jueves, 10 de julio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 10 DE JULIO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 10 de julio de 2025. Hace apenas dos siglos que los seres humanos adquirimos la conciencia de que en el plazo de nuestra existencia podíamos vivir en varios estadios históricos; hoy todo se ha acelerado, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Leonardo Padura. En la segunda, un archivo del blog de octubre de 2019, el economista y politólogo Josep M. Colomer escribía que para  los europeos continentales la unión de Europa fue un triunfo de la paz, la democracia y las oportunidades económicas, pero que en cambio, para el Reino Unido, la tardía entrada en la Comunidad Europea en 1973 cuando su imperio estaba en disolución y la economía rezagada, fue una derrota. El poema del día, en la tercera, se titula En el nombre de España, paz; está escrito por el poeta Blas de Otero, y comienza así: En el nombre de España, paz./El hombre/está en peligro, España./España, no te aduermas. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt


 







DE LA INCERTIDUMBRE

 






Hace apenas dos siglos que los seres humanos adquirimos la conciencia de que en el plazo de nuestra existencia podíamos vivir en varios estadios históricos; hoy todo se ha acelerado, comenta en El País [Incertidumbre, 06/07/2025] el escritor Leonardo Padura. Hace unas semanas, comienza diciendo Padura, escuché en un telediario una noticia que fue quizás la más reveladora de todas las recogidas en el tiempo de transmisión. Se informaba que ese día el gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, fundamentaba la previsión de un decrecimiento económico español en tres décimas y lo atribuía, entre otras razones, a lo que calificaba como un entorno “extremadamente complejo” debido, sobre todo, a la guerra arancelaria desatada por el presidente estadounidense Donald Trump… o sea, algo que más o menos todos sabemos y sufrimos en diversas proporciones. Sin embargo, lo que le ponía condimento a un tema ya tan manido, que tiene más cabezas amenazantes que la consabida Hidra, era que en su discurso explicativo del proceso en marcha el señor Escrivá había mencionado más de 20 veces una palabra que, con su turbia semántica, daba el mejor sentido a lo que estaba exponiendo: incertidumbre. Mucha, demasiada incertidumbre.

Se dice que hace apenas dos siglos que los hombres al fin adquirimos la plena y dramática capacidad de saber que, en el plazo de nuestras existencias terrenales, podíamos vivir en varios estadios históricos. La posibilidad de alcanzar más años de vida se combinó con la intensidad de revulsivas alteraciones sociales, como las ocurridas en Francia durante las décadas que van del derrocamiento del antiguo régimen en 1789 al final de la Restauración Borbónica en 1830. La sensación de que nada era permanente, de que te ibas a la cama en un mundo y podías amanecer en otro debe haber engendrado notables dosis de incertidumbre social y económica, pero, por supuesto, en proporciones que apenas resultarían comparables con la que gravita sobre nuestro presente y futuro inmediato, en un mundo tan profundamente conectado. Y se trata de una inseguridad generada, además, desde muy diversos frentes.

Semejante coyuntura no responde solo a que en esta época se haya acelerado la velocidad del tiempo histórico y, por ello, hayamos sido capaces de contemplar con nuestros ojos mortales el nacimiento, esplendor y decadencia de una incontable cantidad de paradigmas y conceptos, y asistido a su voraz sustitución por otros, casi siempre más agresivos, violentos y eficientes. Buenos ejemplos de esos reemplazos avasallantes podrían ser el macabro pero exitoso modelo político-económico chino o esos avances tecnológicos que se superan cuando apenas los hemos descubierto. Y, mientras tanto, nos acompaña la sensación de que estamos siendo espectadores de cómo se filma, secuencia por secuencia, un reality show sobre cuyo desarrollo y desenlace, preñados de incertidumbre, no tenemos demasiadas opciones de intervención.

Cuando José Luis Escrivá se encallaba repitiendo la palabra de orden, es evidente que se refería al proceso macroeconómico de que en los mercados se ha establecido una avasallante inseguridad desde el mismo día del ascenso a la presidencia del imprevisible y errático Donald Trump. Pero, al mismo tiempo, el funcionario se estaba refiriendo a que en el resto de los aspectos de la vida social y política planetaria semejante percepción resulta cada vez más agobiante pues arrastra efectos inmediatos para cada uno de los ciudadanos como es la elevación de los costes de la vida que ya son retadores o incluso inalcanzables para un enorme por ciento de la población mundial.

La posibilidad nunca descartable de que las guerras en curso sufran un proceso de escalada hasta una conflagración con armas nucleares incluidas no es ahora mismo una posibilidad más o menos acechante, como ocurrió en los tiempos de la Guerra Fría. La coyuntura actual entraña unos niveles de crispación que, apenas con un misil mal dirigido, puede llevarnos a enfrentamientos de consecuencias imprevisibles, o tremebundamente previsibles. Hoy mismo, mientras escribo estas palabras, un precario alto al fuego en el intercambio de golpes entre Israel e Irán, con la alegre participación estadounidense, nos mantiene agobiados por una incertidumbre que abarca también el rumbo de la guerra de Rusia y Ucrania cuyos avatares provocan otras y más incertidumbres sobre devenires regionales y hasta universales, pues el frente abierto por el voraz e incontrolado Putin más que cerrarse, puede optar por expandirse. Y vale la pena no olvidar esas incertidumbres abrasivas que sufren los habitantes de Gaza, víctimas de un genocidio que parece no tener fin.

Parece evidente que resultan incontables las incertidumbres que en nuestro presente acosan buena parte de la humanidad. Una de ellas es —escojo una bien dramática— la muy dolorosa en que viven millones de migrantes de todas partes del mundo. Mientras en Europa se pretende blindar fronteras e incluso abrir “campos de internamiento” y ejecutar devoluciones, esa sensación de precariedad agrede ahora mismo a residentes ilegales o incluso legales en Estados Unidos, quienes temen por su destino como nunca antes había ocurrido con tal intensidad. Cualquier individuo, solo por sus rasgos étnicos, puede ser denunciado, detenido, esposado, e incluso deportado sin más trámites judiciales, en unas cacerías policiales que tanto recuerdan los pogromos de judíos en la Alemania nazi, y nos pueden hacer pensar que se ha producido uno de esos inquietantes rizos de la historia, con su perversa tendencia a replicarse. Además, no debe desconocerse que la incertidumbre bajo la cual viven esos millones de personas en Estados Unidos se multiplica entre los otros muchos millones que dependen en buena medida de las remesas que los emigrados envían a sus países de origen (Centroamérica, México, Cuba y otros, solo por aludir al ámbito latinoamericano) en lo que ha sido una recurrida práctica económica y familiar establecida por la necesidad, la política y la pobreza.

Mientras, la que debería ser una punzante incertidumbre universal sobre los efectos del cambio climático en curso, muchas veces es relegada… aunque solo hasta que nos afecta con las furias más desatadas y somos las víctimas escogidas por algunas de sus consecuencias: huracanes tropicales más poderosos, tormentas impredecibles, sequías e inundaciones o una catastrófica dana, alteraciones que generan, o al menos deberían generar, sus propias incertidumbres sobre el porvenir que espera a las generaciones que nos sucederán en este mundo nuestro... y sobre cómo será de devastador el próximo vendaval.

Al mismo tiempo, como flechas que apenas somos capaces de distinguir, pasan sobre nosotros los progresos agresivos y bastante descontrolados de la tecnología. Ahí está ya, como algo más que una amenaza futurista esa Inteligencia Artificial Generativa que, con su capacidad creativa, provoca la incertidumbre sobre el destino de diversas profesiones y lo que llegará a representar dentro de la trama social en un futuro muy próximo. ¿Hasta cuándo —escojo un caso ejemplar, muy cercano— los humanos podremos competir en el mercado del libro, de la creación musical, las artes plásticas y el cine con las capacidades y cada vez mayor eficiencia de esa inteligencia no humana, o mejor, sobrehumana? ¿Qué ocurrirá con la sublime creación artística de los hombres cuando una máquina consiga suplantarnos y hacerlo con su velocidad inmensurable?

Las consecuencias económicas y sociales que genera este apenas esbozado estado de cosas se combina, para más ardor, con la más cotidiana y avasallante de las incertidumbres que nos rodean: la del (des)conocimiento de la verdad. En una época en que tanto en el foro público de las redes sociales como en los gabinetes presidenciales el acto de mentir parece gozar de impunidad y rendir los más altos beneficios, la duda se nos ha convertido en catastrófica certeza: la de saber que ni siquiera la verdad escapa del espíritu dominante de esa envolvente incertidumbre que agobia a nuestro tiempo. Leonardo Padura es escritor.








[ARCHIVO DEL BLOG] EL ESCARMIENTO DEL BREXIT. PUBLICAD EL 21/10/2019











Para los europeos continentales, -escribe el economista y politólogo Josep M. Colomer-, la unión de Europa fue un triunfo de la paz, la democracia y las oportunidades económicas. En cambio, para el Reino Unido, la tardía entrada en la Comunidad Europea en 1973 cuando su imperio estaba en disolución y la economía rezagada, “fue una derrota: un destino al que se había resistido, una necesidad aceptada a regañadientes, el último recurso de una antigua gran potencia, nunca un compromiso extático o triunfante con la construcción de Europa”, como analizó el historiador Hugo Young.
Por un lado, el Reino Unido realizó contribuciones sustanciales a la Unión Europea con su fuerza militar, su presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU y el G-7, su enfoque liberal de los intercambios de mercado y la provisión del inglés como una lengua franca.
Por otro lado, a medida que la Unión Europea se reforzaba, los sucesivos Gobiernos británicos jugaron al gallina y se resistieron a una mayor integración. Quisieron reducir su contribución financiera a la UE. Quedaron excluidos del acuerdo de Schengen para la libre circulación a través de las fronteras. No adoptaron el euro. Y no aceptaron la prevalencia del Tribunal Europeo de Justicia sobre la legislación nacional de algunos derechos fundamentales. Cada demanda fue presentada bajo la amenaza de un veto a nuevas decisiones. Y en la mayoría de los asuntos, la UE, sintiendo que tenía mucho que perder, concedió y frenó.
Los desafíos aumentaron con la gran recesión iniciada en 2008. Poco después, llegó una oleada de trabajadores inmigrantes de Europa oriental cuya libertad de movimiento se acababa de implantar. Aumentó la tensión, varias formas de nacionalismo inglés revivieron y resurgió la nostalgia del Imperio.
El guía del trayecto posterior fue el primer ministro David Cameron, a quien el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker calificaría como “uno de los grandes destructores de los tiempos modernos”. Para entonces, la UE estaba más integrada y tenía más que perder con nuevas fórmulas especiales. En sus negociaciones con Bruselas, Cameron pudo confirmar que el Reino Unido permanecería fuera del euro y no estaba comprometido con una mayor unión económica y monetaria o integración política. Pero en el tema principal de la inmigración de Europa oriental, la UE no aceptó eliminar la “libertad de movimiento” de las personas; la única modesta concesión fue un límite temporal para que los trabajadores recién llegados tuvieran acceso a beneficios no contributivos del trabajo. Algunos funcionarios de la UE han calificado las demandas de los negociadores británicos como “pasteleo”, por su deseo de “comer y querer guardar el pastel” de un Brexit que permitiera tanto el acceso continuado al mercado único como el fin de la libre circulación de personas. Los gobernantes de la UE tomaron la firme decisión de evitar que se creara un ejemplo para posibles salidas de otros países, y ya no frenaron.
Las campañas de los secesionistas en el referéndum se centraron en eslóganes como “Recuperar el control”, “Queremos que nos devuelvan nuestro país” y “Cree en Gran Bretaña”, que reflejaban el sueño de regresar a la época imperial. Como complemento, mensajes chovinistas antiinmigrantes y reclamos sin fundamento sobre la contribución financiera británica a la UE.
Mediante el recurso a un referéndum para discernir “la voluntad del pueblo”, los representantes políticos habían tratado de eludir su deber de abordar un tema complicado. Legalmente, el referéndum fue consultivo, no vinculante, como corresponde a la democracia parlamentaria. Pero las clases política y parlante británicas, que navegan a la deriva en un viaje inexplorado, han demostrado un impulso instintivo de cumplir con las “reglas son reglas” incluso cuando tales reglas no existen.
El Gobierno británico podría haber hecho lo mismo que el Ejecutivo griego un año antes: descartar la aplicación del resultado de un referéndum no vinculante para el Grexit y buscar un nuevo acuerdo con la UE. Todo podría haber sido diferente porque en el referéndum del Brexit, la opción de permanecer en la UE obtuvo solo el 48% de los votos, pero inicialmente estaba apoyada por el 75% de los miembros del Parlamento “soberano”, incluido el 54% de los conservadores.
El proceso posterior ha provocado una de las peores crisis políticas y constitucionales del Reino Unido en varios siglos. El resultado de un experimento irresponsable con la democracia directa ha triturado la democracia parlamentaria representativa. Los británicos ya no tienen su imperio y se alejan de los mecanismos multinivel del imperio Europeo que favorecen amplios consensos pluralistas. En su aislamiento, la ineficiencia del restrictivo sistema político británico ha aparecido en escena con todo su esplendor.
En los debates de la Cámara de los Comunes ha habido, de hecho, al menos tres alternativas: Brexit con algún acuerdo con la UE, Brexit sin acuerdo y permanecer. Además, algunas posiciones maximalistas rechazan cualquier acuerdo, por todo lo cual la formación de una mayoría ha resultado inviable. El Gobierno y el Parlamento han perdido el control del proceso. Las protestas en la calle han proliferado.
Para la Unión Europea, el Brexit ha sido una ocasión excepcional para aprender y dar una lección. O ni siquiera un país como el Reino Unido puede irse, o la salida tendrá graves consecuencias y los británicos se estrellarán. La UE ha ganado el juego del gallina; ha sobrevivido sin más salidas, ha aumentado su cohesión y continúa adelante. Según el juego, esta vez son los británicos los que deberían frenar. Pero el sistema político e institucional en crisis ha sido incapaz de producir una decisión y parar. Como en la clásica película que popularizó el peligroso juego del gallina, el Reino Unido puede precipitarse por el despeñadero.
Las consecuencias políticas más perjudiciales se percibirán a largo plazo. El constitucionalista Vernon Bogdanor ha sostenido con contundencia que la entrada en la CE en 1973 “derogó la soberanía del Parlamento”. Otras reformas han ido “creando gradualmente una nueva Constitución, la constitución de un Estado multinacional”. Entre ellas, la devolución a Escocia y Gales, el acuerdo con la República de Irlanda sobre Irlanda del Norte, y el referéndum vinculante sobre la independencia de Escocia que implicaba el reconocimiento de su derecho a la autodeterminación. Además, la creación de un Tribunal Supremo no basado en la Cámara de los Lores ha introducido la revisión judicial de actos legislativos y ejecutivos. Bogdanor subraya que el sistema político posterior al Brexit será muy diferente del anterior a la entrada en la CE y pronostica como poco probable una restauración de la soberanía del Parlamento. “La soberanía es como la virginidad”, dice. “Una vez perdida, nunca se puede recuperar”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt


















EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, EN EL NOMBRE DE ESPAÑA, PAZ, DE BLAS DE OTERO

 









EN EL NOMBRE DE ESPAÑA, PAZ




En el nombre de España, paz.
El hombre
está en peligro, España.
España, no te aduermas.
Está en peligro, corre,
acude. Vuela
el ala de la noche
junto al ala del día.
Oye.
Cruje una vieja sombra,
Vibra una luz joven.
Paz
para el día.
En el nombre
de España, paz.




BLAS DE OTERO (1916-1979)
poeta español











miércoles, 9 de julio de 2025

DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY JUEVES, 10 DE JULIO DE 2025

 

































DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 9 DE JULIO DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 9 de julio de 2025. Como le gusta afirmar a Alberto Núñez Feijóo, las formas lo son todo; y en el congreso del PP, al modo democristiano, participa todo el mundo, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Ignacio Peyró. En la segunda, un archivo del blog de noviembre de 2022, el filósofo Nuccio Ordine hablaba de la gran repercusión que todos los años, con gran repercusión en los medios de comunicación y en internet, leíamos los resultados de los rankings internacionales de universidades, que al igual que sucede con las mercancías y las empresas que cotizan en Bolsa, suben y bajan posiciones. El poema del día, en la tercera, se titula España, es del poeta Ángel Crespo, y comienza con estos versos: Escribían su nombre en las paredes./Con un carbón, con una tiza, con un lápiz mordido,/con un pedazo de yeso arrancando de una esquina,/con un clavo negro sacado de una tabla. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt













DEL CONGRESO DEL PP

 







Como le gusta afirmar a Alberto Núñez Feijóo, las formas lo son todo; y en el congreso del PP, al modo democristiano, participa todo el mundo, comenta en El País [Una boda y un funeral, 06/07/2025] el escritor Ignacio Peyró. Todos los congresos se parecen, comienza diciendo Peyró. Tras hora y media en la silla, incluso el más zelote de los compromisarios escucha los lugares comunes con los que el Partido Popular se describe a sí mismo con el espesor de un ruido de fondo: la frase “ofrecemos un proyecto ilusionante para España y los españoles” podría intercambiarse por “el Estado Libre de Kampuchea envía un mensaje de solidaridad a los pueblos del mundo”. Nadie se daría cuenta. De hecho, buena parte de las formalidades congresuales hoy podrían tramitarse con el envío de un par de adjuntos para aceptación y firma: la rendición de cuentas de la gerente, de la secretaria general, e incluso —en el raro mediodía de unanimidad que acaba de vivir el PP— también la ponencia política y la estatutaria. Sin embargo, como le gusta afirmar a Alberto Núñez Feijóo, las formas lo son todo. Y del mismo modo que uno no vive las procesiones de Sevilla sin esperas, apretujones y dolor plantar, para experimentar el cónclave del PP en su plenitud también hay que entregarse a la extenuación y resistir no solo lo que tiene de congreso de partido comunista bielorruso sino lo que tiene de Festival de San Remo. Porque aquí, al modo democristiano, participa todo el mundo: Cuca Gamarra haciendo el elogio fúnebre de sí misma al despedirse, Xavier García Albiol —se ha querido contar con los poetas— dando y quitando los turnos de palabra, y hasta Monago, ¡Monago!, en un papel protocolario, pero también con acceso a la gloria del micro. Como decía Zaplana, un partido es también una familia. Y ha de haber lugar para todos. Para la mordiente intelectual de Cayetana Álvarez de Toledo y para los carraspeos de Beatriz Fanjul. Para la ira de aleación purísima de Aznar y la inteligencia oblicua de Rajoy. Para los tatus de Noelia Núñez y la guayabera con la que Íñigo Méndez de Vigo se ha paseado por IFEMA como un general centroamericano en el exilio. “Se puede ser lo que uno quiera y del PP”, ha dicho esta arde Feijóo al presentar a su equipo: el Jaime de los Santos que escribía artículos sensibles sobre arte o un Miguel Tellado que no ha llegado a la secretaría general para citar a filósofos.

En un partido cuya ponencia política reivindica la paella mixta de liberalismo y conservadurismo, la mayor preocupación es asegurar la convivencia de pasado y futuro. Por eso siguen teniendo su presencia Javier Arenas y —pasados los noventa— el mentor de Feijóo, José Manuel Romay. Por eso se cita, con un aplauso reverente, a Miguel Ángel Blanco. Por eso el actual presidente ha querido rodearse de la legitimidad que le aportan los presidentes antiguos: José María Aznar y Mariano Rajoy. Sobre el escenario, ambos transmiten el odio frío que se tenían Simon y Garfunkel, y oír a Aznar para luego oír a Rajoy es como dejar un partido de rugby por un concierto de Chopin. Pero ni Aznar, que ha tenido berrinches en otros congresos, ni —importante— Ayuso, que se ha mantenido en una paciencia silenciosa, han rizado la superficie de las aguas: este fin de semana ha sido el rompimiento de gloria de Feijóo. En un partido de la disciplina del PP, se le ha dado la plenipotencia para concurrir a las elecciones como él —y con quien él— quiere.

Y es ahí donde a la continuidad de le añade la novedad. Desde el primer momento ha habido una Schadenfreude vivida con desparpajo —Koldo, Cerdán, Ábalos— ante los infortunios del PSOE: los populares estaban de boda mientras a los socialistas les tocaba el funeral, y Núñez Feijóo solo tendrá una noche más alegre que la de IFEMA si en la próxima noche electoral se asoma vencedor al balcón de Génova. Es más, la algidez de la euforia ha borrado incluso esa presencia a la vez incómoda e imprescindible de Vox, apenas intuida en el fervorín de Aznar. Pero en estos dos días, la autoafirmación satisfecha del PP ya ha ido conociendo, como decíamos, el sabor desacostumbrado de lo nuevo. Se ha podido ver en la elección de Ester Muñoz: leal, joven, muy consistente. Y se ha podido oír en el discurso de Alma Ezcurra, que ha pasado el paño al ideario clásico liberal-conservador. “¿Vosotros tenéis claro cuál es el propósito del Partido Popular?”, se preguntaba la nueva número tres. A horas de investir de nuevo a Feijóo, la intención es que no sea solo —como abomina Alejandro Fernández— ese partido preocupado por el IVA de las legumbres. Ignacio Peyró es escritor.




















[ARCHIVO DEL BLOG] LA FUNCIÓN DE LA UNIVERSIDAD. PUBLICADO EL 09/11/2022











Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy [El País, El caballo de Troya en la Universidad, 03/11/2022] va de la función de la Universidad en la sociedad de hoy, porque como dice en ella el filósofo y profesor universitario, Nuccio Ordine, convertir las universidades —obsesionadas con los ‘rankings’— en empresas y a los estudiantes en clientes ha sido una pésima idea, y Europa debería proponer sistemas más cercanos a nuestra tradición cultural. 
Todos los años, con gran repercusión en los medios de comunicación y en internet, comienza diciendo Ordine, leemos los resultados de los rankings internacionales de universidades. Al igual que sucede con las mercancías y las empresas que cotizan en Bolsa, los centros universitarios suben y bajan posiciones. Entre las distintas clasificaciones, tres son las más famosas: ARWU-Shanghai (Academic Ranking of World Universities), THE-WUR (Times Higher Education) y QS-WUR (Quacquarelli Symonds). Sus criterios se basan principalmente en la producción científica, en el prestigio y (de alguna manera) también en la docencia. Algunas de las limitaciones de estos modelos son bien conocidas: la desatención a las ciencias humanas y sociales, o los cortes temporales demasiado breves para los sectores de producción más lenta, que no forman parte de las ciencias duras.
El “índice h” en sí mismo, por ejemplo, es poco digno de confianza: no distingue entre citas y autocitas, entre esayos de un único autor o en coautoría, entre citas positivas y negativas; y no mide la autoridad misma de la referencia. Todo esto produce cómicas paradojas: las críticas demoledoras contribuyen, insospechadamente, a aumentar el impacto de una publicación, mientras que la comparación entre los “índices h” de diferentes áreas de investigación ofrece resultados aberrantes. Son clasificaciones que, cada vez más, se consideran carentes de toda base científica. El caso de la Universidad de Alejandría en Egipto, contado en el New York Times del 14 de noviembre de 2010, ofrece un ejemplo clamoroso: esta institución obtuvo el puesto 147 en el ranking THE del 2010 (fue incluso cuarta en número de citas, apenas por detrás de Princeton y por delante de Stanford y Harvard) gracias a la labor de un solo autor, Mohamed el Naschie, que había publicado 400 artículos, de contenido cuando menos dudoso, en una revista editada por él mismo.
Dos noticias recientes confirman el efecto devastador del business sobre la educación. La Universidad de Columbia ha caído del segundo puesto al decimoctavo en el ranking de U.S. News por haber proporcionado datos estadísticos “inexactos, discutibles y engañosos” (NYT, 13 de septiembre). Hace pocos días, la New York University ha despedido a Maitland Jones (un importante profesor de Química Orgánica) a petición de 82 estudiantes, que se quejaban de que los exámenes eran demasiado selectivos. Estos dos episodios, que no parecen guardar relación entre sí, responden, sin embargo, a la misma lógica: el ascenso “fraudulento” de Columbia responde al caudal de ingresos que el ranking le garantiza (pues atrae a más alumnos y una financiación más sustanciosa), mientras que el despido del profesor de la NYU responde (como ha confesado Marc Walters, responsable de las matriculaciones) a la necesidad de tender “una mano amable a los estudiantes y a quienes pagan las tasas universitarias”. El cliente siempre tiene razón, dicta una de las reglas más importantes del comercio.
Así pues, para ascender en las clasificaciones, muchos investigadores deciden abordar temas de moda, sobre los que trabajan muchos estudiosos, con el fin de obtener un mayor número de citas. Concentrarse, en cambio, en proyectos de investigación originales, y, por tanto, desconocidos, entraña el riesgo de ser ignorado por la comunidad científica y de producir resultados que serán apreciados, en el mejor de los casos, cuando sus autores hayan concluido su carrera científica.
Tampoco la evaluación de la enseñanza escapa, por desgracia, a los parámetros cuantitativos: lo que se calcula es la relación entre el número de estudiantes y el personal, en beneficio de las ricas universidades privadas, sin tener en cuenta la calidad de los profesores.
Los rankings no se limitan a evaluar, sino que orientan científicamente a las universidades. Y lamentablemente, en sintonía con las leyes del mercado, alimentan también un lucrativo comercio al servicio de la competencia: pensemos en los clubes de “intercambio”, que promueven el tráfico de citas, o en el conflicto de intereses de las agencias privadas que procuran los datos para la clasificación a la vez que gestionan las revistas. No es casualidad que el 19 de julio de 2018 Le Monde lanzara, en portada, un potente grito de alarma (”Alarma sobre la falsa ciencia, un negocio floreciente”) para denunciar la difusión de revistas sin valor científico, creadas para inflar los CV y para satisfacer los criterios de evaluación: si en 2004, según el diario francés, los artículos “dudosos” eran solo 1.894, en 2015 se registraron nada menos que 59.433.
A todo esto hay que añadir otra consecuencia nefasta: la enorme pérdida de tiempo de los estudiosos, que han de hacer frente a ingentes trámites administrativos y a la elaboración de informes totalmente desligados de las necesidades reales de la vida científica. Con la mejor intención de evaluar la investigación para potenciarla, la tecnocracia está logrando comprometer su existencia misma. Científicos y humanistas —como demuestra el llamamiento lanzado en Le Monde el 10 de enero de este año— insisten en el despilfarro de energía e inteligencia: en lugar de consagrar sus esfuerzos a la actividad científica, se ven obligados a dedicarse a procesos de gestión tan inútiles como fatigosos. Estudiar y ocuparse de los alumnos (que son los dos pilares sobre los que se ha sustentado, durante siglos, la tarea del docente) se consideran ahora lujos que la empresa universitaria no puede mantener en el centro de su misión.
De hecho, hace ya años que las universidades trabajan principalmente para los rankings. Los recursos económicos e intelectuales están únicamente al servicio de esas clasificaciones. En Europa, muchas universidades han traicionado su identidad con el objetivo ilusorio de figurar entre las cien mejores universidades del mundo. Se han llegado incluso a consorciar centros de investigación muy diferentes entre sí, sacrificando la gloriosa singularidad de cada institución en el altar de los parámetros anglosajones, con el fin de alcanzar una “masa crítica” más competitiva.
Pero si Harvard siempre está en cabeza, hay una buena razón para ello: con menos de 20.000 estudiantes, dispone, de forma virtuosa, de un presupuesto que es casi el 50% del de todas las universidades italianas, que tienen un millón de matriculados (y, con ligeras variaciones, el razonamiento no cambia en otros países europeos). Ahí está la raíz de la brecha. La competición está decidida antes de empezar, sobre la base de la inversión económica. Y esto penaliza a los centros que obtienen grandes resultados con pocos recursos, como las universidades del Mediterráneo. ¿Tendremos mejores universidades en Europa dedicándonos al marketing? Estamos más bien destruyendo lo mejor que la cultura europea había creado a lo largo de un milenio, las universidades públicas, que tienen la doble tarea de formar ciudadanos-profesionales cultivados y científicos excelentes, que han contribuido —y contribuyen aún— al éxito de las universidades americanas.
Ahora bien, más allá de la falacia de los rankings, entran aquí en conflicto dos visiones totalmente diferentes de la educación y la investigación: la anglosajona (basada en las carísimas universidades privadas y de élite al servicio de los más ricos y de una pequeña minoría de jóvenes con talento que provienen de clases desfavorecidas) y el europeo (basado en universidades públicas que permiten a millones de ciudadanos, independientemente de sus ingresos, dar el salto social y cultural que hace que una sociedad sea más justa e igualitaria).
En Calabria, muchos jóvenes de mi generación no habrían podido ir a la universidad si no se hubiera fundado en los años setenta la Universidad de Calabria. Lo mismo ocurre con muchos estudiantes europeos o latinoamericanos. ¿Merece la pena destruir este importante patrimonio para dedicarse a operaciones de marketing? ¿Podemos aceptar pasivamente las tonterías del Gobierno británico cuando cierra las puertas a los graduados europeos, independientemente de su preparación personal, solo porque provienen de universidades no bendecidas por los rankings?
Convertir las universidades en empresas y a los estudiantes en clientes ha sido una pésima idea: un caballo de Troya que ha propiciado que el lucro y el negocio contaminen las aulas y laboratorios, que deberían ser baluartes de reflexión crítica contra el pensamiento único y contra los falsos valores que el llamado mercado pretende que abracemos. Hoy se nos pide que convirtamos nuestras universidades en fábricas de emprendedores y de soldaditos al servicio del egoísmo y del éxito. Nos piden que eliminemos las disciplinas humanísticas no competitivas, destrozando la necesaria unidad de todos los saberes. Y a quienes protestan se les acalla con la consigna lanzada por Margaret Thatcher en los años ochenta, que ha condicionado todos los aspectos de la vida económica y social: “There is no alternative” (No hay alternativa).
Por el contrario, las alternativas nunca faltan: se hallan si se buscan. Eso sí, un cambio de rumbo no puede provenir de una sola universidad o de un solo ministro. Pero si varios países —pienso en España, Francia, Alemania, Italia— tuvieran el coraje de decir «no» a esta locura y proponen a Europa sistemas de evaluación más cercanos y acordes con nuestra tradición cultural y social, entonces sí cabría albergar la esperanza de un futuro mejor. Estamos cometiendo una grave equivocación, que ya Juvenal expresó en un paradigmático hexámetro: con la intención de salvar la vida de la universidad estamos, de hecho, corrompiendo su esencia: “et propter vitam vivendi perdere causas”, (“y para salvar la vida perder la razón de vivir”). Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.



















DEL POEMA DE CADA DIA. HOY, ESPAÑA, DE ÁNGEL CRESPO

 





ESPAÑA





Escribían su nombre en las paredes.

Con un carbón, con una tiza, con un lápiz mordido, con
un pedazo de yeso arrancando de una esquina, con
un clavo negro sacado de una tabla, escribían su
nombre en las paredes.

Les ponían sobre los pies un pie de plomo y otro de
acero, para que no anduviesen, para que no
llegasen, para que no escribiesen su nombre, pero
ellos escribían su nombre en las paredes.

Escribían su nombre en las paredes de las casas vecinales,
lo escribían con letras grandes, como una exclamación
que quisiera despertar a los vecinos, y los
vecinos seguían durmiendo.

Les ataban ambas manos con alambres y con esposas y
con clavos y con cordeles, y con harapos, y les
empujaban para que cayesen.

Pero ellos escribían su nombre en las paredes de los
colegios para que los niños fuesen hombres, y las
niñas también fuesen hombres y hasta los mariquitas
fuesen hombres.

Decidieron borrar aquellas letras y montaban andamios y
escaleras; fueron con helicópteros y con camiones
y con cestos de gomas de borrar y con enormes
botes de pintura y con máquinas pulidoras,pero
aquellas letras no se borraban.

Como ya la creían muerta, nadie más escribió su nombre 
en las paredes.

Para borrarlo, decidieron derribar la ciudad y hacer otra
ciudad con edificios nuevos y decidieron que los
poetas no pudieran andar sus calles deteriorando
las paredes. Grandes caravanas trasladaban máquinas, 
artesas, niños, camas, mujeres, hombres, 
palos, vajillas y cenizas a la nueva ciudad.

Tras el primer crepúsculo, a la primera hora de la noche,
se confundieron todas las bombillas de todos los
anuncios luminosos, se confunfieron todas las
letras de los rótulos de todas las fachadas y escribieron
el mismo nombre, allá en el cielo, donde
no se borra.




ÁNGEL  CRESPO (1926-1995)
poeta español






















DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY MIÉRCOLES, 9 DE JULIO DE 2025