jueves, 29 de septiembre de 2022

De la austeridad presupuestaria

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de austeridad presupuestaria, una austeridad en la que urge pasar en la Unión Europea, como dicen en ella los investigadores del Real Instituto Elcano, Federico Steinberg y Jorge Tamames, de una mentalidad de economía pequeña y abierta a otra globalizada, pero con fuerte demanda interna y capacidad para moldear los equilibrios geoeconómicos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Volver a la austeridad en Europa es un viaje a ninguna parte
FEDERICO STEINBERG / JORGE TAMAMES
26 SEPT 2022 - El País

No existe una sola receta económica para la prosperidad. Se puede ser un país rico, con pleno empleo, una economía eminentemente exportadora y férrea disciplina fiscal, como Alemania, o una economía menos austera, apoyada en el motor del consumo interno, como Estados Unidos. Aunque la literatura académica muestra que no es fácil transitar de un paradigma macroeconómico a otro, los momentos de crisis son puntos de inflexión que abren posibilidades hasta entonces inasumibles.
Sirva como ejemplo la crisis financiera que nos golpeó entre 2008 y 2013. En la zona euro —sobre todo en países del sur— se optó por “germanizar” la economía mediante devaluaciones internas y recortes de gasto público, que llevaron a un bum exportador y a un elevado superávit externo, pero generaron un intenso descontento social, aumentos de la desigualdad e inestabilidad política. En 2020, la pandemia abrió un paréntesis a este paradigma, con políticas de expansión fiscal y monetaria sin precedentes que han resultado muy exitosas. La respuesta europea se complementó con un esfuerzo coordinado del que nacieron los fondos Next Generation.
Pero en 2022, cuando el rebote económico poscovid permitía alcanzar las tasas de desempleo más bajas de la historia reciente, la invasión rusa de Ucrania ensombreció las perspectivas. La cuestión, en un entorno de incertidumbre, guerra en Europa y políticas monetarias cada vez más restrictivas, es qué papel debe jugar la política presupuestaria. Aunque la camisa de fuerza de las reglas fiscales europeas sigue suspendida, se ha reabierto el debate sobre la conveniencia de retomar las políticas de austeridad.
Como explicamos a continuación, el actual entorno internacional es poco propicio para repetir la estrategia de ajustes y exportaciones. En la década pasada, la austeridad se impuso para consolidar las cuentas públicas y bajar las primas de riesgo en algunos países de la eurozona. Al margen de las imprecisiones de aquel relato, lo cierto es que estos palos venían acompañados de importantes zanahorias. La devaluación interna —instrumentada sobre todo mediante bajadas salariales— se presentaba como un instrumento útil para promover la competitividad-precio de las exportaciones. Es ahí donde, según el relato oficial, radicaba la pujanza de economías modélicas como la alemana. Así, la prosperidad generada por el bum exportador y la entrada de capitales compensaría con creces los sacrificios salariales.
Dar prioridad a las exportaciones como motor de crecimiento implica depender más del resto del mundo que de la demanda interna. Y es aquí donde, en comparación con la crisis de 2008, ahora nos enfrentamos a un panorama poco alentador. Esto es así porque las políticas de devaluación interna no siempre contribuyen a potenciar las exportaciones: tienen que darse tres condiciones clave en la economía internacional.
La primera es un clima que facilite el comercio global. Este requisito hoy está tocado, pero no hundido. Pese a las noticias recurrentes sobre su muerte, la globalización goza de una mala salud de hierro. Reconstruir cadenas de suministro globales conlleva costes —en términos de fricciones comerciales e inflación— que la mayor parte de Estados y sociedades no están dispuestos a asumir. Los planes de recuperación pospandemia traen consigo apuestas para acortar cadenas de suministros estratégicas —como los microchips o el material sanitario— y se está produciendo una tendencia hacia la regionalización comercial y la reubicación de partes de las cadenas de producción en economías con gobiernos menos asertivos que los de Moscú o Pekín (en inglés lo llaman friend-shoring). Esto supone que el comercio y las inversiones internacionales se están reconfigurando y transformando cualitativamente, pero que su importancia no disminuirá demasiado.
