martes, 20 de septiembre de 2022

De la escasa valoración de los partidos políticos

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la nula valoración de sus partidos políticos por parte de los españoles. Y es que, como dice en ella el periodista Andrea Rizzi, los datos del último Eurobarómetro inciden en una situación que por el hecho de no ser novedosa no puede conducir a ser olvidada. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





¿Los partidos políticos peor valorados de la UE?: Los españoles
ANDREA RIZZI
17 SEPT 2022 - El País

Los ciudadanos de los distintos Estados miembros de la UE tienen por lo general un nivel de confianza bastante bajo en los partidos políticos de sus países, y las españolas son las formaciones que concitan el grado más ínfimo de todas, según el Eurobarómetro número 97 publicado este septiembre con datos recogidos en junio y julio. Solo un 8% de los encuestados tiende a confiar en ellos, frente a una media del 21% en el conjunto de la UE. Los resultados españoles, además de nefastos, son endémicos, y sus grupos políticos compiten habitualmente por el triste cetro de peor valorados por la ciudadanía a la que se dirigen con un puñado de otros países mediterráneos, como Grecia (9% de confianza en esta ola, prácticamente empate técnico en la cola), o del Este de Europa y de la región báltica. El que esta situación no sea una novedad no puede conducir a olvidarla.
Las causas son notorias. Abundantes casos de corrupción, episodios de transfuguismo, gran entrega al vicio de la descalificación recíproca, capacidad dialéctica por lo general de escaso vuelo, parlamentarios muy subyugados a la voluntad de las sedes centrales por la vía de un sistema electoral que favorece ese tipo de relación, débil capacidad de atracción de talentos en un entorno vitriólico y retribuido de forma más contenida que en otros países, entre otros factores. Tanto la confianza en el Gobierno como en el Parlamento españoles también son muy bajas (23% y 20%), inferiores a la media europea y situadas en el furgón de cola de la UE, aunque no en la última posición.
Cada ciudadano tendrá su idea de cuáles entre los factores de descrédito de los partidos son los más graves y, por supuesto, de a quién atribuir en mayor o menor medida las responsabilidades. Pero los datos del Eurobarómetro en este apartado, tan negativos y constantes desde hace mucho tiempo, y los de otros estudios en la misma línea —por ejemplo del Pew Center— convocan a una reflexión colectiva, sistémica.
Una clave de lectura que posiblemente tenga un peso relevante es el grado de disposición a interactuar entre ellos con altura de miras en el superior interés de la colectividad. Entre los países en los que los partidos cosechan un nivel de confianza superior a la media destacan muchos con un largo historial de políticas de búsqueda de compromiso, pragmatismo y coaliciones de amplio respiro, como Finlandia, Países Bajos, Austria o Alemania. Naturalmente, en la valoración de los partidos influyen muchos factores, algunos sistémicos, como la prosperidad general del país, pero es razonable pensar que una actitud constructiva, dialogante y respetuosa desempeñe un papel de peso.
Y es muy probable que lo haga también en la positiva valoración que cosechan las instituciones europeas. Un 49% tiende a confiar en la UE en general, y en el caso del Parlamento Europeo el índice llega al 52%. No siempre fue así. En la década pasada hubo periodos en los que los indicadores rondaban el 30%. Las crisis que sacuden el mundo evidencian cada vez más que, para los países miembros, la UE es la mejor plataforma desde donde afrontarlas. Pero si no hubiese habido respuestas eficaces construidas sobre actitudes cooperativas desde posiciones políticas de distinto signo difícilmente se habría producido esa considerable remontada.
La UE está construyendo castillos necesarios e impensables hasta hace poco —como la emisión de deuda común, o la acción comunitaria en materia de sanidad y energía— en una complejísima interacción entre capitales, instituciones y familias políticas. No hay por qué resignarse, pues. Se pueden hacer grandes cosas y remontar 20 puntos en la confianza ciudadana estando a la altura de las circunstancias. Lo mismo vale para los medios españoles, que con un 28% de confianza ciudadana andan también en el furgón de cola de la UE, 10 puntos por debajo de la media europea.




















domingo, 18 de septiembre de 2022

De las redes sociales

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la comparecencia en las redes sociales, porque como dice en ella el escritor Jordi Soler, hoy, perece quien no comparece en internet para manifestar una idea u ocurrencia, para presumir de las cosas que mejor apuntalen su careta, confeccionada a partir de aquello que exhibimos en las redes sociales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






La máscara
JORDI SOLER
14 SEPT 2022 - El País

“Quien no parece, perece”. Esta sentencia de Quevedo podría ser un aviso para los habitantes del siglo XXI, a propósito de ese vasto instrumental que hoy tenemos a nuestra disposición para parecer lo que no somos.
Para no perecer hay que parecer, de acuerdo con la sentencia de Quevedo, aunque en nuestro tiempo, para parecer haya que recurrir a la máscara, que hoy es fundamentalmente electrónica.
Si ajustamos, respetuosamente, la sentencia del poeta a la partitura contemporánea y a la idea de la máscara electrónica, diríamos: quien no comparece, perece.
Comparecer es salir en la Red a manifestar una idea, a soltar una ocurrencia, a presumir de algo que se posee, estatus, un objeto, una situación envidiable en el espacio, las cosas que mejor apuntalen nuestra máscara, que está confeccionada a partir de aquello que exhibimos en Instagram, en Twitter, en Facebook o en TikTok, y que no se ajustan necesariamente a la realidad, no son propiamente el reflejo de lo que somos, sino de lo que quisiéramos ser o, para cerrar el círculo quevedesco: de lo que queremos parecer.
Cerrado el círculo, abramos otro, del mismo Quevedo, para ir redondeando la idea de esa máscara que exhibimos con total desparpajo, con este adagio que es una de sus migajas sentenciosas: “Tanto mal causa parecer malo como serlo”.
De tanto querer parecer, acabamos siendo, nos viene a decir el poeta y también sugiere que no es en absoluto baladí ese maquillaje que nos hacemos en la red social, esa máscara, porque tiene consecuencias en la vida tridimensional que no es, por cierto, ni tan interesante, ni tan colorida, ni tan feliz como aparece en las pantallas.
Para este diferencial entre lo que somos y lo que pretendemos ser, lo que parecemos cuando comparecemos en la Red, Quevedo nos ofrece, en su libro Providencia de Dios, otro correctivo: “No es grande la hormiga por estar sobre un monte”. Adecuemos a nuestro tema esta imagen, hilarante si se piensa en la tierna ingenuidad de la hormiga, en sus ínfulas: el monte es la red social y la hormiga, dicho esto de manera comedida, somos nosotros.
Cuando el ciudadano de este milenio se pregunta, en la orilla misma del precipicio, ¿me apunto a una red social?, ¿con cuál máscara comparezco?, ¿quién digo que soy?, lo mejor que puede hacer es masticar muy bien esta otra sentencia de Quevedo, la última antes de recurrir a otra fuente, para seguir hurgando en el asunto de esa máscara que últimamente nos define: “Nada se ha de mostrar menos que lo que se desea más”.
Los antiguos griegos tenían una palabra que nosotros tendríamos que adoptar como talismán, como salvavidas, quizá sería mejor decir. La palabra, que es en realidad una fórmula para vivir mejor la vida y, de paso, evitar la tentación de enmascararnos es diké. Hay que vivir orientados por la diké, es decir, conforme a nuestra propia naturaleza. La diké, que es parienta del Tao chino, te invita a ser quien eres con todas tus singularidades; de esta forma se vive más ordenadamente, de acuerdo con lo que se es, y no con la máscara que nos hace parecer lo que no somos.
Regresemos a hurgar en la Red, que es el sitio donde nuestro siglo se exacerba, donde tiene lugar ese flagrante baile de máscaras en el que se comparece pareciendo lo que no se es.
En Instagram la gente, normalmente, es lo que no es. Ahí todos comparecen en situaciones idílicas, son felices y hasta podría pensarse que basta ponerte ahí para que el destino te sonría. En Twitter, por poner otro ejemplo, la gente tampoco es lo que es: los usuarios son más listos, más bravos, más valientes y respondones: llevan máscara; son como no son en el mundo tridimensional.
Pero esto no es nada nuevo, los individuos de nuestra especie han tenido desde siempre la tentación de ser lo que no son, ya lo decía Albert Camus en sus geniales Carnets: “El hombre es el único animal que se opone a ser lo que es”. No es nada nuevo pero la escala y la perspectiva son radicalmente distintas: las redes sociales son ubicuas, omnipresentes, y nos orillan, porque de eso se trata, a comparecer enmascarados en la pantalla.
El fenómeno seguirá escalando con la inminente llegada del metaverso, donde tendremos un mundo completo, con sus objetos, sus aparatos y sus vestidos, sus amores y sus afectos en el que podremos ser lo que no somos las 24 horas del día.
Ser lo que no eres es mucho más complicado y fatigoso que ser lo que eres, ahí está la sabiduría de la diké, que nos invita a despojarnos de la máscara. Ser lo que no somos implica desconocernos y esto, además de despreciar a la estimable diké, va en contra del primer mandamiento de la filosofía, y de la buena vida en general, que es, como ustedes bien sabrán, conócete a ti mismo.




















sábado, 17 de septiembre de 2022

Del negacionismo frívolo

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del negacionismo esteticista y frívolo, porque como dice en ella la socióloga Cristina Monge, el reto del cambio climático es de tal calibre que necesitamos del mejor conocimiento disponible, y en ese sentido, bienvenidas sean las críticas si obligan a revisar cada conclusión, pero quienes las hagan deben ser conscientes de todas las evidencias acumuladas y huir de cualquier frivolidad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Qué difícil es ser negacionista
CRISTINA MONGE
14 SEPT 2022 - El País

La lectura de la última columna de Fernando Savater, titulada Negacionistas, me llevó a pensar que hacen bien los intelectuales y analistas en cuestionar los consensos sociales y científicos. ¿Cuál, si no, es su razón de ser? Por mucho que en España en junio, julio y agosto las olas de calor se hayan extendido durante 42 días —siete veces más que el promedio calculado entre 1980 y 2010—, que la superficie quemada por incendios de sexta generación relacionados con el cambio climático superase ya a mediados de agosto la suma de la calcinada en los cuatro años anteriores juntos, o que la sequía esté desecando humedales, vaciando acuíferos, arruinando cosechas y dejando a poblaciones sin agua para beber siquiera, pese a todo ello, es importante pensar más allá de las evidencias y hacerlo con espíritu crítico.
La dificultad estriba en hacerlo con el rigor suficiente para que el conocimiento avance, dado que en la comunidad científica este es un debate prácticamente zanjado después de 50 años acumulando evidencias y discutiendo resultados. De lo contrario se corre el peligro de caer en la frivolidad. Algo de esto está pasando con algunos ilustres pensadores que, o bien por desconocimiento de la materia o por necesitar de eso que Bourdieu llamó la distinción, defienden una posición diferente a lo que el consenso científico avala, en especial en lo referente al cambio climático.
El primer problema que tienen hoy los negacionistas del cambio climático es encontrar autores de referencia y prestigio en quienes apoyar su argumentación. Como no abundan, a menudo tienen que recurrir a expertos con escasa o nula autoridad científica, a los que dibujan como los auténticos sabios independientes que se atreven a desvelar las verdades que nadie dice. Esto es lo que ha ocurrido, sin ir más lejos, con Steven E. Koonin, al que Savater alude como autoridad en la materia. Exdirector científico de la petrolera BP y colaborador de Obama —con escaso éxito si se observan las políticas del expresidente— , su último libro, Unsettled?, se ha convertido en referencia de trumpistas, a la par que ha sido ampliamente criticado por destacados científicos, que lo acusan de carecer del rigor necesario.
Otra de las dificultades de los negacionistas es articular su crítica con datos sin confundir conceptos básicos. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se señala un momento pasado con temperaturas muy altas como supuesta prueba de que no existe un progresivo calentamiento. Que se diga, sin mostrar registro alguno, que en San Sebastián en 1947 un día llegaron a los 53 grados no significa nada. En primer lugar, porque los registros más altos de la Aemet para toda España muestran un récord de 47,6º el 14 de agosto de 2021 en La Rambla (Córdoba) y para San Sebastián de 39,7º en la estación de Igeldo y 42,7º en la de Hondarribia, ambos este verano. Y, en segundo lugar, porque, aunque un día se hubieran dado registros en Miraconcha de 53 grados, eso sería un episodio aislado sin más trascendencia.
Como toda disciplina, la ciencia del clima trabaja con conceptos precisos, como la diferencia entre “tiempo” y “clima”. Mientras que el “tiempo” hace referencia a las condiciones meteorológicas de un momento dado, el “clima” alude a su evolución temporal mediante la utilización de decenas de millones de datos estadísticos obtenidos desde hace décadas, procedentes de miles de centros de observación y seguimiento en continentes, mares, polos y atmósfera. Es esto último lo que está cambiando a marchas forzadas y con ello llegan toda una serie de efectos encadenados, como muestra el informe de un grupo de científicos encabezados por David I. Armstrong y recientemente publicado en Science (tras sus correspondientes revisiones por expertos de la disciplina), en el que se advierte de que estamos cerca de sobrepasar puntos de inflexión climática como el colapso de la capa de hielo en Groenlandia y la Antártida Occidental, la pérdida del permafrost, la muerte masiva de los corales tropicales y el colapso de las corrientes en el mar de Labrador.
No es fácil tampoco para los negacionistas ni los escépticos entender cómo hacer prospectiva con fenómenos complejos trabajando con escenarios y probabilidades. El estudio de lo ocurrido ha permitido a centenares de científicos constatar que el calentamiento global se está acelerando, con un incremento ya de 1,1º de media en el planeta, más de 2º en Europa y 1,7º en España. Cuando la ciencia del clima tiene que proyectar lo que puede pasar en el futuro, tiene que trabajar sobre rangos de incertidumbre; de ahí los escenarios. No obstante, los modelos que se elaboraron hace 40 y 50 años fueron considerablemente certeros, y en ocasiones incluso se quedaron cortos.
Tras años de estudio, la conclusión clara y contundente de alrededor del 97% de la comunidad científica —este consenso hoy rotundo no siempre fue así— es el reconocimiento “inequívoco”, en palabras del IPCC, de que la humanidad “ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra”. Y añade, por vez primera, de forma tajante: “El cambio climático inducido por el hombre ya está afectando a muchos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos en todas las regiones del mundo. La evidencia de los cambios observados en extremos como olas de calor, fuertes precipitaciones, sequías y ciclones tropicales, y, en particular, su atribución a la influencia humana se ha fortalecido desde el AR5 [el informe de 2013]”.
Las dificultades de los negacionistas crecen cuando se trata de considerar las repercusiones económicas, sociales y políticas del cambio climático, que también las hay. Como es sabido, además de por sentido común por informes de los más variados organismos internacionales, ONG e institutos de análisis económico, los países más pobres, que son los que menos han contribuido al cambio climático, son también quienes menos recursos tienen para hacerle frente y más dependientes son del medio natural, lo que les hace sufrir las consecuencias de forma más cruda. Pero incluso en el industrializado y confortable Occidente no tienen los mismos instrumentos para afrontar las temperaturas extremas quienes viven en casas con buenos aislamientos y pueden encender sin más preocupación el aire acondicionado o la calefacción que los cuatro millones y medio de personas que se calcula que viven en pobreza energética en España. ¿Qué hacer ante un fenómeno de esta magnitud? Se puede optar por dejar que el mercado resuelva, se puede elegir plantear políticas de decrecimiento o diseñar estrategias de transición justa. Se puede y se debe —¡ya urge!— debatir todas las opciones posibles, salvo una: decir que ya nos adaptaremos a lo que venga sin describir cómo evitar el desastre, la injusticia y el incremento de desigualdad que el cambio climático lleva aparejado. Hoy hay evidencia suficiente para constatar que ese fenómeno producido por el modelo de desarrollo vigente lo cambia todo, compromete las condiciones biofísicas en las que se desenvuelve la vida en el planeta y acarrea pobreza e injusticia, a la par que tensiona a las sociedades y pone en jaque algunos de los elementos básicos de las democracias liberales.
El reto que supone hacer frente al cambio climático es de tal magnitud que necesitamos de los mejores conocimientos disponibles de todas las disciplinas trabajando juntas. Bienvenidas sean las críticas y los cuestionamientos si obligan a considerar cada uno de los consensos, a matizar cada afirmación y a revisar cada conclusión con el objetivo de mejorar el conocimiento y su tratamiento. Ahora bien, necesitamos que quienes lo hagan sean conscientes de todas las evidencias ya acumuladas, a partir del mínimo conocimiento exigible, el máximo rigor y, sobre todo, huyendo de cualquier atisbo de frivolidad.























De la supervivencia de las monarquías

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la supervivencia de las monarquías, porque como dice en ella el politólogo Víctor Lapuente, han rodado tantas cabezas coronadas (a veces, literalmente), que las que han sobrevivido han desarrollado una particular inmunidad, basada en el principio de minimizar el poder de los reyes y maximizar su simbolismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Sangría azul
VÍCTOR LAPUENTE
13 SEPT 2022 - El País

La muerte de la reina de Inglaterra ha resucitado a las monarquías. Los reyes y reinas vivieron un saeculum horribilis: en 1900 había monarcas rigiendo los destinos, a menudo con puño de hierro, de 150 países en el mundo, pero a principios de este siglo apenas quedaban una cuarentena y, por lo general, con una potestad más ceremonial que real. Sin embargo, en la actualidad las monarquías apenas caen. La sangría azul se ha detenido. ¿Por qué?
Precisamente porque han rodado tantas cabezas coronadas (a veces, literalmente), que las que han sobrevivido han desarrollado una particular inmunidad, basada en el principio de minimizar el poder de los reyes y maximizar su simbolismo. Cuanto más alejada está la Corona de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, mayores son sus opciones de perpetuarse en una sociedad democrática. No es que el rey o la reina estén por encima de la lucha política, como ocurría antaño, o como todavía defienden quienes exigen a Felipe VI una interpretación militante de la prescripció
n constitucional de que el monarca “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”. Más bien, deben estar al lado de la disputa partidista, sin que parezca que ayudan a un favorito. Y aquí hay margen de mejora en España, donde podemos distanciar más al monarca del proceso de investidura, tal y como recomienda el experto Ignacio Molina. De esta manera, evitaríamos repetir escenas que, desgraciadamente, serán más frecuentes en nuestra política fragmentada: ¿A quién debe llamar el rey para formar Gobierno? ¿Al líder de la lista más votada o a quien supuestamente tiene mejores apoyos parlamentarios?
Hay dos caminos para alcanzar el sano alejamiento de la Corona y la política: la Constitución o la tradición. En España, Japón o Suecia, la Constitución delimita tanto el papel del rey, que hemos alcanzado lo que el jurista Göran Rollnert Liern llama el “último estadio evolutivo de las monarquías”. Al contrario, la Corona británica retiene un poder teórico inmenso, en el ejecutivo, legislativo y judicial, amén de la Iglesia, pero la práctica tradicional lo ha constreñido. Eso parece una desventaja inicial para la monarquía británica: todo depende más de la persona y, vamos, Carlos III no atesora la destreza de Isabel II. Pero esconde una ventaja: la tradición siempre es más resistente que la Constitución.