sábado, 8 de febrero de 2025

De las viñetas de humor de hoy sábado, 8 de febrero de 2025

 




































viernes, 7 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy viernes, 7 de febrero de 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 7 de febrero de 2025. En la historia del sacerdote francés François Ponchaud en Camboya, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, está la triste lucha de los que quieren hacer saber la verdad sobre las tiranías. La segunda del día es un archivo del blog de diciembre de 2010 en el se comentaba el espeluznante informe presentado días antes en la reunión del Consejo de Europa del 16 de diciembre, en el que se revelaba que tropas irregulares albanokosovares engordaban a prisioneros serbios y serbokosovares para traficar con la venta de sus órganos a mafias internacionales. El poema del día, en la tercera, se titula Guirnalda civil y comienza con estos versos: Va extendiéndose un magma./Huelgas, disturbios, choques./Turbas, heridos, muertos./¿Adónde va este caos? Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Nos vemos mañana si la Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt










Del linaje de los profetas







En la historia del sacerdote francés François Ponchaud en Camboya está la triste lucha de los que quieren hacer saber la verdad sobre las tiranías, dice en El País [El linaje de los profetas, 01/02/2025] el escritor y académico de la RAE Antonio Muñoz Molina. 

En el Antiguo Testamento los profetas no vaticinan lo que va a suceder, sino que denuncian lo que ya está sucediendo, los abusos y las injusticias contra las que solo ellos se atreven a levantar la voz. A los profetas los imaginamos desgreñados y predicando a gritos, voces roncas que claman casi siempre en el desierto. El más verdadero del último siglo, Martin Luther King Jr., sabía modular y elevar la voz con la vehemencia estremecedora de las iglesias negras del Sur, pero su dicción era siempre cultivada y precisa, y su porte el del teólogo universitario que de muy joven había deseado ser. Como en este tiempo todo lo más noble parece estar sujeto a la degradación y a la parodia, el nombre venerable de Martin Luther King lo pronuncia en vano Donald Trump, y, en el espectáculo televisivo chocarrero en que lo convierte todo, un pastor negro exento de dignidad pero no de servilismo parodia histriónicamente la oratoria y los gestos del profeta asesinado en 1968. De tanta desolación pública solo nos rescató la obispa Mariann Edgar Budde, que buscaba los pequeños ojos huidizos del aspirante a tirano del mundo mientras le decía desde el púlpito una de esas verdades que solo se atreven a enunciar los profetas, sin necesidad de levantar la voz, con ese aspecto de fragilidad engañosa, que era sobre todo indicio de una delicada fortaleza interior, con esa llana elocuencia en la que había algo del recitado exacto de un poema.

Escuchando el sermón y observando la presencia agraciada y austera de la obispa Budde, a uno le daban ganas de hacerse episcopaliano y de asistir sin falta a servicios así en las mañanas de domingo, en iglesias de desnudez protestante, tan distintas de aquellas a las que íbamos de niños “los domingos y fiestas de guardar”, decoradas con malos cuadros religiosos oscurecidos de mugre y con imágenes truculentas de cristos y santos.

En los mismos días en que la obispa Budde nos depara no sé si algo de consuelo o de esperanza ha tenido mucha menos resonancia la muerte de otro religioso que a su manera también ejerció la profecía. Era el padre François Ponchaud, sacerdote francés que había pasado gran parte de su vida en Camboya, y que ha muerto en una casa de retiro en Francia a los 85 años. En las fotos el padre Ponchaud tenía una presencia física saludable y austera, pero también animosa, como la obispa Budde. Llegó como misionero a Camboya en 1965, recién ordenado sacerdote, y en la atmósfera de cambios del Concilio Vaticano II decidió por su cuenta no decir más la misa en el latín, sino en la lengua jemer, que aprendió con la celeridad del entusiasmo. “Vine a Camboya no a convertir a nadie sino a ayudar a la gente a comprender el valor de su propia religión”. Decía que las enseñanzas de Buda y la práctica de la meditación le enseñaban a ser mejor cristiano.

Su vida contemplativa y pastoral terminó cuando en 1969 Richard Nixon y su secuaz Henry Kissinger decidieron bombardear masivamente y en secreto Camboya, que era un país neutral, con el propósito de castigar a los soldados del Vietcong y de Vietnam del Norte que se movían en las zonas fronterizas. En la primera campaña, bautizada en código Operación Menú, y en el curso de unos pocos meses, fortalezas volantes B-52 lanzaron 108.000 toneladas de bombas sobre un país selvático y agrario poco mayor que las dos Castillas juntas. Tres años más tarde, en 1973, los estrategas del Pentágono dieron con otro nombre ingenioso para una nueva operación: ahora se llamaba Freedom Deal, y en ella se lanzaron 250.000 toneladas de bombas. En total, algo más de 500.000 toneladas cayeron sobre Camboya hasta el final de una guerra que teóricamente sucedía en el país de al lado. Las cifras en crudo dicen poco: Estados Unidos lanzó sobre Camboya la mitad de las bombas que había lanzado sobre Alemania entre 1942 y 1945.

Durante muchos años el padre Ponchaud pidió que se juzgara a Henry Kissinger por crímenes de guerra. Y también cargó sobre él y sobre Richard Nixon una parte grande de la responsabilidad por la siguiente tragedia colectiva que se abatió sobre Camboya, el régimen de los Jemeres Rojos. Fueron los desastres provocados por tantos bombardeos, la disgregación social, la furia contra los agresores, lo que alimentó la popularidad y facilitó el camino para que esa guerrilla comunista tomara el poder en 1975 y hundiera al país en un abismo inconcebible de terror y miseria. En los años de los bombardeos estadounidenses se calcula que murieron unas 300.000 personas. Entre 1975 y 1979, el régimen encabezado por Pol Pot exterminó a costa de hambre programada y matanzas metódicas a casi dos millones, en un país de siete millones de personas.

Pero en Occidente nadie quería saber nada. Después de tantos años de guerra primero colonial y luego imperialista en Indochina, la llegada de los Jemeres Rojos al poder se veía, sobre todo en ambientes progresistas, como una jubilosa liberación, una de esas revoluciones triunfantes en países exóticos que la izquierda de los países ricos celebra con un fervor entre épico y condescendiente. A diferencia de tantos profesores y expertos universitarios, François Ponchaud estaba allí: vio entrar a los libertadores en Phnom Penh, y se fijó en que no sonreían ni miraban a la gente que los aclamaba. A continuación, y de un día para otro, los Jemeres Rojos ordenaron la evacuación total de la ciudad, y el padre Ponchaud se vio arrastrado en ella, en una riada de un millón de personas que tenía que salir no se sabía hacia dónde, todo el mundo, hasta los ancianos en las residencias, los enfermos graves en los hospitales, los tullidos arrastrándose. Los dirigentes jemeres no eran campesinos ignorantes y fanatizados: varios de ellos tenían doctorados en Filosofía o “Ciencia” política en la Sorbona. Mao Zedong había dictaminado que un buen poema solo puede escribirse sobre una hoja en blanco. Sobre la hoja en blanco de las ciudades evacuadas y destruidas, de las minorías intelectuales, religiosas y políticas exterminadas, Pol Pot y los suyos decidieron poner en práctica la utopía de un nuevo comienzo absoluto. En París, Le Monde publicaba un titular clamoroso: “Phnom Penh Liberé”.

François Ponchaud leyó ese titular en Tailandia, en la frontera de Camboya, rodeado de fugitivos del país, de gente hambrienta y aterrada que contaba cosas increíbles, y a la que nadie hacía caso. Los medios de izquierdas celebraban desde lejos el régimen jemer con la misma convicción, y con la misma irresponsable ignorancia, con que diez años antes habían celebrado la Revolución Cultural china. Cuando François Ponchaud empezó a denunciar en voz alta lo que de verdad ocurría, lo que había visto con sus ojos, lo que sabía de primera mano, lo que le contaban los testigos en su propia lengua, hubo una campaña internacional contra él. Intelectuales y profesores en universidades de élite, que no habían estado nunca en Camboya ni mucho menos hablaban el idioma jemer, le acusaban de no conocer el país, y de inventar propaganda reaccionaria. En el diario Libération se sugirió que muy probablemente el padre Ponchaud era agente de la CIA. Sin acobardarse, con la tenacidad de los profetas, François Ponchaud siguió predicando en el desierto, no esgrimiendo argumentos, ni haciendo proclamas, sino ofreciendo datos, testimonios, pruebas. En 1977 publicó el primer libro en el que se contaba la verdad sobre aquel país martirizado: Cambodge Année Zéro. Dos años después el régimen cayó y cuando se abrieron las puertas de lo que había sido un gran campo de exterminio desde 1975 no sé si alguien de aquella frívola izquierda ignorante se acercó al padre Ponchaud y le pidió perdón por sus calumnias.









[ARCHIVO DEL BLOG] Malas nuevas desde Kosovo. Publicado el 28/12/2010












¿Son malos los prejuicios? ¿Son certezas equivocadas o verdaderas? No hace tanto tiempo, así que recuerdo con bastante precisión la tarde del domingo 17 de febrero de 2008. Veía por el canal de televisión de CNN+, en directo, la ceremonia de declaración unilateral de independencia que se estaba celebrando en el parlamento de la provincia autónoma serbia de Kosovo, ceremonia que la convertía, con el apoyo declarado de Estados Unidos y una buena parte de los estados de la Unión Europea, en república soberana e independiente. En junio de 2010 la Corte de Justicia Internacional de la ONU declaró la secesión unilateral de la provincia valida y ajustada al Derecho Internacional.
Recuerdo que la veía con aprensión -dado mi antinacionalismo visceral- no exenta de cierta simpatía, a causa de la indudable y cruel persecución de la que la mayoría albanokosovar de la provincia había sido objeto por parte del régimen del dirigente serbio Milosevic, que en 1989 había anulado la autonomía de la que la provincia gozaba en la extinta República Socialista Federativa de Yugoslavia.
¿Era ese sentimiento contradictorio un prejuicio por mi parte? Es posible que sí. En su libro ¿Qué es la política? (Paidós, Barcelona, 1997) la teórica política norteamericana de origen alemán Hannah Arendt dice que el pensamiento político se basa esencialmente en la capacidad de juzgar, pero que los "pre-juicios" (que siempre ocultan un pedazo del pasado) nos ayudan a sobrevivir, porque sin ellos ningún hombre podría vivir. Una vida desprovista de prejuicios, dice, nos exigiría una atención sobrehumana, una constante disposición, imposible de conseguir, a dejarse afectar en cada momento por toda la realidad, como si cada día fuera el primero o el del Juicio Final.
No cumplidos dos años de su independencia, leo en El País una noticia sobre Kosovo que me llena de estupor y pavor y que me retrotrae a ciertas novelas o películas de horror y ciencia-ficción en las que se relatan atrocidades impropias e incomprensibles -¿la banalidad del mal que analizó Hannah Arendt en Eichman en Jerusalén?- en una Europa en la segunda década del siglo XXI, y más propia de las sanguinarias brutalidades que sacuden de vez en cuando las guerras tribales y étnicas en África central.
La noticia, espeluznante en sí, que ha pasado absolutamente desapercibida en otros medios de prensa o canales televisivos, se refiere al informe  presentado en la reunión de la asamblea parlamentaria del  Consejo de Europa celebrada en París el pasado 16 de diciembre por el parlamentario suizo Dick Marty, en el que se revela que tropas irregulares albanokosovares, dirigidas por el actual primer ministro de la República de Kosovo, Hashim Thaci, engordaron (literalmente) a prisioneros serbios y serbokosovares, en granjas-prisiones situadas en territorio albanés, para luego sacrificarlos y traficar con la venta de sus órganos.
Viniendo de la institución que viene, que apoyó decididamente la independencia de la provincia, creo que merece toda credibilidad, y ahora, aún reconociendo que Milosevic no es Serbia, ni Kosovo Hashim Thaci, sigo con la misma duda que aquella tarde de febrero de 2008. ¿Mis sentimientos eran prejucios o eran certezas? No tengo respuesta. solo vergüenza. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt  

NOTA ADICIONAL: El informe de Marty fue respaldado por testimonios de víctimas, documentos judiciales y diversas investigaciones periodísticas. Sin embargo, nunca se encontraron pruebas concluyentes que confirmaran la veracidad de las acusaciones.















Del poema de cada día. Hoy, Guirnalda civil, de Jorge Guillén

 






GUIRNALDA CIVIL



Va extendiéndose un magma.

