Lo políticamente correcto está de moda. La censura mediática y social, pero también la autocensura personal. Todo el mundo, con las excepciones pertinentes al caso, mide sus palabras a la hora decir lo que piensa por miedo a pasarse o a quedarse corto, a que le tachen de reaccionario o de revolucionario, de fascista o de comunista. Salvo en las redes sociales, donde la cantidad de tonterías escritas y leídas es tan abrumadora que localizar lo realmente importante es tarea imposible. Pero es lo que hay...
Carlos Blanco, periodista y filólogo, publicó hace un tiempo en su blog un artículo recordando que un 14 de febrero, día de San Valentín, de 1989, el imán Jomeini, líder espiritual y político del régimen islámico y revolucionario iraní, había dictado una fetua condenando a muerte al escritor británico de origen indio Salman Rusdhie. Su delito, haber escrito una novela, Los versos satánicos, en la que a juicio del imán iraní se ofendía gravemente al profeta Mahoma y a la fe musulmana.
Veintisiete años después de esa fatídico día, Salman Rushdie sigue viviendo a escondidas, protegido por la policía de los países que visita, y especialmente en Gran Bretaña, su lugar de residencia. La condena de Jomeini sigue vigente, y cualquier musulmán que lo ejecute habrá ganado su lugar en el paraíso.
Hace veintisiete años yo no tenía ni idea de quien era Salman Rushdie, ni me importaban lo más mínimo sus escritos. Pero cuando se produjo la condena de Jomeini, un gesto de solidaridad para con el escritor recorrió como la pólvora Occidente. Y yo me apunté a él. Una veintena de editoriales españolas, como en otros lugares del mundo libre, editaron conjuntamente Los Versos Satánicos. Fue todo un gesto de libertad, de defensa de la libertad de expresión, que no estoy muy seguro de que hoy se repitiera por estos lares y estos tiempos en que imperan el integrismo y el pensamiento reaccionario como norma suprema de comportamiento político. Compré la novela, la comencé a leer, no me gustó, y la dejé abandonada por un algún anaquel de la biblioteca familiar. Pero no me arrepentí, ni entonces, ni luego, ni ahora, de mi gesto de solidaridad para con Salman Rushdie. Volvería a repetirlo con gusto. Sólo años después me atreví con ella y la leí por vez primera. Y de nuevo cinco años después. Y por tercera ocasión al cumplirse los veinticinco años después de la malhadada fetua. Y como en las dos ocasiones anteriores me volvió a encantar. Me reí hasta la carcajada con ella, con su ironía, unas veces fina y elegante, y otras de brocha gorda; con su realismo y con su fantasía desbordante; con su tremenda humanidad y respeto por los seres vivos y con su crítica, divertida, pero despiadada y feroz, de la intransigencia de las religiones, de todas, no sólo del Islam.
En febrero de 2009, con motivo del 20 aniversario de la fetua de Jomeini contra Rusdhie, el gran periodista francés Jean Daniel, director de la revista Nouvel Observateur, publicó en el diario El País un emocionado artículo titulado La lección de Rushdie en el que se hacía eco de la efeméride y reivindicaba a Salman Rushdie y su afamada novela, criticando de paso, a quienes desde Occidente, justificaron la condena de Rushdie, en aquel entonces y aun hoy, por su presunta ofensa a los sentimientos religiosos de una comunidad de creyentes.
Dos semanas antes del artículo de Daniel el mismo periódico había publicado un reportaje del periodista Eduardo Lago, bajo el título de Soy un contador de historias, todo lo demás da igual, en el que el escritor británico contestaba con humor y sinceridad a las preguntas del entrevistador sobre su acontecer vital, como persona y como escritor, desde aquel fatídico día de febrero de 1989.
Les recomiendo la lectura de los encales citados, y si tienen ocasión, también Los versos satánicos, que pueden descargar desde el enlace de más arriba. Estoy seguro de que les encantará. Y de paso le harán un fenomenal corte de mangas a la corrección política y al trasnochado integrismo religioso que corroe nuestra hipócrita y cínica sociedad bienpensante. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt