jueves, 3 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy jueves, 3 de octubre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 3 de octubre de 2024. A los socialistas parece haberles entrado de pronto un ataque de realpolitik, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy en relación con el Sahara Occidental, esa que no aplican en el conflicto entre Rusia y Ucrania; se ve que Mohamed VI no es un tirano, y que hablar del Gran Marruecos es menos grave que mentar la Gran Rusia. En la segunda, un archivo del blog de diciembre de 2019, un gran escritor y académico de la RAE comentaba que había una cosa que le hacía sentirse periodista: el respeto, incluso al amor por la verdad de los verdaderos periodistas. En la tercera, en el poema del día, el más grande de los poetas posrománticos españoles se pregunta: ¿De dónde vengo?, ¿adónde voy? La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todo ello le resulte interesante. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt












De la inexplicable realpolitik de Sánchez con Marruecos





 


Agustín Jiménez era el alcalde de Noblejas cuando yo era niña y llevaba siempre una bufanda roja, comenta en El País [¿Qué le debe el PSOE a Marruecos? (I-II), 18/02/2023-28/09/2024], la escritora Ana Iris Simón en sendos artículos separados en el tiempo por diecinueve meses.  Cuando les pregunté a mis padres el por qué, me respondieron que porque era socialista. Aquello contradecía un mantra que oía en casa, “que el PSOE ya no era ni socialista ni obrero”, fórmula a la que años más tarde yo misma añadiría que tampoco español, pues hace tiempo que asumieron que quien manda aquí no duerme en La Moncloa sino en Bruselas, la City o Washington. Pero si mis padres decían que Agustín era socialista y no “del PSOE”, igual es porque lo era de verdad.

Era uno de esos alcaldes de los que se dice que “hizo mucho por el pueblo”, pero no solo por el suyo: también era el encargado del proyecto “Vacaciones en Paz” en Noblejas, gracias al cual muchos tuvimos la oportunidad de acoger niños saharauis. Fue por Agustín que compartí infancia, habitación y juegos durante varios veranos con Fatma y Lehbib, que en septiembre volvían a los campamentos de refugiados en los que habían nacido y en los que, si nadie lo evita, nacerán también sus nietos.

Hasta allí viajó Felipe González en el 76, y les dijo a los saharauis que “su partido estaría con ellos hasta el final”. Décadas más tarde, el presidente del Gobierno más progresista de la galaxia, que en sus propias palabras pasará a la historia por haber exhumado a Franco, le llevó flores a la tumba del genocida Hassan II.

Unas semanas después, el PSOE se ha quedado solo en el Congreso votando en contra de otorgarle la nacionalidad a los saharauis nacidos bajo la soberanía española. Unas semanas antes, habían votado junto a Le Pen en el Parlamento Europeo contra una resolución que pedía libertad de expresión en Marruecos y denunciaba la posible participación del régimen alauí en una trama de sobornos para ganar peso en las instituciones europeas. Pero no es lo único que huele a podrido en Dinamarca: también están las declaraciones de la exministra María Antonia Trujillo defendiendo que Ceuta y Melilla son marroquíes o, sobre todo, la traición del PSOE a los saharauis, con las cesiones primero de Zapatero y luego de Sánchez respecto a su tierra.

A los socialistas parece haberles entrado de pronto un ataque de realpolitik, esa que no aplican en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Se ve que Mohamed VI no es un tirano, que hablar del Gran Marruecos —donde se incluirían, por cierto, las ciudades autónomas y Canarias— es menos grave que mentar la Gran Rusia, que invadir el Sáhara no es tan terrible como invadir Ucrania, porque al Polisario nadie le manda tanques.

La postura de PSOE frente a Marruecos la resumió López Aguilar: “Hay que tragar sapos si hace falta”, dijo hace nada. Aunque esos sapos incluyan tolerar el chantaje, contravenir a la ONU, hacer la vista gorda ante las torturas del sultanato, felicitarlos por matar inmigrantes en la frontera o besar las babuchas de su casta califal golfa, esa que cuelga nuestra bandera al revés.

Escuchando a los líderes de su partido me pregunto qué pensará Agustín Jiménez y qué pensarán todos esos alcaldes de bufanda roja, todos esos socialistas de base que se desvivieron por los saharauis en sus pueblos y viajaron hasta los campamentos de refugiados para llevar placas solares. Y me pregunto, también y como tantos otros, ¿qué le debe el PSOE a Marruecos? Y cuando parecía que no podían caer más bajo, cuando parecía que era imposible hacerlo peor, nos han vuelto a sorprender

En 2016 viajé a los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf. Lo hice para reencontrarme, casi veinte años después, con Fatma y Lehbib, los niños que pasaron varios veranos en mi casa cuando también yo era una niña. Lo hicieron gracias al programa Vacaciones en paz, que cada año permite que cientos de familias españolas acojan niños saharauis.

Del desierto me traje algunas cosas. Un poema de Marcos Ana en la cabeza —ese que dice “recítame un horizonte/ sin cerradura y sin llave”—, un par de collares de dátiles, una conversación sobre Dios al caer la tarde que incluso a mí, entonces atea, me conmovió, las manos pintadas de henna, mucha rabia y un dibujo hecho por la que, durante mi estancia allí, se convirtió en mi guía: la pequeña Fatma, sobrina de Fatma y Lehbib. En la hoja arrancada de un cuaderno, la niña pintó una jaima como en la que dormíamos cada noche. Y, sobre ella, dos banderas: de un lado, la saharaui, del otro, la española. Debajo escribió su nombre y el mío.

Con cada traición del PSOE a ese pueblo hermano vuelvo a ese dibujo, al pasaporte español que me enseñó un anciano saharaui con acento cubano (qué extrañas las terribles dictaduras que se empeñan en ayudar a pueblos aún más pobres que ellos) y al cariño con el que todos en los campamentos me hablaban de España. Así que he vuelto unas cuantas veces en los últimos años: cuando Sánchez le llevó flores a la tumba de Hassan II, cuando tomó partido por Marruecos, contraviniendo a la ONU, en el conflicto con los saharauis, cuando el PSOE se quedó solo en el Congreso votando en contra de otorgarle la nacionalidad a los saharauis nacidos bajo la soberanía española o cuando votaron junto a Le Pen en el Parlamento Europeo contra una resolución que pedía libertad de expresión en Marruecos.

Y cuando parecía que no podían caer más bajo, cuando parecía que era imposible hacerlo peor, nos han vuelto a sorprender: en esta ocasión, negándoles el asilo a más 40 saharauis perseguidos por el reino marroquí. Llevan más de una semana en la sala de inadmitidos de Barajas y entre ellos hay dos niños de uno y dos años y un enfermo. Como destacó Ione Belarra, es incomprensible que en el país que ha acogido a 210.000 ucranios en los últimos dos años o a 40.000 venezolanos, entre ellos Leopoldo López, no haya hueco para estos 40 saharauis.

Cuando Fatma vino a mi casa, en el noventa y pico, era un poco más mayor que los dos niños de Barajas y estaba enferma: tenía una afección ocular que le causaba estrabismo. Nada más llegar, mis padres la llevaron a una oftalmóloga, que les dijo que había que operarla. Al contarle el caso, la doctora se ofreció a renunciar a su salario y cobrarles únicamente las costas de la clínica. La factura fue de 200.000 pesetas, que terminó pagando el Ayuntamiento de Noblejas en otro bonito gesto de solidaridad.

Su alcalde, Agustín Jiménez, llevaba siempre una bufanda roja, según decían mis padres cuando les preguntaba, “porque era socialista”. Con cada traición del PSOE también me acuerdo de él. De todos esos votantes y militantes que, como Agustín, viajaron a Tinduf o promovieron la acogida de niños saharauis desde sus ayuntamientos. Y me pregunto cómo es posible que una niña de seis años que ha crecido en una cárcel de arena, dos carteros como mis padres, una oftalmóloga o un alcalde de pueblo comprendan mejor lo que significamos los españoles para los saharauis y viceversa que las élites del Gobierno más progresista de la Galaxia. Ana Iris Simón es escritora.











No basta contar la verdad... [Archivo del blog, 04/12/2019]











“Ya no basta con contar la verdad, también hay que destruir las mentiras", afirma en el A vuelapluma de hoy el escritor Javier Cercas, tras recibir el premio Francisco Cerecedo de Periodismo de manos del rey Felipe VI el pasado 28 de noviembre. "En primer lugar -comienza su discurso Javier Cercas-, me gustaría contarles una anécdota que he contado alguna otra vez y que, estando en presencia del rey Felipe VI, me siento obligado a repetir. En una ocasión, el rey Alfonso XIII, su bisabuelo, condecoró a Miguel de Unamuno. Y cuentan que, durante la ceremonia, una vez que el Rey le hubo impuesto la condecoración, Unamuno le espetó: “¡Gracias, señor, me la merezco!”. Como es natural, Alfonso XIII se sorprendió un poco —no mucho, creo yo, al fin y al cabo conocía al personaje: de hecho, no mucho después lo mandó al destierro—; el caso es que el Rey se sorprendió o fingió sorprenderse, y dijo: “Caramba, don Miguel, es el primer galardonado que me dice eso; todos los demás me habían dicho exactamente lo contrario: ‘Gracias, señor, es un honor que no merezco…’” Y en ese momento Unamuno interrumpió al Rey: “Y tenían razón”.
Bueno, pues a mí me encantaría hacer gala hoy de la misma magnífica soberbia de don Miguel. Por desgracia, cualquiera que eche un vistazo a la lista de galardonados que me han precedido en el Premio Francisco Cerecedo comprenderá que no es posible, y que no tengo más remedio que decir la verdad; o sea: que este premio significa un grandísimo honor para mí, y que, al contrario que don Miguel de Unamuno, yo sí sé que no lo merezco. Lo digo con absoluta sinceridad.
Siento demasiado respeto por el periodismo para considerarme un periodista. No estudié periodismo. Nunca he trabajado en la redacción de un periódico, ni en una radio o una televisión. Nunca he sido corresponsal de ningún medio, ni tampoco reportero. Ni siquiera me he ganado la vida escribiendo en los periódicos, y desde luego mi velocidad de escritura es salvajemente antiperiodística, porque es más o menos la de Oscar Wilde, que en una ocasión declaró: “Hoy me he pasado el día escribiendo: por la mañana, quité una coma; por la tarde, la volví a poner”. ¿Cómo es posible, entonces, que me hayan concedido un premio de periodismo, y para colmo tan importante como este? ¿Hay que culpar únicamente del desaguisado a la generosidad insensata del jurado? ¿O acaso soy yo como Monsieur Jourdain, aquel personaje de Molière que llevaba toda su vida hablando en prosa sin saberlo? ¿Seré yo también, sin saberlo, un periodista?
Es posible. Al fin y al cabo, desde hace veinte años escribo de manera regular en el diario El País, lo cual significa, supongo, que, aunque no sea un periodista, quizá sí puedo considerarme, más modestamente, un escritor de periódicos. Más modestamente, pero con no menos orgullo: no en vano, esa categoría de escritor es, en nuestra tradición, una categoría ilustre. Se ha dicho tan a menudo que ya es casi un cliché: gran parte de la mejor prosa escrita en España durante los dos últimos siglos se ha publicado en los periódicos. Ahora bien, las ideas no se convierten en clichés porque sean falsas, sino porque son verdaderas, o al menos porque contienen una parte sustancial de verdad. Es sin duda el caso de esta: baste recordar que quien es, para mi gusto, el mejor prosista de nuestro siglo XIX fue, sobre todo, un escritor de periódicos, si no un periodista a secas: Mariano José de Larra; baste recordar que Azorín, Ortega o Josep Pla fueron, quizá esencialmente, periodistas.
Lo cierto es que yo, a los periódicos, llegué tarde, como a casi todo. También es cierto que, aunque sea en lo esencial un novelista, la escritura en los periódicos cambió mi forma de escribir novelas, o simplemente mi forma de escribir. Quiero decir que, en un determinado momento de mi vida, escribir en los periódicos me obligó a dejar de ser un escritor de gabinete, libresco y hasta un poquito autista, y me obligó a salir a la intemperie y a contrastar la escritura con la realidad, me forzó a escribir una prosa más nítida, más viva y más rápida, me empujó a intentar decir las cosas más complejas de la forma más transparente y directa posible, y me ayudó, en definitiva, a tratar de escribir los libros que siempre he soñado con escribir: libros fáciles de leer y difíciles de entender; libros que, como los mejores que conozco, cualquier lector de buena fe puede disfrutar a fondo y sin tropiezos, pero que, al mismo tiempo, ni el lector más concienzudo o exigente puede agotar del todo, sencillamente porque son inagotables, porque nunca acaban de decir aquello que tienen que decir, como escribió Italo Calvino de los clásicos. En resumen, los periódicos me han dado a mí mucho más de lo que yo les he dado a ellos. Así que no debería ser el periodismo quien me premiase hoy a mí, sino yo quien premiase al periodismo.
Hay una cosa, sin embargo, que sí me hace sentirme periodista, y que me hermana con los periodistas auténticos. Me refiero al respeto, incluso al amor por la verdad. Sobre todo hoy, cuando parece que se cuentan más mentiras que nunca, cuando nos asedia por momentos la sospecha asfixiante de que vivimos en la era de la mentira.
No es una sospecha injustificada. Igual que la crisis económica de 1929 dio lugar en gran parte del mundo al surgimiento o la consolidación del fascismo, la crisis de 2008 ha propiciado el surgimiento, también en gran parte del mundo, de eso que solemos denominar nacionalpopulismo; este no es una repetición del fascismo, porque en la historia nada se repite exactamente, pero sí es, en muchos sentidos (como ha mostrado Federico Finchelstein en un libro importante), una transformación de determinados rasgos del fascismo, porque en la historia, como en la naturaleza, nada se crea ni se destruye —solo se transforma—, lo cual significa que todo se repite con máscaras diversas. Sea como sea, la extensión venenosa de ese nacionalpopulismo ha ido acompañada de verdaderas invasiones de mentiras: lo hemos visto en los Estados Unidos de Donald Trump, en el Reino Unido del Brexit o en la Cataluña del llamado procés, todos ellos avatares diversos del mismo fenómeno (por distintos que sean), todos ellos causantes de crisis profundas y profundas divisiones en nuestras sociedades.
Vaya por delante, Señor, que soy un votante fiel de partidos de izquierdas, aunque —no sé si me explico— no siempre soy su simpatizante. Vaya por delante, también, que, a mi modo de ver, la Monarquía que usted encarna es una Monarquía republicana; o dicho de otro modo: que es una Monarquía democrática precisamente porque está basada en valores republicanos —la libertad, la igualdad, la fraternidad— y que por lo tanto es, se diga o no, implícita o explícitamente, heredera del último y frustrado experimento democrático español, la II República. Así que, como cualquier ciudadano español con dos dedos de frente, yo sé que nuestro verdadero dilema político no es Monarquía o República, sino mejor o peor democracia: la prueba es que todos preferimos un millón de veces una Monarquía como, pongamos, la noruega, que una República como, pongamos, la siria. Sentado lo anterior, quisiera decirle una cosa que, me temo, los catalanes no le hemos dicho con la claridad con que hubiéramos debido decírselo. Quisiera darle las gracias porque el día 3 de octubre de 2017, mientras un grupo de políticos felones intentaba imponernos a la mayoría de nosotros, por las bravas, un proyecto minoritario, inequívocamente antidemocrático y profundamente reaccionario —es decir, mientras esos políticos arremetían contra nuestras libertades e intentaban derogar el Estatut y violar la Constitución, aboliendo el Estado de derecho—, usted nos dijo a quienes nos hallábamos del lado de la legalidad democrática que no estábamos solos. Porque éramos, repito, la mayoría, centenares de miles, millones de catalanes, pero nos sentíamos solos. Y teníamos miedo. Mucho más miedo del que ahora queremos recordar, mucho más del que nos gustaría confesar, mucho más del que ustedes se imaginan. Y aquel día usted, señor, nos dijo que no estábamos solos, y —esto es lo más importante— al decírnoslo usted nos lo dijo el Estado democrático que usted representa. Que no estábamos solos, nos dijo. Que no nos iban a abandonar. Y que, esta vez, por lo menos esta vez, no pasarían. Y no pasaron. Así que muchas gracias.
Pero me he desviado del tema. Para volver a él, y aunque no sea periodista, quisiera darles una gran exclusiva, una noticia bomba: Jorge Manrique nunca dijo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Los grandes poetas jamás dicen tonterías, y Manrique, vive Dios, es uno de los más grandes. Lo que Manrique dijo en realidad es que “a nuestro parescer” cualquier tiempo pasado fue mejor; es decir: que el pasado casi nunca es mejor, pero casi siempre nos lo parece.
La observación, por supuesto, es exactísima. No: en nuestro tiempo probablemente no se cuentan más mentiras que nunca, aunque a menudo nos lo parezca; mentiras, en la política y fuera de la política, se han contado siempre, porque el hombre es el animal que miente. Lo que sí ocurre hoy, me parece, es que la mentira posee mayor capacidad de difusión que nunca. Y ocurre porque uno de los hechos fundamentales de nuestro tiempo es el poder creciente, imparable, casi omnímodo de los medios de comunicación, hasta el punto de que no hay hipérbole alguna en decir que los medios no solo reflejan el mundo, sino que lo configuran, en cierto modo lo crean. Esto significa que los medios poseen una responsabilidad extraordinaria; también los periodistas, que son quienes hacen los medios y pueden usarlos para mal, difundiendo mentiras, o para bien, difundiendo verdades. No revelo ningún secreto si añado que hay periodistas que no los usan para bien. El por qué es evidente. Sabemos que el poder y el dinero son fuerzas por definición ciegas, insaciables, cuya esencia consiste en la pura repetición de sí mismas, en la búsqueda de su pura perduración: el poder quiere por definición más poder; el dinero, más dinero. Y sabemos que, para perpetuarse, el dinero y el poder no necesitan hombres y mujeres libres —que los humanicen y pongan límites racionales a su expansión voraz e incontrolada—, sino que necesitan ciudadanos sumisos, con lo que poder y dinero intentan controlar los medios para controlar la realidad que configuran. ¿Cómo? Difundiendo mentiras, puesto que también sabemos todos, al menos desde el Evangelio, que la verdad fabrica hombres y mujeres libres, mientras que la mentira solo fabrica esclavos.
Es así: la mentira constituye el instrumento principal de dominación de los hombres, y por eso el primer deber de un mal periodista consiste en difundirla, mientras que el de un buen periodista consiste en combatirla, aunque el poder y el dinero la prefieran, o precisamente porque la prefieren. Es cierto que, a menos que se resigne a convertirse en un esclavo, cualquier ciudadano está obligado a pelear contra la mentira; pero los periodistas auténticos son quienes pelean en primera línea del frente, y quienes más riesgos corren. Se trata, a veces, de un combate heroico, que no suele terminar en los salones de un hotel tan bonito como este, en una ceremonia tan maravillosa como esta, junto a un Rey y una Reina, como si estuviéramos en un cuento de hadas. No. Algunos periodistas se juegan la vida en esa batalla. Algunos la pierden. Ellos son los periodistas auténticos. Y lo son porque demuestran que la verdad sigue importando, sigue siendo relevante: por eso el poder y el dinero la temen. Esos periodistas demuestran que la verdad es hoy, de hecho, más revolucionaria que nunca, precisamente porque por momentos nos abruma la impresión deprimente de que la mentira ha vencido. Ellos demuestran que, como la mentira tiene hoy mayor capacidad de difusión que nunca y los periodistas más responsabilidad que nunca, el periodismo honesto —el que pelea con la verdad en la mano contra la tiranía de las mentiras que el poder y el dinero tratan de imponer— es más que nunca necesario. También, claro está, más difícil. Porque hoy ya no basta con contar la verdad; además, hay que destruir las mentiras, empezando por esas grandes mentiras que se fabrican con pequeñas verdades y que son las peores mentiras, porque tienen el sabor de la verdad. Esos periodistas valientes demuestran, en definitiva, lo que demuestra todo periodista auténtico: que el combate por la verdad es un combate contra la esclavitud".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día: Hoy, ¿De dónde vengo?, de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

 






¿DE DÓNDE VENGO? RIMA LXVI

¿De dónde vengo?… El más horrible y áspero
de los senderos busca:
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza;
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.


Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Poeta español










De las viñetas de humor del blog hoy jueves, 3 de octubre de 2024

 



















miércoles, 2 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy miércoles, 2 de octubre de 2024






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 2 de octubre de 2024. Al empezar el libro, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, está dicho a las claras su asunto: la desolación infinita, el duelo sin brújula en el que relata el duelo por la muerte de su marido. La segunda de las entradas es un archivo del blog de noviembre de 2017 en el que se hablaba del proceso secesionista catalán comparándolo con un experimento conductista a lo Pávlov. El poema de hoy, en la tercera, es de la poetisa rumana Angela Marinescu. La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todo ello le resulte interesante. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










Del duelo sin brújula

 






Al empezar el libro está dicho a las claras su asunto: la desolación infinita, el duelo sin brújula, escribe en El País [Las almas peregrinas, 27/09/2024] el escritor José Andrés Rojo sobre el reciente libro de Carme López Mercader en el que relata el duelo por la muerte de su marido, Javier Marías:. “Primero llega la muerte y después el duelo, la desolación infinita”, escribe Carme López Mercader. El que murió es Javier Marías, su marido, su compañero y su amigo, su hombre —”el meu home”, dirá en algún momento, prefiere la expresión en catalán, le resulta más descriptiva—. ¿Pero cómo diablos puede escribirse de esa desolación infinita, cómo puede siquiera vivirse, cómo concebirla cuando ocurre lo peor y no hay ya lugar en el mundo para el que ha sido abandonado, cómo sobrevivir a lo que no es nada más que, y lo dice también, “una catástrofe absoluta”?

Carme López Mercader explica que los dolientes caminan despacio “y casi arrastrando los pies”. Duelo sin brújula, su libro, es el último publicado por Reino de Redonda, la editorial que creó Javier Marías, y en la que estuvo desde el principio y hasta el último minuto Carme López Mercader. Tanto que la despedida de la editorial es este texto que trata del duelo, otra despedida, y tiene sentido cuando se refiere a lo que le pasa al cuerpo, porque en un paisaje en ruinas solo se puede caminar arrastrando los pies. No podía creerse que el dolor pudiera ser tan feroz, apunta en sus páginas, y es que el dolor es también físico, machaca por todas partes. Thomas Browne, un autor al que Javier Marías tradujo en estado de gracia, escribió de esos momentos de desolación infinita: “Llorar hasta volverse piedra es fábula”. Tiene razón porque es verdad eso que los más cercanos repiten y repiten —que la vida sigue— como quien hurga en la herida de los que ya no son capaces más que de hacer “el trayecto zombi de ida y vuelta”. Que se podrá llorar y llorar y llorar, pero que no hay consuelo alguno, no hay camino para alcanzar el descanso, menos para una calma pétrea e indomable.

Cuenta Carme López Mercader que, al preparar su último libro, Javier Marías tradujo un poema de W. B. Yeats que luego terminó incluyendo en sus páginas. Empezaba así: “Cuando seas vieja y canosa…”. Al día siguiente le dejó la pieza en su escritorio con una frase subrayada, “pero un hombre amó tu alma peregrina”. Duelo sin brújula empieza en un agujero donde no circula el aire y en el que solo existe una sensación de ahogo permanente, pero luego esa historia de dolor y de muerte va transformándose en una sutil celebración de la vida. Carme López Mercader no hace trampas en ningún momento y sabe, y se rebela contra eso, que nada será igual, ni siquiera ella misma. Y queda bien dicho, y con una belleza sobria y contenida, que la muerte de un ser querido es intolerable. Pero luego supo recoger también ese amor por su alma peregrina. Al fin de cuentas, quizá la vida no sea más que eso, un deambular de almas peregrinas que van de un lado a otro sin saber mucho más, un poco perdidas. Y lo hacen, a ratos, con un poco de compañía de quienes las aman.

En Duelo sin brújula, Carme López Mercader reconstruye lo que significa perder a alguien próximo. En su caso se trataba de Javier Marías —murió el 11 de septiembre de 2022—, un escritor con quien muchos lectores sostuvieron y sostienen una larga y fecunda conversación y al que siguen echando de menos. Carme López Mercader se lo ha devuelto a su manera y acaso les contagie asumir como propio ese desafío que se impuso Elias Canetti: “Desde hace muchos años nada me ha inquietado ni colmado tanto como el pensamiento de la muerte. El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres”. José Andrés Rojo es escritor.










La secreción psíquica. [Archivo del blog, 28/11/2017]










Iván Petróvich Pávlov (1849-1936), comenta el filósofo Antonio Escohotado en El Mundo, que había recibido el premio Nobel de 1904 por sus estudios sobre fisiología de la digestión, era uno de los principales aspirantes al paseíllo desde el golpe de Estado bolchevique, dada su condición de burgués acomodado y una viva oposición al nuevo régimen. Sin embargo, Lenin -y luego Stalin- se ocuparon de que su Instituto de Medicina Experimental siguiese recibiendo subvenciones generosas, y al firmar su Decreto sobre Raciones (1919) el primero estableció que tanto él como su esposa recibirían "una ración igual en caloricidad a dos raciones académicas". Lenin le otorgó el privilegio añadido de retener derechos de autor en Rusia y el resto del mundo, explicando que sus estudios sobre acciones reflejas involuntarias eran la mejor prueba de que "todo depende de la organización". 
Institucionalizado algo después como conductismo por psicólogos anglosajones, el núcleo originario de sus hallazgos fueron estudios meticulosos sobre la glándula salivar de perros, pues el hecho de activarse antes de comer le sugirió llamarla "psíquica". Todos estamos al corriente de que sus perros -muchas veces sometidos a la espantosa crueldad llamada vivisección- obraban como si tuviesen alimento en un plato sin necesidad de tenerlo, en función de ruidos y descargas eléctricas; pero solo los informados saben que ilustró ante todo la llamada inhibición transmarginal (ITM), comprobando cómo reaccionaban cuatro distintos temperamentos -desde el más fuerte al más débil- ante estímulos abrumadores de estrés o dolor provocados por electroshocks. 
Fruto de investigar la ITM han sido hasta 10 «elementos de control», usados no solo en centros de tortura y tratamiento psiquiátrico, sino en todo tipo de instituciones educativas, oficinas de reclutamiento y empresas dedicadas a crear prosélitos "blindados", entendiendo por ello personas convencidas mediante condicionamiento -manipulando factores externos- en vez de persuadidas con razones. Por ejemplo, la pretensión de confundir a los homosexuales con enfermos suscitó tratamientos como ver cine X gay y coordinar cada clímax con una descarga en los testículos, repitiendo la escena hasta crear un reflejo inhibidor. Si él o ella quisiesen luego echarse una canita al aire, con personas de verdad, dicha reacción involuntaria les impedirá consumar su patológico pecado. 
No obstante, todo el campo del aprendizaje por asociaciones -cuyo denominador común es sustituir la mente por una caja negra situada entre estímulos y respuestas- tiene como límite el refuerzo, pues si tras el clímax no llegase la descarga eléctrica el reflejo se extinguirá. En definitiva, anular la deliberación voluntaria se paga invirtiendo sin pausa en ello, y el crimen de lesa humanidad llamado control antecedente no puede prescindir de controles sucesivos. Quizá solo eso nos defiende del tropel dispuesto a manejar el sistema nervioso ajeno desde su teclado, que merced a técnicas de ITM renovó las maneras de ahogar la libertad ajena. 
Pero propongo detenernos un momento en qué se distingue la «inmersión» catalana de un experimento conductista a lo Pávlov, ya que su complejo de inferioridad/superioridad lleva más de dos décadas ignorando el derecho de todos a recibir información no solo veraz sino ecuánime, sinónimo esto último de la que se orienta a conocer algo ignorado, en vez de confirmar tópicos sectarios. Cuando en vez de usarse para afinar la expresión y entendernos, las lenguas se subvencionan como vehículos de aislamiento, ridículos como telefonoak, bankoak, arteak y sus equivalentes catalanes delatan su pretensión de ponerle puertas al campo, paralela a querer pasar de administradores locales a titulares mesiánicos de una soberanía ilimitada, y sembrar discordia en lugar de concordia. Lo que acaba de ocurrir en Cataluña, si se prefiere Catalunya, podría parecer el gemido de un pueblo expoliado por invasores, y el sempiterno victimismo adobado con inyecciones de propaganda sigue convenciendo a corresponsales tan inclinados hacia ERC como el del New York Times. Sin embargo, de la brutalidad policial desmedida -con "millones de heridos" según un tuit de la CUP del 2 de octubre- hemos pasado a elecciones para precisar cuál es el estado de la opinión pública, sin saber entretanto de nadie concreto acogido al asilo que ofreció aquel mismo día el presidente Maduro. 
Lejos de ser algo resuelto, qué quieren sus electores es un misterio en toda regla, para empezar porque ahora no es mañana ni pasado, y de la campaña asumida por las formaciones unionistas dependerá en buena parte el voto. Dentro de mes y medio, tanto aquel grupo como la humanidad entera habrán dado un paso significativo en la dirección de aclararse, porque operarán a la vez tres factores tradicionalmente disociados: en primer lugar, la idiosincrasia -que desde la perspectiva ITM es el temperamento innato-, en segundo las técnicas avanzadas de control por manipulación de estímulos externos, y en tercer lugar algo tan inédito como un rato de ir viendo la evolución de lo uno y lo otro. Quizá alguien alegue que la única novedad del presente caso es pasar de comicios amañados a fiables; pero le recuerdo que ningún ámbito político conocido -salvo error u omisión mía- se ha independizado por decidirlo parte de sus funcionarios, todos ellos nombrados y remunerados en función del ordenamiento jurídico vigente. Sin rastro de pasado funcionarial, las colonias norteamericanas se independizaron de Inglaterra sabiendo que les costaría una guerra dura e incierta, y Lenin derrocó al gobierno democrático ruso ansiando una guerra civil que permitiera cumplir su plan de limpieza social. En agudo contraste, la clique de Catalunya cree suficiente una clac como la dedicada a aplaudir, abuchear y llorar en calles y teatros, pues dos décadas de invertir a su antojo los fondos públicos le deparó el lugar de quien monta la producción de reflejos condicionados. Un toque de cainismo por aquí, otro de pensamiento débil por allá, y con algo de suerte tomar a broma las leyes pasará por democracia pacífica; en otro caso se equivocan los teóricos del conductismo, y la mente no es una caja negra donde el estímulo incondicionado va transformándose en condicionado a gusto del controlador. Veremos, por tanto, si aderezar los rencores del paleto con ambiciones supremacistas creó una secreción psíquica equiparable a la saliva de animales incapaces de dosificarse el alimento, y si el reflejo automatizado puede o no prescindir del refuerzo inherente a gobernar. 
Hasta el 21 de diciembre se las habrá en igualdad de condiciones con el espíritu de la democracia liberal, que disfruta compitiendo en elocuencia y veracidad con el fanático y el tramposo, pues sus reglas de juego permiten algo tan inaudito para Lenin, Hitler y otros mesías laicos como la candidatura de cualquiera, procesado o no por sedición. Tampoco suspenderán el condicionamiento montado desde primaria para el espectador de TV3 y el cliente de medios afines, ni la eminencia económica del señor Roures, a cuyo juicio Marx no exigió prohibir el trabajo por cuenta propia. Todos los catalanes podrán sopesar imprevistos como la migración masiva de sus empresas, o el denuedo inicial de su president, y el resto de los españoles sabremos a ciencia cierta hasta dónde llega el poder de mecanismos ITM aplicados al fomento de la rabia. Un escenario posible es que la persuasión gane terreno al condicionamiento, aunque no será sin el concurso inteligente y coordinado de las formaciones políticas dispuestas a respetar el derecho. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Soy sorda y muda, de Angela Marinescu (1941-2023)

 






SOY SORDA Y MUDA

soy sorda y muda
porque escribo
soy ciega y tengo la lengua cortada
porque escribo
no puedo hacer el amor contigo
porque escribo
no puedo sentirte
porque escribo
ya no tengo sangre
porque escribo
solo el diablo muestra su cara
fina
en la oscuridad de la noche
porque escribo
solo el diablo destruye
en mí
la poesía
porque
escribo

Angela Marinescu (1941-2023)
Poetisa rumana















De las viñetas de humor de hoy miércoles, 2 de octubre de 2024

 




















martes, 1 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy martes, 1 de octubre de 2024

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 1 de octubre de 2024. La traducción fue una alternativa para los autores soviéticos, se comenta en la primera de las entradas del blog de hoy, que, ante la imposibilidad de publicar sus propias obras, optaban por escribir para el cajón y guardar silencio. La segunda, un archivo del blog de tal día como hoy de hace trece años, comentaba la extrañeza de que pasara desapercibida la efeméride ocurrida, justo, también tal día como hoy, de 1936. La tercera, el poema del día, comienza con estos versos: "Todo fue muy sencillo:/ocurrió que las manos/que ella amaba,/tomaron por sorpresa/su piel y sus cabellos;/que la lengua/descubrió su deleite...". La cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todo ello le resulte interesante. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos, y nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Y sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt