Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Poeta español
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
Agustín Jiménez era el alcalde de Noblejas cuando yo era niña y llevaba siempre una bufanda roja, comenta en El País [¿Qué le debe el PSOE a Marruecos? (I-II), 18/02/2023-28/09/2024], la escritora Ana Iris Simón en sendos artículos separados en el tiempo por diecinueve meses. Cuando les pregunté a mis padres el por qué, me respondieron que porque era socialista. Aquello contradecía un mantra que oía en casa, “que el PSOE ya no era ni socialista ni obrero”, fórmula a la que años más tarde yo misma añadiría que tampoco español, pues hace tiempo que asumieron que quien manda aquí no duerme en La Moncloa sino en Bruselas, la City o Washington. Pero si mis padres decían que Agustín era socialista y no “del PSOE”, igual es porque lo era de verdad.
Era uno de esos alcaldes de los que se dice que “hizo mucho por el pueblo”, pero no solo por el suyo: también era el encargado del proyecto “Vacaciones en Paz” en Noblejas, gracias al cual muchos tuvimos la oportunidad de acoger niños saharauis. Fue por Agustín que compartí infancia, habitación y juegos durante varios veranos con Fatma y Lehbib, que en septiembre volvían a los campamentos de refugiados en los que habían nacido y en los que, si nadie lo evita, nacerán también sus nietos.
Hasta allí viajó Felipe González en el 76, y les dijo a los saharauis que “su partido estaría con ellos hasta el final”. Décadas más tarde, el presidente del Gobierno más progresista de la galaxia, que en sus propias palabras pasará a la historia por haber exhumado a Franco, le llevó flores a la tumba del genocida Hassan II.
Unas semanas después, el PSOE se ha quedado solo en el Congreso votando en contra de otorgarle la nacionalidad a los saharauis nacidos bajo la soberanía española. Unas semanas antes, habían votado junto a Le Pen en el Parlamento Europeo contra una resolución que pedía libertad de expresión en Marruecos y denunciaba la posible participación del régimen alauí en una trama de sobornos para ganar peso en las instituciones europeas. Pero no es lo único que huele a podrido en Dinamarca: también están las declaraciones de la exministra María Antonia Trujillo defendiendo que Ceuta y Melilla son marroquíes o, sobre todo, la traición del PSOE a los saharauis, con las cesiones primero de Zapatero y luego de Sánchez respecto a su tierra.
A los socialistas parece haberles entrado de pronto un ataque de realpolitik, esa que no aplican en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Se ve que Mohamed VI no es un tirano, que hablar del Gran Marruecos —donde se incluirían, por cierto, las ciudades autónomas y Canarias— es menos grave que mentar la Gran Rusia, que invadir el Sáhara no es tan terrible como invadir Ucrania, porque al Polisario nadie le manda tanques.
La postura de PSOE frente a Marruecos la resumió López Aguilar: “Hay que tragar sapos si hace falta”, dijo hace nada. Aunque esos sapos incluyan tolerar el chantaje, contravenir a la ONU, hacer la vista gorda ante las torturas del sultanato, felicitarlos por matar inmigrantes en la frontera o besar las babuchas de su casta califal golfa, esa que cuelga nuestra bandera al revés.
Escuchando a los líderes de su partido me pregunto qué pensará Agustín Jiménez y qué pensarán todos esos alcaldes de bufanda roja, todos esos socialistas de base que se desvivieron por los saharauis en sus pueblos y viajaron hasta los campamentos de refugiados para llevar placas solares. Y me pregunto, también y como tantos otros, ¿qué le debe el PSOE a Marruecos? Y cuando parecía que no podían caer más bajo, cuando parecía que era imposible hacerlo peor, nos han vuelto a sorprender
En 2016 viajé a los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf. Lo hice para reencontrarme, casi veinte años después, con Fatma y Lehbib, los niños que pasaron varios veranos en mi casa cuando también yo era una niña. Lo hicieron gracias al programa Vacaciones en paz, que cada año permite que cientos de familias españolas acojan niños saharauis.
Del desierto me traje algunas cosas. Un poema de Marcos Ana en la cabeza —ese que dice “recítame un horizonte/ sin cerradura y sin llave”—, un par de collares de dátiles, una conversación sobre Dios al caer la tarde que incluso a mí, entonces atea, me conmovió, las manos pintadas de henna, mucha rabia y un dibujo hecho por la que, durante mi estancia allí, se convirtió en mi guía: la pequeña Fatma, sobrina de Fatma y Lehbib. En la hoja arrancada de un cuaderno, la niña pintó una jaima como en la que dormíamos cada noche. Y, sobre ella, dos banderas: de un lado, la saharaui, del otro, la española. Debajo escribió su nombre y el mío.
Con cada traición del PSOE a ese pueblo hermano vuelvo a ese dibujo, al pasaporte español que me enseñó un anciano saharaui con acento cubano (qué extrañas las terribles dictaduras que se empeñan en ayudar a pueblos aún más pobres que ellos) y al cariño con el que todos en los campamentos me hablaban de España. Así que he vuelto unas cuantas veces en los últimos años: cuando Sánchez le llevó flores a la tumba de Hassan II, cuando tomó partido por Marruecos, contraviniendo a la ONU, en el conflicto con los saharauis, cuando el PSOE se quedó solo en el Congreso votando en contra de otorgarle la nacionalidad a los saharauis nacidos bajo la soberanía española o cuando votaron junto a Le Pen en el Parlamento Europeo contra una resolución que pedía libertad de expresión en Marruecos.
Y cuando parecía que no podían caer más bajo, cuando parecía que era imposible hacerlo peor, nos han vuelto a sorprender: en esta ocasión, negándoles el asilo a más 40 saharauis perseguidos por el reino marroquí. Llevan más de una semana en la sala de inadmitidos de Barajas y entre ellos hay dos niños de uno y dos años y un enfermo. Como destacó Ione Belarra, es incomprensible que en el país que ha acogido a 210.000 ucranios en los últimos dos años o a 40.000 venezolanos, entre ellos Leopoldo López, no haya hueco para estos 40 saharauis.
Cuando Fatma vino a mi casa, en el noventa y pico, era un poco más mayor que los dos niños de Barajas y estaba enferma: tenía una afección ocular que le causaba estrabismo. Nada más llegar, mis padres la llevaron a una oftalmóloga, que les dijo que había que operarla. Al contarle el caso, la doctora se ofreció a renunciar a su salario y cobrarles únicamente las costas de la clínica. La factura fue de 200.000 pesetas, que terminó pagando el Ayuntamiento de Noblejas en otro bonito gesto de solidaridad.
Su alcalde, Agustín Jiménez, llevaba siempre una bufanda roja, según decían mis padres cuando les preguntaba, “porque era socialista”. Con cada traición del PSOE también me acuerdo de él. De todos esos votantes y militantes que, como Agustín, viajaron a Tinduf o promovieron la acogida de niños saharauis desde sus ayuntamientos. Y me pregunto cómo es posible que una niña de seis años que ha crecido en una cárcel de arena, dos carteros como mis padres, una oftalmóloga o un alcalde de pueblo comprendan mejor lo que significamos los españoles para los saharauis y viceversa que las élites del Gobierno más progresista de la Galaxia. Ana Iris Simón es escritora.
¿DE DÓNDE VENGO? RIMA LXVI
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Poeta español
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 2 de octubre de 2024. Al empezar el libro, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, está dicho a las claras su asunto: la desolación infinita, el duelo sin brújula en el que relata el duelo por la muerte de su marido. La segunda de las entradas es un archivo del blog de noviembre de 2017 en el que se hablaba del proceso secesionista catalán comparándolo con un experimento conductista a lo Pávlov. El poema de hoy, en la tercera, es de la poetisa rumana Angela Marinescu. La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todo ello le resulte interesante. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt
Al empezar el libro está dicho a las claras su asunto: la desolación infinita, el duelo sin brújula, escribe en El País [Las almas peregrinas, 27/09/2024] el escritor José Andrés Rojo sobre el reciente libro de Carme López Mercader en el que relata el duelo por la muerte de su marido, Javier Marías:. “Primero llega la muerte y después el duelo, la desolación infinita”, escribe Carme López Mercader. El que murió es Javier Marías, su marido, su compañero y su amigo, su hombre —”el meu home”, dirá en algún momento, prefiere la expresión en catalán, le resulta más descriptiva—. ¿Pero cómo diablos puede escribirse de esa desolación infinita, cómo puede siquiera vivirse, cómo concebirla cuando ocurre lo peor y no hay ya lugar en el mundo para el que ha sido abandonado, cómo sobrevivir a lo que no es nada más que, y lo dice también, “una catástrofe absoluta”?
Carme López Mercader explica que los dolientes caminan despacio “y casi arrastrando los pies”. Duelo sin brújula, su libro, es el último publicado por Reino de Redonda, la editorial que creó Javier Marías, y en la que estuvo desde el principio y hasta el último minuto Carme López Mercader. Tanto que la despedida de la editorial es este texto que trata del duelo, otra despedida, y tiene sentido cuando se refiere a lo que le pasa al cuerpo, porque en un paisaje en ruinas solo se puede caminar arrastrando los pies. No podía creerse que el dolor pudiera ser tan feroz, apunta en sus páginas, y es que el dolor es también físico, machaca por todas partes. Thomas Browne, un autor al que Javier Marías tradujo en estado de gracia, escribió de esos momentos de desolación infinita: “Llorar hasta volverse piedra es fábula”. Tiene razón porque es verdad eso que los más cercanos repiten y repiten —que la vida sigue— como quien hurga en la herida de los que ya no son capaces más que de hacer “el trayecto zombi de ida y vuelta”. Que se podrá llorar y llorar y llorar, pero que no hay consuelo alguno, no hay camino para alcanzar el descanso, menos para una calma pétrea e indomable.
Cuenta Carme López Mercader que, al preparar su último libro, Javier Marías tradujo un poema de W. B. Yeats que luego terminó incluyendo en sus páginas. Empezaba así: “Cuando seas vieja y canosa…”. Al día siguiente le dejó la pieza en su escritorio con una frase subrayada, “pero un hombre amó tu alma peregrina”. Duelo sin brújula empieza en un agujero donde no circula el aire y en el que solo existe una sensación de ahogo permanente, pero luego esa historia de dolor y de muerte va transformándose en una sutil celebración de la vida. Carme López Mercader no hace trampas en ningún momento y sabe, y se rebela contra eso, que nada será igual, ni siquiera ella misma. Y queda bien dicho, y con una belleza sobria y contenida, que la muerte de un ser querido es intolerable. Pero luego supo recoger también ese amor por su alma peregrina. Al fin de cuentas, quizá la vida no sea más que eso, un deambular de almas peregrinas que van de un lado a otro sin saber mucho más, un poco perdidas. Y lo hacen, a ratos, con un poco de compañía de quienes las aman.
En Duelo sin brújula, Carme López Mercader reconstruye lo que significa perder a alguien próximo. En su caso se trataba de Javier Marías —murió el 11 de septiembre de 2022—, un escritor con quien muchos lectores sostuvieron y sostienen una larga y fecunda conversación y al que siguen echando de menos. Carme López Mercader se lo ha devuelto a su manera y acaso les contagie asumir como propio ese desafío que se impuso Elias Canetti: “Desde hace muchos años nada me ha inquietado ni colmado tanto como el pensamiento de la muerte. El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres”. José Andrés Rojo es escritor.
SOY SORDA Y MUDA