domingo, 5 de marzo de 2023

De la literatura en tiempos del tuiteo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del crítico literario Rafael Narbola, va de la literatura en tiempos del tuiteo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








La literatura en los tiempos de Twitter
​RAFAEL NARBONA​
​24 FEB 2023 - Revista de Libros​
​harendt.blogspot.com

«Cualquier tiempo pasado fue mejor», escribió Jorge Manrique en el siglo XV, pero añadió: «a nuestro parecer». La mayoría de las personas omiten este comentario, apropiándose de la famosa expresión para manifestar el desagrado que les produce el presente. A menudo oímos «esto no pasaba antes», «en mi juventud las cosas eran de otra manera», «ya no hay valores ni modales», «cada vez estamos peor». Durante veinticinco años enseñé filosofía y ética a alumnos con edades comprendidas entre los catorce y los dieciocho, y cada curso escuchaba el mismo comentario: «nosotros no éramos así». Los chicos más mayores aseguraban que ellos habían sido mucho más formales y maduros que sus compañeros más pequeños, pero cuando estos crecían repetían las mismas palabras, refiriéndose a los que venían detrás. Mi impresión, como profesor, era que todos se parecían mucho. El porcentaje de gamberros, empollones y peritos del mínimo esfuerzo apenas variaba de un curso a otro. La tipología humana no es infinita, sino limitada y reiterativa.
Jorge Manrique nos da a entender que las valoraciones son estrictamente subjetivas y, por tanto, poco fiables. Los economistas que escriben en esta revista tienen muy claro esto y por eso apelan a los datos para justificar una apreciación. No es suficiente decir: «pienso que estamos bien» o «creo que bordeamos el desastre». Hay que demostrarlo. A pesar de todo, me atrevo a aventurar que algunas cosas han empeorado notablemente. Para apuntalar este juicio, no voy a aportar datos, sino impresiones, lo cual quiere decir que hablo de forma subjetiva. No podría ser de otro modo. Yo no me muevo en el campo de la economía. Al igual que Larra, con el que no pretendo compararme, me limito a esbozar opiniones, reivindicado ese tono menor que distancia al periodismo de la filosofía o la ciencia.
¿Por qué conjeturo que las cosas han empeorado? Solo hace frecuentar una red social para apreciar que los modales se han degradado terriblemente. La educación es uno de los mayores logros de la civilización. Cuando falta, no solo se habla con la boca llena. Además, se hiere a los demás con comentarios inaceptables. Umberto Eco dijo que internet había dado voz a los idiotas. Dado que la idiotez no es inocua, resultaba previsible que la avalancha de majaderías que circulan por las redes sociales desembocara en una orgía de malicia. Solo hay que navegar un poco por Twitter u otro espacio similar para comprender el temor que inspiraban las masas a Elias Canetti. El auge de las redes sociales coincide con el declive de la lectura. Evito la palabra «decadencia», para no parecer un wagneriano irredento. La lectura es una forma de cortesía, pues implica olvidarse del propio ego para hacer caso a un ego ajeno. Por eso, no me parece casual que la grosería prospere al mismo tiempo que desciende la pasión por los buenos libros.
En los años ochenta, el metro y el autobús a veces parecían salas de una biblioteca pública. Muchas personas aprovechaban sus desplazamientos para leer obras de calidad y no pocos llevaban un lápiz en la mano para subrayar párrafos o anotar sus impresiones en los márgenes. Entre los títulos más frecuentes —admito que soy un cotilla cuando atisbo un libro— se hallaban las Memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar, El nombre de la rosa, de Umberto Eco, La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa o los cuentos de Borges. Actualmente, el libro se ha convertido en algo tan insólito como una chistera. La mayoría de los viajeros solo consulta el teléfono móvil y casi siempre selecciona noticias pueriles, como el culebrón de Vargas Llosa y la Presyler, las pullas intercambiadas entre Shakira y Piqué o las rabietas de Elon Musk. Si echamos un vistazo a los libros más vendidos, pensando que allí nos toparemos con cosas más serias, descubrimos que entre las obras más leídas se encuentran las memorias del príncipe Harry, las novelas de algún presentador televisivo sobre las que planea la sospecha de una autoría dudosa o manuales de autoayuda plagados de consejos repelentes e inanes.
¿Se puede afirmar que Twitter ha contribuido a la decadencia (vaya, por fin me puse wagneriano) de la lectura? Después de diez años frecuentando esa red social con la esperanza de pescar lectores para mis artículos y mis libros, me atrevo a afirmar que no es descabellado atribuirle cierta responsabilidad. Twitter ha alimentado la demanda compulsiva de novedades con forma de fogonazos. La concisión es una virtud, pero solo cuando implica una feliz conjunción de densidad y hondura. Los 280 caracteres no son límites que inciten a la profundidad, sino a la inanidad o el exhibicionismo. La necesidad de llamar la atención fomenta los mensajes agresivos y esquemáticos. El matiz, la cortesía o la prudencia se perciben como lastres o errores. El objetivo es destacar. A cualquier precio. Y para ello no hay mejor estrategia que el exabrupto, la injuria o la calumnia.
Twitter no solo afecta a los modales. Además, destruye la capacidad de concentración. La incesante avalancha de mensajes crea el hábito nefasto de no dedicar más de unos segundos a cualquier tema. Un hábito sumamente perjudicial para el hábito de leer. La lectura exige paciencia, recogimiento, atención. Me refiero, claro está, a los textos literarios, filosóficos o científicos. No es una experiencia que simplemente aplaque la sed de entretenimiento. Leer implica aprender, desechar prejuicios, abrir la mente a nuevas perspectivas. Es una forma de dialogar con otros puntos de vista y revisar con espíritu crítico las propias ideas. En el caso de la literatura, no interviene tan solo la inteligencia, sino que también se implica la sensibilidad. La lectura de un buen poema es una experiencia sensual. Las palabras dejan de ser meras abstracciones, adquiriendo color, tacto, espesura. En Twitter, las palabras resultan incompatibles con la belleza. Parecen meras funciones, opciones de un menú televisivo, engranajes impersonales de una máquina sin alma.
A mi parecer, todas las épocas son imperfectas, pero los tiempos de Twitter son especialmente aciagos para la literatura, la cortesía y la salud mental. Algunos se preguntarán por qué no he borrado entonces mi perfil. Porque mis textos se volverían aún más invisibles e irrelevantes. No estar en Twitter es una forma de no existir. O de existir a medias. Las redes sociales se parecen al continuo tiempo-espacio. Más allá, no hay nada. Bueno, sí hay cosas, pero su existencia es fantasmal. Los que viven al margen de Twitter son una especie de robinsones descolgados de la historia. No es una mala alternativa, pero me falta valor para imitarlos.
¿Cómo se verá esta época cuando pasen un par de décadas? Si continúa la tendencia actual hacia una civilización del espectáculo, banal y ruidosa, algunos evocarán estos años como el albor de una era dichosa. Otros, los cascarrabias que escriben lamentaciones como esta, ya estarán criando malvas, pero los que aún sobrevivan, probablemente en un asilo, seguramente pensarán que asistieron al inicio de una hecatombe cultural.
No pierdo la esperanza de que un pelotón de buenas plumas salve la civilización.
P. S. Advertencia para los más jóvenes: Quizás mi reflexión es fruto del malhumor que produce envejecer. No lo sé. El tiempo, implacable y preciso, lo dirá. Por si las moscas, recomiendo que no me hagan mucho caso.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Portugal: 40 años de libertad. [Publicada el 24/04/2011]










Visité Portugal por vez primera en octubre de 1970. Había llegado en barco a Algeciras, desde Gran Canaria, junto con mi mujer y nuestra hija, que aun no había cumplido dos años. En Algeciras nos estaban esperando mis padres que habían venido desde Madrid. Pasamos allí la noche y al día siguiente partimos para Portugal, al que entramos, pasaportes en mano, por el puesto fronterizo de Rosal de la Frontera, en la provincia de Huelva. En Lisboa nos alojamos en un pequeño hotel cuyo encargado, español, parecía odiar cordialmente a sus paisanos. Nos encantó la ciudad, aunque la encontramos un tanto triste y como "decadente", y a la gente, amable pero desconfiada. Por las noches, después de cenar, cuando mis padres ya estaban durmiendo, mi mujer y yo salíamos a pasear por la calles de la ciudad vieja con la niña en su cochecito. Desde Lisboa, subimos hacia el norte. Nos gustaron mucho Nazaré, con sus barcos de pesca sobre la orilla de la playa, y Coímbra, un encanto de ciudad. Oporto, no tanto. Pero lo que más nos impresionó del viaje fue la escena que vivimos en Fátima, a la que llegamos un 12 de octubre: decenas y decenas de soldados, con sus uniforme de campaña, recorriendo de rodillas en compañía de esposas, madres, hermanas o hijas la gran explanada que da acceso a la basílica. Supusimos que eran soldados que daban gracias a la Virgen por haberles devuelto con vida de la sangrienta guerra que Portugal, la última potencia colonial de Europa, mantenía en sus posesiones africanas. Impresionaba, de verdad, el espectáculo. Era una sensación desoladora. Unos días más tarde volvíamos a España, con un sabor agridulce, por Ayamonte.
Tres años y medio después, jóvenes oficiales del ejército portugués, con la llamada "Revolución de los claveles", iniciada tal día como hoy de hace cuarenta años, ponían fin a aquella anacrónica dictadura y a la guerra y devolvían su libertad a los portugueses. Y hacían que el régimen franquista en España pusiera sus barbas a remojar.
Una canción, "Grândola, Vila Morena", que cuarenta años después aun hace que se me humedezcan los ojos cuando la escucho, se convirtió en icono de una revolución casi incruenta. Las prisas de algunos por realizar la revolución popular antes que restaurar la democracia (como ocurrió en España durante la II República) estuvieron a punto de llevarla al traste. Pero la historia demuestra una y otra vez que las democracias cuando son reales tienen recursos para solventar todas las crisis. La portuguesa lo era y la solventó. Como solventará la que sufre ahora, al igual que lo harán Grecia, Irlanda, Italia, España y otros Estados del sur y de Europa oriental. Con su propio esfuerzo y con la ayuda del resto de los europeos. No tengo la menor duda al respecto. 
Desde aquel octubre de 1970 hemos vuelto varias veces más a Portugal; lo hemos recorrido de sur a norte y de norte a sur. El país entero y sus gentes han cambiado para bien, para mucho mejor. Y cuando entramos en él, ahora ya sin barreras fronterizas, nos parece encontrarnos como en casa (y no lo digo solo por el huso horario). Es una tierra bellísima y tiene una gente estupenda... ¡Felicidades, Portugal, por esos cuarenta años de libertad!
Les ruego escuchen a Pasión Vega y su sentimental y emotiva "Lejos de Lisboa"Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt. 











sábado, 4 de marzo de 2023

De vascos y catalanes

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del politólogo Víctor Lapuente, va de vascos y catalanes. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








¿Y si vascos y catalanes suman?
VÍCTOR LAPUENTE
28 FEB 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Caerán mejor o peor, pero prácticamente nadie piensa que los nacionalismos catalán y vasco sumen a la democracia española. Para la derecha, los partidos políticos periféricos restan mucho. Y, para la izquierda, incluso la más condescendiente, serían neutros: no son una amenaza para la convivencia en libertad, pero, si desaparecieran de forma natural PNV, ERC o Junts, tampoco perderíamos mucho, ¿no?
Este ha sido también el enfoque tradicional entre los académicos. Los movimientos que, dentro de un Estado, defienden los derechos de una comunidad concreta, definida por una cultura, un idioma, una historia o una combinación más o menos cabal o rocambolesca de todo eso, tienen mala fama. Tras la caída del muro de Berlín, los expertos subrayaban que la democracia progresaba más rápido en aquellos países en los que no existían divisiones étnicas, como Polonia, Hungría o República Checa. Un pueblo grande y libre. Por el contrario, donde no había uno, sino varios pueblos, como Eslovaquia, Bulgaria, Rumania y, por supuesto, la antigua Yugoslavia, la democracia parecía encallarse, cuando no degenerar en cruentos conflictos basados precisamente en esas grietas étnicas.
Sin embargo, tras varias décadas de experiencia democrática, esta visión sobre los movimientos políticos étnicos está invirtiéndose. Como apunta Jan Rovny, investigador en Sciences Po, hoy los retrocesos democráticos más notables se producen en los países donde no existen esos partidos étnicos o nacionalistas periféricos. Polonia, Hungría o Eslovenia, que cumplen con el ideal de una única nación en términos étnicos, culturales y políticos, y sus ciudadanos no votan a nacionalismos minoritarios, han sufrido una importante caída de los derechos civiles y políticos. Por el contrario, las democracias étnicamente más “impuras”, como Estonia, Letonia, Bulgaria o Eslovaquia, se mantienen en mejor forma.
Parece ser que los nacionalismos étnicos o periféricos, una vez son conscientes de que deben operar en un Estado en el que inexorablemente son y serán una minoría (y ese reconocimiento les puede costar tiempo; lo estamos viendo en España con muchos independentistas), persiguen políticas para poner coto al poder de la mayoría. Su objetivo primordial es evitar un gobierno absolutista en la capital del país. ¿Y si en España sucede algo parecido? ¿Y si vascos y catalanes suman?

























[ARCHIVO DEL BLOG] Muy personal: historia y memoria. [Publicada el 11/11/2013]











Resultaría bastante pretencioso por mi parte eso de escribir "historia" con mayúsculas, así que, como no quiero pecar de ello después de tanto debate y palabras, algunas interesantes, sobre el polémico asunto de la "memoria histórica", me he decidido a hacer una modestísima contribución a la misma: la de mi propia familia, como homenaje a tantas y tanta otras familias divididas por la guerra civil y obligadas por las circunstancias o por grado a luchar en bandos opuestos. No voy a dar más nombres de los necesarios, pero los hechos y los personajes son reales, y los transmito tal y como a mí me llegaron a través de la memoria y la transmisión oral de mi familia.
13 de septiembre de 1923: El general Primo de Rivera da su golpe de Estado. El rey Alfonso XIII, que se encuentra de vacaciones en San Sebastián con la Familia Real, enterado del pronunciamiento militar, abandona el palacio de Miramar a las doce en punto de la noche. Entra en Madrid a las seis de la mañana. El coche de escolta lo conduce un joven guardia civil de 22 años adscrito a la Casa Real. Es mi padre. Y es republicano.
14 de abril de 1931: Proclamación de la república. Mi padres viven en Sevilla, donde mi padre se encuentra destinado. Mi madre, apolítica total, le comenta estupefacta como es posible que las mismas masas que dos años antes aclamaban emocionadas al rey en la inauguración de la Exposición Universal de Sevilla griten ahora, entusiasmadas, vivas a la república.
Octubre de 1934: Trubia (Asturias). Los mineros se han sublevado contra el gobierno de la república y han ocupado, entre otros lugares, la fábrica de armas sita en la ciudad. Es la denominada "Revolución de Asturias". Asaltan el cuartel de la guardia civil de la localidad. Mi padre está destinado allí. Las mujeres de los guardias y sus hijos, que viven en la casa cuartel, se refugian en zanjas abiertas en el exterior pues el edificio está siendo bombardeado con los cañones que los mineros han obtenido en el asalto a la fábrica. A mi madre, embarazada de mi segundo hermano, le dan un fusil, no sabe muy bien para qué, y la meten en una zanja con mi hermano mayor. Los mineros no llegan a ocupar el cuartel.
18 de julio de 1936: Mis padres viven en Barcelona. Mi padre ya es sargento, y está destinado en el Parque de Automovilismo. Es el chófer del coronel Escobar, jefe de la guardia civil en Barcelona. Está afiliado a Falange Española. Permanece fiel al gobierno de la república ante el golpe militar, como toda la guardia civil de Barcelona.
1938: En fecha indeterminada. Después de vicisitudes varias por toda la zona republicana, mi padre se encuentra de nuevo en Barcelona. Es detenido, acusado de conspiración contra la república y condenado a muerte. Mi abuelo materno, militante socialista, acude desde Madrid para interceder por él y acompañar a mi madre. Se le indulta de la pena de muerte y es ingresado en un barco-prisión fondeado en el puerto de Barcelona. La aviación "nacional" bombardea Barcelona, mi abuelo es alcanzado por una de las bombas y pierde una pierna.
Mi padre y dos guardias civiles más encarcelados, escapan del barco y huyen a pie hasta la frontera francesa. Uno de sus compañeros, herido, es devorado por los cerdos una noche en la que se han refugiado en una alquería, camino de la frontera. Logra llegar a Francia y es internado en un campo de concentración cercano a Lyon. El trato que dan allí a los españoles es inhumano.
Mi madre y mis hermanos no volverán a saber nada de él hasta abril de 1939, cuando por un parte radiofónico se enteran de que ha sido repatriado a España.
1940: Mi padre es investigado y juzgado como desafecto al régimen, al no haberse sublevado en julio del 36. No pueden probarle nada en contra y es destinado como comandante militar a Valverde, en la isla de El Hierro, en Canarias. Allí permanecerá con mi madre y mis hermanos hasta 1945, en que, asciende a teniente y vuelve destinado a la península: primero a Andalucía, donde yo nazco, luego a Asturias y más tarde a Castilla-La Mancha. Asciende a capitán y es destinado a Madrid. En 1956 pasa a la reserva, y se retira, por edad, en 1958, con el grado honorífico de comandante.
Mi madre siempre fue una mujer religiosa, fuerte, y muy conservadora. Toda su familia paterna era militante del partido socialista. Un tío-abuelo mío, el más querido por mi madre, hermano de mi abuelo, fue diputado en las Cortes republicanas y alcalde del municipio de Vallecas, ahora  integrado en el de Madrid. Se llamaba Amós Acero. Era un hombre de orden, muy preparado, republicano ferviente y socialista. Protegió los conventos e iglesias de su localidad cuando ocurrieron los sucesos de abril de 1931, defendiendo a los sacerdotes y religiosas de Vallecas. En 1941, fue condenado a muerte por un consejo de guerra y ejecutado. De nada valieron las intercesiones de esos mismos religiosos que él protegió.
En casa de mis abuelos maternos, de quien eran amigos, en la Rivera de Curtidores de Madrid, comieron muchas veces Indalecio Prieto, Julián Besteiro, Largo Caballero, el doctor Negrín y otros dirigentes socialistas, antes de la guerra civil. Mi madre los conoció a todos desde joven. Mis abuelos maternos murieron a mediados de los años 50. Llegué a conocerlos y jugué muchas tardes en su casa cuando mis padres iban a visitarlos.
Mi abuelo paterno fue también guardia civil. Murió en 1903. Nunca llegué a ver una foto suya. Tuvo 21 hijos, tres con mi abuela, que vivió con nosotros hasta mediados de los 50. En casa de mis padres vi su nombramiento como guardia civil expedido por la reina-regente, María Cristina. Un tío mío, hermano de mi padre, fue teniente de la Legión durante la guerra civil. Todos los hermanos varones de mi madre, y los maridos de sus hermanas, lucharon en el lado republicano.
Otro día, si tengo ánimo, seguiré con la historia. Ahora, les dejo el enlace a un interesante artículo aparecido en la Revista Claves de Razón Práctica de noviembre de 2008 titulado "Argumentos patéticos. Historia y memoria de la guerra civil".
Una persona asesinada es una persona asesinada, ¿o no?, se pregunta el autor del mismo, el profesor Ángel G. Loureiro, catedrático de Literatura Española Contemporánea y Teoría Literaria en la prestigiosa universidad de Princeton (Estados Unidos). Uno puede tener una clara simpatía por la República, dice, pero eso no resuelve las cuestiones éticas planteadas por los asesinados de ambos bandos. Y concluye su artículo: Sería muy tranquilizador tener una respuesta políticas a los dilemas suscitados por los asesinatos pero las cuestiones planteadas por todas las víctimas de la guerra civil no admiten una respuesta política tan sencilla como muchos asumen o exigen.
La foto que enmarca esta entrada es de 1949. En ella está toda mi familiar materna al completo. De los tres niños pequeños al pie de la misma, yo soy el que aparece más a la derecha del espectador.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt















viernes, 3 de marzo de 2023

De la defensa de lo público

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la lingüista Beatriz Gallardo, va de la defensa de lo público. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







¿El regreso del mensaje?
BEATRIZ GALLARDO PAÚLS
28 FEB 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Las teorías del discurso público llevan décadas describiendo una serie de rasgos socioculturales que, como definitorios del contexto político, aportan marco global a los mensajes y se refuerzan entre sí. Casi todos surgen en la segunda mitad del siglo XX y se consolidan progresivamente.
Por ejemplo, la televisión abrió la puerta al personalismo de los partidos, que a su vez facilitaba la tendencia a narrativizar, focalizando las personalidades carismáticas. Los estudios sobre este personalismo muestran cómo la cobertura mediática se desplaza paulatinamente de los partidos a los líderes, y cómo la mercadotecnia política asume el star system de las celebridades. Al archirrepetido axioma de Marshall McLuhan, “el medio es mensaje”, se sumaría años después el de Manuel Castells: “el mensaje es el propio político”.
En el ámbito de la ciudadanía, las teorías sobre la desideologización suelen vincularse al libro de Daniel Bell de 1960 El final de la ideología, que en realidad no apuntaba a su final —nunca se fueron—, sino a la pérdida de su valor movilizador. Se trata de la “irrelevancia de la política” que mencionaba Daniel Innerarity en La sociedad invisible (2004), la sensación de que los verdaderos gestores de la realidad no son nuestros gobiernos y representantes políticos. Esta desideologización alimenta la antipolítica, el indignado “todos son iguales” y, en última instancia, la desafección abstencionista, presuntamente antisistema, pero que siempre beneficia a un polo ideológico.
Por último, la aportación de los medios a este clima personalista y acrítico sería la visión cínica, la espectacularización de la política. Los partidos asumen esta circunstancia y mutan en lo que Umberto Eco llamó “partidos televisivos”, perfectamente representados por los partidos berlusconianos; la política pasa a ser un fenómeno que se despliega en el escenario de los medios de comunicación y toda información deviene infoentretenimiento, los noticiarios se llenan de sucesos.
Personalismo político, desideologización ciudadana y espectáculo mediático serían, en definitiva, tres de los rasgos condicionantes del discurso público en el cambio de siglo. Su confluencia alumbra un discurso en el que predominan los temas no políticos, el sensacionalismo, la anécdota dramática, la trivialidad o la atención a las individualidades, y en el que los textos de opinión van imponiéndose a los informativos.
En este paisaje —inevitablemente simplificado, pero en el que tampoco podemos olvidar el contexto más amplio de la posmodernidad y los programas educativos neoliberales— es en el que penetra la digitalización, cuyo efecto en la primera década del siglo XXI puede asemejarse a una especie de centrifugado que extrema hiperbólicamente todos estos rasgos y fomenta los populismos. La facilidad de acceso a la voz pública, tan celebrada en los primeros años de internet, cambia radicalmente con la irrupción de las empresas de redes sociales, alentando los hiperliderazgos, la pirotecnia discursiva, la expresividad negativa y la desinformación. A estas alturas ya sabemos que tanto los políticos como, especialmente, los medios erraron profundamente al legitimar a tales empresas para la tarea de mediación; en la práctica, esto supuso el reemplazo de las empresas informativas (con su código deontológico y sus rutinas profesionales) por las macroempresas tecnológicas estadounidenses, disfrazadas generalmente de empresas de ocio y entretenimiento, cuya única e inocente finalidad sería derribar (¡y gratis!) frustrantes barreras comunicativas.
Este es el escenario global que ha servido de fondo a las últimas campañas electorales, pero ¿sigue siendo válido en la segunda década del siglo XXI, impactado por una pandemia y una guerra europea? Algunas señales permiten plantear si no se trata ya de un modelo caducado o que, como mínimo, comienza a declinar, de manera que el mensaje en sí mismo, su contenido —su contenido político—, podría estar empezando a recuperar un lugar central. Y en este sentido quiero referirme específicamente a uno de los vértices del triángulo comunicativo, esa ciudadanía presuntamente desideologizada, más pendiente de la anécdota que de lo sustancial, necesitada, en teoría, de que los políticos apelen a su dimensión emocional y sentimental, y más proclive a las afinidades triviales y simbólicas que a las complejidades ideológicas o conceptuales.
Creo interesante señalar que las recientes manifestaciones por la sanidad pública en Madrid o Santiago de Compostela no clamaban por derechos abstractos ni, mucho menos, por las esencias de lo que se vive como identidad individual o como sentimiento. Por el contrario, los asistentes defendían el sistema de gestión de la salud como algo compartido, de todos; y al reivindicar la atención sanitaria centraban su mensaje en algo muy concreto en la vida de cada ciudadano, aunque la pandemia nos haya enseñado su dimensión plural. Así, mientras la voz de algunos políticos sigue insistiendo en abstracciones (libertad, identidad de género), y contenidos altamente expresivos (descalificaciones, triunfalismos, victimismos) se diría que la voz ciudadana rechaza unas políticas bien concretas y reclama otras, con más argumento que relato, con más “nosotros” que “yo”. Asombran, por eso, los intentos, a izquierda y derecha, de negar el valor político de esas manifestaciones, pretendiendo convertirlas, tramposamente, en antipolítica. ¿Hay algo más político que la decisión de destinar la recaudación del Estado a sistemas de salud públicos o privados? Y quien dice salud, dice educación o protección social y, en suma, Estado de bienestar.
Así como Johnny Guitar nos sorprende por ser un western de los cincuenta en el que es el hombre quien inicia las conversaciones amorosas, puede parecer extraño pretender que sea ese mensaje ciudadano el que impulse cambios en el discurso político y mediático; pero es inevitable pensar que medios y políticos ajusten su discurso en respuesta a esa ciudadanía con acciones igualmente centradas en el contenido. En el primer caso, por ejemplo, aunque los medios siguen privilegiando el encuadre del conflicto (la reiterada polarización), y siguen recurriendo al clickbait como estrategia de tráfico digital, los periódicos ya saben que sin calidad informativa no aumentarán las suscripciones de pago.
En el caso de los políticos, me atrevo a decir que fracasará quien centre sus esfuerzos en conseguir que el líder resulte simpático a los ciudadanos, porque, siendo algo importante, no basta en absoluto cuando estos notan que su situación empeora diariamente. Y si comparamos la algarabía actual de la esfera política con la de hace, por ejemplo, cinco años, es fácil comprobar que algunas de las voces más estridentes han desaparecido sin dejar huecos notorios. Quienes, buscando la atención mediática y en redes, pretendan emular esos discursos, no habrán entendido que la indignación y lo simbólico ya no bastan para movilizar, y que es tiempo de ofrecer realidades nítidas a los ciudadanos, es decir, política. Incluso a riesgo de aburrirlos. En este sentido, la mirada a lo común, y no a lo que separa, puede suponer un eje discursivo prometedor y con proyección a futuro. Pensadores como Juan Romero o Mark Lilla han señalado hace tiempo la necesidad de discursos renovados en esa dirección.
Los fenómenos enumerados pueden parecer anecdóticos en el conjunto de la esfera pública, y tal vez interpretarlos como síntomas de un cierto cambio responda tan solo a un exceso de optimismo. Pero lo cierto es que el discurso evoluciona con la sociedad y los modelos explicativos deben hacerlo a la par. Las numerosas campañas de este año nos demostrarán si los mensajes construidos por los partidos y difundidos por los medios asumen las mismas premisas de las anteriores, y con qué resultado.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Las lenguas de mi Patria. [Publicada el 16/05/2008]














Hace unas semanas, creo que el 23 ó 24 de abril, escribí un comentario en mi anterior blog "Desde el Trópico de Cáncer - primera temporada: 2006-2008)", con este mismo título. Lo hice con la intención de sumarme un tanto a mi aire a la conmemoración del Día de Libro e incluyendo en él poemas escritos en catalán, castellano, euskera y gallego de autores reconocidos y reconocibles.
Retomo hoy el asunto sobre las "lenguas de mi patria" porque leo en El País de esta fecha un interesante artículo del profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona, Albert Branchadell. Y vaya por delante una salvedad de principio: hablo sin conocimiento de causa y sólo por aproximación dada mi condición de hablante y residente en una comunidad autónoma monolingüe.
He estado numerosas veces en Cataluña, Galicia, País Vasco y Valencia y nunca he tenido problema alguno con el idioma. He hablado en la lengua común, el castellano, y me han contestado en castellano, sin ningún aspaviento ni alarma social alguna. Tengo amigos y conocidos, algunos muy buenos y de muchos años viviendo en ellas, naturales y residenciados, bilingües y monolingües: todos ellos me han comentado en el pasado y me comentan ahora que ni en Cataluña, ni en Galicia, ni en el País Vasco ni en Valencia, hay problema "real" alguno con la lengua de cada cual. Y yo, por mi corta experiencia personal, pienso que es verdad: que en España no hay ningún problema "real" con los diversos idiomas que en ella se hablan. Y si lo hay, es precisamente, en demérito de los idiomas minoritarios y no el del idioma común, el castellano, absolutamente dominante en las comunidades bilingües.
Me duele este asunto, esta confrontación que se me antoja un tanto ficticia. Me duele como español, porque da la impresión de que dos terceras partes de mis compatriotas no parecen entender o no quieren entender que el catalán-valenciano, el euskera y el gallego son tan idiomas españoles como el castellano. Que la oficialidad de éste último constitucionalmente asegurada y reconocida no priva a los primeros de su condición de idiomas de España, y de su co-oficialidad, también reconocida constitucionalmente, en sus comunidades autónomas respectivas.
Tuve una compañera de trabajo suiza que me comentaba, jocosa, cuando le preguntaba sobre ello, que no sabía en que idioma pensaba. "Pienso que pienso -me decía- en italiano (su idioma materno) o quizá en alemán (que aprendí en la escuela de párvulos en Basilea), o en francés (que aprendí en el Instituto)." No me parecía una mujer infeliz ni traumatizada por haber tenido que aprender y hablar cuatro idiomas (con el español)... Supongo que todos ustedes conocen casos similares...
Hay una frase del artículo del profesor Branchadell que sitúa el problema, a mi juicio en sus justos términos cuando dice "que el modelo vigente, que sitúa al catalán como lengua vehicular y de aprendizaje, contraríe las preferencias de miles (unos 50.000) de ciudadanos no significa que conculque los derechos fundamentales de nadie". Pienso que tiene razón. Y espero de la cordura de todos que no hagan de la lengua de cada cual motivo de enfrentamiento sino de orgullo compartido. Sean felices. HArendt