viernes, 21 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Cervantes contra la corrupción. [Publicada el 22/08/2017]










Supongo que lo voy a decir va contra lo que piensan al respecto la mayoría de mis compatriotas, pero la verdad es que yo no creo que  España y los españoles sean un país y un pueblo especialmente corruptos; al menos, no mucho más que otros países y naciones de nuestro entorno. En lo que sí estaría de acuerdo es en reconocer que ni nuestra legislación, ni los políticos en ejercicio, ni el común de los ciudadanos se toman este problema en serio ni miden el alcance de la gangrena que produce en el cuerpo social. Y ese es el problema, que no se hace nada por atajarla y extirparla de raíz, al menos desde las administraciones públicas, que es donde reside la madre del cordero.
Los políticos que solo aspiran a forrarse tienen el mismo propósito de cohecho que tanto escandalizaba al Quijote, dice el sociólogo Álvaro Espina. Y los viejos valores que defendía el caballero andante exigen comportarse con honor y sobreviven en el subconsciente colectivo.
En una entrevista reciente, con motivo de la presentación de mi libro Cervantes en la casa de Éboli, comenta al inicio de su artículo el profesor Espina, a la pregunta acerca de las posibles similitudes entre la política de entonces y la de ahora respondí precipitadamente que las situaciones son muy distintas y no deberían hacerse comparaciones. Ciertamente, en la etapa sobre la que versa mi obra todavía no habían surgido algunas de las similitudes a las que enseguida me referiré.
Sin embargo, mi respuesta no me dejó tranquilo. Unos días después, revisando la obra Utopía y contrautopía en el Quijote, de José Antonio Maravall, ya en el segundo capítulo —titulado Crítica de la situación del presente—, como para censurar severamente aquella respuesta mía, me topé con tres aseveraciones que mi maestro ponía como ejemplo de lo que el caballero andante consideraba el mal principal de aquel tiempo. La primera es de Sancho Panza, y dice: 
"—… tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales…. Y el día de hoy, mi señor don Quijote, antes se toma el pulso al haber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado" (II-XX).
La segunda la dice la Gitanilla:
“—Coheche vuesa merced, señor tiniente; coheche y tendrá dineros, y no haga usos nuevos, que morirá de hambre…, que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condenaciones de las residencias y para pretender otros cargos”.
Y la tercera es del propio Sancho, al comunicar por carta el 20 de julio de 1614 a su esposa Teresa estar dispuesto a aplicar tales máximas en la ínsula Barataria:
—“De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo” (II-XXXVI).
Verdaderamente, esto sí guarda grandes similitudes con lo que sucede ahora. Recuerdo ciertas conversaciones entre políticos en las que uno decía: “Yo estoy en política para forrarme”; y otro: “Tengo que hacerme rico…, tengo que ganar mucho dinero…; de lo que te dé, me das la mitad bajo mano”. Aunque luego los jueces considerasen que tales fechorías no tenían valor forense, a los efectos que aquí nos interesan eso da igual: manifiestan el mismo propósito de cohecho y de corrupción en el Gobierno que animaban a la Gitanilla y al gobernador Sancho Panza, para escándalo del caballero andante. Esa es probablemente una de las razones por la que el Quijote sigue gozando de tantos lectores adictos en nuestro tiempo.
El maestro Maravall asociaba todo aquello con el ascenso de la política moderna, que significó la aparición del ejército regular —frente a la mística de la caballería antigua, individual, representada por el Quijote—, de la economía monetaria y el poder del dinero, y de la administración de los expertos y letrados, a través de la burocracia.
Estas tres novedades vinieron a sustituir al imperativo que impulsaba la acción de las élites dirigentes entre la Edad Media y el Renacimiento, que no era otro que el honor. En las etapas tempranas de la modernidad el ascenso del poder de los monarcas sobre sus antiguos iguales no fue solo cuestión de pura fuerza. La subordinación de los señores feudales de la guerra ante la preeminencia de los nuevos monarcas y emperadores se vio acompañada por el culto al honor, la lealtad y el compañerismo fraternal en las órdenes de caballería —la Orden del Toisón, en el caso de los Habsburgo—. En suma, la nueva aristocracia moderna retomó el concepto antiguo de “virtud” —que había movido a los grandes héroes desde la antigüedad grecorromana—, recuperada en el Renacimiento y ensalzada por Maquiavelo, a quien, según mi novela, Cervantes lee en la biblioteca de los Éboli.
