miércoles, 27 de diciembre de 2023

De lo kafkiano de nuestra época

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Monika Zgustova, comenta en el País, en homenaje al escritor checo Franz Kafka cuyo centenario se celebra el próximo 2024, que en el mundo actual, los movimientos de las personas se controlan a través de las aplicaciones, igual que los funcionarios de ‘El proceso’ controlaban los horarios y hábitos del protagonista. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com










¿Por qué somos kafkianos?
MONIKA ZGUSTOVA
25 DIC 2023 -  El País - harendt.blogspot.com

A finales de los ochenta, todavía durante la época del comunismo, mientras visitaba Praga, una amiga me regaló El castillo de Franz Kafka en checo. Se trataba de una edición de los años sesenta, la década que desembocó en la Primavera de Praga, cuando publicar y leer Kafka estaba permitido, aunque por poco tiempo. Tras la invasión rusa de 1968, el nuevo régimen prosoviético en Checoslovaquia volvió a prohibir al escritor de Praga porque, en su obra, Kafka había descrito con lucidez y precisión el funcionamiento de la arbitrariedad, una de las características de los totalitarismos. Cuando se acabó mi estancia en la ciudad, mientras conducía hacia la frontera, antes de llegar al control de pasaportes me acordé del libro prohibido que había dejado despreocupadamente a mi lado. Detuve el coche en el arcén para esconder El castillo al fondo de mi maleta. Pero, como en las novelas de Kafka, algún ojo vigilante siguió mis movimientos. Una vez en el puesto de control, un policía me pidió que abriera la maleta. A continuación, con un gesto seguro, extrajo el libro de ella. En la aduana me sometió a un duro interrogatorio.
La cultura centroeuropea de principios del siglo XX se podría definir como la huida de la racionalidad y del orden impuestos por un Estado todopoderoso —el imperio austro-húngaro—, del control que la burocracia ejercía sobre el individuo, del centralismo basado en el intento de uniformizar las muchas y variadas etnias, hacia el espacio humano íntimo. Kafka comprendió que se trataba de una tendencia y la anticipó universalmente, la analizó en su obra antes de que tomara su monstruosa dimensión en forma de totalitarismos, ideologías opresoras y guerras mundiales. Por eso las obras de Kafka resultan proféticas.
En su vida, Kafka fue testigo de la Primera Guerra Mundial, cuyo final trajo el desmoronamiento del imperio austro-húngaro y la creación de pequeños estados como Checoslovaquia. En sus libros partía de situaciones íntimas que había experimentado: en El proceso, de su compleja relación con la mujer de negocios Felice Bauer y del “proceso” con el que le sorprendió su familia; en El castillo, de su pasión por la periodista Milena Jesenská, cuyo marido retrató en Klamm, el señor del castillo; en La transformación (o La metamorfosis), de la compleja relación con su padre. Sin embargo, a todas esas situaciones dio un trato metafórico que va mucho más allá de las realidades íntimas hasta otorgarles una dimensión universal y marcar en ellas la tendencia social y política no solo del siglo XX —que apenas llegaba a su primer cuarto cuando el escritor moría, en 1924, en un sanatorio de Viena a los 41 años— sino más allá de su siglo.
Sin embargo, los críticos e intelectuales que compartieron con Kafka el siglo XX no entendieron en seguida su enigmática obra: hablaron de su mundo “fantástico” y “surrealista” hasta que se impuso una nueva realidad: la de la Segunda Guerra Mundial. Entonces los que buscaban los documentos necesarios, en Marsella y en Lisboa, para huir de Europa, hablaron de El proceso como de una obra profética, y una vez en los barcos transoceánicos se acordaban de América. Paulatinamente, el término kafkiano, kafkaïen, kafkaesque se fue introduciendo en la mayoría de las lenguas occidentales.
Y El proceso llegó a convertirse en el símbolo de la impotencia del individuo a la merced de la maquinaria estatal. Como en toda la obra de Kafka, también aquí las ventanas son unos ojos que nunca se cierran y todo lo ven. Al inicio de la novela, una pareja de ancianos mira por la ventana cómo dos señores entran en la habitación de la casa de enfrente, donde detienen a K., el protagonista del libro, no sin antes devorar su desayuno. Al final de la novela, minutos antes de la ejecución de K. en una cantera, se abre una ventana y en ella aparece un hombre que mira; K. sabe que ese hombre será el testigo de su humillación. Y así es: el hombre en la ventana observa cómo uno de los dos guardianes le oprime la garganta mientras el otro le clava el cuchillo en el corazón. Al morir, K. siente “la vergüenza que va a sobrevivirlo”.
Si en el mundo de Kafka ser observado significa que alguien es testigo de tu vergüenza y humillación, en nuestra contemporaneidad, las personas en la ventana, además de observar sacarían un vídeo con el móvil y lo colgarían en Youtube e Instagram para que millones pudieran presenciar la humillación de un hombre. Y si Kafka señalaba lo intimidantes que resultan las miradas ajenas —en El castillo, Josef K. y Frieda hacen el amor bajo las miradas de dos ayudantes-perseguidores— y buscaba la máxima privacidad, en la época presente los ojos de las cámaras nos acechan en los supermercados y en el metro, en las autopistas y las calles; los ojos de los móviles nos apuntan en cualquier lugar; en los aeropuertos hay control de huellas digitales que nos convierten en culpables potenciales; como en nuestro mundo en que los movimientos se controlan a través de las aplicaciones, los funcionarios de El proceso controlaban los horarios y hábitos de K., al cual detuvieron sin dificultad. Lo que Kafka señaló en su momento como horror, nuestra época lo ha hecho omnipresente.
Los personajes del escritor de Praga a menudo corren y lo hacen tanto si tienen prisa como si no la tienen. Al final de El proceso, K., a punto de ser ejecutado, “se echó a correr” sin razón alguna. En El castillo, los habitantes del pueblo no paran de moverse de un sitio para otro, con frecuencia cambian de trabajo, de alojamiento y de pareja y lo saben todo sobre los demás: viven en un eterno desasosiego. De esta manera, más que describir la suya, Kafka retrata nuestra época nerviosa y caótica en la que no solo el horror vacui sino el ritmo de la sociedad empuja a las personas a desempeñar varias actividades al mismo tiempo, como ese taxista que me llevaba del aeropuerto a casa hablando por dos móviles a la vez, además de escuchar la radio, seguir mis instrucciones y conducir.
Los Josef K. y los Gregor Samsa, esos oficinistas y vendedores que pueblan el universo kafkiano, un día cualquiera quedan atrapados en una ciudad donde, sin embargo, no logran conseguir el permiso de residencia o se despiertan transformados en un insecto. También ellos padecen las mismas inseguridades, desequilibrios e inestabilidades que la sociedad líquida de nuestro siglo.
Los personajes kafkianos, huraños y solitarios a su pesar, recuerdan la sociedad contemporánea cada vez más autista que pasa más tiempo mirando las pantallas de los móviles que conversando con las personas reales. Hasta el apellido del personaje principal de La transformación, Samsa, reproduce el sonido de “estoy solo” en checo. En la Carta al padre, la letanía de reproches que el hijo le dirige al padre recuerda las complicadas relaciones entre padres e hijos en el mundo de hoy en el que el individuo está cada vez más aislado en ese universo de la infelicidad cósmica: la kafkiana. Monika Zgustova es escritora.





































