El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
domingo, 11 de septiembre de 2022
Del fracaso como escuela de aprendizaje
sábado, 10 de septiembre de 2022
De la falta de vergüenza en política
viernes, 9 de septiembre de 2022
De la crisis que se nos viene encima
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la crisis que se nos viene encima, en la que, como dice en ella el periodista y exdirector de El País, Joaquín Estefanía, se trata de ocultar lo que está sucediendo a nivel global para acentuar los problemas nacionales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
La balsa de la medusa
JOAQUÍN ESTEFANÍA
04 SEPT 2022 - El País
La recesión es la marca general con que se ha viralizado el concepto de crisis. No se trata necesariamente de una recesión técnica relatada como una caída significativa de la actividad económica durante al menos dos trimestres seguidos. Es una mezcla interconectada de problemas tan significativos como la emergencia climática, la ruptura de las cadenas de abastecimiento o la subida espectacular de los precios con retrocesos sistemáticos del poder adquisitivo de los salarios o de los ahorros.
El presidente del Gobierno avisó a los ciudadanos antes de las vacaciones que debían prepararse para cualquier escenario. La ministra de Defensa ha hablado de un “invierno dificilísimo”. No son meras declaraciones para insuflar un ambiente electoral adecuado. Ha sido el presidente francés, Emmanuel Macron, el que ha elaborado el discurso más ordenado sobre lo que está ocurriendo. Más allá de la atención que se ha dado a sus palabras sobre el “fin de la abundancia” (que podría interpretarse algo así como una versión actualizada del “vivir por encima de las posibilidades”), Macron expuso otros dos hipotéticos escenarios aún más preocupantes, el del final de los derechos humanos y las democracias liberales, y las preocupaciones relacionadas con la llegada de plagas cada vez más frecuentes como las pandemias, las guerras, los ciberriesgos, etcétera. Fernando Vallespín interpretó esta intervención escribiendo que Macron ha hecho “filosofía de la historia”. Merecería la pena detenerse en cada uno de los conceptos que mencionó.
En el transcurso de unas semanas ha quedado demostrado que el cambio climático no significa precisamente algunas molestias más para nuestras pequeñas vidas, un poco más de calor en verano y un poco más de frío en invierno. Las sequías en una parte del planeta, las inundaciones en otra, las subidas inhumanas y antinaturales de las temperaturas… son fenómenos extremos que los científicos prevén de difícil o imposible marcha atrás. Las hambrunas están en buena parte vinculadas con ellos. Se ha cruzado la línea roja y está en juego el porvenir de la Tierra. El secretario general de las Naciones Unidas, el portugués António Guterres, ha presentado el dilema: o acción colectiva contra la emergencia climática o suicidio colectivo. Los problemas coyunturales que acechan a la humanidad empalidecen ante éste. La Cumbre del Clima de la ONU que se celebrará en Egipto en noviembre convierte sus resultados en más acuciantes que nunca a la vista de los desequilibrios climáticos.
El mundo no puede parar impunemente durante dos meses, como ocurrió en el Gran Confinamiento de la primera parte del año 2020. Todavía hoy se siguen padeciendo sus consecuencias en forma de anomalías en la cadena de abastecimiento (a las que se suman, por ejemplo, las propiciadas por la sequía —ríos no navegables—, el conflicto ucranio —materias primas atascadas en sus orígenes de producción— o la disputa por la soberanía de Taiwán, un país asiático que ya dejó hace tiempo de ser el gran fabricante de juguetes para convertirse en el principal productor de semiconductores del mundo, imprescindibles para el funcionamiento de ordenadores, automóviles, teléfonos móviles, drones civiles y militares, frigoríficos, etcétera. La inestabilidad en la llegada de suministros es tal que un experto ha sentenciado: si Taiwán dejase de exportar, casi todas las fábricas del mundo se detendrían en tres o cuatro semanas. Se rompería el hilo de continuidad de la producción.
Lo más aparatoso está siendo la inflación, que afecta a todos los eslabones de la cadena: energía, alimentación, costes de la construcción, precio del dinero, etcétera. Disminuye alarmantemente el poder adquisitivo de la mayoría. De persistir, la inflación resucitará a los profanadores de cubos de basura, que nunca desaparecieron del todo.
Quizá a aspectos como éstos se refirió Macron, más que a la estricta coyuntura. Hay una confluencia de crisis de distinta naturaleza, en buena parte enlazadas entre sí. En la pequeña política local se trata de ocultar lo que sucede a nivel global como si fueran problemas nacionales. Así se desvanece la ensoñación de abordar juntos las dificultades. El tiempo que nos espera no es el que imaginábamos.
jueves, 8 de septiembre de 2022
De los fallos en la lucha por la igualdad hombre-mujer
LOLA LÓPEZ MONDEJAR
03 SEPT 2022 - El País
En una de las ediciones de First Dates del pasado mes de junio, una mujer de 41 años, Eileen, aseguraba ante las cámaras de televisión: “No quiero a un hombre que la tenga pequeña; mínimo 20 centímetros”. El tamaño era para ella condición sine qua non para comenzar una relación. Nos inquieta el aburrimiento soberano que puede seguir cuando solo cuente Eileen con el tamaño de ese pene: ¿esos 20 centímetros serán un buen acompañante para ir al cine? ¿Resistirán una conversación? ¿Sabrán sostener sus eventuales momentos de debilidad?
Merece la pena que nos detengamos en este episodio como ejemplo de lo que desde hace más de una década algunas psicoanalistas y ensayistas con perspectiva de género hemos identificado como la progresiva masculinización de las mujeres, que bajo el paraguas de un supuesto empoderamiento, de una autoafirmación que refuerza su amor propio, imitan los comportamientos más patriarcales, aquellos en los que estaban tradicionalmente socializados los hombres. Pues, en paralelo a la denominada feminización del espacio público, en el que las mujeres han entrado por fin con pie firme, se está produciendo una masculinización del espacio íntimo que se expresa especialmente en las relaciones sexoafectivas.
En primer lugar, y por ceñirnos al ejemplo, Eileen nos muestra una fragmentación del cuerpo de los hombres idéntica a la que siempre efectuaron estos al referirse y ponderar el cuerpo de las mujeres. En 1975, la ensayista Laura Mulvey advirtió sobre la reiterada representación de la mujer en el cine como “un pedazo de carne con ojos”. Con sus exigencias hacia su potencial pareja, Eileen reduce también la totalidad del hombre a un órgano sexual, ese pedacito de carne, y el encuentro sexual al coito, en la mejor tradición machista. Solo la pornografía más habitual mantiene el coito como protagonista central del erotismo femenino, y lo hace, precisamente, porque está pensada para satisfacer a los hombres.
Además, Eileen se muestra tan empoderada que afirma que al hombre que la acompaña en esa primera cita televisiva le gustan más los chicos que las chicas, pues está convencida de que ella tiene una intuición especial, una supermirada radiográfica, como la de Superman, para detectar tanto el tamaño del pene a través de los pantalones como las inclinaciones sexuales de cualquiera que tenga delante, sin conocerlo de nada. La rotunda afirmación como hombre heterosexual de su acompañante no la disuade, porque ella posee una certeza inamovible que se coloca por encima de cualquier declaración del aludid; la misma certeza que ha asistido durante siglos a los hombres cuando afirmaban que nosotras queríamos cuando no queríamos, pues estaban seguros de conocer nuestros deseos e intenciones mejor que nosotras mismas. El consentimiento viciado, el tímido sí que no es tal sino pura sumisión, miedo a la pérdida, asunción del deseo del otro como propio, incapacidad para identificar y expresar lo que se quiere con autonomía, es el correlato de ese supuesto saber ancestral de los hombres sobre las mujeres que Eileen también posee ahora sobre el varón.
Y es que se ha producido un peligroso deslizamiento: muchas mujeres entienden la lucha por la igualdad como imitación. Para sobrevivir en un mundo donde se ha impuesto un modelo de relaciones sexoafectivas mercantilizado, donde todos nos exponemos como productos en un catálogo que siempre está abierto a nuevas y más atractivas ofertas, consideran que ser iguales a los hombres consiste en tener derecho a imitar los peores rasgos de la masculinidad hegemónica. El mantra es tan sencillo que da pavor: si ellos lo hacen, por qué nosotras no, se justifican. O, mejor, apenas se justifican, porque no hay reflexión previa, sino pura y triste mímesis.
Empoderarse es hoy para demasiadas chicas adoptar posturas pornográficas en los selfis y difundirlas en Instagram. En la playa, sin ir más lejos, no hay día que no observemos a adolescentes en tanga que se hacen vídeos entre sí, moviendo el boom boom como les ha enseñado Chanel a hacerlo, no sabemos si, también, para volver loquitos a los daddies. Las fiestas de despedidas de soltera de las jóvenes se han convertido en zafias performances hipersexualizadas, como siempre lo fueron las de los solteros.
La pornificación de nuestra sociedad que con tanto acierto describiera Ana de Miguel lleva a extremos tan absurdos como el de considerar educación sexual el conocimiento de las posturas del Kamasutra, como ha sucedido en la desafortunada yincana nocturna de Vilassar de Mar, donde en lugar de educar en el respeto al propio cuerpo (la necesaria autonomía corporal) y al del otro; en lugar de enseñar a los chicos y a las chicas a identificar sus deseos por fuera de la sumisión, la complacencia o la imitación de lo que ven en Pornhub, se les enseña cómo lamer un plátano o poner un preservativo.
Porque alcanzar la igualdad hombre-mujer no consiste en caer en una masculinización que nos homogeniza, sino en todo lo contrario. La igualdad por la que muchas mujeres luchamos desde el feminismo tiene que ver con corregir precisamente la cosificación del otro, sea hombre o mujer, a favor de unas relaciones personales profundas y ricas, donde el semejante no sea considerado un mero objeto, fragmentado, funcional, un producto diseñado para nuestro uso, sino un sujeto con un mundo interior propio que compartir. La igualdad es respeto por la diferencia, es caminar hacia una convergencia de géneros que trascienda los mandatos y los roles hasta subvertirlos. Cuando las jóvenes copian en sus gestos y en sus conductas, en sus retoques quirúrgicos, en sus demandas, la estética y el comportamiento de las actrices porno no lo hacen, como suponen, desde una afirmación positiva que las autoriza como sujetos, sino desde la ignorancia de que están imitando aquello que consideran lo más deseado por los hombres: una hembra hipersexualizada que reclama un pene de 20 centímetros, tal y como lo solicitase Eileen.
Liv Strömquist, en su ensayo gráfico No siento nada, advierte respecto al comportamiento amoroso lo mismo que señalamos aquí. Cito: “La RESPUESTA FEMINISTA a ser mal querida por hombres que son incapaces de amar no puede ser la idea adiestradora del empoderamiento que LAS VUELVA tan incapaces de amar como a ellos”. Por supuesto que no.
Sin embargo, los ejemplos de esta imitación son numerosos. Caminamos hacia un horizonte donde las bondades de la socialización patriarcal de las mujeres (el cuidado de los vínculos, la atención a los afectos, la empatía, la consideración del otro y la reflexividad afectiva), unos valores que pretendíamos universalizar y exportar a la educación de los hombres, se pierden a favor de una masculinización deshumanizante que homogeniza a la baja. Y se pierden, sencillamente, porque esta masculinización que cosifica es mucho más afín a los requerimientos que exige el capitalismo financiarizado y digital, que nos quiere meros productos, piezas reemplazables de un sistema que nos precariza afectiva y materialmente.
Resistirse al empuje de esa corriente homogeneizante es mucho más costoso en términos energéticos que dejarse llevar por ella, pero educar en la igualdad no es universalizar los peores valores patriarcales, sino transformarlos, oponernos desde el pensamiento crítico a ellos, crear imaginativamente nuevas formas de ser humanos que amplíen el espectro de las diferencias, sin renunciar al derecho inalienable a la igualdad.