Esa es la principal enseñanza que recibió Miguel de su patrón, Ruy Gómez da Silva, príncipe de Éboli, a quien se lo habían transmitido sus mayores en la casa de los Téllez de Meneses —conquistadores de Ceuta—, la emperatriz Isabel de Portugal y el emperador Carlos de Gante. Ellos le dieron el trato exquisito que hizo de Ruy Gómez el más afamado cortesano de su tiempo y el príncipe del Renacimiento por antonomasia en España.
El honor implica legitimidad, otorgada de corazón a los gobernantes por quienes se someten a su autoridad secular. No basta con el poder de la fuerza militar, ni del dinero, ni de la autoridad burocrática y judicial (ni siquiera constitucional, diríamos ahora). En ese culto fue educado Cervantes dentro de la casa de Éboli, antes de que Felipe II terminase con lo que significaba la Orden del Toisón, asesinando a Egmont. Y parece que Miguel lo observó hasta su muerte. Poco antes, el Quijote se había declarado vencido ante el empuje de las fuerzas que menospreciaban el honor, retirándose a morir cuerdo como Alonso Quijano, El Bueno, aunque hubiera vivido loco como don Quijote, ebrio del honor y los ideales utópicos de la caballería antigua, preso de una locura que nos recuerda el elogio de Erasmo de Rotterdam.
Mucha gente piensa que al cambiar las edades sus valores quedan barridos para siempre, pero no es así. Los valores antiguos no desaparecen. Son absorbidos y sublimados en instituciones. Hegel lo denominó “aufhebung” y subyace al “espíritu del tiempo nuevo” de Ortega.
Herbert Spencer consideró a los grandes ceremoniales de la Edad Media y el Renacimiento como el origen de las instituciones modernas. Para Norbert Elías la “sociedad cortesana” de los siglos XVII y XVIII —precedente de la “sociedad burguesa”— constituye el laboratorio en que ciertas formas de coerción imprescindibles para la convivencia social son asumidas por el individuo socializado. Más tarde esta autolimitación o subordinación voluntaria de la pasión individual a las reglas mínimas de respeto a la colectividad pasaron a formar parte del sentido común, que fue para los ilustrados ingleses la argamasa de las sociedades modernas avanzadas, imprescindible para que la mano invisible permita cohonestar el interés individual con el bienestar colectivo.
La corrupción es una forma de conducta desviada por la que el individuo asocial trata de aprovechar para su interés exclusivo el esfuerzo de todos, comportándose como un gorrón, en la esperanza de pasar inadvertido, ya que la mayoría no lo hace y confía en los demás. Su cinismo se aprovecha de los valores de nuestra época, laica y utilitaria, para “forrarse y hacerse rico”, pero sin respetar aquellas reglas mínimas. Lo que sucede es que los viejos valores, que exigen comportarse con honor, sobreviven en el subconsciente colectivo y parecen estar reaflorando cuatro siglos después con impulso quijotesco en nuestra vida colectiva, concluye diciendo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












Del placer de quedarse atrás

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Vicent, va del placer de quedarse atrás. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










El secreto placer de quedarse atrás
MANUEL VICENT
15 JUL 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Conducía su coche por una carretera de Valencia de doble sentido y simplemente por una vez se reprimió el impulso de adelantar al vehículo que iba delante. Pudo haberlo hecho con suma facilidad, como tantas veces. Con solo apretar la suela del zapato su coche habría salido disparado sin ningún peligro. Adelantar, siempre adelantar era su objetivo en todos los órdenes de la vida, pero en este viaje había decidido reducir la marcha para contemplar el paisaje. Por supuesto, otros coches que venían detrás le pedían paso y Miguel experimentaba un placer hasta entonces desconocido al poner el intermitente hacia la derecha para facilitarles la maniobra de adelantamiento. Algunos camioneros se lo agradecían con el claxon, otros automovilistas le insultaban de viva voz por ir tan despacio, pero Miguel contemplaba el campo de girasoles, o la colina peinada de verde por el trigo en primavera o simplemente se metía en sus pensamientos o conducía sin pensar en nada. Fue una sensación placentera, sin importancia, pero Miguel decidió aplicarla a la forma de vivir, hasta el punto que su futuro se dividió en dos, antes y después de aquel viaje.
Esta experiencia le llevó a asumir que no pasaba nada si admitía que había escritores que iban delante, que tenían más éxito, más premios, más talento, más reconocimiento oficial, más medallas, academias y otros honores. Todos los días, al mirarse al espejo para afeitarse, Miguel hacía un acto de humildad. Empezaba por reconocer la destrucción de su rostro. Era un viejo, sin más. Por todas partes la juventud constituía un glorioso paisaje que Miguel tenía que atravesar. Durante muchos años lo había hecho con cierto resentimiento, si bien al final acabó aceptándolo como un náufrago que llegaba todos los días a la orilla y se salvaba. Era evidente que su tiempo había pasado, pero todos estos jóvenes querían llegar a viejos y él ya ha llegado. Aquel deleite que un día sintió en la carretera al no adelantar a los coches de peores marcas que le precedían era el mismo que sentía ahora cuando algún escritor joven le pedía paso y Miguel ponía el intermitente hacia la derecha e incluso bajaba el cristal de la ventanilla y sacaba la mano para indicarle que tenía la vía expedita. Y por nada del mundo se le hubiera ocurrido entrar en competición.
Esta agradable sensación de quedarse atrás la aplicó a la cultura. Había dejado de leer la última novedad que salía a las librerías. Por nada del mundo volvería a hacer un sacrificio semejante de leer el Ulises de Joyce solo por poder decir que lo había leído. En principio se sintió liberado de tener que estar al corriente de lo que había que saber para opinar en las tertulias. Experimentaba gusto secreto cuando le preguntaban por la novela de moda y decía “no la he leído” o por la última película de éxito y decía “no la he visto”. Se había quedado en el cine negro y en la comedia americana, repetía con sorna. Había vendido y regalado gran parte de su biblioteca, que ahora se componía tan solo de 200 volúmenes imprescindibles. En su casa ya no entraba un libro más. Había decidido comenzar a releer todo lo que hasta entonces le había gustado. Los Ensayos de Montaigne fue el primer volumen que acudió al rescate. Al tomarlo en las manos sintió que tenía un poso ganado por el tiempo. Volvió a Crimen y castigo, a Guerra y paz, a Madame Bovary, a la Eneida, a las Odas de Horacio y por ahí todo seguido hacia los libros de aventuras que le recordaban su adolescencia, los de la colección Austral que le llevaban a la hamaca de los veranos de su juventud. Saborear un vino viejo le daba el mismo gusto. A veces, al caer de la tarde, leía unos tercetos de la Divina Comedia con los labios húmedos de su licor preferido.
Por otra parte, se sentía un ser analógico. Hacía ya tiempo que se había quedado atrás, a esta orilla del río digital. Se había convertido en un torpe que a cada hora reclamaba la ayuda de su hija o de sus nietas para que le sacaran del atolladero en que se había metido con el ordenador. Pero sabía que en esta parte del río había muchas cosas que aprender todavía de los perros, de los pájaros, de los insectos y de las nefastas pasiones de los humanos. Miguel sentía una armonía interior al quedarse atrás, donde estaban las cuatro estaciones del año con sus flores y sus frutos.
Cuando la ansiedad le hacía sentirse un fracasado o un escritor que no había llegado a la meta, para consolarse, Miguel siempre recordaba lo que había dicho Borges: “Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes”. En este estadio de su vida cultivaba la amistad de unos seres que se tomaban la vejez con ironía y los acompañaba en la conquista de pequeños placeres a los que tenían derecho. Nada de nostalgia, solo un poco de melancolía, como las gotas de angostura que impulsan hacia la perfección a los martinis secos.

































jueves, 20 de julio de 2023

De la falacia de que todos son iguales

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Coradino Vega, va de la falacia de que todos son iguales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Tenemos que hablar más de política
CORADINO VEGA
14 JUL 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Está pasando. Partamos del ascenso al poder de Alternativa para Alemania (AfD) en el distrito de Sonneberg. Se trata de un pequeño enclave rural situado en la región de Turingia, perteneciente en su día a la extinta República Democrática Alemana (RDA). Esa victoria de la ultraderecha confirma de nuevo la tesis que Géraldine Schwarz trató de demostrar en Los amnésicos, que es un libro fundamental para comprender la Europa del presente. Según la periodista francoalemana, los países que se han atrevido a hacer una confrontación honesta con su “pasado sucio”, por decirlo como José Álvarez Junco, han forjado una sociedad civil más fuerte, un sentido de la responsabilidad individual moral y un espíritu crítico en sus ciudadanos no solo favorecedores de la democracia, sino reactivos ante los hombres providenciales, los partidos que tratan de solucionar todos los problemas fácilmente, los discursos que incitan al odio contra un grupo y ante cualquier extremismo político. Es lo que hizo la antigua República Federal de Alemania (RFA), desde los primeros pasos ambivalentes de Konrad Adenauer hasta la reunificación, y siguió haciendo luego Alemania de una manera transversal, como demostró la firme oposición a la ultraderecha xenófoba de la excanciller Angela Merkel. Su partido conservador no tiene dudas a la hora de plantar cara a las bravuconerías de AfD, aun si eso conlleva colaborar con los poscomunistas de Die Linke: toda una educación sacada de la observación escrupulosa de uno de los ejemplos más logrados de manipulación y de ceguera colectiva, como fue el Tercer Reich.
Sin embargo, en aquellas regiones que permanecieron en la órbita soviética hasta 1989, ese “trabajo de memoria” del que habla Géraldine Schwarz comenzó tarde a causa de la exculpación llevada a cabo por las autoridades de la RDA, para quienes los nazis solo fueron los alemanes occidentales. En esos Länder, como ocurre también en países como Hungría o Polonia, es donde más está ascendiendo la extrema derecha. El blanqueamiento de Vichy, incluso por presidentes como François Mitterrand, que alimentó el mito de que toda Francia formó parte de la Resistencia, favoreció el crecimiento del partido que lidera actualmente Marine Le Pen. En Italia, la democracia cristiana dificultó desde su hegemonía tras la guerra la confrontación sincera con el fascismo, hasta el punto de que hablar hoy de Benito Mussolini en ese país se ha normalizado de tal forma que quienes lo han hecho con menos complejos ocupan los principales cargos del Gobierno. Calificar a posteriori la conducta de una población siempre es complicado, de ahí que Schwarz se centre sobre todo en la historia de su abuelo, que fue un integrante de la mayoría de alemanes que se dejaron llevar por la corriente, decidieron no solo mirar hacia otro lado sino incluso beneficiarse. Rigieron su comportamiento por una acumulación de pequeñas cegueras y cobardías con falta de perspectiva, y sin los cuales no se sostiene ninguna dictadura. Aunque nadie pueda exigirle a nadie que sea un héroe, y menos aún si juzgamos el pasado desde el presente, por muy opresivo que resulte un régimen, viene a decirnos Los amnésicos, uno siempre tiene una parte de elección y responsabilidad ineludible, puede resistir de manera gradual y no hacer lo que no se exige. Por eso resulta imprescindible comprender que a nosotros nos podría pasar lo mismo.
La Historia nunca se repite, las circunstancias siempre son otras, pero los mecanismos psicológicos del ser humano ante contextos en los que se recurre a la exaltación emocional siguen siendo los mismos. Respecto a España, nadie lo ha sabido explicar mejor que Antonio Cazorla en Miedo y progreso. Aunque millones de españoles de a pie vivieron bajo el férreo yugo del franquismo, aunque muchos optaron por el silencio y por bajar la cabeza y matarse a trabajar porque no podían hacer otra cosa, aunque la dictadura recurriese con la máxima crueldad a la represión y a la injusticia corrupta y a la mentira como mecanismo de control, una multitud de personas normales apoyó al régimen y vio en Franco el mejor garante del nuevo orden hasta el mismo día de su muerte. Esa duración es lo que diferencia a España del resto de Europa. Pero cuando ha habido un intento de hacer justicia a las víctimas del bando perdedor de la Guerra Civil y del franquismo, de reparar el olvido de las más de 100.000 personas enterradas en fosas comunes o en paradero desconocido, las dos veces que se ha aprobado una ley que, con todos sus errores o insuficiencias, ha sido el único paso que ha dado España por emprender un “trabajo de memoria” semejante al alemán, la reacción de la derecha ha sido tan virulenta que una de las primeras medidas en los pactos de gobierno firmados por el PP con Vox está siendo la eliminación, junto a las políticas de género y los carriles bici, de todo lo que tenga que ver con ello.
Al margen de la moda de la pulserita en la muñeca con la bandera de España y el “viva Franco” adolescente, una de las consignas que más está calando en los institutos y en los bachilleratos de adultos (donde muchos alumnos quieren ser militares, guardias civiles o policías nacionales), es la negación de la violencia machista: el sentimiento de persecución y ofensa que los varones dicen experimentar ante la “ideología de género”, como la llaman Vox y Fernando Savater. Ese es un fracaso de las fuerzas progresistas y del sistema educativo. Qué hemos estado haciendo mal para que los eslóganes, los bulos y los mensajes simplistas de Vox estén calando de esa forma entre el alumnado y las familias en buena parte de clases desfavorecidas. Un fallo en la manera de enseñar la Historia y de concienciar en la igualdad, pero también de la ciudadanía en su conjunto, que ha dejado de rebatir en público esos discursos y ha dimitido del debate y los argumentos. Uno de los grandes logros del franquismo fue que la sociedad cayese en la apatía política y el individualismo cínico. Tras el periodo de movilización social que fue la Transición, en cambio, hemos vuelto a la desgana miserable del “qué más da, si todos son iguales”, a no hablar de política, a callar ante los gritos inaceptables. Por eso, quienes conservamos la huella de aquellos años de esperanza y renacer democrático, ya sea desde el papel de los que intervinieron o de los que somos sus hijos, tenemos la obligación de no callar en los claustros de profesores, los centros de trabajo y los círculos de amigos. Tenemos el deber de alzar la voz, de contestar, de hablar alto y claro. El momento es grave. “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, nos sigue advirtiendo Luis Cernuda. Si no, solo sonarán las voces de los que más gritan, de quienes siempre han estado ahí o se les han acercado sin reparar en las consecuencias o asumiéndolas mientras hacen viñetas cómicas de la izquierda. ¿Dónde están, por ejemplo, la mayoría de escritores de mi generación? ¿Seguirán preocupados por sus ediciones, sus charlas literarias y clases de escritura creativa, ensimismados en su cambiante mundo de matices, promocionándose en sus redes sociales y hablando de política solo cuando afecta a sus problemas personales?
































[ARCHIVO DEL BLOG] La Shoa y el regreso de los ídolos. [Publicada el 05/08/2019]










El antisemitismo, señala Rafael Narbona, escritor y crítico literario, está en la raíz de la cultura occidental, pues según el relato del evangelio de Mateo, cuando Poncio Pilatos defendió la inocencia de Jesús, el pueblo judío gritó: «¡Que su sangre caiga sobre nuestras cabezas y la de nuestros hijos!» (27, 25). Los historiadores estiman que el relato bíblico exculpa a Pilatos por razones políticas, no por fidelidad a los hechos. Es improbable que el prefecto romano experimentara problemas de conciencia por la suerte de un rabino judío. Simplemente, la comunidad que escribió el evangelio de Mateo evitó la confrontación con el imperio, preparando el terreno para introducir el cristianismo en la civilización romana. Raul Hilberg, el autor del estudio más concienzudo sobre la Shoah (La destrucción de los judíos europeos, 1961), sostiene que el antisemitismo se divide en tres etapas: la conversión forzosa, el confinamiento en guetos y la liquidación física. El nazismo eludió el primer paso y consideró insuficiente el segundo. El Reichsführer Heinrich Himmler ordenó «acabar hasta con la última abuela judía y pisotear a los niños de cuna como sapos venenosos».
