Portada de "Bonjour, tristesse", de Françoise Sagan
Dicen que toda obra literaria no es más que una mera paráfrasis, real o fabulada, de la propia vida del autor. No lo sé a ciencia cierta, pero tengo la impresión de que en los relatos literarios de iniciación sexual debe haber mucho de la "primera vez" del narrador.
De esos relatos yo recuerdo con especial emoción unos pocos; muy pocos en realidad, que hayan dejado una profunda huella en mí. Los dos primeros, curiosamente, leídos en francés, con apenas dieciseis años: "Bonjour, tristesse" (1954), de Françoise Sagan (1935-2004); y "Le blé en herbe" (1923), de Sidonie-Gabrielle "Colette" (1873-1954). Ambos relatos son un prodigio de sensibilidad y las escenas de iniciación a la vida sexual de sus protagonistas respectivos están resueltas magistralmente, sin una sola palabra malsonante ni grosera actitud. Leídas a mi edad de entonces, me abrieron a un mundo desconocido y anhelado que llegaría a descubrir en su momento sin angustias ni tormentos.
Con desenfado y cierto tono libertino, muy francés también por cierto, se resuelve el inicio de la vida sexual de la protagonista de "Emmanuelle" (1959), un auténtico clásico de la novela erótica, para mi gusto, la mejor de todas, de la escritora francesa Marayat Rollet-Andriane, mas conocida como Emmnuelle Arsan. Hosco y crudo lo es el del relato de la española "Las edades de Lulú" (1989), una progidiosa novela, la primera de ella, de la escritora Almudena Grandes (1960). Por último, de los que he querido recordar, no puedo dejar de citar la escena de la violación, pseudo consentida, de la protagonista de "Soy Charlotte Simons" (2004), muy dura, del estadounidense Tom Wolffe (1931). De la deleznable "Cincuenta sombras de Grey" (2011), y de su autora, la británica Erika Leonard, que escribe bajo el seudónimo de E.L. James, prefiero no hablar.
Pero sí lo hacía al comienzo de la entrada de eso de la obra literaria como paráfrasis de la vida propia, o fabulada, del autor. Hay una escena en "Una historia de amor y oscuridad" (2004), del escritor israelí Amos Oz, tan repetidamente citado por mí en estos últimos días, que es casi un calco de otra similar en otro libro suyo: "Escenas de la vida rural" (2009), del que también he escrito anteriormente en el blog. Lo que me lleva a pensar que real o fabulada su iniciación a la vida sexual no pudo ser muy diferente de la que relata en ambos libros. La escena transcurre en el kibbutz Hulda, cuando el protagonista tiene dieciseis años y entra en la habitación de una de sus profesoras, Orna, de unos treinta y cinco años. Dice Oz:
"Sin levantarme de la alfombra, descorrí la cortina que cubría su armario y vi ropa interior, ropa de distintos colores y un camisón de nailon, casi transparente de color melocotón. Tumbado en la alfombra como estaba, mis dedos tocaron ese melocotón y mi otra mano se vio obligada a acercarse a la colina de mis pantalones mientras mis ojos se cerraban, sabía que debía parar debía parar pero no al instante solo un poco más. Al final, justo en el último momento, me dEtuve y, sin apartar los dedos del melocotón ni la mano de la colina, abrí los ojos y vi que Orna había entrado sin que yo me percatara y estaba descalza mirándome en un extremo de la alfombra, con todo el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda, la cadera derecha un poco elevada, una mano sobre esa cadera y la otra acariciándose el hombro bajo el pelo suelto. Se quedó mirándome con su sonrisa cálida y traviesa en los labios, y sus ojos verdes se reían como diciendo: ya lo sé, ya sé que ahora lo que más deseas es morirte aquí mismo, y sé que estarías menos aterrado si ahora en mi lugar estuviese aquí un asesino apuntándote con una ametralladora, y sé que ahora por mi culpa eres la persona más desgraciada del mundo, ¿pero por qué ser tan desgraciado? Mírame, yo no estoy aterrada por lo que he visto al entrar en la habitación y tú, deja ya de ser tan desgraciado. [...] Orna dijo: Te he interrumpido. Y en vez de reirse añadió: Perdón, lo siento, y de repente, como en broma, empezó a mover las caderas con un complicado paso de baile y deijo que no, que de hecho no lo sentía realmente, que en el fondo le había gustado verme pues en mi cara en esos momentos había una mezcla de dolor y de luz. Y sin decir nada más empezó a desabrocharse los botones, del primero al último, y se quedó delante de mí para que la mirara y continuase. [...] Luego se puso de rodillas sobre la alfombra a mi derecha y apartó mi mano de la colina de mis pantalones y puso la suya y luego abrió y liberó y una estela de chispas punzantes como una densa lluvia de meteoritos recorrió todo mi cuerpo y volví a cerrar los ojos pero no antes de ver como se tumbaba de lado y luego se puso encima de mí y dirigió mis manos, aquí y aquí, y sus labios me tocaron la frente y me tocaron los ojos cerrados y luego cogió con la mano y me hundió por completo y al instante sentí en lo más profundo del cuerpo como truenos mórbidos e inmediatamente después un rayo que me partió y como las paredes de la casa eran muy finas Orna tuvo que taparme con fuerza la boca y cuando pensó que ya estaba y levantó la mano para dejarme respirar tuvo que apresurarse a sellarme de nuevo los labios porque aun no estaba".
Sean felices, por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 2081
De esos relatos yo recuerdo con especial emoción unos pocos; muy pocos en realidad, que hayan dejado una profunda huella en mí. Los dos primeros, curiosamente, leídos en francés, con apenas dieciseis años: "Bonjour, tristesse" (1954), de Françoise Sagan (1935-2004); y "Le blé en herbe" (1923), de Sidonie-Gabrielle "Colette" (1873-1954). Ambos relatos son un prodigio de sensibilidad y las escenas de iniciación a la vida sexual de sus protagonistas respectivos están resueltas magistralmente, sin una sola palabra malsonante ni grosera actitud. Leídas a mi edad de entonces, me abrieron a un mundo desconocido y anhelado que llegaría a descubrir en su momento sin angustias ni tormentos.
Con desenfado y cierto tono libertino, muy francés también por cierto, se resuelve el inicio de la vida sexual de la protagonista de "Emmanuelle" (1959), un auténtico clásico de la novela erótica, para mi gusto, la mejor de todas, de la escritora francesa Marayat Rollet-Andriane, mas conocida como Emmnuelle Arsan. Hosco y crudo lo es el del relato de la española "Las edades de Lulú" (1989), una progidiosa novela, la primera de ella, de la escritora Almudena Grandes (1960). Por último, de los que he querido recordar, no puedo dejar de citar la escena de la violación, pseudo consentida, de la protagonista de "Soy Charlotte Simons" (2004), muy dura, del estadounidense Tom Wolffe (1931). De la deleznable "Cincuenta sombras de Grey" (2011), y de su autora, la británica Erika Leonard, que escribe bajo el seudónimo de E.L. James, prefiero no hablar.
Pero sí lo hacía al comienzo de la entrada de eso de la obra literaria como paráfrasis de la vida propia, o fabulada, del autor. Hay una escena en "Una historia de amor y oscuridad" (2004), del escritor israelí Amos Oz, tan repetidamente citado por mí en estos últimos días, que es casi un calco de otra similar en otro libro suyo: "Escenas de la vida rural" (2009), del que también he escrito anteriormente en el blog. Lo que me lleva a pensar que real o fabulada su iniciación a la vida sexual no pudo ser muy diferente de la que relata en ambos libros. La escena transcurre en el kibbutz Hulda, cuando el protagonista tiene dieciseis años y entra en la habitación de una de sus profesoras, Orna, de unos treinta y cinco años. Dice Oz:
"Sin levantarme de la alfombra, descorrí la cortina que cubría su armario y vi ropa interior, ropa de distintos colores y un camisón de nailon, casi transparente de color melocotón. Tumbado en la alfombra como estaba, mis dedos tocaron ese melocotón y mi otra mano se vio obligada a acercarse a la colina de mis pantalones mientras mis ojos se cerraban, sabía que debía parar debía parar pero no al instante solo un poco más. Al final, justo en el último momento, me dEtuve y, sin apartar los dedos del melocotón ni la mano de la colina, abrí los ojos y vi que Orna había entrado sin que yo me percatara y estaba descalza mirándome en un extremo de la alfombra, con todo el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda, la cadera derecha un poco elevada, una mano sobre esa cadera y la otra acariciándose el hombro bajo el pelo suelto. Se quedó mirándome con su sonrisa cálida y traviesa en los labios, y sus ojos verdes se reían como diciendo: ya lo sé, ya sé que ahora lo que más deseas es morirte aquí mismo, y sé que estarías menos aterrado si ahora en mi lugar estuviese aquí un asesino apuntándote con una ametralladora, y sé que ahora por mi culpa eres la persona más desgraciada del mundo, ¿pero por qué ser tan desgraciado? Mírame, yo no estoy aterrada por lo que he visto al entrar en la habitación y tú, deja ya de ser tan desgraciado. [...] Orna dijo: Te he interrumpido. Y en vez de reirse añadió: Perdón, lo siento, y de repente, como en broma, empezó a mover las caderas con un complicado paso de baile y deijo que no, que de hecho no lo sentía realmente, que en el fondo le había gustado verme pues en mi cara en esos momentos había una mezcla de dolor y de luz. Y sin decir nada más empezó a desabrocharse los botones, del primero al último, y se quedó delante de mí para que la mirara y continuase. [...] Luego se puso de rodillas sobre la alfombra a mi derecha y apartó mi mano de la colina de mis pantalones y puso la suya y luego abrió y liberó y una estela de chispas punzantes como una densa lluvia de meteoritos recorrió todo mi cuerpo y volví a cerrar los ojos pero no antes de ver como se tumbaba de lado y luego se puso encima de mí y dirigió mis manos, aquí y aquí, y sus labios me tocaron la frente y me tocaron los ojos cerrados y luego cogió con la mano y me hundió por completo y al instante sentí en lo más profundo del cuerpo como truenos mórbidos e inmediatamente después un rayo que me partió y como las paredes de la casa eran muy finas Orna tuvo que taparme con fuerza la boca y cuando pensó que ya estaba y levantó la mano para dejarme respirar tuvo que apresurarse a sellarme de nuevo los labios porque aun no estaba".
Sean felices, por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Portada de "Le blé en herbe", de Colette
Entrada núm. 2081
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
1 comentario:
Una excelente presentación de esta escritora.
Saludos
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