Huelgas, disturbios, choques.

Turbas, heridos, muertos.

¿Adónde va este caos?

Dirigido atropello.

La Providencia al quite.

Dios y una tiranía.


***


¿Crímenes en cada bando?

De diferente sentido:

Hacia un pasado bramando,

Al porvenir dirigido.

¿Dos Españas? En efecto.

Una asesinó a la otra.

Y el país quedó perfecto.

¿Un poeta asesinado?

Mucha gente asesinada.

Sobre el crimen un Estado.

Aquí no ha ocurrido nada.


***


Su lucha inauguró con maña y crimen.

Estableció bajo terror gobierno.

“Que los más opresores se me arrimen.”

Y proyectó que el mando fuese eterno.


***


Buen régimen: absoluto.

Prohibida, la verdad.

Alumbraría hasta el bruto.

—Embuste oficial tragad.


***


Español a machamartillo:

El anatema en el bolsillo.


De pronto defiende su fe

Con la pistola o con el pie.


Chispea a veces, sin embargo,

A la luz de su sol amargo.


En torno siempre de una noria,

Se queda al margen de la Historia.


Español a machamartillo:

Los zapatos con mucho brillo.



Jorge Guillén (1893-1984)

poeta español




















De las viñetas de humor de hoy viernes, 7 de febrero de 2025

 




























jueves, 6 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy jueves, 6 de febrero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 6 de febrero de 2025. Un Parlamento Ciudadano Permanente para defender la democracia y el clima, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, puede convertirse en el espacio donde ciencia, deliberación ciudadana y acción política se unan para reparar y refundar nuestras democracias. La segunda del día es un archivo del blog de julio de 2017 en el que se comentaba que casi todos los hombres tenemos nostalgia del soberano y añoramos un sujeto colectivo que simplifique las cosas al suministrarnos una identidad política y nos resuelva los problemas que nos afligen. El poema de cada día, en la tercera, se titula Viaje, y comienza así: Pronto subiremos de nuevo los dos al autobús./Aquí es una ciudad nocturna en la cual no hemos estado,/ni estaremos. La gente ha abandonado ya/las calles, pero las farolas continúan arrojando/círculos amarillos sobre las aceras relucientes. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Nos vemos mañana si la Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la idoneidad de un parlamento ciudadano permanente para la globalización, la democracia y el clima

 






Un Parlamento Ciudadano Permanente para defender la democracia y el clima, puede convertirse en el espacio donde ciencia, deliberación ciudadana y acción política se unan para reparar y refundar nuestra democracia, escriben en El País (28/01/2025) Eva Saldaña, directora ejecutiva de Greenpeace España; Agnès Delage, catedrática de Ciencias Sociales AMU/CNRS; Rafael Jiménez Aybar, experto en democracia medioambiental / GLOBE International; y Fran Cortada, director ejecutivo de Oxfam Intermón.

La reciente investidura de Donald Trump puede suponer un giro drástico en la política climática y en la normalidad democrática mundial, dicen los firmantes del manifiesto. La retirada masiva de compromisos ambientales por parte de grandes actores financieros, junto con la desregulación promovida por figuras de las Big Tech como Elon Musk o Mark Zuckerberg, representa un ataque directo a los principios democráticos bajo la coartada de la “libertad de expresión”. Naomi Klein nos alertó de la magnitud del peligro cuando “la mayoría de la gente está dispuesta a echar a quien está en el poder, incluso si esto acaba con la democracia”. Estos últimos acontecimientos se suman a una deriva antidemocrática en todo el mundo y en Europa, junto con un aumento de la desinformación y los bulos, que promueven el caldo de cultivo para ello.

El 10 de enero pasado, el 1% de las personas más ricas del planeta ya agotaron su cuota anual de emisiones, según Oxfam Intermón, que llamó al día Pollutocrat Day, o “día de la contaminocracia”. Además, como explica Greenpeace, estamos viendo cómo las grandes corporaciones fósiles consiguen plegar los parlamentos a sus intereses y confiscan la soberanía popular. Cuando las democracias se paralizan en beneficio de intereses privados, es esencial construir un acceso real para la ciudadanía al control de las decisiones que afectan tanto al presente como a la supervivencia de las próximas generaciones.

España está expuesta a los mismos riesgos, sin embargo, sigue existiendo un fuerte respaldo a una gobernanza participativa y basada en la ciencia, como muestra, por ejemplo, la encuesta El desorden democrático en España, publicada en 2024 por El País y la Cadena SER, con un 62% y 64% de opiniones favorables, respectivamente. Estos datos revelan que la desafección democrática no equivale a resignación o nihilismo político, sino a una demanda urgente de cambios profundos para regenerar nuestra democracia.

Este retroceso global de las democracias se da junto con el recrudecimiento de la emergencia climática, creando una tormenta perfecta cuyas consecuencias son difíciles de prever. Ante estas amenazas, es urgente que los actores sociales, políticos y económicos se unan para construir nuevos espacios de gobernanza que integren activamente a la ciudadanía. En este sentido, una propuesta que destaca para defender a las democracias representativas es innovar y reforzar la democracia participativa. Por eso, la creación de un Parlamento Ciudadano Permanente por el Clima se presenta como una herramienta esencial y efectiva.

¿Puede funcionar un sistema de “jurado popular ciudadano” aplicado a la toma de decisiones políticas? El panel intergubernamental de expertos por el Cambio Climático (IPCC) destaca en su sexto informe que contar con una ciudadanía informada y asesorada por personas científicas y actores sociales es un factor decisivo para impulsar transformaciones profundas. De hecho, en toda Europa, en los últimos 5 años, las asambleas ciudadanas climáticas han adoptado medidas más ambiciosas y más justas que las políticas públicas, especialmente en el ámbito energético. Pero también sobre adaptación climática: en Gdansk, la sexta ciudad de Polonia, el ayuntamiento convino una tras las devastadoras inundaciones de 2015, para orientar sus esfuerzos de reconstrucción de la zona metropolitana y prevenir nuevos desastres.

Esta “democracia por sorteo” funciona, siempre que no sea un simple ejercicio de citizenwashing o de “asambleas-blablá” (iniciativas usadas para mostrar compromiso pero sin consecuencias reales), porque está a salvo de polarizaciones y de la influencia de los grandes intereses corporativos. Permite generar consensos en medidas clave para la transformación ecológica y hacerlos visibles y aceptables para el resto de la sociedad. La politóloga Sherry Arnstein definió este modelo como “poder ciudadano”: un modelo que garantiza que las resoluciones ciudadanas sean efectivas y no se manipulen ni se desvíen del bien común.

Un Parlamento Ciudadano Permanente por el Clima puede convertirse en el espacio donde ciencia, deliberación ciudadana y acción política se unan para reparar y refundar nuestra democracia. Si conseguimos que este espacio sea institucionalizado, mediatizado, abierto al diálogo con el resto de la sociedad y con una articulación vinculante a la toma de decisiones del parlamento electo, permitiría enfrentar los desafíos ecológicos y democráticos con una legitimidad renovada.

Por ello, desde Oxfam Intermón, Greenpeace España, Asamblea Cívica por el Clima, Globe y el Observatorio de Sostenibilidad se lideran las jornadas ‘Defendiendo la Democracia: hacia un Parlamento Climático Ciudadano Permanente’, que tendrán lugar el 29 de enero en el Congreso de los Diputados y el Círculo de Bellas Artes. Un espacio de encuentro que busca movilizar esfuerzos entre los actores de la sociedad civil y consolidar un espacio democrático que supere la polarización, el negacionismo y la ola actual de desinformación masiva. Inspirándonos en experiencias europeas e internacionales exitosas y dialogando con sus principales promotores, se debatirá sobre cómo un espacio participativo permanente puede profundizar en nuestra democracia para defender el clima y acelerar una transformación ecológica justa.

Bélgica ya cuenta con una Asamblea Ciudadana Permanente por el Clima en Bruselas, que permite la participación de ciudadanía seleccionada por sorteo en la gobernanza regional y elabora mecanismos para que sus propuestas se implementen. En España, hemos visto cómo, pese a sus carencias, las asambleas ciudadanas climáticas han comenzado a consolidarse desde 2022 a nivel estatal, autonómico (Cataluña, Navarra) y municipal (Barcelona, Bilbao, Mallorca), como herramientas experimentales que podrían restaurar la confianza en las instituciones y ofrecer una salida al agotamiento de la democracia representativa tradicional.

“La democracia solo se puede mantener si todo ciudadano la defiende”, advirtió la activista y premio Nobel Rigoberta Menchú. Hoy enfrentamos este desafío: salvar la democracia representativa mediante la participación ciudadana o ceder ante un autoritarismo y un negacionismo climático que nos lleven al colapso global. Construir un Parlamento Ciudadano Permanente por el Clima como símbolo de esperanza colectiva está en nuestra mano.










[ARCHIVO DEL BLOG] Nostalgia del soberano. Publicado el 01/07/2017











El hecho de subir dos artículos seguidos de Manuel Arias Maldonado al blog es mera casualidad, pero también reconocimiento del indudable interés que despierta en mí este ilustre profesor de la Universidad de Málaga, filósofo, sociólogo, politólogo y ensayista español, cuyo campo de estudio preferente gira en torno a la dimensión política y filosófica del medio ambiente, la teoría de la democracia, el liberalismo político, los efectos sociopolíticos de la digitalización y el giro afectivo en las ciencias sociales.
Tenemos nostalgia del soberano, dice en El País. Se añora un sujeto colectivo que simplifique las cosas al suministrarnos una identidad política llamada a acabar con la fragmentación social y a resolver todos los problemas que nos afligen, ya sea el terrorismo o la decadencia industrial. Que la democracia está hoy en crisis, nadie parece dudarlo; que la democracia siempre ha estado en crisis, en cambio, todos parecemos olvidarlo. ¿Acaso no ha conocido momentos mucho peores? En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, apenas doce países eran también democracias. Pero su ininterrumpida expansión desde entonces, dramáticamente ratificada por el derrumbe de los regímenes comunistas, nos convirtió en optimistas incurables: la democracia parecía el régimen natural para las sociedades del nuevo siglo y su relativa estabilidad terminó por producir un relato triunfante cuyo portavoz más autorizado fue Francis Fukuyama. Su célebre fin de la historia anunciaba la clausura del conflicto ideológico en torno al mejor modo de organizar las comunidades humanas: la democracia liberal había llegado para quedarse.
Veinticinco años después, no estamos tan seguros, añade. El liberalismo occidental parece batirse en retirada ante el ascenso de tendencias iliberales de todo tipo: éxito electoral de los populismos de izquierda y derecha, auge de los nacionalismos, apoyo a líderes autoritarios de inclinaciones decisionistas, degradación digital del debate público. Podemos poner nombre propio a estas ideas: Brexit, Trump, Cataluña, Hungría, Turquía, Filipinas, posverdad. Sin que la lista sea exhaustiva ni olvidemos que la inestabilidad no es general: Macron ha ganado en Francia, Wilders no ganó en Holanda y el New York Times sigue publicándose. Sin embargo, estas tendencias señalan un desplazamiento preocupante hacia eso que se ha llamado "democracia iliberal". O sea, una democracia que da prioridad al voto popular por encima de los demás componentes del liberalismo democrático: división de poderes, derechos y libertades fundamentales, independencia de los tribunales, imperio de la ley, respeto a las minorías, tolerancia moral y religiosa. Mientras, hacia fuera, la cooperación multilateral deja paso a la introversión soberanista. Así que no hay fin de la historia: la trama se complica.
Me gustaría sugerir que estas turbulencias giran en torno a una pregunta clave: ¿quién es el protagonista de la democracia?, se pregunta. O, si se prefiere: ¿quién es el sujeto de la democracia? Desde luego, la respuesta parece sencilla si nos atenemos a la letra constitucional: el sujeto de la democracia es el pueblo cuyo gobierno consagra esa misma democracia. Pero el liberalismo democrático recela de los sujetos colectivos y sitúa en su centro al ciudadano, retratado simultáneamente como titular de derechos y votante democrático. Individuo autónomo capaz de dar sentido a su vida y tomar decisiones responsables, es él quien crea opinión y contribuye a formar mayorías electorales que hacen posible el gobierno. Es verdad que la figura del ciudadano coexiste en nuestros textos constitucionales con entidades colectivas que tienen como fin legitimar -jurídica y afectivamente- el régimen democrático. Se habla así de la soberanía popular o se invoca la nación como depósito de identidad compartida que justifica unas fronteras. Y en la noche electoral, ganadores y perdedores interpretan "la voz del pueblo". Sin embargo, esta ambigüedad es inevitable cuando se trata de dar forma a la intrincada relación entre lo individual y lo colectivo.
Pues bien, el fenomenal impacto psicopolítico de la crisis económica ha creado un nuevo espacio emocional que amenaza con alterar ese precario equilibrio simbólico, comenta. ¿De qué manera? Sobre todo, la recesión ha tensado unas relaciones sociales que ya se encontraban sometidas a la doble presión ejercida por la globalización y la digitalización. Huelga decir que la atomización no es ninguna novedad: el desafío de la teoría política del siglo XX, de Rawls a Habermas, ha consistido en la búsqueda infructuosa de una ética universalista aplicable a cuerpos sociales cada vez más fragmentados. En otras palabras, relatos y símbolos comunes a todos sobre los que edificar una sociedad democrática. Ahora, la globalización ha abierto una inesperada brecha entre las ciudades y el mundo rural, así como entre educados y no educados. Mientras, la digitalización ha reforzado esa tendencia (ahí está la disruptiva gig economy basada en las plataformas digitales y un solitario autoempleo) al tiempo que proporcionaba a cada ciudadano una herramienta expresiva de doble filo: aunque emitimos opiniones individuales en las redes sociales, habitamos burbujas cognitivas que complican el mantenimiento de un mundo público común. El resultado es una caótica sinfonía del descontento cuyo scherzo no parece tener fin.
Justamente, aquí es donde aparece la nostalgia por un sujeto colectivo que simplifica las cosas al suministrarnos una identidad política emocionalmente satisfactoria, señala. Hay donde elegir, aunque las categorías se solapen: el pueblo del populismo, la nación del nacionalismo, la etnia del nativismo, la multitud del neomarxismo, la comunidad de creyentes del fundamentalismo. Todos esos sujetos soberanos, capaces de una acción política eficaz, están llamados a acabar con la fragmentación social y a resolver todos los problemas que nos afligen: desde el terrorismo islamista a la decadencia industrial. Son, todos ellos, entidades abstractas a menudo personificadas en un líder carismático sobre el se proyecta afectivamente el. Hugo Chávez lo expresó de manera inmejorable: "No soy un individuo. Soy el pueblo". Milenios de vida tribal resuenan en esa proclamación.
Ante esta disyuntiva, afirma, lo primero es reconocer que nos encontramos ante un problema sin solución. En este mundo, no puede salvarse la distancia entre la conciencia individual y la comunidad política; salvo que se haga poesía. Y es que la política es una empresa colectiva que requiere de ciudadanos autónomos, capaces de comprometerse con los asuntos públicos sin perder su individualidad por el camino, ni frustrarse cuando los dictados de su conciencia no coinciden con las decisiones mayoritarias. Y no hay canales de participación digital capaces de remediar este desajuste. Tal vez esta brecha trágica solo pueda remediarse mediante una sofisticada distancia irónica, pero es hora de admitir que la tentación de subsumirse en un sujeto colectivo forma parte del bagaje evolutivo de la especie y nunca nos abandonará. Siempre habrá profetas, demagogos, redentores: porque siempre habrá quien les escuche.
Si bien se mira, nada de esto quita la razón a Fukuyama: las sociedades complejas solo pueden ser democracias liberales y ni siquiera sus críticos más mordaces han puesto sobre la mesa una alternativa plausible, concluye diciendo. Ocurre que la democracia es por definición una tarea pendiente, un proceso imperfecto que produce resultados insatisfactorios, una forma organizativa inherentemente conflictiva. ¡Si no fuera todas esas cosas, no sería una democracia! Ahora mismo, es preciso desarrollar estrategias que -à là Macron- hagan posible contener el virus del iliberalismo. A largo plazo, sería aconsejable que las sociedades democráticas hiciesen un esfuerzo de maduración, a fin de comprenderse mejor a sí mismas. O sea: como suma de ciudadanos responsables que forman parte de una comunidad política pluralista y asumen su irremediable orfandad tras la muerte del viejo padre soberano. Porque estamos solos. Y en esa soledad democrática debemos encontrarnos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt