domingo, 7 de enero de 2024

De una cultura contracultural

 







Hola, buenos días de nuevo a todos, y feliz domingo. Hay voces a quienes las instituciones deben dotar de riego y cuidados, pues cada vez va tornándose más difícil pensar a contramano, en mitad de la precariedad e inestabilidad que nos afecta, escribe en El País la investigadora cultural Azahara Palomeque, voces que, como plantas trepadoras, actúan en las grietas, progresivamente echan raíces y derriban un muro. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt








Por una cultura contracultural
AZAHARA PALOMEQUE
04 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Escribo esta tribuna con gran congoja por el fallecimiento repentino de Francisco Merino Cañasveras, natural de Castro del Río (Córdoba), el pueblo de mi madre y el mío. Pienso en el dolor que debe estar atravesando en estos momentos a sus allegados, más aún durante las fiestas que nos envuelven; pero, sobre todo, fundamente que se haya marchado una persona inteligente desde la humildad que, tras jubilarse después de varias décadas trabajando de camionero en Cataluña, regresó a su tierra para enriquecerla mediante una incansable labor como escritor. Porque Paco —así lo llamaban sus amigos— fue uno de esos migrantes del sur sin apenas escolarización que retornó, y lo hizo cargado de ideas y una inquietud que le llevó a publicar diez libros donde escudriñó los archivos del anarquismo andaluz, recogió testimonios de los vencidos de la Guerra Civil; en definitiva, hiló textos alineados con la memoria histórica, cuando el concepto ni siquiera existía. En nuestra última conversación, hace unos días, apuntaba tranquilo: “yo no bebo, ni fumo; mi dinero lo he gastado en publicar cosas que casi nadie sabía”, con poco o nulo apoyo institucional. Si una cree mínimamente en el destino, hallará un significado especial a su muerte: el infarto le sobrevino mientras presentaba su nueva novela.
La biografía de Paco, que transcurre prácticamente en el anonimato, es tan local como nacional. Representativa de una tradición libertaria latente en forma de lo que algunos denominarían acción criptorroja, alude a un empecinamiento encomiable por contar la historia desde paradigmas alternativos a los hegemónicos, esos que tan huérfanos han dejado a una porción de la población pues, hasta cierto punto, la democracia se ha articulado sobre los cimientos discursivos promovidos por el franquismo, y de esos lodos nacen muchos de los problemas que atenazan a la praxis política de nuestro país. Si, en un primer período, el dictador se valió del mito de las dos Españas y un presunto cainismo que nos conduciría genéticamente a la aniquilación del vecino, comenzando en los años sesenta del siglo XX las soflamas a favor de la manida “reconciliación”, paseada bajo el eslogan de los 25 años de paz, consiguieron enraizar en el imaginario colectivo, de manera que la exigencia del mínimo acto de justicia restaurativa se considerase una afrenta nacional. Esa “paz” mal entendida —ya que se levanta sobre un sufrimiento inenarrable— siguió perpetuándose durante la Transición, y hasta hoy pueden leerse sus variantes desmigadas en placas que homenajean a represaliados por el régimen, o en los carteles del mismísimo Belchite, ruina monumental del olvido y una victoria dictatorial sin concesiones. Un pueblo hambriento y privado de derechos puede ser pacífico; su situación seguirá siendo igualmente aciaga.
En los últimos tiempos, ha brotado una corriente de ficciones (literarias, cinematográficas…) cuyo énfasis en las víctimas del heterogéneo bando republicano intenta devolverles cierta dignidad; sin embargo, ese destello del cadáver sobre el vivo, o de la aflicción sobre la reparación, a veces arrumba una comprensión más compleja de los fenómenos que fomente, en la actualidad, valores democráticos. Que buena parte de la ciudadanía continúe identificándose con principios autoritarios responde, parcialmente, al fracaso de nuestras políticas culturales a lo largo de lustros, lo cual tiene consecuencias directas en el funcionamiento de las instituciones y, entre otras cosas, en el calibre de una oposición al Gobierno de la que es imposible esperar ningún pacto de Estado. De ahí que los relatos derivados de la contienda erróneamente bautizada como fratricida —de quién eran hermanas las potencias internacionales involucradas— sean cruciales también ahora: no se trataría exclusivamente de revivir las “batallitas del abuelo”, sino de mejorar la articulación de la democracia. Más allá de la lid, rescatar las experiencias de los exilios en figuras que apenas permean nuestras conciencias —Max Aub, Luisa Carnés, entre tantos otros—, aprehender su interacción con los territorios de acogida y forjarnos así un mapa geopolítico diacrónico, o liberar a la Transición de su adjetivo “modélica” a partir de la recreación imaginativa de las luchas vecinales o del antiotanismo ayudaría a remediar unas carencias culturales cada vez más peligrosas a la luz de una derechización global marcada por un contexto de crisis que precisa, urgentemente, de grandes consensos frente al aumento del malestar social y su potencial instrumentalización fascista.
Hacer cultura debe pasar por incluir un gran número de voces alternativas, emergentes y consagradas; por valorizar lecturas heterodoxas y no tanto los volúmenes que el o la influencer de turno haya colocado en su estantería; por resucitar de ultratumba lo que un día fue contracultural, desde la poesía de Patricia Heras hasta los estudios flamencólogos de Antonio Orihuela, sin renunciar a las reflexiones conservadoras de los arrepentidos del franquismo, como Dionisio Ridruejo. El tiempo que se ha perdido no lograremos recuperarlo, pero tal vez la instauración de un tejido poroso, donde quepa la diversidad y el disenso cordial, nos permita vislumbrar un futuro más halagüeño, ese anhelo que alimentó la tarea autodidacta de Paco. Este señor antes de conducir un camión fue obrero en una fábrica textil, y me explicó detenidamente los miles de litros de agua que emplea cada prenda en su confección: “¡una locura! ¡y todavía no se ha hecho nada al respecto!”. Quizá lo más sorprendente de su pensamiento fuese esa habilidad para integrar las reivindicaciones de antaño con las contemporáneas, esta vez en lo que se refiere a la sequía, gestionada de forma nefasta, que asola nuestras regiones. Su ecologismo nos habla de la necesidad de una educación medioambiental orientada a menguar la adherencia masiva al consumismo y la destrucción acelerada de la biosfera, cuyos regalos van escaseando. Para ello, de nuevo, es apremiante elaborar un corpus narrativo lleno de cosmovisiones otras que expanda un margen de posibilidad hoy limitado a la distopía.
Entre la memoria tan restrictiva y la falta de fábulas que se adecúen a las emergencias reinantes, hemos visto cómo una nación, Estados Unidos, es incapaz de saldar las deudas con el racismo en que se funda y toda demanda por la igualdad se transforma en insulto, materializado en la palabra woke. Una mala traducción del término se utiliza ahora en España por parte de una derecha que suma su raquítica tradición democrática al colonialismo cultural proveniente del país norteamericano, aunque del otro lado también se pueda recobrar la obra de la bióloga Rachel Carson, autora de un libro capital sobre el daño causado por los pesticidas, Primavera silenciosa; las novelas y ensayos del activista negro James Baldwin; la literatura chicana; o el legendario mitin ofrecido por Bobby Kennedy contra el PIB, medidor falaz del bienestar. Voces incómodas que un día alcanzaron una gran repercusión en la conquista de derechos; voces que, como plantas trepadoras, actúan en las grietas, progresivamente echan raíces y derriban un muro; voces a quienes las instituciones deben dotar de riego y cuidados, pues cada vez va tornándose más difícil pensar a contramano, en mitad de la precariedad e inestabilidad que afecta a quienes nos dedicamos a esa cosa llamada cultura. Porque, si no se cuenta con un soporte básico, la docilidad está asegurada, y con ello la pervivencia de lo (indeseable) mismo. Bien lo sabía Paco, que sólo pudo abrazar completamente las letras tras la jubilación. RIP, compañero. Azahara Palomeque es escritora. 


























[ARCHIVO DEL BLOG] El problema de la desmemoria (histórica). [Publicada el 30/12/2017]











La desmemoria no cesa. Pese al tiempo transcurrido desde la Guerra Civil, parece que aún no se puede hablar de nuestros asesinados y de nuestros asesinos sin una emoción que conlleve la tentación de olvidar a los asesinados y a los asesinos de los otros, escribe en El País Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, abogado, empresario y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.En España la memoria histórica brilla por su ausencia, comienza diciendo. No es ya el olvido sino, como diría Sor Juana Inés de la Cruz, algo peor, la negación de la memoria. Y la memoria histórica que reivindico no es la memoria de ninguna de esas dos Españas que helaban los corazones, sino una memoria que integre la de todos y alumbre nuestro pasado para que nuestro hoy y nuestro mañana sean diferentes.
La Ley de Memoria Histórica es uno de los textos menos leídos y más citados de nuestra legislación. En su exposición de motivos invoca “el espíritu de reconciliación y concordia que guió la Transición”, ese espíritu que da sentido “al modelo constitucional de convivencia más fecundo que hayamos disfrutado nunca”. También manifiesta que ha llegado la hora de que “la democracia española y las generaciones vivas recuperen para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos, por unos u otros motivos políticos o ideológicos o de creencias religiosas”. Y, finalmente, establece que esta Ley debe inspirar las políticas públicas dirigidas al conocimiento de nuestra historia.
Leí, hace años, un artículo sobre la memoria histórica del excelente escritor Manuel Rivas, en el que se preguntaba por qué despierta tanta hostilidad la memoria histórica en la derecha española, y reivindicaba una memoria democrática identificada con la búsqueda de los restos de los asesinados por los franquistas. Me lo ha hecho recordar un reciente artículo suyo en el que casi reproduce el anterior.
El autor contrapone la mirada del relato histórico a la memoria literaria, inclinándose por ésta, porque fomenta “lo vivido y lo imaginado”. Esta subordinación del esfuerzo por averiguar la verdad, que conforma la ciencia social de la historia, en favor de lo que califica como “presente recordado”, es peligrosa. En palabras de otra gran escritora, Rosa Montero, “recordar es mentir”, pues “la memoria es un prestidigitador, un mago experto en escamoteos”. Tampoco es defendible que la memoria democrática se reduzca a la búsqueda de los asesinados de un sólo bando.
Pertenezco a la generación que hizo la Transición, y milité siempre en la oposición democrática a la dictadura desde posiciones progresistas. ¿Por qué despierta hostilidad la memoria histórica en un sector de la derecha española?
La república democrática de 1931 se quebró en 1934, cuando una parte de la izquierda española no aceptó el resultado de las elecciones generales y propició un golpe de Estado revolucionario. En 1936, tras el asesinato de Calvo Sotelo, estalló la rebelión militar, y el Gobierno renunció al monopolio de la fuerza armando a los sindicatos y partidos políticos. Esta decisión, que atentó contra la esencia de un Estado de Derecho, tuvo trágicas consecuencias. A partir de ese momento, tanto fascistas y sus compañeros de filas, como socialistas, comunistas y anarquistas, cometieron miles de asesinatos, tantos que es difícil encontrar hoy un español que no tenga en su familia asesinados, incluso de ambos lados, y también, aunque el olvido aquí resulta comprensible, asesinos o cómplices de esos crímenes. Estas masacres generalizadas se complican si recordamos que los anarquistas no sólo fueron asesinados por los fascistas sino también por los comunistas.
Por mi lado, mi abuelo materno tenía 70 años en 1936 cuando fue violentamente sacado de su casa por unos milicianos, ante la despavorida mirada de sus hijos menores de edad, para ser fusilado ante la tapia del cementerio de Aravaca. Pertenecía a una familia liberal que, en el siglo XIX, había conocido el exilio, la persecución y también el fusilamiento con gobiernos absolutistas. Tengo que agradecer a mi madre que no me contara con detalle este suceso, y que apartara de mí cualquier resentimiento. Al morir, ya muy anciana, descubrí entre sus papeles la lista oficial con los nombres de los asesinos, y decidí romperla.
Mi abuelo Marañón, uno de los tres fundadores de la Agrupación al Servicio de la República, cuando murió Calvo Sotelo le escribió a su amigo, y ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo,: “El vil, el infame asesinato de Calvo Sotelo por los guardias de la República, a los que todavía no se ha condenado, por lo que el Gobierno da la sensación de una lenidad increíble, nos sonroja y nos indigna a los que luchamos contra la Monarquía, ... España está avergonzada e indignada... Esto no puede ser. Todos los que estuvimos frente a aquello tenemos que estar frente a lo de hoy... No somos los enemigos del Régimen, sino los que luchamos por traerlo, ni los fascistas, sino los liberales de siempre, y por eso hablamos así ahora”. Meses más tarde, después de haber sido conducido a una checa de la que salió trémulo y sin articular palabra, el gobierno de la República le facilitó, junto a Ramón Menéndez Pidal y a sus respectivas familias, la salida de España porque no estaba en situación de defender sus vidas. Permaneció seis años en el exilio y sus bienes fueron incautados por el Gobierno franquista, que también le despojó de su cátedra universitaria y de su puesto en el Hospital Provincial.
Al terrible período de la Guerra le siguieron casi cuatro décadas de dictadura. Como escribió el poeta “el tiempo engendra décadas … aunque aquella admirable unidad de medida, que Tito Livio usó para narrar la historia de Roma, parece algo desproporcionada para distribuir la vida de cualquiera de nosotros”. En efecto, aquel periodo de tiempo, que cada vez nos parecerá, en términos históricos, más corto, truncó la vida de muchos españoles.
Pese al tiempo transcurrido, parece que aún no se puede hablar de nuestros asesinados y de nuestros asesinos sin una emoción que conlleve la tentación de olvidar a los asesinados y a los asesinos de los otros. Seamos quienes seamos, los unos y los otros. Sin embargo, hay una verdadera urgencia cívica para que los españoles de hoy asumamos por fin los horrores de la guerra civil y de los cuarenta años de dictadura sin separar a unas víctimas de otras, comprendiendo lo que sucede cuando el odio se apodera de nuestra convivencia. Ese odio que ha vuelto a aparecer en Cataluña dividiendo a los catalanes con los mismos sentimientos cainitas que la Transición quiso superar.
La memoria histórica, cuando se aborda fragmentada por los herederos de una de las dos Españas, constituye el mayor obstáculo para que se imponga definitivamente la consigna final de Azaña, “Paz, piedad, perdón”, un olvido que no es desmemoria sino reconciliación. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











sábado, 6 de enero de 2024

De la prudencia en política

 








Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz sábado. Es, sin duda, muy recomendable compatibilizar la prudencia política (que también es una virtud moral) con el derecho público, escribe en El País el filósofo José Luis Pardo, porque la amnistía no es en sí inmoral, lo inmoral es su justificación, y parafraseando al poeta, quienes caminan saltando abismos corren el riesgo de caer al vacío. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com








Política sin abismos
JOSÉ LUIS PARDO
03 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

People who jump waterfalls sometimes can make mistakes
Aunque Máriam Martínez-Bascuñán (Al otro lado del abismo, 15 de diciembre de 2023) parece referirse a un artículo mío del día anterior (El espíritu de las leyes), no estoy seguro de haber escrito el texto que ella ha leído. Primero, porque problematiza la idea de moral pública de Rousseau, a quien yo ni siquiera nombraba, y que no es mi referencia para concebir el pacto social. Segundo, porque se opone a la “hipermoralización de la discusión pública” (el enfrentamiento entre doctrinas morales incompatibles que divide a los ciudadanos en buenos y malos), que ejemplifica con el “muro de contención” construido por Pedro Sánchez, y se declara partidaria del “pluralismo razonable” de John Rawls. Pero en mi tribuna yo también deploraba esa “moralización”, justamente porque al convertir el debate político en disputa moral cuestiona las instituciones, que no pueden resolverlo, y lo sustituye, como ella señala con acierto, por un conflicto emocional. De modo que el consenso implícito que yo denominaba repetidamente “moralidad pública” no es en absoluto una doctrina metafísica ni un calentón pasional, sino exactamente lo que Rawls designa con esa misma expresión (overlapping consensus), es decir, lo que pueden compartir en el ámbito público ciudadanos cuyas creencias privadas son dispares.
A mí, como a ella, me parece insuficiente (¿sería exagerado decir “inmoral”?) la justificación que el PSOE ha dado de sus medidas políticas. Pero, a diferencia de Martínez-Bascuñán, tampoco creo que quepa dar de ellas una justificación estrictamente política por sus consecuencias. Ella advierte que para hacerlo se han de dejar de lado las razones jurídicas, dado que los jueces tienen un “desprecio olímpico por las consecuencias”. Como todos los que exigen “soluciones políticas y no judiciales” para los problemas políticos, olvida que el poder judicial es tan político como los otros dos del Estado. Entre sus funciones está la de garantizar la legalidad de los poderes públicos, es decir, su legitimidad política. Fue por quebrantar esa legalidad, y no por razones morales, por lo que los líderes del procès fueron condenados, como respuesta política a un problema político. Y es por ello que sugerir una vía para el poder político al margen de esos guardarraíles crea un desgarro en el vínculo social que, como señala Martínez-Bascuñán, “está violentando las costuras de nuestra democracia, horadando nuestro núcleo liberal”, porque enfrenta al poder ejecutivo y al legislativo con el judicial. De admitirse semejante conflicto, decía Kant —que es mi referencia para el concepto de pacto social—, las razones de la política se reducirían a unas “máximas con las que elegir los medios más idóneos para los propósitos de cada cual calculados en función del propio provecho”.
“Evaluar por las consecuencias” equivale aquí a aceptar que el fin justifica los medios, contra la sensata afirmación de Camus de que en política son los medios (en palabras de la articulista: “el respeto a los procedimientos, al Estado de derecho o a la separación de poderes”) los que justifican el fin, porque la política sólo es legítima si circula por los raíles del derecho. Al sostener que “sólo el tiempo dirá” si las razones de Pedro Sánchez “fueron malas en términos de la convivencia en España, de la crispación o la polarización”, se nos pide un acto de fe (que es una virtud moral) en su éxito. Porque sólo si las consecuencias son buenas y cesa la polarización podrá llegarse a un acuerdo para tal evaluación, pues en caso contrario ni siquiera un verificador internacional podría establecerla. Es, sin duda, muy recomendable compatibilizar la prudencia política (que también es una virtud moral) con el derecho público, que (¡qué le vamos a hacer!) se inspira en principios morales, pero —sigue diciendo Kant— “se puede pensar esa compatibilidad en un político moral, que hace coexistir los principios de la prudencia con la moral, pero no en un moralista político, que se forja una moral a la medida de lo que resulta conveniente para provecho del político”. Esta amnistía no es de suyo inmoral, lo inmoral es precisamente su justificación.
Puedo imaginar, como mi interlocutora, un abismo con dos lados (“la España de charanga y pandereta” y “la España del cincel y de la maza”, por ejemplo), ambos al borde del precipicio. Pero en este contexto metafórico sólo hay una manera de hacer lo que ella llama “tirar para el otro lado del abismo”: saltar desde el lado en el que estamos para intentar aterrizar en el otro. Yo no recomendaría esta estrategia, no sólo porque los dos lados  sonmuy semejantes, sino porque, parafraseando al poeta, quienes caminan saltando abismos corren el riesgo de caer al vacío. José Luis Pardo es filósofo.









De la estupidez artificial

 








Hola, buenos días de nuevo a todos, feliz sábado y feliz día de Reyes. Lo tenebroso no son las nuevas formas de trabajar, escribe en El País refiriéndose a la inteligencia artificial el politólogo Víctor Lapuente, sino las viejas lecciones de vida que trajeron las tecnologías pasadas y que no hemos aprendido, pues para conseguir una prosperidad compartida no necesitamos tanto un cambio de política o economía, como de filosofía: poner a la persona en el centro de la máquina. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com













Estupidez artificial
VÍCTOR LAPUENTE
02 ENE 2024 - ​El País - hArendt.blogspot.com


Lo que da miedo de 2024 no es la inteligencia artificial, sino la estupidez humana. Lo tenebroso no son las nuevas formas de trabajar y relacionarnos que traerá la tecnología futura, sino las viejas lecciones de vida que trajeron las tecnologías pasadas y que no hemos aprendido. Y la principal es que cualquier cambio disruptivo ocasiona ganadores y perdedores y, si no te toman medidas proactivas, la enorme riqueza que genera una tecnología, como los molinos medievales o las máquinas de tejer en la revolución industrial, acaba en las manos de una élite y no de los campesinos, obreros o hiladoras.
Es la advertencia que Daron Acemoglu y Simon Johnson hacen en su libro Poder y progreso. Los datos apuntan a un aumento de la desigualdad tanto entre personas como entre territorios. Por ejemplo, en EE UU, el 90% del crecimiento en el sector de la innovación se produce en tan solo cinco ciudades (Boston, San Francisco, San José, Seattle y San Diego), cinco oasis cada vez más luminosos en el creciente desierto en el que se convierte el continente norteamericano.
La robotización está eliminando y precarizando trabajos a la velocidad de un nanosegundo en el metaverso, pero no es inevitable. La inteligencia artificial puede tener dos efectos contrarios sobre el mercado laboral: automatizar los trabajos que hacen los humanos para, así, sustituirlos (como con los cajeros de supermercados) o aumentar los trabajos facilitando dispositivos tecnológicos a las personas que hagan más valiosos sus puestos de trabajo. Es lo que ocurre cuando se facilitan aparatos de radio-imagen a los sanitarios para que los usen en visitas a domicilio, o software complejo a los mecánicos de coches.
Y, hasta ahora, automatizar ha sido la prioridad sagrada. Pero no es solo de las empresas privadas, obsesionadas por reducir costes laborales, sino también de las administraciones públicas y los organismos que financian los proyectos científicos de inteligencia artificial. El ingenio que se suele premiar con una beca o un trabajo es el de quien es capaz de desarrollar un algoritmo que haga lo mismo que una persona a un coste inferior. El objetivo es derrotar al ser humano, no hacerlo más productivo.
Para conseguir una prosperidad compartida no necesitamos pues tanto un cambio de política o economía, como de filosofía: poner a la persona en el centro de la máquina. Víctor Lapuente es politólogo.





























[ARCHIVO DEL BLOG] Palabras como regalo de Reyes. [Publicada el 06/01/2018]










“Pachuchos” puede ser una comida para perros; “aguacero”, ni gota de agua; y “universo”, un poema de una línea, escribe en El País Álex Grijelmo (1956), escritor y periodista, doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. El genio del idioma español también se divierte, comienza diciendo. Ya sabemos que, por un lado, ese personaje misterioso dicta ciertas normas mágicas que millones de hablantes obedecen sin darse cuenta. Por ejemplo, ha decidido que nuestros vocablos patrimoniales no formen plurales como “árbols” o “relojs”. Pero, por otra parte, el gran encantador de la lámpara maravillosa del lenguaje también es capaz de inventar juegos de palabras y poseer para ello las mentes desavisadas de José Luis Coll, Les Luthiers o Luis Piedrahita, sin excluir cualquier otra cabeza invadida por el ingenio del genio.
En el Diccionario de Coll (1975) supimos que “pateo” es “negar a Dios con los pies”: con Les Luthiers aprendimos que se dice “monólogo” cuando habla uno, pero que si lo hacen dos se trata ya de un “biólogo”, y Luis Piedrahita ha imaginado el término perfecto para definir la enfermedad de aquellas personas que acumulan en casa decenas de botes de gel robados en los hoteles: el síndrome de Diógeles. (Hallazgos como éste menudean en su espectáculo Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas o en su último libro: Cambiando muy poco, algo pasa de estar bien escrito a estar mal escroto).
Sin embargo, el aprendizaje de algo tan juguetón como la lengua se convierte para muchos escolares en un empeño desalentador. Ciertas gramáticas que sufren los alumnos incluyen frases como éstas: “El complemento de régimen verbal es un sintagma preposicional que se forma mediante la preposición que exige el verbo y un sintagma nominal”. “El complemento predicativo es un sintagma adjetivo que complementa a los verbos predicativos y concuerda en género y número con el sintagma nominal”. Ningún niño puede amar la lengua así.
La gramática no tiene por qué ser un potro de tortura en el que se exija a los alumnos clasificar oxítonas, paroxítonas y proparoxítonas; clíticos, enclíticos y proclíticos; las parasintéticas, los deícticos, los transpositores y otros sintagmas diversos.
Si niños y niñas disfrutan con los juguetes, hagamos primero que jueguen con la lengua. Y dejemos para mucho más adelante los términos técnicos y precisos con los cuales se entienden los gramáticos entre sí (mucho tiempo después de haber sido niños, claro).
Fue sorprendente el ejemplo de los escolares asturianos que participaron en los homenajes a Les Luthiers con motivo del premio Princesa de Asturias que recibieron en Oviedo el pasado octubre. Sus profesores y la fundación que organiza los galardones los convocaron a jugar con las palabras, y consiguieron recrear más de 4.000 términos.
Así, “pachuchos” pasó a ser una comida para perros; el “leotardo” da nombre a un leopardo de reacción tardía; la “buhardilla” representa una mezcla de ardilla y búho; la “encuesta” refiere una subida muy pronunciada; “aguacero” no puede significar otra cosa que “ni gota de agua”; el “universo” es un poema de una sola línea, y se llama “solfatear” a lo que hace el perro de un músico cuando está buscando el sol.
Vale la pena que en el año nuevo los niños jueguen con el lenguaje y con la gramática como con un amigo y una amiga, tal vez con el apoyo del Diccionario de Coll, los vídeos de Les Luthiers o los libros de Piedrahita. Tal vez así digan orgullosos en el colegio que los Reyes Magos les han traído unos juegos estupendos: los juegos del idioma. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt










viernes, 5 de enero de 2024

De la verdadera historia de un beso

 








Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz viernes. La comunidad tuitera comenta la muerte a los 93 años de Françoise Bornet, la mitad de la célebre foto del beso en París realizada por Robert Doisneau en 1950 que dio la vuelta al mundo, pero la imagen tenía truco, afirma en su artículo de El País la escritora Natalia Junquera. Merece la pena leerlo. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com










Historia de un beso
NATALIA JUNQUERA
05 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Las mejores ideas, como los Reyes Magos o el amor, suelen durar poco, o menos de lo que desearíamos. Crecer es, de alguna manera, dejar de creer, pero una vez perdida la fe, permanece el recuerdo, que es otra forma de ilusión. Las redes sociales dejan estos días buenos ejemplos de ello.
En varios idiomas (francés, inglés, alemán, portugués, español...), vecinos de distintos rincones del mundo comparten en X (antes Twitter) la misma noticia: ha muerto, a los 93 años, Françoise Bornet, la mitad de la célebre foto del beso en París realizada por Robert Doisneau en 1950. Es una de las imágenes más reproducidas y vendidas de la historia de la fotografía —figura en carteles, carcasas de móvil, fundas de cojín...— porque retrata —o porque se convirtió en— un patrimonio universal: la imagen mental que los parisienses y gente que jamás ha pisado la capital francesa tiene del amor. De ahí que para buena parte de la comunidad tuitera Françoise Bornet sea un personaje familiar, una muerte a lamentar en público.
La foto, magnífica, creció gracias a lo que espectadores de todo el mundo proyectaron sobre ella, pero, como en los Reyes Magos, que llevan varios días en el trending topic, detrás había más ilusión que realidad. Lo explicaba el historiador Fernando Siles (@itineratur, 113.000 seguidores) en un excelente hilo de X recuperado estos días y que acumula miles de retuits y favoritos. En él, relata resumidamente: “Un día, la revista Life le pide un reportaje de enamorados en París, y al día siguiente, está contratando unos actores porque no les vas a explicar a los americanos que eso no es nada fácil [corría 1950]. Hace como si estuviera sentado en la terraza de un café, con el Ayuntamiento al fondo, esperando que ocurriera algo extraordinario. Paga a los jóvenes, envía las fotos, cobra su dinero, archiva las fotografías y se olvida. Pasan 30 años. Le piden permiso para vender pósteres y, sin saber bien cómo, acaba en las paredes de las habitaciones de los adolescentes de medio mundo. Doisneau no para de recibir cartas de personas que se reconocen en la foto. Hasta se escribe una novela sobre ese fenómeno. La verdadera pareja se presenta. Son Françoise Bornet y Jacques Carteaud”.
Las hijas del fotógrafo custodian ahora su archivo. Una de ellas, Annette, ha explicado que odia con todas sus fuerzas la instantánea que dio fama mundial a su padre. El motivo es el juicio al que Bornet le llevó por los derechos de imagen. Doisneau ganó porque el tribunal estimó que a ella no se la reconocía en la foto y porque el hombre que la besaba entonces —y que le tapa buena parte de la cara— declaró a favor del artista. La pareja se había separado meses después del retrato. “A mi padre”, contaba Annette, aquello “le costó la vida. Nunca pudo entenderlo. Aunque murió de un problema hepático, en el fondo fue la tristeza lo que acabó con él”.
En su hilo de X, Siles recuerda que Doisneau, conocido como el fotógrafo de lo cotidiano, confesó una vez: “Yo no retrato la realidad como es, sino como me gustaría que fuera”. En el documental A través de la lente, un recorrido sobre su vida y obra, queda claro por qué: con siete años murió su madre, su padre se volvió a casar y su madrastra nunca fue cariñosa con él. Vivió dos guerras mundiales, la Gran Depresión... y poco después de empezar a hacer estupendos reportajes para periódicos de París, tuvo que irse a trabajar como fotógrafo al lugar menos romántico: una fábrica de coches. En cuanto pudo, buscó retener, con ayuda de su cámara, esa belleza que se escurría, al igual que se escapa la infancia, convirtiendo cada paseo en la oportunidad de encontrar algo extraordinario, como si todos los días fueran la mañana de Reyes. Natalia Junquera es escritora.