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viernes, 15 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Vulnerabilidad




Dibujo de Sr. G para El País


Ante el vacío de gobernanza global y los riesgos de una excesiva globalización, comenta en el A vuelapluma de hoy [¿Nada será igual El País, 7/5/2020] el  sociólogo Emilio Lamo de Espinosa, afloran dos instituciones tradicionales que desde hace siglos proporcionan seguridad en última instancia: el Estado y la familia, pero ya nada será igual.

"La pandemia de la covid-19 -comienza diciendo Lamo de Espinosa- nos ha arrojado bruscamente a escenarios sociales inéditos e inexplorados para estas generaciones. Pero a medida que pasan los días y se afirma la evidencia de su extensión geográfica (más de medio mundo), su rápida expansión (casi exponencial), su prolongación temporal (meses, y no semanas) y su enorme profundidad (crisis sanitaria, que se prolonga ya en crisis económica, y que se replicará como crisis social y política), empezamos a atisbar las enormes consecuencias, evidentes ya en el corto plazo, pero también en el medio y largo. Son tantas las cosas que se pueden comentar que me limitaré a algunas inmediatas; en concreto, a dos experiencias colectivas que podrían (o no) ser la raíz de un aprendizaje mundial, y que han venido a reforzar dos viejas instituciones, hasta ahora bastante ninguneadas.

La primera experiencia es la de la unidad del mundo, algo que la sociología lleva analizando desde mucho antes del estallido de la globalización. Si hasta hace poco la historia de la humanidad ha sido la de muchas y variadas sociedades separadas, encerradas en burbujas autorreferenciadas, hoy es evidente lo que Terencio nos enseñó hace 2.000 años: que nada humano nos es ajeno. Nos pensamos como una colección de países/Estados, pero la modernidad nos ha unido a todos. Y así, cuando hacíamos el inventario de cuestiones globales que saltan por encima del poder de los Estados, y junto al cambio climático, el riesgo de pandemias figuraba siempre. De modo que, si la pandemia nos pilla desprevenidos, no es en absoluto inesperada, pues figura, por ejemplo, en todas las estrategias de seguridad nacionales (como la española del 2017) como un riesgo sistémico. Y si el cambio climático ha sido la primera experiencia global, esta pandemia es la segunda.

La otra gran lección de la covid-19 es la experiencia primordial que da lugar a la cultura y a la civilización: la de la vulnerabilidad. De momento, más de 25.000 fallecidos sólo en España, 250.000 en el mundo, sirven de memento mori, exigiendo un duelo frente a lo que, de momento, es solo una fría estadística. Pero no es solo el riesgo personal, pues la pandemia nos hace conscientes de que podemos desaparecer como especie, no por culpa nuestra, no por riesgos socialmente producidos (nucleares, climáticos, o de otro orden, y recuerdo a Ulrich Beck y su Risikogesselschaft) de los que podríamos culparnos, sino por fenómenos naturales con los que ni contábamos ni podíamos contar. Al fin y al cabo, somos una casualidad en el espacio-tiempo, que sin duda desaparecerá a consecuencia de otra casualidad. Evidencia para la especie tan indiscutible como la muerte para los individuos, y frente a la que tratamos de construir burbujas de seguridad y de certidumbre que calmen la ansiedad y angustia primordiales. Nada nos garantiza que un virus nuevo, una bacteria, un meteorito, no pueda acabar con la especie humana en cuestión de meses. Les ha ocurrido a otras muchas especies en el pasado y, quién sabe si a otras humanidades y civilizaciones en otros mundos posibles e ignorados.

Se trata de dos aprendizajes (el de la unidad y el de la vulnerabilidad) que podrían sumarse, pues la vulnerabilidad debería llevar a la unión frente al peligro común. Me temo que es más fácil que se resten; la reacción “natural” frente a la vulnerabilidad es buscar refugio en lo conocido, en la tribu, la nación, la religión, las comunidades “naturales”, para blindarse, negando justamente la experiencia cosmopolita y, más bien, demonizando al “otro” como fuente del peligro, de modo que la vulnerabilidad cancela el cosmopolitismo.

De hecho, ya está ocurriendo, y lo vemos en los dos ganadores claros de este gran distribuidor de premios y castigos que es la pandemia. ¿Quién gana y quién pierde? Falta perspectiva, pero ante el vacío de gobernanza global (el gran perdedor) y los evidentes riesgos de una excesiva globalización (otro perdedor) afloran dos instituciones tradicionales que desde hace siglos proporcionan seguridad en última instancia (y no olvidemos que seguridad es lo primero que exigen los ciudadanos).

De una parte, las jefaturas políticas, hoy representadas por los Estados, asociaciones firmemente asentadas en un territorio, apoyadas por una sólida burocracia, con grandes recursos intelectuales y económicos, además de poder blando (lenguas, culturas, arte) y duro (policía, ejército), y capaces de movilizar muchos más recursos, de los que los organismos supra- o subestatales no disponen. ¿Qué puede hacer la UE con un 1% del PIB europeo cuando los Estados controlan más del 50%? ¿Quién puede coordinar los länder alemanes, las regiones italianas o las caóticas comunidades autónomas españolas? Al final, los ciudadanos miran al Estado, y culpan o salvan al Estado. Es lo que Richard Haas ha llamado la “obligación soberana”: los Estados son responsables directos ante la sociedad mundial de lo que ocurre en su territorio tanto hacia dentro como hacia fuera. Regresamos así a un mundo de Estados, no de instituciones multilaterales, lo que es tanto como decir un mundo hobbesiano donde prima el sálvese quien pueda. El reforzamiento del poder (político, pero también económico) de los Estados será (es ya), sin duda, una primera consecuencia de la crisis.

La segunda institución que sale claramente reforzada es la que siempre proporciona seguridad en última instancia: la familia, en sus más diversas formas. Recordemos que es la única institución conocida que se basa por completo en el principio del don, y no en el de la reciprocidad, dispuesta siempre a dar sin pedir nada a cambio. Y por ello, cuando todo se desmorona, ya sea por causas colectivas (guerra, revolución o pestilencias) o personales (ruina, enfermedad o incapacidad), sólo nos queda la viejísima institución del parentesco, y ya lo vimos con la Gran Recesión. Lo que llamamos —despectivamente— “familismo” no es sino la respuesta natural —nunca mejor dicho— a un entorno de inseguridad y desconfianza. Una institución reforzada ahora por otro de los ganadores de la pandemia: la digitalización. Pues ya sea en el ámbito de las relaciones personales a través de las redes sociales, ya sea en el teleconsumo que ofrecen las grandes plataformas como Amazon, ya sea, finalmente, en el teletrabajo (que favorece la conciliación), las TIC sustituyen lo analógico por lo digital, reforzando el ámbito doméstico (sólo en España hemos pasado de un 7% a casi un 30% de teletrabajo en pocas semanas).

Sólo algunos hombres osados o locos pueden intentar vivir al borde del abismo existencial, y sospecho que la evidencia de la vulnerabilidad desaparecerá tan pronto comience a hacerlo el inmediato peligro. Es más, será necesario reprimirla más aún que antes, cuando no era visible. Y si acierto, tras la pandemia nos esperará una suerte de repetición de los años veinte, combinando una frenética y alocada joi de vivre que cancele el abismo del miedo, junto con un retorno a los variados particularismos que nos ofrecen refugio y calidez en el abrazo de la tribu, particularismos que hoy toman la forma de populismos y nacionalismos. Hemos entrado en una terra incognita, un espacio social sin mapas, parecido a un agujero negro, que nos succiona y arrastra, y no sabemos ni cuándo nos dejará libres, ni dónde será, y si volveremos a “casa” terminada la pesadilla. Pero sí sé que, de momento, hemos vuelto a la seguridad de los viejos Estados y de las siempre acogedoras familias. Más bien un retorno al pasado que un salto al futuro. Lo demás, de momento, es incertidumbre".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 11 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Líderes



Parlamento europeo, Estrasburgo


Un anuncio presuntamente publicado en 1907, comenta en el A vuelapluma de hoy [Se buscan hombres. El País, 4/5/2020] el periodista Jorge Marirrodriga,  sería perfectamente válido en nuestros días: “Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”, comienza diciendo Marirrodriga. Así rezaba un anuncio publicado en 1907 en The Times. Como ahora nada es verdad ni es mentira hay quien argumenta –y tal vez tenga razón— que el anuncio nunca se publicó, más que nada porque no ha aparecido el original y se emplea un término que desentona con el resto del texto. En cualquier caso, se non è vero, ben trovato.

El anuncio trataba de reclutar una expedición británica para atravesar la Antártida cruzando por el Polo Sur bajo el liderazgo de Ernest Shackelton. El viaje desde el punto de vista del objetivo marcado fue un desastre completo y lo que pasaron los expedicionarios dejaría como un tranquilo paseo dominical el regreso de Ulises a Ítaca. Al anuncio, tal cual estaba escrito, se dice que respondieron 5.000 personas, lo cual da que pensar que o bien la gente estaba desesperada o tal vez tenía un concepto ligeramente diferente de lo que es la propia existencia al de una sociedad como la nuestra a la que hasta hace apenas 50 días le habían bombardeado con palabras como “seguridad”, “planificación”, “rentabilidad”, “popularidad” y “éxito”.

Tal vez no estaría mal que un anuncio similar —adaptado al lenguaje de nuestros días, pero tampoco demasiado— apareciera en las pantallas de los jefes de Estado y Gobierno de la Unión Europea la próxima vez que celebren una de sus cumbres a distancia. Algo así como: “Se buscan mujeres y hombres para una situación peligrosa. Sueldo escaso, críticas extremas, largos meses de completa incertidumbre y desánimo. Desprestigio constante. No se asegura que las cosas salgan bien. Serán los verdaderos fundadores de Europa en caso de éxito”. Seamos magnánimos y aceptemos que seguirán leyendo después del “sueldo escaso”, pero viendo lo que está sucediendo es bastante probable que no pasen de las “críticas extremas” y muchísimo menos del “desprestigio constante”.

Hacen falta líderes que estén dispuestos a jugarse su carrera política para que la sociedad europea en su conjunto no salga de la crisis que ya está aquí tan tocada económicamente, dividida geográficamente y agraviada institucionalmente, que sea mejor cambiar el nombre de la UE por “archipiélago europeo”. Y no los hay. Hacen falta líderes que, donde los demás sólo ven ruinas, sean capaces de proyectar un verdadero edificio a riesgo de poner en juego su credibilidad en las encuestas y en las urnas. Y no los hay. Hacen falta líderes entusiasmados por un proyecto de progreso que transmitan ese entusiasmo a unos ciudadanos agobiados e incrédulos. Hace falta poner un anuncio".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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