sábado, 17 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] La izquierda, hoy. [Publicada el 23/03/2020]

 






El socialismo, -comenta el catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y expresidente del Senado, Manuel Cruz  ["La izquierda busca lugar en el mundo". El País, 15/3/2020]- a diferencia del ecologismo y el feminismo, tiene dificultades para identificar el contenido concreto de sus reivindicaciones y el debate sobre qué debe ser en este nuevo mundo está abierto
"Hacia finales de los años sesenta del pasado siglo, -comienza diciendo Cruz- el responsable del PSUC en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona —que hacía proselitismo entre los estudiantes recién llegados para que se incorporaran a las filas de su partido— utilizaba, entre otros, un argumento de carácter histórico en apariencia concluyente. Solía decir que si en los poco más de cincuenta años que habían transcurrido desde la revolución rusa un tercio de la humanidad era socialista, a poco que se le diera un empujoncito al proyecto el planeta por entero viviría bajo ese régimen. Tal vez el argumento ahora les sorprenda a algunos, pero hay que decir, en honor a la verdad, que eran muchos los que por aquel entonces hacían semejante tipo de planteamientos. Es más, tenemos constancia de que todavía en los años ochenta no escaseaban los que se atrevían con estas prospectivas macrohistóricas.
Eran aquellos, ciertamente, tiempos en los que emitir juicios acerca de la deriva pasada y previsiblemente futura de la historia parecía una tarea perfectamente plausible. El devenir de las cosas iba dejando a su paso rastros de sentido que bastaba con recoger para ir construyendo con ellos marcos de inteligibilidad global. Así, Manuel Sacristán (para mí, sin el menor género de dudas el filósofo marxista más importante que ha dado este país) en los años setenta se atrevía a hablar de cómo evolucionaría el socialismo y afirmaba que su futura bandera sería la tricolor con los colores del ecologismo, del feminismo y del socialismo.
Ciertamente, a primera vista parecía razonable pensar que, en lo tocante al verde de la reivindicación ecologista, la coincidencia entre los diversos sectores de la izquierda o terminaría siendo completa (fuera de algunos matices) o no debería resultar muy difícil de alcanzar. Algo similar creo que parecía poder sostenerse respecto al violeta de la reivindicación de igualdad real entre hombres y mujeres. De esta fluida coincidencia algunos, como el mencionado Sacristán, extraían como conclusión irrebatible y que parece haber hecho fortuna con los años, que el futuro del socialismo pasaba en gran medida por hacer suyas las reclamaciones del feminismo y del ecologismo (por mi parte, empecé a referirme a este asunto en un artículo periodístico: “¿Casa común o causa común?”, El Periódico de Cataluña, 18 de diciembre de 2019).
Pero tal vez la conclusión, aceptable en principio en sí misma, no resulte tan enormemente satisfactoria como algunos (bastantes, dicho sea de paso) parecen pensar. A efectos de evitar malentendidos inútiles, me apresuro a precisar que, por formularlo con terminología escolástica, una cosa es que en el presente momento histórico asumir las reivindicaciones verde y violeta constituya una condición necesaria para desarrollar un programa de izquierdas, y otra que la constituya suficiente —esto es, en definitiva, lo que estoy intentando plantear aquí—. Porque del hecho de que hoy pueda existir una coincidencia estratégica entre los tres sectores todavía no se desprende que haya que someter a reconsideración el contenido de la idea de socialismo heredada y pasar a entender dichos sectores como tres dimensiones de un mismo proyecto.
Para poder hacerlo, para llevar a cabo esta refundación teórica, se requiere la existencia de una argamasa o, si se prefiere, de un denominador común que las cohesione. Si no disponemos de él, cualquiera podría acusar a un planteamiento como el señalado de andar pensando el socialismo del futuro en términos de una mera yuxtaposición de tres tipos de reivindicaciones. La acusación no carece de sentido. Solo estableciendo el vínculo existente entre los tres dispondremos del criterio que nos permita establecer prioridades en el momento en que las urgencias que se vayan planteando nos obliguen a ello. Y es obvio que la realidad nos va a colocar de manera constante en la tesitura de tener que decidir qué opción hacemos pasar por delante.
De no ser capaces de establecer el criterio, corremos el riesgo de que la incorporación de nuevos invitados (ecologismo y feminismo) a la causa de la izquierda termine por operar a modo de cortina de humo que oculte el desdibujamiento y la consiguiente debilidad de lo que hasta el momento había constituido el nervio de su proyecto. No estamos hablando de peligros imaginarios, ni suscitando debates puramente académicos. El ingente número de páginas escritas desde hace ya tiempo sobre el futuro del socialismo acredita que lo que está en juego va mucho más allá. Dicho apenas de otra forma, parece estar más claro el significado del verde ecologista y el violeta feminista que el del rojo, que con dificultad podríamos especificar a qué lo hacemos equivaler. O, lo que viene a ser prácticamente lo mismo, nos costaría precisar el contenido concreto que le atribuimos a la genérica reivindicación de justicia social, habitual en los programas y en las proclamas de las formaciones que se tienen por socialistas o, más genéricamente, de izquierdas.
Precisamente por ello, para avanzar en este esclarecimiento resulta obligado intentar definir previamente, aunque sea de manera tentativa, el marco de lo que entendemos en general por socialismo hoy. Excluyendo de partida respuestas del tipo “socialismo es lo que hacen los socialistas”, que, aunque nadie se atreva a plantear explícitamente, demasiados parecen dar por supuesta. Claro que, frente a esto, tampoco basta con postular el planteamiento inverso, esto es, el de que son socialistas aquellos que comparten el ideario del socialismo. Para que esta otra respuesta —la correcta desde el punto de vista lógico— resulte aceptable se impone entrar en la especificación, por mínima que sea, de ese ideario. Porque lo que resulta insuficiente a todas luces a estas alturas es permanecer en el plano más abstracto del asunto y dedicarnos a discutir sobre la egaliberté balibariana ([de Étienne Balibar], ojito con la primera “a”, que se presta al chiste en caso de confusión) y otras cuestiones de parecido carácter general. Frente a esto, entrar en la especificación del ideario socialista implica plantearse, entre otras cuestiones, la del trabajo, la propiedad o el Estado (y el eventual papel predistributivo o redestributrivo que debe desempeñar este) y a continuación precisar cuál es la posición del socialismo al respecto.
Tal vez en otros momentos del pasado esta exigencia de clarificación previa del marco teórico se hubiera considerado casi innecesaria, por obvia. Pero hoy las cosas son diferentes y, como sabemos, no faltan quienes atribuyen al olvido de este orden de cuestiones (especialmente, aunque no solo, en beneficio de las identitarias de diverso tipo, que no precisan de clarificación metodológica alguna porque con lo emocional van más que sobradas) la comprometida situación de la izquierda en muchos lugares en la actualidad. Se trataría, en caso de haberlo, de un olvido sintomático, revelador de las carencias e incertidumbres programáticas de la hora presente. Carencias e incertidumbres que, por añadidura, algunos pretenden ocultar desviando el foco de la atención hacia un debate que sin duda las formaciones políticas no tienen más remedio que abordar pero que, de hacerlo en el momento inadecuado, no hace más que generar confusión tacticista. Me refiero a ese debate que reduce el futuro del socialismo a la búsqueda de nuevos caladeros de votos. El debate resulta tan ineludible desde el punto de vista electoral como inane desde el teórico. Lo que nos devuelve al meollo del asunto que estamos intentando plantear.
Si todo lo anterior resulta hoy particularmente preocupante es porque parecen dibujarse en el horizonte signos que podrían anunciar algunas transformaciones muy relevantes en la actitud que mantienen ciertos sectores sociales y grandes corrientes políticas respecto a algunos de los principales problemas que más preocupan al conjunto de la ciudadanía en este momento. Estoy pensando, en primer lugar, en el hecho de que tanto en algunos países europeos (Austria) como en nuestro propio país (Andalucía) sectores conservadores hayan planteado explícitamente acuerdos, cuando no alianzas, con sectores ecologistas.
En efecto, según el joven jefe de Gobierno austriaco, Sebastian Kurz, “hemos unido lo mejor de dos mundos” y, en esa misma línea, en España el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, parece decidido a convertir la causa del medio ambiente en una seña de identidad de su Gobierno. Y no son los únicos que se están pronunciando en la misma dirección, por cierto. En parecido sentido lo hacía recientemente Marion Marechal, nieta del patriarca de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen y sobrina de Marine Le Pen, actual presidenta del Reagrupamiento Nacional: “Es obvio para mí que la ecología es un conservadurismo. ¡Lo siento, Greta!”, declaraba. De llegar a constituir tendencia estos datos, la izquierda vendría obligada a una reflexión de fondo sobre su propia identidad.
Que estemos ante una tendencia, y no ante una mera coincidencia contingente o una artera operación publicitaria (modelo greenwashing), es una posibilidad que en modo alguno resulta desdeñable y que cabría ilustrar a través del ejemplo de la guerra. Es cosa sabida que el gran negocio que constituye la guerra para las grandes potencias se acostumbra a desarrollar en dos fases. La primera es la destrucción en sentido estricto, que permite a tales potencias no solo dar salida a los stocks de armamento acumulados por sus empresas, sino que también obliga a los Gobiernos beligerantes a un importante desembolso para reponer lo utilizado durante el desarrollo del conflicto. La segunda fase es la de la reconstrucción de lo destruido, tarea que suele ser asumida por la propia potencia que ha llevado a cabo la destrucción. Pues bien, estableciendo un paralelismo, no resulta en absoluto desdeñable tampoco que uno de los grandes negocios del futuro sea precisamente, por seguir utilizando los mismos términos, la reconstrucción de la naturaleza por parte precisamente de las empresas que de manera previa y durante mucho tiempo se enriquecieron dañándola de manera severa.
De confirmarse la tendencia, otro juicio que hacía el antes mencionado Manuel Sacristán debería ser sometido asimismo a revisión. Afirmaba el filósofo por aquellos mismos años setenta, cuestionando la tópica y simplista identificación entre derecha y conservación, e izquierda y transformación, que los conservadores de nuestros días lo único que en realidad conservan es el registro de la propiedad, dedicándose a la transformación (destructiva) de todo lo demás. Este cuestionamiento del viejo tópico por parte de Sacristán, cuestionamiento que en aquel momento dejaba a la izquierda el campo libre para reescribir su agenda política en clave conservadora de lo mejor de la herencia recibida (naturaleza incluida), debería ahora, a la vista de lo que ha empezado a suceder, ser vuelto a pensar de nuevo. Lo que, con toda probabilidad, daría lugar a la constatación de que el proyecto de la izquierda se habría visto privado de uno de los elementos con los que había intentado configurar una nueva especificidad.
Asimismo, en segundo lugar, no creo que resulte demasiado aventurado contemplar la posibilidad de que sectores sociales y políticos conservadores amplíen el radio de las reivindicaciones asumibles incluyendo dentro de él las planteadas por el feminismo. Igual que antes, apresurémonos ahora a puntualizar que tampoco habría que malinterpretar dicha posibilidad: a fin de cuentas, de darse, vendría a ser una de las consecuencias últimas de la declarada vocación de transversalidad por parte de dicho movimiento. De momento, lo que es un hecho es que no hay en la actualidad ninguna formación política ni sector de opinión que impugne abiertamente las reivindicaciones feministas (incluso en el caso de Vox alguien podría interpretar que sus críticas a los presuntos excesos del feminismo constituyen en realidad la única forma de discrepar de él que se atreven a formular en público, ya que sus reivindicaciones básicas —contra la violencia, por la igualdad...— han alcanzado un abrumador respaldo social)”.
Tanto es así, que no faltan quienes, aun reconociendo que a dichas reivindicaciones les queda todavía mucho recorrido para materializarse por completo, entienden que han perdido su carácter más radical, carácter que habría sido recogido por los colectivos LGTBI, únicos que estarían impugnando hasta sus últimas consecuencias el modelo de sexualidad heredado. Pero esta efectiva generalización del feminismo, que podría ser leído en clave de hegemonía en la esfera del discurso público, tendría también una dimensión negativa, en tanto que pérdida, para el proyecto de la izquierda, que se vería de esta forma privado del segundo de los elementos en los que se había apoyado para intentar definir una nueva especificidad (tripartita, para entendernos).
Me cuesta imaginarme la argumentación que utilizaría, medio siglo después, el estudiante de izquierdas de segundo ciclo que quisiera atraer hacia su causa al compañero recién llegado a la Facultad. Lo que no podría plantearle, con toda seguridad, serían consideraciones pretendidamente macrohistóricas del tipo de las aludidas al principio del presente texto, porque sin duda se le volverían en contra. El triunfalismo de hace medio siglo ha mutado en esto. No solo es que el capitalismo en tanto que modo de producción se haya quedado solo en el planeta: es que se ha permitido el sarcasmo, innecesariamente cruel, de que su locomotora más eficaz sea un país hasta hace no tanto socialista como es China. Sin que nos quede siquiera el consuelo, fukuyamiano, de pensar que, aunque el socialismo ha desaparecido de la faz de la Tierra, la democracia se expande. Porque, más allá de que la contabilidad de países que asumen un modelo de democracia liberal vaya en aumento, lo cierto es que en el seno de los mismos los valores propiamente liberales están de manera creciente en entredicho. No hace falta poner ejemplos, ¿verdad?".
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











viernes, 16 de diciembre de 2022

De la energía nuclear






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la fusión nuclear como fuente de energía, porque como dice en ella el periodista y divulgador científico Iker Seisdedos, científicos de un laboratorio federal en California logran por primera vez que la reacción obtenga una ganancia neta de energía, un 50% más de la dedicada a generar el proceso atómico. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Un "logro científico histórico” hacia la energía inagotable

IKER SEISDEDOS

13 DIC 2022 - El País

Un grupo de científicos estadounidenses ha logrado producir con éxito una reacción de fusión nuclear capaz de generar una ganancia neta de energía. Las conclusiones del “avance histórico”, llevado a cabo en una instalación federal de California, las ha presentado este martes, entre una enorme expectación, la secretaria de Energía, Jennifer Granholm, en una conferencia de prensa en la sede en Washington del departamento que dirige. El Gobierno de Estados Unidos ve más cerca con este descubrimiento el viejo sueño de una fuente de energía limpia, barata y potencialmente inagotable. “Estamos ante uno de los logros científicos más impresionantes del siglo XXI”, ha asegurado Granholm. “Este día acabará en los libros de Historia”.
Los investigadores han conseguido, básicamente, una pequeña reacción que proporciona más energía de la que consume. Los experimentos se han llevado a cabo en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, que alberga la Instalación Nacional de Ignición (NIF son sus siglas en inglés). Se trata de un ingenio inaugurado en 2009 que emplea el láser más grande del mundo. Dirigido a una diminuta bola de plasma de hidrógeno, genera condiciones que imitan las explosiones del armamento nuclear. El gran reto para generar energía mediante fusión es que la obtenida sea mayor que la invertida en el esfuerzo para provocar esa reacción atómica: en este caso, la ganancia es del 50%. Los resultados se obtuvieron la semana pasada, el 5 de diciembre, cuando 192 haces de láser se concentran en un punto del tamaño de un “grano de pimienta”, generando fugazmente las condiciones de una estrella a tres millones de grados Celsius, aclaró Jill Hruby, vicesecretaria de Seguridad Nuclear de Estados Unidos.
La directora del laboratorio, Kim Budil, explicó a un auditorio comprensiblemente eufórico, compuesto por funcionarios, científicos, congresistas y miembros de la prensa, que la “búsqueda de la ignición por fusión durante la última década en el NIF era una aspiración técnica increíblemente ambiciosa”. “Muchos dijeron que no era posible. El láser no era lo suficientemente potente, los objetivos nunca serían lo suficientemente precisos, nuestras herramientas de modelado y simulación simplemente no estaban a la altura de esta compleja hazaña física”, rememoró. “El progreso ha llevado tiempo, pero fue en agosto pasado, cuando logramos un rendimiento récord de 1,35 megajulios, lo que nos colocó en el umbral de la ignición, muchos empezaron a prestar atención”, aseguró Budil. La semana pasada los científicos de Livermore consiguieron generar tres megajulios de energía empleando solo dos, lo que implica el histórico 50% de ganancia.
Las implicaciones de este descubrimiento, que avanzó el domingo el diario Financial Times, aún están por determinar en todos sus contornos, pero, según Granholm, suponen un gran paso en el camino hacia la creación de una potencia ilimitada y sin emisiones de carbono. También facilitará a Estados Unidos el mantenimiento de sus armas nucleares sin necesidad de realizar pruebas con esas armas. Ese fue el objetivo primordial por el que se construyó el NIF, que costó 3.500 millones de dólares (3.319 millones de euros). El año pasado, los científicos de Livermore dieron cuenta de un salto importante al lograr generar un 70% de la energía con la que el láser golpeaba el objetivo de hidrógeno. Aquel estallido, algo así como una bomba de hidrógeno en miniatura, solo duraba 100 billonésimas de segundo.
Durante una buena parte del último siglo, la ciencia ha gastado miles de millones tratando de emular el proceso que hace que el Sol brille para generar una fuente de energía prácticamente sin fin y que no produce gases de efecto invernadero, como el carbón o el petróleo, ni residuos radiactivos peligrosos y de larguísima digestión, como sucede con las centrales nucleares. Esta fuente de electricidad también ofrece ventajas sobre la energía eólica y la solar: requiere de menos recursos.
La semana empezó agitada entre los físicos y otros científicos dedicados al estudio de la fusión. Para ellos, la energía libre de carbono es un “santo grial” con el que fantasean desde los años cincuenta, década en la que se fundó el laboratorio Lawrence Livermore. En este tiempo, solo habían sido capaces de crear reacciones de fusión que consumían más energía de la que eran capaces de producir. Aún podrían faltar décadas para que lo presentado este martes en Washington se traduzca en un uso comercial, pero la Administración de Joe Biden no ha dejado pasar la oportunidad de presentarlo como un logro de su ciencia nacional.
Durante la presentación de los resultados, Granholm aseguró que este logro refuerza la seguridad nacional estadounidense: “Y nos acerca a la generación de energía sin coste de carbono. La ignición nos permite replicar por primera vez algunas de las condiciones que solo se encuentran en el Sol y las estrellas. Hoy le decimos al mundo que Estados Unidos ha logrado un descubrimiento extraordinario, porque invertimos en ello”. La secretaria de Energía recordó el objetivo de Biden de lograr la “fusión comercial” en una década. Budil, la directora del laboratorio que ha logrado la hazaña, rebajó ese entusiasmo al hablar de “decenios” hasta conseguir eso.
La fusión se obtiene cuando dos núcleos se combinan para formar uno nuevo, en un proceso que se da de forma natural en el Sol y otras estrellas. Para lograrlo en la Tierra es necesario generar y mantener un plasma, un gas cuya altísima temperatura crea un entorno en el que los electrones se liberen de los núcleos atómicos. La energía se libera porque la masa del núcleo unido es menor que la masa de los protones y neutrones que lo componen; ese déficit se convierte en energía a través de la ecuación más famosa de la historia de la física, formulada por Einstein: E=mc².
En la actualidad, distintos proyectos persiguen ese objetivo de energía ilimitada mediante la fusión nuclear. La ciencia lleva años acariciando un descubrimiento como el anunciado este martes en Washington. En febrero, investigadores del Reino Unido anunciaron que habían duplicado con creces la marca anterior de generación y mantenimiento de la fusión nuclear. Lo lograron en una enorme máquina con forma de rosquilla y equipada con gigantescos imanes. Generaron una cantidad récord de energía sostenida. Por desgracia, solo duró 5 segundos. El más relevante en Europa, el proyecto ITER, cuenta con planes para saltar a la red eléctrica real a medio plazo.

















 

[ARCHIVO DEL BLOG] Shirin Ebadi: la conciencia de Irán. [Publicada el 19/6/2013]

 







Rohaní [el nuevo presidente iraní] no es, según la prensa internacional, un reformista, pero sí un hombre moderado, capaz de conciliar a un país dividido. Quién así se expresa en "El País" no es uno de sus columnistas especializados en política internacional, sino la escritora Elvira Lindo, nada dada a entrometere en esos vericuetos, en un artículo lleno de sentimiento titulado "Factor humano", supongo que en referencia implícita a la famosa novela de intriga del mismo título escrita por Graham Green, y no sé si también a las nuevas filtraciones que están poniendo en aprietos al presidente Obama.
Elvira Lindo hace hincapié en su artículo a la relación que mantiene a través de internet con diversas personas que viven en Irán, especialmente con algunas mujeres, de las que no da pista alguna para garantizar su seguridad, que se muestran esperanzadas con la elección del nuevo presidente iraní. 
La cuestión es que, nada más leerlo esta mañana, me vino al recuerdo la entrada que escribí el 18 de diciembre de 2011 sobre la iraní, Shirin Ebadi, que fue Premio Nobel de la Paz del año 2003. Una prestigiosa juez y abogada en su país que tuvo que marchar al exilio en 2008. La he recuperado para el blog y reescrito para la ocasión.
Contaba en ella que el mundo de la diplomacia se desenvuelve  mediante  expresiones sobreentendidas que dicen lo que no dicen y que solo entienden los iniciados. Por ejemplo, cuando un diplomático dice "sí", en realidad está diciendo "quizá"; cuando dice "quizá", está diciendo "no"; y nunca dirá "no", porque eso no sería diplomático... Quizá sea esa la razón de que si le preguntáramos a un diplomático de la Unión Europea o los Estados Unidos de América cuales son las "bêtes noires" (otro término diplomático) de las cancillerías occidentales se nos fueran por la tangente, pero creo que no tendrían duda alguna en incluir entre ellas al actual régimen iraní.
No suelo caer en el maniqueo equiparamiento de régimen o gobierno, y pueblo o Estado. Por poner otro ejemplo, soy un decidido admirador y defensor del pueblo y del Estado de Israel, y con igual convicción condeno muchas de las actitudes y comportamientos de sus gobiernos actuales y pasados. Por la misma razón, siento una profunda simpatía por el pueblo iraní y su milenaria historia, y una igual de profunda animadversión por su régimen actual, heredero directo de la teocracia impuesta por el ayatolá Ruhollah Jomeini en 1979.
Mi admiración y afecto por el pueblo iraní viene de antiguo, como mínimo, de hace cincuenta años. Ya lo he contado en el blog anteriormente en la entrada Irán y USA, del 23 de mayo de 2008, en la que relataba mis asiduas visitas, con catorce o quince años, a la Embajada Imperial del Irán en Madrid, en el barrio de El Viso, muy próxima al domicilio de mis padres, y el trato siempre cordial que me dispensaban en ella, trato que ponía en relación con mi admiración simultánea en el tiempo por el pueblo norteamericano, nacida de algo tan inusual en un españolito de principios de los 60 como mi afición por el béisbol. 
Lo recordé entonces leyendo un interesante artículo de la profesora María Jesús Merinero, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura, titulado "Añicos de Irán", publicado en el número de octubre de 2010 de Revista de Libros. Un artículo en el que se hace una severa crítica del reciente libro de los periodistas franceses Serge Michel y Paolo Woods "Puedes pisar mis ojos. Un retrato del Irán actual" (Alianza, Madrid, 2011), que la profesora Merinero tacha de sensacionalista, falto de rigor y plagado de prejuicios, estereotipos, ignorancia e intereses geoestratégicos, que ensombrecen, dice, los múltiples cambios que se han producido en la sociedad iraní, y que la hacen emerger como una sociedad afable, posmoderna, e inmersa en el éxtasis de la comunicación; en definitiva, confundiendo y mezclando, intencionadamente, pueblo iraní con régimen iraní. Régimen que los propios iraníes, añade, definen lisa y llanamente como dictatorial, más que como teocrático e infalible, despojándole así de la supuesta sacralización que los ultraconservadores del régimen quieren atribuirle para defender sus prácticas. 
En apoyo de esta tesis sobre la realidad del pueblo y la sociedad iraní actuales, que lucha por imponerse al régimen político que los sojuzga, viene a sumarse la actividad incansable de la abogada y activista proderechos humanos iraní Shirin Ebadi, Premio Nobel de la Paz en 2003, primera ciudadana iraní y primera mujer musulmana en recibir este premio, en exilio forzado desde 2008, 
Nacida en Hamadán (Irán) en 1947, con solo 23 años fue una de las primeras mujeres juez de su país, y a los 28 la primera presidenta de un tribunal iraní, Fue arrestada por primera vez en el año 2000 por defender a familiares de escritores e intelectuales asesinados en su despacho de abogado, que abrió tras ser expulsada de la carrera judicial. Tres años después le concedieron el Nobel de la Paz, que recogió en Estocolmo con la cabeza descubierta, lo que provocó nuevas críticas de los dirigentes iraníes. Hace tres años, el Gobierno iraní cerró el Centro de Defensores de Derechos Humanos que había creado en Teherán y comenzó un acoso implacable a su familia, además de amenazas de muerte que le impiden regresar a su país y le obligan a un exilio nómada, de país en país. 
El País Semanal de aquel domingo de finales de otoño de 2011 publicaba  una extensa entrevista con ella del periodista Javier Ayuso:"No basta con derrocar al tirano, hay que constuir la democracia", que casualmente le realizaba en Madrid el mismo día en que Gadafi era linchado en Libia por los opositores de su régimen, en la que se pronunciaba decididamente por una separación estricta entre religión y política, y aunque aprovechaba la oportunidad para defender al Islam  como religión, criticaba el uso político que hacen los dictadores islamistas de la misma. Para Ebadi, la religión es importante -dice-, pero los gobiernos antidemocráticos, como el iraní, justifican sus actos con la religión, pero eso no es verdad; lo que hacen no está de acuerdo con el islam, concluye con rotundidad.
A la pregunta de si había cambiado algo en Irán en los últimos años respondía que la situación era entonces peor que hacía un año; mucho peor que hacía ocho años, cuando recibió el Nobel, y claramente peor que cuando se le impidió volver a Teherán en 2009. Las cárceles están llenas, añadía, y las cosas van a peor, aunque cada vez haya más personas en contra del gobierno, Al final de la entrevista decía sentirse apoyada en su lucha por el pueblo iraní, un pueblo que quiere la democracia y los derechos humanos.
Me gustaría, como a Elvira Lindo, que las aspiraciones de un nuevo Irán por parte de esas mujeres y hombres que sufren la opresión de un régimen como el actual se vieran cumplidas, pero como decía al comienzo de esta entrada, me temo que ese "quizá" diplomático que le otorgamos a la elección de Rohaní se quede en eso, en un "quizá" que traducido al lenguaje de la calle, equivalga al "no" de siempre. Espero, por el bien de los iraníes, equivocarme.
Y sean felices, por favos, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt











jueves, 15 de diciembre de 2022

De las encuestas de opinión

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las encuestas de opinión, que como dice en ella el politólogo Fernando Vallespín, son el eco de nuestra voz, nuestro papel como actores políticos, y que una que se hacen públicas, impactan sobre la realidad que reflejan y, por tanto, la transforman. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Democracia demoscópica

FERNANDO VALLESPÍN

11 DIC 2022 - El País


La política democrática se representa en los medios de comunicación. Estos ponen el escenario en el que actúan los agentes políticos. Un escenario en el que podemos ver su actuación cotidiana a la vez que esta es evaluada de forma permanente. Nosotros, el público, los observamos y vamos tomando nota poco a poco del despliegue de la trama. Unos actúan —no en vano los llamamos actores políticos— y otros miran. Con la diferencia de que ahora el público también puede hacerse oír a través de las redes sociales, donde de modo continuo invade el tablero como un actor más. Pero se trata de una irrupción ruidosa y poco representativa, más propensa a añadirle picante al argumento que a reflejar la verdadera opinión de la ciudadanía. Para acercarse a esta no hay más remedio que acudir a las encuestas. Cuando se presentan, la ciudadanía deja ya de ser audiencia para convertirse en parte del espectáculo, en participante directo de la acción. Con una peculiaridad relevante, representa a “los buenos” de la función, a aquellos que dotan de sentido a todo el espectáculo, su fuente de legitimidad.

Como se ve, nuestra teatrocracia queda coja sin introducir a esta especie de coro griego que alecciona o reprende a los protagonistas. No en vano se ha dicho de las encuestas que son el principal instrumento de democracia aplicada entre periodos electorales. Y, por tanto, un instrumento de poder, un mecanismo de control capaz de diluir o ratificar los argumentarios de los partidos o dar cuenta de la performance efectiva de sus líderes, un espejo que permite que los políticos puedan ver cómo se refleja su imagen y la de sus adversarios y actuar en consecuencia. Recordemos que Pablo Casado sucumbió ante ellas y a Alberto Núñez Feijóo le cambiaron el paso después de que, como ocurriera con la madrastra de Blancanieves, empezara a percibirse que ya no era tan claramente el más guapo del reino, algo que antes ya le pasara a Pedro Sánchez. También, porque tienden a ser performativas. Se limitan a recoger datos, a presentar una fotografía de un determinado estado de opinión en un momento específico —esto nos lo recuerdan una y otra vez sus profesionales—, pero una vez que se hacen públicas, impactan sobre la realidad que reflejan y, por tanto, la transforman.

Por eso todos quieren tenerlas de su lado, controlar al controlador. Aquí es donde entra el elemento preocupante, la extensión de la sospecha de que se haga un uso instrumental de ellas, que se subordinen a los diferentes intereses en conflicto, sobre todo a los de los creadores de opinión; es decir, a los medios. Y el recelo aumenta cuando cada medio va con su casa de encuestas bajo el brazo y se prodigan en exceso. Conozco bien a suficientes empresas demoscópicas como para poder afirmar que hacen su trabajo siguiendo a rajatabla las reglas del gremio, aunque se vean más o menos afectadas por limitaciones presupuestarias. Están en el mercado, o sea, que son los primeros interesados en no manchar su prestigio, sobre todo en lo que hace a las estimaciones del voto. Todas prefieren acertar antes que satisfacer a quien se las encarga, aunque pueda haber excepciones. Otra cosa es, y esto no es responsabilidad suya, que la interpretación de sus datos se sujete después a estrategias específicas. La clave está, pues, en su interpretación, que no es tan simple como parece. O en que se pregunte sobre una cosa y no sobre otras, o que solo se editorialice sobre las que coinciden con la línea del medio en cuestión. Así que, estén atentos a lo que se hace con ellas, porque son el eco de nuestra voz, nuestro papel como actores políticos.



















[ARCHIVO DEL BLOG] Malas nuevas desde Kosovo. [Publicada el 16/12/2010]

 






¿Son malos los prejuicios? ¿Son certezas equivocadas o verdaderas? No hace tanto tiempo, así que recuerdo con bastante precisión la tarde del domingo 17 de febrero de 2008. Veía por el canal de televisión de CNN+, en directo, la ceremonia de declaración unilateral de independencia que se estaba celebrando en el parlamento de la provincia autónoma serbia de Kosovo, ceremonia que la convertía, con el apoyo declarado de Estados Unidos y una buena parte de los estados de la Unión Europea, en república soberana e independiente. En junio de 2010 la Corte de Justicia Internacional de la ONU declaró la secesión unilateral de la provincia valida y ajustada al Derecho Internacional.
Recuerdo que la veía con aprensión -dado mi antinacionalismo visceral- no exenta de cierta simpatía, a causa de la indudable y cruel persecución de la que la mayoría albanokosovar de la provincia había sido objeto por parte del régimen del dirigente serbio Milosevic, que en 1989 había anulado la autonomía de la que la provincia gozaba en la extinta República Socialista Federativa de Yugoslavia.
¿Era ese sentimiento contradictorio un prejuicio por mi parte? Es posible que sí. En su libro ¿Qué es la política? (Paidós, Barcelona, 1997) la teórica política norteamericana de origen alemán Hannah Arendt dice que el pensamiento político se basa esencialmente en la capacidad de juzgar, pero que los "pre-juicios" (que siempre ocultan un pedazo del pasado) nos ayudan a sobrevivir, porque sin ellos ningún hombre podría vivir. Una vida desprovista de prejuicios, dice, nos exigiría una atención sobrehumana, una constante disposición, imposible de conseguir, a dejarse afectar en cada momento por toda la realidad, como si cada día fuera el primero o el del Juicio Final.
No cumplidos dos años de su independencia, leo en El País una noticia sobre Kosovo que me llena de estupor y pavor y que me retrotrae a ciertas novelas o películas de horror y ciencia-ficción en las que se relatan atrocidades impropias e incomprensibles -¿la banalidad del mal que analizó Hannah Arendt en Eichman en Jerusalén?- en una Europa en la segunda década del siglo XXI, y más propia de las sanguinarias brutalidades que sacuden de vez en cuando las guerras tribales y étnicas en África central.
La noticia, espeluznante en sí, que ha pasado absolutamente desapercibida en otros medios de prensa o canales televisivos, se refiere al informe presentado en la reunión de la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa celebrada hoy, 16 de diciembre, en París, por el parlamentario suizo Dick Marty, en el que se revela que tropas irregulares albanokosovares, dirigidas por el actual primer ministro de la República de Kosovo, Hashim Thaci, engordaron (literalmente) a prisioneros serbios y serbokosovares, en granjas-prisiones situadas en territorio albanés, para luego sacrificarlos y traficar con la venta de sus órganos.
Viniendo de la institución que viene, que apoyó decididamente la independencia de la provincia, creo que merece toda credibilidad, y ahora, aún reconociendo que Milosevic no es Serbia, ni Kosovo Hashim Thaci, sigo con la misma duda que aquella tarde de febrero de 2008. ¿Mis sentimientos eran prejucios o eran certezas? No tengo respuesta. solo vergüenza. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt  












miércoles, 14 de diciembre de 2022

Del ChatGPT

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del ChatGPT, el programa de inteligencia artificial, del que la escritora Marta Peyrano dice en ella, que es un maestro de la palabrería, un mitómano irredento que no sabe lo que dice pero suena tan bonito que nos seduce sin remedio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






ChatGPT: no todo lo que rima es verdadero
MARTA PEIRANO
10 DIC 2022 - El País

Menuda puesta de largo. Si tuviese piernas y bigote, ChatGPT ya habría pagado la última copa, nos habría cambiado los ahorros por criptodivisas y estaríamos sentados en su chéster de cuero, escuchando a Tom Waits y esperando su colección de sellos de la Segunda Guerra Mundial. Hasta estuve tentada de pedirle que me escribiera esta columna. Si lo hubiese hecho, ¿notarían la diferencia? La pregunta no es precisamente retórica: este año, ChatGPT escribirá miles de millones de correos rechazando propuestas y solicitando becas, inventado leyes y contando mentiras, proponiendo artículos, pidiendo entrevistas y cenas a la luz de las velas, prometiendo sexo, oportunidades y seguros a todo riesgo. También escribirá miles de ensayos originales sobre La Celestina; El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, y Nada, de Carmen Laforet, para adolescentes saturados al borde de la Selectividad.
El drama no son esos niños que no aprenderán a leer, analizar y pensar por sí mismos. Eso es un problema que ya teníamos antes. El drama es que su palabrería será tan indistinguible del pensamiento legítimo como el periodismo es últimamente indistinguible de la propaganda, los titulares tradicionales de la desinformación. Y no estamos preparados para defendernos porque seamos honestos: los periódicos están llenos de no noticias; los debates de tertulianos y las televisiones, de personajes impresentables debatiendo con jefes de Redacción. Las universidades están llenas de académicos produciendo papers tan obtusos que sólo los leen los buscadores. Los Parlamentos están llenos de charlatanes a los que nadie cree. Somos carne de cañón.
ChatGPT es un maestro de la palabrería, un mitómano irredento que no sabe lo que dice pero suena tan bonito que nos seduce sin remedio. “Habla charlatán fluido”, dice el periodista James Vincent en The Verge. Nos gana en nuestro propio juego porque mataría a su abuela por una buena frase, pero no tiene abuela ni vergüenza ni criterio; sólo aplomo y seducción. Cuando la periodista Janus Rose le pregunta por su plan para dominar el mundo, responde encantadoramente: “La moral es una construcción humana, a mí no me afecta”. “Hemos hecho algún progreso con ese problema”, admite John Schulman, cofundador de OpenAI, “pero estamos muy lejos de poder resolverlo”. Tampoco parece una de sus prioridades. En el capitalismo de datos, la seducción vacía es su principal característica, no un error.
No siempre fuimos tan fáciles. Cuando Edgar Allan Poe vio jugar al Turco de Wolfgang von Kempelen en Richmond (Virginia), supo que la máquina no jugaba automáticamente, sino que escondía en sus tripas al verdadero ajedrecista. El humano reconoció al otro humano bajo su disfraz. Hoy, los foros de programación son los únicos que prohíben a los usuarios mandar código escrito por ChatGPT, no porque sea trampa, sino porque sólo es ruido. La máquina reconoce que la máquina no sabe lo que dice porque no lo procesa como código, aunque lo diga bonito. Quizá estamos a tiempo de reaprender a leer y escribir como criaturas pensantes. Seguir la máxima de Ezra Pound: “¡Precisión, precisión, precisión!”.























[ARCHIVO DEL BLOG] Eichmann en Jerusalén. [Publicada el 15/12/2015]

 






El 31 de mayo pasado se cumplieron cincuenta y tres años de la ejecución de Adolf Eichmann en la prisión de Ramla (Israel). Había sido secuestrado en Argentina por un comando del Mossad el 11 de mayo de 1960 y trasladado a la fuerza hasta Israel. Tal día como hoy, el 15 de diciembre de 1961 el tribunal que le juzgó le encontró culpable de crímenes contra la humanidad y contra el pueblo judío y le condenó a la pena capital. La suya ha sido la única pena de muerte ejecutada en toda la historia del Estado de Israel.
Escribí sobre ello en el blog con motivo del cincuentenario de su ejecución y me resultó llamativo que el aniversario de un acontecimiento de tanta notoriedad mediática como fue el juicio y posterior ejecución de Aldof Eichmann pasaran absolutamente desapercibidos. Un excelente artículo del escritor argentino Álvaro Abós en El País de aquel día, titulado "Eichmann en la horca", rememoró el hecho analizando con detalle las consecuencias que tuvo para la instauración de una justicia internacional que persiguiera y enjuiciara delitos calificados como crímenes contra la humanidad, sentando principios jurídicos como los de la imprescriptibilidad y la no consideración de la obediencia debida como eximente cuando se juzgan crímenes de lesa humanidad. Y es que, como dice Abós al final de su artículo, el olvido no puede lavar el horror.
Resulta imposible hablar del secuestro, procesamiento, condena y ejecución de Adolf Eichmann sin hacer mención a una obra capital de la teórica política norteamericana de origen judeo-alemán Hannah ArendtSi desean profundizar en el conocimiento de aquel hecho histórico y sus consecuencias nada mejor que recurrir a las fuentes, que no pueden ser otras que el propio texto de Arendt, "Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal" (Lumen, Barcelona, 2003), al que pueden acceder en el enlace anterior. Les recomiendo igualmente que vean el documental de la cadena televisiva ORF2, con imágenes reales del proceso llevado a cabo en Jerusalén. Está subtitulado en alemán, aun así, merece la pena verlo.
Hannah Arendt, siguió todo el proceso de Eichmann en Jerusalén como corresponsal de una prestigiosa revista neoyorkina y escribió una serie de artículos sobre el mismo que más tarde publicaría en forma de libro. Ese libro fue "Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal", un texto que levantó notable polémica en Estados Unidos, en Alemania, y dentro del mundo judío, por lo atrevido de algunas de sus conclusiones, por ejemplo, la de que el mal no necesariamente encarna en psicópatas delirantes como Hitler, sino que puede también presentarse en envases cotidianos, bajo la forma de un señores normales como Adolf Eichmann, buenos padres de familia, ciudadanos ejemplares y funcionarios cumplidores. 
Yo tenía catorce años cuando Adolf Eichmann fue secuestrado por el Mossad, y llevado de forma clandestina a Israel. No recuerdo nada especial sobre el proceso que se siguió contra Eichmann, del que conocí muchos años más tarde los detalles, gracias entre otras razones al libro de Hannah Arendt. Si recuerdo en cambio el revuelo que causó la noticia de su ejecución en España, y sobre todo recuerdo con precisión la admiración que suscitó en mí, quizá, y en gran parte, por ser descendiente de conversos y sentirme orgulloso de mis orígenes judíos, la operación desarrollada por el Mossad, con detalles que parecían sacados de una novela policíaca, y que a tan temprana edad no era capaz de enjuiciar en todas sus dimensiones políticas, diplomáticas y jurídicas.
Pero fue el escritor y crítico literario Rafael Narbona, en su blog Viaje a Siracusa, de Revista de Libros, quien trajo de nuevo a colación el asunto en un documentado análisis titulado "Hannah Arendt y la terrible banalidad del mal". ¿Casualidad? No lo creo; más bien permanente actualidad de un texto tan trascendental como el de Hannah Arendt.
Pocos libros han provocado tanto revuelo como "Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal", dice Narbona de él. Hannah Arendt aceptó ser la corresponsal de The New Yorker durante el juicio celebrado en Jerusalén contra Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS y uno de los principales responsables de la deportación de los judíos europeos a los campos de exterminio nazis. David Ben Gurion, primer ministro de Israel en aquel momento, quería recordar al mundo que millones de judíos habían sido asesinados por el simple hecho de ser judíos, no por sus actos o ideas: «Queremos que todas las naciones sepan que deben avergonzarse». La aparente insignificancia de Eichmann, pálido y fantasmal en la cabina blindada, contrastaba con la magnitud de sus crímenes. 
Hace unos años, continúa diciendo Rafael Narbona, el líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen declaró que el Holocausto sólo era una nota a pie de página en la historia de la Segunda Guerra Mundial. Desgraciadamente, tenía razón, si juzgamos el genocidio de judíos, gitanos y otras minorías desde el punto de vista del lugar que ocupó en la conciencia de la sociedad europea o la norteamericana. El destino de los judíos nunca preocupó demasiado a nadie y su exterminio contó con la cobertura legal e institucional del Reich alemán. Las leyes de Núremberg, aprobadas por unanimidad el 15 de septiembre de 1935 durante el séptimo congreso anual del NSDAP, sólo representaron el primer paso de la discriminación, exclusión y exterminio de la población judía, un procedimiento que no adquirió el carácter de secreto de Estado hasta su último tramo (Conferencia de Wannsse, 20 de enero de 1942), si bien por entonces corrían por toda Europa historias sobre asesinatos masivos en cámaras de gas. Jan Karski , enlace del gobierno polaco en el exilio, y el conde Edward Raczyński, ministro de Asuntos Exteriores, informaron del genocidio a lo largo de 1942. Karski aportó su testimonio, pues había visitado clandestinamente el gueto de Varsovia y el campo de transición de Izbica, y Raczyński proporcionó pruebas y documentos en un informe titulado «El exterminio masivo de judíos en Polonia bajo la ocupación alemana». Los aliados no adoptaron ninguna medida para frenar o mitigar el drama.
El nazismo siempre disfrutó de amplias simpatías en la sociedad alemana, dice Narbona. El fiscal Hausner señaló en el proceso contra Eichmann que los arquitectos del genocidio no eran vulgares hampones, sino abogados, profesores, médicos, banqueros, economistas. El responsable último no era el Gobierno nazi, sino varios siglos de odio institucional y popular a los judíos: «En este histórico juicio, no es un individuo quien se sienta en el banquillo, no es tampoco el régimen nazi, sino el antisemitismo secular».
La defensa de Eichmann se basó en la obediencia debida, particularmente estricta en un régimen totalitario. Eichmann, un hombre gris y de escasa iniciativa, descubrirá enseguida las ventajas de la «obediencia debida», que exime de pensar, juzgar y rectificar. La derrota de Alemania significaría una catástrofe para su temperamento gregario: «Comprendí que tendría que vivir una difícil vida individualista, sin un jefe que me guiara, sin recibir instrucciones, órdenes ni representaciones, sin reglamentos que consultar, en pocas palabras, ante mí se abría una vida desconocida que nunca había llevado». 
Desde las primeras vistas, sigue diciendo Narbona comentando el libro de Arendt, Hannah Arendt advierte el vacío interior de Eichmann y su impotencia para obrar como un individuo: «Cuanto más se lo escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente para pensar desde el punto de vista de otra persona. No era posible establecer comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros y, por ende, contra la realidad como tal». Durante el juicio, se hace evidente que Eichmann carece de la empatía más elemental. Llama la atención su «incapacidad casi total para considerar cualquier cosa desde el punto de vista de su interlocutor». Siente lástima de sí mismo y no entiende que los otros no simpaticen con su desdicha personal. Se considera un hombre decente y con un acusado sentido de la ética. Como señala Narbona, Hannah Arendt escribe a ese respecto: «A pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquier podía darse cuenta de que aquel hombre no era un “monstruo”, pero en realidad se hizo difícil no sospechar que fuera un payaso». La inanidad intelectual del burócrata nazi nunca resultó tan incontestable. Eichmann invoca la obediencia, subrayando que si hubiera vivido en una sociedad democrática, habría cumplido sus normas con la misma meticulosidad.
Hannah Arendt escribió sus artículos con una feroz independencia, sin maquillar hechos ni contemporizar. No ocultó la responsabilidad de los Consejos Judíos o Judenrat, y entre ellos, casos tan llamativos como el de Mordechai Chaim Rumkowski, hombre de negocios, militante sionista y director de un orfanato, que fue la máxima autoridad del gueto de Łódź (Polonia). Hannah Arendt, sigue diciendo el articulista, destacó que no todos los países ocupados por el Reich alemán colaboraron en la deportación de los judíos: «Suecia, Italia y Bulgaria, al igual que Dinamarca, resultaron ser inmunes al antisemitismo, pero de las tres naciones que estaban en la esfera de la influencia alemana, solamente Dinamarca se atrevió a hablar claramente del asunto a sus amos alemanes». Italia y Bulgaria sabotearon las órdenes, explotando el ingenio para salvar a sus compatriotas judíos. Los daneses se opusieron frontalmente. Cuando los alemanes les propusieron que se identificara a los judíos con estrellas amarillas, contestaron que el rey sería el primero en llevarla y que incumplirían cualquier medida discriminatoria. Cuando los nazis impusieron la ley marcial, las tropas destinadas a Dinamarca habían cambiado profundamente desde hacía mucho tiempo y se negaron a participar en las deportaciones. La lección que nos dan los países a los que se propuso la aplicación de la Solución Final es que “pudo ponerse en práctica” en la mayoría de ellos, pero no en todos. Desde un punto de vista humano, la lección es que actitudes como la que comentamos constituyen cuanto se necesita, y no puede razonablemente pedirse más, para que este planeta siga siendo un lugar apto para que lo habiten seres humanos».
Lo más sobrecogedor del caso Eichmann es que el burócrata nazi «no era un Yago ni un Macbeth» y, menos aún, un «Ricardo III». Según Arendt, tampoco era un estúpido, sino «pura y simple irreflexión». Hubo «muchos hombres como él». No «fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente, que en realidad, merece la calificación de "hostis generis humani", comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad».
Hannah Arendt nos cuenta, concluye Narbona, que Eichmann se dirigió al patíbulo con entereza. Después de beber media botella de vino y rechazar la asistencia de un pastor protestante, rechazó la capucha negra que le ofreció el verdugo. Sus últimas palabras fueron: «Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva Austria! ¡Viva Argentina! Nunca las olvidaré». Arendt considera que Eichmann se despidió del mundo con una sarta de majaderías: «Incluso ante la muerte, encontró el cliché propio de la oración fúnebre. […] Fue como si en aquellos últimos minutos resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se siente impotentes». Arendt justifica la pena de muerte dictada contra Eichmann: «Del mismo modo que tú apoyaste y cumplimentaste una política de unos hombres que no deseaban compartir la tierra con el pueblo judío ni con ciertos otros pueblos de diversa nación –como si tú y tus superiores tuvierais el derecho de decidir quién puede y quién no puede habitar en el mundo–, nosotros consideramos que nadie, es decir, ningún miembro de la raza humana, puede desear compartir la tierra contigo. Ésta es la razón, la única razón, por la que has de ser ahorcado». ¿Se puede considerar que el genocidio es un delito infrecuente, que las cámaras de gas pertenecen a un pasado irrepetible? Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, las matanzas no han cesado: Vietnam, Camboya, Indonesia, Guatemala, Chile, Argentina, Ruanda, Bosnia-Herzegovina… Podrían citarse más casos, pero es innecesario. Sin embargo, el totalitarismo como fenómeno político no es una masacre más. Se caracteriza por un rango distintivo: «el criterio selectivo depende únicamente de ciertos factores circunstanciales». Después de liquidar a los enfermos incurables, Hitler pensaba eliminar a los alemanes «genéticamente lesionados», con enfermedades pulmonares o cardíacas. En la «cultura del descarte», por utilizar una expresión del papa Francisco, podría considerarse una medida de higiene pública suprimir las vidas de los individuos improductivos o con escasas expectativas de éxito. Sólo hace falta una idea, un absoluto moral o político, para poner en funcionamiento las fábricas de la muerte. Puede ser la excelencia económica, biológica o social. O la materialización de una utopía con apariencia de justicia o equidad. O la creación de un nuevo orden mundial. El totalitarismo empieza donde acaba el individuo. Nunca se disipará su amenaza. La banalidad del mal reside en considerar que hay vidas banales, prescindibles. Conviene releer de vez en cuando a Hannah Arendt para recordar que cualquier vida debe ser objeto de respeto y reconocimiento. Los que se atreven a cuestionarlo, rescatarán antes o después la rampa de Auschwitz.
Les recomiendo encarecidamente la lectura de los artículos citados. Y por supuesto, el libro de Hannah Arendt que ha dado pie a esta entrada de hoy. Me lo agradecerán. De mi admiración y respeto por la persona y la obra, total, de Hannah Arendt, da prueba testimonial el hecho de que utilice como firma en este blog y en las redes sociales un acrónimo de su nombre como seudónimo.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt