lunes, 30 de junio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY LUNES, 30 DE JUNIO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 30 de junio de 2025. Los escándalos y los juicios copan tanto la discusión de los partidos como la información de los medios, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Martín Caparrós; qué bueno sería, añade, que los políticos españoles hablaran de política; qué bueno sería que los periodistas políticos españoles hicieran periodismo político; qué pena que, en lugar de hacerlo, la mayoría se dedique a discutir asuntos policiales. La segunda es un archivo del blog de tal día como hoy de 2020 en la que el escritor Manuel Jabois escribía: A veces aparece algo que le da sentido a todo, que nos ata obsesivamente y que nos convierte en rehenes de algo bueno y generoso. El poema del día, en la tercera, es del poeta español Miguel Hernández, se titula Madre España, y comienza con estos versos: Abrazando a tu cuerpo como el tronco a su tierra,/con todas las raíces y todos los corajes, /¿quién me separará, me arrancará de ti, /madre? Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt













DEL HONESTISMO Y LA POLÍTICA

 







Los escándalos y los juicios copan tanto la discusión de los partidos como la información de los medios, comenta en El País [¿Y si habláramos de política?, 25/06/2025] el escritor Martín Caparrós. Qué bueno sería que los políticos españoles hablaran de política, comienza diciendo Caparrós. Qué bueno sería que los periodistas políticos españoles hicieran periodismo político. Qué pena que, en lugar de hacerlo, la mayoría se dedique a discutir asuntos policiales.

Las anécdotas vuelan: un negocito aquí, una muchacha allá, una empresa con sus comisiones, otro imbécil que no supo callarse. Vivimos días de afirmaciones calentorras y muy pocos se hacen la pregunta que me parece clave: ¿por qué la corrupción se volvió el tema decisivo de la política española?

Creo que nadie dudaría de que lo es. La última vez que cambió el Gobierno fue por la corrupción del partido gobernante; es muy probable que la próxima sea igual. Mientras tanto, la Santa Oposición basa su santa oposición en gritar tanto como sus lenguas le permitan las palabras mafia, corrupto, delincuente. Y el Gobierno está feliz de poder hablar de las viejas condenas del Pepe y las que merecerían sus parientes.

La corrupción es, quizá, la forma más bruta de la decepción: personas se ilusionan con que otras van a ser honestas y se encuentran con que no, que roban. Por algo, en su avatar inglés, to deceive significa engañar, estafar. Pero la corrupción también es la manera más fácil de juzgar, la que evita aplicar cualquier idea.

El éxito de esta fórmula es que convierte cualquier debate político en un relato policial: ¿estaba el señor tal en tal despacho con tal señor tal día? ¿Encontrose la señora cual con aquel abogado que alguna vez tuvo relación con esa empresa que sabemos? ¿Y esa foto? ¡Mire usted esa foto! ¡No me va a decir que esto no entra dentro de los considerandos del artículo 6, inciso 39! El éxito de esta fórmula es que favorece y ampara la pereza mental de políticos, periodistas y ciudadanos. Ya no precisan debatir ideas y proyectos, sino buscar rumores, denuncias y renglones del código. Un hecho de corrupción es un puro acto delictivo: todos podemos estar de acuerdo, no hay nada que discutir, hay que ir a la comisaría, castigar culpables. Mientras que la política es todo lo contrario: no estar de acuerdo, debatir, consensuar soluciones.

Así que ahora parece que lo decisivo de los gobiernos fuera su honestidad. Hay quienes lo bautizaron honestismo: la pretensión de que los males de un país o sociedad se originan en la corrupción de sus dirigentes y que, por lo tanto, la forma de solucionar esos males es acabar con ella y que, entonces, lo que más importa es descubrirla y descubrir a sus culpables.

“La honestidad, por supuesto, es indispensable: el grado cero de cualquier actuación, pública o privada —y como tal deberíamos tomarla”, escribí hace tiempo. “Su control debería quedar en manos de una policía y una justicia creíbles. Y la política debería centrarse en quién propone qué, quién pierde, quién se beneficia. Siempre dicen que la corrupción no es de izquierda ni derecha, que está más allá de las ideologías. Es otra falacia del honestismo: la corrupción es, precisamente, el triunfo de una ideología, la que los hace desear plata, lujitos y ventajas en lugar de un lugar en los libros o en el cariño de sus conciudadanos. (Y qué aburrido que todos los corruptos quieran dinero para comprarse coches gordos, caserones, viajes, siliconas, vestidos de etiquetas, joyas, cirugías. A veces parece que lo peor de esta raza es su falta de imaginación, su ambición tan escasa. Otras, que es otra cosa).

Pero la corrupción sigue siendo la cuestión central para políticos y prensa —y, por ende, para muchos ciudadanos—. Son situaciones que se venden bien, permiten bellas moralinas y tienden a la repetición. Discutir una y otra vez sobre lo mismo, insultarse una y otra vez sobre lo mismo sirve para seguir convenciendo a los espectadores de que la política es un espectáculo distante, de que no es el mejor instrumento que tenemos para mejorar nuestras vidas sino esa porquería que hacen los políticos —y que es mejor, entonces, dejársela a ellos: que la manejen ellos, que se ensucien ellos—.

Por un lado —el material—, la influencia real de esa corrupción en las vidas de los ciudadanos es menguada. Todo el dinero que pueden robarse estos señores y señoras no consigue competir ni de muy lejos con la evasión fiscal de cualquier millonario que se precie —que la logra amparado en decisiones políticas de lo más legales—. ¿Cuánto dinero se guardaron las grandes energéticas cuando el Partido Popular, Vox, Junts y PNV eliminaron con gran legitimidad aquel impuesto que pagaban? ¿Cuánto las grandes fortunas en los paraísos fiscales de Andalucía y Madrid, donde evitan las tasas a la riqueza y a las sucesiones?

Lo que sí influye en nuestras vidas es lo que los partidos —aun con la mayor honestidad— quieren hacer con nuestra sociedad. El problema de la sanidad madrileña no consiste en que un hermano o un amigo se hayan pimplado unos millones; consiste en que la política de sus líderes políticos tiende a reducir la salud pública en beneficio de la privada —y eso, válgame Dios, se puede hacer muy honestamente, con los votos y firmas de quienes corresponda—. Eso es lo que habría que discutir y decidir después en elecciones, y es solo un ejemplo: podrían multiplicarse al infinito. Mientras miramos los robos y robines, mientras nos entretienen con insultos e incisos e incenditos, lo que importa pasa, pasa, pasa, en otras partes.

El honestismo sirve para que no lo veamos ni lo miremos y, encima, nos sintamos atentos, vigilantes, probos; somos los mejores: no se nos cuela ni un chorizo. Habría que recordar que los peores, los que hacen daño en serio, no necesitan escaparse ni ocultarse. Pueden hacerlo sin problemas, muy honestamente: les alcanza con hacer política, realmente política.

En este momento el honestismo marcha en turbo: los medios no descansan. En las encuestas sobre las principales preocupaciones de los españoles, la corrupción no suele estar entre las 10 primeras. La vivienda, el paro, la inmigración, la sanidad salen muy por encima. Son cuestiones que dependen de las ideas y decisiones de cada Gobierno, y sin embargo los gobiernos no caen por lo que hacen o no hacen al respecto sino por tristes cuestiones policiales.

Y eso es, con perdón, en buena parte culpa de nosotros los plumones. Es mucho más fácil, más rentable, más descomprometido, contar que un ministro se robó unos miles o millones que trabajar en serio sobre la falta de vivienda de tantos miles o millones, los meses de demora en cualquier cita médica, la explotación de los trabajadores inmigrados. Y ese trabajo de los medios condiciona los fines. Ahora mismo, según el CIS, casi el 70% de los españoles dice que su situación económica personal es buena o muy buena; al mismo tiempo, más del 55% de los españoles dice que la situación económica general del país es mala o muy mala. La diferencia entre esas dos percepciones es el efecto del discurso público, prensa y asimilados. Personas a las que les va más o menos bien, pero escuchan que en verdad les va bastante mal y se lo creen, porque no van a dejar que la realidad, siempre tramposa, los engañe. El honestismo es la forma más sofisticada de este truco: convencerte de que si un Gobierno está privatizando la salud, lo terrible es que algún pariente del Gobierno lo aproveche para algún chanchullo. Lo primero es político, lo segundo es policial. Hemos mirado demasiadas series: ya no sabemos cómo contarnos nuestras vidas.














[ARCHIVO DEL BLOG] LOCAS. PUBLICADO EL 30/06/2020









A veces aparece algo que le da sentido a todo, comenta en el A vuelapluma de hoy martes [Al menos ella sabe por qué esta loca. El País, 30/6/20] el escritor Manuel Jabois, que nos ata obsesivamente y que nos convierte en rehenes de algo bueno y generoso. Hace unos días -comienza diciendo Jabois- estuve en Ses Salines (Mallorca) visitando a un amigo que pasó allí el confinamiento. Tiene dos perras teckel, Berta y Cuba, que llevábamos a bañarnos cerca de Es Trenc todos los días antes de comer y de cenar, después del trabajo. En un lugar de la Colonia de Sant Jordi, cerca del faro, hay un pequeño aparcamiento, junto a la zona hotelera, en el que siempre nos recibían muchísimos gatos silenciosos y salvajes, sacados de Don Gato y su pandilla; las teckel metían el rabito para dentro, muertas de miedo, y las cogíamos en brazos hasta llegar a las rocas. Hay pocas cosas que den más miedo que encontrarte juntos a 20 seres vivos con los que no te puedes comunicar, una de esas cosas es poder hacerlo.
El último día de mi visita, cuando nos estábamos metiendo en el coche, aparcó una señora con dos niñas. Se bajaron las tres, la mujer con dos enormes bolsas de plástico. Dejamos a las perras en nuestro coche y bajamos también. Nada más verla, a los 20 gatos echados a la sombra se le unieron otros 10 tímidos salidos de todas partes. La mujer se acercó a un comedero hecho a mano en un pequeño descampado, y vació las bolsas en varios pivotes de madera que también, como el comedero, había hecho ella. La comida la había cocinado de mañana y eran varios kilos de arroz con carne. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo: “Asunción Capllonch”. Le pregunté desde cuánto tiempo hacía esto, y me dijo: “35 años”. Le pregunté cuántos años tenía, y me respondió que cumpliría pronto 64, si bien aparentaba muchos menos. Las niñas, nos dijo, eran sus nietas.
Nos sentamos un momento y nos contó su historia. Todos los días desde hace 35 años va allí a darle de comer a los gatos. Nunca vacaciones, nunca viajes; cuando enfermaba, y esto ocurría pocas veces, una amiga suya la sustituía. ¿Y su marido? ¿Su hija? “Pues dicen que estoy loca”, dijo riéndose. El carnicero le da cada día lo que le sobra (pollo, ternera, cerdo) y ella lo cocina con arroz y lo mezcla todo después de cortar la carne con unas tijeras de cocina. Ha visto morir y ha tenido que sacrificar a muchos gatos en estos 35 años, ha visto la desconsideración de gente que ha dejado en la zona crías recién nacidas escondidas, ha visto crecer a decenas, encariñarse con ellas. Hablamos hasta tarde, las niñas se tenían que ir, le pedí su número de teléfono. Había algo que me interesaba y no me dio tiempo a preguntarle: cómo empieza.
La llamé pasados unos días, ya desde Madrid. Me contó que en los años ochenta un matrimonio suizo llegó al sur de la isla. La mujer, enamorada de los animales, compró un terreno y mantuvo allí gatos y perros. La casa la limpiaba una tía de Asunción; tras morir esta tía, la propia Asunción cogió el relevo. “Los animales me daban pánico”, dijo. Pero empezó a cuidarlos, y siguió cuidándolos después de muerto el matrimonio, y lo hizo también con los gatos que se acercaban atraídos por la comida. Cuando se quiso dar cuenta ya no pudo parar. “Hay cosas que se hacen porque se empieza a hacerlas. Yo me moriría si un día se quedan sin comer. Una persona que ama, sufre mucho”. Va todos los días a las tres de la tarde, pero con la pandemia las gaviotas están hambrientas y a esa hora se abalanzan sobre la comida de los gatos, espantándolos. Por eso la encontramos a las nueve de la noche.
Ha tenido conflictos con los vecinos por la cantidad de gatos que merodean ese descampado. Estoy seguro de que tienen algo de razón ellos, y que tiene toda la razón ella. Yo creo que a veces aparece algo que le da sentido a todo, que nos ata obsesivamente y que nos convierte en rehenes de algo bueno y generoso. Hay gente que de repente, sin darse cuenta, empieza a sentir que su felicidad no consiste en darse el gusto sino en no fallarle a aquello que ha elegido de una forma sensible y primorosa, algo que en apariencia no signifique nada para nadie y signifique todo para aquellos que le dan importancia y hacen que el mundo dure más, y sea mejor, gracias a estos actos de amor desinteresado. Cuando le dicen, y le dicen mucho, “la loca de los gatos”, ella responde que al menos sabe por qué está loca". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, MADRE ESPAÑA, DEL POETA ESPAÑOL MIGUEL HERNÁNDEZ

 






MADRE ESPAÑA




Abrazando a tu cuerpo como el tronco a su tierra,

con todas las raíces y todos los corajes, 

¿quién me separará, me arrancará de ti, 

madre?


Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,

si su fondo titánico da principio a mi carne?

¡Abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa, 

¡nadie!


Madre: abismo de siempre, tierra de siempre, entrañas

donde desembocando se unen todas las sangres:

donde todos los huesos caídos se levantan;

madre.


Decir madre es decir tierra que me ha parido;

es decir a los muertos: hermanos, levantarse;

es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo

sangre.


La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.

Es otro pecho, es una burbuja de tus mares.

Tu eres la madre entera con todo tu infinito, 


madre.


Tierra: tierra en la boca y en el alma y en todo.

Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.

Con más fuerza que antes volverás a parirme,

madre.


Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella, 

volverás a parirme con más fuerza que antes.

Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:

¡Madre!


Hermanos: defendamos su vientre acometido,

hacia donde los grajos crecen de todas partes,

pues, para que las malas alas vuelen, aun quedan 

aires.


Echad a las orillas de vuestro corazón

el sentimiento en límites, los efectos parciales.

Son pequeñas historias al lado de ella, siempre

grande.


Una fotografía y un pedazo de tierra,

una carta y un monte son a veces iguales.

Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,

madre.


Familia de esta tierra que nos funde en la luz,

los más oscuros muertos pugnan por levantarse,

fundirse con nosotros y salvar la primera

madre.


España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos

de dolor y de piedra profunda para darme:

no me separarán de tus altas entrañas,

madre.


Además de morir por tí, pido una cosa:

que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,

vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,

madre.




MIGUEL HERNANDEZ (1910-1942)

poeta español
























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY LUNES, 30 DE JUNIO DE 2025

 






































domingo, 29 de junio de 2025

NO EN MI NOMBRE. ESPECIAL DE HOY DOMINGO, 29 DE JUNIO DE 2025

 






La masacre que Israel está cometiendo en Gaza me lleva a preguntarme cómo ser judío después de ese horror, escribe en El País [No en mi nombre, 25/06/2025] el editor y ensayista judío Alejandro Katz. Nunca hasta hoy había hablado como judío, comienza diciendo Katz. Intenté hacerlo siempre como ciudadano, como un igual entre iguales, como alguien preocupado por lo que nos es común, tratando de respetar a la palabra, de reconocerla como el bien más preciado de nuestra humanidad compartida, lo que nos hace ser lo que somos al instituirnos como individuos que son en tanto son con los otros, en tanto reconocen y son reconocidos.

Fui educado como judío; no fui educado en el judaísmo, no en esa versión del judaísmo que implica las formas, sagradas o profanas, de pertenencia a la tribu, sino en el judaísmo que se confunde con aquello que, imprecisamente pero sin vacilar, entendemos como humanismo.

El 17 de marzo de 1992, oí desde la editorial el estruendo de la bomba que destruyó la Embajada de Israel en Argentina sin imaginar que era una bomba, y descubrí con azoro el modo en que el odio tocaba nuevamente a nuestra puerta, la de los judíos y la de los argentinos. El 18 de julio de 1994, el horror se hizo presente en el rostro de un amigo que trajo la noticia de la destrucción de la AMIA, la mutual de la comunidad judía, por un coche cargado de explosivos.

El 7 de octubre —no es necesario decir el año; “7 de octubre” es ya el nombre de una nueva marca de lo innombrable—; el 7 de octubre fue la desesperanza y la desesperación, la infinita tristeza por las víctimas y por el significado —los significados— de que fueran víctimas. Fue más de lo que puede decirse con palabras, porque las formas que tomó ese día la violencia sobre la vida y la violencia sobre la muerte, las formas de la humillación y del desprecio de lo humano, alcanzaron cimas que con dificultad pueden ser expresadas por el lenguaje.

Y el 8 de octubre fue, junto con la tristeza, la indignación ante aquellos, muchos, que uno imaginaba compañeros de viaje —del viaje del pensamiento en el mundo de las ideas, del viaje de los principios e ideales en el mundo de la política— que fueron capaces de caer en el adversativo: sí, fue horrible... ”pero”. “¿Pero?" De cuántas formas hemos dicho nosotros, en Argentina, en España, en el mundo, que no hay antecedente que justifique la crueldad, que nada explica la crueldad, que la crueldad no puede considerarse como algo causado por quien la sufre, haya hecho lo que haya hecho, que la crueldad es el Mal, que su origen está en quien lo causa, no en quien lo recibe.

Sí, el 8 de octubre fue, junto con el azoro, el encuentro, una vez más, con la propensión a justificar lo peor en nombre de otra cosa. Explicar no es justificar, me dirán, me dijeron. No es cierto, no siempre es cierto. Cuando la explicación convierte en agente del mal a su víctima la explicación se vuelve justificación, la peor, porque pretende ocultar su nombre bajo la retórica de las ideas.

Luego vino todo lo demás. Todo lo demás es la destrucción infinita, no ya de Gaza, no ya de los palestinos de Gaza, no ya de mujeres y niños de Gaza, no ya de médicos y enfermeros de Gaza, la destrucción infinita de la humanidad, de aquello que, una vez más imprecisamente pero como siempre sin vacilar, nos constituye —¿nos constituía?— como lo que somos.

El horror del 7 de octubre fue de tal magnitud, el rechazo de las explicaciones del 8 de octubre fue tan intenso, que resultó difícil reaccionar ante lo que comenzó a suceder, ante lo que sigue sucediendo, lo que no acaba de suceder, interminable, inconcebiblemente.

Pero difícil no es imposible: ya son hoy no cientos sino miles las voces, miles las voces judías alzadas contra aquello en torno de lo cual algunos quieren establecer una disputa léxica (¿es o no un genocidio, es o no limpieza étnica?) solo para esconder los hechos. Y los hechos son que Israel está cometiendo una masacre de las más abominables de nuestro tiempo, una masacre cuya dimensión tanto por el daño que produce como por la crueldad con la que lo produce, nunca —¡nunca! es terrible saberlo desde hoy—, podrá ser olvidada.

(Ya no es posible hacer el repertorio de quienes han hablado y de lo dicho: los hay en el mundo de las ideas y de la política, los hay progresistas y conservadores, en Israel y fuera de Israel. Son voces valientes, que enfrentan a quienes quieren callar las críticas por medio de la rastrera extorsión de la Tragedia).

Aun si el ataque israelí sobre Irán parece haber cambiado la agenda, la atención no debe apartarse de Gaza, por razones a la vez políticas y humanitarias. El Estado de Israel está cometiendo una masacre. Los crímenes ya no son la excepción sino la norma; quizá peor que los crímenes —¡”peor que los crímenes!“; hay que no ser una víctima para decirlo— sea la satisfacción que producen en muchos de quienes los cometen y en muchos de quienes los aprueban.

La formulación no fue casual: el Estado de Israel. No los ciudadanos israelíes, muchos de los cuales encarnan con dignidad la resistencia ante los abusos del Estado, no los judíos.

No es una exculpación, es la distinción que introduce preguntas: ¿hay algo en el judaísmo que explique lo que está haciendo el Estado de Israel? ¿O es acaso en la conversión de un pueblo en un Estado donde esa explicación se encuentra? También la pregunta más urgente: ¿cómo poner fin al horror, ya? Y la que se inaugura ahora: ¿cómo ser judío después de Gaza? Cómo ser aquello que nos gustaba ser: gente del libro, de las ideas, de las razones y de la comprensión, gente de los argumentos y del humor —los delegados de la Ironía en la tierra—, curiosos por estar siempre en territorios ajenos que despiertan asombro, deseosos de comprender al vecino en su diferencia y en su semejanza, queriendo ser iguales y orgullosos de ser diferentes. Ya que no es posible la paz perpetua, la amistosa convivencia en todo lugar y en todo momento, contarnos entre quienes prefieren ser perseguidos que perseguidores: al perseguido le queda la esperanza de la fuga y la ilusión del refugio; el perseguidor está privado de toda esperanza. (Advierto las objeciones posibles y me pregunto si alguien es capaz de sostener que hubiera sido mejor ser un nazi que una de sus víctimas: quien responda afirmativamente merece ser considerado tal).

Estaba bien filiarse sin jactancia en la genealogía de la admiración, aquella cuyos nombres son parte principal del proyecto civilizatorio del Occidente moderno. Nuestros amigos veían a través nuestro esa historia, esa tradición, esa vocación que, sin decirlo (aunque, reconozcámoslo, no sin cierta vanidad), queríamos encarnar y continuar.

Eso ya no es posible: los crímenes que comete hoy, ahora mismo, en el instante en que escribo esto, en que usted lo lee, los crímenes que está cometiendo Netanyahu en nombre de lo que llama el Estado judío, y que cobarde, abyectamente, defienden tantos invocando el judaísmo en lugar de la razón de Estado, esos crímenes serán, también, puestos en nuestra cuenta. No por ello vamos a justificarlos, no por ello vamos a ser parte de su comisión, no por ello vamos a dejar de denunciarlos como lo que son: crímenes abyectos y aberrantes.

Hacerlo no nos reconciliará con quienes nos hagan cargo del horror en Gaza, y sumará el desprecio de quienes se enorgullecen de ese horror. Pero decir en voz alta que esos crímenes no se cometen en mi nombre, en nuestro nombre, es el único modo de seguir siendo judío, un judío a la vez silencioso y orgulloso, un judío educado para decir: no, eso no, eso nunca.. Alejandro Katz es editor y ensayista. 
















sábado, 28 de junio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 28 DE JUNIO DE 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 28 de junio de 2025. Al igual que, para Alfred N. Whitehead, la filosofía podía reducirse a una serie de notas al pie de página de Platón, valdría decir que la politología no es más que una sucesión de comentarios al Leviatán de Thomas Hobbes, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy el politólogo José Andrés Fernández Leost. La segunda es un archivo del blog de junio de 2008 en la que se analizaba el papel y las estrategias de la mujer en su función social de profesionales en el mundo de hoy, tomando como excurso el reciente incidente en que se había visto envuelta la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas. El poema del día en la tercera se titula Con tan furioso amor, del poeta José M. Caballero Bonald, y comienza asi: Bendita seas, España,/porque no/me has dejado/quererte, bendita/seas también /porque te odio/con tan furioso/amor/como un hijo/a su madre. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt