Frankenstein vuelve a la política española de la mano de Pablo Casado -comienza diciendo Burdiel-. Sin ir más lejos, lo citó en el debate electoral del lunes. Con la utilización del mito creado por Mary Shelley en 1818 se trata de convocar, una vez más, todos los horrores contenidos en aquel monstruo que, casi en el momento mismo de nacer, se apropió del nombre de su creador. Esta lectura en clave política y conservadora no es un anacronismo. De hecho, fue la más cercana a la época en que nació el mito, mucho más que la lectura científica, popularizada sobre todo a finales del siglo XIX.
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martes, 11 de junio de 2024
[ARCHIVO DEL BLOG] Frankenstein en la política. [Publicada el 14/11/2019]
Frankenstein vuelve a la política española de la mano de Pablo Casado -comienza diciendo Burdiel-. Sin ir más lejos, lo citó en el debate electoral del lunes. Con la utilización del mito creado por Mary Shelley en 1818 se trata de convocar, una vez más, todos los horrores contenidos en aquel monstruo que, casi en el momento mismo de nacer, se apropió del nombre de su creador. Esta lectura en clave política y conservadora no es un anacronismo. De hecho, fue la más cercana a la época en que nació el mito, mucho más que la lectura científica, popularizada sobre todo a finales del siglo XIX.
lunes, 10 de junio de 2024
De Israel y la leyenda negra antiespañola
01 JUN 2024 - El País - harendt.blogspot.com
La leyenda negra antiespañola dice que siempre fuimos un pueblo de bárbaros exterminando indígenas por el mundo en nombre de atrasadas supersticiones. Aunque lo hayamos interiorizado, estas acusaciones partían de potencias extranjeras que querían dañar a España. En su día eran Holanda o Inglaterra, hoy es Israel, que ha resucitado los tópicos de la leyenda negra desde que hemos reconocido el Estado palestino.
El ministro de Exteriores Israel Katz amenaza con “dar un paso similar contra España”, es decir, apoyar un Estado catalán y a otros separatistas. Una falsa equivalencia entre los palestinos en Israel, que viven sin plenos derechos, y los vascos en España, que hasta tienen privilegios fiscales. Aquí el primer mito: la España cárcel de pueblos, que ejerce una “brutal ocupación de Cataluña” según comentaristas israelíes como Edy Cohen.
Figuras públicas como Adam Fisher, asesor financiero de grandes empresas israelíes como Wix o Fiverr, difunden en redes los bulos habituales. Uno, que España es colonialista y debe devolver Ceuta y Melilla a Marruecos —socio preferente de Israel—. Otro, que la Semana Santa es antisemita y los Reyes Magos racismo —pero no pregunten cómo se trata en Israel al clero cristiano o a los negros etíopes—. Otro, que la España catolicona e islamófoba robó a los moros la mezquita de Córdoba para hacerla catedral (mentira, ya era previamente una iglesia), mientras que Israel respeta la mezquita de Al-Aqsa (más mentiras: tras robar toda la Ciudad Santa, Israel castiga los santos lugares de musulmanes y cristianos con un acceso cada vez más restringido y constantes incursiones de judíos ultraortodoxos).
También circulan entre sionistas comparaciones entre el descenso de población indígena americana tras la llegada de los españoles (lo que demostraría un genocidio) con el crecimiento demográfico de los palestinos en las últimas décadas (lo que refutaría una falsa acusación de genocidio). No mencionan las enfermedades y guerras internas que diezmaron a los indígenas americanos, ni su posterior desarrollo (en la América británica fueron erradicados). Tampoco mencionan el desplome de población palestina entre 1948 y 1967, con más de un millón de víctimas de limpieza étnica. Aquella conquista de las Américas se paró en 1550 para dirimir si los indios debían ser tratados como súbditos o como iguales; en 2024, Israel es incapaz de dejar de bombardear refugiados a los que ni siquiera reconoce como humanos.
También es leyenda negra la advertencia lanzada a España por el ministro Katz: “Los días de la Inquisición han terminado, nadie nos hará cambiar de religión ni amenazará nuestra existencia”. Pero la Inquisición no buscaba cambiar la religión de los judíos, sobre los que no tenía jurisdicción, igual que no la tiene el ministro Katz para vetar la ayuda española a Palestina. Es leyenda negra porque vincula la Inquisición específicamente con España y no con los países donde fue más mortífera (Alemania, Francia), y porque no amenazó la existencia de ningún pueblo, matando en cuatro siglos menos de la décima parte que Israel en los últimos cuatro meses.
Algunos bulos sobre la Inquisición provienen, precisamente, de un historiador israelí: Ben Sión Mileikowsky. La pregunta es ¿dónde están todos esos políticos y opinadores que, desde la derecha, decían combatir contra la leyenda negra antiespañola? Apoyando y aplaudiendo al hijo de Ben Sión Mileikowsky, el primer ministro Benjamin Netanyahu. Ana Iris Simón es escritora.
[ARCHIVO DEL BLOG] Israel y Palestina: Es necesario un acuerdo. [Publicada el12/06/2017]
domingo, 9 de junio de 2024
Sobre la desidia como la lista más votada. Especial 3 de hoy domingo, 9 de junio, jornada electoral europea
Desidia, la lista más votada en las elecciones europeas
LUCÍA ABELLÁN
09 JUN 2024 - El País - harendt.blogspot.com
La principal incógnita de estas elecciones europeas —si las fuerzas ultras conquistan las cimas que vaticinan algunos sondeos— permanecerá abierta hasta el final. Pero existe otra clave en la que el pronóstico es mucho menos arriesgado: el clamoroso silencio que ofrecerá una buena parte de la ciudadanía ante las urnas este domingo. Salvo excepciones de voto masivo (en parte, por los países donde es obligatorio), los comicios de 2019 apenas sedujeron a uno de cada dos electores en más de la mitad de los Estados de la Unión Europea. Pese a todo, la modesta media contabilizada en 2019, de casi el 51%, ya se consideró un éxito porque representaba el mejor dato desde 1994.
La ingeniería de la Unión Europea (con directivas traspuestas o por trasponer, trílogos, comitologías y otros muchos términos oscuros que ahuyentan hasta al más entusiasta) nunca fue un fenómeno de masas. Desde el inicio, el proyecto ha avanzado con el sobreentendido de que unas élites ilustradas hacían avanzar la integración. Porque la armonización de reglas favorecía a la mayor parte de la ciudadanía al robustecer el Estado de bienestar. Se asumía que esa Europa silenciosa —la que no se siente interpelada por unas elecciones al Parlamento Europeo que ni siquiera son la vía más determinante para el reparto de poder entre instituciones— daba su aval a proseguir el camino. Con la convicción de que lo logrado durante estas décadas se mantendrá, e incluso se expandirá, a través de nuevos derechos y nuevas incorporaciones al vecindario de la UE.
Los frutos obtenidos desde las primeras elecciones al Parlamento Europeo, en 1979 (en España hubo que esperar hasta 1987, un año después de la integración en el club), son evidentes: la libre circulación entre Estados miembros (antes reservada a unos pocos), un marco de derechos y libertades casi único en el mundo, las icónicas becas Erasmus… También, sí, otros sinsabores como el desmantelamiento forzado de algunas industrias, los recortes y rigores que hicieron temblar al bloque comunitario hace 12 años y un reciente endurecimiento de la política migratoria que choca con el sistema de valores que dice preconizar la UE.
La enumeración de aciertos y errores (siempre más fácil de evaluar a posteriori) es infinita. Y, sin embargo, el principal activo de este periodo extrañamente pacífico en un territorio que guerreó durante siglos es precisamente ese: un hilo invisible llamado paz.
Frente a la desidia —traducida en abstención— que se erige como la lista más votada en buena parte de los países de la UE, en los últimos 10 años han emergido con fuerza opciones rupturistas. Con el entusiasmo que suelen despertar las fórmulas que prometen desterrar todo lo conocido para sustituirlo por algo óptimo, algunos partidos esgrimen la Europa de las naciones como receta para enderezar la UE. Cuando fue precisamente el fervor excesivo de las naciones el que desangró el continente. De repente, esos mensajes mesiánicos movilizan a una parte todavía pequeña del pueblo europeo —si es que ese concepto existe—, pero más activa en las urnas que la que defiende políticas continuistas.
Europa, los europeos, corren el riesgo de incurrir en la mayor ceguera posible: dar por blindado lo que se forjó con tanto esfuerzo, tratando de alejar para siempre —a golpe de ley— las tinieblas de la guerra. Pero la salida del Reino Unido en 2020, el primer y único Estado miembro que se ha apeado del proyecto comunitario por un pulso populista alimentado principalmente por bulos, constituyó una primera señal. Las conquistas no son irreversibles. Sin intereses comunes y sin un engranaje de normas que vinculen a los Estados, la tentación de volver a empuñar las armas al menor desencuentro puede reaparecer. Lucía Abellán es periodista y redactora jefe de Internacional en El País.
Sobre los viejos fantasmas. Especial 2 de hoy domingo, 9 de junio. Jornada electoral europea
Sobre el jardín y la jungla. Especial 1 de hoy domingo, 9 de junio, jornada electora en Europa
Del olvido y el sueño