Barack Obama
Pues ya ésta, ganó Obama... La lucha por la investidura de la candidatura demócrata se resolvió en las urnas. Como deber ser. Y se diga lo que se diga y con los riesgos que se quieran denunciar (que los hay) el sistema, aunque manifiestamente mejorable, ha dado una auténtica lección de democracia interna al mundo. Los votantes del partido demócrata norteamericano han preferido a Barack Obama antes que a Hillary Clinton. Yo la hubiera preferido a ella, y no sólo por ser mujer... Ahora hay que vencer a McCain, así que ¡todos con Obama! Como dice el profesor Moisés Naím en su artículo de hoy en El País: ¡Gracias, Hillary, por haberlo intentado!... Sean felices, por favor. HArendt
Peridis (El País, 06/06/08)
"¿Qué le pasó a Hillary?", por Moisés Naím
Lo primero que le pasó fue Barack Obama. "Hillary no se enfrenta a otro candidato; se enfrenta a un fenómeno". Ésta es la explicación que daban sus asesores durante la campaña. Y algunos añadían: "Ni siquiera Bill hubiese podido con Obama", refiriéndose al hecho de que Bill Clinton es mejor político que su esposa. Y es así. Hillary no perdió sino que Obama ganó. Y ganó gracias a su extraordinaria combinación de inteligencia, historia personal, carisma y talento político. La lista de sorpresas que nos deparó Obama es larga. Era imposible, explicaban los expertos, que un desconocido con un nombre raro, sin dinero, ni base política propia o arraigo en el partido demócrata pudiese ganarle a Hillary Clinton. Además, es negro. Los expertos se equivocaron. Evidentemente, no estamos en presencia de un político más.
El segundo fenómeno que derrotó a Hillary fue George W. Bush. La radiactividad del presidente es de tal intensidad que contamina a quienes han estado demasiado tiempo en su mismo ambiente, incluyendo a sus enemigos. La repulsión que hoy sienten los estadounidenses por los efluvios políticos que emanan de Washington es tal que la presencia por tiempo prolongado en el hábitat de Bush contagia negativamente a cualquier político, independientemente del bando al cual pertenezca. Y los Clinton llevan demasiado tiempo en ese ambiente. Los estadounidenses no toleran bien las mentiras, manipulaciones e hipocresías de los políticos. Y Bush los sometió a tal sobredosis de todo esto que el electorado ha desarrollado una hipersensibilidad a cualquier señal que indique la presencia de estos malos hábitos. Los Clinton también simbolizan a Washington y sus formas de proceder, por más que ellos mismos fueron víctimas de las oscuras prácticas de demolición personal que allí se practican.
La tercera cosa que le paso a Hillary fue Bill. Resultó que Al Gore tuvo razón cuando en 2000 decidió no permitir que Bill Clinton tuviese demasiada presencia en su campaña. Hillary no tuvo esa opción. Y Bill Clinton en vez de endosarle el indudable afecto popular del cual gozaba, aportó confusión, distracciones y una hostilidad que le hizo perder importantes apoyos a su esposa. Pero lo peor que le hizo Bill a Hillary fue recordarle al electorado, con cada una de sus apariciones públicas, que las dinastías no sólo existen en los países árabes. Una presidencia de Hillary hubiese implicado que durante un cuarto de siglo para ser presidente de los Estados Unidos fuese necesario apellidarse Bush o Clinton. La democracia estadounidense es imperfecta, pero no tanto.
El proyecto presidencial de Hillary también sufrió por sus errores de estrategia y organización. Mientras la estrategia de Clinton se centró en enfatizar su experiencia y ofrecer largas listas de buenas ideas acerca de cómo enfrentar los problemas de la economía, la salud o de Irak, la de Obama se centró en una gran idea acerca de cómo cambiar al país superando las divisiones. Mientras ella hablaba con la precisión de una tecnócrata, él lo hacía con la emoción de un predicador. Mientras ella atacaba, él inspiraba. Ella peleaba, él conciliaba.
Y mientras Obama logró montar una organización muy eficaz en poco tiempo, Hillary, a pesar de sus años en la política, tuvo todo tipo de problemas de personal, organización y finanzas. Uno de sus asesores le confesó a la periodista Michelle Cottle: "La mala gestión financiera bordeó el fraude. Una candidata que obtuvo donaciones por más de 500 millones de dólares, al final se vio obligada a poner de su propio dinero para evitar la bancarrota de su campaña".
Finalmente, lo que le pasó a Hillary es que ella es quien es: mujer, de 60 años, política profesional de gran experiencia, pugnaz y muy sufrida ex primera dama y prominente integrante del establishment. Hasta hace poco estas características la hacían parecer como la inevitable candidata del Partido Demócrata y muy probablemente como la primera mujer presidente de EE UU. La sorpresa es que estas características no fueron suficientes y algunas, como su experiencia en Washington, pasaron a ser debilidades. Otra sorpresa es que Hillary no parece haber perdido por ser mujer, sino por ser Hillary. Y por Obama.
Pero no todo lo que le pasó a Hillary Clinton fue malo. Hizo historia, rompió barreras, sirvió de ejemplo y junto con Obama logró que 36 millones de estadounidenses fueran a las urnas, muchos por primera vez. También contribuyó a que millones de personas en todo el mundo se interesaran en observar de cerca a una gran democracia en acción. No es poca cosa. Gracias, Hillary. (El País, 08/06/08)
Hillary Clinton