miércoles, 14 de septiembre de 2022

De los titulares de prensa

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los titulares de prensa, porque como dice en ella la catedrática de Filología, Lola Pons, si desequilibramos su peso y nos quedamos solo en su lectura, sin sumergirnos a nadar en el cuerpo, estaremos propiciando una prensa llena de textos que podrían ser meros rellenos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







‘Lorem ipsum’
LOLA PONS RODRÍGUEZ
09 SEPT 2022 - El País

Es una cadena de palabras bastante común, la vemos muy frecuentemente pero nadie se detiene en ella. No significa nada. La frase fue generada por los impresores del siglo XVI recortando letras a una sentencia de Cicerón que hicieron, a un tiempo, incomprensible y célebre. La frase era “neque porro quisquam est qui dolorem ipsum quia dolor sit amet, consectetur, adipisci velit” (o sea, tampoco hay nadie que ame, persiga y quiera alcanzar el dolor mismo porque sea dolor) y es el origen de “lorem ipsum dolor sit amet”, la cadena de caracteres que emplean los diseñadores gráficos para rellenar blancos si quieren mostrar cómo queda un formato o un tipo de letra antes de insertar el texto definitivo. Lorem ipsum, repetido cuantiosas veces, está en muchas webs en formación, en borradores de carteles y en propuestas de portadas.
Nadie compraría un libro lleno de páginas con ese mensaje ni se informaría en un medio que contuviera esta cadena ininteligible de palabras vacías, pero no es disparate prever un futuro lleno de lorem ipsum si atendemos a nuestro comportamiento lector de los últimos años. Como consumidores de textos y alentados por las empresas que someten sus contenidos al tráfico de internet, tendemos a navegar por la Red al ritmo de atracción y sugerencia que nos dan los titulares, a veces sin clicar para ver el interior de los textos, a veces surfeando por ellos, leyendo en diagonal, sin que la ola de palabras nos roce apenas.
Que el título suponga un importante elemento en nuestra atención como lectores o que incluso pese sobre nuestra forma de interpretar los textos que están bajo él es un fenómeno propio de la sociedad moderna, completamente distinto y novedoso respecto a la forma de leer que tenían nuestros antepasados. En la Edad Media, los libros, entonces no impresos sino manuscritos, carecían de título, aunque sí tenían por lo general en su primera frase un aviso de su forma textual y de su contenido: aquí empiezan las coplas..., principia el libro de..., este es el tratado sobre... Los modernos historiadores de la cultura fueron, de hecho, poniéndoles título a las viejas obras medievales: en 1898 Ramón Menéndez Pidal llamó Libro de buen amor a los versos alcahuetes y faltones de un arcipreste del siglo XIV que nos regaló una gran obra literaria; el Poema de mio Cid, cuya primera página está perdida, empieza con un verso (“de los sus ojos tan fuertemente llorando”) impactante e inesperado, pero nos queda la intriga de cuál sería su verdadero inicio.
Hoy tenemos títulos por la acción de la imprenta, que generalizó el uso de portadas, grabados y rótulos en las páginas de los libros y terminó haciendo sistemática la práctica de titular. Un efecto interesante de la popularización de la prensa en el siglo XIX fue la convivencia de distintos títulos dentro de una misma plana. Los titulares se hicieron tan importantes que se convirtieron casi en un epítome de los medios de comunicación: “lo dicen los titulares”, señalamos, para significar que algo lo dicen los medios, ni siquiera solo la prensa.
Paradójicamente, los primeros periódicos no eran abundantes en titulares, incluso contenían noticias o apartados sin título. Las cosas han cambiado mucho: el hipertexto, la lectura en línea, ha dado lugar a la absoluta obligatoriedad técnica del titular. En este nuevo orden, el titular es tan importante que para muchos lectores y gestores es lo único importante, de manera que parecemos estar derivando en una conversión de lo escrito en mero relleno de los titulares, en lorem ipsum inevitables que son encabezados por el titular al que se concede el privilegio del tamaño y la exclusividad de nuestra atención. En la era actual, eso que llaman clickbait no nos habla ya de textos sino de contenidos, apartados de la exigencia discursiva de coherencia y globalidad que se reclama a un texto frente a la polimorfia que se puede permitir a unos contenidos; no se habla de leer sino de clicar.
Es normal que un diseñador gráfico considere el texto como un relleno: preocupado por el aspecto final, por el encuadre de los títulos, tiene a las palabras como una mancha de caracteres que disponer. Pero si desequilibramos en la prensa el peso de los titulares y como lectores nos quedamos en su lectura, sin sumergirnos a nadar en el cuerpo, estaremos propiciando una prensa llena de textos que podrían ser meros rellenos.
Los titulares llamativos son como bañistas de pie en el agua, braceando para captar la atención de los lectores que estamos en la costa y que no podemos ver la desigual hondura de cada parte de la playa. Para comprobar la profundidad, los lectores tendríamos que zambullirnos, nadar y esclarecer si esa llamada de atención que era el titular nos ha llevado a un olvidable baño de relleno y lorem ipsum o a un texto honesto, controvertible pero riguroso en intencionalidad y datos.
No he dicho, por cierto, que esa frase de Cicerón de donde sale el galimatías del lorem ipsum procede de la obra Sobre los límites del bien y del mal (De finibus bonorum et malorum). Y ese es el reto: ponernos límites como lectores ante lo que vacuamente pretende llamar nuestra atención.


















martes, 13 de septiembre de 2022

De la violencia contra las mujeres

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la violencia contra las mujeres, porque como dice en ella la profesora de Ciencias Sociales, Cira Box, más allá de la literalidad de la ley de libertad sexual, que se popularice entre las jóvenes el concepto de que “solo sí es sí” es suficiente para poner en marcha el cambio de paradigma en las relaciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Palabras que transforman y liberan
ZIRA BOX
08 SEPT 2022 - El País

En El invencible verano de Liliana, el libro dedicado a su hermana asesinada por su expareja cuando tan solo tenía 20 años, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza planteaba el peligro de la falta de palabras y discursos para reconocer la violencia. En un país, escribía, “donde, hasta hace poco, incluso la música popular ensalzaba a los hombres que, en arrebatos de celos o la menor provocación, asesinaban a mujeres, producir ese lenguaje ha sido una lucha heroica”. Rivera Garza se refería al término feminicidio, inexistente cuando su hermana menor moría en 1990 a manos del que había sido su novio desde la adolescencia, y a cómo esta incapacidad de poder nombrar les había impedido, no solo a Liliana, sino también a todos los que la rodeaban, dos cosas fundamentales: detectar un riesgo que terminó siendo mortal y reivindicar que no, que la culpa no había sido de una joven libre y autónoma disfrutando de sus años universitarios en la Ciudad de México, sino de un depredador posesivo que sintió la amenaza de su libertad.
Producir un lenguaje preciso, inventar nuevas palabras o popularizar ciertas consignas ha ayudado a que miles de mujeres sepamos nombrar lo que son delitos y a ponernos alerta ante situaciones de inseguridad. Pero también a entender que lo que nos pasa —el temor que sentimos solas por la noche o la incomodidad amenazante que nos produce la mirada persistente de un desconocido, por ejemplo— no son emociones aisladas e individuales de las que potencialmente tengamos que sentirnos avergonzadas, sino que forman parte de un mundo repleto de desigualdad. Y eso, como escribió Rebecca Solnit en uno de los textos recopilados en su conocido Los hombres me explican cosas, es poder, porque tener términos para poner nombres a ciertas realidades —la escritora norteamericana se refería al de “cultura de la violación”— nos permite comprender que determinadas cosas no son anomalías o individualidades, sino que tienen que ver con las estructuras culturales que sustentan el machismo. Redefinir el mundo con lenguaje, proseguía Solnit, es el primer paso para poder cambiarlo, así que no deberíamos dejar que se considere como una nimiedad.
Las reflexiones anteriores me vienen a la cabeza a raíz de la reciente aprobación de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual. La nueva norma implica, como se sabe, un nuevo enfoque jurídico y un cambio de paradigma a la hora de considerar las agresiones sexuales. Sin embargo, mi objetivo en estas líneas no es discutir, por falta de capacidad y formación jurídica, las cuestiones más técnicas (en estas páginas lo hacía Teresa Peramato), sino aplaudir como ciudadana de a pie no ya solo el cambio legal que supone, sino la transformación del lenguaje y el discurso que también conlleva. Celebro esto último porque sé que poseer palabras que nos dejen verbalizar de forma distinta lo que ocurre desencadenará, en efecto, una variación. En este sentido, que el “solo sí es sí” haya corrido como la pólvora es ya un triunfo porque, más allá de lo que se publique en el BOE, la consigna circula configurando su realidad: la de empezar a saber de forma generalizada, por ejemplo, que el consentimiento es un derecho y que, si las cosas se ponen difusas en esa zona de grises que tantas críticas ha levantado, ya no valdrán los esquemas de siempre. Que las nuevas generaciones de mujeres, esas adolescentes y jóvenes que comienzan a salir al mundo que les rodea, crezcan en un contexto en el que tengan claro que el verbo consentir es la clave y que varían los grados y la gravedad, pero que de lo que se habla es de delitos y agresiones, les ayudará a hacerlo más libremente —no solo a ellas, por supuesto, también a ellos—. No son necesarias cosas complicadas. No hace falta saber Derecho, haber leído la ley o estar especialmente informadas. Basta que sepan —ahí radica su fuerza— que el “solo sí es sí” les ampara para que empiece a operar el cambio. Porque las palabras son brújulas y linternas, armas y escudos, que no solo arrojan luz: también defienden, resguardan y orientan. A todas. A todos.
La ley ha suscitado numerosas críticas, no hace falta enumerarlas. Las que se han planteado dentro del feminismo quizá puedan provocar debates futuros para seguir caminando. Para las otras, las de una derecha reactiva y ofensiva que minusvalora sistemáticamente la violencia contra las mujeres, siempre queda volver de nuevo a Rebecca Solnit: “Las mujeres tienen miedo todo el rato de ser violadas y asesinadas, y puede que sea más importante hablar de esto que el proteger las zonas de confort de los hombres”. Más claro, agua. Aunque, afortunadamente, somos muchas y muchos los que en estos días celebramos que, en efecto, y en medio de la complejidad, solo sí sea sí.

 

















lunes, 12 de septiembre de 2022

De la tergiversación de la realidad

 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la tergiversación de la realidad por medios tecnológicos. Porque como dice en ella el filólogo Carlos Quesada, lo sucedido este verano en torno a la valla de Melilla y a las declaraciones de la ministra Montero son ejemplos de cómo al final de la tecnología que desinforma siempre hay alguien que la mueve. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







La era de la falsificación
CARLOS QUESADA
07 SEPT 2022 - El País

La carnicería de Melilla (37 muertos, según la ONG Caminando Fronteras) en junio pasado llamó la atención por un montón de motivos equivocados. Sorprendió que los inmigrantes tomaran la iniciativa, sorprendió que planearan un asalto a una garita abandonada, se hicieran con mazas y con una radial para derribar la puerta de la frontera o de su futuro, y hasta decidieran resistir al diluvio de botes de humo, porrazos, patadas, y perrerías con las que fueron atornillados mientras quedaban atrapados en el patio del cuartel. No sorprendió que fueran a fallar, casi ni sorprendió que fueran a morir, y desde luego no sorprendió que fueran golpeados una vez rendidos, arrojados como sacos sobre sus compañeros moribundos, o incluso devueltos a empujones a Marruecos por la policía marroquí desde suelo español, bajo la indiferente o gélida o cómplice mirada de nuestra policía. Es decir, sorprendió que la miseria piense y calcule y sobre todo se rebele, y no se resigne al papel amorfo, automático, y desesperado que se le supone. Sorprendió que esa gente quiera vivir.
Tras la ducha de higiénicas condenas de los comisarios y diputados de turno, han quedado a flote noticias menores de ese naufragio humano. Entre ellas, el esperpento de lo de la ministra Irene Montero. Se le preguntó por el asunto. Contestó frente a los micrófonos de TVE1, de La Sexta, de Antena 3, de dos móviles sin identificar, de Atlas (proveedora de noticias para Telecinco o Cuatro). Sus palabras eran claras. Que los hechos eran insoportables y dolorosos. Que había que investigar. Que había que ayudar a las familias de los fallecidos con los servicios consulares. Mareada por los periodistas, momentos después y para no repetirse hizo unas declaraciones anodinas, circulares, y a no fallar. Dijo que siempre iban a conocer su opinión. Que así había sido y así seguiría siendo. Dijo que siempre la iban a tener disponible para conocer su opinión. Humo, regate verbal para quitarse de encima a los moscones de la alcachofa. Y entonces, de pronto, sucedió: varios medios de comunicación difundieron un vídeo trucado con esas declaraciones sin esas declaraciones, con el final sin el principio. Peor, algunos de esos medios eran los mismos que habían recogido las declaraciones en directo. Peor, el vídeo trucado se había puesto en circulación desde una red social. Desde Twitter. Esos medios, contradiciendo a sus propios reporteros, confiaron en Twitter. Se engañó a tertulianos, a periodistas, a escritores, a un montón de gente. Y al descubrirse la farsa, el tuitero se esfumó en el aire del ciberespacio, los tertulianos cambiaron de tema o de marca de café, y los presentadores de telediarios, de radio, de programas que habían hecho carnaza con aquella violación de palabras, sonrieron y pasaron al siguiente escándalo.
Lo de Melilla (37 muertos) y lo de Montero giran ante mis ojos como las dos caras de una misma moneda fulgurante. El asalto a tumba abierta de los hambrientos del mundo fue recogido por cámaras de vigilancia, por satélites, por móviles de espontáneos. Son imágenes de una claridad meridiana, pero los policías y los ministros de aquí y de allí siguen discutiéndolas, retorciéndolas, negándolas. Según ellos, en Melilla la policía que abusó, actuó sin abusar; las ambulancias que no llegaron, llegaron, la gente medio muerta y fracturada que fue trasladada en autobuses destartalados a cientos de kilómetros sin una sed de agua ni un plato de comida, fue trasladada en autobuses impecables a pocos kilómetros y regalados de vino con cus-cus. Siempre hemos contado mentiras, pero nunca como ahora dispusimos de una tecnología tan precisa, tan milimétrica, para retocar imágenes, imitar sonidos, dar más gato por menos liebre al cerebro consternado. En la era de la información, la información nos falla. Si atendemos a las noticias de Melilla y de Montero, no sabremos lo que pasó en Melilla ni lo que dijo Montero. Hoy podemos dar por cierta una noticia falsa y por falsa una noticia cierta mediante el mismo truco de autoridad: imágenes, audios, impecables representaciones de la realidad. Hay tal cantidad y son tan perfectas, que ya no representan nada. Cualquiera puede discutirlas, suprimirlas, tunearlas. Los tiempos de la foto, del disco, del vídeo y pronto el adictivo metaverso nos arrojan de cabeza a la era de la falsificación. Y la falsificación no sólo falsifica, además suplanta. No sólo altera, vacía. Deja intacto el jarrón de las apariencias para llenarlo de flores muertas. Miente con la verdad. Sumidos en el desconcierto de este caballo de Troya, las cuestiones en las que la humanidad se ha devanado los sesos durante siglos (lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, etcétera) dejan paso desmayado a una pregunta más elemental, urgente, fisiológica, ensordecedora: qué es real. Y ante esta nueva duda, las pruebas se derriten y los hechos se deshacen porque están bajo sospecha. Quien crea que la culpa la tienen los píxeles o el Photoshop añade su granito de irresponsabilidad a este baile de máscaras. Al tirar del hilo de semejante laberinto tecnológico, al final siempre encontramos un dedo humano apretando un botón. Asumir que una noticia es siempre ese dedo podría ayudar. Y ese paso podría impulsarnos a una pregunta más práctica, acaso más honesta: ¿qué voy a hacer yo con el botón que me están apretando?




















domingo, 11 de septiembre de 2022

Del fracaso como escuela de aprendizaje

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del fracaso como escuela de democracia, porque como dice en ella el escritor Sergio del Molino, quienes no renuncian a vencer de antemano, como ha pasado en Chile, perderán siempre, y esa es una enseñanza que sirve para todos los países. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








La democracia consiste en fracasar
SERGIO DEL MOLINO
07 SEPT 2022 - El País

Ante un malentendido, las personas elegantes suelen decir “me he explicado mal”; como los amantes que, al abandonar a su pareja, subrayan “no eres tú, soy yo”, o el editor que rechaza un manuscrito que pondera magnífico, casi una obra maestra, pero no encaja en la línea editorial. Casi todas estas personas elegantes creen que la culpa es del otro, pero le conceden la dignidad de la retirada. La política no gasta estas delicadezas. En el mejor de los casos, cuando un gobernante se envaina una ley o pierde unos comicios recurre al “no me he explicado bien”, pero a poco que se caliente dirá que el pueblo ha votado mal. Desagradecido, ignorante, alienado por los poderes oscuros, gañán y embrutecido, el pueblo (o la gente, como se dice ahora) se resiste a ser salvado por expertos en Antonio Gramsci y directores de departamentos de estudios culturales, que no entienden qué ha podido fallar en sus teorías tan elocuentes.
El presidente chileno, Gabriel Boric, ha sido mucho más autocrítico que sus compañeros de viaje, y parece haber entendido algo que a los activistas más contumaces les parece inverosímil: que la democracia consiste en fracasar. No en perder, que es lo que ha hecho el Gobierno de Chile. Fracasar es otra cosa. El fracaso requiere una predisposición a la impureza y a reconocer el derecho a la existencia del otro. Exige renunciar a los ideales y a los programas de máximos para trabajar en el ingrato campo de lo posible. Quien no es capaz de aceptar la imperfección del mundo escribirá cartas muy bellas a los Reyes Magos, pero muy malas constituciones.
Los otros son una lata. No el infierno, como decía el filósofo francés, pero sí una molestia. Las cosas serían más fáciles si todos se parecieran a nosotros y soñaran con el mismo mañana. En nuestra vida individual podemos elegir a los amigos y hasta renegar de nuestra familia, para fabricarnos un mundo a nuestro gusto, pero los países democráticos no son clubes privados que seleccionan a sus miembros. Ningún grupo político puede ignorar a una parte de la sociedad, por muy antipática que le caiga. Los ciudadanos de una nación no tienen que quererse, incluso tienen derecho a odiarse, aunque reconociéndose siempre el mismo derecho a habitarla. Una buena Constitución es aquella que dice que el único triunfo del todo es el fracaso de las partes. Si Boric y sus aliados no renuncian a vencer de antemano, perderán siempre, y esa enseñanza sirve para todos los países.