[ARCHIVO DEL BLOG] Internet y redes sociales: El fin de la intimidad. [Publicada el 02/11/2015]









Hace nada menos que ciento veinticinco años, en 1890, dos profesores estadounidenses, Samuel Warren y Louis Brandeis, publicaron en la Harvard Law Review un artículo titulado "El derecho a la intimidad", en el que se decía lo siguiente: "Cada gramo de chismorreo indecente se convierte en simiente de otros, y, en proporción directa a su divulgación es causa del debilitamiento de los valores sociales y de la moralidad. Incluso un chisme aparentemente inicuo, divulgado amplia y persistentemente, es un mal en potencia: empequeñece y pervierte. Empequeñece al invertir la trascendencia relativa de las cosas, minimizando, así, los pensamientos y aspiraciones de la gente. Cuando el chisme referido a un persona alcanza el rango de letra impresa, ocupando el espacio disponible para los temas de verdadero interés para la comunidad, ¿cómo puede extrañarnos que los ignorantes y los inconscientes confundan su importancia relativa? La trivialidad destruye, al mismo tiempo, el vigor del pensamiento y la delicadeza del sentimiento. Bajo su influencia destructiva, no puede florecer el entusiasmo, ni sobrevivir el impulso generoso". La cita es de Plácido Fernández-Viagas, en su libro "Inquisidores 2.0", ya comentado por mí hace unos días en el blog.
Cualquier usuario responsable de internet y las redes sociales seguro que se ve reflejado en el párrafo anterior. Aunque las usemos con entusiasmo y promiscuidad quiero suponer que somos conscientes de la enorme cantidad de morralla que circula y que difundimos, algunas veces a propósito y la mayoría por ignorancia supina, a través de ellas. 
Pero hay peligros mucho mayores en la red que los de la difusión de chismes, teorías esotéricas y gilipolleces al por mayor. En un artículo escrito en El País en diciembre de 2013, titulado "La dialéctica de la digitalización", el profesor Fernando Vallespín,  catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, se atrevía a decir que hoy comenzamos a tener la sospecha de que mientras retozamos dichosos en el ciberespacio hemos entrado sin saberlo en una nueva jaula de hierro, bien vigilada y sujeta a un escrutinio anónimo, sin conocer todavía con exactitud la dimensión exacta de esta amenaza o quién se va a ver beneficiado por ella, y mucho menos sus consecuencias a largo plazo. 
Alimentamos con regocijo la Red, continuaba diciendo, y otros toman buena nota de las preferencias que cándidamente les damos. La gran pregunta es si la liberación que promete Internet, añadía, puede acabar convertida en su contrario. Hoy hemos accedido, decía, a una “democracia de enjambre”, una “sumatoria privada de muchedumbres” reactivas, que se mueven a base de flujos de halago o descalificación, y que, como un seísmo, sacuden el espacio público llenándolo de ruido e impiden, la mayoría de las veces, una reflexión serena. Nos podrá gustar o no, seguía diciendo, pero está ahí para quedarse y comienza a reivindicar una nueva política todavía apenas visible. ¿Cuáles serán sus consecuencias; cómo puede afectar la nueva realidad virtual al despliegue de la democracia; facilitará el ejercicio de las virtudes cívicas o las subvertirá? Todo son preguntas, decía. Internet nos ofrece la posibilidad de invertir el panóptico foucaultiano, de ser nosotros quienes observamos y controlamos al poder, y no a la inversa. Esta es la premisa que hasta hace bien poco dábamos por supuesta.
Por eso conviene, concluía diciendo, que abandonemos la situación de encantamiento y embeleso en que nos ha sumido la digitalización y tomemos conciencia de sus ambivalencias. Que, como bien dijeran Adorno y Horkheimer en su día respecto de la Ilustración, todo avance en el proceso de racionalización del mundo tiene también sus costes, genera su propia antítesis. Si reaccionamos rápido, añadía, puede que aún estemos a tiempo de evitar que este espacio de libertad se convierta en una nueva forma de dominación. En la peor de todas, además, porque es silenciosa, encubierta y, por tanto, imbatible. Un nuevo Mundo feliz con soma digitalizado.
En julio de este año, Revista de Libros se hacía también eco de esta inquietud con un prolijo artículo de Manuel Arias Maldonado, profesor titular de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, titulado "La cara oscura de internet"
Mucho antes de que tuviéramos en nuestras manos el primer smartphone, decía al inicio del mismo, su existencia había sido ya conjurada por la literatura. En una novela futurista publicada en 1946, titulada "Heliópolis", el escritor alemán Ernst Jünger habla del Phonophor, un pequeño dispositivo que cada persona lleva en el bolsillo de su camisa –igual que en "Her", la película de Spike Jonze sobre el single transmoderno– mediante el cual es posible telefonear, hacer cálculos, votar en referendos, conocer la propia ubicación, trazar itinerarios, obtener el pronóstico meteorológico, consultar libros o manuscritos. Para un espíritu aristocrático como el de Jünger, una invención así sólo podía dar pábulo a una distopía social. Y no solamente por recelo hacia una extensa participación política ciudadana, sino también porque la posibilidad de la localización permanente se le aparecía, recién derrotado el totalitarismo nazi y victorioso el soviético, como una amenaza mortal para la privacidad individual.
Setenta años después, continúa diciendo, en nuestras agitadas sociedades democráticas, llevamos alegremente nuestros phonophoros a todas partes, sin limitarnos a ofrecer datos sobre el lugar en que nos encontramos: dejamos una huella indeleble de nuestras actividades y preferencias. Hasta hace poco veníamos haciéndolo sin plena conciencia, como si la vida digital estuviese separada de la vida analógica por alguna misteriosa membrana de aislamiento. Pero el descubrimiento de que la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense venía realizando un espionaje masivo del tráfico digital, con la colaboración de unas grandes empresas tecnológicas que con ello dejaban de ser cómplices del ciudadano para convertirse en cómplices del sistema, supuso el fin de la inocencia: la red ha dejado de ser un juguete y exhibe abiertamente por vez primera su irremediable ambivalencia. Se ha producido así un cambio en el estado de ánimo colectivo que Michael Saler ha sintetizado con acierto: "Como debutante ante el público general en los años noventa, Internet fue saludado como un genuino paraíso de conocimiento colectivo, comunicación global y libre empresa. Hoy, sin embargo, es en la misma medida denunciado como un chispeante infierno de vigilancia estatal, manipulación corporativa y actividad criminal".
El artículo del profesor Arias Maldonado es una reseña crítica de las más recientes publicaciones académicas en todo el mundo sobre este aspecto negativo para la intimidad y la libertad de las personas y los ciudadanos en que se han convertido internet y las redes sociales. En ese sentido, dice al final del mismo, la sola existencia de obras como las reseñadas sirve para tratar de conjurar los peligros que está trayendo consigo el rápido crecimiento de la Red. A medida que conocemos en toda su magnitud los desafíos de la digitalización, el debate público sobre la misma se hace más rico y sofisticado. De alguna manera, esta toma de conciencia corresponde a una maduración social progresiva, a una ganancia en reflexividad que ilustra la medida en que, hasta ahora, habíamos permanecido en la fase lúdica de la digitalización: una familiarización mediante el juego, la experimentación, el error. ¿Podría entenderse de otra manera que la prensa, por poner un ejemplo, ofreciera inicialmente todos sus contenidos gratis en la Red, poniendo así gravemente en peligro su futura viabilidad comercial? No obstante, como razonan Tobias Hürter y Thomas Vašek, no parece razonable renunciar a una de las más poderosas invenciones humanas sólo porque hayamos descubierto que su potencia no carece de riesgos. Puede que Internet haya nacido ayer, pero la humanidad no: conservemos la calma e iluminemos en lo posible el lado oscuro de nuestro progreso técnico sin renunciar a sus frutos.
Les recomiendo su lectura. Estoy seguro que después de hacerlo mirarán con otros ojos la aparente inocuidad de cuanto dejamos ver de nosotros mismos, y de lo que vemos de los demás, y que cada vez que encendamos nuestro PC lo haremos conscientes de lo que nos estamos jugando: no solo el desvelar nuestra intimidad; también, probablemente, dejar nuestra libertad en manos de otros. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












martes, 26 de diciembre de 2023

De la teoría de la relatividad (política)

 






Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz martes. En un mundo parcial e interesado, comenta hoy en El País la historiadora del arte Ángela Molina Climent, no parece extraño que ‘lobbies’ ultraderechistas pro Israel condenen las cartas abiertas de apoyo a Palestina y las usen como listas negras, tal como hicieran en su día, por las razones contrarias, con el padre de la física moderna, Albert Einstein, a los que éste respondió con la más brillante demostración de la relatividad (política). Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com










Teoría de la relatividad política
ÁNGELA MOLINA
25 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Albert Einstein debió de angustiarse gravemente al enterarse de que en el gran vestíbulo de la Filarmónica de Berlín había concentrados un grupo de científicos dispuestos a “purificar la física alemana” de creyentes en la relatividad. Estamos en 1920, todavía le falta un año para ganar el premio Nobel y ya le llueven insultos de lo más peregrino: plagiario, agente de Moscú, científico dadaísta. Los más benevolentes perciben su don rabínico para elucidar proposiciones complejas, como cuando un periodista le pidió que le explicase la teoría de la relatividad: “La materia le dice al espacio cómo curvarse. Eso es todo”.
En su formidable ensayo Genio y ansiedad. Cómo los judíos cambiaron el mundo (2019), Norman Lebrecht se hace la —no menos judía— pregunta de “hasta qué punto es judío Einstein”, tras rescatar las notas del científico alemán donde expresa su creencia de que “el judaísmo trata exclusivamente de la actitud moral hacia la vida de todo ser humano, que es sagrada, el valor supremo al que están subordinados todos los valores y que forma parte del todo que hemos denominado Universo”. Le reclaman de Estados Unidos para recaudar fondos destinados a una universidad hebrea en Jerusalén. Allí es recibido como una celebridad, toca el violín en las mansiones de los millonarios y explica a los congresistas de Washington “por qué la sensación del paso del tiempo es más rápida si estás junto a una chica hermosa, pero si te sientas sobre una lumbre caliente, un minuto te parecen horas”. Se declara sionista, pero en un viaje a Palestina observa a los jasidim que se balancean rezando frente al Muro de las Lamentaciones: “Una triste imagen de hombres con un pasado, pero sin futuro”, escribe. Hitler se convierte en canciller cuando el filósofo y genio de la ciencia ya es adoptado por Estados Unidos, donde acepta una cátedra en Princeton.
La figura de Einstein es la metáfora de una biblioteca, porque disuelve cualquier supremacía. Es oportuno recordarla en un momento histórico de “relatividad política” protagonizado por la guerra en Gaza, tras setenta y cinco años de conflictos, matanzas y deportaciones, pero el tiempo que duró el pogromo de Hamás del 7 de octubre en el que murieron 1.400 israelíes parece una eternidad, si consideramos el marasmo que ha alcanzado a las organizaciones e instituciones culturales de Alemania y Estados Unidos, maximizando el cruel impacto que está teniendo la guerra en la Franja, con barrios pulverizados y bloqueo de suministros “hasta destruir y matar completamente a Hamás” (Netanyahu).
Los millonarios del mismo capital judío que reclutó a Einstein, tan determinante en las universidades de élite norteamericanas, amenazan ahora con retirar su apoyo financiero si sus rectores no adoptan una postura clara e inequívoca contra los “bárbaros asesinatos de civiles israelíes inocentes a manos de terroristas” e impiden las manifestaciones de grupos de estudiantes propalestinos que acusan a Israel de cometer genocidio. En la Universidad de Pensilvania, la rectora, Liz Margill, dimitió tras negarse a afirmar en el Congreso estadounidense que tal llamamiento al genocidio violaría el código de conducta de la universidad (que incluye la libre expresión de opiniones). La rectora de Harvard, Caudine Gay, aseguró en términos similares que “el discurso antisemita, cuando se convierte en una conducta que equivale a acoso, hostigamiento, intimidación, es una conducta punible y tomamos medidas”: “Así que la respuesta es sí, que pedir el genocidio de los judíos viola el código de conducta de Harvard, ¿correcto?”, insiste la republicana Elise Stefanik. “De nuevo, depende del contexto”, termina Gay.
Semanas antes, el director de Artforum, David Velasco, había sido despedido por la publicación de una carta abierta de la comunidad artística internacional de apoyo al pueblo palestino, donde 8.000 firmas exigían un alto el fuego y ayuda humanitaria a Gaza. El propietario de la revista es Penske Media Corporation que, al igual que otros donantes de instituciones prominentes y lobbies ultraderechistas proIsrael, condenan las cartas abiertas de apoyo a Palestina y usan el repertorio de firmantes como listas negras para denigrar nombres y carreras.
En Alemania, la situación es aún peor, con centros culturales cerrados, bienales y exposiciones canceladas de artistas que no son suficientemente vehementes en su rechazo al terror de Hamás. La privilegiada Documenta de Kassel tendrá que reiniciar el proceso de búsqueda de un director artístico tras la dimisión en bloque del comité de selección de la 16ª edición (2027). Argumentan en su carta que “no ven las condiciones apropiadas para diversas perspectivas, percepciones y discursos en Alemania”, después de la renuncia forzosa de Ranjit Hoskoté, que abandonó el comité en medio de la presión de los medios alemanes y del gobierno por una declaración considerada “antisemita” que había firmado en 2019, que lo califica como “simpatizante del BDS”, en alusión al movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones a productos israelíes.
“No voy a permitir que me vuelvan a enojar”, juró Einstein tras el mitin contra él en la Filarmónica. “Si se demuestra que mi teoría de la relatividad es correcta, Alemania me considerará alemán y Francia ciudadano del mundo. Si resulta errónea, Francia dirá que soy alemán y Alemania me declarará judío”. La más brillante demostración de la relatividad (política).












De la marcha de Vargas Llosa

 







Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz martes. Ignoro si este escritor superdotado, dice de Mario Vargas LLosa en El País de hoy el también escritor Fernando Aramburu, es consciente del magisterio que sus libros, tanto novelas como ensayos, han ejercido sobre varias generaciones de novelistas, y aun cuando ensalzó a personajes públicos con los que yo preferiría no compartir la merienda, añade al final de su artículo, admiro que nunca lo arredrase decir lo que pensaba sobre asuntos de interés colectivo. Me sumo a sus palabras. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com










En la despedida de Mario Vargas Llosa
FERNANDO ARAMBURU
25 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En tres ocasiones conversé con Mario Vargas Llosa, ninguna de ellas en privado, lo que limitó las posibilidades de una comunicación dilatada. Así y todo, fueron suficientes para comprobar que tenía ante mí a un hombre propenso al trato llano, a pesar del pedestal que habrían podido ofrecerle sus éxitos y su fama. A Beatriz de Moura, a cuya iniciativa editorial él ayudó entregándole un libro para el catálogo de Tusquets, le oí decir un día que con los autores de primer nivel era con los que más fácil resulta entenderse. Dicha particularidad atañe también, según creo, a Vargas Llosa. Ignoro si este escritor superdotado es consciente del magisterio que sus libros, tanto novelas como ensayos, han ejercido sobre generaciones posteriores de novelistas. Me recuerdo, joven aún, examinando pasajes de La ciudad y los perros, de Conversación en la Catedral o de La casa verde con empeño de comprender la hechura de toda aquella asombrosa relojería literaria. A la manera de Flaubert, él ponderó el apego a la disciplina, método, no desde luego el único, pero acaso el más idóneo para la fertilidad constante del creador de una obra vasta. Arriesgadamente agregó a la vocación de escritor la de político, coyunda siempre dañina para la primera. ¿Lo animaría el gusto de coleccionar detractores que lo siguiesen, como los niños de Hamelín, al son de la flauta de sus opiniones? Conmigo no fue posible, aún menos cuando ensalzó a personajes públicos con los que yo preferiría no compartir la merienda, aunque admiro que nunca lo arredrase decir lo que pensaba sobre asuntos de interés colectivo. Con la misma indulgencia me acomodaría a la fe política de otros con tal de que escribieran libros de calidad parecida. Mario Vargas Llosa ha anunciado el abandono de la actividad periodística y de la escritura de novelas. No quisiera que saliese de escena sin llevarse mi gratitud y mi aplauso. Ferrnando Aramburu es escritor.












 



Del silencio de Dios

 







Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz martes. El País de hoy publica un artículo del escritor israelí Etgar Keret. Un relato escrito poco después de los ataques de Hamás contra Israel desde la franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023. Es un relato sobre el silencio de Dios, al menos yo lo veo así, en el que nadie, ni el propio autor del relato podía saber lo que iba a venir a continuación. Pero lo peor es que Dios sigue en silencio, como siempre. A pesar de ello, sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com










Intención
ETGAR KERET
26 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Yechiel Nachman se había pasado 20 años rezándole a su Dios. 20 años enteros en los que ni un solo día había dejado de orar para pedir una boda, un trabajo, buena salud y paz en Israel. Pero no surtió efecto: Yechiel Nachman siguió siendo un solterón sin blanca y asmático, y la paz no se atisbaba en el horizonte. Con todo, no dejó de entrar en comunión con Dios cada día, sin faltar a una sola de las tres oraciones cotidianas. En el fondo de su corazón, Yechiel Nachman había aceptado que sus plegarias quedaran sin respuesta. Porque la oración era un anhelo puro de compasión y justicia, en tanto que la vida era la vida: cruel, desalentadora, ofensiva. De manera que era lógico que esos dos mundos opuestos nunca llegaran a encontrarse. Sin embargo, el 7 de octubre de 2023, el día 22 de Tishréi del año 5784, algo se rompió dentro de Yechiel Nachman. Esa mañana, cuando se iba a celebrar la jubilosa festividad de Simjat Torá, cientos de sus conciudadanos fueron asesinados, y a muchos más se los sacó de su hogar para conducirlos a territorio enemigo.
Cuando ni siquiera había tenido tiempo de absorber las terribles noticias, Yechiel Nachman se encontró envuelto en su manto para la oración en el balcón de su pisito de Beit Shemesh, sin comer ni beber, y sin hacer nada más que rezar durante horas y horas. Así le suplicó al creador: Aquellos a quienes te has llevado, llevados están, pero te ruego que tengas piedad de todos los inocentes arrancados de sus lechos al amanecer y que los devuelvas a casa.
A la mañana siguiente, después de 20 horas de oración consecutivas, Yechiel Nachman entró en la aplicación de alertas Home Front, pero la situación no había cambiado. Se puso el abrigo y caminó con rapidez hasta la casa de su rabino, Nechemia Mittelman.
—Rabino —le dijo—, ya no tengo fe. Antes de quitarme la kipá y de cortarme los tirabuzones, he venido a despedirme.
El rabino estudió con la mirada a Yechiel Nachman y le preguntó con serenidad qué le había hecho perder la fe. Consternado, este contestó:
—Durante toda la noche le he rezado al Altísimo por las almas de los rehenes. Le he rogado que los proteja, que los libere. Y no lo he hecho con la desgana habitual, sino con una intención verdadera y plena. Pero, pese a todo, nada ha ocurrido. Te ruego que me perdones, rabino, pero ya no creo. No creo en un Dios cuyo corazón se endurece ante plegarias tan puras como las mías.
—Con una intención verdadera y plena—, repitió el rabino, acariciándose la barba. —¿Puedo preguntarte cómo de plena era esa intención?
A Yechiel le ofendió la pregunta.
—¿Cómo de plena? Pues totalmente plena.
—Totalmente plena no era —afirmó el rabino, sacudiendo con tristeza la cabeza— porque, de haberlo sido, se le habría dado respuesta. Tu plegaria debió de ser casi plena. Quizá más de lo habitual, pero no lo suficiente.
Con actitud paternal, le puso la mano en el hombro a Yechiel Nachman.
—Te sugiero, Yechilik, que en lugar de cortarte las barbas y los tirabuzones, pongas más empeño en tus plegarias. A juzgar por cómo te tiembla la voz, yo creo que estás muy, pero que muy cerca.
De manera que Yechiel Nachman regresó a su pisito, se volvió a poner el manto para la oración y reanudó sus plegarias. Mientras rezaba, buscaba grietas en su fe y fisuras en su intención, y descubrió que, aunque casi todo el tiempo rezaba poniendo todo el corazón, en ciertos momentos este se distraía. Mientras con los labios susurraba “y regresarán del territorio enemigo”, su corazón contemplaba el cuello largo, como de cisne, de la sonriente cajera de Comestibles Osher, a su despreciable casero, y también la renovación de la receta que tendría que haber solicitado en la farmacia hace mucho tiempo. En cuanto Yechiel Nachman fue consciente de los pensamientos egoístas que perturbaban su plegaria, comenzó a centrarse en ellos para irlos apartando poco a poco de su cabeza.
