martes, 23 de junio de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 23 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...
























La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6141
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 22 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Conejos blancos




Dibujo de Quintatinta para El País


Habíamos olvidado que la vida siempre ha estado en peligro, comenta en el A vuelapluma de hoy [Memorias de la fragilidad. El País, 18/6/20] la escritora Irene Vallejo. Hemos vivido la amnesia de los afortunados gracias al progreso de la medicina. Ahora es preciso fortalecer la salud, la investigación y la ciencia. 

"Cuántas veces, antes de nacer, nuestras vidas estuvieron en peligro -comienza diciendo Vallejo-. Los zarpazos de la epidemia han amenazado siempre el fino hilo del futuro. En el pueblo de la infancia de mi abuelo, todas las mujeres embarazadas murieron en los años de la letal gripe española, menos su madre, que misteriosamente sobrevivió durante aquellos meses de terror, y pudo dar a luz. Mis padres eran niños cuando la polio se extendió dejando en sus colegios una estela de pupitres vacíos y huecos en las fotos familiares. Una brizna de mala suerte, y todos sus descendientes habríamos quedado borrados. Nosotros, los vivos, somos victorias frente a la fragilidad.

Muchos habíamos olvidado esa fragilidad, junto con las historias en sepia de nuestros padres y abuelos. La nuestra era la amnesia de los afortunados. El progreso de la medicina ha sido tan prodigioso en unas pocas generaciones que a nosotros una vida larga y sana nos parecía —nos sigue pareciendo— lo habitual. Hemos dejado de asombrarnos ante un éxito que, en esta parte del mundo, se ha disfrazado de normalidad. Casi nadie, a lo largo de la historia, había podido permitirse el lujo de ese olvido nuestro. En La favorita, el cineasta griego Yorgos Lanthimos resume la vulnerabilidad humana en una perturbadora imagen. La protagonista de la historia, la reina Ana de Inglaterra, cuida y acaricia en su dormitorio a 17 conejos blancos, uno por cada hijo que murió antes de llegar a la edad adulta. Si una reina a las puertas del siglo XVIII, protegida por el lujo de su palacio, sus médicos y sus riquezas, criaba esa blanca camada de duelo, no cuesta imaginar cómo serían las existencias más precarias. Fiebres, un parto, una diarrea, una coz de un caballo en el pecho, y un rápido fundido en negro. Así era el mundo de antaño, así es todavía hoy en demasiados lugares.

Nuestros cuerpos están fabricados de materiales delicados; como escribió el poeta griego Píndaro, somos la sombra de un sueño. Una larga esperanza de vida no es un dato de la naturaleza, es un avance inaudito del cuidado. Quienes nos cuidan han conseguido logros más y más extraordinarios durante los últimos siglos; mientras, nosotros nos hemos habituado a los éxitos como a la monotonía de un paisaje conocido. Cuando en 1955 se anunció en Estados Unidos la vacuna contra la poliomielitis, sonaron las campanas, se cerraron las escuelas, dieron día libre en el trabajo, la gente brindaba, acudía a las iglesias, sonreía y abrazaba a los desconocidos. Cuando mis padres eran niños, les daban a leer biografías en viñetas de Louis Pasteur, Marie Curie y otros científicos que revolucionaron las formas de vivir y morir. En los últimos años, otros ídolos atrajeron los aplausos, las miradas se volvieron desatentas, los héroes infantiles se quitaron la bata blanca. Los trabajos del cuidado quedaron en la penumbra de las noticias, del interés y la conversación pública, mientras nos suministraban suculentas y rentables dosis de un falso ideal de dorado individualismo, de fuerza, de victoriosa soledad.

La pandemia ha hecho añicos el espejismo y hemos vuelto a verles las orejas a los conejos blancos de la fragilidad. De pronto, los cuidados han abandonado el sótano de las telarañas y se han convertido en el eje de todas las decisiones. Al parecer, ha sido preciso que todo se trastoque y perdamos la cabeza para volver a pensar sensatamente. Otra vez hemos tomado conciencia del valor de la atención y el conocimiento, colocamos de nuevo nuestra esperanza en los expertos del cuidado. Ojalá no enmudezca la memoria de los balcones.

Esos expertos saben bien que atender a los que sufren nos enfrenta a un constante dilema: cuántos sacrificios asumimos para salvar a los demás. A lo largo de la historia, en las recurrentes epidemias que desde tiempos remotos han acechado a la humanidad, la disyuntiva reaparece una y otra vez, retándonos a conjugar los terrores de los sanos y de los enfermos. Hasta hace relativamente poco tiempo, se solía condenar con tablas clavadas las puertas y las ventanas de las casas donde se detectaba la presencia de contagiados y, en el mejor de los casos, les lanzaban alimentos separando las tejas del tejado. Hubo islas donde se abandonaba a su suerte a los infectados en tiempos de peste; Jack London escribió un fascinante relato sobre la rebelión de un leproso destinado a Molokai, cárcel para enfermos en el paraíso de las islas Hawái. En el pasado no era infrecuente aplicar ese apartheid despiadado. Nosotros, en cambio, hemos optado por confinarnos todos los sanos para proteger a los más vulnerables y, aunque parezca una paradoja, aislados somos más que nunca una comunidad. En ese dilema —trágico— hemos tomado una decisión que contradice la apología de la eficacia y la idolatría del éxito imperante en las últimas décadas. Queremos proteger a los más frágiles, con todas nuestras fuerzas, pagando el alto precio que exigirá el futuro. Hemos apostado sin titubeos por los cuidados.

Hace 25 siglos, Sófocles se preguntó en una tragedia cómo actuar ante el dolor ajeno. No es fácil vivir enfermo, pero tampoco lo es vivir con un enfermo. Filoctetes, que da nombre a la obra, es un combatiente griego en el asedio a la ciudad de Troya. Cierto día, una flecha envenenada le provoca una terrible herida en la pierna. Hartos del insoportable hedor que desprende Filoctetes, de sus gritos y quejas, sus propios compañeros deciden abandonarlo en una isla desierta con su arco mágico, que nunca yerra el tiro, para que pueda alimentarse de la caza. Durante 10 años sobrevive en soledad, oyendo el estruendo de las olas que rugen en los acantilados, sin que nadie lo atienda ni se preocupe por él. Transcurrida esa década, una profecía revela a los griegos que solo podrán ganar la guerra gracias al arco de Filoctetes. Ulises y el hijo de Aquiles se embarcan en busca del hombre al que desahuciaron cuando creyeron que era prescindible. En la isla se hacen patentes las consecuencias del abandono sobre los que lo decidieron y sobre el que lo sufrió. Filoctetes les dirige unas palabras con resonancias actuales: “Atrévete. Sálvame”. Sé osado, arriésgate a cuidar del débil, porque eso te hará más fuerte.

Filoctetes es una tragedia singular porque alberga un final feliz. En esta obra los personajes sufren para llegar a aprender que toda armonía es siempre el resultado de una fuerte tensión. Sófocles creía que es posible reconciliar el miedo y la comprensión, la autoridad y la libertad, la costosa protección al frágil con la solidez moral del futuro, y por eso este texto queda abierto al optimismo. Estas enseñanzas del pasado forman ya parte de nuestra mejor tradición humanista. El futuro, ese país desconocido, necesita fortalecer la salud, la investigación y la ciencia. Sin olvidar esa red tejida de relatos e historias, ideas y reflexiones, imágenes y canciones que nos han transmitido el valor incalculable de la fragilidad, la mejor herencia de nuestros mayores. Esas mismas historias que, en tiempos de encierro, nos han aliviado dialogando con nuestras sombras y sueños. El conocimiento, la ciencia y la cultura son cadenas frágiles, tan frágiles como nosotros mismos. No volvamos a descuidar los cuidados".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6140
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Los diálogos platónicos. Hoy, con El banquete




Busto de Platón. Museos Vaticanos


Comienzo un nuevo capítulo de entradas de la sección Clásicos de siempre del blog subiendo al mismo los Diálogos de Platón. Lo inicio con el titulado El banquete, que pueden leer en el enlace anterior, y los sucesivos los iré subiendo con la periodicidad habitual de uno al mes, esperando que merezcan su interés. 

El banquete o El simposio es uno de los diálogos más trabajados, apreciado tanto por su contenido filosófico como por su contenido literario. Versa sobre el amor, y junto al Fedro, conformó la idea de amor platónico. Ambas son obras clásicas tanto en filosofía como en literatura, tratan el asunto desde un punto de vista que hace que sean complementarias totalizando el pensamiento platónico.

El banquete rememora una cena en la que se han dado cita un grupo de comensales para mantener un discurso franco sobre el amor y Eros, acompañados de música, bebidas, bailes y recitales. La narración la inicia Apolodoro, que en conversación con un amigo rememora una historia que el amigo supone reciente. Apolodoro le comenta que dichos diálogos en los que participó Sócrates ocurrieron en otro momento histórico, cuando ellos eran niños, en un banquete organizado por el poeta trágico Agatón para celebrar su victoria en las fiestas Leneas del 416 a. C. Tras la comida, Erixímaco ​propone pasar el tiempo en mutuos discursos en alabanza del Amor, de Eros, y debatir un tema que Fedro ha tenido en mente. Erixímaco pide que cada uno de los invitados improvise un elogio a Eros pues, según comentarios de Fedro, siendo este dios uno de los más importantes, rara vez es encomiado como merecería.

El diálogo se cierra con la bulliciosa entrada en la celebración de un ebrio Alcibíades que habla sobre Sócrates, del que dice que es un sátiro burlón y descarado que se burla de todos haciéndose el ignorante, y que dice que nada sabe aunque hay muchos tesoros en él. ​A continuación, Alcibíades elogia la figura de Sócrates alabando su templanza y su apego a la verdad, a cuya búsqueda vive consagrado. De esta forma se muestra al lector cómo el propio Sócrates es la encarnación perfecta de los preceptos que él mismo expuso en su discurso. Para ejemplo, Alcibíades narra cómo, a pesar de que entonces toda Atenas reconocía su belleza física, Sócrates rehusó el trato sexual con él.

Cinco comensales discuten antes de que le toque hablar al filósofo Sócrates, que comienza con un irónico exordio en el que advierte de que no elogiará a Eros faltando a la verdad sobre él, sino que contará lo que sabe del amor sin ocultar lo que no sea hermoso. Sócrates explica que fue instruido en asuntos amorosos por Diotima, la verdadera protagonista del relato, aunque no esté presente en el banquete. ​Fedro y Pausanias intervienen como expertos en la práctica del oficio amoroso, y Erixímaco, como físico, contribuye con un punto de vista científico; del cómico se encarga Aristófanes; y del trágico, Agatón; aportan así estos dos últimos un punto de vista artístico y de fantasía literaria.

Platón (427-347 a.C.) fue un filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles. Su nombre original parece haber sido Aristocles, y nace en el seno de una familia aristocrática ateniense que por línea paterna se decía descendiente del mítico rey Codro, y por línea materna estaba emparentada con Solón, el gran reformador político de la ciudad y poeta. En 387 fundó la Academia de Atenas, institución que continuaría a lo largo de más de novecientos años, a la que Aristóteles acudiría desde Estagira a estudiar filosofía alrededor del 367, compartiendo unos veinte años de amistad y trabajo con su maestro.

Participó activamente en las enseñanzas de la Academia y escribió sus obras, siempre en forma de diálogos sobre los más diversos temas, tales como filosofía política, ética, psicología, antropología filosófica, epistemología, gnoseología, metafísica, cosmogonía, cosmología, filosofía del lenguaje y filosofía de la educación. A diferencia de sus contemporáneos, casi todo el trabajo de Platón ha sobrevivido intacto.

Mediante mitos y alegorías Platón desarrolló sus doctrinas filosóficas. En su teoría de las formas o ideas, sostuvo que la realidad sensible es solo una "sombra" de otra más real, perfecta e inmutable. De ese mundo proviene el alma humana y todos los conceptos universales (formas), los cuales son innatos en ella. El alma es inmortal, pero ésta se encuentra "encarcelada" en el cuerpo. Platón es considerado como uno de los fundadores de la filosofía política al considerar que la ciudad justa estaría gobernada por filósofos reyes. Intentó también plasmar en un Estado real su original teoría política, razón por la cual viajó dos veces a Siracusa, Sicilia, con intenciones de poner en práctica allí su proyecto, pero fracasó en ambas ocasiones y logró escapar penosamente y corriendo peligro su vida debido a las persecuciones que sufrió por parte de sus opositores.

Su influencia como autor y sistematizador ha sido incalculable en toda la historia de la filosofía, de la que se ha dicho con frecuencia que alcanzó identidad como disciplina gracias a sus trabajos. Sus ideas fueron la base del llamado neoplatonismo de filósofos como Plotino y Porfirio, que influyeron en San Agustín y, por lo tanto, en el cristianismo. 




La Escuela de Atenas, Rafael (1512). Museos Vaticanos



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6139
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 22 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...
























La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6138
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 21 de junio de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Conductas



Dibujo de Enrique Flores para El País


La lógica de las normas nos deja una incontrastable verdad: que las medidas para combatir la pandemia fueron concebidas para una ciudadanía que ignora el autocontrol, proclive a la inconsciencia cuando no a la picaresca, y más amante de dar voces que de pensar, comenta en el Especial dominical de hoy [La lógica sutil de las normas. El País, 17/6/2020] el escritor y profesor de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, Jordi Ibáñez Fanés.

"Lo confieso: he sido un mal ciudadano -comienza diciendo Ibáñez Fanés-. Todavía en la fase cero, y en Barcelona, salí a la calle fuera del horario “del paseo” para los de mi franja de edad y me encontré por casualidad con un amigo y ahora vecino, al que saludé apartándome la mascarilla, para que pudiese ver mi sonrisa. Él hizo otro tanto. No sé si estuvimos a dos metros de distancia. Juraría que no. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que salía para ir a acompañar a otro amigo que sufrió una operación grave justo antes del estallido de la epidemia, y que se ha pasado toda la convalecencia confinado a solas en casa. Me pidió que lo acompañara a comprar tinta y papel, porque luego el regreso a su domicilio implicaba una larga subida, y temía no encontrarse bien. Lo hice encantado. Pero si me hubiese parado la policía, ¿qué les hubiese dicho? Pues que estaba siendo un mal ciudadano —según la lógica normativa del confinamiento— pero un buen amigo. He hecho más cosas prohibidas: no he dejado de visitar a mi madre, de 97 primaveras, durante todo el confinamiento, y eso que estaba bien acompañada por la chica que la ayuda, que se confinó con ella. Sé que me he arriesgado a contagiarla —a pesar de que desde que regresé de un viaje a Madrid los días 6 y 7 de marzo y, temiéndome ya lo peor, extremé todas las medidas de higiene y distancia en las visitas—. Pero también sé que para ella hubiese sido muy duro no verme. Tengo amigos que no han dejado de visitar a sus amores, a pesar de no ser “convivientes”. De haber podido, posiblemente yo también hubiese sido ahí un mal ciudadano en nombre del amor y del deseo.

Pero todo esto tiene una lógica muy endeble, ya lo sé, y encima me temo que hablo de pecados veniales. Es decir, no le tosí a la cara a ningún representante de la ley ni desafié al Gobierno desde las atalayas de la ideología infusa —espontánea, se decía antes— de la sabia intelectualidad libertaria. Pero qué importan los sentimientos del amigo, del hijo o del amante si de lo que se trata es de la “sociedad” o de la “comunidad”, o incluso del “rebaño”. Aunque las palabras importan, por cierto, y mucho. Y también importa distinguir las demandas ruidosas de libertad, en un contexto de pandemia y de elevadísimo riesgo de contagio, padecimiento y muerte, de los actos discretamente libres de este o aquel ciudadano.

Una lógica liberal llevada al extremo de la caricatura diría: “Yo asumo mis riesgos, yo soy dueño de mi vida”. En el tipo de infracciones discretas —o secretas— que he mencionado se pone en riesgo a una persona querida que acepta y comparte ese riesgo. En la elevación de las opciones y las decisiones libres a un discurso general ingresamos en aquel territorio consistente y a la vez disparatado que los kantianos conocen bien: la solidez formal de la ley se sostiene sobre su estricta racionalidad universal, no sobre la casuística sentimental o emocional de cada caso. Es consistente porque la lógica misma de la ley pide una razón libre, no atrapada en la narrativa de cada historia singular. Es disparatada porque sin un régimen de atenuantes o una capacidad de justificación moral ingresamos en una lógica inhumana o marciana: se delata al amigo ante los esbirros del tirano porque no se debe mentir, o se le devuelve el dinero al rico corrupto y malvado mientras se deja morir de hambre a los propios hijos, porque la ley dice que no debes apropiarte de lo que no te pertenece. Los dos son conocidos ejemplos de la razón práctica kantiana, tan sólida y exigente como en realidad impracticable.

Sería un descenso imperdonable de nivel que, por ejemplo, ahora dijese que la normativa de las mascarillas de uso obligado en el espacio público es también impracticable, además de incoherente, si los que potencialmente más contagian son los que hacen deporte, y ellos, lógicamente, quedan exentos de llevarlas. Esa lógica zigzagueante, fruto de una sobrerregulación tan torpe como necesaria, obliga al ciudadano a pensar por sí mismo —¡gran peligro!—, lo que implica en primer lugar ponerse siempre en el lugar de los demás, tanto de los congéneres que te cruzas por la calle como —incluso— de esos hombres y mujeres que han sido sorprendidos sentados en el Gobierno cuando lo que podía verse venir desde fuera los pilló dentro y a contrapié, dominados por esa visión peculiar de la realidad que da la gran responsabilidad mezclada con la lucha permanente por el poder. Podría llamársele el síndrome del fogonero: los que están en cubierta saben que el barco se va a pique si no se paran las máquinas. Pero el fogonero, metido en el vientre de la nave, con más datos que nadie en las manos, sólo piensa en lo que implica detener la caldera y dejar que se enfríe.

Las normas que hemos padecido más o menos estoicamente han sido pensadas por un fogonero que, después de parar la máquina posiblemente a regañadientes e in extremis, subió a cubierta y se llevó las manos a la cabeza al ver de golpe la dimensión de lo que se le venía encima. Hizo como pudo lo que hubiese podido hacer antes y mejor, pero descalificarlo por eso implica tener la seguridad de que los que lo atacan lo hubiesen hecho mejor. Eso, por experiencia histórica y mirando alrededor, es más que razonable ponerlo en duda. Además, las suyas han sido —están siendo, seguirán siendo y volverán a ser— normas pensadas para una ciudadanía que ignora el autocontrol, proclive a la inconsciencia cuando no a la picaresca, y más amante de dar voces que de pensar. Por eso son normas que, para asumirse, a menudo han exigido la coacción policial.

Recuerdo los días más duros de la pandemia, cuando iba a visitar a mi madre con la angustia metida en el cuerpo y cruzándome sin parar con patrullas de la policía por las calles desiertas de la ciudad. Pensaba qué demonios les dirás si te paran, porque objetivamente yo no debía visitar a mi madre. Me dediqué en mi fuero interno a un ejercicio de distinción permanente entre la lógica de la norma y la práctica responsable de la vida. La lógica de la norma previene que sin ella y sin su elemento coactivo la gente —los ciudadanos, el rebaño— no se hubiesen quedado en casa. Pero la práctica responsable de la vida me exigía sobreponerme a la presión policial y a la solidaridad normativa. ¿Hablo de un criterio inevitablemente privado que respeta y comprende la norma, pero sabe que debe saltársela? Ahora bien, ¿eso cómo se lo explicas al fogonero, que ya vuelve a estar trasegando en el vientre de la gran ballena de hierro? ¿Cómo al policía de turno? ¿Y cómo me lo hubiese explicado yo a mí mismo si llego a contagiar a mi madre?".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quizá con mayor profundidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura. 



El profesor Jordi Ibáñez Fanés



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6137
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)