miércoles, 14 de junio de 2023

De las ciencias y las letras

 







Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Lola Pons, va de las ciencias y las letras. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 








Ciencias y letras: unidad de plan
LOLA PONS RODRÍGUEZ
10 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Veo cómo se mueve la mandíbula mientras que digo: “unidad de plan”. Lo hago al empezar a escribir este texto que ahora ustedes leen: unidad de plan. Dichas así, estas tres palabras podrían haber encajado en los últimos días en la boca de los directores de la campaña electoral, en los alcaldes entrantes o en las familias que acaban de saber a qué colegio van a ir sus críos el curso próximo y están planificando desplazamientos y recogidas. Pero yo digo “unidad de plan” y estoy pensando en novela romántica alemana, en teatro y en biología.
“Unidad de plan” es el término con que se conoce la teoría biológica que defendía que las especies animales son modificaciones surgidas a partir de un mismo esquema primigenio de organización corporal que subyace a todos los los grandes grupos de animales. La configuración de los tejidos, órganos, sistemas, la simetría o el número de extremidades estaría controlada por esa unidad de plan corporal. Para defender tal unidad, era clave poder encontrar, en dos especies diferentes, órganos que deriven de un antepasado común y que remonten a un mismo origen evolutivo.
Por ejemplo, que los vertebrados surgimos de un plan estructural común se mostraría, entre otras razones, en el hecho de que compartimos el hueso intermaxilar. Como muchos animales tienen visible ese hueso en la parte anterior, media e interna de su mandíbula y los humanos no, los antiguos naturalistas defendían que los seres humanos teníamos un origen distinto y propio, no animal sino quizá divino. Descubrir que los humanos sí contamos con tal hueso en estado fetal, aunque en nuestro nacimiento esté ya fundido con la mandíbula superior, soldado a ella, fue un gran argumento a favor de la defensa de esa unidad de plan en los mamíferos.
El descubrimiento se hizo en el último cuarto del siglo XVIII y su responsable fue el escritor Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). El nombre del hueso intermaxilar es también, en homenaje a su descubridor, el hueso de Goethe. Los varios volúmenes en que Goethe recogió su obra científica (Zur Naturwissenschaft uberhaupt, besonders zur Morphologie) muestran su cultivo paralelo de la escritura literaria y la investigación en óptica, botánica o morfología animal. En la Feria del Libro de Madrid que mañana se clausura han estado a la venta las grandes obras de Goethe: la novela del atormentado Werther, el gran drama Fausto..., pero seguramente no hayan estado esos volúmenes científicos, menos atractivos para el lector paseante. Sirva la gigante figura de Goethe, escritor de ficciones y científico, como ejemplo de la idea que esta fiesta de los libros ha buscado simbolizar este año: la imposible separación de ciencias y letras. La Feria del Libro de Madrid 2023 pensó felizmente que en lugar de tener un país invitado tendrían a un concepto invitado: la ciencia.
Ciencia y libros: unidad de plan. Aprieto la mandíbula. Yerran quienes creen que los médicos, farmacéuticos o biólogos solo leen libros técnicos de sus disciplinas y los filósofos, historiadores o filólogos son los únicos que compran poemarios o libros de divulgación de humanidades. Se equivocan quienes desproveen a los científicos de capacidad literaria o ven como un diletante al investigador que es, además, autor de libros generalistas. Lo mismo ocurre con los lectores: quienes escogimos las letras en aquel menú trascendente de nuestra juventud tenemos, claro está, afinidades electivas al leer, pero la ciencia no está excluida de nuestro gusto lector.
Los que enfrentan las ciencias y las letras piensan que unas son disciplinas técnicas y asépticas y las otras creativas, poéticas e indisciplinadas. Se equivocan. Quienes razonan de esta manera simplista clasifican el mundo de una forma tan cuadriculada que son felices y temiblemente audaces: les es fácil emprender esas reformas educativas que deciden que los itinerarios de ciencias no merecen saber cultura clásica o viceversa.
Análogamente a esa unidad de plan que parece que compartimos los grupos de animales entre nosotros, las distintas áreas del conocimiento comparten estructuras y métodos cuando se comienza a investigar: es el mismo método científico el que, por ejemplo, valida a la Biología y a la Lingüística. De hecho, la terminología incluso se presta de una disciplina a otra: esa Morphologie en alemán del título de Goethe entra años más tarde en la Gramática como Morfología, el área que estudia la formación de palabras. Prefijos, sufijos o compuestos son maneras de armar una palabra; huesos y órganos construyen a los humanos de forma similar a otros animales; ciencias y letras construyen a los lectores. Yo veo una misma unidad de plan, me toco la mandíbula y abro el libro que tengo entre manos. Lola Pons Rodríguez es filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.






























[ARCHIVO DEL BLOG] Los Pactos de La Moncloa. [Publicada el 20/04/2020]











Los Pactos de la Moncloa, comenta el periodista y escritor Joaquín Estefanía [El compromiso histórico español. El País, 3/4/2020] partieron del hecho de que ninguna ideología, ningún partido político, tenía las respuestas ni la fuerza suficiente para superar por sí solo las dificultades, y dieron lugar a un compromiso histórico.
"El 15 de junio del año 1977 -comienza diciendo Estefanía- tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas en España desde febrero de 1936. Un conglomerado de partidos llamado Unión de Centro Democrático (UCD), a cuyo frente estaba Adolfo Suárez, las ganó con una holgada mayoría: 166 diputados y 103 senadores. En todas las fuerzas políticas en litigio predominaba la idea de que el más urgente problema político era la situación económica: España estaba en suspensión de pagos, el paro no hacía más que aumentar y la inflación rondaba en los meses centrales de 1977 el 30%. Se repetía la pesadilla de los años de la Segunda República con la Gran Depresión: un cambio de régimen (de la dictadura a la democracia) inmerso en una gigantesca crisis económica. Uno de los hombres fuertes de Suárez, su vicepresidente económico, Enrique Fuentes Quintana, dijo: “La experiencia de 1931-1936 demuestra que una crisis económica grave y no resuelta es un pasivo que complica, hasta hacerla imposible, la construcción de la democracia. Un político español dijo en 1932: o los demócratas acaban con la crisis o la crisis acaba con la democracia”.
Suárez, y dos de sus hombres fuertes, Fuentes Quintana y Fernando Abril Martorell, entre otros, llegaron a la conclusión de que era imposible domeñar los problemas económicos con sus solas fuerzas. Ya en el verano de 1976, en sus primeros contactos con los dirigentes del resto de los partidos políticos (desde la derecha posfranquista de Alianza Popular hasta el Partido Comunista, incluyendo a los nacionalistas vascos y catalanes, y pasando por las diversas formaciones socialistas), el presidente de Gobierno se había referido a la imposibilidad de actuar eficazmente sin la existencia previa de un gran acuerdo de todas las fuerzas políticas y sociales.
¿Cómo había llegado España a esta situación de quiebra? La crisis internacional del año 1973 (primera crisis del petróleo) se gestó en plena guerra del Yom Kippur entre los países árabes y el Estado de Israel. En octubre de ese año, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), dominada por los primeros, ordenó el embargo parcial de sus suministros de crudo y, como consecuencia, se produjo un alza general de los precios, que se multiplicaron por cuatro en tan solo unos meses. Pero la crisis no fue solo energética (o de materias primas, que también incrementaron los precios), sino también de índole monetaria. El presidente republicano estadounidense, Richard Nixon, tomó una decisión revolucionaria: liquidó las normas vigentes del sistema monetario internacional, suspendió la paridad entre el dólar y el oro, y los tipos de cambio fijos. Es decir, acabó con lo que quedaba en pie del sistema de Bretton Woods, establecido al final de la Segunda Guerra Mundial.
El shock energético más la crisis monetaria hicieron sonar las alarmas económicas de todos los países occidentales, que iniciaron un fuerte ajuste para superar la recesión. ¿Todos los países occidentales? Todos menos España, ocupada en salir del tardofranquismo, sin el poder político y la legitimidad para pedir sacrificios a sus ciudadanos, y sin autoridad para administrarlos. Durante muchos meses, nuestro país se caracterizó por la falta de reacción a los problemas exógenos que llegaban, a los que se añadían los propios de una gestión equivocada de ellos, lo que hizo a la crisis española más aguda y hasta cierto punto “diferencial” de la de los países de nuestro entorno.
Nada más llegar a La Moncloa, el Gobierno de Suárez se puso a trabajar en un programa de saneamiento y reformas, que fue el origen de los Pactos de la Moncloa, en el entendido de que la prolongación de las tendencias conduciría a una situación de colapso económico con gravísimas consecuencias políticas.
Entre las medidas de saneamiento estaba una política monetaria basada en el control de la cantidad de dinero en circulación, una política presupuestaria que redujese el crecimiento de los gastos públicos y orientara los gastos de inversión hacia una reducción del déficit público, la fijación de un tipo de cambio realista de la peseta, una política de rentas basada en que los salarios se fijarían en función de la inflación prevista y no de la inflación pasada, etcétera. Las reformas comprometidas fueron las de los Presupuestos Generales del Estado y del gasto público para lograr la universalización del primero y el control del segundo; la reforma fiscal para que todo el mundo pagase impuestos; la de la administración tributaria; la reforma del sistema financiero mediante la competencia, supervisando la liquidez y solvencia de los bancos y las cajas de ahorro; la reforma laboral con la elaboración de un Estatuto de los Trabajadores; una leve alusión al marco de actuación de las empresas públicas, etcétera.
A cambio de aceptar las medidas de saneamiento propuestas por el Gobierno de UCD, la oposición exigió la incorporación de ese ambicioso paquete de reformas. El 25 de octubre se signaron los Pactos de la Moncloa. Los firmantes fueron Adolfo Suárez, Felipe González, Joan Reventós, Josep Maria Triginer, Manuel Fraga Iribarne, Enrique Tierno Galván, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, Leopoldo Calvo Sotelo y Santiago Carrillo. En su preámbulo se decía que estos pactos “recogen el fruto de una negociación entre las fuerzas políticas españolas, [estas] eran conscientes de que la grave situación española requería un esfuerzo común construido a base del más auténtico patriotismo. Existía, por tanto, en la toma de conciencia de nuestra situación esa coincidencia en anteponer los intereses comunes y de Estado a los intereses de partido”.
Leídos transversalmente se puede afirmar que los Pactos de la Moncloa, firmados en un momento excepcional, asumían dos principios básicos: exigir de cada grupo social la asunción de sus responsabilidades frente a la crisis económica, y que ninguna ideología, ningún partido político por sí mismo contaba con las respuestas y con las fuerzas suficientes para imponerlas al resto de la sociedad y superar las dificultades; las respuestas exigían sacrificios compartidos de todos los grupos sociales.
Firmados en una coyuntura en la que en otros países de nuestro entorno administraban contratos sociales, los Pactos de la Moncloa doblan el pacto social (Gobierno, patronal y sindicatos) con un pacto político (Gobierno y oposición). Ello fue así porque en el momento del acuerdo, la patronal (la Confederación Española de Organizaciones Empresariales) apenas acababa de nacer, y las centrales sindicales (un mapa de siglas entre las que sobresalían las de Comisiones Obreras y UGT) emergían de décadas de silencio y represión y aún no se conocía su auténtica representatividad.
Los Pactos de la Moncloa duraron poco, apenas un año, pero fueron eficaces en la corrección de los principales desequilibrios de la economía española. Y sobre todo, crearon una moral ciudadana basada en que el acuerdo era mejor que el disenso y el ordeno y mando en tiempo de dificultades excepcionales, y lograron el tiempo necesario para llegar sin dificultades económicas insuperables a la firma de la Constitución en diciembre de 1978". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













martes, 13 de junio de 2023

De la extrema derecha europea

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la historiadora Paola Lo Cascio, va de la extrema derecha europea. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 












Contra el miedo
PAOLA LO CASCIO
08 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La reciente convocatoria de las elecciones generales para final del mes que viene se ha colocado como una disyuntiva casi de época, tanto a nivel español como internacional. Son de estos días los editoriales de periódicos internacionales importantes que subrayan cómo lo que se juega en España este verano en definitiva es la configuración del futuro político continental, de cara también a las elecciones europeas de la primavera que viene. ¿Es pensable que siga e incluso se consolide la experiencia de los gobiernos de coalición progresistas y europeístas, abiertos, redistributivos y atentos al fortalecimiento de los derechos del conjunto de la ciudadanía? ¿O bien se asistirá a la llegada —en España también, después de Italia—, de la extrema derecha al Gobierno, de la mano de una supuesta derecha democrática que parece haber asumido el grueso de su agenda política? De las respuestas a estas preguntas dependerá, por ejemplo, una cosa tan importante como es la política de alianzas en el próximo Parlamento Europeo, con todo lo que ello implica en un contexto sumamente difícil, marcado por la guerra en Ucrania y por la crisis energética.
Y, evidentemente, son elecciones decisivas para España. Hay que decirlo claramente: lo que se dirime aquí es si del evidente cambio de ciclo político que tenemos delante se sale con más o menos democracia, con más o menos derechos.
La fase que empezó con la impugnación de 2011 y se plasmó después a partir de 2014 con un cambio radical en la agenda y en el mismo sistema político, se ha cerrado. Dio frutos valiosos: mientras en otras latitudes las réplicas del terremoto de la crisis de 2008 y de la aplicación de las políticas de austeridad generaba cada vez más Salvini y Orbán, en España se han planteado avances decisivos en derechos de las mujeres, de la gente trabajadora, en la definición de políticas contra la emergencia climática. Se construyó una experiencia de gobierno que —pese a todas las dificultades— supo entender y encauzar razonablemente una crisis territorial que, mientras estuvo activa, solo benefició a los nacionalismos, tanto al español como al catalán. Que supo acercar, al menos un poco, la realidad a aquella previsión constitucional que dice que, efectivamente, la vivienda es, por encima de todo, un derecho. Un Gobierno que ha sabido jugar un papel destacado en la política internacional, y, especialmente, en la europea.
Sin embargo, y reconociendo que el balance es a todas luces positivo, no es ni de lejos suficiente para enfrentarse a la encrucijada que ahora tenemos delante. Seguramente por muchas razones. Una de ellas —que ha sido muy comentada— es que en la política de hoy el dato, por sí solo, no consigue matar el relato. Menos un relato tremendista e involutivo que, negando legitimidad a esa experiencia de gobierno, automáticamente erosiona los fundamentos de la democracia. Quizás se trate, más bien, de saber construir el relato a partir del dato, que sí existe. Se diría más: una cantidad apabullante de datos, en diferentes ámbitos.
Otra razón, quizás de más peso, es que el contexto interno y externo ya no tiene nada que ver con el que alumbró esa primera experiencia de Gobierno de coalición. Ni estamos en época de política de austeridad, ni hay impugnación en la calle. Hay una guerra, una inflación galopante y una extrema derecha que ha colonizado el debate público. Lo que hay es, en definitiva, miedo. Al futuro, a no llegar a final de mes, al otro, a la idea de que si repartimos más y para todas las personas (imagínese para aquellas que son percibidas como diferentes de nosotras) habrá menos para mí. Son los signos del tiempo y con ellos las derechas y las extremas derechas juegan a movilizar a la opinión pública. Con estrategias sutiles o con estrategias más burdas. Si no, que le pregunten a la ciudadanía de Barcelona, donde una manifestación —¿pagada con el dinero de quién?— de una empresa opaca y violenta amenazó con alterar el orden público generando miedo en torno a la ocupación de pisos, y se dedicó a insultar a la alcaldesa, sin que ningún otro candidato saliera a defenderla. Es difícil medir las consecuencias exactas de esa manifestación, pero es significativa la movilización electoral espectacular de los sectores conservadores de la ciudad.
En definitiva, no es una extrema derecha abstracta sino el miedo que la alimenta el gran enemigo de la democracia en estos momentos en España. Porque el miedo es la materia prima a partir de la cual se construye el odio. Puede sonar un tanto naíf, pero quizás la estrategia más efectiva —la más directa, sobre todo, la más sólida— es enfrentarse al miedo y proyectar un escenario de más derechos y más democracia.
A poder ser, sin perderse en conflictos incomprensibles para la mayoría, y con una sonrisa en el rostro. Porque es la esperanza lo único que puede ganar al odio. Paola Lo Cascio es historiadora y politóloga.