El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
miércoles, 1 de enero de 2025
martes, 31 de diciembre de 2024
De las entradas del blog de hoy martes, 31 de diciembre de 2024. Último día del año. ¡Adiós, 2024. Hasta siempre, y gracias!
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 31 de diciembre de 2024, último día del año. Es difícil no dejarse arrastrar por la poderosa inercia de estas fechas; a ver, que levante la mano quien, en algún momento u otro en torno al 31 de diciembre, no se permita un breve repaso del año transcurrido y, sobre todo, un barrunto o esbozo de los 12 meses venideros comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Rosa Montero. En la segunda, un archivo del blog de mayo de 2015, el autor del blog reconocía que aunque quizá sea cierto eso que se dice de que la política es el arte de lo posible, él se lamentaba la decisión adoptada ayer por la mayoría de nuestros diputados socialistas en el Parlamento europeo, y que no dejaba de producirle un enorme desasosiego e incomodidad. La tercera es un poema de la poetisa española Amparo Montejano, que comienza con estos versos: Solo tú y yo sabemos lo que siente mi alma,/fulgor de escondida estrella que brilla y … calla./Solo tú y yo sabemos lo que al dolor escapa:/un cielo, la luz, el aire, un amor … o nada. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt
De balances y proyecciones personales al terminar el año
Es difícil no dejarse arrastrar por la poderosa inercia de estas fechas. A ver, que levante la mano quien, en algún momento u otro en torno al 31 de diciembre, no se permita un breve repaso del año transcurrido y, sobre todo, un barrunto o esbozo de los 12 meses venideros comenta en El País [Como el roble sobrelleva la sed, 29/12/2024] la escritora Rosa Montero. A mí me ocurre, al menos; en estos días siempre hago un pequeño balance del año que se acaba y una proyección a medias temerosa y a medias voluntarista del que comienza. Yo diría que les pasa a muchos; son los famosos propósitos de enmienda de los que se benefician tantos gimnasios, tantas academias de idiomas y tantos nutricionistas especializados en adelgazar, por mencionar solo tres de los negocios más solicitados en el siempre renovado y a menudo fracasado plan de mejora de uno mismo.
Pero acabo de mencionar una palabra clave, el fracaso, que me lleva a otra, más amplia y profunda, sobre la que quería reflexionar en este artículo: la frustración. Digamos que el fracaso tiene un ingrediente público y se desarrolla ante espectadores, mientras que en la frustración la derrota no es visible sino íntima y privada, de modo que quizá nadie sepa, más que tú, que ese ácido está corriendo por tus venas y envenenándote. La frustración, dice la RAE, es la acción y efecto de frustrar, es decir, de privar a alguien de lo que esperaba. Y me temo que ahora voy a sonar tan antigua como la abuelita Ciruela, pero tengo la desasosegada sospecha de que en nuestra sociedad, en el mal llamado Primer Mundo, nos encontramos cada día menos preparados para sobrellevar la frustración. El sistema de consumo acelerado en el que estamos inmersos, ensordecedora y artificialmente amplificado por las redes, nos impulsa a desear de manera loca, a desearlo todo aquí y ahora, sin reflexión ni pausas, sin límite o demora. Y las redes nos hacen ver un mundo mentiroso en el que los demás parecen poseer y ser cuanto quieren de inmediato. O sea, todos están genial, menos nosotros.
Llueve sobre mojado, por supuesto. La insatisfacción es uno de los rasgos distintivos del bicho que somos. Un poco de insatisfacción enardece y aviva, impele a los humanos a llegar a la Luna; pero su exceso, y por lo general se nos va la pinza, es una patología muy destructiva. Una de las frases más estremecedoras de Oscar Wilde dice así: “Para la mayoría de nosotros, la verdadera vida es la que no vivimos”. Seguro que en estas palabras también latía cierta referencia a la terrible sociedad represiva de la época, en la que, por ejemplo, ni gais ni mujeres podían ser quienes de verdad eran, pero sin duda en lo más profundo se refiere a la consabida insatisfacción humana. Y qué horror llegar a perder el sentido de tu realidad hasta ese punto, qué pena desperdiciar la vida, esta vida nuestra tan brillante, breve y única, en obsesionarnos con lo que no tenemos en vez de apreciar y disfrutar lo que poseemos.
Y si Wilde decía en sus tiempos eso, imaginaos ahora. Estamos tan maleducados emocionalmente y crecemos tan ajenos a lo que es cualquier frustración que el hecho de que se haya acabado el sabor del helado que íbamos a comprar puede amargarnos durante un buen rato. A la mitad de los niños los abarrotan de regalos y juguetes antes de que ni siquiera puedan desearlos, y la otra mitad, de economía precaria, viven la carencia como una humillación, como un fracaso público y estridente. Somos unos yonquis del deseo instantáneo. Unos analfabetos en frustración.
Un buen jardinero me dijo un día que, para crecer fuertes y sanos, los árboles tenían que pasar un poco de sed, porque así sus raíces se hundían en la tierra y el tronco se erguía mucho mejor anclado y más poderoso. Vivir es, por definición, perder, no poseer, no completar, no lograr nunca todo. Vamos dejando atrás posibilidades, opciones, sueños no cumplidos, además de nuestra infancia, nuestra adolescencia, nuestra juventud, y así sucesivamente. Gracias a todas esas pérdidas y esas carencias vamos desarrollando otras realidades. Otros presentes que hay que saber habitar. Olvidaos de aprender inglés en el nuevo año: me parece más provechoso aprender a soportar la frustración para así poder crecer mejor, más fuertes y con más raíces. Eso es lo que yo quisiera conseguir en los próximos 12 meses: vivir sin que los deseos desaforados me enloquezcan, no inventar mi futuro, sobrellevar las pequeñas y cotidianas pérdidas como el roble sobrelleva la sed e instalarme con consciencia plena en el presente. Ojalá. Feliz 2025, amigos.
[ARCHIVO DEL BLOG] Equilibrios dialécticos y decepciones. Publicado el 17/05/2015]
Supongo que ese orgullo y satisfacción de la vicepresidenta no fue extensivo al voto emitido por los también diputados socialistas españoles Josep Borrell y Raimón Obiols, que lo hicieron en contra de la Directiva, y de Martí Graus, que optó por la abstención.
El poema de cada día. Hoy, Solo tú y yo, de Amparo Montejano
SOLO TÚ Y YO
Solo tú y yo sabemos lo que siente mi alma,
fulgor de escondida estrella que brilla y … calla.
Solo tú y yo sabemos lo que al dolor escapa:
un cielo, la luz, el aire, un amor … o nada.
Mas, sé que el temor que agita mi cuerpo en calma,
el llorar atormentado, el delirio y la nostalgia,
es fruto ardiente de un beso (mítico) de esperanza.
Llegará el día en que pueda recibir mi parte y… ¡basta!
#
Si tú me escuchas,
si contemplas en mi rostro
el surco de ácidas lágrimas.
Si de veras me has querido,
si tú igualmente has sentido
el dolor que te descarna,
dime sinceramente,
¡dile a la Muerte austera!
que, si hay un muerto por dentro,
¿qué importa el vivo de fuera?
Que venga y calle mi rostro.
Que venga y que apague el alma.
Que venga y que se me lleve…
¡Que arranque la carne! …, agria.
#
Solo tú y yo sabemos lo que siente mi alma,
fulgor de escondida estrella que brilla y … calla.
Solo tú y yo sabemos lo que al dolor escapa:
tú, ¿yo?… La expresión, el arte… ¡La muerte helada!
Amparo Montejano (1975)
poetisa española
lunes, 30 de diciembre de 2024
De las entradas del blog de hoy lunes, 30 de diciembre de 2024
De los otros europeos
Cuenten ustedes cuántos millones de europeos habrá con origen extranjero, comenta en El País [Los otros europeos, 27/12/2024] la escritora Najat El Hachmi. Nacidos ellos mismos o sus padres o sus abuelos en otros continentes. Millones de personas que viven y trabajan no deseando otra cosa que la paz y un futuro mejor para sus hijos. Nosotros, los otros europeos, no vinimos aquí con ningún oscuro objetivo. Y aun así, cada vez que hay un atentado nos vemos en la obligación de dar explicaciones. Cuando los terroristas eran islamistas, porque compartíamos con ellos un origen religioso, a pesar de que lo suyo ha sido siempre pura y simple ideología que nada tiene que ver con la fe que practican nuestras familias. Es una obviedad esta que hay que repetir una y otra vez, aunque tal insistencia tenga poco efecto.
Ahora se da la ironía de que en Alemania un hombre ha arrollado un mercado navideño y, dado que es de origen saudí, la extrema derecha germana sale a las calles a expresar su animadversión hacia sus vecinos con raíces en otras latitudes. Con todo el cinismo del mundo, obvian el hecho de que el radicalismo del terrorista en este caso no es islamista, sino que parece beber, según su perfil en redes sociales, de la retórica de la derecha excluyente y xenófoba.
Así, nos damos cuenta de que para estos ciudadanos que necesitan una y otra vez encontrar un chivo expiatorio contra el que dirigir su ira no importan las ideas, las creencias o el comportamiento de los inmigrantes. Es decir, los hechos no cuentan. Hay que buscar un culpable de todos los males, hay que tener a alguien contra quien dirigir las peores pasiones.
Yo no soy alemana, pero muchos hombres de la zona del norte de Marruecos de la que vengo pasaron buena parte de su vida trabajando en el país de Angela Merkel. Incluido mi abuelo materno, que fue durante 32 años un “trabajador invitado”. Por eso la ropa que yo llevé de pequeña era alemana, y para sus nietos yeddi Mohamed era “el abuelo alemán”.
Pero no sé para qué cuento esto, dado que quienes no se dejan influir por ideologías del odio saben perfectamente que la contribución de los inmigrantes a la construcción de esta Europa es fundamental y que nosotros, sus descendientes, somos tan europeos como el resto.
Y para los que nos odian no hay nada que decir, no hay argumentos, no hay datos, porque su profunda animadversión nada tiene que ver con nosotros, su odio tiene raíces profundas en su propio ser y ni siquiera necesita que la realidad lo justifique.