Hoy hace cuarenta y nueve años de la llegada del hombre a la Luna. Lo he contado otras veces en el blog. La penúltima hace cuatro años, en el 45 aniversario de la efeméride. En El País del pasado día 11 lo recordaba también la periodista Ana Merino.
La humanidad y sus grandes pasos estaban representados por aquella huella de un astronauta en la luna, comienza diciendo: Hoy hace 49 años que despegó de Cabo Cañaveral la nave espacial estadounidense Apolo 11con la misión de lograr el primer alunizaje con humanos. El viaje de ida y vuelta se completó en nueve días. En aquel verano de 1969 todos miraban al cielo. En los momentos clave millones de personas se reunieron en torno a las televisiones para ver a los astronautas Armstrong y Aldrin bajarse del módulo lunar y caminar por la zona bautizada como el Mar de la Tranquilidad y que ya vio el astrónomo Galileo Galilei a comienzos del siglo XVII.
El astronauta Collins los acompañó, pero nunca pisó la Luna; a él le tocó observarlos desde el módulo de mando. Sus compañeros llegaron a una superficie con una gravedad seis veces menor que la de nuestro planeta, hicieron decenas de fotografías, clavaron la bandera de Estados Unidos y se llevaron casi 22 kilos de rocas para analizar. A esos intrépidos astronautas insomnes de casi cuarenta años no les preocuparon los riesgos del viaje: tocar aquel cuerpo celeste les convertía en héroes de la historia. Que el hombre llegara a pisar la Luna era un gesto simbólico importantísimo, un tanto político que quería marcar Estados Unidos para dar muestras de su poderío tecnológico y científico, y de paso fastidiar a los soviéticos.
Al presidente Nixon le hubiera encantado que lo recordasen por este episodio de alunizaje humano que coincidió con los inicios de su mandato, pero pudo más el escándalo del Watergate que le obligó a dimitir y le sacó de la órbita política para siempre.
Selene, que ha marcado con sus ciclos el calendario vital de grandes culturas y ha sido un elemento fundamental en muchos mitos, leyendas y religiones, se volvía cercana y desoladora en las pequeñas pantallas de los televisores. En el imaginario popular poder visitarla era solo el primer paso de un futuro lleno de viajes espaciales que nos acercaría a todos los rincones del universo.
La humanidad y sus grandes pasos estaban representados por aquella huella de un astronauta en la Luna. Los niños de los años sesenta y setenta crecimos fascinados con la idea de poder vivir aventuras espaciales. Jugábamos a inventar que detrás del cielo estaba el espacio sideral y que en alguno de sus sistemas habitaban seres inteligentes que querrían conocernos.
Con los años nos dimos cuenta de que nadie vendría. Nuestro pobre planeta ahogado por los residuos y las guerras, con su pequeña humanidad cerrando fronteras, construyendo muros y metiendo a los niños en grandes jaulas, no es el mejor destino para los seres interestelares. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt