martes, 19 de diciembre de 2023

De la libertad de expresión

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, del historietista Darío Adanti, va de la libertad de expresión. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







El estado de la libertad de expresión (una biopsia de andar por casa)
DARÍO ADANTI
13 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En su libro Qué significa todo eso, el físico Richard Feynman lamentaba que el principio de incertidumbre de la mecánica cuántica no hubiera permeado en la cultura popular. Feynman lo resume así: “Ser conscientes de que nada puede ser establecido de forma exacta”. Esto mismo me pasa cuando trato de establecer el estado de la libertad de expresión en España. Diría que este derecho fundamental se ha ido contrayendo peligrosamente en las últimas décadas pero que, al mismo tiempo, nunca antes habíamos tenido tanta diversidad de opiniones participando del debate público. Intentaré una aproximación al tema desde la incertidumbre. Vamos al lío.
Nuestra democracia nació tutelada por la dictadura y con la Santa Iglesia adoctrinando en el nacionalcatolicismo durante décadas desde el sistema educativo. El caudillo nos encasquetó una monarquía como garante de que no caeríamos en las garras de la pérfida república y teníamos a ETA sembrando de cadáveres las calles hasta ya entrado el nuevo milenio. No es de extrañar que el código penal vigente, aprobado dos décadas después, herede delitos arcaicos como los ultrajes a España, sus instituciones y sus símbolos, las injurias a la corona o la ofensa a los sentimientos religiosos. No es de extrañar que muchos de nuestros conciudadanos no lleguen a entender por qué esto atenta contra la libertad de expresión ni por qué se debería reformar el delito de enaltecimiento del terrorismo.
Así y todo vivimos en una democracia plena. Con lo complicado del parto, la criatura no nos salió ni tan mal, oiga. Pero, como suele pasar, con los años la cosa mejoró y empeoró al mismo tiempo.
Con el nuevo milenio amanecimos a las nuevas tecnologías, la globalización y el terrorismo islamista. En nombre de la seguridad la lucha antiterrorista impuso límites a la libertad de expresión. Cayó Lehman Brothers, se pinchó la burbuja inmobiliaria y empezó la crisis del 2008. ETA dejó las armas un par de meses antes de que la crisis se llevara puesto, también, a ZP.
Ante la movilización social por las políticas de austeridad y utilizando el terrorismo yihadista como coartada, el nuevo gobierno de Rajoy reformó el código penal y promulgó las conocidas como leyes mordaza, que castigan la resistencia, desobediencia y falta de respeto a la autoridad, la negativa a identificarse y la difusión no autorizada de imágenes de miembros de las fuerzas de seguridad. Por entonces hizo su aparición pública Abogados Cristianos al demandar a Javier Krahe por un vídeo hecho en 1977. El ministro del interior, Jorge Fernández Díaz, declaró a Hazte Oír “organización de utilidad pública”. Estos grupos de ultraderecha relacionados con la secta fundamentalista el Yunque empezaron a demandar a todo el que osase meterse con la fe verdadera. Se multiplicaron así las demandas por ofensa a los sentimientos religiosos.
Las redes sociales, que prometían ser el ágora soñada, terminaron siendo parroquias sectarias que amplifican el fanatismo
A medida que los escándalos deterioraban la imagen de la Casa Real al punto de hacer abdicar al ahora emérito y que los casos de corrupción en el Partido Popular salpicaban al gobierno, crecía la protesta al mismo ritmo que las demandas. Artistas, tuiteros, cantantes, activistas, fotógrafos y periodistas fueron pasando por los tribunales. Y a pesar de que ETA ya no existía, se multiplicaron los acusados por enaltecimiento del terrorismo etarra por simples chistes de humor negro.
Triunfó la moción de censura y empezó un gobierno de coalición progresista que prometió derogar las leyes mordazas y reformar el código penal. Pero…
Pero llegó la pandemia y, ante la protesta de sectores de la derecha y los negacionistas, el nuevo gobierno se valió de las leyes de Seguridad Ciudadana de Rajoy durante el estado de alarma para hacer cumplir el confinamiento. Luego, la falta de acuerdo con EH Bildu y ERC bloqueó la reforma en la pasada legislatura y las leyes mordaza siguen hoy ahí, como si nada. Y a esto hay que sumarle los artículos sobre el adoctrinamiento que permite penalizar una búsqueda por internet, o sobre el discurso de odio, redactado tan ambiguamente que podría utilizarse —como recomendó una fiscal en una célebre circular— para castigar a quienes insultan a los neonazis.
Llegamos a la actualidad y las redes sociales, que prometían ser el ágora soñada, terminaron siendo parroquias sectarias que amplifican el fanatismo y crean esferas estancas donde no existe el diálogo sino la polarización y la bronca. Se implanta la certeza como impostura para mayor efectividad de los algoritmos a la hora de trazar perfiles de consumo despreciando los matices y convirtiendo al que opina lo contrario en hereje digno de censura. Dejamos así a la libertad de expresión en manos de empresas multinacionales cuyo objetivo no es el bien común sino incrementar sus ganancias.
No nos engañemos, vivimos en una democracia plena y muchos colectivos vulnerables que ayer no tenían voz, hoy se hacen oír y participan en el debate público. Sí, pero en tiempos en que los valores democráticos están siendo cuestionados por muchos de aquellos que han tenido la suerte de nacer en democracia, con una crisis del capitalismo global que es tierra fértil para el populismo y el fanatismo, con una emergencia climática como el mayor reto de la historia de nuestra especie, con la certeza como valor identitario y de mercado y la duda que, dicen aún, ofende.
Resumiendo, el código que rige nuestra convivencia está pidiendo a gritos una reforma que blinde la libertad de expresión. Tenemos todos los ingredientes para que una merma aún mayor de este derecho fundamental pueda implementarse desde a legalidad en el caso —nada improbable, por cierto— de que la ultraderecha llegue al gobierno nacional el día de mañana.
Como escribió Feynman sobre la aplicación del principio de incertidumbre en el campo de la opinión pública: “Es mejor decir algo y no estar seguro que no decir nada en absoluto”. Esta es mi opinión pero, bendita incertidumbre, no estoy del todo seguro.


































[ARCHIVO DEL BLOG] Los héroes infantiles de Hidalgo Bayal. [Publicada el 15/11/2017]











Haciendo un recuento de tipos buenos y malos, uno constata que no siempre se ha mostrado contrario a los agresores, comenta en el diario El Mundo el escritor Fernando Aramburu, reseñando el reciente libro de Gonzalo Hidalgo Bayal titulado La princesa y la muerte (Tusquets, 2017). La simpatía por ellos y por sus fines se nos impuso alguna que otra vez, por imperativos de la ficción, sobre las normas morales comúnmente admitidas al menos fuera del arte. O quizá ni siquiera eso, por cuanto nuestra conciencia no se sintió poco ni mucho concernida a propósito de quienes, dentro del marco de la imaginación, se empeñaban en causar daño y hasta en matar. La felicidad de la literatura narrativa, del cine y el teatro depende en no pequeña medida de unos buenos malos, esto es, de unos malos adecuadamente construidos, suscitadores de acción dramática, de episodios interesantes y complejos.
¿Incurro en un error si afirmo que el Coyote tiene en el mundo hartos más adeptos que el Correcaminos? Es cierto que el pobre y flaco carnivorous vulgaris nunca logra merendarse al ave veloz y que esta, libre de golpes, caídas, rasguños, y de la ley de la gravedad, siempre va muy por delante de su nunca consumada condición de víctima. Las energías empleadas por el Coyote para urdir trampas y la suma descomunal de dinero que le habrán costado los artilugios letales de la marca ACME, no sólo no conducen al fin esperado, sino que en todas las ocasiones se vuelven contra él, causándole tantos descalabros y quemaduras como humillaciones. Uno se pasó la infancia deseando que el Coyote atrapara alguna vez al supersónico pajarraco. Y todavía, ya en la edad de las canas, uno se conformaría con que al menos lograra arrancarle un mechón de plumas.
Mirando aquella estupenda serie de animación de Warner Bross, al niño le surgía la posibilidad de extraer una enseñanza. La vida depara fracasos; afrontémoslos con perseverancia y método; combatamos la frustración; no nos desmoralicemos ante los infortunios. No está mal para agregarle unos gramos de carácter al cuerpo. Te puedes despeñar por un precipicio de medio kilómetro de altura; te caerán rocas y yunques en la cabeza; te atropellarán trenes y camiones. ¿Y qué? Te levantas y sigues. Los niños simples pensábamos así y, en el colegio, no desconocíamos la bofetada ni el reglazo. Nuestra candidez sin desbastar nos protegía de las inclemencias de la tristeza. Una tarde, décadas después, llevamos a nuestros hijos al cine a ver, pongamos por caso, Buscando a Nemo, de Pixar Animation Studios. Salieron conmovidos, ansiosos de acariciar lo que fuera: un gorrión, una margarita, el pomo de una puerta. ¿Cómo les ibas a poner luego en el plato, a la hora de la cena, un salmonete frito con su cola, su raspa y las bolitas turbias de sus ojos? Lo habrían mirado a uno como se mira a un asesino.
El kitsch y la sentimentalización de las narraciones infantiles se me hace a mí que son más perniciosas para la salud mental de los menores que aquellas historias tradicionales, de una crueldad sin paliativos que hoy llenaría los consultorios de los psicólogos de tiernas criaturas estremecidas. El dramaturgo Juan Mayorga atribuye a Disney Channel el contagio de comportamientos de sumisión entre los menores de edad. A los niños de antaño, el que un lobo se zampara a una abuela con camisón y gorro de dormir o una bruja le diera una manzana envenenada a una chica, el que un dragón tostara con su aliento a un jinete o una vieja verrugosa comiera niños cocidos en un caldero, no nos quitaba el sueño ni hacía de nosotros, de la noche a la mañana, vegetarianos. Uno no ha olvidado que el chiripitifláutico Capitán Tan salía en la tele con pistola y cartuchera, y no digamos ya los Hermanos Mala Sombra. Me pregunto si la pedagogía actual permitiría lo que la censura de la época no tachaba.
Así las cosas, incluso en los cuentos tradicionales menos aptos para niños melindrosos, lo normal es que en el desenlace el malo reciba su castigo y a continuación el orden social se restablezca. El cazador rajaba la panza del lobo dormido, sacaba de su estómago a la abuela aún no digerida, rellenaba al malvado con piedras, le cosía el vientre y lo tiraba al pozo o al río. Normal, ¿no? Como remate, la princesa solía casarse con el príncipe y, no vegetarianos ellos, comían perdices. Hoy día todo este guiso narrativo resultaría poco ecológico. No me refiero a la boda en el palacio real, sino a la acción de envolver piedras con un lobo vivo, asunto que hasta podría sacar de sus casillas a las asociaciones animalistas.
Esta norma del desenlace consolador que pena las malas acciones y premia las buenas la conculca Gonzalo Hidalgo Bayal en los veintiún relatos que integran La princesa y la muerte (Tusquets, 2017), de publicación reciente. En ellos, el personaje reparador termina o bien colgado en la horca o bien decapitado, y no por error sino en cumplimiento de la ley, que no admite salvedades en su aplicación. Ni siquiera las lágrimas sinceras del monarca depositario del poder supremo pueden suspenderla. Tampoco caben las penas intermedias en el mundo imaginario de Hidalgo Bayal. No sé, veinte docenas de latigazos, dos décadas de mazmorra, el destierro. Un comportamiento castigado por el fuero conduce en línea recta al cadalso. Da igual que uno haya salvado a la princesa raptada y tenga derecho a desposarla. Las ejecuciones se cumplen sin demora, la muerte prevalece y pasamos al siguiente cuento, en el que nuevamente al honrado, al valiente, al generoso, un desliz de última hora les depara lo peor.
En el epílogo del libro, Gonzalo Hidalgo Bayal denomina "fábulas domésticas" a estas historias suyas de princesas, caballeros, reyes, dragones y héroes con más empeño que fortuna. La fluencia narrativa remeda la de los cuentos clásicos para niños; la prosa y la ausencia de moraleja final interpelan asimismo al público adulto. La idea de lo doméstico acaso proceda de las circunstancias que acompañaron a la invención de las historias. El autor se las contaba a su hija, ambos de paseo matinal por la playa aprovechando unas sucesivas estancias vacacionales en la costa. Si la niña le daba el visto bueno, Hidalgo Bayal se apresuraba a poner por escrito el relato a fin de no olvidarlo.
Dos muestras a modo de despedida y con la esperanza de hacer apetecible este libro delicioso. Un esforzado caballero libra a los habitantes de una ciudad del acoso de un monstruo de siete cabezas. Como al final no acepta la corona que le ofrecen, lo mandan visto y no visto a la horca. El mismo destino le corresponde al hijo de un leñador que había sacrificado su vida por salvar la del rey. ¿Su delito? Participar años más tarde en un torneo reservado a caballeros y, además, ganarlo. Estas y otras historias engañosamente infantiles de Gonzalo Hidalgo Bayal tienen su miga. Más le valdrá al Correcaminos no meterse en una de ellas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt


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lunes, 18 de diciembre de 2023

Del 20 de diciembre de 1973

 






20 de diciembre de 1973
FRANCISCO ACOSTA
18 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El 20 de diciembre se cumplen 50 años del comienzo del juicio del Tribunal de Orden Público contra diez sindicalistas de Comisiones Obreras, el llamado Proceso 1001. A la misma hora de ese día, ETA atentaba contra el presidente del Gobierno de España, Luis Carrero Blanco, en una calle de Madrid, acabando con su vida. Estos dos acontecimientos marcarían el devenir histórico de nuestra nación.
En mi condición de ser uno de los condenados del Proceso 1001 me atrevo a discernir sobre estos hechos. Trataré de aclarar por qué aquellos sucesos estaban entrelazados; por qué la organización terrorista ETA escogió aquel día para llevar a cabo su acción. La petición de una condena de 162 años de prisión contra los diez sindicalistas de CC OO detenidos en una reunión en un convento de Pozuelo de Alarcón (Madrid) había provocado una ola de protestas y movilizaciones no sólo entre amplios sectores de la clase trabajadora, sino en diferentes capas de la sociedad española, que trataban de combatir al régimen franquista. Este movimiento tenía previsto confluir el 20 de diciembre con un protagonismo importante de la clase trabajadora, cuyo objetivo era realizar huelgas en los centros de trabajo y manifestaciones en las calles, haciéndolas coincidir con el comienzo del juicio. En paralelo, en los países democráticos europeos, y también en Estados Unidos, Australia o Japón, los sindicatos democráticos y otros sectores progresistas iniciaron numerosas protestas contra el régimen franquista exigiendo la libertad de los procesados.
Ante esta movilización sin precedentes, la organización terrorista ETA decidió aprovechar la coyuntura con una gran dosis de oportunismo; trató de quitar protagonismo al movimiento democrático de amplios sectores de la sociedad española contra la dictadura. Al hacer coincidir el atentado contra Carrero Blanco con nuestro juicio, ETA provocó un ambiente de rebelión de la extrema derecha y la neutralización de las luchas democráticas previstas, evitando así el debilitamiento que dichas acciones hubieran hecho a las estructuras del régimen. Se crearon además condiciones para la represión y el terror contra los procesos y sus allegados, y coadyuvó al mantenimiento de la condena de 162 años de prisión.
La incoación por parte de las estructuras gubernamentales y judiciales de la dictadura de esas brutales condenas, tenían como objetivo el escarmiento represivo al movimiento sindical y democrático que protagonizaba Comisiones Obreras desde los primeros años sesenta.
Durante el juicio pudimos comprobar cómo se mantenían las prácticas totalitarias de la dictadura. Al elegir una fecha muy cercana a las fiestas navideñas, se buscaba el aislamiento del juicio a todos los niveles.
El día 20 nos trasladaron, esposados, desde la cárcel en un furgón al Palacio de Justicia y, al entrar en la sala de vistas, nos dimos cuenta del ambiente tenso y enrarecido. Se notaba en la bancada de los abogados y en el estrado de los jueces; también nos extrañó que no hubiese público. Algo grave estaba pasando, porque nos trasladaron de nuevo a los calabozos del edificio. Allí nos enteramos del atentado contra Carrero Blanco. Al cabo de un rato vimos acercarse a un capitán de la Policía Armada, preguntó quién era Marcelino Camacho y le comunicó que estaba allí para garantizar nuestra seguridad personal y nos señaló, al fondo del pasillo, un destacamento de la Policía fuertemente armado. Pasada la hora del almuerzo volvieron a llevarnos a la sala de juicio. El ambiente seguía tenso, pero la sala ya estaba llena de personas y pudimos ver a nuestros familiares en las primeras filas. Un ujier nos colocó en el banquillo según la petición de condena. A Marcelino Camacho y los procesados que tenían mayor petición fiscal, delante, y a los demás, detrás.
Me di cuenta de que se intentaba proteger a Marcelino de un posible atentado por la espalda. Las facciones de la extrema derecha violenta que, tras conocerse el atentado contra Carrero, habían acudido a la plaza de las Salesas para amenazar a nuestros familiares y abogados, señalando las pistolas que tenían ocultas, habían entrado en la sala del juicio.
La culminación del atropello judicial del régimen contra el Proceso 1001 se cerraría el 27 de diciembre con la sentencia. El tribunal, ante una petición fiscal de 162 años de cárcel por una reunión de diez sindicalistas de Comisiones Obreras, se tomó poco tiempo para deliberar. Se trataba de dar un castigo ejemplar a Comisiones Obreras. En cierta manera también nos condenaban por el atentado contra el presidente del Gobierno.
Tras nuestro recurso ante el Tribunal Supremo en febrero de 1975, las condenas fueron rebajadas. La dictadura seguía debilitándose y la sentencia de este tribunal se ajustaba a la propia legalidad judicial franquista, que ellos mismos habían infringido el 20 de diciembre. Lo consideramos una gran victoria y al final de ese mismo año todos los condenados del Proceso 1001 estábamos en libertad. La llegada de la democracia estaba más cerca que nunca después de 36 años de dictadura. Francisco Acosta es cofundador de Comisiones Obreras y condenado en el Proceso 1001











De la Argentina del "Nunca más" a la motosierra

 






Del “nunca más” a la motosierra
LUCÍA LIJTMAER
18 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com 

Al principio, justo antes de que empezara todo, lo que flota es un pedido, un ruego, un imperativo moral: nunca más. Cada relato, cada país, está construido a través de su lenguaje propio. Argentina no es una excepción. Aunque la historia de la democracia argentina no comience exactamente con este reclamo, sino el 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín asume como presidente electo, la consigna se convierte en su seña de identidad. Al fin y al cabo, el nuevo presidente quiso asumir ese día y no otro por su poder simbólico: se trata de la fecha en que se conmemoran los derechos humanos en todo el mundo. Alfonsín sentaba las bases, frágiles e inestables en un principio, fuente de orgullo después, de lo que sería uno de sus baluartes: la recuperación de la dignidad colectiva y la valiente y férrea intención por sentar jurisprudencia mundial en materia de derechos humanos. Tras años infames que dejaban muertos, torturados y 30.000 desaparecidos por el terrorismo de Estado de la dictadura de Videla, la imagen serena de unas madres en una plaza reclamando justicia queda como lección. ¿Qué es un “desaparecido” sino un fantasma que sigue pululando en la conciencia hasta que reaparece para avergonzar a sus dirigentes? La democracia argentina se estrena haciendo historia con los juicios a las juntas militares en 1985, y en busca de memoria, justicia y reparación.
La casa está en orden: en mi recuerdo, estábamos pegados a la televisión. Las noticias que llegaban a España no eran tantas como para frenar la angustia en una era preinternet. Era 1987, justo diez años después de nuestra llegada a Barcelona, en plena dictadura. Entre llamadas, cartas y algún periódico argentino que se conseguía en Las Ramblas dimos cuenta de lo que pasaba ese abril. Tras varios días de tensión, se logró frenar una insurrección militar encabezada por Aldo Rico y otros carapintadas que cuestionaban los juicios impulsados por el Gobierno contra las juntas. En una joven democracia, tras medio siglo de golpes de Estado, Alfonsín declaró el freno al alzamiento con esa frase. Y su coletilla: “... y no hay sangre en la Argentina”. Ah, la sangre, siempre en juego.
Pizza con champán: los gustos gastronómicos del peronismo, encabezado por el siguiente presidente Carlos Saúl Menem, dibujan una época a través de esta mezcla: comida popular y lujo sofisticado es el paradigma de la década de los noventa argentina. Su propia cultura del pelotazo, la privatización de empresas estatales y la liberalización económica llevó al enriquecimiento desmesurado de algunos y definió el gusto por la ostentación y el consumo desaforado. Se institucionaliza viajar a Miami para comprar en los shoppings y el argentino es caricaturizado en los otros países latinoamericanos como el comprador compulsivo que exclama “deme dos” de cualquier cosa. Es la era del sueño de ser rubia platino como la popular presentadora de televisión Susana Giménez y un exultante menemismo que proclamaba que Argentina había entrado en el primer mundo.
Pero el lujo no es infinito y el champán francés también deja resaca. La liberalización y el flujo de capitales en un país de economía inestable, había basado su bonanza financiera en la premisa Reagan de que toda riqueza acaba goteando y llegando a las masas, fuera como fuera. Pero no fue así. La fuga de capitales y la recesión que se instaló a partir de 1998 y se agravó desmesuradamente en los años siguientes, marcando un antes y un después en la historia del país. Nadie recordaba una crisis económica como esa. El empobrecimiento masivo de millones de personas implicó una fractura social desconocida hasta el momento. Es la época del exilio económico de jóvenes y no tan jóvenes. El acento argentino regresa a Europa, mientras un presidente muy debilitado, Fernando de la Rúa, intenta hacer frente a la crisis. El ministro de Economía, Domingo Cavallo, instaura el corralito bancario para intentar frenar la sangría económica, limita fuertemente los movimientos económicos ciudadanos y la población estalla. Entre cacerolazos, piquetes y escraches como medidas de protesta, la crisis política e institucional es brutal. Se instala la furia y el descreimiento mediante el grito de “que se vayan todos” y De La Rúa abandona la Casa Rosada en helicóptero. Argentina deja el sueño del primer mundo mientras asumen y dimiten varios presidentes en diez días y en los barrios se instalan los mercados de trueque a ritmo de cumbia.
Ese momento resulta crucial para la sociedad argentina. Por una parte, se refuerza una idea, ya presente, de que el político es, por antonomasia, corrupto. Por tanto, la salvación del país no puede estar en manos de la “casta” política sino del antipartidismo. Esto tiene consecuencias inmediatas: la gente, que ya en 2001 se vio obligada a recurrir a la autoorganización —ya sea en asambleas, mercados de barrio o la acción colectiva— entiende esta manera de organización política como una necesidad. Los movimientos de base se convierten en una luz que prende con fuerza, y que sostiene ciertas deudas pendientes en un país que históricamente había resultado puntero en derechos civiles en América Latina.
El movimiento feminista se convierte en una punta de lanza de una fuerza inusitada, popular, y arrasadora. La revolución de las pibas, como declara la feminista Luciana Peker, es la responsable de los dos pilares más importantes de esos reclamos: el cese de la violencia machista y los feminicidios, bajo la consigna de Ni una menos, y la batalla en las calles primero y en las instituciones después en favor de la interrupción de los embarazos no deseados con el lema Será ley. Las mujeres de toda edad y condición se unen bajo una llamada educativa y plural: “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, plantando cara a la Iglesia y al Estado, que finalmente aprueba la ley a favor del aborto. La oleada estalla en Argentina en la defensa de los derechos de las mujeres, conteniendo, de momento, el avance reaccionario que se instaura en otros países.
Pero el antipartidismo tiene también otras derivas. Tras los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri, el regreso del peronismo con Alberto Fernández se enfrenta con una situación difícil. La pandemia de la covid hace mella en una sociedad ya muy castigada económicamente y los argentinos buscan el orgullo nacional en ámbitos extrapolíticos: Messi, el Papa o Bizarrap, los ídolos se miden a través del éxito internacional pero fuera de la grieta institucional y mediática cada vez más nihilista. Si todo político es corrupto, solo un outsider puede calmar a un país paranoico y con una inflación disparada. Y en esas instancias llega en tromba la supuesta antipolítica de Javier Milei. Un ultra libertario autodenominado anarcocapitalista, con una vicepresidenta que lleva décadas militando en favor del negacionismo de los horrores de la dictadura militar, y que promete, a través del sacrificio —sobre todo de los más pobres— el regreso triunfante de una primera potencia mundial que a duras penas existió. El populismo de ultraderecha también tiene su lema, su sintagma: “libertad”. Económica, por supuesto. Muy bien publicitada en 2023 a través de una motosierra imaginaria. Imaginaria, por favor. He aquí el ruego final. Lucía Lijtmaer es escritora. 











De la pasividad como esperanza

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del poeta Alejandro Simón, va de la pasividad como esperanza. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







Ser pasivo, una declaración unilateral de esperanza
ALEJANDRO SIMÓN PARTAL
27 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Muchos de nuestros peores problemas o preocupaciones nacen por el afán de vivir. El afán de vivir es preocupación, ocupación desatada y precipitada por algo. El acoso diario a la sede de un partido político, activismo que amenaza con extenderse hasta Nochevieja según sus organizadores, responde a esa preocupación anticipada que es el miedo y que invita a vivir en la metáfora, es decir, ver una cosa con las cualidades de otra cosa: la libertad como muerte, el desprecio como verdad. Y sobre ese globo mental algunos vuelcan sus días. Si realmente leyeran la vida, sus vidas, en clave poética, herramienta humana elemental que se atreve a trascender lo meramente utilitario y que parecen desconocer, sabrían que es más importante saber terminar que saber arrancar. La vida, queramos o no, siempre está por hacer y, por eso, casi todo queda sin explicar. El pensador Manuel García Morente lo resumía de la mejor manera: la esencia de la vida es no indiferencia. Es decir, implicación, compromiso. Y podríamos afirmar que ese afán de vivir, que esa no indiferencia, nos está matando en vida. Cierto es que ese afán a veces nos salva, como el del casi ahogado que no se rinde y consigue llegar hasta la orilla cuando ya todos en la orilla lo daban por muerto. Otras, sin embargo, nos hunde. Nos asfixia. Nos ahoga. Dicen los vigilantes de nuestras playas que cuando estamos atrapados en una corriente es mejor dejarse llevar y no hacer sobresfuerzos innecesarios, no intentar aferrarse a la vida, sino abandonarnos a la voluntad de la corriente; esa es la oportunidad que nos da el mundo, no aferrarnos a él. Pocos le atienden. Todos chapoteamos. Respetar la decisión de la naturaleza, no contradecirla, “dejar a Dios que sea Dios”, pedía san Juan de la Cruz.
Esto me lleva a la tarde en que mi padre estaba a punto de entrar en coma, un enfermero del 112 nos reunió a mis hermanos y a mi madre en la cocina —en la que apenas cabíamos los cinco y ahí pensé en la vida tan austera que habían llevado mis padres— y nos pidió, mirando a mi hermano mayor a los ojos, que respetásemos su voluntad. “Respetad su voluntad”, repitió ya volviendo al salón y recogiendo sus cosas. Aquella fue la revelación más alta de mi existencia hasta hoy. La vida es angustiosa. Y lo es por impedir a toda costa, a costa de la vida, que no lo sea, por no aceptar su voluntad que es salvación, por no dejar que la indiferencia nos meza hacia la nada. Ese temor a no ser o a dejar de ser, este temor a la nada, nos empuja al activismo, que es una forma de convicción, compasión y amistad; ahora parece que su mayor y única conquista es la amistad, que no es poca cosa porque desde la amistad nos completamos y de ella dependen las ciudades, donde se celebran las manifestaciones. George Santayana apuntaba que nosotros, y el universo entero, existimos solo por el apasionado intento de retornar a la perfección. “El que es perfecto no se manifiesta”, añade Pessoa en La educación del estoico. El activismo busca la perfección de lo que nosotros, un grupo normalmente mayor de 50 personas, considera como perfección o justicia. Y salimos a buscarla. Así lo hicieron la puertorriqueña Sylvia Rivera y la afroamericana Marsha P. Johnson, activistas travestidas callejeras que impulsaron la revuelta de Stonewall y abrieron el camino a los derechos civiles; las movilizaciones de protesta por el asesinato de Miguel Ángel Blanco que aceleraron el final de ETA; o las movilizaciones feministas del 2018 que han conseguido, por ejemplo, que los abusos sexuales a las mujeres dejen de ser una forma aceptada de nuestro comportamiento cotidiano.
Pero el activismo nunca está completo, como tampoco lo está el capitalismo. Su base sería la igualdad entre los seres humanos, que el beneficio de unos no suponga el sometimiento o muerte de otros, y esa igualdad remota no hará que renunciemos al activismo, que renunciemos a la amistad ni a las ciudades. Etty Hillesum escribió en su diario desde el cautiverio en Auschwitz que la grandeza del hombre está en lo que queda una vez extinguido lo que le confería brillo exterior. ¿Qué le queda? Sus recursos íntimos y nada más. Y esos recursos pueden llegar a completar la esfera del sujeto pasivo, aquel que no se aísla, pero tampoco se impone. El pasivo interrumpe toda tristeza. La pasión está asociada a la pasividad, mientras que la acción es virtud predecible del activo. La pasión integra tanto la emoción como el padecimiento.
Por eso, declararse pasivo es una rotunda declaración unilateral de esperanza, el activismo más solvente en muchos escenarios. El pasivo es el ser despojado, y solo desde ese vaciamiento puede entrar la luz, una luz que no deslumbra, sino que alumbra, ofrece lumbre, fueguecito, proximidad. Quien es pasivo brinda desde su espera la posibilidad de transformación, posibilidad que nos mantiene aquí, que nos saca de la cama y nos empuja a la calle de otra manera, proponiéndonos, como el que es capaz de multiplicar los peces y los panes sin necesidad de enseñar al mundo lo gordo de sus peces y de sus panes. El pasivo está dotado para el Misterio. El pasivo es el más capacitado para olvidar la obsesión de lo que no es, de lo que no llegará a ser.
Ser un buen pasivo es un merecimiento. Es un destino, una forma de relacionarse con la naturaleza y con el propio cuerpo. Hay que trabajar mucho ese destino, eso sí, igual que el bueno trabaja cada día la inocencia. El pasivo encarna la vulnerabilidad más atrevida, la vulnerabilidad cómplice. Ser pasivo es una ficción, y la ficción salva de la insoportable solemnidad de la vida activa. De esa manera, La vida activa, tituló uno de sus textos Chuang Tzu, textos recogidos por Thomas Merton, y en unos de sus versos dice: “Quien busca seguidores, quiere poder político”. Lo contrario a eso sería la vida pasiva, cuyas conquistas no se alimentan de poder, sino de sombras, donde habitan los santos, los que no pretenden ser vistos. Así lo entendía el poeta místico alemán Angelus Silesius: “La rosa es sin porqué, florece porque florece”.
No actuar, no participar, no supone necesariamente irresponsabilidad. En todo caso será decisión desacertada, renuncia, pero no irresponsabilidad moral. Recordemos que la palabra moral procede del sustantivo latino mos-moris, que significa precisamente “hábito, costumbre”. La quietud puede ser otra forma de no indiferencia, de hábito, de sana costumbre. La quietud es la antesala de la plenitud cuando está formada de autolimitación, de consideración, de política, de lo que el teólogo Karl Rahner definió como “hacer sitio”, o san Benito como la “sabia mesura”, madre de todas las virtudes. Lo contrario, la desmesura, la voluntad borracha de sí misma, era para los antiguos griegos el peor defecto de las personas. No deberíamos enorgullecernos de nada de lo que somos o hacemos. En los últimos años, lo viral, normalmente motivado por inercias como la declaración de un torero tertuliano o el chuminero, ha desinflado la urgencia de lo multitudinario, que ahora tiene más de tumulto que de multitud. El sociólogo Émile Durkheim ya dijo que toda representación colectiva tiene algo de delirio. Y de delirio se alimenta el fanático, el fundamentalista, el hombre de la cosa segura, como Javier Milei. Lo contrario, sería la duda, la incertidumbre moderada, la humildad. Y la gratitud. El neurólogo Oliver Sacks se fue de este mundo con un magnífico texto en el que daba las gracias por haber vivido muchas cosas, algunas maravillosas y otras horribles. Irene Montero podría haber seguido sus pasos y marcharse de su puesto de trabajo sin reproches y pidiendo perdón por los posibles errores cometidos. Así lo hacían los primeros cristianos antes de empezar el día y certificar su unidad, se pedían perdón unos a otros. La defensa de la igualdad se sostiene mejor desde una humildad verdadera. Parece que solo desde ahí podemos llegar a aquel escenario donde lo injusto no sea la última palabra. El mal seguirá cuando no estemos aquí, pero la compasión —vivir la intensidad del otro—, y la pertenencia —ser propio de los demás—, aliviarán su tufillo criminal.
Muchos de los extremos que recogen esa forma de estar en el mundo, de esa vida íntima, pasiva, apasionada, los entrega la directora lituana Marija Kavtaradze en Slow, su nuevo trabajo coproducido por España que llegará a los cines el 5 de enero y que con toda probabilidad será una de las películas más necesarias que pasen por nuestras salas el próximo año. La directora recuerda que puede existir algo más estimulante que el amor o el sexo: la complicidad. Slow confirma que pocas cosas más sucias en este mundo que el amor propio. La cinta recoge la relación íntima entre Dovydas, un chico que trabaja como intérprete de personas sordomudas, y Elena, bailarina de danza contemporánea, ambos se conocen tras una clase de baile que ella imparte y crean un universo que parece inexplorado cuando están juntos, cuando se entregan; el espectador es testigo de esa intimidad tan frágil, tan vulnerable y completa, tan labrada en las sombras de la condición humana. Slow es una película que gira en torno a la asexualidad. También en torno a la eternidad, que aquí rompe las formas del tiempo, y que parece la verdadera misión, lo eterno, lo divino sin pirotecnia. Ellos, sujetos pasivos, nos convierten a nosotros en sujetos sensibles y nos convocan a esa transcendencia inalcanzable que se da cuando los dos se atienden.
Pero insistamos en la etiqueta de película asexual. Porque algunas etiquetas nos posicionan en el mundo, nos comprometen con la verdad. Por fin esta identidad tiene un referente en la ficción que no caiga en el almíbar de la idealización. Por fin esta identidad —incomprendida, desconocida o ridiculizada por casi todas las identidades— cuenta con una narrativa cruda y certera como la que aquí se cuenta. Ir al cine a ver Slow podría considerarse como otro acto pasivo, ejercicio de resistencia contra la finitud. En un momento de la película, tras masturbarse en la ducha, Dovydas le dice a Elena: “No necesito centrar mi sexualidad en alguien”. La vida hecha de voluntades: no indiferencia.
































[ARCHIVO DEL BLOG] La democracia resistirá. [Publicada el 20/10/2019]








La resiliencia. Esta ha sido mi respuesta esta semana en Roma a una pregunta de una periodista de la RAI sobre la principal característica de la democracia española. Sin dudarlo. Y máxime en vísperas de la sentencia del procés. La democracia española ha mostrado, en sus poco más de cuarenta años de vida, una extraordinaria capacidad de superar situaciones traumáticas, -escribe el profesor de Ciencias Políticas de la UNED, José Ignacio Torreblanca-.
Recordemos cómo tuvo desde el principio que hacer frente a múltiples y poderosos enemigos, incluido la convergencia de varios frentes terroristas, de extrema izquierda, extrema derecha y nacionalista radical, cuyo objetivo ha sido forzar la capitulación ante sus demandas, romper la convivencia o, lo que a punto estuvieron de conseguir en varias ocasiones, lograr que las Fuerzas Armadas o los cuerpos de seguridad se volvieran contra ella. Pero, recordemos, España no solo ha resuelto la cuestión militar de forma ejemplar sino que ha derrotado sin concesiones al último grupo terrorista de la Europa democrática.
También merece la pena destacar, ya en una clave más reciente, que España ha superado una agudísima crisis económica, política, social y territorial. La desafección política asociada a la corrupción, el incremento de las desigualdades derivadas del aumento del desempleo, la reducción y precariedad salarial y los recortes en bienestar social han tensado pero no fracturado la cohesión social, la solidaridad intergeneracional y la estructura territorial. Y el sistema político, que ha sufrido nada menos que tres asaltos populistas; desde la izquierda a manos de Podemos, por el independentismo catalán y a manos la derecha radical representada por Vox, no ha visto implosionar su sistema de partidos, como ha sido el caso en algunos países de nuestro entorno, como Francia o Italia, donde el eje izquierda derecha y los partidos tradicionales han dejado en gran parte de ser reconocibles.
Esa capacidad de resistencia no tiene tanto que ver con algún secreto o característica oculta de los políticos españoles. Al contrario, el sentir mayoritario de muchos españoles es que hemos navegado una crisis económica muy profunda (y quizá nos adentramos en otra) de la mano de políticos muy superficiales y cortoplacistas. Así que ese éxito tendría más que ver, aventuro, con el profundo arraigo en la ciudadanía de la convicción democrática y la voluntad generalizada de convivencia en una sociedad organizada en torno a la solidaridad y la tolerancia. Cada generación de españoles ha vivido un reto, su reto, democrático, y lo ha superado satisfactoriamente. Esta vez no creo que vaya a ser diferente. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












domingo, 17 de diciembre de 2023

De la Europa que se hace mayor

 






Europa se hace mayor
FERNANDO VALLESPÍN
17 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Todos los líderes de extrema derecha se parecen, pero cada uno de ellos actúa a su manera. El talante de Orbán en particular va más allá que ningún otro en la Putin-filia, en su impulso por contentar a Rusia. Al menos si lo comparamos con Meloni, el otro caso de dirigente de esta corriente política que gobierna en otro país de la UE. El líder húngaro no pudo evitar la apertura de conversaciones para la entrada de Ucrania (y Moldavia) en la UE, pero fue eficaz en su bloqueo de los 50.000 millones de ayuda a ese país, que tendrán que ser reprogramados en los próximos meses. Pero su ya famoso paseíllo de salida de la reunión para buscarse un café y evitar así su voto en contra no nos va a salir gratis. A cambio parece que obtendrá el levantamiento de los fondos que la Unión había congelado a Hungría por su vulneración del Estado de derecho. Si esto es así, el primer balance de esta manifestación de unidad europea es que las decisiones geoestratégicas se imponen sobre las exigencias de la salvaguarda de la limpieza democrática.
Eso por un lado. Por otro, Orbán no ha ocultado que aprovechará el largo y sinuoso camino hasta la integración plena de Ucrania al club de los Veintisiete para hacer descarrilar el proceso. Con la esperanza, quizá, de que Rusia para entonces ya habrá dejado a este país demediado con ulteriores éxitos militares y un eventual veto en última instancia del propio Parlamento húngaro. Aun así, casi todos los comentaristas de la pasada reunión del Consejo Europeo tienden a ver la botella medio llena. Hay algunas buenas razones para ello. La primera y fundamental es que la UE parece haber madurado como potencia geoestratégica, a pesar de la jauría de voces que la integran y sus muchos intereses discrepantes. Y a pesar de su altísimo coste. Ucrania se convertirá en el único receptor neto de fondos europeos de cohesión y todos los demás tendrán que rascarse el bolsillo. Lo más irónico de todo esto es que el milagro se lo debemos a Putin, no a un renacido interés por el espíritu europeísta o el liderazgo sobresaliente de algunos Estados. A pesar de sus últimas bravuconadas, el dictador ruso está consiguiendo exactamente lo contrario de lo que se proponía. Y, en la sombra, al fantasma de un potencial retorno de Trump. Hace un frío ártico fuera del paraguas defensivo de los Estados Unidos del que tanto tiempo habíamos gorroneado.
Las próximas elecciones al Parlamento Europeo, así como el ulterior avance del proceso de expansión e integración de los nuevos Estados, nos permitirán calibrar con más finura el recorrido efectivo de este gran salto adelante. Nos une el espanto ante la agresión rusa, las cuestiones de seguridad; no necesariamente el amor a los valores y la causa de una democracia cosmopolita como la UE. Por eso mismo, la pregunta inevitable es si esta nueva Europa seguirá siendo tan resiliente una vez despejado el miedo hobbesiano y con varios primos de Orbán al frente de otros gobiernos. Pronto lo sabremos. Fernando Vallespín en politólogo.











De la libertad ilimitada

 








En contra de la libertad ilimitada
ELVIRA LINDO
17 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Recuerdo que hace apenas tres años, justo antes del confinamiento, un amigo más joven que yo y de naturaleza sensible desdramatizaba el porno consumido hoy por los chavales, comparándolo con las revistas y pelis que la generación millenial veía a espaldas de los padres, razonándome que eran entretenimientos casi educativos que servían a los adolescentes para hacerse unas pajillas, sin que eso introdujera un elemento patológico en su desarrollo sexual. Las cosas que se hacen a escondidas también educan, decía. Eso puede ser una gran verdad; como no serlo. Recuerdo haber rumiado dudas sobre si sería lo mismo aquel porno que este, porque la alarma sobre el creciente acceso adolescente a contenido violento llevaba sonando desde hacía tiempo, pero me callé, como se calla una ante el temor de quedarse atrás en la comprensión del mundo, sea por razones de edad, del célebre aburguesamiento o qué sé yo. En mi descargo diré que a las chicas de la generación ochentera se nos debió quedar clavado a fuego en algún lugar de la memoria aquel calificativo tan usado entonces: estrecha, que más bien era una amenaza, la de expulsarte del dudoso pódium de chica liberada, progre. Ahí permanece aquel miedo estúpido a no estar a la altura de tu época. Ha hecho falta que profesionales de veras preocupados por la situación real y no cegados por el papanatismo tecnológico nos hayan abierto los ojos ante una realidad que debería estremecernos: el confinamiento sirvió para que los adolescentes reafirmaran su dependencia de las pantallas, y con ella comenzaron las fobias a la interacción social, se acrecentaron los problemas de autoestima, sobre todo en chicas, y aumentaron las visitas a los vídeos de pornoviolencia, que recrean escenas de humillación colectiva de un grupo de varones a una chica indefensa. La consecuencia de este porno popular ahora entre algunos adolescentes varones (aún no sabemos cuál es el porcentaje de población estudiantil que accede a esto) no son unas saludables pajillas sino la emulación de una “hazaña” sexual que contiene la excitación de reunir a colegas con los que perpetrarla, eligiendo a una víctima que suele ser conocida, del mismo barrio y todavía más joven que el grupo atacante (una de las chicas violadas en Badalona tenía apenas 11 años).
Engolfados en la idea, válida para adultos experimentados en el consumo cultural, de que el espectador entiende la diferencia entre la ficción y la realidad, nos hemos olvidado de cómo asimila ese tipo de escenas una mente aún tierna que sobrevive a su libre albedrío en una zona degradada económicamente, no goza del amparo de una comunidad o de su propia familia, está siendo adiestrado por contagio social en un ambiente de una masculinidad agresiva y, para colmo, no recibe en su centro educativo algo parecido a la tan reivindicada por unos, o demonizada por otros, educación sexual.
Está claro que los movimientos de padres y madres que tratan de prohibir o limitar el uso del smartphone son progenitores implicados en la educación de sus hijos que asumen su responsabilidad y estudian de qué manera podrían contrarrestar el influjo de este elemento disruptivo en la vida de los adolescentes, pero reducir este asunto a aquello que les sucede a nuestros hijos sin abordarlo como un tema social que afecta más aún a quienes menos armas tienen es un nuevo paso en la creciente segregación entre muchachos de primera o de segunda categoría, con la indeseable consecuencia de reservar a las chicas el papel de víctimas cuando provienen de un entorno desestructurado. Urge tomar medidas, dejar a un lado nuestros hermosos principios de blindaje de la libertad, y aceptar que poner límites es una manera de proteger a quien carece de un amparo básico. No podemos cederlo todo al castigo cuando se produce un hecho condenable, hay que ser valientes, comprometerse con una abierta educación sexual, tanto en los centros públicos como en esos concertados a los que permitimos que acuda un exministro a dar el mitin contra el aborto. Elvira Lindo es escritora.










Del consentimiento

 






Contra el consentimiento
MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
17 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Que tal afirmación se incluya en el título de un libro inequívocamente feminista es un pequeño terremoto. El título completo es La violación redefinida. Hacia la igualdad, contra el consentimiento, y lo firma un icono de la lucha de las mujeres, nada menos que la creadora del concepto de acoso sexual en el derecho estadounidense, y quien logró el reconocimiento de la violación como crimen de guerra en el derecho penal internacional. Hablo de la profesora y jurista Catharine MacKinnon, referente de la Segunda Ola en Estados Unidos y del feminismo radical, quien ha irrumpido como un vendaval en el debate francés sobre la definición del concepto de violación. Lo hace, además, cuando la propia Francia y Alemania se niegan a ratificar la definición de violación basada en el consentimiento en el proyecto de directiva europea contra la violencia machista. Es un debate muy interesante, sobre todo cuando parecía que la ola global feminista del #MeToo (o de nuestro #SeAcabó) había ungido al consentimiento como el elemento central de las relaciones sexuales y, sobre todo, del delito de agresión sexual.
MacKinnon dice que el problema del consentimiento es colocar “el peso de la prueba legal en la víctima y no en el acusado”. Se pregunta por qué hemos de centrarnos en el deseo o la voluntad de la víctima en lugar de poner el foco donde toca: en el comportamiento del victimario. La vieja leona del feminismo se pregunta (y nos pregunta) si de veras creemos que, al incluir el consentimiento en una ley, conseguiremos que la sociedad, o los tribunales, crean a una mujer que afirme: “No consentí”. Una cultura como la nuestra, donde la mujer sigue sexualizada, opera simbólicamente reproduciendo los mitos de la violación: se insinuó porque quería, se me puso a huevo, lo estaba deseando, lo hizo para aprovecharse… ¿Acaso estos prejuicios machistas quedarán mágicamente en suspenso porque una mujer haya dicho previamente “no”? Como señala la autora, ser sexualizado, algo que también sucede con menores, implica que “el poder atribuye a personas impotentes la idea de que de verdad lo quieren”. Por eso centrar todo el debate en el consentimiento significaría hacerlo sobre “una proyección del punto de vista masculino”. MacKinnon propone un salto a lo estructural: frente al paradigma liberal del consentimiento, donde todo se subjetiviza, reclama regresar al paradigma de la igualdad, porque las desigualdades sí son hechos objetivables. Es una elegante vuelta a Marx, una propuesta audaz, casi antigeneracional: regresar a la mirada sistémica, a la denuncia y la lucha contra las condiciones que permiten una violación.
Según MacKinnon, la principal lectura del #metoo no debería haber sido que el sexo debe ser consentido, sino que la sexualidad tiene lugar en un contexto de desigualdad estructural de poder. Piensen en nuestro #SeAcabó. Si el debate lo centramos en el beso no consentido de Jenni Hermoso, ignoramos algo mucho más objetivable, la posición de poder de Rubiales, y evitamos juzgar cómo aprovecha una situación de desigualdad para lograr su propósito. Para MacKinnon, lo que verdaderamente fortalecería la definición de la violación o de la violencia sexual no es, en fin, incluir el consentimiento, sino añadir el reconocimiento explícito de las desigualdades de género, clase, raza o edad. A sus 77 años, nos da así una buena sacudida, recordándonos que nuestra palabra está condicionada por un contexto de desigualdad y es ahí donde hay que mirar: al lugar de siempre. Máriam Martínez-Bascuñán  es politóloga.