Apoyados por las milicias fascistas locales, las fuerzas del Tercer Reich superaron la crueldad de los pogromos que hasta entonces habían enturbiado la historia de Europa. En Amos de la muerte. Los SS Einsatzgruppen y el origen del Holocausto (2003), el historiador Richard Rhodes explica que los alemanes obligaban a los adultos a amontonarse unos sobre otros en las fosas para recibir un tiro en la nuca. Este método implicaba que –salvo los que morían en primer lugar– las víctimas se tumbaban sobre un cadáver o un cuerpo agonizante antes de ser asesinadas a sangre fría. Los SS llamaban a este procedimiento Sardinenpackung. Después de emplear reiteradamente el Sardinenpackung, los nazis advirtieron que los niños más pequeños sobrevivían, pues el cuerpo de sus madres actuaba como parapeto. Por eso, en el hospital de maternidad de Vinnitsa, metieron a los recién nacidos en sacos y los arrojaron a la calle desde las ventanas. A veces, golpeaban violentamente el saco contra una pared antes de lanzarlo al vacío. ¿Cómo es posible llegar hasta grado de sadismo, suprimiendo cualquier forma de compasión? Richard Rhodes emplea los argumentos de la antropóloga francesa Noëlie Vialles para explicar cómo los ejecutores de la Shoah pudieron inmunizarse al dolor de sus víctimas. En su ensayo Animal to Edible (1994), Vialles afirma que los mataderos industriales y los campos de exterminio nazis funcionan de manera similar, dividiendo el trabajo para diluir la responsabilidad y disipar cualquier objeción moral.
El primer matadero industrial se inauguró en Chicago y los nazis lo visitaron para copiar sus innovaciones. El 15 de agosto de 1941, el Reichsführer Himmler contempló por primera vez en Minks (Bielorrusia) el fusilamiento de un centenar de partisanos y judíos. Según los testimonios de Erich von dem Bach-Zelewski, un alto mando de las SS, la experiencia resultó traumática. Primero, detuvo la ejecución para comprobar si un joven alto, rubio y de ojos azules era realmente judío. Cuando el infortunado le confirmó que era judío, al igual que sus padres y abuelos, Himmler dio una patada en el suelo y exclamó que en ese caso ni siquiera él podía evitar su muerte. El pelotón, compuesto por doce hombres, disparó a continuación, pero dos mujeres no murieron en el acto. Malheridas, gimoteaban en la fosa. Descompuesto, Himmler se dirigió al jefe del pelotón y gritó: «¡No torturéis a esas mujeres! ¡Disparad! ¡Daos prisa y matadlas!» Otto Bradfisch, jefe del Einsatzkommando 8 de los Einsatzgruppen B, contó durante su juicio por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad que Himmler reunió a los oficiales después de la matanza y les dijo que su trabajo era ciertamente repugnante, pero que se limitaban a limpiar el mundo de seres indeseables e inútiles.
Las cámaras de gas comenzaron a utilizarse en la primavera de 1941 para liberar a los ejecutores de la Shoah de la ingrata experiencia de abatir a balazos a mujeres, niños y ancianos. En Chelmno, Sobibor y Treblinka se empleó monóxido de carbono y sólo en Auschwitz se recurrió al Zyklon B, ácido cianhídrico que al contacto con el agua produce cianuro de hidrógeno gaseoso. Fabricado como insecticida por IG Farben (un complejo de empresas farmacéuticas que incluye a la famosa Bayer), se consideró idóneo para el exterminio de seres humanos por su poder altamente tóxico. Una tonelada del producto puede matar a veinticinco mil personas. El 17 y 18 de julio de 1942, Himmler visitó Auschwitz. Durante la mañana del primer día, observó por la mirilla de una cámara de gas el asesinato de varios centenares de deportados, sin mostrar ninguna clase de repugnancia o espanto moral. Esa misma tarde, se marchó a una taberna con Rudolf Höss, comandante del campo y el Gauleiter local, acompañados de sus respectivas esposas. Bebieron vino y celebraron los éxitos de Alemania en su guerra contra los judíos y los bolcheviques.
Las cámaras de gas fueron la «solución humanitaria» al exterminio mediante pelotones de fusilamiento. «Nunca seremos duros o despiadados cuando no sea necesario», afirmó Himmler el 4 de octubre de 1943 en la conferencia anual de altos mandos de las SS: «Muchos de vosotros sabéis qué significa contemplar montañas de cadáveres y no perder la decencia. Es una página gloriosa de nuestra historia, nunca escrita, y que no debe escribirse [...]. Hemos cumplido esta pesada tarea por amor a nuestro pueblo. Y no hemos dañado nuestro ser interior, nuestra alma, ni, en consecuencia, nuestro carácter». Las palabras altisonantes de Himmler mencionando la decencia resultan particularmente grotescas, pues todas las fuentes históricas señalan que las matanzas estuvieron acompañadas de corrupción a todos los niveles. Incluido el propio Himmler, todos los miembros de las SS robaron sistemáticamente los bienes de las familias judías asesinadas: oro, joyas, obras de arte. La mentalidad perversa de Himmler se refleja en su colección privada de muebles realizados con restos humanos. De hecho, poseía varios ejemplares del Mein Kampf con cubiertas de piel procedentes de la espalda de judíos asesinados en Dachau. Al final de la guerra, Himmler pensó que los aliados aprovecharían su experiencia policial y le encargarían velar por la seguridad en la Alemania de la posguerra. Una de sus preocupaciones era averiguar si sería más oportuno saludar al general Eisenhower con un apretón de manos o con el brazo en alto. Hitler lo destituyó de todos sus cargos cuando descubrió que negociaba su salvación personal con las fuerzas aliadas. Aunque se afeitó el bigote y se colocó un parche sobre el ojo izquierdo, fue reconocido en un control británico entre Hamburgo y Bremen. Mientras un médico lo examinaba, se suicidó, mordiendo la capsula de cianuro que había escondido en sus dientes. Sus restos fueron enterrados en una tumba anónima.
Hannah Arendt escogió a Adolf Eichmann para ilustrar la banalidad del mal. Himmler tenía muchas cosas en común con Eichmann. Hijo de un maestro, se educó en un ambiente estricto, donde se aplicaba el castigo físico para corregir cualquier gesto de rebeldía o indisciplina. Durante sus años de universidad, Himmler se apuntó a una asociación estudiantil y participó en un par de duelos con sable, que le ocasionaron heridas en la cabeza. Su trayectoria no es insólita, sino previsible en un alemán de su tiempo y su clase social. No era un hombre especialmente violento, pero sí un cobarde que se adaptó perfectamente a la rutina del «asesino de despacho». Richard Rhodes menciona que recriminaba a sus compañeros de partido su afición por la caza, afirmando que matar a un ciervo era «un simple asesinato». No debe confundirse esa observación con hipocresía o con una sensibilidad deformada, sino con el horror de la clase media hacia las formas más cruentas e inmediatas de violencia. En 1835, las leyes inglesas establecían nuevas formas de sacrificio de los animales para disminuir su sufrimiento y evitar la degradación moral de los matarifes, que hasta entonces trabajaban en el centro de los pueblos, ofreciendo un espectáculo que recordaba las ejecuciones medievales ante una chusma eufórica. Hitler intentó aplicar el mismo criterio en el exterminio de los presuntos enemigos del Reich. Noëlie Vialles describe el proceso psicológico que permite el funcionamiento de los mataderos industriales: «Los trabajadores afirman a menudo que “cuando te acostumbras, lo haces como harías cualquier otra cosa”. Ese vacío en el pensamiento y esa falta de identificación con la tarea que uno realiza, que en cualquier sitio se consideran características negativas del trabajo de la producción en cadena, constituyen aquí, por el contrario, un prerrequisito para “acostumbrarte a ello”».
La Shoah es la hora más negra de la historia de Europa. Constituye el apogeo de un irracionalismo que se rebela contra la herencia ilustrada y liberal. ¿Podría repetirse? Primo Levi sostenía que sí, que el horror acontecido había producido un largo eco, capaz de propiciar aberraciones similares. El bien es frágil e inestable. En los sótanos de la condición humana, siguen agitándose los espectros más dañinos: la voluntad de poder, el odio al diferente, el egoísmo primario, el espíritu gregario, la nostalgia de un padre omnipotente. De esos impulsos brotan las doctrinas más destructivas: nacionalismo, religión, racismo, totalitarismo. Asistimos a un renacimiento de esos fenómenos. Sólo la razón puede contener unas creencias que han desencadenado las peores tragedias. La sensación de vacío que ha producido la feliz caída de las ideologías no es una invitación a dar un paso atrás, sino un estímulo para culminar el proyecto de una Europa de ciudadanos, donde el miedo a la libertad deje paso a la responsabilidad y la solidaridad. «No debemos ponernos al lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen», escribió Albert Camus. No se trata de una simple frase, sino del horizonte ético que apunta hacia un porvenir en el que Auschwitz ya no será posible. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt