martes, 4 de junio de 2024

De la Desunión Europea

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 4 de junio. O la Unión Europea se consolida a sí misma como referente democrático, escribe en El País el poeta Luis García Montero, o se disuelve en el oleaje de ambiciones, circos y furias que hoy invade las orillas de la convivencia. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com






 

La Desunión
LUIS GARCÍA MONTERO
27 MAY 2024 - ​El País - harendt.blogspot.com


Nada como viajar por Asia o por América para pensar en Europa. La ingenuidad suele identificarse con el optimismo. Resulta arriesgado pensar la realidad con los ojos de las ilusiones bondadosas. Pero el siglo XXI ha tardado poco en demostrarnos que los cálculos del pesimismo pueden también ser ingenuos. La realidad mundial de hoy hubiera parecido una exageración de miserias improbables en 1986, cuando España entró en la Unión Europea. La idea de que progreso y democracia caminan por la historia de la mano ya es un argumento poco sostenible, porque una parte muy significativa de la economía internacional depende de dinámicas autoritarias y fundamentalismos religiosos.
Por otra parte, sufrimos la deriva del neoliberalismo hacia la extrema derecha. La negación del Estado puede darse tanto por las proclamas autoritarias del neofascismo como por las especulaciones sin control del libre mercado. Dos formas de pensamiento social que conducen a la ley del más fuerte, dejando sin contenido las relaciones ilustradas entre libertad, igualdad y fraternidad. Europa es en este panorama una discusión política necesaria. O se consolida a sí misma como referente democrático, o se disuelve en el oleaje de ambiciones, circos y furias que hoy invade las orillas de la convivencia. Hay dos preguntas necesarias: ¿puede Europa sostener un discurso propio, independizándose de las tensiones cada vez más oscuras entre China y Estados Unidos? ¿Pueden sostenerse los valores de la convivencia democrática y social?
La crispación política y las campañas electorales sometidas a las furias internas casi imponen otra pregunta más rotunda: ¿será posible mantener la Unión Europea? Después de la experiencia del Brexit, los pactos de la derecha con la extrema derecha ponen sobre la mesa el poder interno de los nacionalismos antieuropeos. La Desunión Europea está de moda. Los partidarios de Europa deberían no olvidarlo.​ Luis García Montero es poeta.


























[ARCHIVO DEL BLOG] El problema de la Justicia constitucional. [Publicada el 04/06/2008]








¿Tiene algún sentido la existencia de una Justicia Constitucional? El control de la constitucionalidad de las leyes emanadas del Parlamento por un órgano jurisdiccional ad hoc es un invento relativamente moderno que se impuso a la finalización de I Guerra Mundial con el fin de garantizar la supremacía de la Constitución sobre el legislador ordinario (el Parlamento) y las leyes de él emanadas.
En España, el Tribunal Constitucional es una creación de la Constitución de 1978, que le dedica en exclusiva su Título IX, y que toma como claro antecedente el denominado Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República española, y la experiencia de la justicia constitucional de la república italiana, francesa y alemana posteriores a la II Guerra Mundial.
No toda la doctrina jurídica ha creído necesaria la existencia de un Tribunal Constitucional como órgano específico para el control de la constitucionalidad de las leyes. Por citar un ejemplo, el gran jurista austríaco Hans Kelsen (1881-1973), no lo veía necesario. Para Kelsen ("¿Quién debe ser el defensor de la Constitución?"; Tecnos, Madrid, 1995), y cito de memoria pues me ha sido imposible encontrar el libro en casa, el problema ya planteado en la Grecia clásica en la "República" de Platón es el de "¿quién vigila a los guardianes?"... O lo que es lo mismo, ¿por qué un Tribunal ajeno a la voluntad popular tiene que determinar si la ley emanada de esa voluntad popular se ajusta a la Constitución? Hans Kelsen entiende que sólo la voluntad popular puede determinar en cada momento y para cada caso concreto si una norma legal infringe la Constitución, y que en cualquier caso, esa voluntad popular es la única legitimida para hacerlo... Como se articula ese recurso a la voluntad popular es otro problema...
No lo entendió así el constituyente español, ni tampoco la mayor parte de los Estados que han incorporado a sus ordenamientos constitucionales la creación de órganos jurisdiccionales específicos u ordinarios (caso del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América) para el control de la constitucionalidad de las leyes emanadas del Parlamento y la supremacía formal y material de la Constitución sobre ellas.
El profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, doctor en Sociología, profesor del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto "Juan March" de Madrid, escribe hoy en El País un interesante artículo sobre el Tribunal Constitucional español y propone un sencillo mecanismo para evitar su presunta deriva partidista a la hora de enjuiciar la constitucionalidad de las leyes emanadas de las Cortes Generales que consiste, básicamente, en que el Tribunal, a la hora de declarar la inconstitucionalidad de una ley, esté obligado a adoptar su decisión por unanimidad o por una mayoría cualificada, y no por mayoría simple de sus miembros, como ocurre ahora, o por el voto de calidad de su presidente en caso de empate. No es una mala propuesta. ¿Tendrá el legislador voluntad política para llevarla a término? Tengo mis dudas, pero ahí está... Sean felices. HArendt













lunes, 3 de junio de 2024

Del elogio de la mañana

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 3 de junio. Este lado del Mediterráneo, escribe en El País la lingüista Lola Pons, solo tiene una palabra para nombrar lo que, parece evidente, son dos realidades: ei tiempo. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Elogio de la mañana
LOLA PONS RODRÍGUEZ
26 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Era bonito parecer bohemia, acostarme tarde con música suave de fondo mientras leía sobre la historia medieval europea o sobre lenguas románicas. Fui nocturna algunos años, con el gusto de acomodarme a la horma del tópico de las letras y me ajusté a él con el viento a favor de la juventud primero y de la emancipación después. Lo que de noche se hace a la mañana aparece, decía el refrán, y al despertarme la mañana era corta y amarilla, mal acompasada con el ritmo general de la calle. Pero tengo los antecedentes que tengo: de campo, de madrugar y de poco vino, y, en cuanto la vida se multiplicó en casa, el cronotipo se me dio la vuelta y me encontré con que el cuerpo solito inutilizaba al despertador. No recuerdo haberlo usado en la última década y no hay mañana en que no vea el paso de la noche al día a cuerpo erguido.
“Ábrete, sésamo del día. Ciérrate, sésamo de la noche”. Puse estos versos de Lorca en un rincón del dormitorio, los saludo al despertarme y con el sigilo de un espía me voy de la cama a mis asuntos. La mañana se abre y con ella, como a cualquiera, me van entrando en la cabeza las obligaciones, las cargas mentales y las disposiciones domésticas.
Pero esta mañana tiene una diferencia: que es sábado y escribo. Los azares de la plantilla de este periódico, la actualidad o los temas me han llevado a publicar en esta sección en días variados. Desde hace un año aparezco por aquí en sábado y, en general, escribo los viernes o jueves en un proceso constante e igual: redacto los textos a mano, lo repaso mientras los tecleo, los someto a los lectores beta de mi sanedrín doméstico y los envío a los pacientes compañeros de equipo, que los pasan por la edición y los ajustan para que lleguen a ustedes. Escribo de mañana y entre semana.
Pero esta vez lo hago en sábado porque este texto ustedes lo leerán en domingo. Y a esta hora primera de la mañana, Sevilla es otra. Solo hay un rumor delgado de un coche lejano en la calle, un leve llanto de bebé y el arrastrar de las maletas de varios viajeros sobre el amplificador rocoso del adoquín hispalense. El trote del fin de semana es distinto, no hay apremio. Pero, además, hoy es también el día en que va a llegar el calor. Es evidente: lo dicen la luz, el aire al abrir el balcón, la temperatura de la casa. Hoy es el tiempo de otro tiempo. La madrugada no echará ya su relente de agua rociada sobre las lunas de los coches, a mediodía el asfalto tendrá fiebre, atardecerá con un cielo que ya no será velazqueño. El tiempo ha cambiado; se viene lo malo, o lo bueno, que para todo hay gustos. Y la bisagra entre dos formas de vivir se anuncia en esta mañana donde el vocabulario parece que me tiende una emboscada.
A ninguno de nuestros antepasados hablantes les dio por separar el tiempo del tiempo, el tiempo del reloj del tiempo de las nubes. Lo hacen muchas de nuestras lenguas vecinas (weather es el parte meteorológico del inglés frente al time de las horas, lo mismo Wetter frente a Zeit en alemán y así el sueco y el danés) y lo hizo el latín, que separaba el tempus (el tiempo de los hombres, contado en la clepsidra o el reloj de sol) de la tempestas o del aer, el tiempo del cielo, el de arriba. Pero las lenguas que hemos salido de la costilla latina hemos barrido la distinción de nuestra lengua madre con una escoba unificadora. Este lado del Mediterráneo hoy se expresa con lenguas que, en su mayoría, solo tienen una palabra para nombrar lo que, parece evidente, son dos realidades.
Y a ese tiempo que todo lo nombra hemos añadido desde el latín una palabra para dar fe del cumplimiento con el reloj y sus exigencias. Los latinos pusieron en circulación el adjetivo temporanus, de donde sale el castellano temprano. Temporanus era en latín lo que se hacía a tiempo. Pero nosotros, hablantes de las lenguas hijas, convertidos en jueces de qué significa hacer algo a tiempo, decidimos que lo que se hace a tiempo no es lo que se hace en su momento, sino lo que se ejecuta pronto, antes de que toque, con anticipación, temprano. Llevamos en la lengua metida la exigencia de cumplir antes de que suene el timbre. Como todos, yo he deseado también más y más tiempo, para hacer las cosas con calma, en su momento. Es una fantasía colectiva irrealizable.
En días como hoy, el tiempo de arriba juega al solitario, y digan lo que digan los calendarios de las estaciones, obliga a cambiar la casa y las cosas; se van las colchas gruesas, la lana y la manta para la lectura. Pero aún es pronto, no hay prisa y me detengo a recordar las mañanas frías y oscuras del ciclo que se cierra y a saludar esta luz tempranera, que me zarandea la memoria. Este aire distinto de la calle, de aliento tibio, es una categoría en mi recuerdo, y poder escribirlo es una forma de conservarlo intacto. Como si el tiempo aquí abajo no hubiera pasado, como si la escritura parase el ciclo, como si fuera joven y nocturna otra vez.  Lola Pons Rodríguez es lingüista.






















[ARCHIVO DEL BLOG] La función de la literatura. [Publicada el 06/04/2017]










La buena literatura, dice el profesor y ensayista Jordi Gracia al final de su artículo sobre la última novela de Javier Cercas, titulado La verdad de la novela (El País, 14/03/2017) está para contrariar las expectativas emocionales y sentimentales falsas, está para desbaratar los relatos confortables pero deformados que nos hacemos sobre nosotros mismos, está para que mintamos menos de lo que mentimos sobre nuestro pasado personal y colectivo. La literatura está para decirle la verdad a los padres o, al menos, para que ni padres ni hijos sigan mintiendo o engañándose, queriendo o sin querer.
La verdad de la novela de Cercas es que la convalecencia de una guerra no dura cuatro días, sino cien años. El monarca de las sombras habla de los muertos cuando todavía están vivos en la memoria sentimental, y es, por tanto, una apología de la memoria histórica.
Los fantasmas vivos del pasado y del presente han vuelto a despertar con El monarca de las sombras, dice Jordi Gracia. Mañaneras voces se han puesto en guardia para recelar o combatir sus posiciones, mientras otros hemos vuelto a leer lo que dice la novela por si esta vez Cercas se había metido en un berenjenal indecoroso. Pero es fácil saber la verdad: el berenjenal es su lugar natural porque es el hábitat de la literatura que quiera ser algo más que entretenimiento, sin dejar de ser entretenimiento y emoción, narración y aventura.
Algunas de las reacciones en defensa de la memoria histórica (contra un supuesto agresor a la memoria histórica, como ya pasó con El impostor), señala, me han sacado del sopor contemplativo: como tengan razón quienes le asignan intenciones subterráneas de destruir, sabotear o enterrar de una vez la memoria histórica, mi vergüenza personal y hasta cultural va a ser infinita e irreversible. Aunque no cueste nada leer sus libros, porque se leen a todo tren, es posible que pida algo de calma comprender el dispositivo que los pone en marcha.
A mí me parece, sigue diciendo Gracia, que El monarca de las sombras está escrito contra el peso de las leyendas familiares, sentimentales y consoladoras; está escrito contra la cobardía que prefiere no saber y mantener la paz en casa. Todo él nace del coraje que por fin ha tenido Cercas para contarle a su madre —a todas las madres— la verdad de la historia de su familia y su héroe privado, y no perpetuar el consuelo legendario de la memoria familiar. Por eso no es un ataque a la memoria histórica sino una defensa radical de la memoria histórica: es una apología de la verdad del pasado sin la intoxicación interesada de la memoria sentimental de los nuestros. Las leyendas familiares mienten y fabulan porque son nuestras y no están ni contrastadas ni objetivadas, viven de generación en generación como una especie de milagroso ritual de pertenencia a la tribu que constituye cada familia, dispuesta a perseverar en el relato urdido de una sola vez e inmaculadamente incólume, sin que nadie o casi nadie decida explorar la veracidad efectiva de ese relato heredado porque hacerlo podría poner en duda su fiabilidad y romper la cadena de transmisión de padres a hijos y nietos.
Este libro no lo pudo escribir Javier Cercas hace dieciséis años, comenta, porque no había aprendido todavía a imaginarlo. Para entonces no sabía “escribir a mi modo el libro sobre Manuel Mena” que sí ha sabido ya escribir, según explica en El monarca de las sombras. Lo sé porque yo estaba allí. El resultado de aquel fracaso de hace dieciséis años fue Soldados de Salamina, que era una defensa de la razón política de la República y sobre todo corregía la ingratitud que, también en democracia, los poderes y la sociedad misma tuvieron con quienes habían perdido en España la guerra civil y habían ganado en Europa la Segunda Guerra Mundial: los exiliados y los vencidos. Eso sucedía en 2001, y con razón contribuyó decisivamente a fortalecer el impulso de las asociaciones de la memoria histórica en favor del rescate de las víctimas de la guerra y el franquismo. Pero había nacido del fracaso o la impotencia para contar la historia que no pudo o no supo contar entonces. Lo que fue imposible tantos años atrás, está hoy en El monarca de las sombras. Es el repudio de la confusión usual entre razón moral y razón política: tener la razón política no garantiza tener la razón moral y equivocar la razón política (como le sucede al joven envenenado de falangismo de El monarca de las sombras) no condena automáticamente al error moral.
Cercas, sigue diciendo, abandonó entonces esta novela que ha escrito hoy, como habríamos abandonado la mayoría de nosotros, por una razón moral que es literaria: todavía no había reunido el valor para averiguar la historia verdadera detrás de un relato de familia que era más leyenda que verdad, y más tentativo que fiable, rutinaria argamasa de emociones para mantener a la familia unida o al menos no escindida, dañada, saboteada por culpa del sabelotodo o del bocazas que rompe el pacto y se pone a desmontar el relato de toda la vida en casa.
Lo que vale para la familia vale para el país entero, señala, porque la convalecencia de una guerra no dura cuatro días sino cien años. No lo digo yo; se lo dijo Javier Pradera a Basilio Baltasar en una de las últimas entrevistas que le hicieron, en 2010. En ella evocaba esa verdad que muchos historiadores repiten pero pocos recuerdan: el duelo de una guerra dura un siglo al menos, y sólo acaba cuando ya nadie de veras, ni los tataranietos, puede vivir como experiencia propia aquel origen traumático, cuando los muertos están muertos de verdad. En eso, como en tantas otras cosas, decía Pradera, tampoco España muestra “singularidad” alguna ni un particular y maléfico “espíritu cainita”.
Hoy todavía no están muertos, afirma, y por eso El monarca de las sombras habla de los muertos cuando todavía están vivos en la memoria sentimental y afectiva de las familias a poco que hurguen, a poco que desbaraten algún relato consabido, a poco que rompan el código privado de las cosas mil veces contadas, y lo hagan después de haber averiguado contrastadamente, buscando papeles y testigos, reconstruyendo rutas y peripecias, lo que sucedió a alguien concreto en un lugar concreto y en una circunstancia concreta.
No hay cura rápida para una guerra, asegura. Mientras tanto, lo mejor que podemos hacer es no mentir en exceso, desconfiar de los relatos familiares sentimentalmente blindados y atreverse a decir la verdad con el dolor de saberla y con la alegría de hallarla. Cuando un escritor como Javier Cercas dice que la literatura cuenta la verdad no está diciendo mentiras ni hace retórica automitificadora sino que entrega el resultado de una investigación verdadera y no ficticia: contar una historia real y el modo de averiguarla. Por eso al final del libro sabe Cercas que esa historia “iba a contarla para contarle a mi madre la verdad”, aunque no le gustase, o aunque no fuese la verdad que ella esperaba sobre su familia o su antepasado en la guerra. No será ya la verdad de la leyenda o de la memoria sino la verdad de una historia que incluye la verdad de la leyenda: la novela corrige con la historia a la leyenda, sin renunciar a ella.
Esta novela sin ficción, concluye diciendo, es por tanto una auténtica apología de la memoria histórica, si la memoria histórica aspira a restituir la verdad de la historia además de restituir la dignidad, el decoro y la decencia de las víctimas de la guerra civil y el franquismo. La buena literatura está para contrariar las expectativas emocionales y sentimentales pero falsas, está para desbaratar los relatos confortables pero deformados que nos hacemos sobre nosotros mismos, está para que mintamos menos de lo que mentimos sobre nuestro pasado personal y colectivo. La literatura está para decirle la verdad a los padres o, al menos, para que ni padres ni hijos sigan mintiendo o engañándose, queriendo o sin querer.
Hasta aquí, la reseña de Jordi Gracia sobre la novela testimonio, o el testimonio novelado, de Javier Cercas que he leído, de nuevo gracias a los impagables servicios de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, en menos de veinticuatro horas; de un tirón, como quien dice. Al final del mismo, en sus últimas páginas, Cercas teje un estremecedor alegato sobre la vida y la muerte, la memoria y el olvido, el heroísmo y la cobardía, la gloria y la derrota, que a lo largo de todo el libro ha ido dejando traslucir mediante el recurso, implícito, a unos versos del Canto XI de la Odisea de Homero que solo ahora explicitan su sentido y dan título a su novela. Se trata del momento de la Odisea en que Ulises visita en la mansión de los muertos a Aquiles y le dice que él era el más grande los héroes, que derrotó a la muerte con su bella muerte (la kalos thanatos), el hombre perfecto a quien todo el mundo admiraba, que a la luz de la vida era como un sol, y que ahora debe ser como un monarca en el reino de las sombras y no debe de lamentar la existencia perdida. Y entonces, Aquiles, responde con estos versos: No pretendas, Ulises, preclaro, buscarme consuelos/de la muerte, que yo más querría ser siervo en el campo/de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa/que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












domingo, 2 de junio de 2024

De los pacifistas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 2 de junio. No sabemos de un solo ucranio que esté feliz con la guerra, afirma en El País Semanal el escritor Javier Cercas, pero ¿qué hubieran debido hacer para preservar la paz? Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Las preguntas del pacifismo
JAVIER CERCAS
25 MAY 2024 - El País Semanal - harendt.blogspot.com

Soy pacifista. De hecho, no conozco a nadie en su sano juicio que esté a favor de la guerra, salvo los fabricantes de armas y sus compinches (siempre y cuando ni ellos ni sus hijos tengan que ir al frente, claro está). El problema es que, para preservar la paz, no basta con ser pacifista; además, hay que responder algunas preguntas. Allá van unas cuantas.
España, 1936. No deberíamos olvidar que la Guerra Civil no se desencadenó exactamente porque un grupo de militares felones diera un golpe de Estado contra la II República, sino porque el Gobierno de la II República se opuso a él de la única forma que podía oponerse: con las armas. ¿Qué hubiera debido hacer? ¿Aceptar el golpe? En ese caso, es obvio que la guerra no se hubiera producido y que, aunque nadie sabe si nos hubiéramos ahorrado los 40 años de dictadura posteriores, seguro que muchísimas de las vidas que se perdieron se hubieran salvado. ¿No debió resistirse el Gobierno de la II República? ¿Se equivocaron los republicanos que lucharon por sus libertades en el campo de batalla durante tres años terribles? ¿Hubieran debido claudicar el primer día para preservar la paz? Y, puestos a preguntar, ¿qué clase de paz hubiera sido esa? ¿Hubiera podido llamarse paz? Otro ejemplo. Europa, 1939. Hitler, que ha declarado sus intenciones desde el primer día (basta con leer Mein Kampf) y que las está llevando a la práctica desde el poder (Austria, Checoslovaquia), invade Polonia y provoca la II Guerra Mundial. ¿Qué hubieran debido hacer los polacos? ¿No enfrentarse a los nazis? ¿Y qué hubieran debido hacer los rusos dos años más tarde, cuando Hitler irrumpió en la Unión Soviética? ¿Hubieran debido recibirlo con los brazos abiertos? ¿Y cuál hubiese sido la actitud correcta de los aliados (EE UU, Reino Unido) frente a la ofensiva general de Hitler? ¿No oponerse a ella? Si nadie hubiese plantado cara a Hitler, seguro que no hubiese habido guerra ni hubieran muerto muchas de las muchísimas personas que murieron en ella, pero ¿hubiese habido paz? De nuevo: ¿qué clase de paz? Bertrand Russell, encarnación de la decencia, pacifista y opositor a la I Guerra Mundial (y a la de Vietnam), opinó que había que combatir a Hitler. ¿Qué pensamos los pacifistas de hoy? ¿Se equivocaron los hombres de medio mundo que pelearon contra Hitler, igual que los españoles que pelearon contra Franco? Adivino lo que están pensando: que también Putin avisó casi desde el primer día (nunca ocultó que, a su juicio, la caída del imperio soviético era una calamidad, ni que lo deseable era reconstruirlo) y que, casi desde el primer día, puso en práctica su aviso (Georgia, Chechenia, Crimea, Donbás). De nuevo: ¿qué hubieran debido hacer los ucranios cuando los tanques rusos entraron a sangre y fuego en su país en febrero de 2022? No sabemos de un solo ucranio que esté feliz con la guerra, pero ¿qué hubieran debido hacer para preservar la paz? ¿Entregarse al invasor? De haberlo hecho, no cabe duda de que no hubiera estallado la guerra y se hubieran ahorrado muchas vidas, pero ¿qué paz hubiera sido esa? ¿Hubiera podido llamarse paz? Y, por cierto, ¿qué hubiéramos debido hacer nosotros con los ucranios? ¿Exigirles que no se defiendan? ¿No ayudarlos a defenderse y, en nombre de la paz, permitir que Putin haga con ellos lo que quiera? Más preguntas: ¿qué haremos si Ucrania cae y, al cabo de un tiempo, Putin va a por el siguiente, y el siguiente intenta defenderse? ¿Le diremos que allá se las componga, que al fin y al cabo nosotros estamos muy lejos de Putin y que con nosotros no se va a meter? ¿Alguien escribirá dentro de unos años una versión del celebérrimo poema de Martin Niemöller, aquel en que el pastor luterano alemán reprochó a sus conciudadanos que no protestaran cuando los nazis se llevaron primero a los comunistas y luego a los socialdemócratas y luego a los sindicalistas y luego a los judíos, y que termina: “Cuando vinieron a buscarme a mí, / ya no había nadie más que pudiera protestar”? Estas son algunas de las preguntas que, me parece, deberíamos plantearnos los pacifistas. Yo sólo espero que nunca tengamos que responder a las últimas. Javier Cercas es escritor.