sábado, 25 de marzo de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Bajeza moral y obscenidad política. [Publicada el 12/07/2012]









Hace unos días discutía amablemente con una amiga sobre el sentido que tiene expresar a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, Eskup, Google+, blogs, etc., etc.) opiniones personales que no aportan nada sustancial al asunto en discusión y que otros ya comentan con mucho mejor acierto y estilo. Los dos llegamos al acuerdo tácito de que, efectivamente, carecía de toda lógica y sentido añadir un comentario más a la lista interminable de los que leemos sobre cualquier noticia o asunto en discusión si nuestra opinión no implica un valor suplementario a lo expresado por otros.
¿Lo hacemos, entonces ("¡mea culpa, mea culpa, mea grandisima culpa!") solo por cabreo, por afán de lucimiento, en defensa del legítimo e inalienable derecho democrático a la libre expresión, o hay otras razones que a nosotros mismos se nos escapan cuando decidimos darle más o menos ordenadamente a las teclas del portátil hasta componer una flamígera invectiva contra alguien o algo que no nos agrada?
El profesor Javier Gomá, doctor en Filosofía, licenciado en Filología clásica y Derecho, Letrado del Consejo de Estado y director de la Fundación Juan March, en una entrevista digital reciente con los lectores del diario El País aseguraba que el insulto y desprecio a los políticos era una especie de deporte nacional español. Que sufrimos y buscamos dónde personificar nuestro resentimiento y que despreciar al político nos ayuda a sentirnos moralmente superiores. Ser adultos, añadía, es aceptar la imperfección, no sólo nuestra sino también de los demás, y también de las instituciones.
Bien, es posible que sea así, pero la verdad es que, aun compartiendo en principio su aseveración, no resolvemos el problema: ¿Se merecen realmente nuestros políticos las críticas de sus conciudadanos? Yo diría que sí, pero admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad.
Permítanme reproducir una corta frase de un clásico de la ciencia política: "Mapas del poder. Política Constitucional Comparada" (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1973) del politólogo norteamericano Ivo D. Duchacek. Dice así: "El interés primario del grupo gobernante es el de mantenerse en el poder para gozar del estatus y de los privilegios de su posición. Esté interés está frecuentemente en conflicto con otros intereses especiales y con el interés colectivo de la comunidad nacional." 
¿Se podría aplicar la máxima anterior a la política que viene desarrollando el gobierno del Sr, Rajoy desde hace meses? Yo diría nuevamente que sí, y aunque admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad, la crítica a sus actuaciones, aun aceptando lo dicho por el profesor Gomá, estaría bastante justificada.
No se puede hacer lo que está haciendo el gobierno presidido por el Sr. Rajoy, desmantelando de un plumazo años de conquistas sociales y políticas, en base al argumento de una mayoría parlamentaria obtenida con un programa electoral y de gobierno con el que ganaron las elecciones hace nueve meses completa y radicalmente distinto de las acciones que están acometiendo ahora. Eso es, simple y llanamente, una bajeza política. 
Porque resulta, además, que comienza a estar meridianamente claro que toda esta batería de medidas de desmantelamiento del Estado de bienestar no se prepara sobre la marcha. o lo que es lo mismo, que sus críticos tenemos todo el derecho del mundo a pensar las tenían preparadas desde el principio y que han mentido a la ciudadanía a  propósito para ganar las elecciones y luego hacer lo que querían hacer echando las culpas y la responsablidad del desastre a los demás. Es posible que me equivoque y admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad, pero es como lo veo yo, y por lo que parece, un número cada vez mayor de mis conciudadanos.
La guinda de toda esta bajeza moral de la que hacen gala el Sr. Rajoy, su gobierno y el partido que lo sustenta, es, como critica con dureza y toda justicia el profesor Josep Ramoneda en su artículo de hoy en El País, la de pretender implicar a la persona del Rey en "su" (la del señor Rajoy, su gobierno y el PP) gestión de la crisis, haciéndole presidir mañana viernes el Consejo de Ministros en el que presumiblemente se aprobarán las durísimas medidas de ajuste presupuestario y recortes sociales anunciados ayer en el Congreso por el señor presidente del gobierno.
Como dice Ramoneda, eso es una obscenidad política de gravísimo calado institucional, y más cuando desde los medios de prensa afines al PP y su gobierno se ha dicho sin recato alguno que el Rey le había pedido a Rajoy presidir ese Consejo de Ministros, algo constitucionalmente imposible si no es a petición expresa del presidente del gobierno, según el artículo 62, apartado g, de la Constitución.
Les recomiendo la lectura del repetido artículo del profesor Ramoneda. Dice en él, entre otras cosas:  "El miércoles, 11 de julio de 2012 pasará a la historia como el día en que Mariano Rajoy dio un giro total a su política, se desdijo de sus promesas electorales y se amparó en las exigencias internacionales para eludir su responsabilidad. “Los españoles no podemos elegir si hacemos o no sacrificios. No tenemos esa libertad”, ha dicho el presidente. Unas frases así un gobernante solo debería pronunciarlas un minuto de antes de presentar su dimisión. Si no es capaz de hacerse responsable de las políticas que dicta, un jefe de gobierno no debe continuar."
Continuará, no se preocupen, porque como añade el articulista "eludir las responsabilidades es un vicio crónico en la manera de hacer política de Mariano Rajoy". Ramoneda concluye su artículo recordando al gobierno y al PP que ellos son los únicos responsables de las decisiones que tomen y que de ellas tendrán que responder ante la ciudadanía; que su pretensión de crear un clima de movilización nacional alrededor de unas medidas que el propio presidente negaba hace unos días, es otra vuelta de tuerca más en el juego de las manipulaciones y de los engaños, la cortina del miedo tras la que se parapeta la cobardía del presidente. 
¿Y ahora, se preguntarán ustedes, y yo con ustedes, qué hacemos?: No tengo respuestas, sino más bien más preguntas: ¿Cómo se mide la grandeza de la política? ¿Y la de un político? ¿Qué diferencia a un estadista de un político al uso? Churchill prometió a los británicos sangre sudor y lagrimas para llevarles a la victoria..., pero les llevó. Y no les impuso nada que no se impusiera a sí mismo. Todas las energías y todos los recursos de Gran Bretaña se pusieron al servicio de la victoria. Pero esto de ahora es casi peor que una guerra, porque los sacrificios y los muertos, sin grandeza y con ignominia, solo los van a poner los de siempre, los más débiles...
La democracia son también formas y no solo hechos. Y guardar las formas es algo consustancial al ejercicio de la democracia. Si el Sr. Rajoy no acepta, y bien claro dejó ayer en el Congreso que no lo haría, discutir con la oposición medidas alternativas a las propuestas por él y su gobierno, me parece imprescindible que someta la materialización de dichas medidas y su propia continuidad al frente del gobierno a una previa "cuestión de confianza" parlamentaria, y que de superarla, como parece probable, proponga la constitución de un nuevo gobierno de "unidad nacional" con todos los grupos del arco parlamentario que deseen sumarse al mismo, para que implemente con el respaldo político más amplio posible las medidas de ajuste que resulten necesarias. O eso, o disolución de las Cortes y convocatoria de elecciones anticipadas para que la ciudadanía puede expresar su respaldo o rechazo a tales medidas, ahora ya, sin subterfugios ni mentiras.  
Yo diría que esa es una posible solución a la gravísima crisis económica, social y política a la que nos enfrentamos los españoles, pero admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad... 
Les recomiendo vean los tres vídeos que he puesto en el blog relacionados con esta entrada. En todo caso, intenten ser felices, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 24 de marzo de 2023

Del estudio de la Historia

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Josep Maria Fradera, va del estudio de la historia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









La memoria, la historia, la ciudad y el país
JOSEP MARIA FRADERA
20 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La memoria es por definición individual. Evoluciona con la transformación del individuo, que no la puede controlar. La “memoria histórica”, en cambio, es más bien un constructo: un artefacto colectivo que no prospera sin la ayuda de las instituciones públicas, que no lo hacen gratis.
Uno puede imaginar qué sería en Francia el recuerdo de la Primera y la Segunda Guerra Mundial (o la de Argelia) sin el esfuerzo, año tras año, para oscurecer y confundir a los herederos de aquellas gestas gloriosas —es un decir—, de trincheras repletas de senegaleses, deserciones, Vichy y violencia de mercenarios pied noirs. Sin el sacrificio de la verdad histórica. Para aproximarse a la verdad, los historiadores rastrean en los archivos y son capaces de pensar la documentación en los parámetros que justifican la disciplina como ciencia social. La verdad definitiva no existe —por eso ya hay la teología y algunos productos puramente ideológicos que se le parecen—. La verdad es provisional, tentativa, sometida a cambio, mejora y refinamiento.
Hace pocos días, en Madrid, en la presentación de un programa para situar a grandes personajes y acontecimientos del pasado español, en la Real Academia de la Historia, la presidenta de la institución repitió que debemos tener autoestima por el pasado. Habría valido la pena preguntarle por qué. Un pasado impresionante, una parte relevante de la historia del mundo, ciertamente el mundo hispánico lo tiene. Ahora bien, ¿hay que tener autoestima por el hundimiento demográfico de la población americana del siglo XVI o por los indios peruanos bajando a las minas de plata para permanecer allí semanas enteras? ¿Hace falta que “sintamos el orgullo por un pasado que ha trascendido nuestras fronteras”, como afirmó Felipe VI en esa ocasión? Exaltar el pasado no hace ninguna falta, pensarlo sí que vale la pena.
Ocurre lo mismo con el tema que hoy nos ocupa: el tráfico de africanos que practicaron buena parte de las naciones europeas atlánticas con posesiones coloniales. La lectura de The Guardian del 13 de marzo me lleva a escribir sobre la cuestión de la participación de catalanes en el tráfico de esclavos en el siglo XIX. Tarde o temprano iba a ponerse sobre la mesa.
El imperio español entró en el tráfico de esclavos a gran escala y tardíamente, ya que operaba con más consistencia sobre el trabajo de la población indígena. Entró tarde porque salía más a cuenta comprar mano de obra a los que ya disponían de instalaciones en la costa africana y de logística naval adecuada (holandeses, británicos, franceses y portugueses). Ahora bien, contra lo que puede pensar el solvente diario británico y gente poco informada, esta no es una discusión reciente.
Por estos lares aquel negocio infame ya salió del armario en 1974, cuando el clima político presagiaba un cambio decisivo. No fueron las autoridades quienes lo facilitaron, sino una generación de historiadores que revisaban de arriba abajo la pobretona herencia cultural recibida. Aquel año Jordi Maluquer de Motes publicó el artículo La burgesia catalana i l’esclavitud colonial en la revista Recerques. En este trabajo esclarecedor, el comercio del azúcar, la marina mercante, el negocio colonial y la esclavitud se presentaban como partes de un todo, un factor vital para la prosperidad. A muchos aprendices de historiador aquel trabajo pionero nos abrió los ojos a una idea más amplia sobre la génesis del capitalismo autóctono. Nos hizo conscientes de los contextos que relacionaban Cataluña con las corrientes de la economía internacional.
Unos años después, removiendo papeles británicos, localicé los nombres de los barcos y de los capitanes catalanes que habían participado en el negocio tan lucrativo de comprar y vender seres humanos. Lo publiqué en Recerques en 1987. Me parece importante remarcar que buena parte del trabajo colectivo que desde entonces se hizo se expuso en 1995 gracias a la iniciativa del ayuntamiento de la ciudad, con el visionario Pasqual Maragall como alcalde, ayudado en aquella ocasión por el comisario Joan Anton Benach, en el Museu Marítim en las Drassanes. No era un pequeño reducto que pudiera pasar con discreción si no se hubiera querido herir las sensibilidades de la hipocresía local. El catálogo, con textos de Albert Garcia-Balanyà, Martín Rodrigo Alharilla, Juan José Lahuerta, yo mismo y otros, da fe de ello. Rodrigo Alharilla continuó después con más dedicación, inmerso en la tarea de documentar aquel aspecto todavía no lo bastante bien conocido. Los resultados están en las librerías o en la bibliografía universitaria.
Descubrir mediterráneos es siempre interesante. Pero en esta cuestión se trataba de algo más amplio: del Atlántico norte y sur, Europa, África y América, y las facetas de aquellos mundos son inacabables. Trabajando en los archivos, sudando la gota gorda, muchos de los historiadores del país allí seguimos. Por suerte, los historiadores e historiadoras no podemos perder mucho tiempo explicando a la concurrencia qué malos y avariciosos eran nuestros tatarabuelos. Ni podemos perder el tiempo insinuando de rebote que los comportamientos de los antepasados son una especie de cuaderno de bitácora para saber cómo serán sus descendientes. Tenemos que afinar la puntería y la percepción de las cosas hacia lo que de verdad nos ayuda a entender la complejidad del pasado en nuestro país y los que lo rodeaban.
En esta dirección, tres observaciones. La primera es importante: no es cierto que la industrialización catalana fuera el resultado de los beneficios del tráfico de esclavos. Si alguna cosa sabemos ahora es que se originó a través de la acumulación de capitales y la capacidad empresarial interna, a veces modestísima (Vilar, Torras, Nadal). El tráfico de esclavos fue sin duda una pieza decisiva e irrefutable del complejo colonial y de las relaciones exteriores de la economía catalana y española. Ahora bien, las grandes fortunas que todos tenemos en mente cuando se nos recuerda el eje Cataluña-Cuba eran una pieza innegable del gentlemanly capitalism, que dirían Cain y Hopkins si Barcelona fuera Londres, la cima capitalista de las finanzas y las empresas del Ibex de la época, ni más ni menos. No nos podemos confundir y no desviar la investigación histórica de aquello que es productivo para entender las complejidades de una sociedad en proceso de cambio.
Segunda observación. Sería interesante estudiar por qué el catolicismo solariego fue tan displicente, frío y distante hacia el dolor de personas vendidas y explotadas en las colonias españolas, a diferencia de la pérdida de legitimidad para algunos herederos de la Revolución Francesa, protestantes evangélicos, cuáqueros y filántropos en el mundo británico y en el mundo de Abraham Lincoln, que empujaron la esclavitud hacia una extinción inexorable (decretada en Londres en 1833 y en París en 1848).
Tercera observación. Los delitos prescriben. Si no, las guerras del pasado serían inacabables. El conocimiento histórico, en cambio, no. Tiene sentido estudiar la batalla de las Termópilas con ojos nuevos, como también la toma de Granada por los Reyes Católicos o las guerras del opio contra China. El mejor lugar para ganar la batalla del conocimiento son las aulas y la investigación histórica conforme a las reglas que la regulan. ¿El resto? Gesticulaciones.































[ARCHIVO DEL BLOG] La Luna: 20 de julio de 1969. [Publicada 20/07/2008]










"Houston, aquí Base Tranquilidad. El Águila ha alunizado". Eran exactamente las 20:17:40 UTC (la hora de Canarias) del día 20 de julio de 1969. El módulo lunar del Apolo 11, tripulado por Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, se había posado en la Luna. A las 2:59 (UTC) del 21 de julio, Amstrong pisa la Luna. Poco después le sigue Aldrin.
A la hora del regreso dejan sobre la superficie lunar una placa en inglés que dice: "Aquí, unos hombres procedentes del planeta Tierra, pisaron por vez primera la Luna en julio de 1969. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad".
Hoy hace 39 años. Yo lo vi por televisión, sentado junto a mi madre en el suelo de la sala de estar de su casa en Madrid. No dormí esa noche. A las 9 de la mañana de ese día entraba de guardia en el Palacio de Buenavista de la plaza de Cibeles de Madrid, la sede del Ministerio del Ejército (ahora del Cuartel General del Ejército) donde cumplía mi servicio militar.
Nunca olvidaré esa noche... No dejen de ver las fotos y videos que se reproducen en los "enlaces externos" de la página electrónica que reseño (http://es.wikipedia.org/wiki/Apolo_11). Y sean felices. Yo, esa noche mágica de julio, lo fui hasta el llanto... HArendt












jueves, 23 de marzo de 2023

De las inseguridades

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va de las inseguridades. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









Todo siempre en el aire
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
18 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Un libro es una partitura, y el lector es el intérprete que la toca con un grado variable de entrega y acierto, no el espectador pasivo que escucha en la butaca. La partitura de los mejores libros se mantiene inalterada, pero cada vez que el intéprete lector vuelve a ella le añade nuevos matices, subraya énfasis y descubre tesoros escondidos en los que ahora se fija porque ha ido madurando en su vida y en su virtuosismo de lector, y porque el libro que perdura es un espejo de los tiempos que cambian. Por eso hay libros, como hay músicas, que lo acompañan a uno a lo largo de toda la vida, ofreciéndole la seguridad y el amparo de lo ya muy bien conocido, pero sobre todo la estimulación de una sorpresa inagotable. Va a hacer veinte años, cuando llegaban a nosotros las imágenes de los prisioneros iraquíes torturados por soldados americanos en la cárcel de Abu Ghraib, yo estaba leyendo Don Quijote de la Mancha, y en un pasaje ya leído muchas veces, el de la desastrosa liberación de los galeotes, encontré una frase en la que hasta entonces no me había fijado: “No es bien que los hombres honrados se hagan verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Esas palabras escritas a principios del siglo XVII eran el mejor pie de foto para aquellas imágenes de hombres desnudos, torturados, humillados, arrastrados como en traíllas de perros por militares tan ajenos a toda decencia humana que posaban felices mientras pisoteaban a sus víctimas.
Unas palabras de Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta las llevo en mi memoria como una consigna: “la inseguridad, única cosa constante entre nosotros”. Pero me doy cuenta de que su sentido se ha modificado para mí en los últimos tiempos. Durante muchos años encontré que reflejaban la vida pública española, casi tan desnortada y convulsa como en la época en que sucede la novela: el reinado del pobre Amadeo de Saboya, el disparate de la I República, con su rosario de nobles idealistas ineptos —que al menos tuvieron el arrojo de abolir la esclavitud—, el revival borbónico y beato de la Restauración. La inseguridad, un siglo más tarde, seguía siendo “la única cosa constante entre nosotros”. Era una sucesión de noches de insomnio que a muchos de nosotros nos marcaron para siempre la conciencia civil: la noche de la agonía final y la muerte de Franco; la noche de la matanza de los abogados laboralistas en el despacho de la calle Atocha en enero de 1977; la noche en la que estuvieron secuestrados al mismo tiempo, por dos bandas criminales distintas, el presidente del Consejo de Estado, Antonio María Oriol, y el del Consejo Supremo de Justicia Militar, teniente general Villaescusa; y la otra noche más sombría de todas, y también más grotesca, la del 23 de febrero de 1981.
El “nosotros” de la frase de Galdós nos aludía personalmente a cada uno; abarcaba la multitud tantas veces inerme de los demócratas, los conjurados contra la intolerancia y la violencia, contra el oscurantismo de las tradiciones españolas, los partidarios del progreso y la justicia social, del imperio de la ley, de la apertura al mundo, a la Europa de la que nos separaba un muro tan áspero cuando éramos muy jóvenes. La inseguridad constante, como el atraso, nos parecía una desgracia española, y aunque nos habíamos alejado de los esencialismos rancios de generaciones anteriores, teníamos muchas veces la sensación de que pudiera tratarse de una desgracia incurable. Pasaban los años y la vida institucional se iba afianzando, gracias en gran parte a las valiosas certezas de nuestra pertenencia europea, pero había una inseguridad que seguía siendo constante entre nosotros, la de los patriotas del amonal, la pistola y la capucha, las capuchas de vergudos racialmente coronadas por boinas ancestrales. Las noches y días angustiosos que terminaron con la infame ejecución a sangre fría de Miguel Ángel Blanco nos dejaron, además del luto y la rabia, el abatimiento de lo que no parecía que tuviera remedio, nuestra inseguridad constante, el espejismo de una normalidad civilizada que era común en otros países y que a nosotros se nos vedaba.
Salíamos fuera y todo nos parecía mucho más ordenado. Salíamos con nuestro apocamiento de personas poco viajadas, con un sordo complejo que nos hacía ver en otros países exactamente aquello que nos faltaba a nosotros, como Galdós cuando se paseaba por Europa con Emilia Pardo Bazán disfrutando a conciencia y con envidia de la estabilidad parlamentaria y la puntualidad de los trenes, del confort de los hoteles modernos y la pasión erótica a salvo de miradas censoras españolas. Europeos de nacimiento, oreados en las temporadas de Erasmus y en la facilidad de los vuelos baratos y la ausencia de fronteras, nuestros hijos no han heredado nuestro apocamiento, pero han conocido desde muy jóvenes una forma de inseguridad más constante y quizás más aguda que la nuestra, porque ahora se ha vuelto universal. En la adolescencia o al final de la infancia vivieron el impacto del atentado contra las Torres Gemelas, y después los años del terrorismo islámico, y empezaron a llegar a la edad adulta con el derrumbe de 2008. La inseguridad ha sido la cosa más constante en sus vidas. Nosotros al menos tuvimos algunos asideros, trabajos estables, viviendas propias que incluso con sueldos modestos podíamos pagar, entornos no continuamente agitados por el vértigo del consumo y de la tecnología, perspectivas de porvenir no ensombrecidas por la amenaza cierta de los trastornos climáticos.
Para nosotros el mundo tenía dimensiones más abarcables. Nuestras calamidades sucedían a una escala casera, y nuestra historia parecía mantenerse al margen de la historia universal. Hasta los peores asesinos podían vivir en el mismo pueblo que sus víctimas, y haber ido de niños a las mismas escuelas. Ahora el mundo en el que nuestros hijos empiezan a sustituirnos no ofrece lugares en los que refugiarse, ni siquiera en los que proyectar esos planes de huida en los que a veces nos entreteníamos nosotros. La instantaneidad sin fronteras de las comunicaciones es también la de las catástrofes. La prodigiosa eficiencia de las innovaciones tecnológicas es inseparable de su fragilidad aterradora. Basta perder el móvil para que la vida entera quede paralizada y en suspenso. Unos forajidos informáticos que no se sabe desde dónde actúan logran sabotear un gran hospital en Barcelona. Un virus empeiza a proliferar en un mercado de animales vivos (o en un laboratorio) en una ciudad china de diez millones de habitantes cuyo nombre no has oído nunca y unas semanas más tarde estás muriéndote sin ayuda de nadie en una habitación sellada, en una residencia de ancianos de la periferia desoladora de Madrid. Un caza militar ruso derriba por azar con el ala un dron americano sobre el mar Negro y a continuación se desata una escalada automática de alarmas que no se sabe hasta dónde puede llegar. Unos ejecutivos codiciosos en un banco de segunda fila de California se enredan en sus operaciones financieras de tahúres y al día siguiente se extiende por medio mundo el pánico y cualquier persona puede perder los ahorros de toda su vida, y todo el sistema económico puede quedar trastornado de nuevo. Macizos monolitos de seguridad financiera como los bancos suizos, con sus cámaras acorazadas subterráneas y sus cuentas numeradas para supermillonarios resulta que también pueden disolverse “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Ahora hasta el final memorable de ese poema de Góngora se convierte en un aviso urgente sobre la inseguridad de los tiempos.






























[ARCHIVO DEL BLOG] Verano del 67: Amor, guerra y lecturas. [Publicada el 21/06/2012]








Los creyentes denominan divina providencia a lo que nosotros llamamos, sencillamente, azar. De todas maneras, creyentes o no creyentes, no hace falta ser un experto en física cuántica para darse cuenta de que el azar rige todas las facetas de la existencia, de la humana y de la del universo en su conjunto. De ahí la frase que sirve de frontispicio a este blog bajo la imagen de la diosa Minerva.
Los veranos de 1967 y 1977 han quedado marcados indeleblemente en mi existencia por tres hechos: una guerra, una boda y un libro. No los cito por orden cronológico sino por lo que significaron en mi vida.
El primero, mi boda, a finales del mes de junio de ese año, con la que aún hoy sigue siendo mi esposa y madre de mis hijas, a los dos meses y veintiún días de conocernos. Ha sido, es y seguirá siendo la mujer de mi vida. Todavía no nos hemos arrepentido.
El segundo, ha pasado a la historia como la Guerra de los Seis Días. Enfrentó a Israel y una coalición de estados árabes formada por Egipto, Jordania, Iraq y Siria, entre los días 5 y 10 de junio. Seguí sus vicisitudes con especial emoción, en parte por que estaba en edad de ser movilizado militarmente si el enfrentamiento bélico hubiera ido a mayores e implicado a más contendientes, pero sobre todo porque era decidido partidario de uno de los dos bandos contendientes. Sus consecuencias marcaron la región hasta hoy mismo.
El tercero, fue la lectura de una novela, diez años después, de la escritora israelí  Yael Dayán. Me impactó profundamente, y me crean o no, y de ahí mi apelación inicial al azar, la reencuentro en un rincón perdido de mi casa a los treinta y cinco años de haberla leído, el mismo día en que celebramos mi esposa y yo el cuarenta y cinco aniversario de nuestra boda. Y, encima, está escrita por una israelí.
La novela se titula "La muerte tenía dos hijos" (Plaza y Janés, Barcelona, 1977). Su autora, Yael Dayán (1939), es hija del mítico Jefe del Estado Mayor del ejército israelí, el general Moshé Dayán (1915-1981). Dayán fue el artífice indiscutible de la victoria de las armas de su país en la Guerra de los Seis Días. Posterior ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores de Israel, fue, sin embargo, un decidido partidario de la devolución incondicional de los territorios ocupados en esa guerra a Egipto, Jordania y Siria.
La leímos al unísono mi mujer y yo recordando conmocionados los acontecimientos vividos diez años antes. Sin duda alguna fue un libro que nos dejó una profunda huella. De él hemos hablado a menudo a lo largo de todos los años transcurridos desde entonces, aunque lo dábamos por perdido para siempre en alguno de los continuos trasvases de libros de la biblioteca familiar entre Maspalomas y Las Palmas.
La novela transcurre en el Israel de mediados de los años 60. Está centrada en las reflexiones, soliloquios y recuerdos del protagonista, Daniel, un joven soldado israelí de origen polaco, evacuado a Israel siendo un niño aún, desde Europa, al finalizar la II Guerra Mundial. Reflexiones, recuerdos y soliloquios, que preceden al reencuentro del mismo con su padre, del que no sabía nada desde que fuera separado de él y de su hermano menor en un campo de concentración nazi, y ahora internado en trance de muerte en un hospital de Israel. Es en esos momentos de reencuentro entre padre e hijo, en el que el protagonista rememora angustiado la horrible herida que le ha atenazado durante todos los años transcurridos desde el momento en que su padre se vio obligado a elegir entre su vida y la de su hermano. 
No me resisto a reproducir los  párrafos finales del primer capítulo, en el que cobra sentido el título de la novela: "No lloraste cuando vinieron por tí. Cogiste a los muchachos de la mano, y cuando el más pequeño te preguntó como podría saber su madre dónde estaría, le dijiste que ya se enteraría y que no llorara.
Después llegó aquel día de invierno. Se te apartó de la fila con los dos muchachos y fuisteis llevados a un patio que había detrás de los barracones.
Llevabas de la mano a tu hijo mayor, el cual, a su vez, daba la suya al más pequeño, y tú seguías vistiendo tu mejor traje, como si fueras a dar un paseo por el parque Lazienki. Los oficiales iban armados y te dijeron que te detuvieras. Todos hablabais "yiddish" en casa, deforma que pudiste entender su alemán cuando te dijeron lo encantadores que eran tus hijos. Tú les devolviste su sonrisa -la sonrisa estaba llena de horror- y acariciaste la cabeza de Shmuel, que era el que tenías más cerca.
Te dijeron que eran encantadores y que tú deberías hacer la elección.
¿Entendiste realmente lo que querían decir? Les dijiste que no. Te replicaron que no había tiempo que perder. Debías elegir el que había de ser fusilado y te quedarías con el otro.
Tú no podías creerlo. ¿Cómo es posible creer una cosa así? Sin embargo era un cerebro humano el que había inventado tan sencilla tortura y te habían dado una oportunidad. ¿Que pasó en aquel momento por tu corazón? ¿Qué podías hacer? Te separaste de los muchachos, te cubriste la cara con las manos y te pusiste a gritar. Te dijeron que se llevarían a los dos, a menos que te decidieses, y cuando te volviste a mirarlos -fue cuestión de segundos- ya nunca volviste a ser el mismo hombre. Estabas temblando y eras Abraham, y eras Dios. Podías dar o quitar una vida y te agarraste a Shmuel, que estaba llorando y que no podía mirar a su hermano, que no hizo nada por acercarse a ti, o por hablar, o por comprender, mientras tú te volvías de espaldas.
¿Por qué no me besaste entonces, padre?
¿Creíste que me iban a matar allí inmediatamente? ¿Fue por esto por lo que te apresuraste?
Aquellos hombres, entre charlas y risas, se me llevaron, y me dieron una barrita de chocolate".
Como complemento de la entrada les invito a ver los tres vídeos elaborados por el canal televisivo Historia sobre la "Guerra de los Seis Días" que he incorporado a la misma. Espero que les resulten interesantes.
Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt.