jueves, 23 de noviembre de 2023

De las dictaduras de verdad

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor y académico Antonio Muñoz Molina, va de las dictaduras de verdad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Golpe a golpe de Estado
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
18 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Desde el otro lado del río, nada más bajar del taxi, lo que estoy viendo es un edificio real y un recuerdo de hace 43 años. Llueve fuerte y hace mucho viento en la mañana de San Sebastián, y el paraguas que me han prestado en el hotel ofrece una protección insegura. Tengo apenas dos horas antes de salir hacia el aeropuerto, pero al llegar aquí ha desaparecido toda urgencia, igual que han desaparecido las voces del presente, las que durante todo el día de ayer y desde primera hora esta mañana me han asaltado con una intermitencia más agresiva que la de esta lluvia cantábrica. En la radio del taxi las voces repiten insultos broncos y chistes chabacanos, denuncian y vaticinan la dictadura inminente, el golpe de Estado, el derrumbe del país. He visto gesticulaciones demagógicas en las pantallas sin sonido del aeropuerto. He entrado en el taxi en San Sebastián, vislumbrando de golpe y desde arriba, en una curva de la carretera, la amplitud azulada y los colores atenuados de postal de la bahía de la Concha. Reconocía y nombraba los montes, Igueldo, Urgull, la mancha blanca del Club Náutico, las torres de Santa María sobre los tejados de la Parte Vieja. Y mientras la memoria me llevaba hacia los días de mi juventud en la ciudad, el tirón del pasado se malograba en parte por la intromisión de las voces del presente, las más templadas o sensatas perdiéndose en el griterío de la bronca.
Una parte de mí estaba en la San Sebastián de ahora, en su lujosa dulzura de vivir, en la intensidad peculiar de encontrarse uno de nuevo en una ciudad en la que fue muy joven y aprendió cosas decisivas; la otra seguía alerta al bajo continuo de la sesión de investidura, en el mareo y el exceso de las voces de los parlamentarios y los informadores y los comentaristas de las tertulias, los hooligans desbocados y los especialistas en añadir leña al fuego y en esparcir tanta gasolina como sea posible, a fin de acelerar la llegada del desastre que ellos mismos profetizan. En la plaza del Buen Pastor busco la esquina donde estuvo la pequeña librería donde compré en febrero de 1980 la edición de Alianza de El cine según Hitchcock, de Truffaut, que cabía tan cómodamente en los bolsillos espaciosos del uniforme de faena. En los soportales me acordé de aquellos activistas de ¡Basta Ya! que en ese mismo lugar se concentraban con minoritario heroísmo cada vez que había un asesinato terrorista. Pasé por el lugar donde estuvo la primera Lagun y junto a la entrada de un cine en el que asistí, en una sala muy grande en la que se distinguían las cabezas dispersas de tres o cuatro espectadores, a una de las primeras proyecciones de Arrebato, de Iván Zulueta. Yo era un soldado literato y cinéfilo que se refugiaba de las asperezas cuartelarias, y de la realidad pública muchas veces pavorosa del terrorismo y los brotes fascistas y golpistas, en una oficina de muebles destartalados en la que había una máquina de escribir. El soldado por obligación vivía en un trato obsesivo con el calendario en el que tachaba victoriosamente una fecha más al final de cada día. A la impaciencia de irse, a la exasperación por la lentitud del tiempo, se sumaba el miedo constante a la posibilidad de un golpe de Estado militar, en aquella democracia tan frágil, tan poco asistida internacionalmente, acosada por pistoleros y matones de todas las calañas, todos ellos dispuestos a derramar sangre por alguna de sus patrias respectivas, preferiblemente la sangre de otros.
Ayer la Concha era una estampa risueña de verano tardío y calentamiento global. Esta mañana se había cerrado el horizonte y el arco abierto de mar color pizarra rompía en la playa agrandada por la marea baja, al filo de la arena lisa con un brillo de espejo. Puse la televisión y continuaba el debate, por llamarlo de algún modo. Quité el volumen para seguir oyendo el clamor rítmico de las olas rompiendo contra la orilla. Había gente temeraria y vigorosa que se lanzaba a nadar o tripulaba piraguas. A pesar del mal tiempo, la vida diaria no se interrumpía en el paseo marítimo: caminantes, ciclistas, paseadores de perros, gente atareada con gabardinas y carteras bajo los paraguas. En el restaurante se dilataba sin prisas el ritual de los desayunos, las voces atenuadas, el ruido de tazas y cubiertos, las conversaciones en idiomas diversos, el café con leche bebido pensativamente junto al ventanal, mientras en un televisor sin volumen que nadie miraba seguía el debate.
Entonces miré el reloj y en un arrebato decidí ir al cuartel del que había salido corriendo como un fugitivo hace 43 años, en el barrio de Loiola. En la radio del taxi, un célebre charlista venenoso hablaba de dictadura, de golpe de Estado, de traición a España. El taxi atravesaba barriadas de urbanismo apretado y confuso que no existían cuando yo era soldado. Se detuvo, y antes de bajarme vi borrosamente el cuartel tras el cristal. Todo se mantenía idéntico: el puente, más corto de lo que yo recordaba, el lento Urumea de color de barro y el verde oscuro de la vegetación de las orillas, los dos edificios gemelos, con filas regulares de ventanas y torreones de ladrillo, de una arquitectura noble, entre el neomudéjar y el racionalismo.
Un suboficial se ofreció muy amablemente a enseñarme los patios. El espejismo plano del recuerdo cobraba profundidad y dimensiones tangibles. En una de aquellas ventanas que ahora no podía identificar había estado mi oficina. Las escalinatas de acceso a las compañías estaban clausuradas, aquellos peldaños por los que bajábamos en masa con un fragor masculino de estampida. Reinaba una sensación de soledad, de espacio excesivo. El suboficial señaló un grupo de soldados que estaban formando y me dijo que en unos pocos días iban a salir a una misión internacional en Líbano. Me vi a mí mismo con la edad de esos muchachos, en la tensión de los días peores, cuando nos mandaban a formar por sorpresa, a deshoras, las cornetas resonando en todos los altavoces del cuartel, cuando arreciaban los rumores sobre un golpe de Estado. Estaban muy frescos los ejemplos de Chile, de Uruguay, de Argentina. Imaginábamos que llegaba el momento temido, que nos hacían subir con correajes y armamento a aquellos camiones militares tan viejos y nos hacían ocupar las calles de San Sebastián, cumplir tal vez órdenes atroces.
No era una fantasía del miedo. Yo crucé a toda prisa el puente del Urumea tirando al río el candado de la taquilla, como era de precepto, en diciembre de 1980, y apenas dos meses después llegó el conato de golpe militar que todo el mundo estaba prediciendo. Quienes lo prepararon, lo alentaron, quienes lo habrían servido en calidad de esbirros o de carceleros y matarifes si hubiera triunfado, usaban el mismo lenguaje de patriotería apocalíptica que se ha vuelto a escuchar ahora en el Parlamento, en las tertulias extremistas, en las calles de Madrid. Sobre la solidez de este Gobierno y la lealtad de sus precarios aliados nadie puede hacerse muchas esperanzas. Pero quien vivió en persona una dictadura se siente ofendido cuando oye llamar tranquilamente dictadura a este tiempo que ahora vivimos. Los que llaman golpe de Estado a la formación de un Gobierno nacido de unas elecciones escrupulosamente libres y de una mayoría parlamentaria son del mismo linaje de aquellos que estuvieron a punto de devolvernos a la barbarie de la tiranía en aquellos años de mi primera juventud, cuando casi nadie pensaba que la libertad recién ganada pudiera durar mucho tiempo.





























[ARCHIVO DEL BLOG] El dopaje en política. [Publicada el ]12/05/2017]










¿Cómo es posible que el líder del partido que mayor intención de voto alcanza en las encuestas más solventes, el PP, sea al mismo tiempo el que menor valoración obtiene por parte de los encuestados? Lo del partido se explica, quizá por el llamado efecto del "mal menor": entre lo malo y lo peor, me quedo con  lo malo. En cuanto a lo del líder, el problema de Mariano Rajoy es que carece de la más mínima credibilidad, aunque es posible que diga la verdad. Y es que, como ya dejara enunciado para la posteridad Julio César hablando sobre sobre su segunda esposa, Pompeya Sila, la mujer del césar no solo debe ser honesta, sino parecerlo. Y él, desde luego, no lo parece, aunque no dudo que lo sea. 
De un gobierno presidido por un señor con ese problema de credibilidad cabe esperar casi cualquier cosa. Incluso que el Fiscal General del Estado nombrado por el gobierno presidido por ese señor en lugar de perseguir la corrupción que inunda al partido del cual ese señor que seguramente es honesto aunque no lo parezca es presidente, decida que lo prioritario es acosar a la prensa que denuncia la corrupción en el seno de ese partido que no parece honesto aunque quizá, solo quizá, lo sea en su mayoría. ¡Menos mal, como dice Morgan en su viñeta de ayer en el diario Canarias7 de Las Palmas, que eso pasa en Venezuela, porque si llega a pasar en España, ni les cuento la que se arma!...
El profesor Enrique Gil Calvo, que es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, escribía hace unos días que si a los atletas que compiten dopados se les retiraba sin consideraciones de ningún tipo los títulos y honores conseguidos a lo largo de su carrera deportiva, porque no se hacía lo mismo con los políticos victoriosos que habían competido electoralmente con financiaciones prohibidas o producto de la corrupción. Yo también me lo pregunto, pero dado el talante del gobierno de turno y del Fiscal General del Estado que padecemos, sospecho que la propuesta no tiene mucho recorrido. Al menos mientras al frente del gobierno esté el señor que está. Me refiero a Venezuela, claro está, no a España.
El componente más contagioso de la actual epidemia de corrupción, decía el profesor Gil Calvo, es lo que ha sido bautizado metafóricamente como dopaje electoral. La corrupción de derechas detrae recursos públicos para desviarlo hacia paraísos fiscales mientras la de izquierdas los deriva hacia sus redes clientelares. Pero tanto una como otra se blanquean moralmente apelando a la sagrada causa del patriotismo de partido. Pues basta con que desvíes parte de tu botín para suplementar con fondos ilegales las arcas del partido para que tus conmilitones te encubran y te amparen. Así se hinchan las campañas electorales violando el fair play que exige igualdad de oportunidades, pero tan injusto ventajismo queda justificado si se traduce en victoria de los propios colores. Y dada la identidad formal entre la competición política y deportiva, nada mejor que llamarlo ‘dopaje’, entendido como el recurso a fondos opacos que favorecen un mejor rendimiento electoral.
Por desgracia, esta metáfora del dopaje político no se lleva hasta sus últimas consecuencias. A los atletas y deportistas que compiten dopados se les retiran sus títulos y medallas, si se demuestra fehacientemente que recurrieron a sustancias prohibidas. Y esto no se hace con los candidatos electorales victoriosos que han competido con financiación prohibida. Buen ejemplo es Esperanza Aguirre, que alega inocencia sosteniendo que ella nunca se llevó ni un euro a Suiza. Pero tampoco devolvió los cargos que ocupaba, tras constatarse que había competido dopada con mayores recursos financieros que sus rivales.
Por eso parece llegada la hora de llevar esta metáfora del dopaje electoral hasta sus últimas consecuencias, pasando a destituir de sus cargos a aquellos políticos que los hayan obtenido mediante campañas ilegalmente financiadas. Para ello bastaría con aplicarles a ellos personalmente, y no solo a sus partidos como personas jurídicas, el tipo de ilicitud que se define en el artículo 122 del Código Penal como “partícipe a título lucrativo”. Así se hizo con la infanta Cristina que se beneficiaba de los delitos fiscales cometidos por su cónyuge en el caso Noos. Y de modo análogo, a todos aquellos cargos públicos que “se hacen la infanta”, sosteniendo que “no sabían nada” de la corrupción política que les beneficiaba electoralmente, también se les debería desposeer de sus cargos como partícipes a título lucrativo, si se demostrase que habían competido financieramente dopados.
Al fin y al cabo, el caso Noos ha creado otro precedente jurisprudencial que a la mayoría nos parece ciertamente perverso, como es utilizar el magisterio público no para acusar a los presuntos corruptos sino para defenderlos, según la conocida posición favorable a la infanta del fiscal Horrach. Y tras el precedente así creado, hoy la fiscalía anticorrupción copa los titulares por su dudosa actitud presuntamente favorable a los encausados en el caso Lezo. Por eso convendría neutralizar ese uso torticero del precedente del caso Noos con otro opuesto capaz de compensarlo, empezando a exigir que devuelvan sus cargos a quienes los hayan obtenido mediante flagrante dopaje electoral. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












miércoles, 22 de noviembre de 2023

Del gobierno y los niños

 






¿Un Gobierno que piensa en los niños?
SERGIO DEL MOLINO
22 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

“¿Y los niños? ¿Es que nadie piensa en los niños?”. La frase, hoy convertida en meme, pertenece a un episodio de Los Simpsons emitido en marzo de 1997. La trama cuenta que la ley seca se reinstaura en Springfield por la presión de unas puritanas lideradas por Helen Lovejoy, la esposa del reverendo, autora de la frase melodramática. Para los maestros de la sátira, los niños eran en 1997 una preocupación de beatonas. Veintiseis años después, la frase le cabría mejor a un activista de izquierdas. Habrá quien entienda esto como una prueba de que el puritanismo ha cambiado de bando, pero que el bienestar de los niños dejara de ser un lema reaccionario fue una conquista notable de la izquierda. Los progres no nos hemos convertido en la mujer del reverendo Lovejoy, sino que hemos liberado a los menores de sus garras doctrinarias.
Pese a que el nuevo ministerio dedicado a los niños parezca el equivalente gubernamental de la asignatura de valores, celebro que la infancia suba en el escalafón de prioridades, aunque no confío mucho en sus resultados. La ministra Sira Rego no parece haberse preocupado por el asunto en su actividad previa, ni como activista ni como gestora, y tampoco invita al optimismo constatar que la cartera es una cuota de partido, poco más que un colocadero de militantes.
Esto no menoscaba la verdad de que la infancia ocupaba un lugar prolijo en los programas electorales de Sumar y del PSOE, aunque no en el de los socios de investidura. A ERC y a Bildu les da igual; el PNV enunció un par de generalidades (una de ellas, referida al acceso a la pornografía, por seguir con la caricatura puritana), y Junts, un poco más detallista, propuso ampliar ayudas y desgravaciones. El problema que se va a encontrar la ministra no será de apoyos parlamentarios, sino de líos de competencias entre otros ministerios y autonomías. Es muy probable que la preocupación por la infancia —algo urgente en una sociedad que ha excluido a los niños de los espacios y debates públicos— quede como un brindis tímido que nadie escuche en medio del ruido. Un gabinete diseñado para la brega ideológica no es el mejor abono para unas reformas del Estado social tan sutiles y técnicas, pero es pronto para dar el asunto por perdido. De momento, hay gente en el Gobierno que dice que piensa en los niños, y eso es una novedad estimulante para quienes creemos que una sociedad democrática no puede permitirse dejar de pensar en ellos. Sergio de Molino es escritor.












De la UE como antídoto

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del analista de política internacional Andrea Rizzi, va de la UE como antídoto. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










