jueves, 2 de noviembre de 2023

De la autora secreta de la Odisea

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Irene Vallejo, va de la autora secreta de la Odisea. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Una chica soltera y cabezota
IRENE VALLEJO - El País
28 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

El ritual de los cuentos antes de dormir, susurro a susurro, año tras año, ha transformado a tu hijo. También a ti. Desde que comenzaron las historias a la orilla de la cama, las noches son otro cantar. Te has convertido en espigadora de trabalenguas, rimas, chistes, nanas, adivinanzas, relatos de miedo y misterio, de amor y horror, historias guiadas por los caprichos del hado o de las hadas. Dos palabras mágicas abren las ventanas de la imaginación y orean la estancia donde nacen las ideas: y si… Ahí nacen las ficciones, tomando un camino divergente de la terca realidad. Y si. Y si lo maravilloso sucediera cotidianamente. Y si las preguntas comunes necesitasen respuestas extrañas. Y si algunas de nuestras certezas fueran solo convenciones heredadas.
A finales del siglo xix, el escritor y filólogo Samuel Butler lanzó una hipótesis sin precedentes: ¿y si el autor de la Odisea hubiese sido una mujer joven? No fue la ocurrencia de una intelectual feminista, sino de un victoriano iconoclasta, bromista, volteriano y disfrutador —del arte, del paisaje, del deseo textual—, que publicó en 1897 un libro defendiendo esa escandalosa tesis. La primera sospecha le asaltó al traducir el episodio de Circe, la hechicera. Aunque vive sola en una casa aislada en la espesura, Circe no tiene los rasgos de la inmemorial bruja del bosque. Es una figura fascinante y fuerte, amante del héroe durante un año. Cuando Odiseo decide partir, ella lo deja marchar, sin despecho: “No permanezcas en mi palacio contra tu voluntad”. Es más, lo ayuda con sus consejos y revelaciones, salvándole la vida. Al zarpar su barco, le envía un viento favorable que hincha sus velas. Nacía así un arquetipo femenino que unía de forma insólita sabiduría, erotismo, poder e independencia.
Un gran abismo separa la mirada de la Ilíada y de la Odisea. En la primera reinan la ira, el apetito de honor, la batalla. La segunda es un relato de viaje, deseo, añoranza del hogar y hospitalidad hacia los extranjeros. No todos los personajes son guerreros, también se asoman a sus versos mendigos, porqueros y nodrizas. Con estos y otros indicios, Samuel Butler concluyó que no hay un solo Homero, sino que sus epopeyas tienen distinta autoría. En su opinión, la creadora de la Odisea tuvo que ser una mujer: una chica siciliana que se retrató a sí misma en el personaje de Nausicaa, salvadora del héroe cuando naufraga en su isla desnudo. La idea misma de poner a Odiseo en semejante aprieto le parece una travesura de adolescente. “El poema es tal tour de force que nadie salvo una muchacha soltera, terca, joven y entusiasta, acostumbrada a salirse con la suya, lo habría intentado y concluido de manera tan brillante”. Esta hipótesis inspiró a Robert Graves una novela, titulada La hija de Homero, y a Miyazaki el manga y la posterior película Nausicaä del Valle del Viento.
Homero sigue siendo hoy un fantasma, un nombre sin biografía en la niebla del pasado. Sin embargo, sí sabemos quién inventó el yo literario al firmar, por primera vez, un texto con su propio nombre. Hace más de 4.000 años, en el actual Irak, Enheduanna, hija del rey Sargón, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos que rubricó con orgullo en tablillas de arcilla. Afirmó: “Lo que yo he hecho, nadie lo hizo antes”. Su poesía nos legó una bella metáfora de la creación como una experiencia erótica y, a la vez, maternal, pero su nombre continúa todavía en el silencio. En este “y si” aún por contar, dos grandes pioneras habrían alumbrado con sus voces el nacimiento de la literatura escrita.
Nunca sabremos si una joven testaruda y soltera urdió la Odisea, tampoco si el propio Butler lo creía realmente. Se dice que ni siquiera sus amigos sabían distinguir cuándo bromeaba o hablaba en serio. Su libro La autora de la ‘Odisea’ fue una audacia y un desafío. Quizá simplemente pretendía irritar a los académicos, como también haría Joyce en su Ulises. Aun así, anticipándose a la célebre frase de Virginia Woolf —anónimo es una mujer—, demostró que los clásicos albergan lecturas revolucionarias para todas las épocas. Y, de paso, juguetonamente, probó que la risa tiene razones que la razón ignora.






























[ARCHIVO DEL BLOG] El almacén de los figurantes. [Publicada el 23/10/2019]











Una audaz y sorprendente exposición, afirma el escritor y cineasta Vicente Molina Foix, rescata y da sentido a un conjunto artístico, a menudo anónimo, en una época en la que importa cada vez más la verificación de la historia y no su enmascaramiento.
Se trata, a mi juicio, de la mejor exposición artística del año, la más audaz, la más inteligente, la más inesperada, -comienza diciendo Molina Foix-. Todo lo ahora expuesto en el Colegio de San Gregorio de Valladolid es hermoso y antiguo, pero llevaba años o siglos sin exhibirse en ninguna parte. Eran imágenes de comparsa, retazos inservibles de un altar o la espalda de un monje o una santa de quienes sólo se vio en el templo, si acaso, la vestidura litúrgica o las llagas, y rara vez el vacío posterior de la madera ni la parte rugosa de la piedra. Lo que ha hecho María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura y comisaria de esta exposición temporal que bien merece por sí misma un viaje exprofeso a la ciudad del Pisuerga, es una operación de rescate que trasciende el mérito de las piezas mostradas, las recoloca, les da argumento y trama, y aporta así sentido a un conjunto escultórico a menudo anónimo y no pocas veces realizado en serie; un material devoto o decorativo, descartado, tapado y apagado en los depósitos museísticos, donde las estatuas, la mayoría sagradas, debían de yacer como cuerpos maltrechos pero incorruptos a la espera de una improbable resurrección, que esta vez ha llegado no de milagro sino por vía humana.
Pocas semanas después de visitar Almacén. El lugar de los invisibles, que así se llama la extraordinaria muestra vallisoletana (abierta hasta el 17 de noviembre), salió la noticia de que Georges Duby había entrado en el panteón de papel de La Pléiade, que acaba de publicar en un volumen de 2.000 páginas una selección de su importante obra de ensayista. A Duby se le ensalza por la enorme influencia que ejerció en el campo de la historiografía medieval, sin dejar de subrayar que en él había asimismo uno de los grandes estilistas de la prosa francesa no-narrativa, en la tradición de La Bruyère, Saint-Simon, Madame de Sévigné, Michelet o Sainte-Beuve, todos ellos ya entronizados en esa ilustre colección del sello Gallimard. Pero el trabajo de Duby y de otros coetáneos o discípulos suyos aglutinados en torno a la revista Annales tuvo también como afán, por encima de la etiqueta feliz que se les puso de “historiadores de las mentalidades”, la aspiración de contar vidas simples de hombres y mujeres esfumados entre la multitud del populacho; descubrir, más allá de los despachos de la alta diplomacia y las reglas de la caballería andante, la vacilante letra pequeña de la confesión amorosa o el testamento rural; reflejar la difícil conquista de la intimidad y la soledad voluntaria, ese “ser uno mismo en medio de los otros […]con sus propios sueños, sus iluminaciones y su secreto”, como escribió Duby al final de las casi 100 páginas de su contribución directa al tomo 2 de la monumental Historia de la vida privada, ese pentateuco civil codirigido por él junto a Philippe Ariès.
En el itinerario que María Bolaños ha concebido en Valladolid y llevado a cabo con sus colaboradores, entre los que hay que nombrar sin falta a Anna Alcubierre, diseñadora del fascinante y muy pertinente espacio expositivo, lo primero que vemos es una pared de damas, caballeros barbados y obispos revestidos de pontifical, todos ellos con un hueco en el pecho. Se trata de 23 bustos-relicario cuyo rutilante dorado, el ademán oferente y la disposición en filas proporcionan un signo de rito eclesiástico y sacrificio individual; una de las hornacinas está vacía, pero la totalidad reunida habla de épocas en las que el martirio o la mutilación conducían al cielo y a la beatitud y no a la muerte insepulta que hoy vemos a diario en los mares de nuestras costas. Cada una de las siguientes salas tiene un título y un propósito conceptual que incita a la reflexión sin por ello ofuscar el deslumbramiento producido por las figuras: los ingrávidos ángeles, los guerreros yacentes y las virtudes durmientes, la posibilidad de fisgar en lo nunca visto de un prelado, la aglomeración de crucificados, como un concierto de solistas que se armonizan en sus diferencias de tamaño y profundidad de las heridas de lanza. La imagen musical viene a cuento, ya que Bolaños ha elegido un plantel protagónico de primeras voces que Alcubierre distribuye en escenas y poses de gran belleza dentro de las seis salas iniciales. Pero no estamos en el territorio exclusivo de las primadonnas y los tenores heroicos. Al visitante de Almacén le aguarda en séptimo lugar el plato fuerte del coro, es decir, el grueso de la tropa, la densidad de los colectivos, agrupados en una tribuna escalonada que produce un efecto hipnótico cuando la mirada se repone del susto: una treintena de estatuas policromadas en faena dramática o transacción celeste, y algunas de ellas a punto —se diría— de romper a hablar.
En esas gradas no hay divos. No hay berruguetes reverberantes ni piezas renombradas de Pedro de Mena, Martínez Montañés o la Roldana, aunque sí unos franciscanos muy sufridos de Pompeo Leoni y un sayón suelto de un paso de Semana Santa gesticulando con excepcional malicia. Qué gran reparto de característicos. Y qué buen anticipo de lo que sigue en las dos últimas salas hasta llegar al clímax, que, sin destriparlo aquí, puede decirse que es un desenlace “de libro” y un recuento de lo incompleto, lo fragmentario y lo desechado: miembros sueltos, rostros sin tronco, ménsulas, añicos, supervivientes —escribe María Bolaños en el capítulo final del valioso catálogo— de “catástrofes naturales, expolios bélicos, negocios oscuros, especulaciones urbanísticas, intolerancias y desidias”. Lo que inevitablemente hace pensar, concluye la historiadora, en “ese papel de asilo y desagravio que cumple el museo”.
No sólo el museo ha de cumplir esas tareas de poner rostro o completar las siluetas borrosas del pasado. Importan cada vez más la verificación de la historia y no su enmascaramiento, los relatos memoriales, las crónicas de viaje de los que viajan por necesidad y no por placer. La actualidad nos hace comisarios imprevistos del inventario de las vidas sin nombre y sin destino, una encomienda de raíz periodística que se advierte cada vez más en el cine y en el teatro documental o en las llamadas ficciones del yo.
Georges Duby escribió memorablemente sobre las catedrales y los lances de honor, usando la imaginación y la pincelada vivaz en libros que tienen amenidad novelesca sin salirse del marco de la investigación; uno de los más celebrados es Guillermo el Mariscal, que de no llevar el nombre del gran profesor e investigador en la portada podría ser leído como novela de formación, una historia del joven pobre que hace carrera en tanto que campeón de torneos. Pero Duby también mostró un constante interés por los figurantes. En los últimos años de su vida se ocupó y dio término, en tres volúmenes, a una empresa singular bajo el título global de Damas del siglo XII. Algunas de las estudiadas son personajes del relieve de Eloísa o Isolda, pero en el segundo tomo, El recuerdo de las abuelas, quizá esté, pienso yo, el mensaje testamentario del historiador: las mujeres de aquel tiempo tenían poca presencia pública aunque gran ascendiente; en los testimonios de sus nietos y en otros segundos términos Duby las encuentra y las saca a la luz dotándolas a la vez de una diferida y potente voz. Con lo que dejan de ser meras abuelas, características, partiquinas, para hablarnos de tú a tú como heroínas de una gesta luchada en lo más íntimo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













miércoles, 1 de noviembre de 2023

De la vida que pasa

 





Nada importa, todo pasa
JOSÉ LUIS SASTRE - El País
01 NOV 2023 - haredt.blogspot.com

Las fechas se conjuran a veces contra el olvido, y al 1 de noviembre lo han vuelto el día de los muertos, para que tengamos memoria y le llevemos flores al pasado. Como si se pudiera luchar contra el verso de Borges y el olvido que seremos. Estamos hechos de eso, en cambio: de olvidos que nos impuso el tiempo y otros que, antes que eso, nos impusimos nosotros hasta que un aniversario o una fecha nos los traigan de nuevo en forma de recuerdo o de lápida, como sucederá hoy en miles de cementerios. Vivir era eso, supongo: olvidar sin querer, y rebelarse.
Será el calendario, que cambia de meses ajeno al mundo, el que nos dé el pretexto para pensar que nada importa tanto en realidad porque todo pasa, porque al cabo de los años eso que tanto interesa ahora porque es nuevo y está por estrenar será visto en el futuro ―mañana mismo― con otra perspectiva, con menos interés. De manera relativa. O sea: quitándole importancia. Ese día, podremos sentirnos mejores y livianos, porque podremos juzgarnos a nosotros mismos como si fuéramos personas distintas. Y tendremos el don de la indulgencia: nos diremos que todo aquello que tanto nos preocupó acabó pasando y, en realidad, tampoco pudimos hacer algo por evitarlo.
Así puede situarse y explicarse uno en el mundo, diciéndose que la vida pasa, que somos demasiado pequeños para reaccionar ante cada injusticia, ante cada matanza que consideremos indigna. Porque somos muy poca cosa de uno en uno y hasta en grupo y qué podíamos hacer sino no hacer nada, más allá de compadecernos y querer saber y querer mirar hasta que el dolor fuera tan insoportable que ya no pudiéramos saber ni mirar porque bastaba con bajar el dedo sobre la pantalla del teléfono para dejar de hacerlo y la tentación era fuerte: la tentación era vivir. Qué podrá importar el presente en el futuro y quién podrá juzgar nuestras impotencias. Eso podremos decirnos, cuando todo pase: que ya pasó, que hicimos lo que pudimos. Que al menos quisimos saber. Que seguirá pasando el calendario y todo lo que hoy nos revuelve y nos indigna acabará siendo el olvido de los que vengan, que otros olvidos traerán.
José Luis Sastre es periodista











De la ruina de ambos

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del analista de polìtica internacional Andrea Rizzi, va de la ruina de ambos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







He sido la ruina de ambos
ANDREA RIZZI - El País
28 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Hacia el final de El viejo y el mar, el pescador Santiago pronuncia la frase que titula esta columna. Ya solo queda la mitad del enorme pez que el viejo había logrado capturar y que trataba de llevar hasta la orilla amarrado a un flanco del bote. Los tiburones se lo van comiendo en la larga travesía de vuelta y el viejo comprende que solo llegará a tierra su gigantesco esqueleto. “Fui demasiado mar adentro”, dirá. La conciencia de una obcecación inútil que mató al noble pez y casi destroza al pescador parece inundarle, sobreponiéndose al orgullo de no haberse rendido en una faena en medio de extraordinaria adversidad.
El viejo y el mar tiene rasgos de cuento mitológico, de episodio bíblico, e igual que estos inspira multitud de interpretaciones. La obra maestra de Hemingway no tiene nada a que ver con el conflicto palestino-israelí, pero ese instante de conciencia de Santiago es exactamente el mensaje que debería hacer reflexionar a los líderes israelíes —y a todos los amigos de Israel— ahora mismo. Las decisiones que tomen en estos días pueden conducir demasiado mar adentro, producir —de distinta manera— la ruina de ambos bandos.
Es evidente que Israel ha sufrido un ataque bárbaro y que tiene derecho a replicar con la fuerza dentro de los márgenes del derecho internacional. A todas luces, está sobrepasando los criterios de proporcionalidad y es más que probable que jueces internacionales considerarían como criminal la respuesta. Pero a la hora de calibrar su reacción, además del marco legal, Israel debe contemplar el marco político. Esto requiere reflexionar sobre el contexto pasado y las perspectivas futuras.
Tiene razón el secretario general de la ONU en subrayar que los hechos actuales brotan de más de medio siglo de una ocupación abusiva y opresora. Ello, por supuesto, no justifica de ninguna manera la violencia de Hamás, que merece la condena más firme posible. Pero es parte importante de su explicación. La OLP renunció hace mucho a las armas, no es una creíble amenaza de seguridad y, sin embargo, Cisjordania no solo ha seguido ocupada con mínimas dosis de autogobierno, sino que la colonización israelí ha seguido imparable a lo largo de décadas. Es, este, un proceso inmoral además de ilegal que solo responde a una lógica de intereses egoístas, no a una de seguridad.
Occidente debería haber presionado hace mucho con las notables palancas de las que dispone para que esto no ocurriera. Sí, se aprobaron resoluciones en la ONU. Pero no se activaron los resortes esenciales de la influencia que podían conducir a un cambio. EE UU, aquel que más influencia tiene, podría haber condicionado su ayuda militar a Israel a que la colonización se parara. La UE, una potencia comercial, podría haber tomado medidas económicas de mayor calado que simples cuestiones de etiquetado de productos procedentes de los territorios ocupados. Ello podría y debería haberse hecho reafirmando siempre el compromiso inquebrantable con el derecho de Israel de existir en paz. Esto no es sinónimo de avalar abusos. Esta cuestión está en el mismo centro del contexto esencial para entender por qué estamos aquí y decidir qué hacer a partir de aquí.
La perspectiva nos dice que, de seguir en esta senda, de emprender una invasión de Gaza, los riesgos son enormes. En primer lugar, por supuesto, para la ya martirizada población gazatí. También para Israel, que podrá verse sumido en una lucha sangrienta y muy ardua de ganar en la Franja. Y además porque el riesgo de escalada se multiplicaría. Israel podría sufrir una lluvia de cohetes de Hezbolá desde el Líbano. EE UU ya ha sufrido ataques en la zona, y ha respondido. Pero hay más. Israel corre el riesgo de perder de forma mucho más profunda que en episodios anteriores el respaldo de la opinión pública occidental. La musulmana, por su parte, hará extraordinariamente complicado que pueda avanzarse en la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes que estaba en desarrollo. Es cierto que, en conflagraciones anteriores, la indiferencia siguió a la indignación y todo siguió igual. Pero esta vez hay elementos diferentes: la magnitud de los horrores; un mundo en pleno cambio, inestable, más proclive al conflicto.
Los amigos de Israel tienen que hacerle ver que la senda en la que navega, además de injusta para los palestinos, no conduce a prosperidad y seguridad, como Netanyahu y otros estuvieron vendiendo durante mucho tiempo, porque fomenta odio. Los amigos de Israel deben hacerle ver eso y actuar, presionar para un cambio con los elementos de los que disponen.
Hay situaciones en las que, colectiva o individualmente, caemos presa de obcecaciones. Por avidez de poder, por miedo, por egoísmo, por orgullo, o incluso por amor mal gestionado, perdemos el equilibrio, la brújula, y de forma pertinaz nos enroscamos en un error que no sabemos o queremos ver, precipitamos la ruina de nuestros vecinos, amigos, amores y de nosotros mismos.
Hay que despertar, con voz y actos, a quienes, en una obcecación irracional, contribuyen a la ruina de ambos, la de los palestinos en la opresión, la de los israelíes lastrados por la indignación internacional, un camino que pudre su alma democrática.
El viejo regresó a la orilla con tan solo el esqueleto del enorme pez, con las manos destrozadas, consumido. Hemingway narra que, de regreso a su cabaña, se quedó dormido. Que soñó con leones. Quizá sea una metáfora de la muerte. Quizá no. Tal vez mañana haya otra oportunidad para hacerlo bien.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Género, capitalismo, victimismo. [Publicada el 19/01/2018]










Confieso sin pudor que Slavoj Zizek, filósofo y crítico cultural esloveno, profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities de la Universidad de Londres e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Eslovenia, no es santo de mi especial devoción. Lo que no quiere decir que no lo lea con atención. Por ejemplo, su artículo Un gran despertar y sus peligros, publicado hace unos días en el diario El Mundo. 
El 7 de noviembre de 2017, comienza diciendo Zizek, Judith Butler ayudó a organizar una conferencia en Sao Paulo, Brasil. Aunque su título era Los Finales de la Democracia, y por lo tanto no tenía nada que ver con el tema transgénero, una multitud de derechas se congregó frente a la sede del evento para protestar y quemar una efigie de Butler mientras gritaban «Queimem a bruxa!» (»¡Quememos a la bruja!» en portugués). Este extraño incidente es el último de una larga serie que prueba que hoy en día la diferencia sexual está politizada de dos formas complementarias: la «fluidificación» transgénero de identidades de género y el rechazo neoconservador. La famosa descripción de las dinámicas capitalistas en El Manifiesto Comunista debería complementarse con el hecho de que el capitalismo global también hace que «los prejuicios y la cerrazón sexual sean cada vez más imposibles». También que en el terreno de las prácticas sexuales, «todo lo que es sólido se deshace en el aire, que todo lo que es santo es profanado»: ¿tiende el capitalismo a sustituir la heterosexualidad estándar y normativa con una proliferación de identidades y orientaciones inestables y cambiantes? 
El actual reconocimiento de las «minorías» y los «marginales» es la posición predominante de la mayoría; incluso los activistas de la alt-right que se quejan del terror de la corrección política liberal se presentan como protectores de una minoría amenazada. O pensemos en aquellos críticos del patriarcado que lo atacan, como si todavía fuera una posición hegemónica, desconocedores de lo que Marx y Engels escribieron hace más de 150 años, en el primer capítulo de El Manifiesto Comunista: «La burguesía, siempre que tiene el poder, ha acabado con toda relación feudal, patriarcal e idílica». Esto sigue siendo ignorado por los teóricos culturales de izquierdas que centran su crítica en la ideología y la práctica patriarcales. Así que, ¿que deberíamos hacer en relación a esta tensión? ¿Deberíamos limitarnos a apoyar la fluidificación transgénero de las identidades mientras seguimos criticando sus limitaciones? 
Hay una tercera forma de contrarrestar la forma tradicional de identidades de género que está prorrumpiendo hoy en día: las mujeres que están sacando a la luz de manera masiva la violencia sexual masculina. La cobertura mediática de este hecho no debería distraernos de lo que está sucediendo realmente: nada menos que un cambio de época, un gran despertar, un nuevo capítulo en la historia de la igualdad. Se cuestionan y se hacen temblar las relaciones entre los sexos tal y como han sido reguladas y organizadas durante miles de años. Y la parte que protesta ahora no es una minoría LGBT, sino una mayoría, las mujeres. 
Lo que se está descubriendo no es nada nuevo, es algo que nosotros (al menos vagamente) sabíamos y simplemente no fuimos capaces (voluntariamente) de denunciar abiertamente: cientos de formas de explotar a la mujer sexualmente. Ahora las mujeres están sacando a la luz el lado oscuro de nuestras afirmaciones de igualdad y respeto mutuo, lo que estamos descubriendo es, entre otras cosas, lo hipócrita y prejuiciosa que es nuestra crítica a la opresión de la mujer en los países musulmanes. Tenemos que afrontar nuestra propia realidad de opresión y explotación. Como en todo movimiento revolucionario, habrá numerosas injusticias, ironías, etc. (Por ejemplo, dudo que los actos de Louis CK, con todo lo deplorables y lascivos que son, se puedan poner al mismo nivel que la violencia sexual directa). Pero, una vez más, todo esto no debería distraernos; más bien deberíamos centrarnos en los problemas que nos esperan. 
Aunque algunos países ya están cerca de una nueva cultura sexual post-patriarcal (fijémonos en Islandia, donde dos tercios de los niños nacen fuera del matrimonio, y las mujeres ocupan más puestos en las instituciones públicas de poder que los hombres), una de las tareas clave es, en primer lugar, la necesidad de explorar qué ganamos y qué perdemos en esta revolución de nuestros procedimientos heredados de cortejo: habrá que establecer nuevas reglas para evitar una cultura estéril de miedo e incerteza. Algunas feministas inteligentes apuntaron hace tiempo que, si intentamos imaginar un cortejo políticamente correcto al 100%, nos acercamos asombrosamente a un contrato mercantil formal. El problema es que la sexualidad, el poder y la violencia están íntimamente mucho más interconectados de lo que cabría pensar, de manera que también algunos elementos de lo que se considera brutalidad pueden ser sexualizados, es decir, invertidos libidinosamente. Después de todo, el sadismo y el masoquismo son formas de actividad sexual. Los juegos sexualmente purificados de violencia y poder pueden acabar siendo asexualizados. 
La siguiente tarea es asegurarnos de que la actual explosión no se limite a la vida pública de los ricos y famosos sino que fluya y penetre en la vida diaria de millones de individuos ordinarios e invisibles. Y el último punto (pero no menos importante) es explorar cómo relacionar este despertar con las actuales luchas políticas y económicas, es decir, cómo evitar que la ideología liberal occidental (y la práctica) se apropie de él como otra forma de reafirmar que somos prioritarios. Hay que hacer un esfuerzo para que este despertar no se convierta en un caso más de legitimación política basada en el estado de víctima del sujeto. ¿No es la característica básica de la subjetividad de hoy en día la extraña combinación del sujeto libre que se experimenta a sí mismo como responsable último de su destino y el sujeto que basa la autoridad de su discurso en su estatus de víctima de circunstancias más allá de su control? 
Cada contacto con otro ser humano se vive como una potencial amenaza. Si el otro fuma, si me lanza una mirada avariciosa, ya me hiere. Esta lógica de la victimización está universalizada hoy en día. Y va más allá de los habituales casos de acoso sexual o racista. Recordemos la demanda a la industria financiera del pago por daños y perjuicios. También el acuerdo de la industria del tabaco en Estados Unidos, las reclamaciones financieras de las víctimas del holocausto y los trabajadores forzados en la Alemania nazi o la idea de que Estados Unidos debería pagar a los afroamericanos cientos de miles de millones de dólares por todo aquello de lo se les ha privado a raíz de su pasado de esclavitud. Ésta noción del sujeto como una víctima no responsable conlleva la perspectiva narcisista extrema, según la cual cualquier encuentro con el otro se percibe como una potencial amenaza al precario equilibrio imaginario del sujeto. Como tal, es el complemento inherente del sujeto liberal libre más que lo contrario: en la forma predominante de individualidad de hoy en día, la aserción egocéntrica del sujeto psicológico se solapa paradójicamente con la percepción de uno mismo como víctima de las circunstancias. 
En un hotel de Skopje donde me alojé recientemente, mi compañera preguntó si podíamos fumar en la habitación. La respuesta del recepcionista fue única: «Por supuesto que no, está prohibido por ley. Pero en la habitación tienen ceniceros, así que no hay problema». Nuestro asombro no acabó aquí. Cuando entramos en la habitación, allí estaba el cenicero de cristal encima de la mesa, con un dibujo en el fondo de un cigarrillo con una gran señal de prohibido encima. Así que no era el típico juego de algunos hoteles tolerantes donde te susurran discretamente que, aunque está oficialmente prohibido, puedes fumar disimuladamente junto a una ventana abierta o algo así. La contradicción (entre prohibición y permiso) estaba plenamente asumida y quedaba así anulada, tratada como inexistente, es decir, el mensaje era: «Está prohibido, y así es como lo tienes que hacer». Y, de vuelta al actual despertar, el peligro reside en que, de forma homóloga, la ideología de libertad personal se combinará fácilmente con la lógica del victimismo (con la libertad silenciosamente reducida a la libertad para sacar a la luz la propia condición de víctima), convirtiendo así en superflua una politización emancipadora radical del despertar, haciendo de la lucha de las mujeres una más en toda una serie de luchas: lucha contra el capitalismo global y las amenazas medioambientales, por una democracia diferente, contra el racismo, etc. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt