Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Poeta español
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 4 de octubre de 2024. Cada vez con mayor nitidez, y de forma más acelerada, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, los humanos tenemos evidencia de que vivimos en la Historia; pero esta capacidad, que nos puede parecer consustancial a nuestra condición de seres pensantes y sociales es, sin embargo, relativamente reciente en el devenir de la humanidad. En la segunda de ellas, un archivo del blog de octubre de 2016, se decía que una buena democracia no sólo legitima sino que mejora las decisiones, y que buenos expertos no son los que tienen las grandes respuestas, sino los que ayudan a formular las preguntas que la sociedad y sus representantes deberían contestar. La tercera, es un bello y cortísimo poema (ya saben eso de lo bueno y corto, doblemente bueno) del gran Mario Benedetti. La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todo ello le resulte interesante. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt
Uno. Cada vez con mayor nitidez, y de modos también más acelerados, los humanos tenemos las evidencias de que vivimos en la Historia, comenta en El País [La insoportable velocidad del tiempo, 29/09/2024] el escritor Leonardo Padura. Esta capacidad, que nos puede parecer consustancial a nuestra condición de seres pensantes y sociales es, sin embargo, relativamente reciente en el devenir de la humanidad.
No fue hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX que adquirimos esa posibilidad de sabernos y, sobre todo, de sentirnos “históricos”. Ciertas convulsiones sociales, descubrimientos científicos y adelantos tecnológicos que influyeron en la transformación de la economía, generaron una inédita movilidad de la Historia y nos ofrecieron la facultad de percibir su transcurso en un tiempo que adquirió una velocidad nunca antes alcanzada. Un hombre que un siglo antes hubiera nacido y vivido toda su existencia en una misma condición histórica, alterada tal vez por una guerra o una catástrofe natural, pudo en las décadas finales del siglo XVIII atravesar diversos estadios socio-históricos y tener conciencia de ello. Un proceso de esa índole ocurrió entre los habitantes de las colonias que se convirtieron en la república de los Estados Unidos de América (1775-87) o, de manera mucho más turbulenta, en la Francia que entre 1789 y 1830 —apenas los cuarenta años que podía vivir cualquier persona—, fue escenario de la revolución burguesa que derrocó a la monarquía, la Convención, el Directorio, el Consulado, el Imperio, la Restauración y hasta de otra revolución. En estos dos procesos históricos —que tuvieron consecuencias universales—, además de adquirir esa percepción del transcurso “en vivo” de la Historia, el ser humano también alcanzó la noción de su responsabilidad social gracias a acuerdos tan trascendentales como la Declaración de los Derechos del Hombre firmados por los revolucionarios franceses o la Constitución estadounidense. No es casual, por todo ello, que solo gracias a esas veloces revulsiones y la adquisición de una conciencia de nuestro devenir temporal, surja como género la que llamamos novela histórica, marcado por Waverley, or Tis Sixty Years Since, de Walter Scott, aparecida en 1814.
Dos. Hoy la noción de que vivimos en la Historia nos acompaña de un modo tan visceral que sin dudarlo solemos considerar como trascendentes, justamente históricos, muchos de los acontecimientos entre los que vivimos. Ahora mismo —y a nivel universal— todos entendemos, por ejemplo, que en Estados Unidos se desarrolla una campaña electoral que será histórica y en mucho podrá alterar los rumbos del devenir de esa nación, y hasta del planeta, con la victoria de uno u otro candidato. Será una prueba de fuego del concepto de la democracia y la primera vez en el devenir de esa república, por cierto, en que los ciudadanos podrán votar por un expresidente delincuente, condenado por la justicia de su país.
Muy recientemente, en Pekín, se produjo otro acontecimiento de la mayor importancia, que también alterará los rumbos de la Historia que estamos viviendo y viviremos en las próximas décadas. El Foro China-África, presidido por el líder asiático Xi Jinping, reunió a presidentes y representantas de 50 países africanos y se saldó con el acuerdo de que en los próximos tres años China destinaría unos 700 millones de dólares a sus inversiones en África. El destino del dinero será la cooperación en infraestructura (autopistas, ferrocarriles), agricultura, minería, comercio y energía. Con este acuerdo China se reafirmará como el mayor socio comercial de África, donde ya hay varios países largamente endeudados con Pekín, como Nigeria o Kenia. Fácil resulta concluir que estamos ante una nueva colonización de un continente por una potencia económica que juega con la carta económica (que decide en la política) en el reparto geopolítico del mundo de hoy y de mañana, y lo hace con una eficiencia y rapidez vertiginosas.
Pero la velocidad del transcurso del tiempo, el desarrollo trepidante de la Historia que vivimos los moradores de las décadas finales del siglo pasado y las iniciales del presente (unos cuarenta años, como antes ocurrió con el francés nacido en el Antiguo Régimen o ahora con el ruso nacido soviético) abarca todos los aspectos de nuestras existencias, pues hemos sido testigos no solo de la desaparición del comunismo en Europa del Este, del fin de la guerra fría, del auge del terrorismo islámico, sino y sobre todo de un salto de eras históricas: hemos transitado de las sociedades industriales y analógicas a la sociedad global postindustrial y digital.
Es una verdad dicha y repetida que entre la invención de la máquina de vapor a finales del siglo XVII y su uso industrial, a principios del XIX, transcurrieron más de cien años para que semejante adelanto tuviera efectos económicos y sociales. Vale recordar, entonces, que en nuestro tiempo histórico, los avances tecnológicos y digitales provocan resultados casi inmediatos. Los descubrimientos biotecnológicos, como el mapeo del genoma humano terminado en 2003, permitió, por ejemplo, que unos pocos años después se pudieran elaborar las vacunas que contuvieron la pandemia del coronavirus desatada en 2020.
Mientras, en el universo digital, quizás el más global de todos los existentes en la actualidad y en toda la Historia, cada avance provoca una avalancha casi inmediata de consecuencias capaces de alterar muchos paradigmas, de mover a las sociedades y hasta ciertas prácticas ancestrales. Para hacerlo evidente baste recordar (otra vez) que la creación de las redes sociales han transformado de forma trepidante, entre otros elementos, los flujos de información (se ha descentrado la verdad), el consumo y, en especial, las relaciones personales.
Así, si hace quince, o apenas diez años, la Inteligencia Artificial aun parecía una cuestión de novelas de ciencia ficción, hoy su presencia está alterando la Historia y amenaza hacerlo mucho más, y todo ante nuestros ojos humanos. Entre los creadores artísticos la IA ha desatado adhesiones o fobias, pues su habilidad para traducir textos es hoy una práctica recurrida, pero lo preocupante radica en su capacidad también para generar esos textos, o para componer música, o crear imágenes e incluso editarlas en forma de videos, todo lo cual ya está afectando y afectará de modo impredecible el acto creativo que hasta ayer nos parecía estrictamente humano, casi sublime.
Pero esa misma IA está escribiendo también la Historia del presente e incidirá en la del futuro de modos mucho más dramáticos y profundos. La aptitud de semejante instrumento para crear realidades y afectar las percepciones de nuestros entornos es uno de sus posibles y muy temibles capacidades. Más grave aun y en la misma línea de incidencia está su utilización para generar información destinada al control económico y político de unos ciudadanos que, gracias a esa inteligencia, ya vivimos en el más refinado influjo del Gran Hermano, aunque lo verdaderamente inquietante resulta saber que solo estamos leyendo el prólogo de un libro de muchísimas páginas.
Ahora sería importante saber si en la evolución global de la economía, la política, la tecnología, mientras vivimos la condensación de una Historia que ha roto todos los récords de velocidad, los seres humanos tendremos alguna posibilidad de gestionar un control ante el avance de instrumentos como la IA. Lamentablemente debemos reconocer que tras ese vértigo histórico actúan poderes oscuros aunque (bueno, a veces muy visibles) que difícilmente entenderán de leyes y recatos morales, mientras hacen correr a la Historia hacia un futuro que, siendo optimistas, podríamos calificar de incierto. Leonardo Padura es escritor y premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015.
VICEVERSA
Tengo miedo de verte, necesidad de verte, esperanza de verte, desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte, preocupación de hallarte, certidumbre de hallarte, pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte, alegría de oírte, buena suerte de oírte y temores de oírte.
O sea resumiendo, estoy jodido y radiante, quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa.«
Mario Benedetti (1920-2009)
Poeta uruguayo
Agustín Jiménez era el alcalde de Noblejas cuando yo era niña y llevaba siempre una bufanda roja, comenta en El País [¿Qué le debe el PSOE a Marruecos? (I-II), 18/02/2023-28/09/2024], la escritora Ana Iris Simón en sendos artículos separados en el tiempo por diecinueve meses. Cuando les pregunté a mis padres el por qué, me respondieron que porque era socialista. Aquello contradecía un mantra que oía en casa, “que el PSOE ya no era ni socialista ni obrero”, fórmula a la que años más tarde yo misma añadiría que tampoco español, pues hace tiempo que asumieron que quien manda aquí no duerme en La Moncloa sino en Bruselas, la City o Washington. Pero si mis padres decían que Agustín era socialista y no “del PSOE”, igual es porque lo era de verdad.
Era uno de esos alcaldes de los que se dice que “hizo mucho por el pueblo”, pero no solo por el suyo: también era el encargado del proyecto “Vacaciones en Paz” en Noblejas, gracias al cual muchos tuvimos la oportunidad de acoger niños saharauis. Fue por Agustín que compartí infancia, habitación y juegos durante varios veranos con Fatma y Lehbib, que en septiembre volvían a los campamentos de refugiados en los que habían nacido y en los que, si nadie lo evita, nacerán también sus nietos.
Hasta allí viajó Felipe González en el 76, y les dijo a los saharauis que “su partido estaría con ellos hasta el final”. Décadas más tarde, el presidente del Gobierno más progresista de la galaxia, que en sus propias palabras pasará a la historia por haber exhumado a Franco, le llevó flores a la tumba del genocida Hassan II.
Unas semanas después, el PSOE se ha quedado solo en el Congreso votando en contra de otorgarle la nacionalidad a los saharauis nacidos bajo la soberanía española. Unas semanas antes, habían votado junto a Le Pen en el Parlamento Europeo contra una resolución que pedía libertad de expresión en Marruecos y denunciaba la posible participación del régimen alauí en una trama de sobornos para ganar peso en las instituciones europeas. Pero no es lo único que huele a podrido en Dinamarca: también están las declaraciones de la exministra María Antonia Trujillo defendiendo que Ceuta y Melilla son marroquíes o, sobre todo, la traición del PSOE a los saharauis, con las cesiones primero de Zapatero y luego de Sánchez respecto a su tierra.
A los socialistas parece haberles entrado de pronto un ataque de realpolitik, esa que no aplican en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Se ve que Mohamed VI no es un tirano, que hablar del Gran Marruecos —donde se incluirían, por cierto, las ciudades autónomas y Canarias— es menos grave que mentar la Gran Rusia, que invadir el Sáhara no es tan terrible como invadir Ucrania, porque al Polisario nadie le manda tanques.
La postura de PSOE frente a Marruecos la resumió López Aguilar: “Hay que tragar sapos si hace falta”, dijo hace nada. Aunque esos sapos incluyan tolerar el chantaje, contravenir a la ONU, hacer la vista gorda ante las torturas del sultanato, felicitarlos por matar inmigrantes en la frontera o besar las babuchas de su casta califal golfa, esa que cuelga nuestra bandera al revés.
Escuchando a los líderes de su partido me pregunto qué pensará Agustín Jiménez y qué pensarán todos esos alcaldes de bufanda roja, todos esos socialistas de base que se desvivieron por los saharauis en sus pueblos y viajaron hasta los campamentos de refugiados para llevar placas solares. Y me pregunto, también y como tantos otros, ¿qué le debe el PSOE a Marruecos? Y cuando parecía que no podían caer más bajo, cuando parecía que era imposible hacerlo peor, nos han vuelto a sorprender
En 2016 viajé a los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf. Lo hice para reencontrarme, casi veinte años después, con Fatma y Lehbib, los niños que pasaron varios veranos en mi casa cuando también yo era una niña. Lo hicieron gracias al programa Vacaciones en paz, que cada año permite que cientos de familias españolas acojan niños saharauis.
Del desierto me traje algunas cosas. Un poema de Marcos Ana en la cabeza —ese que dice “recítame un horizonte/ sin cerradura y sin llave”—, un par de collares de dátiles, una conversación sobre Dios al caer la tarde que incluso a mí, entonces atea, me conmovió, las manos pintadas de henna, mucha rabia y un dibujo hecho por la que, durante mi estancia allí, se convirtió en mi guía: la pequeña Fatma, sobrina de Fatma y Lehbib. En la hoja arrancada de un cuaderno, la niña pintó una jaima como en la que dormíamos cada noche. Y, sobre ella, dos banderas: de un lado, la saharaui, del otro, la española. Debajo escribió su nombre y el mío.
Con cada traición del PSOE a ese pueblo hermano vuelvo a ese dibujo, al pasaporte español que me enseñó un anciano saharaui con acento cubano (qué extrañas las terribles dictaduras que se empeñan en ayudar a pueblos aún más pobres que ellos) y al cariño con el que todos en los campamentos me hablaban de España. Así que he vuelto unas cuantas veces en los últimos años: cuando Sánchez le llevó flores a la tumba de Hassan II, cuando tomó partido por Marruecos, contraviniendo a la ONU, en el conflicto con los saharauis, cuando el PSOE se quedó solo en el Congreso votando en contra de otorgarle la nacionalidad a los saharauis nacidos bajo la soberanía española o cuando votaron junto a Le Pen en el Parlamento Europeo contra una resolución que pedía libertad de expresión en Marruecos.
Y cuando parecía que no podían caer más bajo, cuando parecía que era imposible hacerlo peor, nos han vuelto a sorprender: en esta ocasión, negándoles el asilo a más 40 saharauis perseguidos por el reino marroquí. Llevan más de una semana en la sala de inadmitidos de Barajas y entre ellos hay dos niños de uno y dos años y un enfermo. Como destacó Ione Belarra, es incomprensible que en el país que ha acogido a 210.000 ucranios en los últimos dos años o a 40.000 venezolanos, entre ellos Leopoldo López, no haya hueco para estos 40 saharauis.
Cuando Fatma vino a mi casa, en el noventa y pico, era un poco más mayor que los dos niños de Barajas y estaba enferma: tenía una afección ocular que le causaba estrabismo. Nada más llegar, mis padres la llevaron a una oftalmóloga, que les dijo que había que operarla. Al contarle el caso, la doctora se ofreció a renunciar a su salario y cobrarles únicamente las costas de la clínica. La factura fue de 200.000 pesetas, que terminó pagando el Ayuntamiento de Noblejas en otro bonito gesto de solidaridad.
Su alcalde, Agustín Jiménez, llevaba siempre una bufanda roja, según decían mis padres cuando les preguntaba, “porque era socialista”. Con cada traición del PSOE también me acuerdo de él. De todos esos votantes y militantes que, como Agustín, viajaron a Tinduf o promovieron la acogida de niños saharauis desde sus ayuntamientos. Y me pregunto cómo es posible que una niña de seis años que ha crecido en una cárcel de arena, dos carteros como mis padres, una oftalmóloga o un alcalde de pueblo comprendan mejor lo que significamos los españoles para los saharauis y viceversa que las élites del Gobierno más progresista de la Galaxia. Ana Iris Simón es escritora.
¿DE DÓNDE VENGO? RIMA LXVI
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Poeta español