La segunda condición es que otros países hagan políticas fiscales expansivas. Al fin y al cabo, si todos aplicasen una estrategia exportadora a la vez, la Tierra se vería obligada a obtener un superávit comercial con Marte. Por suerte para la UE, en la década de 2010 otras economías sí optaron por abrir el grifo del gasto, que vino además acompañado por expansiones monetarias que facilitaron la recuperación de su demanda agregada. De hecho, el crecimiento poscrisis de alumnos modélicos de la austeridad, como Irlanda y Alemania, no se explica sin los programas de estímulo fiscal que llevaron a cabo la economía estadounidense (altamente entrelazada con la irlandesa) y la china (que se convirtió en un destino prioritario para las exportaciones alemanas).
Hoy, Pekín continúa confinando a su población para lidiar con las nuevas variantes de la covid-19. En Washington, la Reserva Federal ha optado por endurecer la política monetaria. Todo ello sugiere que ni China ni Estados Unidos desempeñarán el papel que jugaron en la década anterior. Algo parecido se puede decir del conjunto de las economías emergentes, que pasan por dificultades económicas importantes. No habrá, por tanto, una demanda global para las exportaciones europeas como en el pasado.
El tercer requisito es que exista fiabilidad por parte de los países con los que se comercia y de los que se depende para productos clave. Los europeos pensaban que la interdependencia económica haría converger a los demás con el modelo de capitalismo occidental, pero la guerra en Ucrania ha demostrado que esto era una ilusión. La invasión rusa confirma que profundizar vínculos comerciales para reconducir tensiones políticas entre diferentes Estados en ocasiones es contraproducente. Esta estrategia no solo no ha logrado mitigar los desencuentros entre Bruselas y Moscú, sino que ha acrecentado una profunda dependencia de los hidrocarburos rusos, sobre todo por parte de Alemania, que nos vuelve muy vulnerables.
En última instancia, son estas consideraciones políticas las que obstaculizan un retorno al paradigma de austeridad y exportaciones que facilitó la recuperación tras la crisis financiera. Por eso, incluso Alemania acaba de entrar en déficit comercial por primera vez desde 1991. De ahora en adelante, la política económica de la UE tendrá que encajar dentro de un esquema integral destinado a lograr autonomía estratégica, en el que sería recomendable pensar en un paradigma de crecimiento diferente.
Países como España aún necesitan contener sus déficits públicos estructurales, así como estabilizar y reducir sus ratios de endeudamiento a medio y largo plazo, preferiblemente mediante crecimiento derivado de inversiones y reformas. Pero los árboles no deben impedirnos ver el bosque. El conjunto de la zona euro, con una ratio de deuda/PIB en el entorno del 100% —por debajo de Estados Unidos o Japón— dispone de un amplio margen de maniobra para utilizar la política fiscal como herramienta de estabilización del ciclo económico, así como para apoyar a los sectores vulnerables más afectados por la subida de los precios de la energía y los alimentos. Y esto es así incluso en un contexto de subida de los tipos de interés.
En la nueva realidad económica y geopolítica, caracterizada por las presiones desglobalizadoras y el antagonismo entre grandes potencias, ya no resulta viable un modelo de crecimiento tan basado en el sector exterior. Esto obliga a replantear el paradigma de devaluación salarial y crecimiento en Europa. Urge pasar de la mentalidad de economía pequeña y abierta a una de economía globalizada, pero con fuerte demanda interna y capacidad para moldear los equilibrios geoeconómicos. Esto requerirá avances en la política industrial y la unión fiscal para reforzar el papel internacional del euro. También exigirá poner en valor el papel del gasto público como inversión, garante de la estabilidad social y potenciador de crecimiento. La filosofía de Next Generation, donde la zanahoria de los fondos está condicionada a las reformas e inversiones, es el mejor camino a seguir para Europa.



















miércoles, 28 de septiembre de 2022

Del sentido de ir a votar

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del sentido de ir a votar si como dice en ella la escritora Carmen Domingo, la degeneración de la prensa y los políticos está contribuyendo al hastío y el desencanto de la política en Occidente, el modelo actual de democracia liberal es inoperante y absurdo, y su proceso de elección de líderes es ineficaz. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Modos de perder votantes
CARMEN DOMINGO
26 SEPT 2022 - El País


“He dado un golpe de nuevo. Estoy en plena forma”, se ufanaba Silvio Berlusconi hace unos días interrumpiendo una entrevista televisiva tras matar a una mosca. Hecho que, cómo no, fue recogido incluso en la prensa española. ¿Política? Mejor hablemos de cazar moscas y repitamos esa secuencia hasta la saciedad. Esta es una anécdota más de hasta dónde prensa y políticos pueden llegar en una degeneración que está contribuyendo al hastío y el desencanto de la política en Occidente. En España, según el Eurobarómetro del año pasado, el 75% de los españoles recela del Gobierno y del Congreso, mientras que el 90% desconfía de los partidos políticos, y de entonces hasta ahora me temo que los porcentajes no habrán variado mucho. Así las cosas, las preguntas salen solas. ¿Cómo hemos conseguido llegar aquí? ¿Quiénes han sido los facilitadores, instigadores, de este despropósito que nos perjudica a todos? ¿Qué debe cambiar para que esta tendencia se invierta? Porque, convendrán conmigo, el mero acto de bajar a comprar el pan, de decidir a qué colegio llevar a tu hijo o el local en el que adquirir un jersey es ya un acto político. Ya dijo Eisenhower que “la política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”.
En España, como todos estamos inscritos por defecto en el censo electoral, no podemos saber quiénes se inscribirían o no para ir a votar, como sucede en otros países. Pero, evidencia se impone, elección tras elección disminuye el número de votantes que se acercan a las urnas y lo hacen —no es baladí la orientación ideológica— cada vez menos mayoritariamente aquellos votantes que habrían votado a un partido de izquierda.
Se me ocurren tres factores que explican esa desafección. El primero, el desencanto en la política, que parecía que antes estaba centrada en construir un orden social más justo y ahora está más preocupada por la permanencia en el cargo. El segundo, la pérdida de adhesión a los grandes ideales, que ahora parecen irrealizables o ya ni los recordamos, preocupados por lo cercano e inmediato. Y, el último, la decepción en el comportamiento de los políticos a quienes, cada vez más, vemos incapaces de cumplir sus promesas. La casuística va desde debates en torno a una cesta social de alimentos con límite de precio, que sabemos que el Gobierno no tiene capacidad de imponer; a políticos pillados diciendo que quieren hacerse ricos (Eduardo Zaplana dixit).
Todo lo anterior nos acerca a un malestar, a un rechazo, o protesta sobre los métodos de funcionamiento del sistema político en que vivimos, así como sobre sus instituciones y sus actores y, lo que es peor, a tener una sensación de abandono de los ciudadanos por parte del Estado y de sus representantes, los políticos. ¿Cuántas veces han escuchado aquello de “yo no me fío de los políticos”?
Está claro que ofrecer o prometer y no cumplir acaba pasando factura antes o después en las urnas, que son en definitiva las grandes damnificadas y con ellas la democracia. De hecho, los corruptos saben que su mejor aliado es una sensación ciudadana de que todos son iguales y, como consecuencia, aparece la apatía política y la resignación hacia la corrupción y el desprecio al ciudadano.
Y llegados a este punto, me surgen, también, tres hipótesis. No se vota porque: si esto ya está bien, para qué voto; si todo está mal, todo seguirá igual, y para qué voto; y por último, la actividad política no sirve de nada si los políticos han venido aquí a robar dinero y, claro, para qué voto.
Puesto que creo que la gente, mayoritariamente, no piensa en la primera razón, miedo me da que acabemos cayendo en alguno de los otros dos supuestos, porque no tengo duda de que los partidos políticos están previstos para canalizar demandas de la sociedad civil en el sistema político y ellos son los actores políticos en que debemos sustentarnos.
El Estado democrático, y sus representantes, deben ser lo suficientemente poderosos como para tener capacidad de respuesta ante las múltiples demandas de una sociedad civil fuerte y diversificada. Si ello no ocurre, el fantasma de la existencia de un gobierno desconectado del pueblo, de un futuro dominado por poderes ajenos a la democracia, comenzará a rondar en la cabeza de muchos ciudadanos (si no lo hace ya), lo que, no hace falta ser adivina, no promete demasiados beneficios sociales.
O sea, está claro que el modelo actual de democracia liberal es inoperante y absurdo y su proceso de elección de líderes es ineficaz (los presidentes salen elegidos con el apoyo de una quinta parte de los ciudadanos), y cuando se vota en no pocos casos se hace en negativo, porque aunque uno no acabe entusiasmado con opciones políticas que le son ajenas, siente que las propias le han defraudado.
En definitiva, ¿cómo va a confiar el ciudadano en la política si no suelen mantenerse los compromisos electorales, ni se centran en las demandas y necesidades reales de la ciudadanía?



















martes, 27 de septiembre de 2022

De dinero, impuestos e izquierda


 



Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de dinero, impuestos e izquierdas, porque como dice en ella el poeta Luis García Montero, la izquierda puede hacer que en la crisis la discusión no sea una pelea entre políticos desacreditados, sino entre la sociedad y los millonarios que no quieren limitar sus beneficios en favor del bien común. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Don Dinero
LUIS GARCÍA MONTERO
26 SEPT 2022 - El País

Poderoso caballero es Don Dinero. La política hace bien en discutir de cualquier asunto que afecte a la vida de las personas: su identidad sexual y sus cuerpos, sus religiones y sus razas. Pero si la discusión sirve para ocultar el debate sobre el dinero, las buenas ideas son presa fácil de los estrategas reaccionarios. La manipulación de los instintos abona reacciones individuales que fragmentan el bien común y diluyen el respeto del otro bajo el grito de las propias obsesiones. La derecha neoliberal lleva tiempo caricaturizando los asuntos cívicos de la izquierda, desde el feminismo hasta la ecología y los migrantes. Consigue que las luchas de la emancipación se separen de las preocupaciones de las familias. En el 95 % de las casas se entiende que las mujeres deben cobrar el mismo salario que los hombres. Sin embargo, a la derecha le resulta fácil dejar el feminismo reducido al 1% si se trata de decir amigues en vez de amigos o amigas y de convertir la transexualidad en la única animadora de la conversación.
Al pensamiento emancipatorio le ha resultado siempre muy útil analizar el contexto de sus actuaciones. Sería conveniente aprovechar ahora que Don Dinero aflora en la crisis hasta el punto de caricaturizar al pensamiento de la derecha. El chiste bolivariano de un Gobierno socialcomunista y carnívoro de impuestos da hoy mucho menos juego que el impudor de la derecha cuando pone la política al servicio de las grandes fortunas. ¡Los ricos no deben pagar impuestos, mientras la nómina de los trabajadores es una sangría solidaria!
La izquierda conseguirá superar así la trampa de la degradación de la política cultivada por la derecha. Puede hacer que la discusión no sea una pelea entre políticos desacreditados, sino entre la sociedad y los millonarios que no quieren limitar sus beneficios en favor del bien común. Don Dinero sabe poner las cosas en su sitio.



















lunes, 26 de septiembre de 2022

De la democracia

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la respuesta del también historiador, Felipe Nieto, al alegato de hace unos días del catedrático José Álvarez Junco en favor de la democracia, que considera valioso y necesario, pero que sin embargo, considera discutible en cuanto a varios aspectos de la experiencia histórica del siglo XX. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Sobre fascismo y comunismo. Una respuesta a Álvarez Junco
FELIPE NIETO
24 SEPT 2022 - El País

La lectura del artículo Gorbachov y los fracasos del siglo XX, del historiador José Álvarez Junco, aparecido el 17 de septiembre en este periódico, ha producido en varias personas de mi entorno una cierta sorpresa. En mi caso, yendo un poco más allá de esa sensación, ha dado lugar a las siguientes reflexiones, expresión por esta vez de algunos desacuerdos con quien es ante todo un maestro y en buena medida un amigo.
Es de destacar el tono vehemente así como el carácter valiente del escrito del historiador. Su alegato en favor de la democracia es valioso y necesario. Sin embargo, su recurso a la experiencia histórica del siglo XX resulta discutible en varios aspectos. Son necesarios unos pocos matices, incluso en un escrito en el que voluntariamente se describen los hechos “de manera sucinta”, según sus palabras.
Comunismo y fascismo son los ejemplos de totalitarismo —término que Álvarez Junco evita escribir— en el siglo XX. Comparten muchos rasgos pero también significativas diferencias. Si ambos fueron enemigos de la democracia, no lo fueron en igual medida, ni en tiempo ni en forma.
Cuando surge el marxismo que sustenta el comunismo en el siglo XIX, la democracia era una aspiración minoritaria y de contenidos muy limitados, por lo que el objetivo de la utopía comunista de derrocar la sociedad burguesa y reemplazarla por la sociedad sin clases dejaba de lado la democracia, una superestructura política burguesa más. Alcanzar ese objetivo político comunista, por cierto, no se iba a producir “de la noche a la mañana”, como afirma Álvarez Junco. Más bien se trataba de una meta lejana, tanto más lejana cuanto más se iba adentrando el movimiento comunista en la historia, sobre todo en el siglo XX. En este tiempo sí, el comunismo de inspiración marxista leninista se declara decididamente enemigo de la idea democrática, lo que no impide, sin embargo, que unos años más adelante coopere con las democracias en la lucha contra el fascismo por motivos de interés mutuo.
El totalitarismo fascista, por su parte, un producto del siglo XX en todas sus versiones nacionales, nace con la aspiración declarada de destruir la democracia, incluso utilizando sus armas. Una vez en el poder, su necesaria voluntad de expansión le lleva a la guerra contra las razas y pueblos considerados inferiores y contra los sistemas débiles, como las democracias. Esta será la causa última de su “perdición”. Por lo tanto, su “fracaso”, en los términos benignos de Álvarez Junco, es en realidad una derrota sin paliativos, la ocurrida en la II Guerra Mundial, la mayor conflagración de la historia, provocada justamente por los fascismos.
El “fracaso” del comunismo soviético es, por tanto, muy diferente. Su hundimiento viene de la “imposibilidad” de reformarse, dice Álvarez Junco acertadamente, a propósito de los intentos fallidos de Mijaíl Gorbachov. Quedó patente en esos apasionantes años de finales del siglo XX la intrínseca incompatibilidad entre el comunismo soviético y la democracia.
Ahora bien, esta historia soviética y la de sus epígonos actuales no atiende a todo el variado panorama de los comunismos del siglo XX y del XXI. Como se sabe, después de 1945 los partidos comunistas occidentales, sin renunciar a sus programas máximos, sostenidos, eso sí, de forma cada vez más retórica, actuaron siempre en los parlamentos democráticos nacionales y se comprometieron a llegar al poder por procedimientos exclusivamente democráticos. El caso del PCI fue el más ejemplar, el que mejor representó la aporía del comunismo. Por su parte, el ilegal Partido Comunista de España (PCE) renunció a la toma violenta del poder en 1956, a partir de la Declaración de Reconciliación Nacional. Progresivamente, fue haciendo suyo el objetivo de la democracia para la España posfranquista. Qué clase de comunismo era este, se dirá. El comunismo occidental, libremente desarrollado en las sociedades abiertas y democráticas, un comunismo cada vez más próximo a la socialdemocracia, de la que salió a principios de siglo XX, a la que en buena medida ha acabado volviendo.
Álvarez Junco arremete al final de su escrito contra los comunismos aún vigentes, piezas dispersas y aisladas del espacio político actual y contra sus heterogéneos partidarios. Concuerdo vivamente con la denuncia de los subterfugios y circunloquios vergonzantes de que los defensores de aquellos hacen uso para no calificar como dictaduras a regímenes como el cubano, triste espectro superviviente para desgracia de su pueblo. Ya hace muchos años, luchadores de aquellos ámbitos político–geográficos lamentaban el apoyo a gobiernos dictatoriales por parte de sedicentes izquierdistas occidentales, amparados en las libertades y derechos de que disfrutaban en sus estables democracias.
Sin embargo, no puedo seguir al autor del artículo cuando señala a algunos grupos políticos de hoy, incluso a ministros del actual Gobierno —la mayoría encuadrados en Unidas Podemos— que se siguen declarando comunistas “sin ruborizarse”, dice Álvarez Junco. Podrá parecer esto bien o mal, mejor o peor. Pero, en mi opinión y según mis informaciones, estos grupos y estos políticos han actuado y han asegurado que actuarán conforme a métodos y principios democráticos. ¿Qué más podemos pedir?
Este es también el triunfo de la democracia. Y necesitamos que lo siga siendo en estos tiempos de amenazas a la democracia, de democracias iliberales y de auge de los neofascismos, históricos enemigos de la democracia revitalizados. Todas las fuerzas serán imprescindibles.