miércoles, 26 de noviembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 26 DE NOVIEMBRE DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 26 de noviembre de 2025. El PP fía su crítica al Gobierno a decisiones judiciales que desmontan su argumento de que vivimos en una dictadura, se lee en la primera de las entradas del blog de hoy, y una de las penas de la desaparición de Chiquito de la Calzada es que nunca sabremos cómo habría pronunciado lawfare. El libro ‘Sobre el trabajo’ (Página Indómita, 2025), se lee en la segunda de ellas, recoge algunos de los textos más destacados de la filósofa y activista francesa Simone Weil (1909-1943), quien con gran lucidez reflexionó sobre la experiencia obrera, las condiciones laborales modernas y cómo estas repercuten sobre el espíritu humano. La geografía es el destino de cualquier país, podemos leer en la tercera de las entradas de hoy, y pocos destinos son tan despiadados como ser vecino de Rusia. En la cuarta de hoy podemos leer un archivo del blog de diciembre de 2016 en el que se hablaba del funcionamiento de la justicia en España: una justicia lenta, politizada, antigua y ahogada en papel, con la mitad de jueces que la UE, una organización decimonónica y unos sistemas informáticos no se entienden entre sí: un desastre permanente. El poema del día es hoy de un poeta sudafricano nacido en 1924, y comienza con estos versos: Como cuando la partida de ajedrez comienza/hasta que uno es forzado a renunciar./El pensamiento/es una función/del carácter. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt













DE POLÍTICOS Y JUECES

 







El PP fía su crítica al Gobierno a decisiones judiciales que desmontan su argumento de que vivimos en una dictadura, escribe en el El País (25/11/2025) el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Gotemburgo, Víctor Lapuente. Una de las penas de la desaparición de Chiquito de la Calzada, comienza diciendo, es que nunca sabremos cómo habría pronunciado lawfare. Aunque seguro que hubiera sido más atinado que nuestros políticos. Porque todos abusan del concepto: la izquierda al pensar que detrás de toda acción judicial hay una causa política, y la derecha al entender que detrás de toda acción política debe haber una causa judicial. El Gobierno se encastilla en el poder argumentando un asedio de jueces motivados por ideología —lo cual es poco razonable, pero útil— y la oposición centra su ataque al Gobierno en los casos judiciales —lo cual es absolutamente irracional—.

Así, el lawfare se ha convertido en el invisible éter que sostiene la vida política en España. Como la quintaesencia en la antigua Grecia o el fluido de Mésmer en el XIX, el lawfare no existe, pero es el principio que lo activa todo.

No hace falta ser Einstein, quien descartó el éter con la teoría de la relatividad, para cuestionar la existencia del lawfare. Solo hay que confiar en la integridad de los miembros de una judicatura sometida a un garantismo extremo, con decisiones colegiadas y múltiples niveles de apelación. En una red tan tupida cualquier injusticia acaba atrapada. Y luego mirar los datos. Ninguna democracia ha sentado en el banquillo a tantos representantes de los grandes estamentos: de la banca a la Casa Real pasando por muchos políticos conservadores. El PP tiene un rosario de causas abiertas y sentencias pendientes.

No tiene lógica creer en una confabulación judicial contra el Gobierno, como hace la izquierda, aunque tiene sentido político si la legislatura es estéril. Pero lo que no tiene pies ni cabeza es lo del PP: encomendarse a las causas judiciales para atacar al Gobierno. Los populares han sentenciado anticipadamente a Sánchez por todo tipo de delitos: abuso de poder por el caso del fiscal general, corrupción política por la amnistía, o ser el jefe de un equipo de gánsteres.

El PP fía su crítica al Gobierno a unas decisiones judiciales que, o no son como esperan (la amnistía en Europa) o, si lo son (como el fallo contra García Ortiz), desmontan su argumento de fondo: que Sánchez es un dictador. Qué dictadura tan rara donde el fiscal general es condenado por revelación de secretos, y los jueces acorralan a dos exsecretarios de Organización del partido en el Gobierno, a la esposa y al hermano del presidente. Aún pueden rectificar. Solo necesitan pensar que Sánchez no es un autoritario Orbán, sino un inane Scholz o Macron. Eso lo vería hasta Condemor. Víctor Lapuente













DEL TRABAJO

 







El libro ‘Sobre el trabajo’ (Página Indómita, 2025), se lee en la revista Ethic (22/10/2025)  recoge algunos de los textos más destacados de la filósofa y activista francesa Simone Weil (1909-1943), quien con gran lucidez reflexionó sobre la experiencia obrera, las condiciones laborales modernas y cómo estas repercuten sobre el espíritu humano. El artesano que posee sus propias herramientas, su propia materia prima, reina en su trabajo. Moldea la materia a su gusto, utilizando las herramientas como mejor sabe, según su criterio, gracias a la habilidad que es su virtud propia. Regula el ritmo de trabajo a su conveniencia. Como ser vivo y pensante, dispone con libertad de las cosas inertes sometidas a su acción. Su inteligencia domina la materia. […]

Este dominio, que constituye la felicidad y la dignidad del trabajador, se transforma paulatinamente en una completa esclavitud, a medida que la artesanía es sustituida por la manufactura realizada con ayuda de una máquina, y que esta manufactura es sustituida por la fábrica, es decir, a medida que se desarrolla el régimen capitalista. El capitalismo se define aparentemente por el hecho de que el obrero está sometido a un capital material compuesto de instrumentos y materias primas, que el capitalista no hace más que representar. El régimen capitalista consiste en que las relaciones entre el trabajador y los medios de trabajo se invierten: el trabajador, en lugar de dominarlos, es dominado por ellos.

La historia del capitalismo es la historia del desarrollo de la cooperación en el trabajo. Las condiciones materiales del capitalismo se hicieron realidad cuando se reunió en un gran local a un gran número de obreros con el encargo de transformar una materia que no les pertenecía. Los obreros se convirtieron entonces en asalariados; debían entregar al patrón una parte de sus productos, pero en el curso del trabajo seguían siendo semejantes a los artesanos independientes. De igual manera, en nuestros días, las relaciones entre el campo, el arado y el hombre son las mismas ya sea el arado conducido por el propietario o por un asalariado.

Pero los obreros reunidos en un mismo lugar no trabajaron independientemente los unos de los otros durante mucho tiempo. La agrupación de los trabajadores condujo casi de inmediato a la cooperación y, en consecuencia, a la división del trabajo. A partir de ese momento, el trabajador independiente no fue ya el obrero, sino el taller en su conjunto. El patrón debía asegurarse de la coordinación del trabajo y, por lo tanto, cada trabajador estaba sometido a su autoridad durante el transcurso de la jornada. Pero cada obrero seguía siendo hasta cierto punto independiente en la parte del trabajo colectivo que se le había encargado. Debía saber por sí mismo lo que tenía que hacer. Poseía, si no las herramientas, al menos el manejo de las mismas. Poseía su habilidad de buen obrero. Era un elemento activo del taller.

Pero el trabajo es tanto más productivo cuanto más dividido está. Así, la división del trabajo fue llevada poco a poco hasta su grado máximo, en el que cada trabajador solo tiene un gesto que realizar. A partir de ese momento, el gesto del obrero podía ser sustituido por un movimiento mecánico. Y fue entonces cuando se desarrolló el maquinismo. La máquina tiene con respecto al obrero fabril la superioridad de asegurar una coordinación mucho más precisa de las diversas partes del trabajo colectivo, ya que los engranajes ciegos son mucho más regulares en su funcionamiento que los cuerpos humanos. Una vez que la máquina ocupó el lugar de la simple coordinación de los trabajos, el obrero se vio privado no solo de las herramientas, sino también del manejo de las mismas: esta manipulación quedaba asegurada en adelante por la propia máquina. La inteligencia, la habilidad, todas las virtudes que hacen tan valioso al artesano quedaron así ubicadas al margen del trabajador, y como cristalizadas de manera inerte, en forma de máquina.

Desde entonces, la subordinación del trabajador al capital, del ser vivo y pensante a la materia ciega, se realiza en la forma misma del trabajo; se convierte en una condición de la producción, presente en cada momento de la misma. El obrero, privado sucesivamente de la materia prima y de la instrucción de su habilidad, no posee ya más que su fuerza animal; y esta fuerza solo puede ser un elemento de la producción si se la pone al servicio de la máquina del mismo modo que el buey es puesto al servicio del labrador. […]

El papel del régimen capitalista en la historia humana ha consistido en hacer pasar a la humanidad del trabajo individual al trabajo colectivo, y en aumentar así, en proporciones formidables, la productividad del trabajo. El capitalismo ha cumplido con este papel, pero solo lo ha hecho aplastando cada vez más al trabajador, hasta reducirlo a una condición absolutamente inhumana. Los trabajadores llegados al último grado de sometimiento empiezan a tomar conciencia de esa condición inhumana en que se encuentran; y a partir de ese momento, el problema que deben resolver es el de restablecer el dominio del trabajador sobre las condiciones de trabajo, sin destruir la forma colectiva que el capitalismo ha impreso a la producción. En la solución a este problema radica toda la Revolución. Este texto es un fragmento de ‘Sobre el trabajo’ (Página Indómita), de Simone Weil. 













DEL PASTOR INÚTIL

 






La geografía es el destino de cualquier país, escribe en Substack (23/11/2025) el historiador canadiense Michael Ign atieff. Pocos destinos son tan despiadados como ser vecino de Rusia, comienza diciendo. Desde los zares, pasando por Stalin hasta Putin, los gobernantes rusos han considerado su propia soberanía inviolable y la de sus vecinos negociable. En 1939, Stalin se repartió Polonia con Hitler, pero como Stalin sospechaba que Hitler planeaba atacarlo más tarde, atacó Finlandia para proteger Leningrado. Esta ciudad se encuentra cerca de la frontera finlandesa. En la guerra de invierno que siguió, los finlandeses se vieron superados en armamento y número, pero conocían el terreno helado mejor que los rusos, y sorprendieron al ejército ruso, obligándolo a retroceder repetidamente, utilizando cócteles molotov para incendiar tanques rusos. Los rusos se reagruparon, desplegaron artillería pesada y oleadas de soldados en la línea finlandesa de Mannerheim, y para marzo de 1940 habían obligado a los finlandeses a solicitar un armisticio y firmar un tratado de paz que rendía Carelia. Finlandia nunca recuperó este territorio. El líder finlandés que firmó el tratado, Kyosti Kallio, era un cristiano devoto de familia campesina, un anciano que conocía la Biblia. Tras firmar el tratado, se le oyó citar con amargura el libro de Zacarías, 11.17: ¡Qué dolor le espera a este pastor inútil que abandona su rebaño! ¡La palabra le cortará el brazo y le perforará el ojo derecho! Su brazo quedará inutilizado y su ojo derecho completamente ciego. Debido al dolor y el remordimiento por haber cedido tierras a cambio de una paz injusta, el brazo de Kallio quedó paralizado y murió en diciembre de ese año.

El lamento del Libro de Zacarías sería una lectura sombría en Kiev hoy. Vladimir Zelenski se enfrentará a la condena demoledora de su pueblo si firma el plan de 28 puntos que los estadounidenses han urdido con los rusos. Si se niega y Ucrania lucha sola, sin más armas estadounidenses ni inteligencia satelital, se arriesga a condenar a su pueblo a la derrota. Al igual que el líder finlandés, Zelenski debe encontrar la manera de que su pueblo sobreviva, pero no sabe si la paz o la guerra son el camino a la supervivencia. Pero debe sospechar que, al igual que el líder finlandés, su brazo se debilitará si firma el acuerdo con Estados Unidos.

Vale la pena establecer más paralelismos con la experiencia finlandesa en la guerra de invierno de 1940. Al igual que los finlandeses, los ucranianos superaron a los rusos en combate desde el principio, solo para retroceder bajo la implacable presión de la superioridad numérica rusa y la disposición de sus comandantes a sacrificar cualquier número de hombres para lograr un objetivo. Tanto finlandeses como ucranianos compensaron la escasez de tropas con tácticas y tecnología innovadoras. Los finlandeses fueron pioneros en el uso del cóctel molotov, el uso de esquís y el camuflaje blanco. Los ucranianos enseñaron al mundo cómo usar drones mejorados con IA para crear zonas de aniquilación mortales para cualquier pelotón que avanzara.

Al igual que los finlandeses, los ucranianos se sienten abandonados. Podrían haber hecho retroceder a los rusos por completo si en 2022 los estadounidenses y los europeos les hubieran proporcionado los medios para atacar objetivos logísticos y de suministro rusos. En 1940, los finlandeses y en 2025 los ucranianos, ante la disyuntiva de la paz o la guerra, tuvieron que tomar la decisión, en última instancia, por sí solos.

Al menos en 1940, los finlandeses negociaban únicamente con los rusos. Ahora, Zelenski se enfrenta a la perspectiva de negociar con un enemigo mortal y con su antiguo amigo. Sin duda, la negociación más difícil es con su antiguo amigo, pues es un amigo quien lo obliga a firmar con la amenaza de retirarle más asistencia militar y quien promete ayuda para la reconstrucción a condición de que Ucrania autorice acuerdos rentables para sus compinches estadounidenses.

Para los desventurados espectadores europeos —Macron, Starmer, Merz y Meloni— este terrible desenlace pone de manifiesto la verdad de que las naciones que se aprovechan de la protección de un Estado imperial y descuidan invertir en su propia defensa, acaban siendo incapaces de proteger su propio continente cuando los estadounidenses se retiran.

Deberíamos esperar que Ucrania pueda reducir gradualmente las concesiones exigidas sobre el tamaño de su ejército y la entrega del territorio que aún controla. Que esto sea posible dependerá de la necesidad rusa de un acuerdo. Si Putin ha apostado su régimen a la posibilidad de seguir luchando si las negociaciones fracasan, Ucrania no podrá salvarse salvo volviendo al campo de batalla.

El Libro de Zacarías es una lectura difícil para Zelenski, pero también contiene una sombría advertencia para Trump. Abandonar aliados, recompensar la agresión territorial y poner en peligro la seguridad de todo un continente convertiría al presidente en un auténtico "pastor inútil". A Trump no parece importarle, pero los acontecimientos podrían obligarlo a preocuparse. Abandonar Ucrania aumentaría la disposición de Xi Jing Ping a arriesgar el uso de la fuerza para tomar Taiwán. Todo país que antes dependía de las garantías de seguridad estadounidenses buscará en otra parte. Entonces, el tejido imperial comienza a desmoronarse. Trump finge no importarle lo que piensen los aliados, pero debe importarle lo que piensen los estadounidenses sobre traicionar a un aliado. Nada tiene más probabilidades de volver a empequeñecer a Estados Unidos que traicionar a Ucrania.

La historia finlandesa es paralela a la terrible experiencia de Ucrania, pero también apunta, aunque solo sea en un futuro lejano, a un destino más feliz. Los finlandeses, al igual que los ucranianos, fueron en su día colonias del imperio ruso. Aún existe una estatua del zar Alejandro II en la Plaza del Senado de Helsinki. Al igual que Ucrania, obtuvieron la independencia nacional tras el caótico colapso del imperio zarista en 1917. Durante veinte años después, lucharon por mantener a raya a los rusos, sucumbiendo a la derrota en 1940. En los ochenta años transcurridos desde que el gobierno finlandés derrotado firmó un tratado de paz con Stalin, los finlandeses han pasado de la neutralidad armada a la membresía en la OTAN, el ingreso en la UE y una próspera economía de alta tecnología que avergüenza a su vecino ruso. Ucrania esperará que si puede esperar condiciones de paz que le garanticen el ingreso a Europa, el uso de los activos rusos confiscados para financiar la reconstrucción y una garantía estadounidense de volver a aplicar las sanciones y enviar armas a Kiev si Rusia viola nuevamente la soberanía ucraniana, entonces un país atormentado podrá ver el feliz rumbo de Finlandia como un futuro posible, aunque todavía distante. Michael Ignatieff





















DEL ARCHIVO DEL BLOG. LA JUSTICIA EN ESPAÑA. PUBLICADO EL 02/12/2016

 







Una justicia lenta, politizada, antigua y ahogada en papel. España tiene la mitad de jueces que la UE, su organización es decimonónica y sus sistemas informáticos no se entienden, escribe en El País (02/12/2016) la periodista y exdirectora adjunta de ese periódico, Mónica Ceberio Belaza. Antonio Seoane celebra 26 juicios a la semana, pero ha llegado a señalar 60. Los nuevos despidos, reclamaciones por pensiones de viudedad o invalidez, problemas sindicales o de acoso laboral se agolpan en la mesa de su despacho día tras día, comienza diciendo. Su carga de trabajo está al 200% de lo considerado razonable. Trabaja por las tardes, muchas noches y los fines de semana. Y sabe que nunca será suficiente. La justicia le devuelve a este magistrado su particular roca de Sísifo una y otra vez; un colapso imposible de atajar.

La justicia en España es lenta, sobre todo en algunas jurisdicciones. Hay juzgados señalando juicios para 2020. Y los ciudadanos creen que, además, está politizada. El 56% de los españoles, según el informe sobre los indicadores de la justicia en la UE publicado el pasado abril por la Comisión Europea, tiene una opinión mala o muy mala sobre la independencia de los jueces, desconfianza que argumentan sobre todo por supuestas presiones políticas y económicas.

La ineficacia y la apariencia de politización de la justicia son los dos grandes problemas en torno a los cuales gravitan todos los demás. Pero ningún Gobierno democrático los ha abordado de forma radical. Quizá porque los ciudadanos no aprecian que la Administración de Justicia sea uno de los principales problemas del país (solo lo consideraba así el 1,4% de la población según el último barómetro del CIS); quizá porque la gente tiene relación con los juzgados en momentos puntuales de su vida y, a diferencia de lo que ocurre con la Sanidad o la Educación, la lentitud de la justicia nunca sacará a las masas a la calle; o quizá porque se trata de una reforma compleja y que requiere de múltiples consensos.

Los operadores jurídicos (abogados, jueces, fiscales, secretarios judiciales, funcionarios…) coinciden en que la solución no se puede demorar más, en que es urgente un Pacto sobre la Justicia que lleve de una vez al siglo XXI a uno de los tres poderes del Estado; un pacto duradero que pueda sentar las bases para el buen funcionamiento del sistema judicial como servicio público que tiene la obligación de atender en tiempo y forma las reclamaciones ciudadanas. Y, por primera vez, parece que hay también consenso entre los partidos sobre la necesidad de acometer estas reformas. “El momento político es idóneo”, opina Victoria Ortega, presidenta del Consejo General de la Abogacía Española. “No se puede desaprovechar esta oportunidad”.

España tiene 5.800 jueces, 5.500 de ellos en activo. Son 12'5 por cada 100.000 habitantes, muy lejos de los 21'6 de media de la UE —aunque los criterios de cómputo no son homogéneos—. Los expertos consultados coinciden en que aumentar la planta judicial es necesario. Pero añaden que no es suficiente; que de nada sirve poner 4.000 o 5.000 jueces más en el país si eso no va acompañado de otros mecanismos que dejen atrás el viejo modelo organizativo del siglo XIX.

“Es urgente racionalizar el trabajo”, opina Margarita Robles, exmagistrada del Tribunal Supremo, diputada socialista y presidenta de la Comisión de Justicia del Congreso. “Hay jurisdicciones y juzgados colapsados mientras otros tienen una carga de trabajo mínima, como los juzgados de menores o las salas civiles y penales de los tribunales superiores de justicia. Un primer paso sería hacer una radiografía de los juzgados existentes y de su carga de trabajo. Las estadísticas ahora no son fiables. Están las del Poder Judicial, las de las comunidades autónomas… Yo soy partidaria de una auditoría externa que diga de verdad quién sobra, quién no sobra y cuántos y dónde faltan”.

Hacen falta más jueces, pero no necesariamente más juzgados. Los magistrados plantean la posibilidad de crear, en vez de más juzgados unipersonales, tribunales de instancia en los que un secretario y un grupo de funcionarios puedan atender las necesidades de varios jueces. Porque los atascos no suelen estar en la tramitación de los casos sino en las resoluciones que tienen que dictar los magistrados. Así, la creación de nuevas plazas de juez no conllevaría la creación del mismo número de órganos judiciales y exigiría una menor inversión. “Esto supondría que el trabajo se podría repartir racionalmente entre todos los miembros de ese tribunal”, defiende José María Páez, juez decano de Málaga. “Y se evitaría esa situación tan absurda de que en un juzgado entren 2.500 asuntos al año y en otro 250”.

Sobre la mesa está también modificar el número de partidos judiciales en los que se divide España, 431, para simplificar el modelo y poder concentrar los recursos. “¿Qué sentido tiene que en Asturias haya ahora 18 partidos judiciales?”, se pregunta Ignacio González Vega, portavoz de la asociación progresista Jueces para la Democracia. “Tal y como están configurados, se crearon pensando en que los ciudadanos iban en diligencia, a caballo o a pie”, añade Manuel Almenar, portavoz de la mayoritaria Asociación Profesional de la Magistratura, de tendencia conservadora. “Hoy en día no tienen sentido. La eficacia requiere partidos judiciales de mayor extensión y grandes sedes donde se concentren juzgados que estén dotados de más medios y mejores servicios de apoyo”.

Otra cuestión: reducir las toneladas de papel que anegan los juzgados. “Para agilizar la justicia hay que arreglar de una vez el tema del expediente digital”, señala Páez, decano de Málaga. “Ahora mismo hay ocho sistemas informáticos distintos —siete de algunas comunidades autónomas con competencias de justicia transferidas y otro del ministerio—, que no se pueden comunicar entre sí. No tiene ningún sentido. ¿Queremos o no queremos que la justicia funcione a nivel nacional? Esa es la gran pregunta”. Los jueces decanos presentaron en octubre un documento consensuado sobre la necesidad de un Pacto de Estado y cuáles deberían ser sus líneas maestras.

Más jueces, mayor concentración de sedes, más y mejores servicios comunes, reorganizar el mapa judicial, más recursos en la oficina judicial avanzar en la senda tecnológica... Sobre el papel, parece fácil. Pero no lo es. La racionalidad suele chocar con unos alcaldes —de todos los partidos— que no quieren que se suprima un solo partido judicial porque lo perciben como una pérdida de poder; con unos intereses sindicales que muchas veces no ven con buenos ojos algunos cambios; con unas comunidades autónomas que se resisten a cambiar su sistema informático para que sea compatible con el resto; y con unos presupuestos —autonómicos y estatales— que no acompañan.

“Todos tenemos muy claro lo que hay que hacer, pero luego no se hace”, lamenta Robles. “Los magistrados, en todo caso, planteamos soluciones para casi todo”, asegura el decano Páez. “Sabemos que el tema de los partidos judiciales es políticamente complicado, así que otra opción sería mantener esos juzgados de partidos pequeños pero con menos competencias y avanzar por el camino de los juzgados especializados y tribunales de instancia. Existen muchos puntos de consenso posible y deberíamos centrarnos en ellos”.

Hay un sinfín de debates abiertos: mejorar la forma de seleccionar a jueces y fiscales para que no solo se valore su memoria; potenciar de verdad los medios alternativos de resolución de conflictos, la mediación y el arbitraje; llevar a cabo reformas procesales valientes que establezcan procedimientos más sencillos y racionales que reduzcan dilaciones y carga de trabajo; una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal que sustituya a la de 1881 y que probablemente lleve la instrucción a manos de los fiscales...

“Pero si se quiere ir adelante con esta idea se tiene que garantizar la autonomía de los fiscales y dar la vuelta a su estatuto”, opina Álvaro García, de la Unión Progresista de Fiscales. “La constitución establece que sea el Gobierno quien nombre al Fiscal General del Estado y reformarla es complicado, pero sí se puede blindar la carrera fiscal frente a injerencias políticas e impedir que el fiscal general pueda dar órdenes de no acusar a alguien”.

La politización de la justicia es la otra gran cuestión que debe abordar un pacto por la Justicia. El sistema no solo tiene que ser independiente, sino que debe parecerlo. El modelo de elección de los miembros del órgano de Gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial, está siempre en el centro de ese debate. De sus 20 vocales, 12 son jueces y 8 son juristas de reconocido prestigio nombrados por el Parlamento. ¿Cómo deben nombrase los 12 procedentes de la judicatura? Los compromisos internacionales aceptados por España exigen que los jueces participen de alguna manera, pero no necesariamente excluyen un modelo mixto que incluya a las Cortes —como el anterior al actual, en el que las asociaciones de jueces preseleccionaban y el Parlamento elegía—. El Partido Popular y Ciudadanos pactaron una elección solo judicial, pero el PSOE no parece estar por la labor de excluir a las Cortes del proceso. El modelo perfecto, de cualquier forma, no existe.

No es lo único que debe revisarse. El régimen de ascensos y promociones es también motivo frecuente de queja entre jueces de base que aseguran que poner sentencias y hacer el trabajo bien no es suficiente para ascender y mejorar en la carrera; que quien no tiene contactos y se mueve políticamente no tiene acceso a ciertos cargos y que el interés del Gobierno por controlar determinados espacios, como la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, lo contamina todo. “Sería esencial objetivar el régimen de nombramientos, que haya que motivar exhaustivamente cada elección y que todo se lleve a cabo con la más absoluta transparencia”, defiende Victoria Ortega, presidenta del Consejo General de la Abogacía Española.

“Es necesario replanteárselo todo”, dice el juez Seoane entre su montón de expedientes de papel. “Hasta ahora no ha habido una conciencia democrática de que sin una justicia que funcione no hay división de poderes”.















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, LA PARTIDA DE AJEDREZ, DE DENNIS BRUTUS

 








LA PARTIDA DE AJEDREZ




Como cuando la partida de ajedrez comienza

hasta que uno es forzado a renunciar.

El pensamiento

es una función

del carácter.

Pensar requiere

coraje,

audacia,

una saludable sospecha,

incluso cinismo.

El arte de vivir

es un asunto difícil;

nuestra actitud general

no engrana con la realidad.

Decir Sí a la paz

es decir No

a la carrera armamentista.




DENNIS BRUTUS (1924-2009)

poeta sudafricano

























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 26 DE NOVIEMBRE DE 2025

 































martes, 25 de noviembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DE BLOG DE HOY MARTES, 25 DE NOVIEMBRE DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 25 de noviembre de 2025. La movilización popular, la referencia europea, la estrategia de Adolfo Suárez, la libertad de prensa y el papel de Juan Carlos I: todos fueron imprescindibles, para establecer los cimientos de la transición española a la democracia, se lee en la primera de las entradas del blog de hoy. En una época dominada por la inmediatez, la paciencia se presenta como una virtud indispensable, y la filosofía, la literatura y la ciencia la reivindican como clave para una vida más plena y equilibrada, se dice en la segunda entrada del día. La podredumbre en la cima; diez meses de esta mierda; suficiente para hacer gritar, correr desnudo por las calles y organizar una revolución, se lee en la tercera entrada del blog de hoy, pero tenemos que pensar a largo plazo y en ese largo plazo, Estados Unidos tiene que aprender de esta catástrofe para evitar que esto vuelva a suceder. El archivo del blog de hoy fue publicado en Desde el trópico de Cáncer en agosto de 2024. Se decía en él que todas las leyes de amnistía son selectivas y discriminatorias, y que había sido cuestionada política y jurídicamente desde todos los ámbitos posibles, pero que era rotundamente que estuviera prohibida por la Constitución. El poema del día es de un famoso canta-autor francés nacido en 1921 y comienza así: En mi pueblo sin pretensión/Tengo mala reputación,/Haga lo que haga es igual/Todo lo consideran mal. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt














DE LOS CIMIENTOS DE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA A LA DEMOCRACIA

 







La movilización popular, la referencia europea, la estrategia de Adolfo Suárez, la libertad de prensa y el papel de Juan Carlos I: todos fueron imprescindibles, escribe en El País (24/11/2025), Diego López Garrido, director de la Fundación Alternativas y catedrático de Derecho Constitucional. El régimen franquista tuvo unos pilares esenciales que permitieron cuatro décadas de ausencia de libertad y el gobierno omnímodo de un autócrata de raíces fascistas, comienza diciendo. Para la aparición de un régimen democrático fue necesario destruir esos pilares, que aún existían inercialmente después de la muerte de Franco.

El núcleo del franquismo, lo que lo sostenía fácticamente, era el Ejército africanista que ganó en la Guerra Civil. No tenía por objeto la defensa de la integridad territorial de España —a quien nadie amenazaba— sino combatir lo que se llamó “enemigo interior”. Una suerte de continuidad de la contienda entre españoles. El Ejército era complementado por los aparatos de seguridad. Estaban formados con la obsesión de perseguir y usar cualquier medio, incluyendo la tortura sistemática, para reprimir a la oposición política al régimen.

El Estado español nacido de la guerra estaba absolutamente aislado del mundo exterior, incluso del más cercano, Europa. La derrota de Hitler y Mussolini en 1945 arrinconó aún más a un régimen cuya personalidad autoritaria era frontalmente opuesta a la ideología democrática liberal de los países europeos vencedores en la II Guerra Mundial.

El franquismo, como es sabido, no tenía el menor atisbo de pluralidad política. Todos los partidos estaban prohibidos, no existían elecciones libres ni, por supuesto, órganos parlamentarios o nada parecido a una Constitución garantizadora de un Estado de derecho. Las llamadas Leyes Fundamentales eran una farsa jurídica, mero escenario decorativo de la más dura represión, administrada judicialmente primero por la justicia militar y, desde 1963, por el Tribunal de Orden Público, legitimador de las cárceles y fusilamientos contra activistas antifranquistas.

La dictadura franquista acabó con cualquier atisbo de libertades, y con una de las exigencias para que pueda hablarse de democracia, la libertad de expresión. No existieron medios de comunicación libres, ni, por tanto, la posibilidad de que se formara una opinión pública que pudiera expresarse de modo plural. No había, pues, debate público abierto. La regla, durante la mayor parte del régimen, fue la censura previa para cualquier expresión cultural, imposibilitando una sociedad civil informada y con capacidad de estructurarse libremente.

Y, por encima de todo el entramado del franquismo, el Caudillo, solo responsable “ante Dios y ante la historia”. El Generalísimo dominó cualquier decisión política en nuestro país durante cuarenta años. Tenía atribuidas todas las competencias: la legislativa, la ejecutiva y el derecho de gracia, y controlaba directamente a unas fuerzas armadas hechas a su medida. Esta acumulación de poderes explica las rémoras de la economía española, que empezó por la autarquía, y continuó con un desorden que se extendió hasta el fin del dictador. Solo 20 años después de la Guerra Civil se empezó a recuperar el nivel de vida que tuvo la República.

Este es el panorama que subsistió hasta el 20-N. El desmontaje del franquismo tenía, pues, que combatir los pilares construidos por el régimen para hacerlo desaparecer. A mi juicio, hay cinco elementos básicos sin los cuales la democracia liberal que hoy es España no hubiera podido ver la luz en el tiempo y la forma no violenta en que lo hizo en los años posteriores al 20 de noviembre de 1975. Constituirían así lo que podemos llamar cimientos del Estado español, que, según la Constitución de 1978, es social, democrático y de derecho.

El primero de los cimientos de la transición a la democracia española lo empezaron a edificar las personas y movimientos antifranquistas durante el transcurso del régimen. Sin las movilizaciones previas al 20-N, protagonizadas sobre todo por la izquierda —aunque no solo—, la quiebra del régimen de ultraderecha y la transición democrática, sencillamente, no habrían existido como tal. La movilización antifranquista durante la transición fue estructuralmente esencial para conseguir la ruptura -no solo la reforma- del régimen autoritario. Este no desapareció de forma instantánea con la muerte de Franco. Sin la movilización social post 20-N no habría habido cambio político.

La segunda columna de la transición hacia la democracia se resume en una palabra: Europa. La sociedad española miraba al exterior, y veía libertad, prosperidad, modernidad y progreso. La comparaba con la ausencia de libertad, los problemas económicos, el conservadurismo y el retroceso del régimen franquista y solo deseaba integrarse en el proyecto europeo que en 1950 diseñó Robert Schuman en su célebre Declaración. Estoy convencido de que la Unión Europea fue, y sigue siendo, una pieza esencial e insustituible de la democracia española. Sin esa referencia, la transición hubiera encontrado obstáculos no traspasables.

El tercer elemento esencial de la transición es la estrategia que diseñó y puso en práctica con determinación el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Y que se manifestó prácticamente en la Ley para la Reforma Política, presentada entonces como la octava Ley Fundamental. Fue la idea adecuada para el momento político y la sociedad a la que se dirigía y el modo de conseguir una reforma del Estado autoritario que desembocase en su ruptura, con el apoyo de los partidos políticos democráticos.

La Ley para la Reforma Política —que pude observar personalmente muy de cerca en su creación— era en realidad una convocatoria de Cortes constituyentes. Pero lo más impactante de esa ley y su desarrollo posterior es que fue aprobada por unas Cortes orgánicas franquistas que se suicidaban al aprobar una norma con un contenido pensado para que fuese refrendado luego en referéndum por el pueblo español. El referéndum, que se aprobó abrumadoramente, presenció una gran paradoja: los partidos políticos —aún ilegales— recomendaron la abstención, aunque en el fondo deseaban que se aprobara para abrir paso a unas elecciones libres.

El referéndum se produjo cuando no había democracia aún, y la Ley para la Reforma Política se movía en el ámbito legal de un régimen autoritario. Pero abrió el camino a la democracia, porque el electorado comprendió que, a pesar de no haber partidos políticos aún legalizados, era la forma para que se consiguiese en España una pacífica transición a la democracia. Una democracia pactada entre los partidos políticos que esperaban su legalización —la definitiva, la del Partido Comunista de España, un Sábado Santo— y el sector aperturista del régimen, luego organizado a través del partido centrista UCD, presidido por Adolfo Suárez.

Un elemento imprescindible de todo proceso democrático es la comunicación pública. Es el modo de que haya una participación y conocimiento de la realidad política por parte de la ciudadanía. En la transición, sin censura previa, había ya en nuestro país medios periodísticos plurales, sin los cuales los apoyos sociopolíticos al autoritarismo franquista habrían bloqueado el proceso democrático.

Hay un quinto factor sin el cual la transición española no hubiera sido lo que fue. Me estoy refiriendo, como se puede imaginar, a quien tenía los poderes heredados del dictador: el rey Juan Carlos I. Su actuación en la transición, a mi juicio, no fue especialmente protagonista en la llegada de la democracia, entendiendo por ello decisiones proactivas. Sin embargo, su calculada “pasividad” permitió que el proceso impulsado por los cuatro elementos anteriormente mencionados diera su fruto. Ello hasta que se produjo el golpe de Estado del 23-F. Aquí, el jefe del Estado fue activo para desarticular el golpe, y permitir que la transición no se interrumpiera abruptamente. Esa actitud legitimó definitivamente la monarquía.

Hasta aquí el relato de lo que, en mi opinión, fueron los cinco sujetos políticos sin los cuales la transición democrática no se habría producido: la lucha antifranquista desde el mismo instante en que Franco fue entronizado como “jefe del Gobierno del Estado” en 1939; el proyecto europeo democrático de libertades que presionó sobre el Estado y la sociedad española; la estrategia de Adolfo Suárez pivotando sobre la Ley para la Reforma Política, aprobada en referéndum; los medios plurales de comunicación; y el Rey Juan Carlos I el 23-F.

Creo que si uno de esos cinco elementos esenciales no hubiera existido, la transición democrática no se habría desarrollado como fue y el paso a la democracia se habría paralizado. Los cinco fueron necesarios para que las libertades llegaran a España. Ninguno de ellos sobró para vencer a los sectores sociales favorables al mantenimiento de la dictadura, que aún eran poderosos. Son los cimientos de la transición democrática española. Y, junto a otros que vinieron después, la Constitución el más importante entre ellos, siguen actuando como elementos centrales del régimen democrático del Estado español. Diego López Garrido