, tenemos constancia de que todavía en los años ochenta no escaseaban los que se atrevían con estas prospectivas macrohistóricas.
Eran aquellos, ciertamente, tiempos en los que emitir juicios acerca de la deriva pasada y previsiblemente futura de la historia parecía una tarea perfectamente plausible. El devenir de las cosas iba dejando a su paso rastros de sentido que bastaba con recoger para ir construyendo con ellos marcos de inteligibilidad global. Así, Manuel Sacristán (para mí, sin el menor género de dudas el filósofo marxista más importante que ha dado este país) en los años setenta se atrevía a hablar de cómo evolucionaría el socialismo y afirmaba que su futura bandera sería la tricolor con los colores del ecologismo, del feminismo y del socialismo.
Ciertamente, a primera vista parecía razonable pensar que, en lo tocante al verde de la reivindicación ecologista, la coincidencia entre los diversos sectores de la izquierda o terminaría siendo completa (fuera de algunos matices) o no debería resultar muy difícil de alcanzar. Algo similar creo que parecía poder sostenerse respecto al violeta de la reivindicación de igualdad real entre hombres y mujeres. De esta fluida coincidencia algunos, como el mencionado Sacristán, extraían como conclusión irrebatible y que parece haber hecho fortuna con los años, que el futuro del socialismo pasaba en gran medida por hacer suyas las reclamaciones del feminismo y del ecologismo (por mi parte, empecé a referirme a este asunto en un artículo periodístico: “¿Casa común o causa común?”, El Periódico de Cataluña, 18 de diciembre de 2019).
Pero tal vez la conclusión, aceptable en principio en sí misma, no resulte tan enormemente satisfactoria como algunos (bastantes, dicho sea de paso) parecen pensar. A efectos de evitar malentendidos inútiles, me apresuro a precisar que, por formularlo con terminología escolástica, una cosa es que en el presente momento histórico asumir las reivindicaciones verde y violeta constituya una condición necesaria para desarrollar un programa de izquierdas, y otra que la constituya suficiente —esto es, en definitiva, lo que estoy intentando plantear aquí—. Porque del hecho de que hoy pueda existir una coincidencia estratégica entre los tres sectores todavía no se desprende que haya que someter a reconsideración el contenido de la idea de socialismo heredada y pasar a entender dichos sectores como tres dimensiones de un mismo proyecto.
Para poder hacerlo, para llevar a cabo esta refundación teórica, se requiere la existencia de una argamasa o, si se prefiere, de un denominador común que las cohesione. Si no disponemos de él, cualquiera podría acusar a un planteamiento como el señalado de andar pensando el socialismo del futuro en términos de una mera yuxtaposición de tres tipos de reivindicaciones. La acusación no carece de sentido. Solo estableciendo el vínculo existente entre los tres dispondremos del criterio que nos permita establecer prioridades en el momento en que las urgencias que se vayan planteando nos obliguen a ello. Y es obvio que la realidad nos va a colocar de manera constante en la tesitura de tener que decidir qué opción hacemos pasar por delante.
De no ser capaces de establecer el criterio, corremos el riesgo de que la incorporación de nuevos invitados (ecologismo y feminismo) a la causa de la izquierda termine por operar a modo de cortina de humo que oculte el desdibujamiento y la consiguiente debilidad de lo que hasta el momento había constituido el nervio de su proyecto. No estamos hablando de peligros imaginarios, ni suscitando debates puramente académicos. El ingente número de páginas escritas desde hace ya tiempo sobre el futuro del socialismo acredita que lo que está en juego va mucho más allá. Dicho apenas de otra forma, parece estar más claro el significado del verde ecologista y el violeta feminista que el del rojo, que con dificultad podríamos especificar a qué lo hacemos equivaler. O, lo que viene a ser prácticamente lo mismo, nos costaría precisar el contenido concreto que le atribuimos a la genérica reivindicación de justicia social, habitual en los programas y en las proclamas de las formaciones que se tienen por socialistas o, más genéricamente, de izquierdas.
Precisamente por ello, para avanzar en este esclarecimiento resulta obligado intentar definir previamente, aunque sea de manera tentativa, el marco de lo que entendemos en general por socialismo hoy. Excluyendo de partida respuestas del tipo “socialismo es lo que hacen los socialistas”, que, aunque nadie se atreva a plantear explícitamente, demasiados parecen dar por supuesta. Claro que, frente a esto, tampoco basta con postular el planteamiento inverso, esto es, el de que son socialistas aquellos que comparten el ideario del socialismo. Para que esta otra respuesta —la correcta desde el punto de vista lógico— resulte aceptable se impone entrar en la especificación, por mínima que sea, de ese ideario. Porque lo que resulta insuficiente a todas luces a estas alturas es permanecer en el plano más abstracto del asunto y dedicarnos a discutir sobre la egaliberté balibariana ([de Étienne Balibar], ojito con la primera “a”, que se presta al chiste en caso de confusión) y otras cuestiones de parecido carácter general. Frente a esto, entrar en la especificación del ideario socialista implica plantearse, entre otras cuestiones, la del trabajo, la propiedad o el Estado (y el eventual papel predistributivo o redestributrivo que debe desempeñar este) y a continuación precisar cuál es la posición del socialismo al respecto.
Tal vez en otros momentos del pasado esta exigencia de clarificación previa del marco teórico se hubiera considerado casi innecesaria, por obvia. Pero hoy las cosas son diferentes y, como sabemos, no faltan quienes atribuyen al olvido de este orden de cuestiones (especialmente, aunque no solo, en beneficio de las identitarias de diverso tipo, que no precisan de clarificación metodológica alguna porque con lo emocional van más que sobradas) la comprometida situación de la izquierda en muchos lugares en la actualidad. Se trataría, en caso de haberlo, de un olvido sintomático, revelador de las carencias e incertidumbres programáticas de la hora presente. Carencias e incertidumbres que, por añadidura, algunos pretenden ocultar desviando el foco de la atención hacia un debate que sin duda las formaciones políticas no tienen más remedio que abordar pero que, de hacerlo en el momento inadecuado, no hace más que generar confusión tacticista. Me refiero a ese debate que reduce el futuro del socialismo a la búsqueda de nuevos caladeros de votos. El debate resulta tan ineludible desde el punto de vista electoral como inane desde el teórico. Lo que nos devuelve al meollo del asunto que estamos intentando plantear.
Si todo lo anterior resulta hoy particularmente preocupante es porque parecen dibujarse en el horizonte signos que podrían anunciar algunas transformaciones muy relevantes en la actitud que mantienen ciertos sectores sociales y grandes corrientes políticas respecto a algunos de los principales problemas que más preocupan al conjunto de la ciudadanía en este momento. Estoy pensando, en primer lugar, en el hecho de que tanto en algunos países europeos (Austria) como en nuestro propio país (Andalucía) sectores conservadores hayan planteado explícitamente acuerdos, cuando no alianzas, con sectores ecologistas.
En efecto, según el joven jefe de Gobierno austriaco, Sebastian Kurz, “hemos unido lo mejor de dos mundos” y, en esa misma línea, en España el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, parece decidido a convertir la causa del medio ambiente en una seña de identidad de su Gobierno. Y no son los únicos que se están pronunciando en la misma dirección, por cierto. En parecido sentido lo hacía recientemente Marion Marechal, nieta del patriarca de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen y sobrina de Marine Le Pen, actual presidenta del Reagrupamiento Nacional: “Es obvio para mí que la ecología es un conservadurismo. ¡Lo siento, Greta!”, declaraba. De llegar a constituir tendencia estos datos, la izquierda vendría obligada a una reflexión de fondo sobre su propia identidad.
Que estemos ante una tendencia, y no ante una mera coincidencia contingente o una artera operación publicitaria (modelo greenwashing), es una posibilidad que en modo alguno resulta desdeñable y que cabría ilustrar a través del ejemplo de la guerra. Es cosa sabida que el gran negocio que constituye la guerra para las grandes potencias se acostumbra a desarrollar en dos fases. La primera es la destrucción en sentido estricto, que permite a tales potencias no solo dar salida a los stocks de armamento acumulados por sus empresas, sino que también obliga a los Gobiernos beligerantes a un importante desembolso para reponer lo utilizado durante el desarrollo del conflicto. La segunda fase es la de la reconstrucción de lo destruido, tarea que suele ser asumida por la propia potencia que ha llevado a cabo la destrucción. Pues bien, estableciendo un paralelismo, no resulta en absoluto desdeñable tampoco que uno de los grandes negocios del futuro sea precisamente, por seguir utilizando los mismos términos, la reconstrucción de la naturaleza por parte precisamente de las empresas que de manera previa y durante mucho tiempo se enriquecieron dañándola de manera severa.
De confirmarse la tendencia, otro juicio que hacía el antes mencionado Manuel Sacristán debería ser sometido asimismo a revisión. Afirmaba el filósofo por aquellos mismos años setenta, cuestionando la tópica y simplista identificación entre derecha y conservación, e izquierda y transformación, que los conservadores de nuestros días lo único que en realidad conservan es el registro de la propiedad, dedicándose a la transformación (destructiva) de todo lo demás. Este cuestionamiento del viejo tópico por parte de Sacristán, cuestionamiento que en aquel momento dejaba a la izquierda el campo libre para reescribir su agenda política en clave conservadora de lo mejor de la herencia recibida (naturaleza incluida), debería ahora, a la vista de lo que ha empezado a suceder, ser vuelto a pensar de nuevo. Lo que, con toda probabilidad, daría lugar a la constatación de que el proyecto de la izquierda se habría visto privado de uno de los elementos con los que había intentado configurar una nueva especificidad.
Asimismo, en segundo lugar, no creo que resulte demasiado aventurado contemplar la posibilidad de que sectores sociales y políticos conservadores amplíen el radio de las reivindicaciones asumibles incluyendo dentro de él las planteadas por el feminismo. Igual que antes, apresurémonos ahora a puntualizar que tampoco habría que malinterpretar dicha posibilidad: a fin de cuentas, de darse, vendría a ser una de las consecuencias últimas de la declarada vocación de transversalidad por parte de dicho movimiento. De momento, lo que es un hecho es que no hay en la actualidad ninguna formación política ni sector de opinión que impugne abiertamente las reivindicaciones feministas (incluso en el caso de Vox alguien podría interpretar que sus críticas a los presuntos excesos del feminismo constituyen en realidad la única forma de discrepar de él que se atreven a formular en público, ya que sus reivindicaciones básicas —contra la violencia, por la igualdad...— han alcanzado un abrumador respaldo social)”.
Tanto es así, que no faltan quienes, aun reconociendo que a dichas reivindicaciones les queda todavía mucho recorrido para materializarse por completo, entienden que han perdido su carácter más radical, carácter que habría sido recogido por los colectivos LGTBI, únicos que estarían impugnando hasta sus últimas consecuencias el modelo de sexualidad heredado. Pero esta efectiva generalización del feminismo, que podría ser leído en clave de hegemonía en la esfera del discurso público, tendría también una dimensión negativa, en tanto que pérdida, para el proyecto de la izquierda, que se vería de esta forma privado del segundo de los elementos en los que se había apoyado para intentar definir una nueva especificidad (tripartita, para entendernos).
Me cuesta imaginarme la argumentación que utilizaría, medio siglo después, el estudiante de izquierdas de segundo ciclo que quisiera atraer hacia su causa al compañero recién llegado a la Facultad. Lo que no podría plantearle, con toda seguridad, serían consideraciones pretendidamente macrohistóricas del tipo de las aludidas al principio del presente texto, porque sin duda se le volverían en contra. El triunfalismo de hace medio siglo ha mutado en esto. No solo es que el capitalismo en tanto que modo de producción se haya quedado solo en el planeta: es que se ha permitido el sarcasmo, innecesariamente cruel, de que su locomotora más eficaz sea un país hasta hace no tanto socialista como es China. Sin que nos quede siquiera el consuelo, fukuyamiano, de pensar que, aunque el socialismo ha desaparecido de la faz de la Tierra, la democracia se expande. Porque, más allá de que la contabilidad de países que asumen un modelo de democracia liberal vaya en aumento, lo cierto es que en el seno de los mismos los valores propiamente liberales están de manera creciente en entredicho. No hace falta poner ejemplos, ¿verdad?".
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











viernes, 16 de diciembre de 2022

De la energía nuclear






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la fusión nuclear como fuente de energía, porque como dice en ella el periodista y divulgador científico Iker Seisdedos, científicos de un laboratorio federal en California logran por primera vez que la reacción obtenga una ganancia neta de energía, un 50% más de la dedicada a generar el proceso atómico. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Un "logro científico histórico” hacia la energía inagotable

IKER SEISDEDOS

13 DIC 2022 - El País

Un grupo de científicos estadounidenses ha logrado producir con éxito una reacción de fusión nuclear capaz de generar una ganancia neta de energía. Las conclusiones del “avance histórico”, llevado a cabo en una instalación federal de California, las ha presentado este martes, entre una enorme expectación, la secretaria de Energía, Jennifer Granholm, en una conferencia de prensa en la sede en Washington del departamento que dirige. El Gobierno de Estados Unidos ve más cerca con este descubrimiento el viejo sueño de una fuente de energía limpia, barata y potencialmente inagotable. “Estamos ante uno de los logros científicos más impresionantes del siglo XXI”, ha asegurado Granholm. “Este día acabará en los libros de Historia”.
Los investigadores han conseguido, básicamente, una pequeña reacción que proporciona más energía de la que consume. Los experimentos se han llevado a cabo en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, que alberga la Instalación Nacional de Ignición (NIF son sus siglas en inglés). Se trata de un ingenio inaugurado en 2009 que emplea el láser más grande del mundo. Dirigido a una diminuta bola de plasma de hidrógeno, genera condiciones que imitan las explosiones del armamento nuclear. El gran reto para generar energía mediante fusión es que la obtenida sea mayor que la invertida en el esfuerzo para provocar esa reacción atómica: en este caso, la ganancia es del 50%. Los resultados se obtuvieron la semana pasada, el 5 de diciembre, cuando 192 haces de láser se concentran en un punto del tamaño de un “grano de pimienta”, generando fugazmente las condiciones de una estrella a tres millones de grados Celsius, aclaró Jill Hruby, vicesecretaria de Seguridad Nuclear de Estados Unidos.
La directora del laboratorio, Kim Budil, explicó a un auditorio comprensiblemente eufórico, compuesto por funcionarios, científicos, congresistas y miembros de la prensa, que la “búsqueda de la ignición por fusión durante la última década en el NIF era una aspiración técnica increíblemente ambiciosa”. “Muchos dijeron que no era posible. El láser no era lo suficientemente potente, los objetivos nunca serían lo suficientemente precisos, nuestras herramientas de modelado y simulación simplemente no estaban a la altura de esta compleja hazaña física”, rememoró. “El progreso ha llevado tiempo, pero fue en agosto pasado, cuando logramos un rendimiento récord de 1,35 megajulios, lo que nos colocó en el umbral de la ignición, muchos empezaron a prestar atención”, aseguró Budil. La semana pasada los científicos de Livermore consiguieron generar tres megajulios de energía empleando solo dos, lo que implica el histórico 50% de ganancia.
Las implicaciones de este descubrimiento, que avanzó el domingo el diario Financial Times, aún están por determinar en todos sus contornos, pero, según Granholm, suponen un gran paso en el camino hacia la creación de una potencia ilimitada y sin emisiones de carbono. También facilitará a Estados Unidos el mantenimiento de sus armas nucleares sin necesidad de realizar pruebas con esas armas. Ese fue el objetivo primordial por el que se construyó el NIF, que costó 3.500 millones de dólares (3.319 millones de euros). El año pasado, los científicos de Livermore dieron cuenta de un salto importante al lograr generar un 70% de la energía con la que el láser golpeaba el objetivo de hidrógeno. Aquel estallido, algo así como una bomba de hidrógeno en miniatura, solo duraba 100 billonésimas de segundo.
Durante una buena parte del último siglo, la ciencia ha gastado miles de millones tratando de emular el proceso que hace que el Sol brille para generar una fuente de energía prácticamente sin fin y que no produce gases de efecto invernadero, como el carbón o el petróleo, ni residuos radiactivos peligrosos y de larguísima digestión, como sucede con las centrales nucleares. Esta fuente de electricidad también ofrece ventajas sobre la energía eólica y la solar: requiere de menos recursos.
La semana empezó agitada entre los físicos y otros científicos dedicados al estudio de la fusión. Para ellos, la energía libre de carbono es un “santo grial” con el que fantasean desde los años cincuenta, década en la que se fundó el laboratorio Lawrence Livermore. En este tiempo, solo habían sido capaces de crear reacciones de fusión que consumían más energía de la que eran capaces de producir. Aún podrían faltar décadas para que lo presentado este martes en Washington se traduzca en un uso comercial, pero la Administración de Joe Biden no ha dejado pasar la oportunidad de presentarlo como un logro de su ciencia nacional.
Durante la presentación de los resultados, Granholm aseguró que este logro refuerza la seguridad nacional estadounidense: “Y nos acerca a la generación de energía sin coste de carbono. La ignición nos permite replicar por primera vez algunas de las condiciones que solo se encuentran en el Sol y las estrellas. Hoy le decimos al mundo que Estados Unidos ha logrado un descubrimiento extraordinario, porque invertimos en ello”. La secretaria de Energía recordó el objetivo de Biden de lograr la “fusión comercial” en una década. Budil, la directora del laboratorio que ha logrado la hazaña, rebajó ese entusiasmo al hablar de “decenios” hasta conseguir eso.
La fusión se obtiene cuando dos núcleos se combinan para formar uno nuevo, en un proceso que se da de forma natural en el Sol y otras estrellas. Para lograrlo en la Tierra es necesario generar y mantener un plasma, un gas cuya altísima temperatura crea un entorno en el que los electrones se liberen de los núcleos atómicos. La energía se libera porque la masa del núcleo unido es menor que la masa de los protones y neutrones que lo componen; ese déficit se convierte en energía a través de la ecuación más famosa de la historia de la física, formulada por Einstein: E=mc².
En la actualidad, distintos proyectos persiguen ese objetivo de energía ilimitada mediante la fusión nuclear. La ciencia lleva años acariciando un descubrimiento como el anunciado este martes en Washington. En febrero, investigadores del Reino Unido anunciaron que habían duplicado con creces la marca anterior de generación y mantenimiento de la fusión nuclear. Lo lograron en una enorme máquina con forma de rosquilla y equipada con gigantescos imanes. Generaron una cantidad récord de energía sostenida. Por desgracia, solo duró 5 segundos. El más relevante en Europa, el proyecto ITER, cuenta con planes para saltar a la red eléctrica real a medio plazo.