El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
viernes, 16 de septiembre de 2022
De la ambivalencia entre progreso y libertad
miércoles, 14 de septiembre de 2022
De los titulares de prensa
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los titulares de prensa, porque como dice en ella la catedrática de Filología, Lola Pons, si desequilibramos su peso y nos quedamos solo en su lectura, sin sumergirnos a nadar en el cuerpo, estaremos propiciando una prensa llena de textos que podrían ser meros rellenos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
martes, 13 de septiembre de 2022
De la violencia contra las mujeres
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la violencia contra las mujeres, porque como dice en ella la profesora de Ciencias Sociales, Cira Box, más allá de la literalidad de la ley de libertad sexual, que se popularice entre las jóvenes el concepto de que “solo sí es sí” es suficiente para poner en marcha el cambio de paradigma en las relaciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
Palabras que transforman y liberanZIRA BOX08 SEPT 2022 - El PaísEn El invencible verano de Liliana, el libro dedicado a su hermana asesinada por su expareja cuando tan solo tenía 20 años, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza planteaba el peligro de la falta de palabras y discursos para reconocer la violencia. En un país, escribía, “donde, hasta hace poco, incluso la música popular ensalzaba a los hombres que, en arrebatos de celos o la menor provocación, asesinaban a mujeres, producir ese lenguaje ha sido una lucha heroica”. Rivera Garza se refería al término feminicidio, inexistente cuando su hermana menor moría en 1990 a manos del que había sido su novio desde la adolescencia, y a cómo esta incapacidad de poder nombrar les había impedido, no solo a Liliana, sino también a todos los que la rodeaban, dos cosas fundamentales: detectar un riesgo que terminó siendo mortal y reivindicar que no, que la culpa no había sido de una joven libre y autónoma disfrutando de sus años universitarios en la Ciudad de México, sino de un depredador posesivo que sintió la amenaza de su libertad.Producir un lenguaje preciso, inventar nuevas palabras o popularizar ciertas consignas ha ayudado a que miles de mujeres sepamos nombrar lo que son delitos y a ponernos alerta ante situaciones de inseguridad. Pero también a entender que lo que nos pasa —el temor que sentimos solas por la noche o la incomodidad amenazante que nos produce la mirada persistente de un desconocido, por ejemplo— no son emociones aisladas e individuales de las que potencialmente tengamos que sentirnos avergonzadas, sino que forman parte de un mundo repleto de desigualdad. Y eso, como escribió Rebecca Solnit en uno de los textos recopilados en su conocido Los hombres me explican cosas, es poder, porque tener términos para poner nombres a ciertas realidades —la escritora norteamericana se refería al de “cultura de la violación”— nos permite comprender que determinadas cosas no son anomalías o individualidades, sino que tienen que ver con las estructuras culturales que sustentan el machismo. Redefinir el mundo con lenguaje, proseguía Solnit, es el primer paso para poder cambiarlo, así que no deberíamos dejar que se considere como una nimiedad.Las reflexiones anteriores me vienen a la cabeza a raíz de la reciente aprobación de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual. La nueva norma implica, como se sabe, un nuevo enfoque jurídico y un cambio de paradigma a la hora de considerar las agresiones sexuales. Sin embargo, mi objetivo en estas líneas no es discutir, por falta de capacidad y formación jurídica, las cuestiones más técnicas (en estas páginas lo hacía Teresa Peramato), sino aplaudir como ciudadana de a pie no ya solo el cambio legal que supone, sino la transformación del lenguaje y el discurso que también conlleva. Celebro esto último porque sé que poseer palabras que nos dejen verbalizar de forma distinta lo que ocurre desencadenará, en efecto, una variación. En este sentido, que el “solo sí es sí” haya corrido como la pólvora es ya un triunfo porque, más allá de lo que se publique en el BOE, la consigna circula configurando su realidad: la de empezar a saber de forma generalizada, por ejemplo, que el consentimiento es un derecho y que, si las cosas se ponen difusas en esa zona de grises que tantas críticas ha levantado, ya no valdrán los esquemas de siempre. Que las nuevas generaciones de mujeres, esas adolescentes y jóvenes que comienzan a salir al mundo que les rodea, crezcan en un contexto en el que tengan claro que el verbo consentir es la clave y que varían los grados y la gravedad, pero que de lo que se habla es de delitos y agresiones, les ayudará a hacerlo más libremente —no solo a ellas, por supuesto, también a ellos—. No son necesarias cosas complicadas. No hace falta saber Derecho, haber leído la ley o estar especialmente informadas. Basta que sepan —ahí radica su fuerza— que el “solo sí es sí” les ampara para que empiece a operar el cambio. Porque las palabras son brújulas y linternas, armas y escudos, que no solo arrojan luz: también defienden, resguardan y orientan. A todas. A todos.La ley ha suscitado numerosas críticas, no hace falta enumerarlas. Las que se han planteado dentro del feminismo quizá puedan provocar debates futuros para seguir caminando. Para las otras, las de una derecha reactiva y ofensiva que minusvalora sistemáticamente la violencia contra las mujeres, siempre queda volver de nuevo a Rebecca Solnit: “Las mujeres tienen miedo todo el rato de ser violadas y asesinadas, y puede que sea más importante hablar de esto que el proteger las zonas de confort de los hombres”. Más claro, agua. Aunque, afortunadamente, somos muchas y muchos los que en estos días celebramos que, en efecto, y en medio de la complejidad, solo sí sea sí.
lunes, 12 de septiembre de 2022
De la tergiversación de la realidad
CARLOS QUESADA
07 SEPT 2022 - El País
La carnicería de Melilla (37 muertos, según la ONG Caminando Fronteras) en junio pasado llamó la atención por un montón de motivos equivocados. Sorprendió que los inmigrantes tomaran la iniciativa, sorprendió que planearan un asalto a una garita abandonada, se hicieran con mazas y con una radial para derribar la puerta de la frontera o de su futuro, y hasta decidieran resistir al diluvio de botes de humo, porrazos, patadas, y perrerías con las que fueron atornillados mientras quedaban atrapados en el patio del cuartel. No sorprendió que fueran a fallar, casi ni sorprendió que fueran a morir, y desde luego no sorprendió que fueran golpeados una vez rendidos, arrojados como sacos sobre sus compañeros moribundos, o incluso devueltos a empujones a Marruecos por la policía marroquí desde suelo español, bajo la indiferente o gélida o cómplice mirada de nuestra policía. Es decir, sorprendió que la miseria piense y calcule y sobre todo se rebele, y no se resigne al papel amorfo, automático, y desesperado que se le supone. Sorprendió que esa gente quiera vivir.
Tras la ducha de higiénicas condenas de los comisarios y diputados de turno, han quedado a flote noticias menores de ese naufragio humano. Entre ellas, el esperpento de lo de la ministra Irene Montero. Se le preguntó por el asunto. Contestó frente a los micrófonos de TVE1, de La Sexta, de Antena 3, de dos móviles sin identificar, de Atlas (proveedora de noticias para Telecinco o Cuatro). Sus palabras eran claras. Que los hechos eran insoportables y dolorosos. Que había que investigar. Que había que ayudar a las familias de los fallecidos con los servicios consulares. Mareada por los periodistas, momentos después y para no repetirse hizo unas declaraciones anodinas, circulares, y a no fallar. Dijo que siempre iban a conocer su opinión. Que así había sido y así seguiría siendo. Dijo que siempre la iban a tener disponible para conocer su opinión. Humo, regate verbal para quitarse de encima a los moscones de la alcachofa. Y entonces, de pronto, sucedió: varios medios de comunicación difundieron un vídeo trucado con esas declaraciones sin esas declaraciones, con el final sin el principio. Peor, algunos de esos medios eran los mismos que habían recogido las declaraciones en directo. Peor, el vídeo trucado se había puesto en circulación desde una red social. Desde Twitter. Esos medios, contradiciendo a sus propios reporteros, confiaron en Twitter. Se engañó a tertulianos, a periodistas, a escritores, a un montón de gente. Y al descubrirse la farsa, el tuitero se esfumó en el aire del ciberespacio, los tertulianos cambiaron de tema o de marca de café, y los presentadores de telediarios, de radio, de programas que habían hecho carnaza con aquella violación de palabras, sonrieron y pasaron al siguiente escándalo.
Lo de Melilla (37 muertos) y lo de Montero giran ante mis ojos como las dos caras de una misma moneda fulgurante. El asalto a tumba abierta de los hambrientos del mundo fue recogido por cámaras de vigilancia, por satélites, por móviles de espontáneos. Son imágenes de una claridad meridiana, pero los policías y los ministros de aquí y de allí siguen discutiéndolas, retorciéndolas, negándolas. Según ellos, en Melilla la policía que abusó, actuó sin abusar; las ambulancias que no llegaron, llegaron, la gente medio muerta y fracturada que fue trasladada en autobuses destartalados a cientos de kilómetros sin una sed de agua ni un plato de comida, fue trasladada en autobuses impecables a pocos kilómetros y regalados de vino con cus-cus. Siempre hemos contado mentiras, pero nunca como ahora dispusimos de una tecnología tan precisa, tan milimétrica, para retocar imágenes, imitar sonidos, dar más gato por menos liebre al cerebro consternado. En la era de la información, la información nos falla. Si atendemos a las noticias de Melilla y de Montero, no sabremos lo que pasó en Melilla ni lo que dijo Montero. Hoy podemos dar por cierta una noticia falsa y por falsa una noticia cierta mediante el mismo truco de autoridad: imágenes, audios, impecables representaciones de la realidad. Hay tal cantidad y son tan perfectas, que ya no representan nada. Cualquiera puede discutirlas, suprimirlas, tunearlas. Los tiempos de la foto, del disco, del vídeo y pronto el adictivo metaverso nos arrojan de cabeza a la era de la falsificación. Y la falsificación no sólo falsifica, además suplanta. No sólo altera, vacía. Deja intacto el jarrón de las apariencias para llenarlo de flores muertas. Miente con la verdad. Sumidos en el desconcierto de este caballo de Troya, las cuestiones en las que la humanidad se ha devanado los sesos durante siglos (lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, etcétera) dejan paso desmayado a una pregunta más elemental, urgente, fisiológica, ensordecedora: qué es real. Y ante esta nueva duda, las pruebas se derriten y los hechos se deshacen porque están bajo sospecha. Quien crea que la culpa la tienen los píxeles o el Photoshop añade su granito de irresponsabilidad a este baile de máscaras. Al tirar del hilo de semejante laberinto tecnológico, al final siempre encontramos un dedo humano apretando un botón. Asumir que una noticia es siempre ese dedo podría ayudar. Y ese paso podría impulsarnos a una pregunta más práctica, acaso más honesta: ¿qué voy a hacer yo con el botón que me están apretando?