lunes, 25 de diciembre de 2023

De la globalización de la Navidad

 




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Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz lunes y feliz Navidad. Sobre la globalización, y en cierto modo banalización de las fiestas navideñas, escribe hoy en El País la socióloga Olivia Muñoz-Rojas, que los seres humanos tenemos la necesidad, incluso neurológica, de suspender nuestra vida cotidiana de tanto en tanto con rituales que nos conectan con un tiempo de otra calidad. Yo, que no soy creyente, reconozco el poso de felicidad añorada, ¿quién no fue feliz en la infancia?, que la celebración de la Navidad y del mito que representa nos aporta. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com












La globalización de la Navidad no es solo amor al comercio
OLIVIA MUÑOZ-ROJAS
25 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Cada vez que llegan las fiestas navideñas, muchos se preguntan por el sentido de nuestros rituales. Algunos cuestionan su necesidad, otros critican la aparente frivolidad con la que celebramos una festividad en origen religiosa. Es lo que el historiador estadounidense J. A. R. Pimlott definió como “la paradoja de la Navidad”. Se refería a la tensión entre el materialismo consumista que caracteriza a esta festividad hoy en día y los valores no materialistas cristianos que la inspiran; una tensión entre lo profano y lo sagrado que evoca la historia de esta celebración. Recordemos que, en la Europa romana, coincidiendo con el solsticio de invierno se celebraba la Saturnalia, festividad dedicada al dios Saturno, que marcaba la transición entre el período de cosecha y el de siembra. Durante esta fiesta se intercambiaban regalos y se decoraban los hogares con luces y ramas de hoja perenne. De un modo similar, los pueblos nórdicos celebraban el jól o yule en torno al 21 de diciembre con hogueras, banquetes, ofrendas a sus dioses y adornos de pino y acebo. La celebración de la Natividad cristiana se superpuso, poco a poco, a estas tradiciones y costumbres precristianas. Así, por ejemplo, hallamos las primeras referencias a los árboles de Navidad en el siglo XVI, ya como parte de la conmemoración del nacimiento de Jesús, pero en clara continuidad con los rituales de ornamentación precristianos.
Quizá porque, desde un principio, la Navidad posee esta doble dimensión de fiesta materialista pagana y celebración religiosa cristiana, es por lo que ha sido posible desligar la primera dimensión y exportar los rituales asociados a ella al resto del mundo. Bajo el reinado victoriano se popularizó la tradición germánica de decorar del árbol de Navidad, primero en el Reino Unido, y se extendió luego a las colonias y excolonias británicas, como Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, la estética navideña anglo-germánica, con sus abetos iluminados con luces eléctricas y el personaje de Santa Claus (otro ejemplo de hibridación entre la figura cristiana de San Nicolás y el dios nórdico Odín), amplió su presencia en todo el mundo a través de la publicidad y los productos de las grandes compañías estadounidenses como Coca Cola, Disney o McDonald’s.
Dado que es posible separar esta dimensión materialista y pagana de la Navidad, sus rituales no interfieren con las costumbres religiosas autóctonas fuera de Occidente. Tal y como explican Junko Kimura y Russel Belk respecto de Japón, en el país asiático existe una separación en el espacio y el tiempo de los rituales navideños. La ornamentación navideña, por ejemplo, está ausente “no solo en lugares obvios como templos budistas, santuarios sintoístas y el Palacio Imperial en Tokio, sino también en restaurantes y hogares tradicionales japoneses, jardines japoneses y arenas de lucha de Sumo”. Esta segregación espacial “permite mantener la Navidad como algo extranjero, exótico y separado de lo que se considera verdaderamente japonés”. Algo similar ocurre en otras sociedades asiáticas, como la India. Fuera de la comunidad cristiana, el gusto por los rituales navideños es esencialmente estético; una oportunidad para imaginar y producir todo tipo de decoraciones multicolor, desde estrellas de papel maché hasta papás noeles montados en elefantes.
La globalización de la Navidad puede verse como una huella persistente del colonialismo europeo y la hegemonía cultural occidental. También como síntoma de un sistema económico que tiende a ver cualquier celebración, individual o colectiva, como una oportunidad de introducir productos en el mercado y estimular su consumo de forma masiva. En este sentido, nada impide que festividades originarias de otras regiones del mundo alcancen la misma visibilidad global que la Navidad, tal y como empieza a suceder con en el Día de Muertos mexicano o el Año Nuevo chino. Sin embargo, más allá de la crítica a la banalización y comercialización de la Navidad y otras festividades, conviene recordar que los seres humanos tenemos la necesidad, incluso neurológica, de suspender nuestra vida cotidiana de tanto en tanto con rituales que nos conectan con un tiempo de otra calidad, llamémosle sagrado, trascendente o, simplemente, diferente. En su obra clásica Las formas elementales de la vida religiosa, Émile Durkheim explica cómo los rituales nos sacan de nuestra actividad ordinaria, permitiéndonos volver a ella “con más valor y entusiasmo, no solo porque hallamos entrado en contacto con una fuente de energía superior, sino también porque nuestras fuerzas se han revitalizado al experimentar momentáneamente una vida menos tensa, más regalada y libre”. Así, una de las funciones de la Saturnalia era permitir la relajación de las normas y las jerarquías sociales durante un tiempo breve. Es más, esa “energía superior” a la que se refiere Durkheim no necesariamente tiene un carácter sobrenatural o religioso. En las sociedades contemporáneas, procede, entre otros, de la celebración sincronizada de rituales secularizados como sucede en estas fechas. Desde esta perspectiva, quizá resulten menos reprochables los villancicos en bucle o el exceso de dulces. Siempre y cuando se limiten a un tiempo breve. Olivia Muñoz-Rojas es doctora en Sociología por la London School of Economics.











De la demolición de Europa

 





Hola, buenos días de nuevo a todos, feliz lunes y feliz Navidad. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor José Andrés Rojo, va de la demolición de Europa, que como señala Rojo en El País, Viktor Orbán, con su proyecto iliberal en Hungría, alimentado con los fondos de la Unión, está contribuyendo a destruir neutralizando todos los mecanismos de control y equilibrios de la democracia liberal. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com












La demolición de Europa
JOSÉ ANDRÉS ROJO
22 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En su último libro, Timothy Garton Ash se refiere por lo menos a cuatro maneras de entender lo que es Europa. Habla de la Europa geográfica, de aquella que abarca más o menos los territorios que en su día dominó Carlomagno, se refiere a la Europa de la cultura y los valores y, por último, a la de la organización institucional de los Estados europeos. Se le olvidó que, dentro de esta última, hay también lugar para una quinta Europa: la Europa del esperpento. Es la que habitamos ahora y que mostró sin la menor vergüenza su verdadero rostro en las reuniones que celebraron los Veintisiete hace una semana. Los titulares hablaron de un momento histórico, y aplaudieron que la Unión hubiera dado luz verde a las negociaciones para que Ucrania y Moldavia pudieran integrarse dentro de un tiempo, y siempre que cumplieran una serie de rigurosos requisitos, al selecto club de Bruselas. Poco después de que se produjera ese gesto de generosidad que augura un futuro radiante para esa Ucrania que se desangra en los campos de batalla en su guerra con la Rusia de Putin, la Unión Europea fue incapaz de aprobar un paquete de 50.000 millones de euros que podían a servirle de ayuda en la más estricta actualidad, la de las bombas y la destrucción y el dolor y la postración de sus gentes.
Era necesaria la unanimidad de los Estados miembros para que dentro de unos años Ucrania pudiera formar de la Unión. El caso es que la Hungría de Viktor Orbán se mostraba remolona a dar el visto bueno. Pero fue entonces cuando se produjo una de esas soluciones imaginativas y, justo en el momento de votar, Orbán se ausentó, salió a dar una vuelta. Olaf Scholz, el canciller alemán, le sugirió la idea, y resultó convincente. Igual Orbán pensó que el futuro queda lejos, que son muchas las cosas que pueden cambiar.
Y de esos cambios, de los que han sucedido desde los años setenta hasta ahora, habla Garton Ash en el libro antes aludido, Europa. Una historia personal (Taurus). Es el relato de alguien que vive con entusiasmo el reto al que se enfrentan los países del Este de Europa de romper con el autoritarismo de la Unión Soviética para acercarse a Bruselas, y que observa cómo cuando ya forman parte de la Unión algo termina por torcerse. “La adhesión a la Comunidad Europea se había considerado una forma de asegurar la transición nacional a la democracia”, escribe en el capítulo que se titula Demolición. Y observa poco después: “Pese a las nobles palabras de los artículos iniciales del Tratado de la Unión Europea, resultó que esta carecía de mecanismos eficaces para defender la democracia en el interior de un Estado miembro”.
Y eso es lo que ha sucedido con Hungría desde que Orbán llegó al poder en 2010. Neutralizó todos los mecanismos de control y equilibrios de la democracia liberal y terminó por construir un país con “una visión alternativa de Europa: antiliberal, conservadora en lo social, natalista, declaradamente cristiana y etnonacionalista”. A esa quinta Europa es a la que se sigue alimentando de fondos para que siga erosionando la Unión desde dentro. Es la que ha mostrado sus zarpas, la que ya batalla en Bruselas para defender un puñado de ideas ultra, la que quiere crecer en las próximas elecciones. Es un verdadero peligro.























[ARCHIVO DEL BLOG] Contra la resignación. [Publicada el 17/12/2017]











La izquierda que no se identifica con el independentismo pero que tampoco siente simpatía hacia decisiones gubernamentales y judiciales emitidas desde Madrid representa una esperanza ante las elecciones catalanas del 21D. Y hay que luchar contra la resignación, escribe en El País Jordi Gracia, ensayista y catedrático de literatura española en la Universidad de Barcelona.
Es casi una ley fatal de la vida española que Ortega y Gasset reaparezca en los momentos calientes como referente intelectual, comienza diciendo el profesor Gracia. Ha vuelto a suceder en relación con Cataluña y a propósito de una de sus más desafortunadas expresiones: para algunos ya no hay margen para la conllevancia y otros creen que ese sigue siendo el único horizonte posible, conllevarse. Pero es tan poco orteguiana esta opción que no parece de Ortega: es una falsa solución, es pasiva, es poco imaginativa y condenadamente coyunturalista. Equivale poco más o menos a no pensar nada y a no mover casi nada, y eso contraviene casi genéticamente al mejor y más vivaz Ortega.
Durante más de treinta años, las relaciones políticas entre los gobiernos español y catalán hallaron numerosas vías de acuerdo y de pacto, de complicidad y de convergencia de intereses. Dio sus buenos frutos, por mucho que a la vez esa larga etapa, vivida en directo, diese múltiples motivos de crítica y hasta padeciese deslealtades de juzgado de guardia. Sin embargo, ninguno de esos tropiezos, agudas crisis o despechos llevaron a un enfrentamiento tan radical, epidémico y temible como el que se viven hoy los dos gobiernos y los mismos catalanes entre sí. La asfixia actual de la negociación como principio político ha llevado al enfrentamiento directo entre dos gobiernos que se sienten encarnación emocional y sentimental de dos naciones: ambas han acumulado resentimientos ante los comportamientos de la otra, y ambas se han entregado a un calentamiento acelerado y fuera de control. Pero no adivino la menor alegría política en Mariano Rajoy al conocer los encarcelamientos dictados por la juez Lamela, ni veo demasiadas alegrías en el independentismo ante el súbito nomadismo de un presidente de la Generalitat que dice en Skynews sentirse tratado como asesino en serie.
Es verdad que no fue glorioso el desarrollo del Estado de las Autonomías ni lo fue el muy pedregoso corredor ferroviario entre Madrid y Barcelona. Pero ha sido mucho peor después para la mayoría de catalanes y de españoles, entre los cuales cuento a quienes viven con descontento y con rabia, con tristeza y a veces hasta con desolación el fracaso de un equilibrio funcional que ha estallado por los aires.
El movimiento independentista nació y creció como excrecencia directa de una crisis de Estado ya muy prolongada. El otro síntoma potente fue la transformación del 15-M en la articulación complicadísima de Podemos y sus aliados territoriales. A ninguno de los dos cabe restarle la menor legitimidad política ni ideológica, tanto si se comparten sus posiciones políticas como si no. Nacieron como frutos imprevistos de una democracia viva, agitada, conflictiva y exigente, y razonablemente alérgica a conllevancia alguna ante desmanes obscenos de políticos democráticos en sus usos del dinero público, los contratos, los porcentajes y los sobres.
Hoy está en el tejado de la izquierda la posibilidad de renovar el mensaje sobre el Estado y sobre todo está en sus manos hacerlo operativamente; está en sus manos complementar los eslóganes —para unos el referéndum pactado, para otros la reforma constitucional— con una batería de indicadores que tracen la geografía empírica del problema, las opciones de máximos y de mínimos con flexibilidad política y a la vez con conciencia de urgencia. Aludo a la izquierda alineada con los socialistas y con los comunes y apelo a su poder real para fomentar un cambio de énfasis, una renovación de prioridades que quiebren el relato frentista que activa la emoción y el sentimiento independentista: el futuro parece pasar por una reforma constitucional de amplio respaldo y estudiada intervención.
No minimizo la toxicidad política que ha traído el encarcelamiento de políticos catalanes ni minimizo la conmoción natural de la población catalana con la Generalitat intervenida. Pero sí entiendo que ese escenario encabritado y pendenciero pide socavar el relato de los dos contendientes y, sobre todo, pide difundir lenguaje y objetivos alternativos. Pide un mensaje que se dirija a quienes dudan ya de la viabilidad actual del independentismo como a quienes han reprobado el calentón represivo y a sus voceros mediáticos. Ese espacio vendrían a ser las clases medias que han habitado transitoriamente en los dos extremos y rechazan legítimamente tanto la DUI como su obvia consecuencia, el 155, porque una y otro niegan el espacio mismo de la negociación política.
El mapa que saldrá del 21-D nadie lo conoce hoy, pero para evitar que calque los resultados de 2015 los ciudadanos disponemos de las armas que pongan en nuestras manos los programas políticos, los debates, la campaña electoral misma y la credibilidad con que defiendan otra ruta de evacuación para una potencial mayoría. El objetivo de ese relato no habría de ser la resignación de conllevarse orteguianamente sino postular un cauce complejo, integral y ambicioso —una fórmula de Govern en Cataluña al estilo de la que promueve Miquel Iceta— que ponga a circular nuevas condiciones políticas. Asumir de forma tácita o explícita los errores a muchas bandas puede trasladar a la opinión pública la evidencia de que el fundamentalismo jurídico de Madrid y el fundamentalismo del deseo independentista han fracasado. Lo han hecho en medio de una polvareda descomunal para dejar luminosamente clara su incapacidad política. Los indepes tienen los pies de barro democrático porque sus mandatos son insuficientemente democráticos y el Gobierno de Madrid ha jugado con fuego en el límite de la campana, sin poder controlar las actuaciones (calamitosas) de una juez de la Audiencia Nacional, y tampoco las más sensatas acciones de otro juez del Tribunal Supremo.
El relato victimista tiene sus buenas razones y el relato constitucional las tiene también. Pero de ambos relatos solo se desprende un enroque endemoniado que ha instalado a muchos en la melancolía de un fracaso global y sin salida. Sin embargo, la izquierda que no ha vivido el independentismo como forma de identidad y que tampoco ha sentido simpatía alguna con varias de las medidas procedentes tanto del Gobierno de Madrid como del sistema judicial, encarna algo parecido a la esperanza blanca para un montón de clientes de un menú ideológico, conceptual, teórico y hasta electoral capaz de superar el bucle.
En una conllevancia de apaño está el peor enemigo. Significaría resignarse a multiplicar los gestos equívocos y de consumo instantáneo, resignarse a romper pactos como el del Ayuntamiento de Barcelona, resignarse a no explicar con claridad los errores de dos poderes descontrolados, resignarse a mantener un perfil bajo por prudencia electoral, resignarse a no enfadar a sectores de la propia militancia socialista o de los comunes, resignarse a no actuar políticamente. Todo ello sería una pésima noticia ante la envergadura del problema y ante la proximidad de una posible solución encarnada en el resultado del 21-D. Moverse antes para que no se repita el resultado de 2015 es seguramente preferible a que le muevan a uno cuando ya esté todo el voto escrutado. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














domingo, 24 de diciembre de 2023

De la terapia de pareja y el interés general

 






Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz domingo y feliz Nochebuena. Si ante un acuerdo como la renovación del CGPJ, que —recordemos— es obligado por la Constitución, comenta en El País de hoy el politólogo Fernando Vallespín, nos encontramos con tantas resistencias, ¿qué expectativas podemos tener de que se produzca cualquier otro? Yo, desde luego, no muchas, porque está claro que el interés general de los españoles les resbala. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com








Terapia de pareja para Sánchez y Feijóo
FERNANDO VALLESPÍN
24 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Tan bajas eran nuestras expectativas sobre el encuentro entre Sánchez y Feijóo, que hasta nos satisfizo el acuerdo de mínimos al que aparentemente llegaron. Parece haber vía libre para cambiar el término de “disminuidos” del artículo 49 de la Constitución y hay un conato de entendimiento sobre la renovación del CGPJ. Si nos fijamos, sin embargo, es para hacérselo ver. Menuda hazaña, cambiar una palabra de nuestra pétrea Constitución o cumplir con un mandato allí establecido para la renovación de órganos ¡después de más de cinco años! Lo peor es que el mero hecho de que nuestros dos líderes se reúnan nos parece ya una proeza. Para quienes estamos tan sedientos de acuerdos entre los dos grandes partidos, estas dos gotitas casi nos saben a gloria.
Pero no deja de ser patológico. De entrada, porque muestra a las claras la doble vara de medir en el comportamiento de nuestros partidos en su relación con otras fuerzas. Cuando se trata de tocar poder, los acuerdos fluyen armónicamente, salvando incluso incompatibilidades casi apriorísticas, como las que separaban al PSOE y Junts, por ejemplo; en todas las demás circunstancias, en particular en las propias de la relación Gobierno/oposición, se erige un muro o se cava un foso para abortar todo contacto. La bondad o toxicidad del otro es directamente proporcional a las necesidades de gobernabilidad de cada cual. El criterio que debería guiarlas, el del bien común, pasa a un segundo plano. Una democracia segura de sí misma no tendría problema alguno por institucionalizar acuerdos de Estado puntuales entre sus grupos más representativos, máxime cuando nos hallamos en uno de los momentos políticos más delicados de las últimas décadas.
Lejos de esto, el problema, al parecer, no es ya solo que seamos incapaces de llegar a casi ningún acuerdo, sino que para lograrlos precisemos de algún instrumento protésico. Esta ha sido para mí la mayor sorpresa del encuentro entre nuestros líderes mencionados, el recurso a la Comisión Europea para que supervise la negociación dirigida a renovar el CGPJ, como si España fuera un país menor de edad que encima pide ser tutelado. Nuestras grandes fuerzas políticas se someterán, así, a algo similar a lo que hacen algunos matrimonios que acuden a terapia de pareja para que alguien medie en sus disputas. El recurso a un mediador internacional para resolver el presunto conflicto catalán ya fue suficientemente extravagante, pero al menos se entiende como la exigencia de una de las partes para hacer visible su supuesta situación de país “colonizado”. Lo alucinante es que la otra parte lo aceptara. Ahora estamos ante algo que considero peor por la deriva que supone en el devenir de nuestra democracia. Precisamente porque quienes lo proponen fueron los máximos protagonistas de nuestra Transición.
Que aquellos que fueran capaces de tamaña hazaña tengan que acudir ahora al terapeuta europeo para que empuje en una negociación que debería ser rutinaria y casi mecánica debería movernos a una profunda reflexión. Primero, porque sirve para confirmarnos que el muro es algo más que una metáfora. Si ante un acuerdo que —recordemos— es obligado por la Constitución, nos encontramos con tantas resistencias, ¿qué expectativas podemos tener de que se produzca cualquier otro?
Parece como si ambas fuerzas estuvieran sujetas a férreos incentivos para, como diría Bartleby, “preferir no hacerlo”. Unos, por presiones potenciales de su propia coalición parlamentaria; otros, por el temor a la reacción de sus medios amigos. Segundo, el propio objeto del acuerdo, el Poder Judicial. ¿Acaso no hay detrás de tanta tozudez una resistencia implícita a renunciar a poder controlarlo? Si esto es así, el problema es aún bastante más profundo. Fernando Vallespín es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.











De la celebración de la Navidad

 






Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz domingo y feliz Nochebuena. A pesar de la prohibición oficial, comenta en El País de hoy el escritor cubano Leonardo Padura, en mi casa de Cuba siempre se celebró la Navidad, un acto de resistencia doméstica silenciosa más allá de la política: era donde la familia se sentía familia. Lo mismo pienso yo, ateo confeso, para el que la Navidad es una de esas fechas que nos identifica como civilización y como cultura. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com











Cuento navideño y... próspero Año Nuevo
LEONARDO PADURA
24 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Regreso a La Habana desde Madrid y en mis maletas llevo carga pesada y simbólica: turrones blandos de Jijona, duros de Alicante, también de yema tostada, más dos botellas de sidra asturiana El Gaitero y, como añadido especial, dos panetones. Estos son los complementos indispensables que en cada ocasión propicia me exige mi madre, casi centenaria, para festejar la Navidad y la llegada del Año Nuevo, tal como ella entiende que debe ser.
Ya en la sala de su casa, la misma casa en donde nací y que todavía habito, está erguido el arbolito de Navidad de fibras plásticas que mi hermano residente en Miami le trajo a mis padres hace algún tiempo para sustituir al ya muy desvencijado predecesor de papel que prestó sus servicios cada diciembre durante más de treinta años. Mientras, en una mesa esquinera se ha montado un nacimiento del Niño Jesús acomodado en su pesebre. Es un retablo al que cada vez le faltan más figuritas de barro de pastores o caballos o pavos, incluso uno de los Reyes Magos, piezas extraviadas o deshechas a lo largo de los muchos años de una presencia iniciada allá por 1954 o, ya sin duda, en 1955. La fecha la confirma una foto que debe andar por una gaveta de la casa, una imagen en blanco y negro en la que aparezco yo, a mis tres meses de nacido, arrebujado en un coche entre mis padres, entonces veinteañeros, y junto a un árbol de Navidad bien poblado de bolas brillantes y el nacimiento de Jesús, con todas sus figuras intactas.
Este es un rito que cada diciembre se cumple en mi casa y que a veces pienso que dejaremos de seguir el día en que ya no esté mi madre. Porque mi esposa y yo somos de las personas que evitan las celebraciones con alegría obligatoria y programada. Las fiestas de cumpleaños, por ejemplo, no implican para nosotros la necesidad del festejo que de una forma u otra nos conmina a sonreír mientras recibimos las congratulaciones de amigos y, a veces, hasta de enemigos. Y algo similar nos ocurre desde hace no sé qué tiempo con las celebraciones navideñas. El fin de año, al menos yo lo percibo así, es apenas una fecha más que no me provoca otra evidencia de que el tiempo pasa y, lo peor, es que cada vez lo hace más velozmente.
O quizás no: a veces pienso que, cuando llegue el momento en que pongamos el cuerpo de mi madre junto al de mi padre en el viejo cementerio de la localidad de Managua, en las afueras de La Habana, mi esposa, mis hermanos y yo deberíamos sostener la tradición que tan importante fue para nuestros progenitores. Sería una forma de celebrarlos a ellos, más que a la festividad, pues para personas como ellos esta tradición no solo fue una costumbre heredada, sino que por muchos años también entrañó un acto de resistencia cívica y cultural.
Está documentado que en el año 1962, para aderezar las celebraciones navideñas, el líder revolucionario Fidel Castro, cuya lucha armada había triunfado tres años antes —justo entre el último día de 1958 y el primero de 1959— anunció, en una de sus típicas decisiones, que cada familia cubana tendría un turrón de Jijona para el festejo, y encargó a la localidad alicantina una cifra millonaria de tabletas que puso en tensión a las fábricas productoras de esa región española. Y sí, cada familia cubana tuvo su turrón.
Aquella alianza feliz entre los fabricantes de turrones y los cubanos se mantuvo en funcionamiento varios años hasta que en 1969 el Gobierno de la isla decidió con el mismo fervor que no era justo que algunas personas celebraran las fiestas navideñas (al fin y al cabo una vieja rutina de otros tiempos, cargada con demasiadas connotaciones religiosas), mientras tantos otros miles de compatriotas estarían laborando sin parar un solo día en los campos de la isla cortando la caña que permitiría la fabricación de 10 millones de toneladas de azúcar que serían el trampolín del salto económico que sacaría al país del subdesarrollo. Y, desde entonces, con más o menos caña por cortar y azúcar por producir, prácticamente se decretó la eliminación de las celebraciones navideñas que, por su significado, resultaban ajenas a la ideología socialista y la filosofía del ateísmo científico.
Muchas familias cubanas cumplieron con la decisión oficial. Otras, entre ellas la mía, se resistieron a hacerlo y cada diciembre en la sala de mi casa se irguió el mismo arbolito de Navidad, cada vez más desmejorado, con menos bolas de cristal, y también se montó el Nacimiento de Jesús, ya afectado con ausencias de personajes y figurantes, pero con su pesebre al centro y la estrella de Belén iluminando el montaje.
Aquel acto de resistencia silenciosa, sostenida en el espacio doméstico, tenía en su esencia un significado que iba por encima de cualquier condición política o incluso religiosa. Era la ambientación más propicia para que la familia se sintiera familia y cenara el día de Nochebuena en una mesa donde siempre se procuró, incluso en tiempos de muchas carencias, que no faltaran el cerdo asado, los frijoles negros y la yuca aderezada con ajo y naranjas agrias y, como postre, si había aparecido por algún camino misterioso, un turrón español o, al menos, un modesto sucedáneo cubano. Lo de la sidra asturiana, por supuesto, resultó más complicado, pero con lo que hubiera, en familia, nos deseábamos entonces una feliz Navidad y… un próspero Año Nuevo.
En 1998, cuando el Papa Juan Pablo II visitó Cuba, una de las peticiones que hizo al Gobierno cubano fue la restitución del feriado navideño, al menos el 25 de diciembre, y su reclamo fue aceptado. Las Navidades volvieron a Cuba, pero bastante maltrechas, como tantas tradiciones maltratadas por las restricciones e interrupciones, y sin los componentes de otros tiempos, en especial esos turrones y sidras que las caracterizaban.
Cada año que he podido, he tratado de que en mi casa la Navidad tenga sus complementos gastronómicos más típicos, mientras mis hermanos y mi madre se encargan de la decoración alegórica: árbol y nacimiento.
Y este año vamos a celebrar, con turrones y sidra incluidos, porque necesitamos celebrar. Porque nos merecemos celebrar, al menos por el hecho ya muy importante de poder seguir viviendo, aquí y ahora, acompañados de algunos de nuestros afectos. Vamos a celebrar en un país que, en una coyuntura —en algún momento el actual Gobierno cubano ha llamado así este período crítico— pletórica de carencias, de ausencias materiales y físicas —el cerdo se ha vuelto un animal exótico y en dos años han emigrado casi medio millón de compatriotas—, un tiempo de naufragio de tantas esperanzas y mientras el mundo vive más y nuevas guerras, más y nuevas crisis. Pero otra vez nosotros podremos, junto a mi casi centenaria y todavía muy lúcida madre, a la madre de mi esposa Lucía y tal vez algunos amigos de los que aún no se han dispersado por el mundo, comer estos entrañables turrones españoles, partir uno de los panetones (el segundo lo habremos escondido para disfrutarlo a trocitos mi mujer y yo) y brindar con la sidra asturiana, como manda la tradición cubana, y desearnos que el próximo sea ese año propicio que tanto añoramos. El año mejor que, como la celebración, también necesitamos, también nos merecemos. Nosotros y todos ustedes… Así que, ¡Feliz Navidad… y próspero Año Nuevo!. Leonardo Padura es escritor. Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015.













De la necesidad de sosegarnos todos

 






Hola, buenos días de nuevo a todos, feliz domingo y feliz Nochebuna. Mi propuesta de lectura para hoy, de la socióloga Rosa Conde, va de la necesidad de sosegarnos todos, pues como escribe Conde en El País es fundamental que el Gobierno adopte decisiones que aclaren las dudas de la mayoría de los ciudadanos y que el principal partido de la oposición respete la Constitución. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com












La sociedad necesita sosiego, los políticos deben dárselo
ROSA CONDE
20 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

La confrontación política y la desafección ciudadana tiene muchas causas y dos responsables políticos que no solo no están sabiendo cumplir su papel moderador de los conflictos sino que uno con sus declaraciones y otro con políticas poco y mal explicadas están agravando la situación.
Tony Judt en El peso de la responsabilidad habla de la importancia del sentido de la responsabilidad en la política y de los políticos. Y en estos momentos, el peso de la responsabilidad recae básicamente en los dos grandes partidos, PSOE y PP, que en las elecciones del 23-J obtuvieron entre los dos un 64,75% del voto y unos 15.852.810 de votantes. En las últimas elecciones la sociedad ha demandado centralidad, no política desde los extremos.
Los dos partidos están fallando a sus electorados y están llevando la polarización a la vida cotidiana de los ciudadanos. La polarización ha saltado del Parlamento y del debate político a la conversación entre amigos y familiares abriendo grietas en la sociedad y en las relaciones personales que están afectando a la convivencia.
La convivencia que proclama el Gobierno no debe circunscribirse a un territorio. Una buena convivencia debe ser para todos. El presidente del Gobierno lo es de todos los españoles, le hayan votado o no, vivan donde vivan y tengan la ideología que tengan.
Hay 11 fuerzas políticas en el parlamento, pero para hacer frente a los problemas a los que se enfrenta la sociedad española y abordar las necesarias reformas, incluidas las constitucionales, solo hay dos fuerzas políticas con capacidad de llevarlas adelante. Pero no cabe duda que los extremos condicionan el comportamiento de los dos grandes partidos. El PP está atrapado por la necesidad de los votos de VOX. El PSOE, por una miríada de votos de partidos tan heterogéneos como Sumar, Podemos, Junts, ERC, PNV, BNG, Bildu y Coalición Canaria. Izquierda y extrema izquierda por un lado, derecha y extrema derecha por otro.
Santos Juliá decía en 2015 que en España ha reinado durante muchos años la política del “todo o nada”. Y para él estábamos entonces en ello, con dos posiciones extremas: los que clamaban por la ruina del edificio construido sobre los pactos del 78 y los que decían, el PP, que ese edificio no había que tocarlo. Hoy estamos en esa misma situación pero agravada. Quizás ahora son más los que claman por derruir lo construido desde la Constitución del 78 que los que piensan que no hay que tocarlo. Con el agravante de que algunos de los que defienden esta última posición, el PP, empieza por incumplir la Constitución al impedir la renovación de CGPJ. Ese incumplimiento les invalida para utilizar cualquier argumento de crítica al Gobierno por adoptar acuerdos con algunos partidos que no respetan la Constitución. Si Núñez Feijóo quiere ser creíble, si quiere tener auctoritas en su partido, entre sus votantes y en la sociedad tiene que empezar por cumplir la Constitución. De otra forma está engañando a sus votantes y a la sociedad española en su conjunto. El argumento de que ha ganado las elecciones no vale por más que lo repitan. Hay un gobierno legítimo, les guste o no. No todo vale para volver al Gobierno.
Como no todo vale al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para serlo. Su presidencia es legítima. Ha obtenido 179 votos en su debate de Investidura. Tiene, por tanto, legitimidad de origen. Su tarea consiste ahora en mantener también la legitimidad de ejercicio. Y esa legitimidad de ejercicio se fortalece con la máxima transparencia y la mayor claridad a la hora de explicar los pactos que le han llevado a la presidencia. Sus 7.760,970 votantes tienen, tenemos que comprender mejor para qué está sirviendo y va a servir nuestro voto.
La ley de Amnistía ha producido ríos de tinta y alterado la convivencia entre españoles. La proposición de ley ha iniciado, con crispación y con la ausencia del Gobierno, el trámite parlamentario. La prioridad absoluta del Ejecutivo debe ser despejar todas las dudas que esta ley suscita en la sociedad. Su segunda prioridad, llevar todos sus pactos al Parlamento, su lugar natural. Y dejarse de verificadores y de reuniones clandestinas en el extranjero. Contribuiría, sin duda, al sosiego en la sociedad tener la certeza de que el presidente no va a reunirse fuera de España con un prófugo de la justicia. Como ayudaría que en las ruedas de prensa del Consejo de Ministros no se hiciera política partidaria y que se evitara copar puestos institucionales con personalidades que han tenido altos cargos en el Gobierno.
Tan fundamental es que el principal partido de la oposición respete la Constitución como que el Gobierno adopte decisiones que clarifiquen las dudas de la mayoría de los ciudadanos, muchos de ellos sus propios votantes. La convivencia en paz y libertad está en sus manos.





























[ARCHIVO DEL BLOG] Un relato navideño. [Publicada el 24/12/2013]











Quienes me conocen de antiguo saben que hay pocas cosas capaces de sacarme de mis casillas; incluso han llegado a decir de mí que tengo sangre de horchata... Nada más lejos de la realidad que esto último, pero es cierto que entre las pocas cosas que me ponen de los nervios está la ignorancia pedante trufada de fanatismo. Por citar un ejemplo, la multitud de gilipollas  sueltos  por el mundo -dicho sin ánimo injurioso alguno sino en el coloquial sentido que da al adjetivo la Real Academia Española- que piensan que los no-creyentes en dioses trinos y uno somos seres arreligiosos, carentes de espiritualidad y personas de moral relajada, por no decir amorales absolutos... No lo siento por ellos, que me la traen al pairo, pero se equivocan.
Simone Weil, la joven filósofa y mística francesa de origen judío, muerta en 1943 a los 34 años de edad, ha sido, quizá, la pensadora europea que mejor ha sabido sintetizar la esencia del cristianismo en el siglo XX; un cristianismo que no necesita la existencia de un Dios resucitado de entre los muertos para convertirse en el centro de la existencia humana. Basta leer su librito de apenas 70 páginas, "Carta a un religioso" (Trotta, Madrid, 1998), en tantas ocasiones citado por mí en el blog, para entenderlo.   
Porque a mí, el mito cristiano de la Navidad -mito, por cierto, cuyas raíces se hunden en los arcanos más antiguos de la humanidad- me parece bellísimo, y lo sigo celebrando cada año en familia, con mis hijas y mis nietos, y perdónenme la irreverencia, con mis gatos, que también son animalitos de Dios. Y todo ello, con independencia de que el mito no se sostenga en realidad alguna y que tenga precedentes claros en otros muchos más antiguos como los de Isis, en el antiguo Egipto; o el del dios Mitra, también nacido en una cueva, de madre virgen, un 25 de diciembre, y adorado por magos y pastores que le traen regalos un 6 de enero. Líquido, blanco y en botella..., pues sí: leche.
Los mitos son "una forma de pensar el mundo". Lo dice el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss en un erudito y bellísimo libro del que ya he hablado en ocasiones anteriores en el blog: "Mitológicas. Lo crudo y lo cocido" (Fondo de Cultura Económica, México, 1968); mitos que construyen una explicación total del mundo en toda su riqueza, y en los que toda realidad -física, biológica y espiritual- está determinada por ellos y en ellos.
El escritor Gustavo Martín Garzo publicó hace unos años por estas fechas un hermoso y entrañable artículo, "El buey y los ángeles", en el que rememoraba las celebraciones navidades de su infancia. Como a él, me resulta imposible desprenderme de esas figuras maltrechas por los años, los hijos, los nietos y los gatos, que dan forma cada año al Belén en el mejor rincón de nuestro hogar. Celebración de la Navidad tan nuestra como la de los creyentes y con la misma fe y esperanza en un mundo, aquí, ahora y en el futuro, mucho mejor que el que nosotros heredamos de nuestros padres. Y todo eso sin dejar de reconocer que no es más que un mito, pero un mito central para poder comprender lo que es y significa Occidente y su forma de pensar. ¡Feliz Navidad!... Y sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt











sábado, 23 de diciembre de 2023

De una llamada a la rebelión ciudadana

 






Hola de nuevo a todos, y de nuevo a todos, feliz sábado. Hemos tocado fondo, termina diciendo en su artículo de hoy en El País el escritor Javier Cercas. Tenemos una clase política cínica, dice en él, irresponsable y envenenada por el poder, que no trabaja para unirnos sino para separarnos, que considera el engaño un instrumento legítimo, y pueril la mínima exigencia ética. Son palabras muy duras, que no comparto del todo, pero sí en parte, y que llaman a la rebelión de la ciudadanía, apelando al voto en blanco, y como ideal futuro, a la lotocracia. Una práctica política que no es novedosa, sino que tiene una muy larga tradición, pues el sorteo de la mayoría de los cargos políticos fue la esencia de la democracia ateniense y de algunas ciudades italianas en el Renacimiento. No es una mala idea. HArendt. harendt.blogspot.com














Un llamamiento a la rebelión
JAVIER CERCAS
23 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Ética y política siempre se han llevado mal, pero, cuando la política se divorcia de la ética, empieza la antipolítica. Yo he visto cosas que nunca creí que vería. He visto cómo un partido progresista, a quien voté durante décadas, ha hecho justo después de unas elecciones lo que siempre dijo que nunca haría. He visto cómo ese engaño colosal suprimía a millones de personas, que políticamente ya no existimos o sólo existimos como papel higiénico: la prueba es que, en el acuerdo firmado por el PSOE y JxCat, Cataluña se identifica sólo con los secesionistas, lo que quiere decir que los no secesionistas, que ya sobrábamos en Cataluña, también sobramos ahora en España. He visto cómo primero nos engañaron los otros, ahora nos engañan estos y ya no queda nadie que nos pueda engañar. He visto cómo el Gobierno pactaba su continuidad con un prófugo de la justicia a cambio de la impunidad de éste. He visto cómo políticos amnistiaban a políticos acusados de delitos gravísimos (de los que ahora se enor­gullecen más que nunca), por una parte ínfima de los cuales usted y yo estaríamos en la cárcel. He visto cómo se intentaba disfrazar de concordia el aumento exponencial de la discordia, y de perdón el hecho de pedir perdón; la amnistía es lo opuesto al perdón (que presupone arrepentimiento, inexistente en este caso): si el delito se borra, nunca fue delito: fue un invento. He visto cómo el PSOE acataba en un pacto las trolas completas acuñadas por un partido reaccionario, supremacista y xenófobo; y, por Dios santo, si el fundamento de un pacto es falso, ¿cómo quieren que sea el propio pacto? He visto que el Gobierno hacía lo peor que puede hacerse en política: en vez de intentar resolver un problema, legárselo multiplicado a tus descendientes. He visto que, en privado, todos los políticos progresistas con quienes me cruzo están contra la amnistía, aunque en público todos estén a favor. He oído asegurar que, con la amnistía, los secesionistas han renunciado a la llamada unilateralidad y vuelto a la Constitución, y he visto que a quien lo decía no se le caía la cara de vergüenza. He visto que contra la derecha todo está permitido, que quien protesta se convierte en agente del PP y que, para no parecerlo, se aplauden o se ignoran desmanes que provocarían una ira justísima si los hubiera perpetrado la derecha. Y he visto que el PSOE y un partido con el 1,6% de los votos dirimen el futuro de todos en secreto, en Suiza y con un mediador internacional (como si dialogaran Rusia y Ucrania), mientras el resto aguardamos temblando el veredicto de la superioridad… En fin, no queda más remedio que afrontarlo: tenemos una clase política cínica, irresponsable y envenenada por el poder, que no trabaja para unirnos sino para separarnos, que considera el engaño un instrumento legítimo, y pueril la mínima exigencia ética. Hemos tocado fondo.
Llegados aquí, yo sólo veo dos opciones: una es fingir que la realidad no es la que es y que no sabemos lo que sabemos —”disonancia cognitiva” llaman los psicólogos a este fenómeno apasionante—; la otra es la insumisión. No tengo nada que reprochar a quienes opten por lo primero, siempre y cuando sean indigentes, sin papeles o analfabetos; yo opto por lo segundo. A partir de este momento me declaro antisistema, paso a la clandestinidad y llamo a la rebelión general. Esto se traduce en dos cosas. Una: de ahora en adelante votaré en blanco. Y dos: abogaré por la lotocracia, un tipo de democracia que propugna la elección por sorteo de nuestros representantes políticos, lo que, implantado de manera inteligente y progresiva, supondría una continua regeneración política, un antídoto contra el enloquecimiento provocado por el poder, un modo de que todos nos responsabilicemos de lo que es de todos y la única esperanza verosímil de que la ensuciada palabra democracia recupere su limpio significado primigenio: poder del pueblo. Por lo demás, prometo solemnemente no estrecharle la mano a ningún político español a menos que sea en presencia de mi abogado (o bajo amenaza de torturas). Señoras y señores políticos: esto no es antipolítica; antipolítica es lo que están haciendo ustedes. Javer Cercas es escritor.