La UE, el antídoto contra el veneno de un mundo binario
ANDREA RIZZI
18 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Poderosas fuerzas empujan la política internacional, y muchas políticas nacionales, hacia tristes escenarios binarios, lógicas de suma cero, la voladura completa de puentes que incapacitan incluso las más obvias colaboraciones entre partes en búsqueda del interés colectivo.
A escala mundial, el riesgo de escenario binario es aquel que deriva de la competición de las dos superpotencias —EEUU y China— y de la coagulación alrededor de ellas de dos bloques en confrontación —el de las democracias, con las europeas y las de Asia/Pacífico; el de los regímenes, con Rusia, Irán, Corea del Norte—. No estamos ahí, pero se han plantado semillas y muchos riegan para que brote esa flor del mal.
La reunión entre Xi Jinping y Joe Biden en California esta semana es una noticia positiva por cuanto engrasa el diálogo, pero no permite respirar tranquilos. La carrera armamentística es fuerte; la competición tecnológica, dura; los motivos de fricción, grandes. Las elecciones en EE UU —con el serio riesgo de que gane Trump— y en Taiwán componen un cuadro complicado para 2024. Mientras, Putin seguirá a lo suyo, con Pyongyang que le envía trenes llenos de munición, y Teherán, drones.
Esto es lo que hay, y la UE debe seguir perfilando su estrategia para este mundo y aquellos riesgos. Ha dado pasos; muchos más tendrá que dar.
La cuestión de fondo es: ¿queremos ser parte de un polo democrático? ¿O queremos ser un polo autónomo con estrechos lazos con otros países democráticos? Quizás muchos tengan el instinto de preferir lo segundo. Bien. Pero quien lo desee debe luego asumir cosas como invertir mucho en defensa y ceder nuevas competencias nacionales a la UE.
La España que acaba de dar luz verde a un nuevo Gobierno está en el furgón de cola de la UE en gasto de defensa: ¿es ello compatible con desear una posición autónoma de la UE en el mundo? Hay que responder a eso.
EE UU quiere impedir que China tenga microchips avanzados y Holanda, que dispone de tecnología clave para ello, ha secundado. Como Holanda es parte del mercado común, una represalia de Pekín cortando el suministro de ciertos productos podría afectarnos a todos. ¿Deberíamos introducir mecanismos comunitarios en la definición de bienes cuya exportación se restringe por intereses estratégicos y de seguridad? Hay que responder a eso.
Son solo dos ejemplos, pero la paleta de decisiones e iniciativas pendientes es muy grande. Quienes no desean un mundo binario deben ver que la UE es el mejor antídoto para evitarlo, porque tiene más peso que la India, más cohesión que el sur global. Quienes aprecian la idea de una UE leal compañera de otras democracias, pero dotada de un alto grado de independencia en el mundo, deben ver que es necesario prepararla mejor para ello.
La UE, además, es también el antídoto a la realidad binaria que se va imponiendo en muchos escenarios nacionales. La polarización se exacerba en tantos países, facilitada hoy por las redes sociales, y pronto, es de temer, cada vez más por la inteligencia artificial. Los escenarios políticos bipolares son tan legítimos como otros, y pueden ser eficaces, pero cuando derivan en un encono sin cuartel que lastima las instituciones comunes, exacerba los ánimos de la ciudadanía y quema todo espacio para políticas de Estado se tornan en un lastre colectivo. El riesgo de esas corrientes es que unos las empiezan —y la historia les juzgará por ello—, pero otros se acoplan y, en un momento dado, las pueden acabar alimentando, con reacciones sin contemplaciones, rebajando sus propios estándares, entregándose a la lógica del fin que justifica los medios, produciendo un remolino infinito y perverso.
El espacio comunitario también puede sucumbir a la miope lógica frentista. Pero, de momento, sigue pareciendo un espacio mejor preparado para resistir a esa ceguera. Su propia naturaleza reduce el riesgo, aunque no lo anule. Más UE es el mejor antídoto contra un mundo binario y unas políticas binarias, contra ese veneno que aniquila la capacidad de colaborar para el interés colectivo.






























[ARCHIVO DEL BLOG] 22-N: Una fecha para el recuerdo. [Publicada el 22/11/09]









El 22 de noviembre es una fecha importante para mí: una fecha para el recuerdo. Han pasado cosas importantes en la Historia ese día. Si quieren ver una enumeración bastante exhaustiva de la efeméride les bastara con poner "22 de noviembre" en el buscador de Google y darle al botón de "Aceptar". Se sorprenderán, estoy seguro.
Para mí es una fecha imborrable porque el 22 de noviembre de 1963 yo tenía 17 años y ese día asesinaron en la ciudad de Dallas (Texas, EUA) al hombre que yo más admiraba en ese momento: el presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.
No me resisto a reproducir lo que escribí hace justo tres años en este mismo Blog sobre dicho suceso. Un acontecimiento que en cierto modo cambió mi forma de ver el mundo y me hizo "adulto". Espero que les resulte interesante, y a los amigos y lectores que ya me lo hayan oído contar o leído con anterioridad, mis disculpas por este pequeño gesto de vanidad y de nostalgia. En el fondo uno siempre escribe sobre lo mismo, y con los años, la vida se convierte en una paráfrasis de sí misma. Yo ya estoy en ese momento. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt


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"TAL DÍA COMO HOY...", por HArendt
Desde el Trópico de Cáncer, 22 de noviembre de 2006

¿Por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros, en cambio, acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro? ¿Cuáles son esos recuerdos preferentemente? ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la existencia de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… Para mi, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió tal día como hoy hace cuarenta y tres años. Viernes, 22 de noviembre de 1963, Madrid, hacia las siete de la tarde. Tengo 17 años y estoy llegando a la casa de mis padres, en la calle de Chile, en el barrio de la Hispanidad, distrito de Chamartín. Vuelvo hasta allí andando -para ahorrarme el billete de autobús-, desde el Hospital Militar de Maudes, en Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa. Vengo de visitar a mi madre, que está allí internada a la espera de ser operada unos días más tarde de la vesícula biliar. Javier, mi mejor amigo, hijo de guardia civil, como yo, me ha acompañado. Los dos estudiamos en el Colegio “Infanta María Teresa”, en la Prolongación de la calle del General Mola (hoy Príncipe de Vergara) Instrucción Pre-Militar Superior. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos ni intuimos que, apenas un mes más tarde, y después de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés, aprovechando las vacaciones de Navidad, abandonaremos los estudios militares y el mismo colegio para siempre. Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal de la misma me encuentro con mi hermano Alberto, diez años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: “-Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por televisión”. No le hago ni caso. Él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito. Le suelto un -”¡!Vete a la mierda, gilipollas!”. En casa solo está mi cuñada Mary, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre, comandante retirado de la Guardia Civil, se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Tejas, hace unas horas. Me quedo abobado mirando la televisión. El mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caído encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si “eso va a ser otra guerra mundial”. Ellos han vivido en Sevilla la proclamación de la República. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución minera. Y en Barcelona, en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil los ha pasado sola en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre ha sido destinado, o castigado, aunque según mi madre, los cinco años allí vividos hayan sido para ella los mejores de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá ahora. Y cuelga el teléfono entre sollozos. Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como, suponemos, gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle del General Mola está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioscos de prensa esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Incluso compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no lejos del colegio. Somos “viejos” conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer los libros de la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en el mapa. La Embajada está fuertemente custodiada, en el exterior, por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestras tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un soldado de infantería de marina de los Estados Unidos, con su uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso; con su brazo derecho sujeta un fusil que se apoya en el suelo, el brazo izquierdo está doblado, a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente. Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mí se me forma un nudo en la garganta. Firmamos en el Libro de Pésames un escueto “Nuestro más sentido pésame”, y dejamos nuestras firmas. Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un volkswagen (un escarabajo) amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartín. Nos contestan, más serenas ya, que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí, y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos cuentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartín, por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen, amablemente, que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado. Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Wáshington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura junto a la viuda de éste su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ójala lo maten! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición y nunca podré olvidarme de ella. Al igual que me acompañará para siempre la imagen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Wáshington y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán, mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…











martes, 21 de noviembre de 2023

De lo malo por conocer

 





Malo por conocer
VÍCTOR LAPUENTE
21 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com.

Hay dos puntos sospechosos en la biografía de Javier Milei (en este orden): tertuliano y experto en sexo tántrico. Alguien tan preocupado con satisfacer a los demás no puede ser un buen presidente. El ganador de las elecciones argentinas parece carecer de la estabilidad y fortaleza mental (alzar la motosierra muestra una psique caótica y débil) para gobernar con previsibilidad el país más ingobernable e imprevisible.
Como decía el economista Simon Kuznets, en el mundo hay cuatro tipos de países: desarrollados, no desarrollados, Japón y Argentina. Y, como recuerda The Economist, los argentinos han sufrido 14 recesiones desde 1950 y su renta per cápita es similar a la que tenían en 1974 (¿Cómo estaríamos los españoles si nuestro salario fuera hoy el mismo que con Franco?). Es peor todavía, porque Argentina fue una de las naciones más ricas del mundo a finales del siglo XIX y ahora está a la altura de Kazajistán. Y, con una inflación interanual en el 142%, el futuro es aún más oscuro.
Argentina desafía las leyes económicas y también los refranes: con Milei, ha ganado el malo por conocer al bueno conocido. Porque el peronismo de Massa es conocidísimo. No hay nada más estudiado, y alabado por muchos intelectuales, que esa ideología basada en el control estatal de la economía. El peronismo germina en una tierra extraña, a medio camino entre el progresismo y el fascismo, pero que se ha revelado fértil para la forma más pragmática de populismo, que mezcla el clientelismo generalizado, la corrupción especializada, y el nacionalismo disparatado. A lo largo de los años, Argentina se ha apartado de los países capitalistas avanzados y ahora es una de las economías más cerradas del mundo, donde el comercio apenas representa el 33% del PIB.
No lloro por ti Argentina. Milei llenará, con sus declaraciones reaccionarias, titulares en todo el planeta, pero no completará una agenda autoritaria. Está maniatado, primero, por un legislativo donde el poder efectivo recaerá en el centro-derecha de Macri; y segundo, por una opinión pública altamente educada que, por ejemplo, está en un 54% a favor de la legalización del aborto (con sólo un 32% en contra). No me preocupa lo que Milei hará y no debería hacer, sino lo que no hará y tendría que hacer para dinamizar la tierra prometida a la que fueron nuestros abuelos y de la que volvieron nuestros primos. Victor Lapuente es politólogo.