Al igual que un hombre que intenta empujar una pesada carga cuesta arriba, Yechiel Nachman sudaba y jadeaba mientras rezaba. Sudó y jadeó, jadeó y sudó, hasta que logró arrancar por completo los pensamientos profanos de su corazón e hizo sitio para una intención y una fe mayores, que al final invadieron todo su ser. Y de inmediato la plegaria se transformó: ya no era una serie de versos de un devocionario, sino una súplica verdadera y doliente. Y esta súplica, como cualquier súplica pura, era inagotable; no se contentaba con solicitar el bienestar de sus hermanos secuestrados y de su nación, sino que pedía el de todos los seres humanos, incluidos sus enemigos. Yechiel Nachman continuó entonando sus plegarias sobrecogido, como un jinete que ha perdido el control de su caballo, y escuchaba con curiosidad sus propios ruegos, como si fuera otro quien los articulara. Al final de una oración que se prolongó durante unas 30 horas, Yechiel Nachman entró en Home Front y descubrió que dos de los rehenes habían sido liberados, y que en esos mismos momentos se negociaba un alto el fuego con el enemigo.
Esa noche, al entrar en la sinagoga, Yechiel Nachman notó que el rabino Mittelman lo observaba con ternura. Cuando sus miradas se cruzaron, este sonrió y asintió. Durante el camino de vuelta a casa, Yechiel Nachman ya no tuvo la sensación de estar pisando una sucia acera de cemento, sino la de ir flotando por encima de las nubes. Ahora, pensó, cuando los grandes problemas están en vías de resolución, la próxima plegaria podré dedicármela a mí mismo.
A pesar de encontrarse absolutamente exhausto, esa noche, en lugar de acostarse, Yechiel Nachman puso todo el empeño que pudo en rezar para que le concedieran esposa e hijos. Al principio le pidió al creador que lo uniera a la cajera de Comestibles Osher. Pero su plegaria, como cualquier plegaria pura, eligió palabras e intenciones más dignas de las que ningún Yechiel Nachman hubiera podido elegir, e insistió en rogar que el creador pudiera encontrarle una esposa adecuada.
Mientras rezaba, Yechiel Nachman sintió cierta elevación espiritual, como si hubiera logrado, por primera vez en su vida, contemplar el espíritu de la vida que anhelaba, no solamente sus pormenores. No pidió que se le concediera una mujer, sino un matrimonio; no pidió hijos, más bien ser un padre sabio y cariñoso. Rezó y rezó sin descanso, hasta que se encontró tendido en el suelo con la frente amoratada. Mientras la vecina de arriba le vendaba la herida, le dijo que había sufrido una grave caída y que tenía que ir al médico inmediatamente. Yechiel Nachman le dio las gracias y le explicó que estaba muy cansado y probablemente un poco deshidratado: si bebía un poco de agua, comía algo y descansaba un rato se encontraría bien.
Después de abandonar el piso de la vecina, Yechiel Nachman se pasó por Comestibles Osher, donde compró unos paquetes de schnitzel congelados y seis botellas de agua mineral. Al pagar, la cajera cuellilarga le lanzó su radiante sonrisa y comentó que cuánto debían de gustarle esos escalopes de ternera congelados. Yechiel Nachman le devolvió la sonrisa y dijo que sí que le gustaban mucho, pero que también le gustaban otras cosas. En la tienda no había más clientes, así que se pusieron a hablar de comida, sobre todo de sushi kosher. Yechiel Nachman le prometió a la cajera que la próxima vez que fuera a hacer la compra le llevaría una botella de vinagre de arroz especial que solo se vendía en Jerusalén, y con el que los granos de arroz se pegaban entre sí como imanes a la puerta de un frigorífico.
Por la noche, tumbado en la cama con los ojos abiertos, Yechiel Nachman pensó en lo maravilloso y sencillo que era este mundo y en cuánto sufrimiento y cuántas penalidades había tenido que sufrir todos los días de su vida, simplemente por no haber sabido qué debía pedir y cómo. Ese fue su último pensamiento antes de cerrar los ojos para siempre.
A los apesadumbrados padres de Yechiel Nachman la doctora les explicó que su hijo, al caerse y golpearse la cabeza, debía de haber sufrido un traumatismo cerebral y que, si en lugar de irse a dormir, hubiera hecho caso a la vecina y hubiera ido a urgencias, todavía estaría vivo. Cuando terminó de hablar, la doctora mostró una mueca de pena.
Sin embargo, el espíritu de Yechiel Nachman no estaba nada apenado. Ahora se encontraba en el otro mundo, donde todo estaba bien. No solo al 99%, sino absolutamente bien. Plenamente bien. Y en ese mundo, Yechiel Nachman se pasaba horas y horas manteniendo profundas conversaciones con el creador, ante el que presentaba las quejas y tribulaciones de todos los seres humanos. Y Dios le escuchaba con paciencia infinita y asentía con misericordia. Le escuchaba todo el tiempo, incluso cuando no tenía la menor idea de qué le estaba diciendo Yechiel Nachman. Etgar Keret es escritor y cineasta israelí. 












De las redes que oprimen

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, una reflexión de fin de curso del analista político Andrea Rizzi en El País, que de la mano de Eugenio Montale, nos invita a saltar fuera y huir de las redes que oprimen, con una imagen muy adaptada a nuestro tiempo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com











Busquemos una malla rota en la red
ANDREA RIZZI
23 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Se acerca la Navidad y el fin de año, tiempo de reflexión y balances, sobre todo para quienes pueden tener algunos días de descanso. Siempre mejor afrontarlo de la mano de algún titán. Uno puede ser Eugenio Montale, poeta italiano, laureado con el premio Nobel en 1975, que en la primera poesía de su primera colección —Huesos de sepia— escribió los siguientes versos: “busca una malla rota en la red / que nos oprime, ¡salta fuera, huye!”.
La imagen a la que recurre el poeta suena, un siglo después, de una viveza extraordinaria, tan precisa y fértil, y su exhortación, tan necesaria. Cuando se publicó, en 1925, Italia descendía por la pendiente fascista (Montale fue, ese mismo año, uno de los firmantes del manifiesto de los intelectuales antifascistas). ¿Qué redes nos oprimen en la Europa contemporánea?
Por supuesto, el pensamiento corre rápido a las redes sociales. Aparentemente, ofrecen conectar. En cambio, claro está, buscan hipnotizar, engancharnos, retenernos, y lo intentan con pocos escrúpulos, causando daño de mil maneras, minando la autoestima de las personas, inflamando el debate público, creando burbujas tóxicas y autorreferenciales, cosechando y revendiendo datos personales, erosionando la capacidad de interesarse por otras cosas, concentrarse, profundizar, vivir en el mundo físico. Son tanto más opresoras porque su opresión no se percibe.
También en el campo tecnológico, viene ahora la inteligencia artificial, portadora de enormes promesas —y enormes riesgos—. Nos ayudará mucho, sin duda. Agilizará tareas, aumentará la productividad. Pero: ¿cuántos puestos de trabajo destruirá?, ¿qué impacto tendrá en el debate público, o en el manejo de sistemas de control de armas? Inquieta pensar —como señalaba el historiador de Harvard Niall Ferguson en una reciente conversación con este diario en el marco de una conferencia organizada por la revista El Grand Continent en el Valle de Aosta, en Italia—, qué efecto tendrá sobre las capacidades cognitivas de personas que, ante cualquier problema, antes de razonar, de forma sistemática recurrirán a una máquina en busca de soluciones.
Pero no hay solo redes tecnológicas que oprimen. Las políticas también. Muchas sociedades europeas están cada vez más polarizadas. Los polos se alejan, en una confrontación sin cuartel, que reclama lealtades. Ese reclamo, a veces exigencia, comprime el espacio de debate. No son momentos de andarse con finuras, parecen decir —o dicen—, es el momento de cerrar filas. No solo se demoniza —desde una hueca, presunta, superioridad moral— al bando contrario, sino que se inhibe la crítica de quienes están en el mismo lado, comparten valores, pero discrepan de ciertas acciones. El cierre de filas oprime y traga inteligencia como un doble agujero negro.
En el geopolítico, a los europeos se nos echa encima la red opresora del pulso entre EE UU y China, que siguió su camino en el paso de Trump a Biden, y lo seguirá gane quien gane en las próximas elecciones estadounidenses. Se ciñe estrecho sobre nosotros, ese pulso, porque nuestra dependencia de ambos es enorme, sea en seguridad o tecnología o manufactura.
La esfera de las vidas privadas, por supuesto, tiene sus redes opresivas. Siempre las hubo. Tal vez, una especialmente problemática en nuestro tiempo, ese distorsionado entendimiento del derecho a ser felices, que no acepta la cultura del esfuerzo, que se deshace de la responsabilidad, quemando y tirando por la borda lo que sea, con escasas contemplaciones, en nombre de la búsqueda de una superficial felicidad personal.
Pues ahí están algunas redes opresivas. Algunas pertenecen a los dominios de lo sólido, del poder duro, de las relaciones de fuerza. Otras, a los rasgos específicos del mundo actual, que ya no es líquido, sino directamente gaseoso. Son invisibles, inasibles, serpenteantes. El primer reto, pues, es identificarlas.
A partir de ahí se puede buscar la malla rota. Hacen falta vista, tacto, inteligencia. Dejarse ayudar. El escritor Giuliano da Empoli, en otra conversación en Valle de Aosta con este diario, encendió maravillosamente la luz sobre una herramienta preciosa en esa tarea: la literatura. Porque la literatura, observa Da Empoli, es un arte que nos permite vivir, durante un tiempo, la vida de otros, estar en su mente, probar sus sentimientos, y por esa vía nos permite desvincularnos de esas redes que nos aíslan aunque parezcan que conecten, que nos hacen miopes aunque miremos mucho, nos enredan en un egocentrismo de corto aliento, nos incapacitan, al cabo, a la comprensión y a la empatía.
Esta columna, sin duda, tantas veces se enredó sin saber hallar la malla rota, superar miopía, egocentrismo, superficialidad o falta de coraje. Por ello, hoy, en el titular, distorsiona el verso del gran Montale para usar la primera persona del plural.































[ARCHIVO DEL BLOG] Rajoy, en el País de las Maravillas. [Publicada el 28/12/2013]











El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, hace balance del año que acaba en el tono triunfalista que le caracteriza. En la misma edición del periódico en que se da cuenta de sus palabras, un profesor y economista rebate en carta abierta al presidente sus argumentos. Sinceramente, me parecen más plausibles los del desconocido -para mí- economista, José Carlos Díez, que los del presidente del gobierno de España. Y lo lamento profundamente, porque me afectan mucho más los del segundo que los del primero. Pero así son las cosas: falta de credibilidad y de confianza en las autoridades, dirán los sociólogos. Y tienen toda la razón. Lo mismo que Jaime Botín en este otro artículo en que pone al descubierto las falacias y mentiras de Rajoy y su gobierno.
En marzo pasado se celebró en Madrid, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, el Duodécimo Foro sobre Tendencias Sociales que organizan desde 1995 el Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y la Fundación Sistemas. El del pasado año llevaba el título genérico de "Los nuevos problemas sociales", y sus ponencias y conclusiones se recogieron en un libro, con ese mismo título, publicado por la editorial Sistema ese mismo año.
Una de las ponencias, la titulada "Tendencias en desigualdad y desvertebración social y sus efectos políticos y económicos", está escrita por el profesor José Félix Tezanos, catedrático de Sociología en la UNED y director de la Fundación Sistema. El capítulo 7 de la ponencia está dedicado a analizar la consecuencias políticas y económicas de la creciente e imparable desigualdad que asola a los ciudadanos y trabajadores españoles. No me resisto a trascribirlo completo, rogándoles que una vez leído, lo contrapongan a las triunfalistas palabras del presidente del gobierno. Dice así el profesor Tezanos:
"Los efectos y consecuencias que puede tener la actualmderiva desigualitaria son muchas en el plano moral, social y humano,aménm de las que conciernen a la propia funcionalidad y operatividad de los sistemas sociales establecidos.
Una de estas consecuencias es que la actual situación económica y laboral pueda dar lugar a una especie de salto social insolidario, cuyo resultado sean unas generaciones perdidas. Esto no es una hipótesis solo, sino que es algo perfectamente plausible,que daría lugar posiblemente a situaciones de pesimismo, confusión y violencias genéricas y reactivas como reflejo del profundo malestar que se está incubando. ¿Cuáles podrían ser sus consecuencias para el orden social? Innumerables y de muy diferente tipo. Por eso extraña la poca atención que se está prestando, por ejemplo, al aumento de los patrones de conductas violentas juveniles.
Algunas de las tendencias políticas derivadas de esta situación, que es preciso estudiar, seguir y detallar, son las siguientes:
-Tendencia a la apatía, la indiferencia y el apartamiento político y social; no se vota o se hace en blanco y nulo. ¿Para qué votar -se preguntan algunos- si eso no sirve para nada? Lo cual puede suscitar cierta crisis de utilidad funcional de la democracia actual.
-Aumento de los resistencialismos, las protestas y las muestras de rechazo y boicot organizadas. En este sentido, no habría que desechar la posibilidad de que tales protestas reactivas se manifiesten crecientemente a través de las redes, con todos sus efectos críticos en la funcionalidad político-organizativa y socio-económica de nuestras sociedades. No se están teniendo en cuenta, por ejemplo, las posibilidades de acción crítica y erosiva que podrían instrumentarse a través de organizaciones como Anonymus, sobre todo si se tiende hacia una colisión creciente.
-Surgimiento de nuevas formas y manifestaciones de conflicto. No hay que minusvalorar la ira de los excluidos y la posibilidad de estallidos recurrentes de tensión, así como de nuevas protestas simbólicas y expresivas. Lo cual puede dar lugar a nuevas formas de estar en la sociedad, pero contra la sociedad. Incluso a resistencias anómicas y/o nihilistas, en un mundo sin creencias o cada vez con menos creencias.
-Posibilidad de sabotajes y de violencias ciegas, como expresión de una creciente frustración y una falta de horizontes. ¿Qué tenemos que perder? -se preguntan algunos-, en un contexto en el que cada vez se explicitarán más los riesgos de una ausencia de mecanismos y procedimientos de imbridamiento sociológico (y motivacional) de muchas personas -sobre todo jóvenes-, que no se encuentran prácticamente concernidos en las sociedades actuales. Habría que recordar las advertencias, en este sentido, del informe sobre riesgos globales de 2011 del World Economic Forum sobre las posibilidades de wuer una cultura del resentimiento se instale en nuestras sociedades, con efectos corrosivos alimentados por las situaciones de desigualdad y de falta de horizontes de futuro en las que se encuentran muchas personas capaces, que se han preparado, que han actuado conforme a lo que se pedía de ellas y que ahora se encuentran frustradas y defraudadas, y que se podrían encaminar progresivamente hacia el resentimiento.
-Finalmente, y como colofón de muchas de estas tendencias y perspectivas, habría que considerar también la posibilidad de que en nuestro mundo se instale una especie de cultura de la antiuotopía, como reflejo de unas sociedades divididas, en las que se difunden crecientemente visiones -y expectativas- negativas sobre el futuro, con una estratificación existencial a priori que prefigura para algunos -para muchos- un destino negativo, y lo hace de forma bastante rígida, casi inevitable. Lo cual podría llevar a la generalización de ambientes penetrados por fatalismos negativos.
Las consecuencias económicas que pueden derivarse de algunas de las tendencias críticas que aquí hemos analizado podrían situarnos ante un auténtico autocumplimiento de la profecía suicida. Es decir, la profecía que solo propala negatividades y solo augura destinos críticos. Si las cosas están tan mal como se nos dice y hay que realizar tantos recortes y restructuraciones, ¿quiénes serán al final los que consuman y qué tipo de bienes y productos se consumirán en nuestras sociedades? ¿Solo los productos de lujo que únicamente comprarán aquellos ricos que cada vez son más ricos?
La desigualdad extrema -si se hace cada vez más extrema- puede acabar siendo la cuna del colapso económico y de la entropía del crecimiento. ¿Es posible el progreso económico en base solo -o fundamentalmente- a una actividad erconómica orientada a la acumulación financiera y a los consumos selectivos de unas minorías superpudientes? La disfuncionalidad económica de la desigualdad es evidente, y por ello si la desigualdad tiende a extremarse, y a concernir cada vez a más personas, la disfuncionalidad económica también tenderá a resultar más extrema, en un proceso perverso a gran escala, en el que, progresivamente, una tendencia negativa alimentará y potenciará a la otra.
Pero estos no son los únicos problemas que suscitan las actuales derivas desigualitarias. La cuestión crítica de mayor alcance es que en una sociedad que no sea implicativa y en la que no existan, ni se ofrezcan, criterios claros, realistas y creíbles  para la mejora y el reconocimiento de los méritos y el esfuerzo de cada cual -sobre todo de las nuevas generaciones- ni tampoco exista solidaridad, no tardará en priducirse un derrumbe de la mayor parte de los patrones y los criterios morales y sociales sobre los que se sustenta el orden social. Y, por supuesto, acabará disolviéndose la misma estructura articuladora de costumbres, patrones sociales (y morales), motivaciones y prioridades que equilibrán un orden social dado. ¿Sobre que bases se podría sustentar sociedades de este tipo, con unos rasgos y características que evolucionen en dicha dirección? ¿En qué se podrá creer? ¿Qué imagen tendrá esa sociedad de sí misma? ¿Y de cada uno de sus integrantes? ¿Cómo se llevarán -y justificarán- unos su situación de privilegio desmedido, mientras otros carecen de casi todo? ¿Se podrán mirar algunos tranquilos en el espejo? ¿Y los otros, los que carecen de lo más necesario y no entienden por qué se encuentran privados y excluidos, y tan carentes de horizontes futuros, aceptarán pasiva y resignadamente su pobre y triste destino? ¿Qué harán para sobrevivir? ¿Renunciarán a cualquier perspectiva de poder lograr una razonable felicidad y unas perspectivas dignas de bienestar? Si no se dan cambios en algunas tendencias, y si se extreman ciertas derivas críticas, ¿nos podríamos encaminar hacia una crisis de civilización conectada a la dinámica de las desigualdades?
En cualquier caso, sin necesidad de deslizarnos hacia eventuales escenarios extremos y exagerados, habría que coincidir en que la dinámica de acentuación de las tendencias desigualitarias acabará pasando factura al conjunto de la sociedad, y muchas de estas tendencias no van a cambiar fácilmente ni van a frenarse por sí solas. Por ello, la desigualdad no debe entenderse solo como un eventual mal o problema personal (para aquellos que la padecen), sino que es también un mal social, en sí, para el conjunto de la sociedad". Salvo imprevistos, este blog cierra hasta el año próximo. ¡Feliz Año Nuevo a pesar de todo! Que el 2014 les venga plagado de ventura y felicidad. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt